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2. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

4.2. Satisfacción marital

4.2.8. Relaciones de género, ciclo vital y satisfacción marital en

En un estudio aplicado por Ojeda (1989) la parejas mexicanas rurales y urbanas del Estado de México, que tenían familias completas al momento de la entrevista, se encontró que el cincuenta por ciento de éstas se forma a edades menores de 20 años en la mujer.

Esta situación resalta la falta de capacitación de la mujer en la mitad de los casos de uniones matrimoniales, situación que no se observó primordialmente con respecto al hombre. Lo cual nos habla de una diferencia de género en el momento en que se concreta la unión de las parejas.

En estas familias, el tránsito entre la formación de la unión y el nacimiento del primer hij@ es muy corto siendo la edad mediana al primer hij@ de sólo 21.3 años. Se observó que la expansión de las familias abarca aproximadamente 15 años del período reproductivo femenino. Esta es una etapa familiar que comienza a una edad muy temprana en la vida de las mujeres y que termina a una edad relativamente avanzada en su período reproductivo. Como se puede observar, el ciclo vital de la mujer en comparación al hombre, es diferente debido a la maternidad y etapa de crianza de l@s hij@s.

El análisis más detallado de los fenómenos de la nupcialidad y la fecundidad, sin embargo, permitió ver que la formación de uniones consensuales y la legalización posterior de las más estables es frecuentemente una etapa primaria en la formación de algunas de las familias. De manera similar, se encontró que la fecundidad premarital constituye una transición primaria en la expansión de un número importante de familias aun cuando se contabiliza el tiempo pasado en convivencia por parte de las uniones libres que más tarde fueron legalizadas. Finalmente, se pudo comprobar que a pesar de los bajos niveles del divorcio y separación en el país, este tipo de disoluciones maritales afecta a la expansión de las familias de primera creación en un poco más del cincuenta por ciento de los casos debido a la temporalidad en su ocurrencia. El divorcio y la separación de manera frecuente

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cancelan la posibilidad de iniciar la expansión de las familias, pero más frecuentemente interrumpen el proceso de expansión familiar ya iniciado.

Es por esta razón de relevante importancia considerar en el tema de desarrollo social/rural, uno de los obstáculos para que éste se manifieste integralmente, como es el desarrollo familiar consecuencia de las relaciones de género en la pareja.

En general, Ojeda (1989) demostró que las familias de procreación de las mujeres que al momento de la encuesta estaban en distintos grupos sociales, rurales y urbanos, –según la posición social de su esposo o compañero- siguieron distintas temporalidades y secuencias en sus procesos de formación y expansión.

Asimismo, si bien es cierto que la formación de uniones libres, la fecundidad premarital, el divorcio y la separación son fenómenos experimentados por familias de todos los grupos sociales, la frecuencia de éstos varía entre los grupos y las características de las mujeres y sus uniones conyugales, como son el tipo de unión y la edad a la primera unión.

Cada grupo social presenta particularidades en la forma en que cada uno de estos fenómenos socio-demográficos se relaciona entre sí. Un claro ejemplo al respecto lo presentaron las familias de los trabajadores no asalariados, no agrícolas y las de los campesinos y trabajadores asalariados agrícolas. A pesar de que estos grupos sociales tienen las proporciones más altas de uniones consensuales, la frecuencia de casos con fecundidad premarital es la más baja debido, en parte, al efecto negativo que imprime la muy joven edad femenina a la primera unión de estos mismos grupos sobre la fecundidad premarital. En cambio, estas características explican que los niveles más altos de disolución marital se den precisamente en los trabajadores no asalariados, no agrícolas, campesinos y trabajadores asalariados agrícolas.

Esta situación pone de relieve la predisposición de las parejas urbanas a la disolución del vínculo matrimonial, con respecto a las parejas rurales.

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Las variaciones entre los grupos sociales en las transiciones familiares están íntimamente ligadas a significativas diferencias en la temporalidad de los eventos vitales que experimentaron las mujeres a lo largo de su curso de vida, así como los niveles en que éstas se reprodujeron en los varios grupos sociales.

Se puede hablar de dinámicas familiares distintas entre los grupos que cobran sentido a partir de lo que implica tanto para las unidades familiares como para las mujeres el tener niveles altos o bajos de fecundidad; el experimentar temprana o tardíamente hechos familiares que implican responsabilidades y ciertos costos de oportunidad; así como condiciones sociales y económicas específicas que se desprenden de pertenecer a un grupo social u otro. La combinación de estos varios factores va a determinar tanto condiciones demográficas diferenciales en la constitución de las familias como costos sociales de oportunidad e incluso ―calidades de vida‖ desiguales para las familias y l@s individu@s en ellas, y especialmente para las mujeres.

El tema de desarrollo rural debe considerar la pobreza desagregada por género, si es que se pretende hablar de desarrollo integral. El tomar en cuenta el ciclo vital de las mujeres rurales es conocer una situación que no ocurre con frecuencia, u ocurre en diferente forma en las mujeres urbanas, y que sirve de base para explicar fenómenos como la pobreza femenina.

Si bien la endogamia por grupos sociales se presenta en más de la mitad se las familias mexicanas, de un 42 a un 66 por ciento de ellas, dependiendo del grupo social del que se trate, la pertenencia a un grupo social u otro de las mujeres alguna vez unidas se define solamente a partir de la posición social del esposo o compañero, siendo este más notable entre los grupos sociales más desfavorecidos. Un aspecto íntimamente ligado a lo anterior es la menor participación de las mujeres en actividades económicas a cambio de un salario entre los grupos sociales más bajos, así como la diferente participación laboral femenina a lo largo del ciclo familiar entre los grupos. En general, las mujeres de los grupos sociales más bajos tienen tasas más bajas de participación laboral antes del matrimonio y entre este último y el nacimiento del primer hijo, (Ojeda, 1989).

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El retiro de las mujeres del mercado de trabajo con el matrimonio también tiende a ser más frecuente entre las mujeres de los grupos sociales más desfavorecidos que se encuentran asociados al sector no agrícola de la producción y entre aquellos relacionados con el sector productivo agrícola. La participación de las mujeres en el trabajo durante las etapas posteriores de ciclo familiar sigue pautas diferentes entre los grupos que reflejan, más que distintas posibilidades por parte de las mujeres para trabajar a cambio de un salario, condiciones demográficas disímiles durante las mismas etapas del ciclo familiar, así como condiciones también distintas en los mercados laborales en que tienden a insertarse las mujeres con distintas posiciones sociales en el país.

Así en los grupos sociales vinculados con ocupaciones que implican requisitos fijos de empleo las tasas de participación femenina presentan los valores más altos durante las edades intermedias y declinan en las edades avanzadas. En cambio, los grupos sociales asociados a ocupaciones en que son posibles diferentes tipos de autoempleo y que requieren de poca educación y capacitación tienen tasas de participación femenina con valores más altos a las edades en que las mujeres han terminado o están por terminar su período reproductivo.

En general, un importante número del total de las familias observadas por Ojeda (1989) terminaron su etapa de expansión a una edad femenina intermedia, pero con un tamaño grande de familia que frecuentemente incluía un@ últim@ hij@ no mayor de 10 años de edad. Sin embargo, se observó que esto es más frecuente en los grupos sociales menos favorecidos que se encuentran relacionados con ocupaciones propias del sector no agrícola- los proletarios típicos y los trabajadores no asalariados- y entre los campesinos y trabajadores asalariados agrícolas.

Asimismo, la combinación de altos niveles de fecundidad con la diferente temporalidad entre los grupos acerca de cuándo en la vida de la mujeres es más frecuente que ocurran ciertos eventos vitales ligados con la reproducción, reflejan condiciones demográficas y sociales que son marcadamente más desventajosas para los grupos sociales bajos. Al respecto habla por sí mismo el hecho extremo de que cerca del doble de l@s hij@s nacidos

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vivos que en promedio tienen las mujeres de la nueva pequeña burguesía representa el promedio de hij@s que esperaría tener las mujeres alguna vez unidad con campesinos, trabajadores asalariaos agrícolas o bien con trabajadores no asalariados, no agrícolas (Ojeda:1989).

De igual forma es sorprendente la alta proporción de mujeres que habiendo tenido un@ últim@ hij@ durante las edades intermedias corresponden a madres de por lo menos seis hij@s nacid@s viv@s entre el proletariado típico, los trabajadores no asalariados, no agrícolas, los campesinos y los trabajadores asalariados agrícolas. Esto es muy significativo si consideramos que la suma de estos grupos sociales representa un contingente muy numeroso de la población mexicana.

Se puede decir que, el hecho de que las familias procreadas por mujeres de distintos grupos sociales muestren dinámicas distintas en sus procesos de formación y expansión está indicando condiciones de reproducción demográfica propias de cada grupo social. No obstante, debido a que existen diferencias significativas en la formación y expansión de las familias al interior de cada uno de los grupos dependiendo de algunas de las características individuales de las mujeres y de sus uniones, se rechaza un determinismo de grupos sociales sobre la dinámica familiar. El análisis del ciclo familiar bajo el enfoque del curso de vida femenino ha hecho patente la importancia que tiene el individu@, y en este caso la mujer, en la dinámica familiar dentro de cada uno de los distintos grupos sociales. Por lo cual si bien se habla de pautas reproductivas propias de cada grupo social en la formación y expansión de las familias, sería erróneo no pensar que estas pautas son independientes de la dinámica temporal también diferencial de los eventos vitales de las mujeres entre los grupos sociales, especialmente de aquellos que se encuentran vinculados con la procreación de las familias. (Ojeda: 1989).

En un estudio realizado por Norma Ojeda y Eduardo González (2008), que analiza descriptivamente los niveles y las tendencias del divorcio y la separación conyugal en México entre ocurridos entre 1973 y 2003, se examinaron las causas de disolución de la primera unión conyugal. Mencionan que México presenta una tendencia ascendente en las

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probabilidades de divorcio y separación conyugal que se da tanto por la acción de las generaciones más jóvenes como por la acción de las cohortes matrimonio o unión más recientes.

Este aumento, mencionan los investigadores, es más notable durante los primeros años de vida marital, pero, en especial, durante los primeros cinco años, y es posible suponer que tal aumento esté definido mayoritariamente por un cambio entre generaciones. Aportan que en 1973, año en que se comenzó a realizar el estudio, casarse o unirse a partir de los 21 años implicaba una sensible menor probabilidad de divorcio o separación en comparación con las parejas casadas o unidad a edades menores, pero hoy en día este factor ya no existe. Acerca de la relación entre la escolaridad de la mujer y las probabilidades de divorcio o separación, en 2003 al igual que en 1973 se encontró una relación directa con las probabilidades de disolución conyugal voluntaria a partir de los cinco años de vida conyugal, y tal relación se acentuó conforme era mayor el tiempo de vivir en pareja.

Se observó que las probabilidades de divorcio o separación son mayores en las uniones conyugales de mujeres que trabajaron antes de casarse o unirse por primera vez, cuestión que se encuentra relacionada con aspectos de empoderamiento: ―Proceso orientado a cambiar la naturaleza y la dirección de las fuerzas sistémicas, que marginan a la mujer y a otros sectores en desventaja en un contexto dado‖. (Sharma, 1991). Dicha situación se presentó en todas las duraciones de la unión, y en especial a partir de los cinco años de vida en pareja.

Es importante señalar las diferencias encontradas en las tendencias a la disolución matrimonial entre las parejas de condición rural y las parejas de condición urbana. En estas últimas, se presentaron probabilidades notablemente más altas de terminar en divorcio o separación que las uniones de condición rural. Mientras que dichas parejas tuvieron una probabilidad de disolución conyugal de casi .12 puntos a los 20 años de haberse formado, la probabilidad respectiva para las parejas urbanas fue casi del doble (.23 puntos).

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Se deben destacar las observaciones de dicha investigación, en donde se menciona que a mayores niveles de urbanización, mayores son las probabilidades de disolución conyugal. Este es uno de los puntos que se observarán en Tlaminca, Estado de México.

En México, el tipo de unión constituye una característica sociocultural de la nupcialidad que se refiere a la elección que hacen las parejas de iniciar una vida conyugal de acuerdo o no a ciertas reglas institucionales legales y/o de naturaleza religiosa. Por otro lado, el tipo de la unión hace referencia a una modalidad que adoptan los arreglos conyugales que puede cambiar en etapas posteriores del ciclo de vida de estas parejas y sus familias. Por ejemplo, la vida en pareja puede iniciarse con una unión libre o bien con una sola religiosa que después se legaliza mediante el matrimonio civil. Asimismo, un matrimonio únicamente civil puede posteriormente sacralizarse mediante una sanción religiosa. En el estudio se observó una mayor tendencia a la separación o divorcio de los matrimonios civil-religiosos con respecto a las uniones consensuales. Las parejas analizadas en el estudio que estaban separadas, se unieron a edades más jóvenes que las divorciadas.

En resumen, a mayor grado de escolaridad de las mujeres dentro de las parejas, de urbanización y de matrimonios por lo civil, mayor la concentración observada de parejas divorciadas.

Ojeda y González (2008), destacan la importancia que tienen los factores institucionales, de tipo comunitario, la cultura familiar y las relaciones de género sobre el comportamiento de las mujeres, sus parejas y otros agentes sociales frente a la disolución conyugal voluntaria en México.

Al analizar dichos eventos en el estudio anteriormente mencionado, es necesario considerar los aspectos económicos que al parecer se presentan como una constante, y que se vinculan a la participación de las mujeres en los mercados de trabajo y su influencia sobre la estabilidad de las uniones conyugales (Grossbard-Shechtman, 1993).

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Los niveles de empoderamiento de las mujeres en la sociedad mexicana, por medio del logro de niveles más altos de escolaridad y la experiencia laboral de las mujeres, muestran tener relación, en mujeres rurales y urbanas, con la disminución de la dependencia económica de sus parejas masculinas, lo cual, a su vez, aumenta las probabilidades de toma de decisiones con menor dificultad para disolver sus matrimonios o uniones libres cuando por alguna razón éstas habían dejado de ser satisfactorias, o bien, es necesario disolverlas debido a situaciones problemáticas de alguna índole, como podrían ser casos de violencia doméstica.

Según comentan Ojeda y González (2008:143), ―la tendencia ascendente del divorcio y de la separación en México es parte de los costos sociales del desarrollo y del cambio en las relaciones de pareja, conforme a las nuevas exigencias económicas y sociales sobre las mujeres y los hombres‖. Este es precisamente el fenómeno que se intentó demostrar en la presente investigación.

REACCIONES ANTE LA INFIDELIDAD

Los autores Díaz-Loving, Pick de Weiss y Andrade, (1988) mencionan que los hombres y las mujeres también difieren en cuanto a su actitud y conducta con respecto a la infidelidad, para el hombre mexicano, es un orgullo mantener relaciones extramaritales puesto que representan una prueba de hombría y de insatisfacción sexual, mientras que en las mujeres es indicio de soledad, falta de atención o percepción de poco amor. Asimismo, encuentran que los hombres y las mujeres infieles tienen menor satisfacción marital que sus contrapartes fieles.

En la sociedad mexicana también se reportan correlaciones negativas pero bajas entre satisfacción marital con la presencia de relaciones extramaritales (Casas, 1986). Por otro lado, se ha encontrado que los hombres tienen una mayor probabilidad de ser infieles que

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las mujeres (Díaz-Loving, 1988), probablemente debido a que a los hombres se les enseña que es socialmente deseable recibir estimulación sexual de más de una mujer.

Debido a que existen diferencias transculturales en la aprobación y valoración de las relaciones extra-pareja, resulta evidente que su conceptualización está determinada por normas y papeles dictados socioculturalmente. Esto explica los cambios observados a través del tiempo así como el incremento de mujeres que describen al sexo como algo placentero, y con ello, la mayor aceptación entre mujeres de tener más de una pareja sexual. Otro aspecto interesante de la infidelidad es la percepción que se tiene de la persona que está siendo infiel. Romero, y otros (1990) reportan diferencias entre hombres y mujeres; éstas últimas describen a la persona infiel con características socialmente aceptadas (agradable, simpático, divertido, audaz, etcétera); mientras que los hombres evalúan a la persona infiel con características negativas (hipócrita, débil, tonto, deshonesto, irresponsable, despreciable, enfermo, malo e inmoral), una posible explicación es que la mujer, en su elección de pareja busca al ―hombre ideal‖ y que en el momento de confrontarse con su realidad (que su compañero tiene tanto cualidades como defectos), sus necesidades afectivas y expectativas quedan frustradas, por lo cual deposita en el hombre infiel todas aquellas cualidades no cumplidas en su relación de pareja.

ESTILOS DE AMOR

Existe otro aspecto dentro de la relación de pareja y/o entre los géneros en el cual se han encontrado diferencias genéricas, como el amor. En relación a esto, Díaz-Loving, Canales y Gamboa (1988) estudiaron la conceptualización semántica de varios estilos de amor: amor romántico, amor pasional, y amor conyugal. Los resultados muestran una descripción diferenciada por género.

El amor romántico, definido por las mujeres como cariño, detalles, flores, música, mientras que los hombres lo perciben como cursi, fantasía, utopía e ilusión. Dentro del amor pasional, las mujeres le dan mayor importancia a la atracción, las caricias, el cariño, la

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ternura y la fidelidad, en el caso de los hombres, este estilo de amor representa lo erótico, racional, placentero, lo arrebatado, lo pasajero y lo emocionante.

El amor conyugal, es descrito por las mujeres como tierno, rutinario, duradero, respetuoso, de compañerismo y comunicación, y por los hombres como sexo, apoyo, compromiso, hij@s y privación de la libertad entre otras. Los resultados sobre este tipo de amor muestran similitudes y diferencias en las forma en que hombres y mujeres perciben y describen el amor, lo cual supone que también afecta su conducta y evaluación de la relación.

Precisamente, un punto a analizar es el impacto de los patrones perceptuales y atributivos sobre las formas de interactuar y sobre los grados de satisfacción alcanzados dentro de las relaciones entre los géneros y/o de pareja. De hecho, el énfasis de las mujeres en aspectos afectivos y funcionales, y el de los hombres en cuestiones sexuales y estructurales, concuerda con las expectativas que cada género señala para su relación y con el grado mayor de insatisfacción reportado por las mujeres.

Con lo anterior, se observa que las diferencias en las expectativas y subsecuentes patrones de socialización de los padres y la sociedad ante los sexos (Maccoby, 1974; Spence, 1978),