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Perspectiva psicométrica

In document El desarrollo durante el envejecimiento (página 67-73)

4. Desarrollo cognitivo en la vejez

4.2. Inteligencia

4.2.1. Perspectiva psicométrica

La mayor parte de los datos que existen sobre el funcionamiento intelectual en la vejez son resultado de investigaciones desarrolladas dentro de esta pers- pectiva. Desde ella, se considera la inteligencia como una característica relati- vamente fija del individuo, que puede medirse, con independencia de la edad de éste, mediante un conjunto de tareas a partir de las cuales se calcula un cociente intelectual o CI (por ejemplo, WAIS y PMA). Veamos cuáles han sido sus aportaciones a lo largo del tiempo hasta llegar a nuestro días.

Los primeros datos sobre la relación entre edad e inteligencia datan de los años cincuenta, cuando se trataba de obtener datos normativos por grupos de edad en test de inteligencia estandarizados como es el WAIS. Los resultados de estos estudios encontraron que se producía un declive continuo y progresivo aso- ciado a la edad, cuyo comienzo tenía lugar en edades tan tempranas como los 20 años. Estas pérdidas eran especialmente manifiestas en las habilidades de carácter no verbal, mientras que las puntuaciones en las pruebas verbales des- cendían en edades más tardías, siendo sólo grande su descenso en edades más avanzadas (a partir de los 65 años aproximadamente). Este patrón de cambio en el rendimiento en pruebas de inteligencia, según el cual las puntuaciones en pruebas verbales (que implican adquisición de conocimientos) se mantie- nen relativamente estables y las correspondientes a pruebas de ejecución (en las que el factor velocidad es esencial) disminuyen de forma continua, se de- nominó patrón clásico de envejecimiento (Botwinick, 1967).

Este deprimente panorama acerca del desarrollo intelectual del ser humano fue rápidamente cuestionado sobre la base del método utilizado para la obten- ción de los datos: se trataba en todos los casos de estudios transversales. Como pusieron de relieve los estudios longitudinales cuyas primeras publicaciones tuvieron lugar en los años cincuenta, los resultados de los anteriores estudios transversales no habían sido correctamente interpretados: no se podía inferir que las diferencias�entre�grupos�de�edad correspondieran a cambios�debi-

dos�a�la�edad, especialmente teniendo en cuenta el efecto cohorte, esto es, las

diferencias (por ejemplo, en años de escolarización) debidas a la pertenencia a distintas generaciones. A diferencia de los estudios transversales, los resultados de la investigación longitudinal mostraban que, efectivamente, se apreciaba un declive intelectual asociado a la edad, pero no en edades tan tempranas como se pensaba, sino en edades más avanzadas. Además, según estos mismos resultados, hasta los 60-70 años la edad cronológica explicaría una modesta parte de las diferencias intelectuales. Más sorprendente era que, tal como de- mostraba la investigación longitudinal, una parte importante de las personas presentaban un leve o nulo declive –incluso, en algunos casos, una mejora– en las puntuaciones del CI con el aumento de la edad.

Patrón clásico de envejecimiento

Se denomina así al patrón tí- pico, relacionado con la edad, de puntuaciones obtenidas en test estandarizados de inteli- gencia, caracterizado por la re- lativa estabilidad de los resul- tados en las pruebas verbales y la disminución progresiva en las pruebas de ejecución a par- tir de los 20 años de edad.

Además de las anteriores críticas a los resultados obtenidos en estudios trans- versales, basadas en cuestiones metodológicas, estos estudios también han re- cibido críticas fundamentadas en aspectos conceptuales. Una de las críticas más básicas en este sentido es la que destaca que tanto el WAIS como otras pruebas de inteligencia similares (por ejemplo, PMA) utilizadas en los primeros trabajos sobre el envejecimiento cognitivo, no están explícitamente ligadas a ninguna teoría sobre el desarrollo intelectual en la edad adulta. Esto implica que la interpretación de los cambios realizada por estos mismos estudios acer- ca de las razones de los cambios observados, a pesar de ser una cuestión clave, es meramente especulativa.

Ved también

Podéis ver el apartado 4.2.2, "Nuevas perspectivas psicomé- tricas sobre la inteligencia en la vejez", donde ampliaremos las objeciones basadas en el con- cepto psicométrico tradicional de inteligencia.

Estos trabajos no explican por qué el punto máximo de ejecución en las escalas verbales se produce en una edad posterior a la que tiene lugar en las escalas de ejecución, por qué el declive es más lento en las escalas verbales o por qué las habilidades verbales se mantienen durante más tiempo que las habilidades de ejecución. Como resultado del intento de dar respuesta a las interrogantes anteriores, Horn y Catell (1966; Horn, 1970) formularon la teoría de los dos factores de la inteligencia.

2)�Teoría�de�los�dos�factores�de�la�inteligencia:�inteligencia�fluida�e�inte- ligencia�cristalizada

La teoría de los dos factores de la inteligencia constituye una alternativa a la visión del patrón clásico de envejecimiento y sus limitaciones para explicar los cambios intelectuales asociados a la edad. Según esta teoría, pueden diferen- ciarse dos factores básicos de la inteligencia: la inteligencia�fluida y la inteli-

gencia�cristalizada. La inteligencia fluida refleja el nivel de competencia in-

telectual asociado al razonamiento rápido en tareas novedosas. Este tipo de inteligencia es el que miden las pruebas de ejecución (por ejemplo, la escala manipulativa del WAIS). La inteligencia cristalizada se refiere a la competencia intelectual asociada a la asimilación de conocimientos de nuestra cultura o, en otros términos, la cantidad de información que hemos ido absorbiendo a lo largo de la vida. Se evalúa mediante pruebas verbales (por ejemplo, la escala verbal del WAIS).

De acuerdo con esta teoría, la inteligencia fluida depende más del funciona- miento fisiológico y neurológico, por lo que, una vez que alcanza su punto culminante en los primeros años de la madurez, disminuye de forma constan- te y paralela al declive neurológico que se produce con la edad. De esta forma, la teoría de los dos factores de la inteligencia proporciona una base más firme, respecto del patrón de envejecimiento clásico, a la diferenciación entre lo verbal (inteligencia cristalizada) y lo ejecutivo (inteligencia fluida), por una parte, y, por otra, aporta posibles explicaciones al diferente declive observado en am- bos aspectos del funcionamiento intelectual.

Inteligencia fluida

Es la competencia intelectual asociada al aprendizaje inci- dental.

Se evalúa mediante test inte- grados por tareas novedosas, generalmente no verbales.

Inteligencia cristalizada

Es la competencia intelectual relacionada con la adquisición de conocimientos propios de la cultura. Se evalúa mediante tareas de tipo verbal.

La teoría de los dos factores no sólo ha resistido el paso del tiempo, sino que, actualmente, ha sido ampliada por Paul Baltes (1993). Según este conocido investigador del desarrollo de la inteligencia a lo largo del ciclo vital, existe una mecánica�de�la�inteligencia, equivalente a la inteligencia fluida, con ba- se biológica y cuyo nivel disminuye con la edad, y una pragmática�de�la�in-

teligencia, equiparable a la inteligencia cristalizada y que, estando basada en

la experiencia, va en aumento con la edad. De esta forma, la pragmática de la inteligencia compensa las pérdidas en la mecánica cognitiva y contribuye a actuar de forma eficaz en la vida real hasta el punto de que, según Baltes, los mayores con una buena pragmática pueden ser más competentes que los jóvenes. Esta teoría se ha justificado también desde el punto de vista del fun- cionamiento neuronal, sobre la base de que, si bien la edad se acompaña de una pérdida de neuronas, éstas pueden "crear" nuevas dendritas que compen- san la pérdida neuronal.

Mecánica de la inteligencia

Competencias intelectuales, equiparables a la inteligencia fluida, cuya base es biológica.

Con la distinción inicial entre inteligencia fluida y cristalizada, y la amplia- ción posterior de esta teoría por Baltes, se logra explicar en gran parte los cam- bios en el rendimiento en las pruebas de inteligencia en función de la edad. Ahora bien, queda pendiente la cuestión de cuál es la edad a partir de la que comienzan a producirse estos cambios: en torno a los 20 años, como señalan los estudios transversales, o mucho después, tal y como indican las investiga- ciones longitudinales.

3)�Estudio�longitudinal�de�Seattle

Como ya hemos señalado anteriormente, son diversos los estudios longitu- dinales realizados sobre el funcionamiento intelectual, cuyos resultados han puesto de manifiesto, desde principios de la segunda mitad del siglo XX, la inadecuación de los diseños transversales para la investigación de este tema por estudiar, en realidad diferencias debidas a la edad y no cambios debidos a la edad. De esta forma, los estudios longitudinales constituyen una alternativa para el estudio de los cambios producidos como consecuencia del aumento de la edad. Sin embargo, también tienen sus propias limitaciones que giran, principalmente, en torno a los sesgos en la selección de la muestra y a su man- tenimiento en el desarrollo de la investigación.

En la medida en que la muestra de sujetos voluntarios que comienzan el estu- dio aceptan dedicar tiempo y esfuerzo a su participación en el mismo durante un largo periodo de tiempo, se ha comprobado que existe una selección po- sitiva en relación con ciertas características que pueden estar influyendo en la competencia intelectual. Su propia permanencia en el estudio igualmente implica una selección positiva. De hecho, existen datos que indican que los sujetos que se mantienen puntúan más en los test de inteligencia al comien- zo de la investigación que aquellos que abandonan. Como resultado de esta doble selección positiva (en el inicio y en la continuidad de la participación), el principal inconveniente de los estudios longitudinales es que infravaloran la magnitud del cambio intelectual.

Comenzado en 1956, bajo la dirección de Schaie y cuidadosamente diseñado para supe- rar los problemas típicos de los diseños longitudinales, el estudio longitudinal de Seattle es un hito en la investigación de la relación entre inteligencia y edad. Partiendo de una muestra inicial de quinientos adultos residentes en la comunidad, de edades comprendi- das entre 20 y 70 años, se administró el PMA y otras medidas relacionadas con la inteli- gencia. La muestra inicial, integrada por grupos de edad con siete años de diferencia entre ellos, era evaluada cada siete años (1956, 1963, 1970, 1977, 1984, 1991), incorporándose una muestra transversal para cada evaluación, que también continuaba siendo evaluada a lo largo del estudio. De esta forma, fue posible realizar comparaciones longitudinales y transversales simultáneas, siguiendo un diseño longitudinal secuencial.

De esta forma, Schaie pudo comprobar que una gran parte de los cambios en la inteligencia que hasta entonces se habían atribuido a la edad, concretamente los encontrados hasta los 50 años de edad, en realidad, eran diferencias entre grupos de diferentes edades debidas al factor cohorte, esto es, a las posibles diferencias entre generaciones en cuanto a factores culturales e históricos. La primera publicación sobre este estudio, a principios de los años setenta, sugi-

Pragmática de la inteligencia

Competencias intelectuales, equivalentes a la inteligencia cristalizada, adquiridas por la experiencia.

riendo el sesgo generacional de los anteriores estudios transversales que situa- ban el comienzo del declive de la inteligencia en torno a la edad de 20 años, supuso un cambio drástico en un estado de opinión que, hasta ese momento, coincidía en situar el declive intelectual a tan temprana edad.

Posteriormente, a lo largo del desarrollo del estudio de Seattle, ha sido posible conocer cómo cambia el rendimiento en los test de inteligencia:

• Se producen ganancias hasta los 40 años. • Existe estabilidad desde los 40 hasta los 55-60.

• A partir de esta edad, tienen lugar pérdidas que comienzan a ser significa- tivas en todas las escalas del PMA.

• También se ha podido constatar que el cambio es multidireccional, o, lo que es lo mismo, que las pautas de cambio son distintas en función del tipo de habilidades; las habilidades fluidas comienzan su declive en torno a los 30 años, mientras que las cristalizadas lo hacen a partir de los 60 (ved figura siguiente; Schaie, 1994).

Otro hallazgo fundamental del estudio de Seattle proviene del análisis del cam- bio individual: muy pocos sujetos experimentaban una disminución en todas las habilidades intelectuales evaluadas (cinco en total), ni siquiera en tres o cuatro de ellas (ved la figura siguiente).

Proporción acumulativa, por edad, de individuos que mostraban una disminución significativa en las habilidades primarias

Incluso, de las personas mayores de 85 años, solo la mitad aproximadamente se encontraba en esta situación. Como demuestran las diferencias interindi- viduales encontradas en cuanto al cambio en el funcionamiento intelectual con la edad, se evidencia que no existe un patrón uniforme de envejecimiento intelectual, sino sustanciales diferencias individuales en estabilidad y cambio. Una última cuestión planteada por este estudio se refiere a posibles factores relacionados con los cambios en el funcionamiento intelectual con la edad. A las explicaciones más extendidas sobre el declive de la inteligencia, esto es, el deterioro biológico normal (envejecimiento del cerebro y del sistema ner- vioso) o la disminución de la velocidad de respuesta con la edad, el estudio de Seattle muestra que otros factores, tales como el estado de salud, el nivel educativo, características de personalidad o el funcionamiento social, tienen una gran influencia en el rendimiento en pruebas de CI. En el siguiente cua- dro, se resumen los resultados del estudio de Schaie sobre los predictores del funcionamiento intelectual en la vejez.

Síntesis�de�los�resultados�del�estudio�longitudinal�de�Seattle�(Schaie,�1994)�sobre�las�variables�predictoras�de�las�diferencias�en el�funcionamiento�intelectual�en�la�vejez

• Ausencia de enfermedades cardiovasculares y otros problemas crónicos

• Condiciones ambientales favorables (por ejemplo, nivel socioeconómico elevado)

• Implicación en actividades estimulantes y enriquecedoras (por ejemplo, hábitos de lectura, viajes) • Estilo de personalidad flexible durante la edad adulta

• Estar casado con una persona con un buen estado cognitivo

• Mantenimiento de un elevado grado de velocidad de procesamiento perceptivo en la vejez • Satisfacción con la vida en la edad adulta o la primera etapa de la edad avanzada

Definitivamente, a partir de los anteriores hallazgos, el estudio longitudinal de Seattle hi- zo modificar radicalmente las concepciones sobre la inteligencia y la edad predominan- tes hasta los años setenta. Este estudio ha demostrado no sólo que el declive intelectual, desde una perspectiva psicométrica, comienza en edades avanzadas (60 años o más tar- de), sino que la mejora de algunas habilidades intelectuales continúa hasta la adultez. En cualquier caso, también ha permitido constatar que el declive intelectual es heterogéneo en lo que se refiere a las distintas habilidades intelectuales, es decir, que éstas presentan patrones de cambio diferenciados, dependiendo no sólo de la edad, sino también de la generación de pertenencia de los individuos.

En términos generales, las habilidades relacionadas con la inteligen- cia cristalizada (por ejemplo, información, vocabulario) se mantienen, mientras que las relacionadas con la inteligencia fluida pueden verse disminuidas. El envejecimiento incide en especial en la concentración y en el razonamiento inductivo. Igualmente, ha permitido saber que las diferencias interindividuales en los cambios en inteligencia con la edad son muy notables y que, incluso, es muy probable que las personas con buena salud, que continúan manteniendo la actividad intelectual, no mostrarán ninguna pérdida –si ocurriera sería de escasa magnitud– de habilidades intelectuales incluso después de los 80 años de edad.

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