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PROGRAMAS PARA EL MEJORAMIENTO DEL DESARROLLO INFANTIL TEMPRANO

In document MUSTARD TRADUCCION AL ESPANOL REV (página 38-49)

Las desigualdades entre los países desarrollados y en desarrollo en cuanto a alfabetismo y comprensión harán difícil que todas las sociedades comprendan las dificultades que experimentamos en un mundo cada vez más globalizado, que presenta problemas demográficos, de recursos y ambientales, y que nuestros experimentos en materia de civilización sean cada vez mejores.

La preponderancia de la prueba analizada muestra que la calidad de la experiencia en los primeros tramos de la vida (en el útero, poco después del nacimiento, en los muy primeros tramos de la niñez, en la primera infancia) afecta al aprendizaje en el sistema escolar, así como al aprendizaje, el comportamiento y la vulnerabilidad frente a problemas de salud física y mental en la vida adulta. Cuatro fuentes de información son pertinentes para analizar la eficacia, en la sociedad, de iniciativas de mejoramiento del desarrollo infantil temprano y de la competencia y calidad de las aptitudes de la población. Los datos provienen de estudios longitudinales de cohortes de nacimientos, estudios interseccionales, estudios de observación y pruebas al azar controladas. Al evaluar los resultados de esos estudios es importante establecer en qué medida son compatibles con los conocimientos emergentes de las neurociencias y las ciencias biológicas con respecto al desarrollo cerebral y biológico en el desarrollo de la primera infancia y a las trayectorias de la salud, el comportamiento y el aprendizaje.

Un conjunto de datos de observaciones sobre el desarrollo y la experiencia en la primera infancia proviene de estudios de niños depositados en orfanatos de diversa calidad en una etapa temprana de su vida. En su examen, Frank y Earls (1996) concluyeron que los bebés y los niños de corta edad son vulnerables a los riesgos médicos y psicosociales y a la desatención vinculados con los cuidados institucionales en la mayoría de los orfanatos. También comprobaron que los efectos negativos de los primeros años en esas instituciones no se reducían ulteriormente en la vida adulta hasta llegar a un nivel tolerable, aunque se realizaran gastos en gran escala. La mayoría de los orfanatos crean para los niños de corta edad un mayor riesgo de infección, inadecuado desarrollo del lenguaje y problemas de comportamiento, y muchos de esos niños se convierten en adultos con problemas psiquiátricos y privaciones económicas. En su libro Liars, lovers and other heroes, Quartz y Sejnowski (2002) examinaron lo que sucede en China, en que debido a la política de un solo hijo y a la preferencia por los varones, numerosas bebés son colocados en orfanatos. En muchos lugares esas niñas recién nacidas y bebés se depositan en cunas que forman largas filas en que tres o cuatro adultos cuidan a 50 de ellas. A medida que crecen se van depositando en locales ubicados detrás del edificio principal, conocidos como “salas de la muerte”. Los autores describen el horror de esta privación de cuidados que lleva a instalar a las niñas en sus cubículos, con el cuerpo rígido e inmóvil, muriendo no solamente de hambre, sino de falta de contacto humano. Los autores señalan que en esas salas de la muerte los abusos son pasivos. Las niñas sencillamente son privadas de cuidados y de contacto humano. La manera en que nuestras sociedades manejan al creciente número de huérfanos de África al Sur del Sahara como consecuencia de la epidemia del SIDA pondrá a

prueba nuestra capacidad de aplicar nuestros nuevos conocimientos sobre el desarrollo infantil temprano para aumentar las posibilidades de los huérfanos en países con graves problemas de salud, familiares y socioeconómicos.

Un estudio informativo sobre observaciones en orfanatos se refiere a la suerte de los niños recién nacidos y de muy corta edad adoptados, provenientes de orfanatos rumanos tras el colapso del gobierno comunista. En un estudio de niños con esas características adoptados por hogares británicos de clase media, Rutter (2004) comparó su desarrollo con el de 52 niños nacidos en el Reino Unido no expuestos a privaciones, colocados en familias de adopción antes de los seis meses de edad. Se comprobó una fuerte relación entre el desarrollo cognitivo y la edad en que esos niños fueron adoptados en hogares británicos. Cuanto más temprana es la adopción mejores son los resultados. Aunque se logró cierta recuperación de todos los niños tras la adopción por hogares británicos de clase media, en muchos de ellos persistían déficit de desarrollo sustanciales cuando habían permanecido muchos meses en los orfanatos. Los autores concluyeron que existía algún tipo de programación biológica o daño neural de los niños vulnerables, provocado por la privación institucional. Este efecto no pudo modificarse sustancialmente a través de los cuidados diligentes de las familias de clase media adoptantes.

Estas conclusiones están en consonancia con las de Ames (1997) y Lucy Le Mare (2005) y colegas en su estudio de los huérfanos rumanos adoptados por hogares canadienses de clase media en Columbia Británica. Esos autores compararon a los niños adoptados dentro de los primeros cuatro meses después del nacimiento con los que habían pasado más de ocho meses en los orfanatos rumanos. Ambos grupos fueron comparados con niños de clase media nacidos en Canadá criados en la estructura familiar en que habían nacido. Se comprobó que cuando los niños habían cumplido diez años de edad el grupo que había pasado más de ocho meses en un orfanato (adoptados tardíamente) tenían un coeficiente intelectual inferior al de los adoptados tempranamente y al de los niños canadienses de familias de Columbia Británica. Esta conclusión está en consonancia con la de que la calidad del desarrollo infantil temprano influye sobre el coeficiente intelectual (Wickelgren, 1999; Klebanov, 1998). Los adoptados posteriormente tuvieron puntajes de logros escolares más bajos, más desórdenes por déficit de atención y más problemas de conducta. Un hecho interesante es que los padres que adoptaron a niños que habían permanecido ocho meses o más en un orfanato rumano declararon haber sufrido una tensión parental mucho mayor que los que habían adoptado a niños rumanos poco después del nacimiento. En cuanto al desorden de déficit de atención con hiperactividad, el 34% de los adoptados más tardíamente habían recibido un diagnóstico clínico, en tanto que sólo el 3% de los del grupo de Columbia Británica y el 9% de los adoptados tempranamente presentaban este problema. Todos estos estudios de observación son compatibles con la prueba de que la calidad del apoyo y la atención dispensados a los niños de muy corta edad en los primeros meses tuvo un efecto significativo sobre el desarrollo cerebral y el comportamiento y el aprendizaje en etapas ulteriores de la vida. Los resultados muestran asimismo que si bien se puede ayudar a los adoptados más tardíamente a desarrollarse, ellos no alcanzan el mismo nivel de desempeño que los adoptados tempranamente. Esta prueba también está en consonancia con los datos biológicos de que en los primeros tramos de vida hay períodos críticos y delicados para el desarrollo del cerebro y las vías biológicas conexas que establecen funciones que es difícil

modificar en etapas ulteriores de la vida.

En Toronto, Mary Gordon (2002), en colaboración con la Junta Escolar del Distrito de Toronto, estableció centros de formación para padres y alfabetismo familiar en los colegios primarios, con participación de madres embarazadas, niños recién nacidos, bebés, niños pequeños y sus padres o abuelos. Este programa estuvo a cargo de orientadores muy bien preparados en los colegios primarios, y se hizo participar a los progenitores –generalmente a las madres-- y en algunos casos a los abuelos– en las iniciativas con los niños en los centros. Fue una estrategia sagaz la de ayudar a los padres a adquirir aptitudes como tales ubicándolos en un entorno social positivo. El programa fue de carácter voluntario, pero se captó a un número considerable de familias con niños de corta edad en las comunidades existentes en torno a los colegios. Los maestros de jardines de infantes comprobaron que alrededor del 50% de los niños que no habían tomado parte en el programa presentaban un desarrollo inadecuado en materia de alfabetismo y manejo de números, en comparación con apenas 7% a 14% de los hijos de los participantes en el programa de formación de padres. En una evaluación de los resultados de los dos grupos de niños en que se utilizó el Instrumento de Desarrollo Temprano (EDI) (Janus y Offord, 2000), el 51% de los niños que no habían participado en el programa registraron bajos puntajes, en tanto que tan sólo el 30% de los hijos de los participantes del programa de formación de padres registraban bajos puntajes en el momento del ingreso al colegio.

En una iniciativa más reciente destinada a enseñar empatía a los niños en el sistema escolar, Gordon creó un programa denominado Roots of Empathy (Gordon, 2005), cuyo objetivo a corto plazo consiste en promover el surgimiento de empatía en niños en el sistema escolar. Los estudios iniciales muestran que los niños que participan en dicho programa dan muestras de mayor comprensión emocional y comportamiento prosocial y una considerable disminución de los comportamientos agresivos. Los maestros calificaron a los niños que tomaron parte en el programa como menos agresivos al final del año escolar. En estudios de Tremblay analizados en la sección sobre comportamiento, la mayoría de los niños que manifestaban un comportamiento antisocial al ingresar en el sistema escolar de Montreal mostraron mejoras en el período en que pertenecieron al sistema escolar. Los que presentaban altos niveles de comportamiento antisocial al ingresar en el sistema mostraron una lenta mejora. Cabe la posibilidad de que el programa Roots of Empathy influya sobre la celeridad con que los niños en los colegios adquieran una modalidad de comportamiento más prosocial. Es posible que quienes dan muestras de un comportamiento antisocial crónico no cambien. Al considerar los resultados es importante recordar que en el estudio sobre orfanatos rumanos los adoptados más tardíamente colocados en buenos hogares de clase media mejoraron, pero seguían presentando problemas de comportamiento a los diez años de edad, en contraposición con los adoptados tempranamente.

Un estudio interesante sobre desarrollo humano en los primeros años y longevidad se originó en los estudios de las monjas católicas pertenecientes a la congregación de Notre Dame, en Dallas, Texas (Riley, 2005; Danner y otros, 2001). Se comprobó que emociones positivas en los primeros años de vida estaban vinculadas con una disminución de riesgos de mortalidad en la vida adulta. En un estudio subsiguiente los autores concluyeron que una identificación temprana con la idea de la vida (una medida de la función cognitiva) estaba vinculada con el

nivel de aptitudes cognitivas en etapas posteriores de la existencia. Las bajas aptitudes cognitivas en el período temprano de la vida estaban vinculadas, en el momento de la muerte, con menor peso cerebral, más alto grado de atrofia cerebral y cambios cerebrales compatibles con los criterios neuropatológicos de la enfermedad de Alzheimer.

Las conclusiones provenientes de estudios longitudinales de cohortes de nacimientos han brindado crecientes evidencias acerca de los efectos que pueden suscitar las condiciones tempranas de vida sobre la salud y el desarrollo a lo largo de toda la vida. Wadsworth (1991) y sus colegas, en un estudio detallado sobre la cohorte de nacimientos británicos de 1946, han presentado pruebas acerca de que las condiciones existentes tempranamente en la vida pueden suponer riesgos de problemas de salud física y mental en la vida adulta. En sus estudios sobre la cohorte de nacimientos británicos de 1958, Power, Manor y Fox (1991) examinaron las causas de las desigualdades en materia de salud. En la labor inicial concluyeron que las circunstancias imperantes en etapas tempranas de desarrollo de niños y adolescentes influían sobre las diferencias de salud existentes entre los adultos. En una obra más reciente (Power y otros, 1997; Power y Hertzman, 1997; Power y otros, 1999), los autores presentaron pruebas adicionales según las cuales las modalidades de desarrollo del cerebro y de las vías biológicas en las primeras etapas de la vida influyen sobre la enfermedad de los adultos.

En un estudio de la cohorte de nacimientos de 1970 de Nueva Zelanda, Poulton y otros (2002) llegaron a la misma conclusión: las circunstancias socioeconómicas desfavorables para el desarrollo infantil temprano provocan influencias negativas duraderas sobre la salud de los adultos. Los autores concluyeron que el gradiente socioeconómico de la salud de los adultos se origina en la niñez. Esta conclusión es similar a la de Fogel, de que el mejoramiento del desarrollo infantil temprano que siguió a la Revolución Industrial fue un factor esencial para el mejoramiento de la salud en los países occidentales.

Jefferis y colegas (2002) examinaron la relación entre peso al nacer, entorno socioeconómico en la niñez y desarrollo cognitivo en la cohorte de nacimientos británicos de 1958, y llegaron a la conclusión de que el entorno postnatal influye extraordinariamente

sobre la función cognitiva. El peso al nacer es un factor que mantiene una asociación más débil, pero independiente. A los siete y a los once años de edad los niños con bajo peso al nacer pertenecientes a la clase social más alta obtuvieron mejores resultados en Matemáticas que los de las clases sociales inferiores. Además, el sistema escolar no modificó el desempeño de los niños con bajo peso al nacer que pertenecían a la clase social baja.

Power y Hertzman (2006) están completando sus estudios sobre las vías biológicas y el desarrollo en la cohorte de nacimientos británicos de 1958 a los 45 años de edad. Han comprobado que las modalidades de secreción de cortisol a esa edad están correlacionadas con condiciones que influyen sobre el desarrollo infantil temprano. La secreción de cortisol a los 45 años está vinculada con las aptitudes matemáticas entre los siete y los 16 años de edad a las que se refieren en su estudio anterior (Jefferis y otros, 2002). Esto ilustra el hecho de que un desarrollo cerebral temprano afecta a las vías de tensión (LHPA), y de que ello está vinculado con el aprendizaje y el conocimiento (de matemáticas) en ese período.

En el examen del efecto de los centros de formación infantiles con participación de sus padres en el Estudio Longitudinal de Chicago (Reynolds y otros, 2004), se comprobó que los centros ubicados en colegios elementales públicos o en sus proximidades, para niños de tres a nueve años, produjeron diferencias en cuanto a desarrollo infantil con respecto a los niños que no participaron en el programa. Una conclusión clave fue que los logros educativos fueron considerablemente superiores y los coeficientes de arrestos juveniles fueron menores. Los resultados de este proyecto de investigaciones operativas son compatibles con las conclusiones referentes al desarrollo cerebral en los primeros años de vida, basado en la experiencia. Aunque esta iniciativa reforzó el desarrollo infantil temprano, los beneficios fueron probablemente menores que los que se habrían alcanzado si las familias con niños de corta edad hubieran sido introducidas en programas de desarrollo de la primera infancia basados en centros, con participación de padres, a una edad menor.

Los estudios longitudinales británicos sobre la cohorte de nacimientos de 1970 demuestran claramente que los niños de corta edad que participan en programas preescolares basados en centros obtienen mejores resultados en el colegio que los que no participan en ellos (Egerton y Bynner, 2001; Osborn y Milbank, 1987). En esos estudios los autores demuestran en forma muy concluyente que los programas preescolares y las prácticas de formación de padres fueron predictores importantes de la movilidad de los niños de todas las clases sociales en el sistema escolar. En análisis ulteriores de la cohorte de nacimientos británicos de 1970, Feinstein (2003) concluyó que el puntaje de desarrollo a los 22 meses de edad permitía prever las aptitudes educativas a los 26 años de edad. La conclusión global de este estudio es que es improbable que el proceso de la mayoría de los niños que presentan resultados insatisfactorios cuando ingresan en el colegio cambie de signo dentro de los actuales programas de educación cuando ingresan en el sistema escolar. Todas esas conclusiones son compatibles con lo que ahora sabemos sobre el desarrollo del cerebro basado en la experiencia en los primeros años.

Gomby (2005) ha examinado las pruebas referentes a los programas de visitas de hogares. Se trata de un enfoque ampliamente utilizado para ayudar a las familias con hijos de corta edad en países desarrollados y en desarrollo. Se trata de una estrategia atractiva porque puede brindar apoyo a familias social o geográficamente aisladas, y los servicios pueden adaptarse a las necesidades de cada familia. Esos programas pueden dispensarse a familias con mujeres embarazadas, niños recién nacidos, niños de muy corta edad y niños de menos de cinco años. También pueden formar parte de programas basados en centros. La mayor parte de los programas de ese tipo no vinculados con iniciativas basadas en centros han producido beneficios modestos, lo que quizá no es sorprendente, ya que el desarrollo infantil temprano depende del grado de interrelación de los dispensadores de cuidados con los niños recién nacidos y de muy corta edad y con el grado de respaldo social. Los programas basados en centros en que se trabaja con padres (incluidas las visitas domiciliarias) son más apropiados para suscitar un “efecto de dosis” integrado para el desarrollo infantil temprano. El Programa Nurse Family Partnership, de Olds, es una prueba controlada aleatoria (Olds y otros, 2004). Los efectos sobre el desarrollo infantil registrados en ese estudio fueron significativos, pero modestos (la escala de los efectos osciló entre 0,03 y 0,25). En esos estudios algunos de los niños del programa de visitas de hogares se inscribieron también en programas Head Start o de cuidados diarios licenciados. Al parecer parte del programa de

Olds puede considerarse como una combinación de actividades de visitas de hogares y basadas en centros.

En el estudio del Programa de Salud y Desarrollo Infantil (IHDP, Infant Health and Development Program) de los Estados Unidos, referente a niños desde el nacimiento hasta los tres años de edad se ha examinado el desarrollo cognitivo y del lenguaje. Los investigadores concluyeron que la calidad del programa en ese período influye significativamente sobre los resultados a los tres años de edad (Brooks-Gunn y otros, 2002). A partir de su examen de los datos del IHDP, Brooks-Gunn concluyó que el cuidado de alta calidad basado en centros arrojaba excelentes resultados en cuanto a desarrollo infantil temprano (Hill y otros, 2002), y que el suministro de cuidados infantiles universales de alta calidad basado en centros es beneficioso para todos los niños, incluidos los que sólo son cuidados por sus madres. Concluyó que sus beneficios persistían hasta los últimos años de colegio elemental y el período liceal.

En sus estudios de niños recién nacidos prematuros con bajo peso al nacer, Brooks-Gunn y colegas encontraron efectos sostenidos de programas basados en centros (para niños de uno a tres años) con respecto a los puntajes verbales de WISC a los ocho años de edad (Hill y otros, 2003). Los programas basados en centros se iniciaron en el año uno y prosiguieron hasta el año tres. Este programa incluía visitas domiciliarias. Como todos los niños eran prematuros, habían recibido apropiados cuidados de salud postnatales. Una conclusión sorprendente de este estudio era que los niños que utilizaron el programa basado en centros durante más de 400 días a lo largo del período de dos años obtuvieron puntajes verbales mucho mejores a los ocho años de edad que los que pasaron menos tiempo en los centros

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