Los niveles de realidad y de conducta
2. Niveles negativos
Nivel –1
Si, por haberse debilitado nuestra relación con el ideal de la unidad, carecemos de energía interna para ascender a los niveles 2, 3 y 4, nos movemos exclusivamente en el nivel 1 y tendemos a adoptar una actitud egoísta. En consecuencia, damos primacía a nuestro bienestar, consideramos a los de- más como un medio para nuestros fines, intentamos poseer y dominar cuanto nos rodea para incrementar nuestras gra- tificaciones de todo orden. Al no estar compensada esta ten- dencia al propio bienestar (nivel 1) con la voluntad de hacer felices a los demás (nivel 2), corremos riesgo de tornarnos egocéntricos e insensibles, poco o nada preocupados de ser bondadosos, justos y veraces con ellos, así como de unirnos a ellos y procurarles una vida bella. Al unirse esta insensibi- lidad con la costumbre de supeditar el bien de los demás a nuestros intereses, no tenemos mayor dificultad en hacérselo ver y sentir abiertamente, con lo cual herimos su sensibilidad y quebrantamos su autoestima. Iniciamos, con ello, el proce- so de vértigo y bajamos al nivel –1.
Dos jóvenes se unieron en matrimonio, y tanto su posi- ción social como su porte hacían presagiar un buen futuro. Tal presagio pareció cumplirse durante unos años. Pero un día, tras una larga estancia en el hospital, a la joven esposa se le diagnosticó una enfermedad crónica, que no es mortal
pero impide vivir normalmente. Cuando regresó a casa, las primeras palabras que oyó a su marido fueron éstas: “Lo siento, pero ahora ya no me sirves como mujer. Tengo que irme”. Y la dejó sola, con su hija. Esta frase dio un vuelco a su vida, porque le reveló de un golpe que su marido la había reducido a un medio para saciar sus apetencias (nivel 1), y, al perder calidad ese medio, resultaba para él “inservible” (nivel 1). Tal vez le haya dicho mil veces que la “amaba” con toda el alma. A juzgar por su actitud actual, nunca la amó de verdad (nivel 2). La apeteció (nivel 1) cuando ella tenía sus potencias en estado de florecimiento. Ahora la ve inútil, co- mo un utensilio estropeado (nivel 1), y se apresura a canjear- la por otro nuevo. Las operaciones de canje son típicas del trato con meros utensilios. Realizarlas con personas supone un rebajamiento de éstas al nivel 1. Es, por eso, un acto de violencia. Decirlo abiertamente a la persona interesada supo- ne un ultraje e implica una caída en el nivel –1.
Nivel –2
Si alguien considera a otra persona sólo como un medio para sus fines –por tanto, como una posesión–, y no ve satis- fechas sus pretensiones, puede llegar a desahogar su frus- tración con insultos e incluso con malos tratos, psíquicos y físicos. Se trata de una ofensa de mayor gravedad que la an- terior y supone la caída en el nivel –2.
Actualmente, la sociedad se halla confusa e indignada an- te el fenómeno de los malos tratos entre cónyuges. Se recla- man, para evitarlo, toda clase de medidas policiales y judicia-
les. Pero apenas hay quien se cuide de investigar las fuentes de esta calamidad social. El análisis de los niveles de realidad y de conducta nos permite radiografiar este fenómeno dege- nerativo y poner al descubierto algunas de las causas básicas de la misma.
Nivel –3
En casos, la persona rebajada de nivel intenta salvar su dignidad alejándose de quien no le garantiza un mínimo de respeto, estima y colaboración. Si éste sigue entregándose al poder seductor del vértigo del dominio, puede verse tentado a realizar el acto supremo de posesión que es matar a una persona para decidir de un golpe todo su futuro. Al hacerlo, se precipita hacia el nivel –3. No pocas personas manifiestan su estupor ante el hecho de que alguien mate a quien com- parte con él la vida. Visto aisladamente, es un hecho que pa- rece inverosímil. Si lo situamos en su verdadero contexto (que es el nivel –3) y lo vemos como derivación del nivel –2, con cuanto implica, advertimos que estamos ante una caída por el tobogán del vértigo. Todo es injustificable, pero resul- ta perfectamente comprensible cuando conocemos las fases de la vía de envilecimiento que es el proceso de vértigo.
Nivel –4
En esta caída hacia el envilecimiento personal, cabe la posibilidad de llevar el afán dominador al extremo de ultra- jar la memoria de los seres a quienes se ha quitado la vida. No pocos terroristas han mancillado las lápidas que guar-
dan los restos de sus víctimas. Esta vileza los hunde en el abismo del nivel –4. La burla es una forma prepotente de dominio, propia de quien disfruta altaneramente al presen- ciar el espectáculo de la estatua derribada. En el fondo, las actitudes propias de los niveles negativos son formas cada vez más agresivas de dominio. Están inspiradas por el ideal egoísta de dominar, poseer y disfrutar, así como las actitudes características de los niveles positivos responden al ideal ge- neroso de la unidad y el servicio.
Un ejemplo de caída en los cuatro niveles negativos
El proceso de envilecimiento en cinco fases es recorrido por la figura literaria de Don Juan, configurada en el Siglo de Oro español por Tirso de Molina y recreada posteriormente por numerosos autores: Molière, Zorrilla, Torrente Balles- ter..., y de modo singular por Daponte-Mozart en la genial ópera Don Giovanni.
Don Juan representa el tipo de hombre que toma a las mujeres como medios para sus fines eróticos y –lo que es to- davía más grave– para satisfacer su afán de dominio median- te la burla. Cuando su criado Catalinón lo califica de “el gran burlador de España”, Don Juan considera esta califica- ción como un “gentil nombre”14 y no duda en confesar que
halla su mayor gusto en burlar a una mujer y dejarla sin ho- nor15: “Ya de la burla me río. ¡Gozaréla, vive Dios!”16. 14. Cf. Tirso de Molina: El burlador de Sevilla y Convidado de piedra, vs. 1280,
1485.
15. O. cit.,1315-1317.
Don Juan no enamora a las mujeres; las seduce con falsas promesas y, no bien se le entregan, las deja burladas (niveles
1, –1), que es una forma cruel de dominio.
Cuando alguien le hace frente para pedirle cuenta de sus tropelías, reacciona con violencia y mata (niveles –2 y –3).
Se mofa incluso de sus víctimas. Su afán de burla no se detiene ni ante el umbral que separa esta vida de la eterna. Hace chanzas, en el cementerio, con la estatua del Comendador, a quien él mismo había dado muerte alevosa, y le invita a ce- nar en su casa (nivel –4).
Este espíritu altanero le impide arrepentirse, acto creativo consistente en asumir la vida pasada como propia, reconocer que ha sido mal orientada y prometer ante el Creador –ori- gen del orden natural y el moral– configurar la vida futura con un proyecto existencial más ajustado a la dignidad de la persona. Don Diego dice a Don Juan:
“Mira que, aunque al parecer
Dios te consiente y aguarda, su castigo no se tarda, y que castigo ha de haber para los que profanáis
su nombre; que es juez fuerte Dios en la muerte”.
Don Juan contesta:
“¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
De aquí allá hay gran jornada”17 17. O. cit., vs. 1442-1450.
No resiste Don Juan la confrontación de sus actitudes ne- gativas con las actitudes positivas que reclama la vida ética y la religiosa, y acaba destruyendo su personalidad, o, dicho en lenguaje religioso, “condenando su alma” (nivel –5). Don Gonzalo –el Comendador, representante en la obra del nivel ético y el religioso– le dice a Don Juan con energía:
“Dame esa mano;
no temas, la mano dame”.
Don Juan contesta:
“¿Eso dices? ¿Yo, temor?
¡Que me abraso! ¡No me abrases con tu fuego!”.
Don Gonzalo agrega:
“Este es poco
para el fuego que buscaste”18.