• No se han encontrado resultados

PENSAR EN EL PAISAJE COMO RECURSO

MARCO TEÓRICO Y METODOLÓGICO

PENSAR EN EL PAISAJE COMO RECURSO

Tal como mencionamos al comienzo, nuestro enfoque en el estudio de la organización tecnológica no se restringe a las características particulares de los materiales arqueológicos y de los sitios conocidos, sino que contempla como elemento fundamental la ocupación del espacio y los desplazamientos de poblaciones en la zona boscosa. Ello requiere la realización de prospecciones sistemáticas y trabajos distribucionales a partir de la implementación de transectas, ya que en esta zona la intensidad de sitios y por ende, de materiales arqueológicos, es menor que en otro tipo de ambientes, como por

ejemplo la costa (Borrero y Casiraghi 1980; Borrero et al. 1981; Borrero 1985; Borrero et al. 1985).

Desde la etnología y etnoarqueología se han propuesto modelos que vinculan la frecuencia de desplazamiento de una población con la densidad de alimentos (Kelly 1995) y que establecen que la movilidad aumenta a medida que la temperatura decrece y la aridez se incrementa (Low 1990; Mandryk 1993; Belardi y Garcia 1994; Belardi 2005). En este caso, creemos que la disponibilidad de materias primas líticas puede constituir un factor condicionante en relación con los sitios de implantación y movilidad de las poblaciones.

Una de las premisas del proyecto en el que se inserta esta investigación, es que las zonas de bosques constituyen ambientes ricos en recursos, que provee de abrigo, reparo, combustible vegetal, plantas, madera como materia prima, etc. y por lo tanto pueden constituir un ambiente favorables para cazadores-recolectores, tal como se ha visto en numerosos estudios arqueológicos en el viejo mundo y en América (Piqué 1999; Berihuete 2006; Berihuete et al. 2007).

En el caso del bosque en la zona central de Tierra del fuego tiene además zonas lagunares que funcionan como espacios concentradores de avifauna en primavera y verano. Con respecto a los claros, éstos conservan guanacos durante el invierno, etc., (Mansur 2002; Mansur y Piqué 2009).

Sin embargo, las ocupaciones arqueológicas son siempre difíciles de detectar, y ello probablemente no tenga que ver con que la intensidad de ocupación del bosque sea menor que la de la estepa o con que el bosque no haya sido usado, sino con el problema de formación y conservación de sitios y de visibilidad arqueológica (ver capítulo 5).

Para abordar el estudio de esta zona son de gran importancia en lo metodológico los estudios distribucionales (Thomas 1975; Foley 1981a; Dunnell y Dancey 1983; Ebert 1992; Belardi y Garcia 1994; Belardi 2005; Barberena 2008), ya que permiten determinar, a través de la diferencia en la densidad de

87

como algo continuo pero con picos en su densidad, con lo cual la variabilidad en la densidad de los artefactos será el reflejo del carácter y la frecuencia de utilización del espacio.

El estudio distribucional permite un análisis en dos escalas diferentes: un estudio regional (i.e. densidades artefactuales) y uno suprarregional (i.e. proveniencia de materia prima) (Belardi y Garcia 1994; Belardi 2005). Para ello son fundamentales la utilización de diversos tipos de transectas: lineales, en cruz, etc. (Belardi y Garcia 1994; Belardi 2005), o dirigidas en lugares específicos donde se encuentren perturbaciones producidas por diferentes factores como por ejemplo revolcaderos, conejeras, caída de árboles, etc.

A partir de lo mencionado anteriormente, y considerando que el registro arqueológico es constante, y se encuentra diferencialmente distribuido en el paisaje, proponemos que debería existir una relación estrecha entre los lugares con mayor concentración de recursos y densidad de material arqueológico, disminuyendo la densidad en aquellos lugares donde los recursos se encuentran muy separados unos de otros o son muy escasos.

Para poder abarcar un estudio de este tipo puede plantearse, como punto de partida, la determinación de diversos rasgos del paisaje, entendido no como medio ambiente sino como éste en relación con las sociedades humanas (Wandsnider 1998; Anschuetz et al. 2001), y jerarquizarlos según la cantidad de recursos que comprenda cada uno.

Es fundamental agregar a este tipo de esquema la variable visibilidad arqueológica en relación a la cobertura vegetal de los diversos ambientes, lo que para la Isla Grande de Tierra del Fuego no es algo sin importancia, dado que gran parte de la misma se encuentra cubierta por diversas especies vegetales (Foley 1981a, b; Bintliff y Snodgrass 1988; Borrero et al. 1992; entre otros).

El paso siguiente es ver cuál de los ambientes disponibles en la región funcionaría como el mayor atractor para los grupos humanos que la habitaron, partiendo del supuesto que cuantos más recursos ofrezca un ambiente, mayor pudo haber sido su explotación (Bettinger 2001). Por lo tanto, también es esperable la reocupación de aquellos ambientes que brinden seguridad en cuanto a la explotación de algún recurso. Esta redundancia ocupacional sería

uno de los posibles factores que intervengan en la variabilidad en la densidad de artefactos arqueológicos (Dyson-Hudson y Smith 1978).

De esta forma se puede desarrollar una jerarquización hipotética del uso del espacio por parte de los grupos cazadores recolectores del interior de la Isla, que luego habrá que contrastar en el terreno, (a partir del diseño del estudio distribucional que puede incluir) en base a diversas metodologías como por ejemplo las transectas, prospecciones, sondeos, etc. (Belardi y García 1994; Belardi 2005).

Para ello es importante trabajar con escalas amplias que puedan abarcar un porcentaje del paisaje de tal modo que las características o los recursos de dicho paisaje no aparezcan como casos únicos o exóticos. Además, este tipo de análisis, nos permite comparar espacios mucho más amplios que si nos centramos únicamente en análisis de sitio (Binford 1992; Belardi 2005).

Por otro lado, los datos etnográficos nos ofrecen información acerca de la movilidad de las poblaciones cazadoras-recolectoras, en relación con la accesibilidad a los recursos, y que es esta movilidad la que les permite tener un control constante sobre el paisaje (Binford 1980; Belardi 2005). Para el área de estudio contamos con el aporte fundamental de las numerosas fuentes escritas de diversos autores mencionados en el capítulo 2, de las cuales las más completas son sin duda los estudios etnográficos de Gusinde (1982 [1937]) y Chapman (1986), los cuales brindan información que abarca el período final de las poblaciones cazadoras-recolectoras del centro de la Isla. La información de estos escritos, junto con la que aporta la arqueología, nos ayuda a comprender cual pudo ser la importancia que tuvieron los bosques para las sociedades fueguinas, no sólo para utilizar la madera como combustible, herramientas, sino también para la construcción de las chozas de actividades tanto cotidianas como ceremoniales (Mansur et al. 2007a, 2007b; Mansur y Piqué 2009).