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Revisemos nuestros materiales de lectura y apliquemos las he-

M ANTENER EL IMPULSO

3. Revisemos nuestros materiales de lectura y apliquemos las he-

rramientas perceptivas tal como se nos indica.

Iniciar este viaje creyendo que encontraremos tiempo sobre la marcha para ocuparnos de nuestros compromisos con el proceso es una invitación automática al fracaso, además de un autosabo-taje inconsciente antes de empezar. Por eso, tenemos que comprometernos a seguir estrictamente las instrucciones que recibamos a lo largo del viaje no importa cómo, porque el Proceso de la Presencia se potencia enormemente gracias a nuestro compro- miso en la constancia.

La constancia es siempre más poderosa y productiva que una actividad esporádica y drástica.

Inevitablemente, habrá circunstancias que nos impedirán satisfacer nuestras intenciones en alguna sesión en concreto. Aquí es donde tenemos que aprender a someternos al proceso. Si, a pesar de nuestras mejores intenciones, las circunstancias que nos rodean se desarrollan de tal manera que nos resulta imposible mantener nuestros compromisos, no forcejeemos con la situación. Simplemente, sometámonos a ella. Sin embargo, no debemos confundir sometimiento con resistencia o con poner excusas.

La regla de oro a la hora de discernir entre sometimiento y resistencia es ésta: si nos sentimos aliviados por no poder ocuparnos de nuestros compromisos con el proceso, lo más probable es que sea resistencia, y que hayamos creado inconscientemente estas circunstancias para sabotear nuestro progreso. Si estamos sinceramente desilusionados por no poder cumplir con nuestros compromisos en el proceso, lo más probable es que la inteligencia de nuestra presencia interior haya reorganizado nuestros planes por nuestro bien. Al echar la vista atrás, siempre se podrá ver por qué sucedió así.

Nuestro ego nos dará muchas razones para que no cumplamos con los compromisos de nuestro proceso, sobre todo cuando nuestros recuerdos inconscientes estén emergiendo con el fin de que los integremos. Aquí es donde nuestra disciplina y nuestra voluntad han de hacerse patentes. Si mantenemos nuestra compromiso diario con el proceso, cultivaremos y acumularemos autodisciplina y voluntad automáticamente.

No tenemos que recriminarnos, ni mental ni emocionalmen-te, si caemos a lo largo del camino. Caer no es fracasar, siempre y cuando nos levantemos y continuemos caminando. Sólo habremos fracasado si nos detenemos antes de llegar al final del camino.

Comencemos.

PRIMERA SESIÓN

Decido vivenciar este momento LA PRESENCIA INTERIOR

Desde que nacemos se nos enseña que nuestra identidad es aquello que nos hace diferentes de los demás. Es decir, se nos enseña a creer que nuestra verdadera identidad se basa en nuestra apariencia, nuestro comportamiento y nuestras circunstancias individuales de vida. De ahí que creamos equivocadamente que somos nuestro cuerpo, la suma de nuestros comportamientos y las circunstancias que estamos viviendo. Sin embargo, estos atributos externos están constituidos por experiencias del pasado que hemos tenido; no nos dicen, ni pueden decirnos, quién ni qué somos realmente. Sería más correcto decir que nuestro cuerpo, nuestro comportamiento y nuestras circunstancias vitales son, en realidad, la trinidad que constituye la estructura de nuestro ego: aquello que mostramos al mundo exterior y aquello que el mundo exterior ve de nosotros.

Pero ¿quiénes y qué somos realmente?

Nuestras experiencias cambian constantemente por su propia naturaleza. Cambian tanto en su forma como en su calidad. El modo en que cualquier experiencia dada toma forma se basa en nuestros pensamientos, palabras y acciones previas, en tanto que la calidad de nuestras experiencias depende por completo de las interpretaciones que hacemos de ellas en un momento dado.

Nuestro cuerpo, nuestro comportamiento y las circunstancias de nuestra vida cambian constantemente. Las experiencias T/ÍTM vienen y van y, no

obstante, seguimos siendo «noáotros». El he- ¿&¿3£. cho de percatarse de que el cambio es lo que permanece constan- . '•••..--*•*=• te a lo largo de todas nuestras experiencias es una idea imponente, porque entonces tenemos la certeza de que, si no nos gusta la calidad de la experiencia que estamos teniendo, tenemos la posibilidad real de cambiarla.

El hecho de percatarnos de esto va directo al corazón del Proceso de la Presencia. Esta aventura no pretende cambiarnos a nosotros mismos; pretende hacer cambios inmediatos en la calidad de nuestra experiencia vital.

El Proceso de la Presencia trabaja desde la base de que es imposible cambiar el quién y el qué somos realmente, simplemente porque somos una presencia que es eterna. De momento, se nos invita a aceptar nuestra inmortalidad como un concepto o como una buena idea. Sin embargo, una vez aprendamos a desprendernos conscientemente de nuestras experiencias, veremos con claridad que, aunque nuestras experiencias cambien cons- tantemente, nosotros, los que experimentamos, permanecemos inmutables.

Lo que permanece inmutable debe ser necesariamente eterno.

En el Proceso de la Presencia se nos invita, así pues, a darnos cuenta y a recordar que lo que mejor refleja el quién y el qué somos debe buscarse en la calidad silenciosa, tranquila e invisible de nuestra propia presencia interior. Hay quien denomina a este aspecto de nuestro ser «el observador», debido a que lo presencia todo y, por tanto, sabe todo lo que nos ha sucedido. Cuando entremos plenamente en la conciencia del instante presente, descubriremos asimismo que nuestra presencia interior parece saber también todo lo que nos va a suceder. Cuando establezcamos una relación consciente con nuestra presencia interior, nos daremos cuenta de lo siguiente.

• Que nuestra presencia interior no conoce dificultad alguna. No existe nada que no pueda conseguir.

• Que nuestra presencia interior desea verdaderamente lo mejor para nosotros. Nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos en este momento, y sabe qué puede devolvernos la auténtica alegría.

• Que la presencia que hay dentro de nosotros es una y la misma que la presencia que hay en todos los demás seres vivos. En

otras palabras, nuestra verdadera identidad la compartimos con toda la vida. • Que la presencia que hay dentro de nosotros y dentro también de toda forma de vida está estrecha, constante e íntimamente conectada. Nuestra presencia interior es nuestra conexión con la vida toda.

• Que la presencia dentro de nosotros no va a interferir en nuestra vida. Sólo se ocupará de aquellos aspectos de nuestra experiencia vital en los que, conscientemente, nos sometamos a ella. Aprender a someterse es nuestro gran desafío, además de una de las más potentes lecciones de nuestro viaje en el Proceso de la Presencia.

Al principio, todos los hechos expuestos arriba quizás sean conceptos mentales que podemos aceptar o no. Pero, a medida que hagamos acopio de más y más presencia personal (que es lo mismo que decir a medida que nos vayamos

haciendo más presentes en nuestra vida), se nos darán también las

experiencias que nos permitan constatar de primera mano que todo esto es cierto. Después, estas revelaciones permanecerán con nosotros para siempre; pues la conciencia del instante presente, una vez se acumula conscientemente, rara vez se degrada.

Mediante la relación con nuestra presencia interior, con el ejercicio respiratorio, las afirmaciones activadoras de la presencia y las herramientas perceptivas, podremos ver con claridad que lo que ya en la infancia llegamos a aceptar como nuestra identidad personal no es una identidad auténtica. En contraposición a la auténtica presencia interior, nuestra identidad adulta es nuestra falsa identidad externa. El proceso nos permitirá ver que lo que nos hace diferentes de los demás es, en realidad, nuestra parte más limitada y separada. También nos ayudará a darnos cuenta de que, si nos identificamos solamente con estos atributos externos (nuestra apariencia, nuestro comportamiento y nuestras circunstancias vitales), nos limitamos severamente

y nos separamos de la vibración ilimitada que existe en el interior de toda vida. Si nuestra identidad se asienta exclusivamente en estos atributos externos, se basará ineludiblemente en una interpretación. Dicho de otro modo, será una idea manufacturada sobre quién y qué somos, que estará basada en circunstancias del pasado, en proyecciones futuras y en opiniones e interpretaciones de los demás. Nosotros no somos nuestro cuerpo ni nuestro comportamiento, del mismo modo que no somos las circunstancias de nuestra experiencia vital. Toda nuestra experiencia vital externa es un viaje físico, mental y emocional que cambia de manera constante y pasajera. Nuestra experiencia vital pasará y, sin embargo, nosotros permaneceremos. Por tanto, la experiencia vital no es en modo alguno un buen reflejo de quiénes o qué somos. Una definición más precisa de quiénes o qué somos es «aquello que compartimos con la vida toda».

¿Qué es lo que compartimos con la vida toda? LA VOLUNTAD DE

RESPIRAR

El Proceso de la Presencia se inicia cuando nos sentamos por vez primera con la intención de conectar nuestra respiración conscientemente. Al principio puede suceder, como les ha ocurrido a otras muchas personas que han emprendido este viaje, que nos resulte difícil llevar a cabo nuestro ejercicio diario de respiración de quince minutos. De hecho, posiblemente descubramos que hay momentos en los cuales tenemos una enorme resistencia a hacerlo. Los primeros quince minutos que nos sentamos a solas a respirar pueden convertirse en los quince minutos más largos que hayamos vivido jamás. El hecho de comprender por qué ocurre esto y de que esto sea algo habitual nos ayudará, e incluso nos motivará, a franquear esta barrera psicológica. Pues no es más que eso: una barrera psicológica. Tenemos que franquear esta barrera, siempre y cuando se interponga en nuestro camino, porque todo lo que estamos buscando se encuentra al otro lado de esta resistencia.

La razón de por qué puede ser indescriptiblemente duro para nosotros sentarnos durante un mínimo de quince minutos dos veces al día y conectar nuestra respiración no estriba en la dificultad del ejercicio. Si seguimos las instrucciones del ejercicio de respiración, estaremos respirando correctamente, estaremos respirando normalmente. No hay que hacer ningún esfuerzo, ni tampoco hay que adoptar ninguna postura especial. De hecho, ni siquiera se nos pide hacer nada. Aunque sería más correcto decir que lo que se nos pide es des-hacer o, más bien, introducirnos en una experiencia de no hacer. El acto físico y el esfuerzo requeridos para conectar conscientemente nuestra respiración durante quince minutos dos veces al día no es, por tanto, el pro- blema. Las principales razones de por qué nos resulta tan difícil al principio son diferentes a lo que podríamos sospechar. Existen dos razones principales que, en realidad, son las dos mitades de un mismo problema.

1. La primera razón estriba en que quizás nos hemos introducido,

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