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La literatura como concepto es sumamente compleja y aunque la mayoría de críticos al hacer sus lecturas de textos literarios parten de una noción clara y estable de lo que es

literatura, la verdad es que en el momento en que comparamos ciertas lecturas críticas con otras con respecto a un mismo texto, descubrimos que la noción misma de

literatura está minada por el desacuerdo.

En nuestro estado del arte nos hemos encontrado con dos de las miradas más reiterativas con respecto a aquello que la crítica ha denominado literatura. En primer lugar, nos encontramos con una tendencia esteticista muy marcada, según la cual „lo importante‟ de una obra literaria reside en su calidad formal. Este es el tipo de crítica que parte de la afirmación de que “[se] denomina „literatura‟ a los escritos que parecen buenos”

(Eagleton, 1988, p.21); es decir, bien escritos y/o bellamente escritos. Es desde este paradigma esteticista que críticos como Jorge Echeverry -entre otros-, encuentran en las primeras novelas de la violencia un objeto de estudio problemático, cuya categorización como literatura es, en sí misma, inconveniente. Es así como Jorge Echeverry afirma –al hablar de un prologuista de una de estas primeras novelas de la violencia- que: “lo que no comprende el autor de la nota introductoria es que cuando se mira con criterio artístico, con criterio literario, con criterio de narrativa, no se puede colocar el énfasis en el aspecto político” (1988, p.9) ¿Y por qué no se puede colocar el énfasis en el aspecto político? Es más ¿Qué entraña eso que Echeverry denomina „el aspecto político‟?

Refirámonos por ahora al primer interrogante. Esta postura de Echeverry según la cual

la literatura debe mantenerse alejada del „aspecto político‟, se afilia a una corriente de la crítica literaria según la cual la literatura es un discurso no pragmático (Eagleton, 1988, p.18), que sólo debe servir a sus propios intereses consistentes en elaboraciones bellas –por eso la hemos llamado tendencia esteticista-:

La literatura de la belleza, del amor por encima de los tiempos y las circunstancias, dejando el panfleto y anécdota para meternos más en otras alternativas, dejándole el cambio de ese maltrecho mundo objetivo a los políticos que tienen como misión en la tierra cambiar el mundo, y dejándole la interpretación de ese mundo a los sociólogos, historiadores y economistas. Dejemos que la literatura nos presente la alternativa poética a este mundo maltrecho que nos ha tocado en suerte (Echeverry, 1988, p.20)

Esta definición de la literatura implica dos cosas. La primera, que las obras nacen literarias; es decir, que en la medida en que sean bellas y universales, éstas entrarán automáticamente al campo de lo literario, sin mediación de ningún tipo, pues como esencias redondas, las obras hablan por sí mismas. La segunda, que de ninguna manera una obra debe „contaminarse‟ con los asuntos de la realidad. Para que un texto sea literario, se requiere que se aleje de la intención de cambiar el mundo –misión reservada a l@s polític@s-, y se ocupe en la labor de crear realidades otras.

Ahora refirámonos a la segunda mirada con respecto a la literatura. El crítico Bodgan Piotrowsky, que intenta validar como literatura las primeras novelas de la violencia en razón de su función como purificadoras de emociones morales y como vehículo de la catarsis social, tiene por objeto más amplio proponer la categoría de literaturas nacionales hispanoamericanas; categoría que al utilizar la palabra nacionales nos muestra que en Piotrowsky la literatura es comprendida desde la frontera de la identidad; situación que forzosamente propone un diálogo distinto entre literatura y realidad.

Así las cosas, parecería que posturas como la de Piotrowsky pertenecen a otro paradigma de la literatura dentro del cual el „logro estético‟ de la obra no es El Punto de Referencia para calificar un texto de literario o no. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En un momento de su texto crítico, Piotrowsky dice que:

Se admite que la literatura comprometida corre el riesgo de no ser lograda artísticamente, puesto que ante todo se propone trasladar de manera directa las situaciones de la realidad al escrito. Pero el autor procura referirse al tema por medio de recursos literarios, y de este modo enriquecer la lectura que realiza el público. El compromiso en la literatura permite al lector del siglo XX seguir, a un mismo tiempo, consideraciones políticas y literarias. Corresponde a los intereses de la actualidad. No cabe duda de que existen ejemplos donde la narrativa no pierde nada de sus valores literarios y gana en la trama que cautiva la atención de la sociedad (2010)

Como podemos ver, aunque la búsqueda de Piotrowsky hace énfasis en otro aspecto de la cuestión literaria –correspondiente a lo identitario y, en esa medida, a lo social-, básicamente se trata de un mismo paradigma que asume una relación esencial entre

literatura y „logro estético‟. Es por ello que al referirnos a la mirada de Piotrowsky hablamos de otra mirada y no de otro paradigma.

Hasta el momento entonces, parecería que lo problemático del concepto literatura que hemos anunciado al principio no existe, pues si tanto para los críticos que quieren mirar sólo el aspecto formal de las obras, como para los que quieren ver el aspecto social de las mismas, el punto de partida es el texto literario como artefacto „estéticamente logrado‟, ¿en dónde radica el conflicto?

Paradójicamente, el problema se encuentra en la definición de lo que es considerado la esencia de la literatura. Así, cuando nos devolvemos un paso y antes de afirmar que una obra es literaria por su „logro estético‟, nos preguntamos ¿qué es eso del „logro estético‟? Nos encontramos frente al meollo del asunto.

Eagleton dice que muchos teóricos de la literatura –vinculados, de una u otra manera, a la corriente formalista- coinciden en que dicho „logro estético‟ puede ser evaluado en una particular utilización del lenguaje. “[Estos críticos] vieron el lenguaje literario como un conjunto de desviaciones de una norma, como una especie de violencia lingüística: la literatura es una clase „especial‟ de lenguaje que contrasta con el lenguaje „ordinario‟ que generalmente empleamos. El reconocer la desviación presupone que se puede identificar la norma de la cual se aparta” (Eagleton, 1988, p.15).

La argumentación formalista parece perfectamente clara y coherente. Se considera literario aquel lenguaje que rompe con lo ordinario para proponer una utilización „original‟ del mismo. No obstante, Eagleton problematiza esta postura al afirmar que “el

hecho de que el lenguaje empleado en una obra parezca „alienante‟ o „enajenante‟ no garantiza que en todo tiempo y lugar haya poseído esas características” (1988, p.16). Aquí Eagleton no nos dice que debemos prescindir del concepto de „logro estético‟, más bien llama la atención sobre su naturaleza histórica.

Cuando los críticos hablan sobre la belleza de una obra o su logro formal, como punto de partida estable, implican que existe una forma esencial de lo estético, que sobrepasa tiempos y espacios en una versión unificadora de lo bello. Sin embargo, gracias a la afirmación de Eagleton podemos ver que un lenguaje sólo puede considerarse „original‟ con respecto a un contexto que dé cuenta de una cierta normalidad, y que, en estos términos, no se puede hablar de literatura como una categoría ontológica.

Así, las intenciones de la crítica literaria del paradigma esteticista que pretenden una aproximación a las obras literarias en búsqueda de su esencia quedan derrumbadas por la mirada de Eagleton, la cual evidencia que “no hay absolutamente nada que constituya la „esencia‟ misma de la literatura. Cualquier texto puede leerse sin „afán pragmático´, suponiendo que en esto consista el leer algo como literatura; asimismo, cualquier texto puede ser leído „poéticamente‟” (1988, p.20).

Ahora bien, lo anterior no quiere decir que no exista la literatura, o que se disminuya su valor, simplemente pretende evidenciar que, como afirma Eagleton, “no hay ni obras ni tradiciones literarias valederas, por sí mismas, independientemente de lo que sobre ellas se haya dicho o se vaya a decir” (1988, p.23). Es decir, que literatura son los textos que constituyen un corpus en la misma medida que lo que la crítica dice sobre ellos. Por lo tanto, silenciar el papel de la crítica en la construcción de lo que es literatura no es muestra de objetividad, sino de una cierta postura ideológica.

“De acuerdo a la lectura que Althusser hace de Marx, la ideología no es simplemente un conjunto de ilusiones, […] sino un sistema de representaciones (discursos, imágenes, mitos) que hace referencia a las relaciones reales en las que la gente vive” (Belsey, 1985, p.355)32. Según esta afirmación todo está permeado por la ideología, y asimismo, la ideología se nutre de todo aquello que participa de la construcción de las relaciones de poder, como diría Foucault.

32“According to Althusser‟s reading of Marx, ideology is not simply a set of illusions, as The German

Ideology seems to argue, but a system of representations (discourses, images, myths) concerning the real

“Según Althusser las prácticas ideológicas son apoyadas y reproducidas por las instituciones de nuestra sociedad” (Belsey, 1985, p.356)33, a estas instituciones „guardianas‟ de los intereses de la ideología, Althusser las llama Aparatos Ideológicos de Estado. Para este pensador neo-marxista la educación es el AIE34 más importante de las sociedades capitalistas contemporáneas, y la literatura, al igual que la historia y las ciencias se encuentran al interior de esta fuerte institución.

Es claro que cuando Belsey –desde una mirada Althusseriana- incluye a la literatura dentro de la educación, no quiere decir que las obras literarias en sí, contribuyan a la perpetuación de la ideología; sólo evidencia que la literatura como institución –es decir, como crítica y teoría también- muchas veces si contribuye al fortalecimiento de una cierta „forma‟ de las relaciones en la sociedad.

Así, como lo plantea Eagleton, “los intereses son elementos constitutivos de nuestro conocimiento, no meros prejuicios que lo ponen en peligro. El afirmar que el conocimiento debe ser „ajeno a los valores‟ constituye un juicio de valor” (1988, p.26). Muchas veces este juicio de valor silenciado, que pretende objetividad, se encuentra en consonancia con los intereses de la ideología, los cuales podrían simplificarse en una búsqueda por “oscurecer las condiciones reales de la existencia”, cosa que se logra “presentando verdades parciales” (Belsey, 1985, p.356)35 a través de los AIE.

En este punto intuimos que si la ideología se ha preocupado por silenciar las dinámicas reales de la literatura, tal vez es porque la literatura tiene más poder del que nos han mostrado. Así pues, muy posiblemente la idea de que “el arte es mentiroso en su esencia” (Echeverry, 1988, p.17), ha sido convenientemente difundida por los intereses del status quo. De esta intuición nos surgen dos interrogantes: ¿Dónde reside el poder de la literatura? Y ¿en qué sentido este poder se convierte en una amenaza para los intereses de la ideología?

Antes de procurar dar respuesta a estos dos interrogantes, refirámonos al que dejamos sin resolver cuando hablamos de la tendencia esteticista de la literatura; a saber ¿qué entraña eso que Jorge Echeverry llama el „aspecto político‟? La respuesta a este interrogante nos conducirá a una comprensión más profunda del desarrollo de los dos últimos.

33“according to Althusser ideological practices are supported and reproduced in the institutions of our

society” (Belsey, 356)

34 Aparato Ideológico de Estado

Siempre me ha generado curiosidad la actitud que muchos amantes de la literatura – aficionados y estudiosos- toman frente a la palabra política. En varios debates sobre literatura, cada vez que menciono esta palabra, las personas hacen un gesto de incomodidad y dicen que nos estamos saliendo del tema. No creo que esta reacción tan generalizada implique que los lectores y lectoras de literatura vivan en un mundo de fantasía, pero si pareciera que mi concepción de política no se encuentra con la de ell@s en algún punto.

Parece que normalmente se entiende por política –especialmente en Colombia- una serie de prácticas que, bien sea a nivel individual o comunitario, tienen por objeto favorecer una determinada ideología, la cual en la praxis se materializa en partidos políticos. Desde esta perspectiva la resistencia de l@s lectores y lectoras frente a la politización de la literatura es comprensible, pues según la concepción de política que hemos expuesto, se entendería por literatura politizada una serie de textos „instrumentales‟ que servirían convenientemente a unos intereses parcializados. Esta posibilidad atenta directamente contra la percepción de l@s amantes de la literatura, que ven en ésta un espacio de libertad36.

De la libertad hablaremos más adelante. Por ahora me interesa aclarar que cuando me refiero a la política en relación con la literatura lo hago desde una perspectiva contemporánea, que ha reconfigurado la comprensión tradicional de este término y que personalmente encontré en la lectura del filósofo francés Jacques Rancière.

En su texto Sobre políticas estéticas, Rancière define la política como un proceso en el cual distintas voces de la humanidad se confrontan con respecto a elementos constitutivos de las relaciones sociales para alcanzar nuevos acuerdos:

Esta distribución y esta redistribución de lugares y de identidades, esta partición y esta repartición de espacios y tiempos, de lo visible y de lo invisible, del ruido y del lenguaje constituyen eso que yo llamo la división de lo sensible. La política consiste en reconfigurar la división de lo sensible, en introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la palabra a aquellos que no eran considerados más que como animales ruidosos (Rancière, 2005, p.19).

Según la acepción rancieriana de la política, ésta no consiste en una serie de prácticas esporádicas y que se intensifican antes de unas elecciones; se trata más bien de un transcurso continuo gracias al cual la división de lo sensible es siempre una estructura móvil, flexible y cambiante „por naturaleza‟.

La división de lo sensible, creada y recreada por la política constantemente37, es una cierta forma de la percepción; de hecho, se constituye como La Forma de la Percepción, es decir, como la manera „aceptada‟ de la percepción y así, como la realidad. Ahora, Rancière plantea que, a pesar de lo dinámica que pueda ser la política y la división de lo sensible, siempre hay márgenes en la política: grupos de personas y asuntos que no entran a formar parte de la discusión. Entonces ¿qué sucede con estos márgenes?

Aquí el filósofo francés plantea un segundo concepto fundamental dentro de su pensamiento; se trata de la estética. Hasta el momento hemos visto la estética como aquella esencia que muchos críticos han querido imponerle a la literatura; no obstante, Rancière re-plantea este concepto a la luz de su concepción del arte y del mundo contemporáneo.

La noción de arte de Rancière se encuentra muy cercana a la de literatura de Eagleton, pues parte de la afirmación de que éste [el arte] es considerado como tal según un régimen de identificación determinado. “Un régimen de identificación del arte es aquel que pone determinadas prácticas en relación con formas de visibilidad y modos de inteligibilidad específicos” (Rancière, 2004, p.22). Esto significa que el arte no es arte por una característica intrínseca de la obra, sino por aquello que se haya construido y establecido –social, política, cultural, académicamente, etc.- como artístico, bello, estético, etc. En este sentido, podemos afirmar que para Rancière las categorías de lo bello y lo estético son históricas38.

En nuestro actual régimen de percepción, llamado por Rancière régimen estético, “la propiedad de ser considerado como arte no se refiere a una distinción entre los modos del hacer, sino a una distinción entre los modos de ser. [El arte] aparece a través de una experiencia específica que suspende las conexiones ordinarias no solamente entre apariencia y realidad, sino también entre forma y materia, actividad y pasividad, entendimiento y sensibilidad” (Rancière, 2004, p.24).

En este orden de ideas, para el filósofo francés es arte aquel objeto que invite al espectador a experimentar una percepción distinta de la que nos ofrece nuestro entorno cotidiano. Es desde esta perspectiva que Rancière define la categoría de estética como

37 Al menos en un plano ideal, ya que en el plano práctico difícilmente podemos ver este proceso de

recreación constante –Rancière es consciente de esta situación-. Muchas veces, ni siquiera nos es dado escuchar las distintas voces de la humanidad. En este sentido, valdría la pena preguntarnos por el verdadero papel de la ideología con respecto a la política. Ideología y política no son lo mismo. Ideología es aquel grupo de instituciones ocupado en mantener la división de lo sensible tal como eso. La política por su parte, se ocupa de mantener dicha división de lo sensible en movimiento.

aquella propiedad del arte según la cual su ser no se identifica en razón de su perfección técnica sino más bien de acuerdo a una cierta forma de aprehensión de lo sensible, forma que se aleja de la división de lo sensible vigente.

Retomando pues el primero de los dos últimos interrogantes, diríamos que desde una perspectiva rancieriana el poder del arte en general –y en este sentido, también de la literatura- consiste en ofrecer otras aprehensiones de lo sensible, lo cual se traduce en presentar al espectador alternativas a la realidad actual y, en esa medida, recordarle que existen otras formas de configurar la división de lo sensible.

Ahora bien, se hace necesario mencionar un poder adicional de la literatura al que podemos referirnos como el poder de la escritura. En su artículo Lo imaginario y la historia en las novelas de los años 70, Tomás Eloy Martínez nos recuerda que “sólo lo que está escrito permanece, sólo lo que está escrito es: cuando esta posibilidad queda al descubierto, la novela advierte que tiene un arma poderosa entre las manos. Lo escrito, fábula o historia, es la versión última (pero no la definitiva) de la realidad” (1986). Así las cosas, la literatura no sólo tiene el poder de presentarnos otras formas de aprehensión de lo sensible, también tiene la ventaja de hacerlo en un medio que ha sido configurado como vehículo de permanencia y rigurosidad: la escritura. En este sentido vale la pena recordar las crónicas de Indias; cuando los españoles se encontraron con el continente americano, quisieron y tuvieron que dar testimonio detallado y verídico de lo que veían; para estos fines el mejor vehículo, por no decir que el único, fue la escritura. Ahora volvamos sobre el último interrogante: ¿en qué sentido este poder se convierte en una amenaza para los intereses de la ideología? Como ya lo decía Belsey, la ideología