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Capítulo 2. Principales hitos en la formación de la neuroética

2.3 La neuroética desde la bioética

No han sido pocos los autores que han considerado a la neuroética como una parte de la bioética (Racine, 2010; Glannon, 2007a, 2007b, 2006), o bien han considerado en el tratamiento de esta nueva disciplina, sus orígenes bioéticos y médicos (Bonete, 2011; Cortina, 2011a). El conocimiento de las causas del nacimiento de la bioética guardan mucha relación con las que causaron el advenimiento de la neuroética, por ello es necesario realizar un breve repaso de las primeras para comprender las segundas.

El diálogo bioético se fue conformando a partir de 1960 con el objetivo principal de proporcionar un fundamento ético y humano a las investigaciones biomédicas y científicas centradas en el origen y el final de la vida humana, así como el medio ambiente. El término “bioética”, como neologismo19 formado por los términos “bios”

y “ética”, fue nombrado por primera vez en 1970, en un artículo escrito por Van Renssealer Potter (1970, p. 127-153) y sistematizado temáticamente un año más tarde en una monografía del mismo autor (Potter, 1971).

En su origen, la bioética fue concebida como una nueva ciencia que tenía la pretensión de responder de una manera interdisciplinar y amplia a las cuestiones biológicas, médicas y tecnocientíficas desde dos focos, las ciencias naturales y las humanidades. Una simbiosis de conocimientos que «englobase todas las ramas del saber humano desde la biología molecular y la genética hasta la filosofía y la teología, pasando por la historia, la sociología, la psicología y la economía» (Torralba, 2002, p. 45). Es decir, no siendo un logos de la biología sino yendo más allá, para convertirse en un logos de la vida pero que tuviera en cuenta la cognición

18Teniendo esto en cuenta, cuando a lo largo de este estudio se haga referencia a las neurociencias sociales en general, se estará haciendo referencia a las nombradas en el párrafo.

19Los dos hitos principales para el nacimiento de este término fueron, por un lado la creación del Institute of Society and the Life Sciences en el Hasting-on-Hudson en 1969 por el filósofo Daniel Callahan, y por otro lado, el Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction an Biosethics en 1971 fundado por el ginecólogo André Hellegers (Cortina, 2011a, p. 207; Torralba, 2002, p. 44).

humana desde una perspectiva amplia e integradora, una verdadera episteme que no produjera una escisión entre ciencias naturales y humanas20.

Fue André Hellegers quien más lo difundió y le adjudicó el carácter inherentemente interdisciplinar que hasta día de hoy posee, ya que la concibió como un lugar común de diálogo entre distintas ciencias para orientar la vida humana (Gracia, 2004, p. 107). También Daniel Callahan destacó que, el principal objetivo de la bioética era dar solución a los problemas éticos que planteaban los nuevos y mediáticos progresos en la manipulación de la vida humana y el medio ambiente (Torralba, 2002, p. 46). Aunque se puede establecer una pequeña diferencia entre ambos. Mientras que el planteamiento de A. Hellegers en el Kenedy Institute podría definirse como más teórico, en el sentido de establecer una clarificación terminológica y una orientación precisa de los problemas, la posición de D. Callahan en el Hastings Centre era más práctica y orientada a la acción (Cuyás, 1997, p. 4).

El informe Belmont de 1978 dio un gran impulso a la bioética, y se podría decir que a muchas otras éticas aplicadas a la práctica sanitaria y experimental. Pues los principios de la bioética, es decir los principios éticos de justicia humana que aparecen en este informe, son principios éticos básicos no sólo en la medicina sino en cualquier experimentación científica (Nat. Com. For the protection of human subjects and of biomedical and behavioral research, 1979). En efecto, el informe Belmont estableció lo que hoy se conoce como principios de la bioética, y principalmente fueron los siguientes: En primer lugar, el respeto a las personas como seres autónomos y la protección de aquellos cuya autonomía se ha visto disminuida. En segundo lugar, el principio de beneficencia, como una obligación moral del médico por procurar el bienestar y la salud, que a su vez engloba el principio hipocrático de no-maleficencia. En tercer lugar, el principio de justicia médica sobre los beneficios y los responsables de las investigaciones (Cortina, 2001, p. 225).

La bioética se estableció de esta forma como una ética aplicada21, pero a diferencia de otras éticas aplicadas, la bioética se ha ido nutriendo de contenidos éticos específicos poco a poco, que surgen de la demanda de los afectados por las actividades, y que van universalizándose (Cortina, 2001, p. 224).

Aunque los principios que han regido el desarrollo de la bioética se establecieron en gran parte gracias al informe Belmont, permaneciendo casi inalterados, lo que sí ha cambiado son los temas que preocupan a la bioética. A. Cortina (2011a, p. 208) establece tres niveles, que pese a estar muy vinculados entre

20No obstante, el proyecto de V. R. Potter no llegó tan lejos, ya que hasta hoy en día, esta disciplina ha sido pensada y desarrollada más como una ética aplicada, como vigía perpetuo de los avances de las ciencias naturales, apostando siempre por el lado más humano, que como una ciencia nueva y puente entre filosofía y ciencia (Bonete, 2010, p. 25).

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A través de los problemas que centraron la atención de la bioética desde finales del s. XX hasta hoy, se puede observar que los dos grandes bloques que trata la bioética son la ecología y la práctica sanitaria, o lo que es lo mismo, una bioética ecológica y otra médica, dando lugar por tanto al nacimiento bilocado de esta ciencia (Abel, 2001, p. XIII-XVII).

sí, abordan una problemática diferente. Un nivel macro de la bioética, centrado en el tema ecológico principalmente así como también de la creciente amenaza de la vida humana en un contexto tanto presente como futuro; un nivel intermedio o meso, centrado en la Economía de la Salud y la ética de las organizaciones sanitarias; y un último nivel micro de la bioética que se refiere a las cuestiones que plantea la genética y las ciencias experimentales enfocadas a la individualidad del sujeto humano.

Los tres niveles de los que da cuenta A. Cortina, también indican la trayectoria de la bioética, pasando de lo grande a lo pequeño. Es decir, de la preocupación por los temas de gran alcance y que engloban a multitud de individuos, tales como la ecología o las organizaciones sanitarias, cada vez al plano más íntimo del ser humano y a sus estructuras más pequeñas, al dominio de la genética. El paso del nivel macro al micro de la bioética indica el paso de una preocupación de los grandes interrogantes que plantean las biotecnologías —tanto aplicadas al ser humano como al medio ambiente— así como también de las cuestiones que surgen en la práctica clínica22. Estas últimas se refieren a problemas prácticos de la vida humana que surgen en el contexto sanitario y que necesitan de la ética como regulador y orientador, por ejemplo el consentimiento informado, la relación médico-paciente, la eutanasia, el aborto, el suicidio asistido, etc. Este paso de lo grande a lo pequeño, que se refleja en el nivel microbioético, ha provocado el que muchos autores vean en la bioética el origen de la neuroética, entendiéndola en su dimensión práctica como una ética aplicada, incluso como una ética de la tecnología médica (Fins, 2011, p. 895).

Pero no sólo son los orígenes de la bioética los que guardan relación con la neuroética en referencia a la atribución del sentido —como ciencia nueva o aplicada— sino también por el constante proceso construcción a la que las dos están sometidas. Es interesante ver cómo diversos autores coinciden en este punto. Enrique Bonete (2010), por su parte, afirma refiriéndose a la bioética:

Su status epistemológico no está del todo claro, y los contenidos sobre los que ha de versar tal disciplina tampoco, pues continuamente se replantean en la misma medida en que se suscitan nuevos dilemas morales, gracias a los avances técnicos y mejores conocimientos aplicables al origen y desarrollo de la vida humana (p. 25)

A este respecto, Francisco Torralba (2002) apunta:

Se puede afirmar, con propiedad, que la bioética es una disciplina in fieri, pero no por incapacidad o falta de tenacidad de sus protagonistas, sino porque no puede ser de otro modo, porque esencialmente siempre se está haciendo. El gerundio es el tiempo verbal

22La bioética no experimentó solamente un cambio de visión hacia lo micro —en referencia al cerebro— sino una apertura del nivel macro hacia el nivel organizacional. A partir de la década de 1990 del s. XX, se produce una confluencia entre las preocupaciones de la bioética y las organizaciones sanitarias, dando lugar a lo que se conoce como «ética de las organizaciones sanitarias» (García-Marzá, 2005b; Conill, 2004, p. 265). La progresiva introducción de la gerencia en los hospitales puso de manifiesto la dimensión organizacional de los centros sanitarios, y evidenció la necesidad de identificar sus valores y su carácter éticos, para orientar las decisiones y acciones que se tomen en la práctica.

que se adapta mejor para describir la razón de ser de esta disciplina, pues cualquier presentación acabada de la misma debe someterse a crítica y se ve obligada a plantearse nuevos desafíos (p, 50).

Las palabras de E. Bonete indican la dimensión histórica de la bioética, pues las clasificaciones que de ella hacemos, tanto de sus temas comunes como de sus objetivos, las hacemos a posteriori, con el paso de los años. Y precisamente, como esos temas y objetivos que trata, cambian al poco tiempo —porque también cambia la tecnología con la que se estudia la bioética— el ser humano se enfrenta a una disciplina en constante construcción. Se hace visible así una especie de bucle sin fin: las nuevas tecnologías en bioética provocan nuevas preocupaciones y dilemas morales tanto por las prácticas como por los resultados, y a su vez, los resultados de las investigaciones necesitan de nuevas tecnologías para su estudio. Esta caracterización dinámica será heredada también por la neuroética, provocando el nacimiento de su dimensión práctica o lo que A. Roskies denominó «ética de la neurociencia» (Roskies, 2002, p. 21).

Las palabras de F. Torralba también apuntan este carácter inacabado de la bioética, destacando que toda pretensión de finalidad —en el sentido de fin como algo terminado— debe ser rehuido por la bioética, ya que al tratarse de una ética aplicada, su fundamento reside en la crítica y orientación de la aplicación científica, así como en la demanda de los propios afectados. La bioética siempre tendrá un carácter dinámico y cambiante, excepto en sus fundamentos y principios éticos que le proporcionan su carácter de justicia y deben permanecer siempre inalterados

―porque proporcionan el marco de actuación de las aplicaciones médicas y

ecológicas.

No obstante, aunque el término neuroética pueda parecer que sólo implique las consideraciones neuro- o cerebrales para su tratamiento ético, lo cierto es que tanto la biología evolutiva como la genética, tienen un importante papel en el tratamiento de esta nueva ciencia. Si hasta ahora se han considerado las aportaciones desde la neurociencia y desde la bioética hacia la neuroética, cabe ahora destacar las que ha realizado la genética. Trabajando conjuntamente con la neurociencia, la genética ha proporcionado las bases genómicas que ayudan en gran parte a determinar los componentes neurales de muchos comportamientos morales. Por lo tanto el enfoque interdisciplinar de estas dos disciplinas se hace muy necesario.

2.4La neuroética desde la genética

Neurociencia y genética van de la mano en un camino en el que, para detectar las bases formativas del comportamiento humano, se necesitan tanto las investigaciones del cerebro en su constante formación, como lo que éste ha heredado de sus antecesores. Por ello, parece conveniente resaltar las relaciones entre la genética y la neuroética porque: el estudio minucioso de la estructura del material genético hereditario requiere de una orientación ética para garantizar la integridad de la autonomía y libertad humanas, y para que los resultados no sean negativos para la vida humana y vayan en su perjuicio.

A partir de la identificación del ADN humano23, empezó una carrera imparable sobre el estudio de la naturaleza humana en su traducción a patrones genéticos, en cuanto a composición y estructura del material hereditario, así como del «conocimiento de los mecanismos moleculares de la acción génica ―código genético» (Bonete, 2010, p. 39). Este ingente desarrollo tuvo lugar a partir de la década de 1970, y coincidió con la formación de la bioética, como ya se ha comentado en el punto anterior.

El gran avance de la genética radica en el descubrimiento del código genético, lo que sin duda ha supuesto un cambio de paradigma para la biología en general. Precisamente, la investigación del código genético inscrito en el ADN humano, posibilitó el nacimiento de la biología molecular. Esta nueva ciencia, o «técnica molecular» como la llaman algunos autores (Bonete, 2010, p. 40), permitió la rápida identificación de genes y marcadores genéticos así como su influencia, incluyendo una mayor comprensión de las enfermedades de transmisión genética como el síndrome de Down, el síndrome de Huntington o la enfermedad de Tay Sach.

Pero la posibilidad de estudiar la influencia genética conllevó una mayor preocupación acerca del mal uso de la predicción de los resultados en la predicción y el diagnóstico de enfermedades de este tipo (Illes & Bird, 2006, p. 514). En efecto, el posible mal uso de las investigaciones genéticas enumeró una gran cantidad de problemas y dilemas éticos, como por ejemplo: la defensa de la dignidad del sujeto humano y su individualidad genética —o respeto a la diversidad genética—, la protección y la inviolabilidad de la información y confidencialidad genéticas, e incluso la educación en torno a las enfermedades genéticas (Bonete, 2010, p. 41; Savulescu, 2006, p. 516-635).

Los avances en biología molecular impulsaron la creación del Human Genome

Project (HGP) promovido por el US Department of Energy y el National Institutes of Health, con el objetivo de apoyar los estudios de los problemas éticos, legales y sociales. Es importante señalar este hito porque la neuroética tomará, en la mayoría de sus definiciones, los términos ético, legal y social. No obstante, esto resulta más fácil de comprender si lo observamos en sus siglas en inglés: «HGP funds were designated for support of studies of the ethical, legal and social issues (ELSI)» (NHGRI, 2010; Illes & Bird, 2006, p. 514).

La neuroética tomará los términos ethical, legal and social en su definición y en gran parte de la bibliografía general y específica24. De hecho, desde el Congreso de San Francisco en 2002, los títulos de las cinco sesiones de sus conferencias ya se refieren a estos términos. Si se presta atención al índice: «Brain Science and the Self, Brain Science and Social Policy, Ethics and Practice of Brain Science, Brain Science and Public Discourse, Mapping the Future of Neuroethics» (Marcus, 2002, p. V-VII).

23La estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) fue descrito en 1953 por James D. Watson y Francis Crick, identificando los elementos químicos que contenían las instrucciones genéticas para la construcción y mantenimiento de la vida orgánica (NHGRI, 2010).

24Algunos de los autores que utilizan los términos ethical, legaland social son Martha Farah (2007, 2012, p. 573); Judy Illes & Stephanie S. Bird (2006, p. 514); Kathinka Evers (2010, p. 27) o Walter Glannon (2007b, p. xvii), entre otros.

La creación de ELSI, puede ser visto como un punto de inflexión sobre el gran impacto social de la ciencia y la responsabilidad que la comunidad de científicos toma sobre ellos, con la consiguiente consideración ética de sus implicaciones y resultados (Illes & Bird, 2006, p. 514).

En este sentido, la neuroética ha heredado también el término social policy en su definición ―también este fue el nombre que recibió una de las sesiones del Congreso de San Francisco. A partir de 2002, los neurocientíficos y profesionales de otras ramas empezaron a preocuparse más sobre las implicaciones éticas de los resultados de las investigaciones para prevenir su mal uso. Dichas implicaciones éticas se refieren a la reproducción de datos complejos, la participación cívica de los descubrimientos neurocientíficos, así como el liderazgo en el debate democrático con respecto al uso de los resultados apropiados de las investigaciones, considerando cómo influye la neurociencia en la política social. Se puede concluir por tanto, que la neuroética se ha convertido en la heredera científica de los temas que la investigación genética había empezado a tratar durante el s.XX.

Sin embargo, ¿cuál fue el motivo del gran impulso de la neurociencia frente a la genética en el estudio del comportamiento humano? Si los descubrimientos que la biología molecular había realizado fueron tan potentes y mediáticos, ¿qué necesidad hubo del giro hacia la neurociencia? ¿No era suficiente con la genética?

Es cierto que durante gran parte del s.XX, los estudios genéticos intentaron demostrar la gran influencia que tenían los genes en muchos aspectos de la psique y el comportamiento humano. No obstante, la propia ciencia genética se percató de las limitaciones que presentaba el estudio de los genes individuales a la hora de tratar con la psicología humana, pues ésta presenta una estructura más amplia y dinámica en la que se hace imprescindible estudiar las complejas interacciones entre los genes y el ambiente (Gazzaniga, 2006, p. 57-62). Por lo tanto, consciente del límite a la hora de realizar construcciones teóricas, la genética desplazó su punto de vista hacia una ciencia o técnica acorde con sus propuestas25.

Con la neurociencia, a diferencia de los estudios de genética, se consiguió abarcar una gran parte de la influencia genética sobre el comportamiento junto con las influencias del ambiente, desplazando el centro de atención a la actividad neural humana. También influyó en este cambio de perspectiva, las herramientas que proporcionaba la neurociencia, en concreto las imágenes por resonancia magnética

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En realidad, el cambio de paradigma no significa que la genética cediera el paso a la neurociencia, sino que se aunaron las dos perspectivas para una mejor comprensión del comportamiento humano. Pues muchos teóricos de la neurociencia utilizan hoy también aproximaciones y estudios genéticos para sus experimentos, y aún más, los tres grandes megaproyectos a nivel mundial sobre el cerebro humano combinan los estudios genéticos y neurocientíficos, como el Human Brain Project, BRAIN Initiative y el Brain Activity Map (Kandel et al., 2013a). De hecho, si comparamos los objetivos de estos tres con los del HGP, nos damos cuenta de que no son muy distintos en su metodología. Los tres proyectos anteriormente citados pretenden, respectivamente, la reconstrucción artificial y computacional de un cerebro humano, el registro individual de cada una de las células nerviosas del cerebro y la realización de un gran mapeado de las estructuras cerebrales (Kandel, et al., 2013a). Si aunamos estos tres objetivos en uno sólo pero con las miras puestas en la genética, a lo que nos lleva es al principal objetivo que tenía el HGP: la descripción, secuenciación y registro de los tres mil millones de pares de bases que componen el ADN del ser humano (Cortina, 2001, p. 252; Lacadena, 1989).

funcional (fMRI). Esta herramienta permitió la supuesta observación empírica de la influencia genética como del comportamiento fruto del ambiente, todo plasmado en diferentes áreas cerebrales. Como consecuencia, el desarrollo de la neurociencia en distintas parcelas de la realidad humana, es decir, tanto la cognitiva, como la afectiva y la social, no se hicieron esperar; como tampoco lo hicieron sus aplicaciones potenciales de entender, evaluar, predecir y controlar el comportamiento humano a partir de la observación del cerebro (Farah, 2012, p. 573). Sin embargo, no toda la herencia de la neurociencia a raíz de la genética es positiva. Pues el HGP tuvo grandes implicaciones éticas a las que no supieron responder las ciencias naturales que lo formaban, y que sin duda, se han vuelto a

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