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por Álvaro Fernández Bravo Universidad de San Andrés

In document AIRA, Cesar. Particularidades Absolutas (página 133-138)

Mapas de poder está articulado como una serie de lecturas sobre un

corpus de ficciones y ensayos argentinos publicados entre 1830 a 1930. El primer peligro que acecha a un orden semejante resulta esquivado con eficacia: el libro no construye una sucesión progresiva sino que se plantea como un recorrido “a los saltos”, armado por incisiones e interferencias que conectan los textos en torno a nudos críticos. Uno de sus primeros aciertos entonces, se encuentra en su habilidad para “emplear los textos como cómplices” —como dijo Gayatri Spivak—, evitando así los recortes textualistas, o el reemplazo de la idolatría del autor por otras mitologías no menos opresivas: la unidad de la obra, la identidad del sentido, la soberanía de la estructura. Jens por el con- trario emplea la crítica como un arma —como un facón diría— y con ademán gauchesco, corta y empasta armando redes interrumpidas, lí- neas de fuga vertiginosas que anudan constelaciones de lectura. Así, su libro evidentemente se aparta de todo modelo de unidad: no hay uni- dad de autor, ni de obra, ni de tradición. Incluso el concepto de mapa sirve para mostrar el lado externo de sus límites como una posibilidad de autorreferir su insoslayable contingencia.

El eje central del libro se encuentra en la dialéctica territorio-dis- curso, un constructo ideológico insuficientemente cuestionado según Andermann, y donde se aloja no una verdad sino un intersticio para la emergencia de la subjetividad. La literatura se constituye, entonces, primero como una instancia topográfica: la ocupación del espacio va- cío con un sistema de referencias culturales: el mapa en blanco que se cubre de nombres y de discursos, y que a la vez demuestra ser siempre

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un territorio asombrosamente poblado. En segundo lugar, se convo- ca al otro interno sojuzgado en la primera parte de la operación, para producir desde él (o desde ella) una nueva versión del sujeto donde la voz del subalterno emerge, aullando desde el silencio. La nación es un orden liminal y por eso mismo dotada de un límite externo. La nación revela, en su representación vacilante y ambivalente, la etnografía de su misma historicidad y abre así avenidas de sentido que Andermann no desaprovecha.

Uno de los momentos más provocativos de su ensayo se encuentra, a mi juicio, su lectura de “El Matadero”. Jens arguye en ese fragmen- to, la importancia de dos categorías que recorren su ensayo: desierto y destierro. Son dos conceptos opuestos y complementarios que pueden ser leídos como revés de trama de una misma problemática: la cons- trucción del espacio imaginario por la mirada del exilio, en este caso el de la generación del ‘37. Precisamente la mirada, el régimen escópico y fotográfico del texto de Echeverría son para Jens uno de los compo- nentes clave para leer el relato. Dice al respecto:

“El título mismo del cuento, además, no sugiere una secuencia, una trama narrativa, sino una situación y un espectáculo. El verdadero es- tatuto formal de ‘El matadero’ no es tanto de carácter cuentístico (...) sino escenogáfico: despliegue espacial de elementos sobre un escenario y no en una tensa trama temporal, el texto permanentemente bordea, desde la prosa narrativa, el teatro (...)” (71).

Habría que reemplazar, por lo tanto, una lectura progresiva, cen- trada en la sucesión temporal por otra situada en un orden espacial y material que me gustaría llamar “régimen de simultaneidad”. Este régimen simultáneo leería el texto como una foto, como un objeto en el que se superponen elementos disímiles, carnavalescos y cuya con- vivencia en un escenario compartido es precisamente lo que le otorga sentido a la escena.

En esta dirección, Mapas de poder se propone como un conjunto de intervenciones sobre el discurso de la crítica literaria argentina, con la que discute en pie de igualdad, como si fuera un local (e incluso adop- tando muchas de sus costumbres típicas) pero incorporando a la vez nuevas perspectivas que me gustaría asociar con una cierta mutación epistemológica del campo. Aquí quisiera detenerme y arrojar un pri- mer set de preguntas: ¿Qué hay de nuevo en este libro que lee, en su

mayoría, textos bastante recorridos por la crítica literaria argentina, digamos, desde Martínez Estrada y David Viñas hasta la actualidad? ¿Cuál es la energía que impulsa esta lectura? ¿Cuál es el punto de par- tida de este viaje de lectura que reproduce dentro de sí algunos de los mismos relatos de viaje que se empeña en conectar? ¿Qué cambios es posible reconocer entre el punto de partida del proyecto y su consu- mación? ¿Qué quedó atrás en el viaje y qué quedó, digamos, adelante? ¿Cuáles son las preguntas —las nuevas preguntas— que esta investi- gación reintroduce y que alimentan el nuevo viaje?

Por mi parte, veo que hay numerosas nuevas preguntas y en especial esto que denomino de un modo un poco grandilocuente, “mutación epistemológica del campo”, un proceso que quizás a tono con la pers- pectiva que creo reconocer en el libro, es más espacial que temporal, más global que local, más interesado en la simultaneidad que en la su- cesión. Tal vez este cambio tenga que ver con la emergencia de nuevas miradas transdisciplinarias, con la devaluación de obsoletas jerarquías epistemológicas y con el uso de herramientas como género, sujeto, cul- tura, colección, territorio. Un buen ejemplo de esa voluntad crítica lo encontramos en su lectura del Perito Moreno, donde la mirada ocupa nuevamente un rol principal y el espacio —la naturaleza— un esce- nario o un mercado arqueológico para el museo, un escenario donde es posible encontrar todo lo necesario para amueblar una identidad semi vacía.

El libro interviene en el debate contemporáneo haciendo un uso contingente de la teoría y también incurre en prácticas típicas de la crítica vernácula. De este modo, el ensayo aprovecha y aprende de las costumbres locales: apela a materiales periodísticos, reseñas, re- portajes, incluso a un panfleto político para leer la literatura. Pero no desdeña un arsenal sofisticado y erudito que incorpora muchos de los caminos más nuevos de los estudios culturales. Todos estos mate- riales sin embargo, se combinan para impulsar un recorrido que por momentos adquiere ritmo de cabalgata y que, insisto, rechaza órdenes jerárquicos.

En este sentido, la lectura de Arlt me resultó sugerente y provoca- tiva. En particular, al cabo de un año fértil en biografías del autor de

El juguete rabioso, y luego de un insólito debate centrado en torno a

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y elige relocalizar a Arlt en otro lugar. No ya como un autor urbano sino como aquel que reconoce en el campo la anomia y la pérdida del sentido características de la modernidad. Mapas de poder lee las Agua-

fuertes fluviales más como proyección que como testimonio y relocali-

za los textos en discordia con la hermenéutica binaria tradición urba- na/tradición rural.

La crítica filológica parece su principal enemigo y por el contrario, en una lectura de Quiroga que desestima teleologías y evolucionismos prefiere ver una nueva configuración de la frontera que, al contrario de producir un nuevo eslabón para la cadena filial, señala el que no enca- ja, el que rompe la serie y produce un texto extraterritorial.

Los linajes entonces, no son lisos y progresivos, sino plenos de am- bivalencia. Tampoco el canon está respetado sino puesto en contraste con textos raros, no leídos, como es el caso de la obra de teatro Solané, de Francisco Fernández, que le sirve para leer al Martín Fierro en una clave descentrada, en una lectura que una vez más ataca la unidad del autor y su relación con la obra.

Mapas de poder se sitúa en el intersticio. Rechaza toda propuesta

de reconciliación nacional en la tradición literaria. Quiero citar, para terminar, un momento en el que la voz de Andermann emerge más confesional, al final del libro, en la conclusión que rescata a otro autor excéntrico, desterritorializado, límite externo de la tradición nacional que sirve para desarmarla: Paul Zech, una especie de Gombrowicz ale- mán que fatigó las veredas porteñas en los años treinta. Dice Ander- mann entonces:

“Cuando empecé a releer la novela de Zech, al final de un año en Buenos Aires en que había escrito la mayor parte de este libro, para terminarla y de vuelta en un Berlín invernal y vagamente extraño, mis preguntas hacia el texto habían sido éstas, preguntas sobre las que es- peraba armar algunas conclusiones y reabrir la perspectiva hacia otros corpus posibles. Esperaba, además, que la novela me revelara algo so- bre mi propio lugar de lectura de la literatura argentina, lectura que había partido, alguna vez, de un asombro y un efecto de desubicación similares frente a un territorio cultural que me parecía tan fascinante como indescifrable” (273).

Me gustaría entonces, para concluir, observar que este texto es tam- bién a su modo un documento etnográfico, pero que se parece más a

los escritos por los etnógrafos indígenas, como diría Clifford. Es decir, que esta mirada extrañada de Jens también puede ser la nuestra y que

Mapas de Poder se encarga de reconstruir una posición igualmente am-

bivalente, liminal, en Echeverría, en Hernández, en Quiroga y en Arlt. ¿Pero si las tradiciones nunca son puras, ni sucesivas o progresivas, como sostiene Jens, o son el producto de lecturas históricas, entonces qué es lo que une esta constelación que resulta hilvanada por el “es- pacio argentino”? ¿Cómo seguir leyendo de aquí en más y qué nuevo corpus armar después abolir la reconciliación nacional y desarmar las mitologías evolucionistas de la filología académica?

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NOTA DE COLECCION

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