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LA REVANCHA DE BARNAVE

Libro Segundo LA REBELIÓN MULATA

LA REVANCHA DE BARNAVE

Por una vez pues, la primera, los ensoberbecidos colonos eran discutidos, ridiculizados, llevados al banco de la razón. Por una vez la bruma mágica con la cual se habían envuelto hasta el presente, se disipaba.

En todo caso, con su exasperación, con su rabia, muy sinceras, representaron como actores consumados.

Para forzar la voluntad nacional, gritos, vociferaciones, amenazas, todo eso fue magistralmente orquestado por un lobby activo, en cuya primera fila se mostraba Barnave.

Fue una verdadera conspiración: pontífices indignados a los cuales no se habría secundado, grandes colonos sofocados por una indignación tal que se hubiera pedido poner en duda la legitimidad de sus privilegios, negociantes enloquecidos ante la idea de perder sus capitales, también algunos sabios deslizados en escena.

El estreno fue la muy espectacular salida de los diputados coloniales. “Señor Presidente:

“Vamos a dirigir a nuestros comitentes el decreto que la Asamblea Nacional dictó en la mañana de ayer y el cual concierne a las gentes de color y negros libres. En el actual estado de cosas, estimamos nuestro deber abstenernos de las sesiones de la asamblea y os rogamos le comuniquéis nuestra decisión”.

En estos términos cogidos con pinzas es que los señores Gouy d’Arsy, Reynaud de Perigny y algunas otras celebridades de Santo Domingo significaban al legislador que en lo adelante la asamblea se privaría de sus talentos.

"Los señores Nadal, Gualbert, Curt, diputados por Guadalupe, no quisieron ser menos:

“Señor Presidente,

”El decreto que la asamblea dictó en la mañana de ayer, concerniente a los hombres de color libres, nos obliga a abstenernos de sus sesiones. “Firmado: Nadal, Gualbert, De Curt”.

A Moreau de Saint-Méry y Arthur Dillon sólo les quedaba ajustar su conducta a la de ellos. Segunda puesta en escena: el noble furor de Santo Domingo. Para darle tiempo a desenrollar sus volutas, ministros y diputados se las habían arreglado para obstaculizar la expedición del decreto. Debía ir acompañado de una instrucción. Pasaron los meses. La instrucción nunca estaba lista. Entonces, como por azar, de Santo Domingo llegaron noticias trágicas,supertrágicas.Todo elmundo protestaba. El gobernador Blanchelande protestaba jurando que no había que contar con él para derramar la sangre de los blancos.

La asamblea provincial del Norte suplicaba:

“Solicitamos de vosotros la revocación de vuestro decreto de mayo 15, porque afecta la subordinación de los esclavos... De tener jugar, el primer cumplimiento del decreto sería desastroso; todos los corazones están heridos; las agitaciones de que somos testigos pueden ser causa de una explosión general... en ese caso nos tendremos que enfrentar con una resistencia desesperada y la colonia se convertirá en un vasto sepulcro”. LaasambleaparroquialdelGros-Morne amenazaba y expresaba su indignación con alaridos histéricos:

”Considerando que los decretos de los días 13 y 15 de mayo de 1791 constituyen una infracción de los decretos de los días 8 y 12 de octubre del pasado año, es un perjurio nacional y un nuevo crimen a añadir a tantos otros;

”Considerando que la colonia, indignamente engañada, no puede en lo sucesivo seguir acordando su confianza a los actos de una asamblea que se degrada al punto de convertirse ella misma en la violación de sus propias leyes decretadas; considerando que tal exceso no permite presumir que ningún freno político, ningún pudor, puedan detener su marcha criminal y que las colonias deben temerlo todo de las delibera- ciones ulteriores de una asamblea que es el complemento de todas las destrucciones posibles;

”Considerando que la colonia se ha dado a la Francia de antaño; y no a la de hoy, o actual, que habiendo cambiado las condiciones del tratado el pacto está anulado;

”Considerando que los principios constitucionales del gobierno de Francia son destructivos de todos los que convienen a la constitución de las colonias, la cual es violada por adelantado por la Declaración de los Derechos del Hombre; considerando en fin que la conservación de la colonia depende de la unión de todos los colonos y de su resistencia por la fuerza contra los enemigos de su tranquilidad;

”Los habitantes aquí reunidos protestan contra todo cuanto ha sido hecho y decretado por la Asamblea Nacional contra las colonias y particular- mente contra la de Santo Domingo y contra todo cuanto ella hará o decretará en lo sucesivo, protestan contra los decretos de los días 13 y 15 de mayo último y contra la admisión en la colonia de comisarios que la Asamblea Nacional pretende enviar, juran todos por su honor, en presencia del Dios de los ejércitos, que invocan al pie de su santuario y hacia el cual están prosternados, de rechazar por la fuerza y perecer sobre las ruinas amontonadas de sus propiedades antes que sufrir tal menoscabo de sus deberes, de los cuales depende el mantenimiento político de la colonia;

”Ordenamos a aquéllos que se pretenden sus diputados en la Asamblea Nacional que se retiren; invitamos a todos los colonos residentes en Francia que vuelvan a la colonia para sostener y defender sus derechos y cooperen en la magna obra de las leyes que deben regirla de ahora en lo adelante con independencia de las de Francia”.

Entonces por la asamblea pasó un soplo de pánico y Barnave lo aprovechó. Dándoselas de maestro que condesciende a exponer a sus alumnos cómo se explica la regla de la sana política colonial, Barnave (23 de setiembre de 1791), con una evidente complacencia, describió los disturbios de Santo Domingo en los cuales pretendía ver una consecuencia de los decretos de mayo:

“La llegada del decreto a Santo Domingo ha producido allí los efectos que paso a describir: Santo Domingo estaba dividido en dos partidos, uno de los cuales había adoptado y defendido los decretos de la nación y, el otro los había trasgredido y hasta había, a este respecto, merecido una represión severa de parte de la asamblea. Los dos partidos se han reunido en el espíritu de oposición al decreto: el mismo espíritu ha reinado en todas partes de la colonia, las medidas han llegado al punto de hacer prestar juramento a las tropas francesas que se encontraban en los diferentes cuarteles de Santo Domingo, no sólo de no obrar en lo que se refiere a la ejecución del decreto, sino proceder directamente contra su ejecución; las medidas han sido llevadas hasta forzar a los diferentes comandantes a dar las mismas promesas y han sido redactadas diferentes instancias en diferentes cuarteles. La del Norte ha sido respetuosa, aunque extremadamente firme en su oposición, las otras son de naturaleza tal que no podrían ser leídas en esta asamblea; en fin tal ha sido el efecto del decreto, la impresión que ha causado en los hombres de color ha sido tan fuerte en razón quizás del enojo que inspiraba a los blancos o del interés que algunos hombres de color propietarios podían ver en ese decreto para la conservación de sus esclavos, que en muchos lugares de la colonia, particularmente, en el de la Grande-Rivière y los cercanos a Port-au-Prince, los hombres de color han tomado acuerdos por los cuales renuncian por ellos mismos al efecto, a los beneficios del decreto y hasta parecen oponerle una especie de resistencia”.

Era esa la situación existente. El futuro, de creer a Barnave, era todavía más amenazador: irritados contra las decisiones de la Asamblea Nacional, los colonos pensaban –¡horror!– en volverse atrás en el compromiso de marzo, es decir, a replantear el pacto colonial. Barnave, para extraviar más a la asamblea, la llevaba por un laborioso dédalo de deducciones:

“Según los decretos promulgados, las colonias o al menos Santo Domingo está persuadido, por una parte, que el régimen interior ha sido trastrocado, que los medios de conservación están abolidos y, por consiguiente, no hay obstáculos que no esté decidido a oponerles; por otra parte, están persuadidos, porque habían creído anteriormente que la Asamblea Nacional había prometido no tocar a este objeto, están persuadidos, digo, que ha faltado a lo que se les había anunciado; en consecuencia, si el decreto, subversivo a sus ojos, les desespera, la falta

de fe que ellos creen ver en él, no les inspira menos terror para el futuro; creen percibir en este acto no sólo los peligros indirectos que resultan de los derechos de los ciudadanos activos concedidos a los hombres de color, sino el peligro próximo de una gestión del cuerpo legislativo, que habiendo faltado ya a sus promesas, puede llegar a atacar directamente e inmediatamente el régimen colonial por la manumisión de los esclavos. Sea lo que fuere de estas ideas, he aquí naturalmente donde ellas deben llevarlos a pedir que el cuerpolegislativo no tome ninguna parte en sus leyes del régimen interior, visto que hoy día está demostrado que él no puede inmiscuirse sin gravísimos peligros para la colonia; es que habiendo una vez establecido en su espíritu que el cuerpo legislativo no puede tomar parte en su régimen interior, sacan de ello una primera consecuencia y es que las colonias no deben estar representadas en el cuerpo legislativo, puesto que él no hace sus leyes; y del hecho de que las colonias no estén representadas en el cuerpo legislativo, sacan esta segunda consecuencia de que el cuerpo legislativo no puede hacer sus leyes de comercio, visto que ningún francés no está obligado más que a la ejecución de las leyes que ha hecho por él o por sus representantes. “No hay que estimar este razonamiento extraordinario e imposible puesto que ya lo habían hecho y, no es otra cosa que el sistema de los decretos del 28 de mayo presentado por la asamblea colonial de Santo Domingo, la cual se daba todas las leyes del régimen interior, sin someterse a la sanción para la ejecuciónprovisionaly queríaquelasleyes delrégimen exterior,esdecir,lasleyesdecomercio,fuesenrespectivamenteconsen- tidas entre la colonia y la metrópoli”.

Ante estos peligros sólo había un partido a seguir: volver a la solución que siempre había sido la de Barnave, es decir, dejar a los colonos la legislación interior de las colonias, para conservar más seguro entre las manos de la metrópoli la legislación exterior y las leyes del comercio:

“Hay en todos los sistemas coloniales posibles dos puntos invariables por su esencia, porque encerrando el interés nacional y el de las colonias, son ellos necesariamente la base de las relaciones que las naciones europeas y las colonias pueden tener entre sí: hemos estimado que si nos pronunciamos hoy sobre estos puntos, haríamos justicia a cada uno, haríamos cesar de una vez por todas las esperanzas ilegítimas sobre el régimen exterior y los temores legítimos sobre el régimen interior. Así pues os propondremos decretar dos bases fundamentales: una, que las leyes del régimen exterior de las colonias estarán continuamente en la competencia del cuerpo legislativo, bajo la sanción real y que a este respecto las colonias no pueden hacer más que peticiones que, en ningún caso, podrán ser convertidas en reglamentos provisionales en las colonias; otra, que las leyes sobre el estado de las personas serán hechas por las asambleas coloniales y ejecutadas provisionalmente de acuerdo con la sanción del gobernador y directamente llevadas a la sanción real”.

El orador consagraba todo el resto de su discurso a legitimar este segundo punto.

Jamás el cinismo había ido tan lejos. Se habla del siglo XVIII como de un siglo enamorado de las ideas abstractas, pero a menudo se olvida que junto a este siglo hay otro, ése que por Montesquieu remonta hasta Maquiavelo.

Así pues, abordando el problema del régimen interior de las colonias, a Barnave le parece que dicho régimen descansa por entero sobre un cúmulo armonioso de prejuicios necesarios:

“El régimen interior de las colonias, su existencia, la tranquilidad que reina en ellas, no pueden ser consideradas sino como un edificio ficticio o sobrenatural, pues la suficiencia de los medios materiales y mecánicos falta allí en lo absoluto.”

“Santo Domingo, al mismo tiempo que es la primera colonia del mundo, la más rica y más productiva, es también aquélla en que la población de los hombres libres está en menor proporción con los que están privados de su libertad. En Santo Domingo cerca de cuatrocientos cincuenta mil esclavos están frenados por cerca de treinta mil blancos y los esclavos no pueden ser considerados como desarmados, pues son hombres que trabajan en el cultivo de la tierra, que tienen siempre instrumentos en sus manos, siempre poseen armas; es pues físicamente imposible que el pequeño número de blancos pueda contener a una tan considerable población de esclavos, si el medio moral no viniera a apoyar los medios físicos”.

Pero, se dirá, ¿en qué consiste ese medio moral? Es el inmoral prejuicio del color:

“Este medio moral está en la opinión, que pone una distancia inmensa entre el hombre negro y el hombre de color, entre el hombre de color y el hombre blanco, en la opinión que separa absolutamente la raza de los

ingenuos de los descendientes de esclavos, a cualquier distancia que se

encuentren.

”Es en ésta opinión que está el sostén del régimen de las colonias y la base de su tranquilidad. Desde el momento en que el negro, que no siendo ilustrado sólo puede ser conducido por prejuicios palpables, por razones que impresionan sus sentidos o que están mezcladas a sus hábitos; desde el momento en que pueda creer que es el igual del blanco, al menos que el que está en el medio es el igual del blanco, desde entonces se hace imposible calcular el efecto de ese cambio de opinión. “Hay pues que convencerse bien que ya no habrá tranquilidad ni existencia en las colonias, si se atenta a esos medios de opinión, a los prejuicios que son las únicas salvaguardas de esta existencia. Este régimen es absurdo, pero está establecido y no se le puede tocar bruscamente sin desencadenar los más grandes desastres. Este régimen es opresivo, pero logra que en Francia permanezcan millones de hombres. Este régimen es bárbaro, pero seria mayor barbarie querer ponerle encima la mano sin poseer los conocimientos necesarios”.

Para ser cínica, la argumentación no carecía de habilidad. La abolición de la esclavitud... la Constituyente, es un hecho, había retrocedido ante ella de manera unánime. Barnave se consagraba con esta injusticia primera:

“Pregunto si, cuando la Asamblea Nacional llevada por un gran interés nacional y por la imposibilidad de hacer tales cambios sin un desquiciamiento absoluto, estimó que podía consagrar, por un decreto constitucional, la esclavitud de más de seiscientas mil personas, puede ahora titubear en sacrificar a ese mismo interés nacional, a esa misma tranquilidad de que el estado de los hombres de color es la causa intermediaria, pero necesaria, pregunto si la Asamblea Nacional puede titubear en sacrificar a tan grandesintereses, no la privación perpetua, sin duda, sino la privación progresiva en un pequeñísimo número de individuos de los derechos políticos, de los que muchos millones de hombres están privados en Francia”.

Para terminar, Barnave proponía el siguiente proyecto de decreto:

“La Asamblea Nacional constituyente queriendo, antes de terminar sus trabajos, asegurar de un modo invariable la tranquilidad interior de las colonias y las ventajas que Francia obtiene de esas importantes posesiones, decreta como artículos constitucionales para las colonias lo que sigue:

Artículo primero. La Asamblea Nacional legislativa estatuirá, exclusiva- mente, con la sanción del rey sobre el régimen exterior de las colonias. En consecuencia hará:

1) las leyes que regulan las relaciones comerciales de las colonias 2) las leyes que conciernen a la defensa de las colonias.

Artículo segundo. Las asambleas coloniales podrán hacer, sobre los mismos objetos, todas las peticiones de representaciones pero sólo serán consideradas como simples peticiones.

Artículo tercero. (Y era el único verdaderamente importante ’ése para el cual únicamente parecía hecho el decreto’ debía decir de Tracy). Las leyes que conciernan el estado de las personas no libres y el estado político de los hombres de color y negros libres, así como los reglamentos relativos a la ejecución de esas mismas leyes, serán hechas por las asambleas coloniales, se ejecutarán provisoriamente con la aprobación de los gobernadores de las colonias y serán llevadas directamente a la sanción del rey, sin que ningún decreto anterior pueda obstaculizar el pleno ejercicio del derecho conferido por el presente artículo a las asambleas coloniales”,

Destutt de Tracy esbozó una contraofensiva. Sostuvo que ante la arrogancia de los colonos sólo valdría una política de firmeza:

“Los señores colonos blancas de Santo Domingo quieren a todo trance ser los amo; de la isla... Digo que las gentes de color, sacadas por nosotros de la opresión, serán nuestros aliados naturales y que no es justo ni político abandonarlos.

¿Es serio que veinticuatro mil blancos establecidos en Santo Domingo, odiados por veinte mil mulatos a los que oprimen, embarazados con cuatrocientos mil esclavos de los que están condenados a temer eternamente el menor movimiento; es serio, repito, que hablen de oponer sus propias fuerzas a las de Francia, de Francia que con una palabra podría aplastarlos?

Si algo sostienen las oposiciones en Santo Domingo, es la especie de vacilación y la ambigüedad de algunos de vuestros decretos. No perderéis a Santo, Domingo, pues Santo Domingo es imperdible.

Mantened vuestros decretos del 28 de marzo de 1790 y 15 dé mayo de 1791, él honor, la justicia y la política os lo ordenan. Vigilad y seréis obedecidos”. Era la sensatez misma.”

Pero el asunto se presentaba mal para la izquierda. Fue así como algunos trataron de eludirlo. Entre ellos se contó Dupont de Nemours. Recordó que a la asamblea sólo le quedaban siete días de sesión y que muchos asuntos importantes estaban por ventilar:

“Señores, os quedan siete días; creo que sería culpable consumir tres o cuatro en una discusión en la cual el comité ni siquiera ha encarado los primeros elementos que tenía que tratar... Lo digo por la instrucción pública, la mendicidad, los trabajos de los comités, las contribuciones públicas y los jurados... No os podéis marchar como los gorriones después de haber comido”.

Por su parte, Rewbell, retomando una indicación de De Tracy, intentó parar el golpe. Arguyó que estando terminada la constitución y aprobada por el rey, la asamblea no disponía de más poder “constituyente” y por tanto no podía admitir, en cualquier materia que fuese, un decreto... “constitucional”.

Pero fue a Robespierre a quien le tocó, una vezmás, el honor de defender el fondo. Con mano maestra desmontó, uno tras otro, los resortes complicados del sofisma de Barnave:

“Empiezo por examinar en pocas palabras los razonamientos morales y políticos, alegados por el relator del comité colonial. Os ha expuesto su teoría sobre el único medio, según él, de conservar la tranquilidad y la subordinación de los esclavos en las colonias. Ahora bien, nos ha dicho que este orden de cosas consistía esencial y exclusivamente en la extrema distancia que estos esclavos apercibían entre los blancos y ellos;