• No se han encontrado resultados

2.2 Jesús en Palestina

2.2.1 El reino de Dios

“Las tradiciones proféticas fueron radicalizadas por videntes y autores apocalípticos que declararon una doble era de la historia: la era perversa actual, llamada a ser destruida muy pronto, y la inminente era de derecho y justicia que iba a ser establecida de inmediato por Dios.” [Crossan 2002:246].

El tema central del Evangelio según san Mateo, es el reino de Dios. El reino de Dios es la columna vertebral del mensaje, obra, vida y enseñanzas de Jesús. Es la propuesta del

Emmanuel para esa época de la historia y vida de la humanidad. Es el proyecto que Jesús pretende implementar, una nueva experiencia social, económica y política a partir del Dios

74 Crossan relata, citando a Josefo, cómo las clases humildes asaltaron un palacio en Tiberíades durante la primera su leva ió de los judíos […] El ei ado de A tipas tuvo u os i i ios u viole tos e “éfo is Ti e íades fue sofo ada la evuelta po legio es o a as […] “éfo is fue e o st uida leva tada de uevo [Crossan y Reed, 2003:88-96].

83

con nosotros frente a la propuesta del reino impulsada por los herodianos, vasallos-títeres del imperio romano. No le alcanzó el tiempo a Jesús para desarrollar su proyecto, porque fue asesinado por el sistema imperante de la época.

En el Evangelio según san Mateo, la propuesta de Jesús acerca del reino de Dios, ocupa un lugar privilegiado, afirmando que el reino de Dios se hace presente en la historia del pueblo judío, es la continuidad del Emmanuel en la vida de los campesinos marginales y desposeídos de Palestina, es la obra del Dios con nosotros Jesús como el fundador del nuevo reino [Petroselli y Medina 1998:45].

Crossan define apropiadamente dos reinos en disputa:

El reino de Roma con todo su abrumador poderío militar, económico, político e ideológico. El reino de la comercialización, del desarrollo económico, de las ostentaciones arquitectónicas de palacios y villas, de la opresión, esclavitud y violencia; el reino de la puesta en escena de la adoración y adulación a Julio César (en las monedas muestran su espíritu ascendiendo como si fuera un cometa para ocupar su sitio entre las divinidades eternas), a Augusto (ostentaba los títulos de Señor, divi filius, Hijo de un ser divino, Hijo de un dios, dador de la paz y Salvador del mundo) y a Tiberio César (se le titula pontifex maximus, supremo constructor de puentes entre la tierra y el cielo, sumo sacerdote de un pueblo imperial). Esto implicaba que el reino, el poder y la gloria en esos momentos de la historia de Palestina, hacían parte o le pertenecían al reino imperial de Roma. Donde no había fronteras entre la política y la religión, donde no se sabía dónde empezaba la una o terminaba la otra. No existía diferenciación. [2003:173-175].

 Y, el Reino de Dios, formulado por Jesús, a través de sus enseñanzas. Como lo advierte Crossan y según el Nuevo Testamento, Jesús tenía un propósito muy claro, cuando les decía a sus primeros discípulos y a las muchedumbres (Mt 4,23-25; 6,33; 9,35 y muchas citas más) “el reino de Dios está cerca […] que sufre violencia, y los

84

opresor, de palacios para hacer gala de la ostentación y riqueza, de vías y puertos marítimos); en cambio Jesús, anunciaba en Galilea la llegada del Reino de Dios. Pero es bueno señalar que en el Nuevo Testamento, Jesús nunca tuvo en su mente una estrategia concreta de carácter político o religioso para ir construyendo el reino de Dios (…) aunque los cristianos de hoy hablan de «construir» o «edificar» el reino de Dios, Jesús no emplea nunca este lenguaje (…) porque lo importante, según Jesús, es que todos reconozcan a Dios y «entren» en la dinámica de su reinado. [Crossan, 2007- 105]. Reino de Dios, también era la comprensión de la felicidad espiritual, de la aceptación, de la filiación divina.

Lo que hacían Jesús y sus seguidores era divulgar unas enseñanzas, una actuación y un modo de vida contrarios a la implantación del poderío de Roma llevada a cabo por Herodes Antipas entre sus súbditos de las zonas rurales. Jesús no está hablando de violencia, de resistir militarmente el imperio romano. Este tipo de resistencia no existía en Jesús, pues, de haber sido así, Antipas no hubiera cortado la cabeza sólo a Juan, y Pilato no hubiera crucificado sólo a Jesús. Pero aunque tuviera un carácter no violento, se trataba a todas luces de una actitud de resistencia frente a la injusticia distributiva de la comercialización romanoherodiana, que se llevó a cabo en nombre de la Alianza, el país, la Torah y el Dios del judaísmo […] esos campesinos desposeídos, los nuevos menesterosos, serían los itinerantes del programa del Reino. Los menesterosos, sigue diciendo Crosaan y Reed, son los que han perdido las tierras o se han visto obligados a trabajar fuera de ellas simplemente para sobrevivir [2003:9-14 y 163-164]. El Reino de Dios predicado por Jesús, es la dinámica o la intención que en cierta manera plantea el Evangelio Según Mateo; es el grito de Emmanuel que demanda ‘justicia’ y de amor por el otro y la otra. Por ello, la expresión «Reino de Dios» suscitaba expectación y fuerte recelo en todos, en el entorno del gobernador romano, en los círculos herodianos y en los judíos. ¿Por qué? Porque el único reino (imperio) reconocido en esos momentos, era el «reino del César». Era anteponer la paz, el amor y la justicia del reino de Dios a la paz y justicia que imponían y sometían el poderío militar de las legiones romanas. Por eso, todos los que de una u otra manera tenían vínculos directos e indirectos con el imperio, conspiraron para capturar a Jesús y luego asesinarlo.

85

No obstante las condiciones sociales, económicas y políticas reinantes antes y durante la existencia terrenal de Jesús en Palestina, dejaron huellas en su conciencia crítica de las circunstancias del momento; veamos lo que nos refiere Pagola, haciendo referencia al Talmud, a Flavio Josefo, a Crossan y a Reed, para mostrar qué tanto estaba compenetrado Jesús con el momento y la historia que tenía que vivir, qué tanto estaba conectado con una realidad, que le venía también de la contemplación atenta de la naturaleza y de su entorno familiar. El padre Pagola, nos habla de Nazaret, señalando que era un pequeño poblado en las montañas de la Baja Galilea. De Nazaret sabemos que estaba a unos 340 metros de altura, en una ladera, lejos de las grandes rutas, en la región de la tribu de Zabulón. No parece que hubiera verdaderos caminos entre las aldeas. Tal vez el más utilizado era el que llevaba a Séforis, capital de Galilea cuando nació Jesús. Vivir en Nazaret es vivir en el campo. Jesús ha crecido en medio de la naturaleza, con los ojos muy abiertos al mundo que le rodea. Basta oírle hablar. La abundancia de imágenes y observaciones tomadas de la naturaleza nos muestran a un hombre que sabe captar la creación y disfrutarla. Jesús se ha fijado muchas veces en los pájaros que revolotean en torno a su aldea; no siembran ni almacenan en graneros, pero vuelan llenos de vida, alimentados por Dios, su Padre (Mt 6,26). Le han entusiasmado los lirios del campo (las palabras en cursivas son nuestras) que cubren en abril las colinas de Nazaret; ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos (Mt 6,27-28). Observa con atención las ramas de las higueras: de día en día les van brotando hojas tiernas anunciando que el verano se acerca (Mt 24,32). Se le ve disfrutar del sol y de la lluvia, y dar gracias a Dios, que «hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Mira los grises nubarrones que anuncian la tormenta y siente en su cuerpo el viento pegajoso del sur, que indica la llegada de los calores (Lc 12,55). Jesús no solo vive abierto a la naturaleza. Más adelante invitará a la gente a ir más allá de lo que se ve en ella. Su mirada es una mirada de fe. Admira las flores del campo y los pájaros del cielo, pero intuye tras ellos el cuidado amoroso de Dios por sus criaturas. Se alegra por el sol y la lluvia, pero mucho más por la bondad de Dios para con todos sus hijos, sean buenos o malos. Sabe que el viento «sopla donde quiere», sin que se pueda precisar «de dónde viene y a dónde va», pero él percibe a través del viento una realidad más profunda y misteriosa: el Espíritu Santo de Dios (Jn 3,8). Jesús no sabe hablar

86

sino desde la vida [Pagola 2007:40-43]. Y no de cualquier vida, si no de la vida que viene de Emmanuel. No ha podido Dios ‘utilizar’ al mejor hombre que había en ese momento, sensible y capaz de trasmitir la realidad que podía vivir cualquier ser humano que dispusiera su corazón a Dios con nosotros.

Documento similar