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C ontacto e n tre dos civilizaciones ¿Quién pudo alegrarse de los fuegos artificiales

In document Por Que No Hay Extraterrestres en La Tierra (página 114-134)

cósmicos mientras las filas de butacas del fir­ mamento no se habían llenado más que de hielo y fuego?...El aplauso a la gran explosión no llegó hasta quince mil millones de años des­ pués.

Jo s t e i n Ga a r d e r, Maya, 2 0 0 0

Els e r h u m a n o , a lo largo de su historia, ha imaginado a los extra-

son antropom orfos, con más o m enos variantes de acuerdo con el nivel de im aginación del autor, pero con extrem idades, casi siem pre cuatro, u n cerebro y u n a colum na vertebral, o sea que la m ayoría de las veces parecen hum anos disfrazados; además, son inteligentes y siem pre tecnológicam ente más avanzados que nosotros, lo que no es ilógico si lograron llegar hasta la Tierra, y p o r razones poco claras, siem pre se esconden, p ero les gusta dejar rastros de su presencia, son egocéntricos. Pocas veces se p la n tea de d ó n d e vinieron y p o r q u é escogieron la T ierra o cóm o nos descub rieron . Sería muy útil que nos dijeran a qué recursos acudieron para localizarnos, y cóm o lograron atravesar las enorm es distancias que los separan de nosotros, y cóm o re­ solvieron el problem a del com bustible; quizá nos darían buenas ideas, pero nunca lo hacen, o sea que adem ás son egoístas. De­ cir que vienen de M arte es un poco anticuado: a estas alturas ya todo el m u n do sabe que en el m ejor de los casos, si hub o agua y vida en M arte, fue h ace m u ch o tiem po y n o pasó de estar constituida p o r algunas bacterias, cuya existencia fosilizada en el m e teo rito ALH-84001 es aú n motivo de g ran controversia. Así que busquém osles otra cuna y tratem os de analizar las peri­ pecias p o r las q u e los p o b res ex tra te rre stre s h an te n id o que pasar p ara llegar a n osotros, los en o rm e s esfuerzos q u e h an h ech o y el g ran gasto d e e n e rg ía q u e h a n invertido. Y, ¿para qué? Sería b u en o p regu ntárselos y p reg u n tarles si finalm ente consideran que h a valido la p en a toda esa odisea cósmica para vernos, p ero com o no se dejan ver, es difícil h acer preguntas y más o b te n er respuestas, p o r lo que m ejor analicem os p o r nues­ tra cu en ta cuáles son las dificultades im plícitas para el contac­ to, físico y no físico, en tre dos civilizaciones interespaciales.

VI. 1 . Ha l l a z g o y c o n t a c t o: d o s c o s a s m u y d i f e r e n t e s

C u a n d o se h ab la de vida e x tra te rre stre hay u n a te n d e n c ia a p resu p o n e r vida en u n estado avanzado de desarrollo, lo sufi­ ciente para te n e r conciencia de sí misma, de su ser y de su exis­ tencia, lo cual d e n o ta ya un g rad o sustancial de inteligencia. Casi siem p re pensam os en ex tra te rre stre s con los q u e p o d e ­ mos hablar, in tercam b iar experiencias e inform ación. Si bien es cierto que organism os conscientes y capaces de la com unica­

ción p u e d e n existir en alg un a p arte, tam b ién es cierto q ue pod ríam os d a r con form as de vida incapaces de com unicarse con nosotros. E n tre los seres vivos que p o d ríam o s en co n trar, habría que distinguir dos grupos: el pasivo, form ado p o r aque­ llos con los que la com unicación es im posible p o rq u e su estado evolutivo es primitivo, y el activo, form ado p o r aquellos con los que, n o sin esfuerzo, podríam os te n e r u n diálogo, o alguna for­ ma de intercam bio. P o niend o com o ejem plo la vida en la Tie­ rra, para u n extraterrestre en el prim er grupo estarían las trilo- bitas, los p rim ero s rep tiles o los din o saurios, q u e sien d o ya seres vivos de gran com plejidad y larga evolución, serían inca­ paces de co n tar su historia y describir su vida y su ser. Si algún ex tra te rre stre h u b ie ra d ad o con la T ierra en ese m o m en to , aun si h u b ie ra logrado el contacto físico, los anim ales vivos no habrían sido buenos interlocutores y ni hablar del ya inm enso reino vegetal de ese m om ento. U n ejem plo del segundo grupo somos los h u m an o s en n u e stro estado actual, p arlan ch in es, curiosos, conscientes y, sobre todo, capaces de buscar, y tal vez de lograr, la com unicación.

Cómo en co n trar a alguien que quiere ser enco n trad o es más fácil que a quien se esconde o es in diferente al en cuentro , será difícil h allar seres vivos pasivos a distancias muy grandes de la T ierra. P odem os tal vez d e te c ta r y re c o n o c e r las co nd icion es favorables p ara su existencia, com o la atm ósfera ox id an te de algún p la n e ta en la zona b iò tica de su estrella; p ero sin u n a señal de ellos, ¿cómo saber que ah í hay algo vivo sin p o d er ir a ver y tom ar m uestras del lugar? Por otro lado, más cerca, a dis­ tancias alcanzables p or nuestras sondas, don d e podem os tom ar m uestras, es decir, p o r el m o m en to sólo en el Sistema Solar, po­ dríam os, con u n poco de suerte, en co n tra r vida aún en estado muy primitivo y d ar fe de que el proceso que conduce a la acti­ vidad biológica no ha sido exclusivo de nuestro planeta. Actual­ m ente no existen pruebas sustanciales e irrefutables de eso.

La distan cia y la cap acid ad de desp lazam iento se im p o n en com o g ran d es lim itaciones a las expectativas de hallazgo de formas de vida. De estos problem as hablarem os más detallada­ m ente en la sección VI.2. Por el m om ento, parece claro que la form a de vida que hem os de en c o n tra r tam bién está d eterm i­ nada p o r la distancia a la que se en cu e n tre de nosotros: la for­ m a pasiva de vida no podrem os detectarla en otras galaxias, ni

siq u iera en los plan etas re c ie n te m e n te descub iertos en otras estrellas de la vecindad solar. La form a activa n o existe en nues­ tras cercanías, al m enos n o en el Sistem a Solar, p ues ya nos h ab ríam o s p erca tad o d e sus ganas de h a b la r con nosotros. C uando un anim al se mueve en la espesura de u n a selva es más fácil localizarlo que c u an d o p e rm a n ec e estático. El g rad o de desarrollo y de conciencia de u n ser vivo son com o su movili­ d ad en la selva. T enem os más esp eran za d e e n c o n tra r seres vivos activos, incluso a g ran d es distancias, sob re to d o si nos m andan algunas señales.

De fo rm a recíp ro ca, u n e x tra te rre stre q u e nos busca tam ­ bién te n d rá que enfrentarse con las lim itaciones de la distancia y la capacidad del desplazam iento (sección VI.2). Si nos move­ mos, si hacem os señales, tal vez nos localice más fácilm ente y aun así, a distancia, solam en te se p e rc a ta rá de n osotros, los hum anos parlanchines, y quizá n u n ca se en tere de que en casa tenem os gatos, canarios o lom brices en el ja rd ín .

E n c o n tra r vida, te n e r co n tac to y p o d e r co m un icarse con ella, son todas cosas muy diferentes. La vida pasiva en co n trad a reviste gran interés para la ciencia y el conocim iento básico de la n atu ra leza , de sus leyes y la u niversalidad de esas leyes. El hallazgo de vida activa, p o r o tro lado, re p re se n ta adem ás, un m o n u m e n to a n u estro p ro p io intelecto , u n p rem io a n u estra capacidad de búsqueda. D escubrir otros intelectos y otras con­ ciencias es com o reafirm ar nuestra propia existencia, aun antes de lograr contacto o com unicación con ellos.

¿Puede to d o ser vivo pasar de su e tap a pasiva a la activa? ¿Cuánto tiem po le tom a a esa larva ponerse de pie p o r sus pro ­ pios m edios y d esp erta r a la conciencia de sí misma? ¿Cuánto tarda u n ser vivo para te n er la capacidad de enviar señales a los vecinos? Para resp o n d e r estas preg u n tas n o podem os recu rrir a la estadística, somos nosotros el único caso que conocem os y de a h í te n d re m o s q u e sacar, p o r el m o m en to , todas nuestras conclusiones.

VI.2. Di f i c u l t a d e s p a r a e l c o n t a c t o f í s i c o No hay n ad a com o el contacto físico. Si de vida ex traterrestre se trata, tam b ién los h u m an o s creem os q u e p referiríam o s el contacto físico: p o d e r ver a los extraterrestres en la Tierra, con­

tarles n u estra historia, nuestros logros, nuestros problem as, o p o d er vernos nosotros en su p laneta y preguntarles todo. Es un poco com o buscar con q uien hablar, alguien que esté fuera de los problem as de casa y que nos escuche, au n q u e sólo sea para hacernos sentir mejor.

El aislam iento no le gusta a nadie y n uestro aislam iento cós­ mico ha d u rad o ya m ucho tiem po; quizá esto explique p o r qué la g en te a lo largo de los años h a sido tan p ro p e n sa a q u e re r ver extraterrestres o sus rastros en tantos sitios. ¿No será ése un gesto parecido al de quien h a estado tanto tiem po solo que ha com enzado a hablar con el viento? ¡Ah, si al m enos los vecinos vinieran a tom ar el café con nosotros! D esafortunadam ente tal vez, los vecinos cósm icos, d o n d e q u ie ra q u e estén , a u n si no estuvieran tan lejos, no p u ed en co rrer a hacernos u n a visita de cortesía y no so tros a ellos tam poco. El m u n d o en el q u e vivi­ mos es tan grand e que nos im pone el aislam iento, al m enos el aislam iento físico. T am bién p ara noso tros esto re p re se n ta grandes dificultades, a pesar de todos nuestros ad elantos tec­ nológicos y de la gran celeridad con la que han ido en aum ento. N u estro in d iscu tib le desarro llo in telec tu a l y tecn o lóg ico p o ­ dría hacer creer que si hoy somos capaces de volar aviones y de dirigir naves, tripuladas o no, por los páram os del Sistema Solar, en to n ces sólo es cuestión de tiem p o, y en unas décadas más, seguro serem os capaces de viajar e n tre las estrellas. L am ento ser pesim ista en ese sentido. Los pesimistas solem os pasar p o r aguafiestas, p o r incrédulos y faltos de horizonte. L am entable­ m ente, en cuestiones de viajes interespaciales más vale “p o n er los pies en la tierra”, ¡en el sentido literal! Perm ítanos el lector ex p o n er en las siguientes secciones, las razones de ese pesimis­ m o y describ ir de alg un a m a n e ra las dificultades que im plica in te n ta r el contacto físico con o tra civilización, o las q ue ellos te n d rían que en fre n ta r p ara e n tra r en contacto con nosotros, que desde luego son las mismas.

VI. 2.1. Distancias y velocidad de viaje Los principales problem as para el contacto físico con o tra civi­ lización estrib an en q u e las distancias en el espacio son muy grandes y que la velocidad de desplazam iento es lim itada. Si lo que querem os es te n e r contacto con otra civilización, lo m ejor

que p o d ría pasar es que no esté dem asiado lejos. Si tom am os com o m uestra u n a esfera alred ed o r del Sol que tenga 15 años luz de diám etro, sólo enco ntrarem o s dos estrellas parecidas al Sol ( a C entauri y x Ceti), de tem peratura, masa y tam año simi­ lares, de las que podem os, p o r tanto, su p o n er que han tenido u n a historia evolutiva parecida, colapso gravitacional con disco planetario y quizá la form ación de algún p laneta d e n tro de la zona biótica. Sin em bargo, llegar ahí, a esas estrellas de la ve­ cin d ad in m ediata, es u n p ro b lem a que n o p arec e te n e r solu­ ción. Veamos p or qué.

Si p u d ié ram o s viajar a la velocidad de la luz invertiríam os so lam en te 30 años en ir y volver. Eso, en cuestión d e tiem po, suena muy razonable; sin em bargo, no podem os viajar a la velo­ cidad de la luz y no lo p o d rem os h a c e r jam ás, com o verem os más abajo. Las naves que h a construido el h om b re en los últi­ mos 30 años p ara ex p lo rar el Sistema Solar, son los artefactos más veloces que se hayan fabricado, y viajan a la so rp ren d en te velocidad de hasta 20 kilóm etros p o r segundo, sin du d a u n a ve­ locidad que a nuestra escala cotidiana, es extraordinariam ente alta. Para te n er idea qué tan alta es esa velocidad, im aginem os un poblado fam iliar que se e n cu en tre a 20 kilóm etros de nues­ tra casa e im aginem os p o d e r llegar a h í ¡en so lam en te u n se­ gundo! A la velocidad de nuestras naves más rápidas, nos tom a­ ría 475 000 años a rrib a r a Alfa C en tau ri, y com o qu erem o s volver, tendríam os que invertir otros 475 000 años. H ab er llega­ do a la L una n o nos vuelve capaces de llegar a la estrella más c erc an a con u n poco más de esfuerzo, p u es la d ifere n cia de distancias es enorm e. La Luna está a 385 000 kilóm etros de dis­ tancia, u n a distancia ya en o rm e a escala h u m an a, y la estrella más cerc an a a noso tros, Alfa C en tau ri, a 4 años luz de nos­ otros, es d e c ir u no s 100 m illones de veces más lejos q u e la Luna. Si un viaje a la L una fuera equivalente al reco rrid o que hacem os desde la cocina de nuestra casa al dorm itorio, e n to n ­ ces u n viaje a Alfa C entauri sería com o un viaje a la Luna.

U na solución ap aren te a este pro b lem a es, desde luego, via­ ja r a velocidades más altas, y u n o de los argum entos que usa la g ente que piensa que hem os sido visitados p o r extraterrestres, o q u e no so tros m ism os p o d ríam o s visitarlos en el fu tu ro , es que seguram ente ellos tien en tal tecnología, que han consegui­ do construir naves que p u ed en viajar a velocidades m ucho más 121

altas, cercanas a la velocidad de la luz o incluso m ayores. En cuanto a nosotros, si hem os conseguido desarrollos tecnológi­ cos tan espectaculares en los últim os 100 años, com o volar apa­ ratos cotidianam ente, que transportan cientos de pasajeros a la vez, adem ás de p o n e r satélites artificiales en ó rb ita y tantas otras cosas, en to n ces es cu estión de tiem p o y quizá e n unas décadas más o un siglo más, podrem os seguram ente estar capa­ citados para viajar a la velocidad de la luz e incluso más rápido y, p o r lo tanto, organizar visitas a otros planetas y desarrollar el turism o cósmico.

Es posible que con los años consigam os h acer naves m ucho más rápidas que las de ahora, p ero ¿podrem os viajar a la veloci­ d ad de la luz y aú n más? La resp uesta es, d e safo rtu n a d am en ­ te, no.

VI. 2.2. Por qué no se puede viajar más rápido que la luz Constituye u n a experiencia cotidiana que un objeto que viaja a cierta velocidad tien e u n a can tid ad de en erg ía q u e los físicos llam an e n e rg ía cinética, p e ro p o d ríam o s d ecirle en e rg ía de m ovimiento. Esa cantidad de energía es igual a la que tenem os que invertir para lograr que ese objeto se mueva desde el esta­ do de rep oso hasta alcanzar esa velocidad. Si u n cu e rp o au ­ m e n ta su velocidad, a u m e n ta su en e rg ía de m ovim iento. La can tid ad de e n e rg ía de m ovim iento se calcula m u ltip licand o la masa del cuerpo p o r el cuadrado de su velocidad. Por lo tan­ to, si una m otocicleta duplica su velocidad, su energía de movi­ m iento au m en tará cuatro veces: a 80 kilóm etros p o r h o ra tiene 16 veces más en erg ía de m ovim iento que a 20 kilóm etros p o r hora. Es p o r eso que un im pacto a mayor velocidad es más peli­ groso. Esta p ro p o rc io n a lid a d de la en e rg ía y la velocidad se m antiene m ientras las velocidades sean m ucho m enores que la velocidad de la luz. A lbert Einstein d em ostró que para veloci­ dades cercanas a la velocidad de la luz, el aum ento de energía com o consecuencia de un au m en to p eq u eñ o de velocidad, es m ucho mayor. P or ejem plo, la en erg ía de m ovim iento de una partícula que se mueve a 99% de la velocidad de la luz, cuando au m enta a 99.9% increm enta su energía 3.2 veces. Si aum en ta a 99.99% la partícula gana otro factor 3.2. La energía de movi­ m iento tiende a ser infinita en la m edida que la velocidad tien­ de a ser la velocidad de la luz. De esta m an era, p ara que u n a

partícula con masa se mueva a la velocidad de la luz, su energía de m ovim iento d ebe ser infinita. Es p o r eso que n o es posible que u n a partícula con masa se mueva a la velocidad de la luz.

¿Por qué entonces la luz se mueve a la velocidad de la luz? La luz es u n fe n ó m e n o q u e p u ed e e n te n d e rs e com o u n a o n d a eléctrica y m agnética q u e viaja p o r el espacio o com o un cor­ púsculo o quantum de en e rg ía llam ada fotón . En am bas co n ­ cepciones, ni la p ertu rb a ció n electrom agnética ni los fotones tienen masa, y esto hace posible que la pertu rb ació n se despla­ ce a la velocidad máxima, universalm ente posible. La velocidad de la luz en el vacío es de 299 793 kilóm etros p o r segundo. En un m edio denso p u ed e ser un poco menor.

Es necesario darnos cuenta de que p o r ahora nuestra máxima velocidad de viaje no es, ya no digamos del 10% de la velocidad de la luz, ni siquiera del 1%, ¡es de solam ente del 0.005%! Esto im plica que tendríam os que im plem entar la tecnología necesa­ ria para au m en tar nu estra velocidad 20 000 veces, y eso a pesar de los grandes logros que hem os conseguido en las últimas dé­ cadas no es posible. Siendo verdaderam ente muy optimistas, es posible que en el futuro logrem os fabricar naves más rápidas y q u e logrem os viajar a u n a fracción co n siderab le de la veloci­ dad de la luz, digam os el 90%, y aun si eso lo consiguiéram os, nuestros problem as no estarían com pletam ente resueltos.

VI. 2.3. Combustible para la nave Para que una nave espacial logre vencer la fuerza gravitacional de nu estro planeta, p arta y se m an teng a en curso hasta el pla­ neta de los vecinos, se frene al llegar y al regreso repita el p ro ­ ceso en sen tid o inverso, es n ecesaria u n a gran c a n tid ad de energía. La velocidad de escape de la T ierra es de 11.2 kilóme­ tros p o r segundo. H a sido posible alcanzar esa velocidad, con gran consum o de com bustible, con los cohetes que p arte n en las m isiones interplan etarias. Si recordam os, gran p arte de la masa y el volum en del cohete son ocupados p o r el com bustible y el fuselaje que lo co n tien e; al final, sólo u n a p e q u e ñ a parte de todo el cohete, la cápsula mism a d o n d e viajan los tripulan­ tes o el eq uipo destinado a las m ediciones, son m enos del 5% de todo el aparato. En el caso de los viajes in terplanetarios en las inm ediaciones del Sol, el problem a de la energía para m an­

te n e r la nave en curso y las m a n iob ras necesarias h a sido re­ suelto con pan eles especiales q u e acu m u lan e n erg ía solar y usando la fuerza gravitatoria de algunos planetas com o fuente de im pulso adicional. D esafortunadam ente, para un viaje inter­ estelar, el Sol y las otras estrellas estarían muy lejos com o para co n trib u ir con en erg ía lum inosa que pued a transform arse en en erg ía de m ovim iento. Q u ed a p o r resolver en to n ces el p ro ­ blem a de la fu ente de com bustible que provea la energía para

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