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El puesto antisemita de la feria

In document No Estamos Solos (página 141-147)

por Leonardo Guzmán* I

Recuerdo la luz de aquel mediodía dominical de 1979 en que remonté Paysandú desde Tristán Narvaja hacia Daniel Fernández Crespo, bus- cando frente al 1809 y el 1813 un puesto de venta de libros antijudíos, para verlo con mis propios ojos. Resultó ser exactamente como me habían dicho Elías Bluth, Lito Creimer, Bernardo Sapiro y Rodolfo Hirschfeld -actuando todos ellos por el Comité Central Israelita: sobre los tablones de un puesto menor, se ofrecía en venta una docena de títulos absolutamente monocordes en su prédica antisemita, casi todos procedentes de una ignota editorial Milicia con oscura sede en Buenos Aires. Aquello no era una librería abierta al pensamiento a favor y en contra. Tampoco era un repertorio de fe o anti-fe religiosa. Era un enclave fanático, destinado a diseminar acusaciones y sembrar odio.

Visto, acepté como un deber y me hice un honor denunciarlo y combatirlo como abogado y como ciudadano.

* Leonardo Guzmán (Buenos Aires, 1937) es Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Junto a la abogacía ha desarrollado una intensa labor como periodista: fue Director de El Día (1974- 1977); columnista en Búsqueda y El País; y más tarde Redactor Responsable de Últimas

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La tarea no era sencilla. La persecución afrentaba principios ele- mentales de Derecho, pero en aquella época no existía la ley 17.817, que declaró de interés nacional la lucha contra el racismo, la xenofobia y toda otra forma de discriminación, por lo cual una lectura superficial de los textos vigentes podía archivar el planteo hasta sin darle trámite.

Teníamos que acudir al poder público en nombre de un principio de- mocrático, pero el país sufría la dictadura sin dictador que, con visos totali- tarios, movía sus tentáculos bajo la apariencia neutra de Aparicio Méndez: debíamos encarar nuestro reclamo a contramano de los tiempos.

No había jurisprudencia que consultar ni doctrina vernácula a la cual ampararse. Había que crear a partir de las normas positivas y los principios generales, lo cual no es novedad en la abogacía, que consiste precisamente en generar respuestas propias para cada caso particular; pero la singularidad es que había que apoyarse en las bases mismas de la Constitución… que estaba suspendida sine die.

Obstáculo suplementario: el puesto nazista era propiedad de, o es- taba manejado por, un funcionario del Ministerio del Interior, que exhibía su carné policial y literalmente corría a los ciudadanos ju- díos que se acercaban –ya fuera a título individual o ya fuera insti- tucionalmente, como bien supo hacerlo la mesa del Comité Central. Como consecuencia de planteos del dueño del puesto y de reclamos efectuados por dirigentes judíos, hubo declaraciones en sede policial y retenciones tan injustificadas como incómodas, entre las cuales no puedo olvidar la de José Jerozolimsky, un amigo entrañable que fue un verdadero maestro en el periodismo de conciencia. Pedida audiencia al Ministerio del Interior, se dilató primero y no fructificó después.

En esas difíciles circunstancias reencontré a Nahum Bergstein, es- tudioso, diligente, eficaz, señor de sí mismo que proyectaba la misma personalidad sin tiempo con que llegó al fin de sus días. Por el tema, debí visitarlo en el Estudio, en la casa de Montevideo, en su aparta-

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mento frente a Playa Mansa. Se constituyó en el interlocutor perfec- to: entregaba sus respuestas con llaneza y agregaba preguntas críticas. Sabía afirmar y sabía dudar, sístole y diástole del pensar creativo.

Es que como abogado y como docente, Bergstein vivía el Derecho desde una profunda formación personal. Su saber de profesor de Derecho Penal no arrancaba en la norma sino en la vida, que cultivaba como gestión práctica y reflexión a distancia. Maupassant escribió de Flaubert que tenía la marca de los espíritus nobles, pues pasaba de lo particular a lo general y volvía a lo particular sin que se notase. Lo mismo podía decirse de Nahum, con su nombre de profeta de la des- trucción de Nínive y su actitud pacifista y abierta a lo universal, tan propia del Uruguay culto en que formó su andadura.

II

Nahum Bergstein asumió una militancia concreta sobre el tema. El 30 de junio de 1979, en su calidad de Profesor de Derecho Penal, eva- cuó la consulta que le planteó el Presidente del CCIU sobre la even- tualidad de que, con arreglo a la escasa legislación vigente, se hubiera tipificado un delito, estableciendo las siguientes conclusiones:

“1) Los judíos entran en el concepto de ‘clases’ a efectos del art. 149 del Código Penal;

2) Para configurarse el delito deberá analizarse cada caso concreto para determinar que se ha suscitado el odio hacia los judíos;

3) Esta suscitación debe ser pública, independientemente del resultado que obtenga; este requisito se cumple claramente en el caso planteado;

4) Si se suscita el odio hacia los judíos por medio de impresos di- vulgados en el público, se incurre en delito de imprenta;

5) El vendedor de la publicación o impreso que suscita el odio hacia los judíos es copartícipe –generalmente coautor- del precitado

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delito de imprenta, siempre que conozca el contenido o carácter de la misma, siendo indiferente su concepto personal sobre si este impreso es idóneo para suscitar el odio hacia los judíos.”

Con estas tesis de Nahum y una consulta coincidente de Adela Reta, respaldamos la denuncia que formulamos ante el Juzgado Letrado de Instrucción de Cuarto Turno.

En su texto mostramos que “se atribuye al pueblo de Israel: 1. Conspirar contra quienes no sean judíos; tesis general sostenida en “Los peores enemigos de nuestros pueblos” y “Los judíos”, entre otras publicaciones; 2. Destruir y matar a los cristianos: “Deben ser mata- dos todos los cristianos, sin exceptuar los mejores de entre ellos”…”El judío que mata a un cristiano no peca, sino que ofrece un sacrificio aceptable”, página 49 de «El judío en el misterio de la Historia”; 3. Provocar el deterioro de la civilización: tesis de “Los peores enemigos de nuestros pueblos”, que en su página 15 establece que “Esta es la gran tragedia para toda la humanidad, que está siendo dominada por un imperialismo ultrarracista, implacable, criminal, genocida, por supuesto mandato del dios de Israel… Nadie que esté en su juicio, podrá justificar nunca que sean asesinados en masa, mujeres inde- fensas y niños inocentes, para que el supuesto escogido de Dios, el pueblo judío, pueda dominar a las naciones”; 4. Constituir una clase inferior: los judíos son rubios, los judíos son pardos, pero en todas partes son los mismos…; 5. Poseer taras hereditarias que ni aún con la conversión al cristianismo podrían redimirse: “No debe pensarse que el judío por el bautismo se transforme en otra persona. De la misma manera que un perro de la calle mediante agua no puede trans- formarse en un noble perro ovejero, tampoco un judío mediante el bautismo puede racialmente devenir otro. El judío sigue siendo, pues, judío. Por eso también es erróneo hablar del judaísmo como de una comunidad religiosa…”

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¿A qué seguir? La lista repugnaba hace un tercio de siglo y sigue repugnando hoy.

Se tramitó el presumario y el tema adquirió fuerza en la prensa. El resultado fue exitoso: no hubo procesamientos, pero el puesto desapareció en los meses inmediatos y el episodio sería sólo un recuer- do más de unos años que fueron amargos para todos, si no lo hubiera sellado con luz la amistad conceptual y espiritual que desde entonces me ligó a Nahum Bergstein hasta el fin de su tránsito terrenal.

III

A la salida de la dictadura, lo reencontré como talentoso y diligente Subsecretario de Estado en la Cartera de Educación y Cultura durante el honroso gobierno de Sanguinetti que restituyó la libertad; volví a coincidir con él como ciudadano de profunda convicción batllista; me lo topé como abogado de parte; lo volví a ver como esposo y como pa- dre. A cada uno de esos papeles se adaptaba con plástica inteligencia, pero todo lo armonizaba en la unidad esencial de su persona, capaz de ser firme con voz suave y principista con gesto cálido.

Cuando preparábamos la denuncia, nos hicimos un deber de seña- lar que los libros del puesto de la feria eran racistas no sólo respecto al judaísmo. Por eso, escribimos que en los malhadados textos “de paso, se establecen diferencias degradantes en contra de la raza negra y has- ta se sostienen tesis contrarias a la Revolución Americana” y citamos con horror la blasfema pregunta: “¿Quisieras tú poner a un cafre zulú de piel negra semi-animal o a un judío de piernas torcidas, de cabeza lanuda y a un ario orgulloso, recto y culto el cartabón de la igualdad?”

Cuando lo copiábamos a máquina y con carbónico, nos erizábamos. Hoy lo transcribimos en computadora; y felizmente, seguimos erizán- donos. Aquella referencia la incluimos porque Nahum sentía –en la

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mejor tradición valorativa del Derecho- que defendiendo un principio no estaba alegando sólo por los suyos sino por la humanidad entera.

Lo cual, ya sin cuenta de las horas, lo torna hermano de nosotros todos en la convicción de que en cada rincón de la feria de la vida, hay que defender al hombre y luchar contra los odios porque cada persona y cada acto es portador de la humanidad, igual que al decir de Rilke

une rose, c’est toutes les roses.

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Una experiencia inusual: cultura bíblica en la

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