• No se han encontrado resultados

S ANTIAGO J OSÉ I LLA

In document Hacerse Cargo Pm6 155 x 235 (página 143-146)

Nació en San Rafael, casado, periodista. Su esposa, Silvia Faget, cuenta:

“ ‘Chiche’ le decían en la familia. Nos conocimos a los dieciocho años y fue algo muy lindo. Yo iba al colegio secundario. Una compañera mía se había puesto de novia con él y siempre le hablaba de mí; le decía: ‘Es una compañera muy parecida a vos. Le gustan los Beatles, sabe de los Vétales. Tanto le habló que llegó el momento en que me quiso conocer… y nos pusimos de novios. Es que él se enamoró y yo me enamoré. Tenía diecisiete años en el ‘70 y fue la época más linda porque la compartí con él. Tenía un humor terrible, jugaba al rugby, iba a la escuela secundaria Normal y de Filosofía y Letras; le gustaba escribir, hacía poemas, ese tipo de cosas. Un poco porque nació en San Rafael era muy co- nocido ahí, pero también porque era muy bueno como amigo, simpático, agra- dable, y entrador. Terminamos la secundaria; más bien él la terminó; yo no, porque estaba repitiendo y todas esas cosas y empecé a hacer lo que él decía.

“Por supuesto que no era momento de estudio sino momento de lucha y nos iniciamos en la militancia los dos. Decidió ir a Córdoba a hacer contactos y me escribió una carta que decía: ‘Hacé los papeles urgente, nos casamos y nos vamos’, porque él sabía que si no nos casábamos, a mí de los pelos me traía mi papá.

“Nos fuimos a Córdoba y de Córdoba pasamos a Buenos Aires. En Bue- nos Aires estuvimos un tiempo, después volvimos para que yo tuviera familia en San Rafael. Ahí, su íntimo amigo, que también militaba, le dijo que tenía que quedarse en San Rafael. Dijo que sí, yo que no, y terminó ganando. Nos queda- mos en San Rafael. Y ahí empezamos la militancia en esa zona.

“Se inició en el periodismo porque le gustaba escribir, pero lo que real- mente le gustaba era dirección de cine. Era caro, era imposible, pero le hubiera gustado ser director. También integró un grupo de cine en San Rafael, un grupo

grande de cine-arte. Pasaban las películas en la escuela Rodolfo Iselín, de las buenas películas, que no era común que pasaran en los cines.

“Era petisito, pelo negro abundante y ondulado, con canas, tenía bastan- tes canas y tiraba más bien a engordar. De lentes siempre, tez blanca y ojos entre el verde y el gris...

“Lo único que lo enojaba era yo. Por ejemplo, si él quería quedarse en San Rafael, yo no; entonces se enojaba. Pero me conocía de tal manera que me dejaba con toda la idiotez y el enojo y se iba. Cuando volvía, venía con un yuyito, y me decía: ‘¿Se te pasó gorda?’ y cuando lo veía con el yuyito ¡más vale que se me pasaba!

“Tuvimos dos hijos: Héctor Reynaldo y Ana Clarisa. Él adoraba al va- rón, le decía ‘Mi hijo Pipi’, no sé por qué; pero todos le dijeron, también, ‘Pipi’. Soñaba mucho con el futuro de sus hijos. Yo estaba embarazada cuando pasó todo esto y pensamos que íbamos a tener un segundo varoncito, pero fue una nena. Si hubiera sido otro varón, se hubiera llamado César. Los nombres de nuestros hijos son por los militantes muertos en combate. De Ana Clarisa no hace falta que lo diga, se cae de maduro, pero si Ana hubiese sido varón, como te dije, se hubiera llamado César, por el compañero de una compañera que cayó en Córdoba.

“Lo detuvieron en marzo de 1976 y lo trasladaron a la Penitenciaría. De la cárcel me escribía dos cartas por semana a San Rafael. Tengo las cartas; en una de ellas me mandaba a decir que estaba todo bien y hacía análisis. Después empezó a decir que las cosas más jodidas me habían tocado a mí, y aún estando él ahí, decía que estaba todo bien, que se daba cuenta de que yo estaba afuera, enfrentándome con la sociedad, con un montón de cosas, sin trabajo, sin nada… Un día, 12 de mayo, a las ocho y media de la noche, lo llevaron trasladado al Liceo Militar. Por supuesto que, posteriormente, en las cartas que me devolvie- ron, decía: ‘No está más alojado en este domicilio’, con sello de la Penitenciaría. “Mis padres me ocultaron esas cartas, pero el 25 de mayo me lo dijeron; no aguantaban más y me lo dijeron: ‘Mirá, Silvia, lo que pasó es que llegó esta carta devuelta’. Cuando me entregaron la carta, sentí que... lo mataron, lo mata- ron, lo mataron.

“Volviendo a mi casamiento, se armó todo a las apuradas. Y nos casamos en abril, fue el 10 de abril. Por supuesto, dijimos ‘Nos casamos y chau; no va a haber fiesta’; eso no era lo principal, para nosotros lo principal era irnos. Mi papá dijo: ‘¡Cómo vas a casarte y no vas a tener una tortita!’… y se armó. Ellos hicieron la fiestita; vinieron los amigos más íntimos y fue un Casamiento... pero no porque era mi casamiento, o nuestro casamiento; fue divertido y eso que bailamos con un solo longplay; ¡era uno solo! Toda la noche con un solo longplay. Mi hermana, que toca la guitarra, cantó: ‘Que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda’. Y todos nosotros, ¡ahhh!, enloquecidos. Él era fan de los Beatles. Le gustaba Paul Mac Cartney y a mí John Lennon, pero los dos éramos fans. Hubo una película que nos marcó muchísimo: ‘El gradua- do’. Cuando escuchábamos la música, nos volvíamos locos. Cuando estabamos ya casados, compró un grabador, un Ranzer. ¿Y qué casete nos compramos? Simon and Garfunkel, donde estaba ‘El graduado’. Era el único casete que tenía-

mos, pero se lo llevaron los milicos. La música que me gustaba era esa. Y Merce- des Sosa, Violeta Parra y también los Quilapayún.

“Cuando nació mi hija, estando en la cárcel de Mendoza, nos escribió: “Mi querida Silvia, mi amor, Reynaldo y Ana: en mi carta anterior, mi flaca, te decía que había omitido cosas por razones de apuro. La confirmo ahora y es una confirmación de la que hice en prosa para vos, mi amor, el 10 de abril y en concreto se refiere al nacimiento de Ana. Dice así: ‘Salvo algunas golondrinas, unas cuantas violetas y curiosas hadas, el resto del orbe interrogaron a las agen- cias noticiosas sobre un nuevo remolino Ana. Tanto las que pertenecen a los grupos primavera-verano y los corresponsales invierno, que anunciaban en titu- lares de nieves y praderas al remolino César, fueron clausurados por Zeus.

El Olimpo aprobó en un acta firmada en el Machu Pichu la nueva aurora- amanecer Ana-Otoño. La alegría hizo que tanto el Atlántico y el Pacífico unie- ran sus naves bajo el mando del Zamba de Vinicius de Moraes. Las bibliotecas de Alejandría marcaron con tintas de coral, en páginas de papiro donadas por Ramsés, que Isadora Duncan danzó en las nubes para ver su nueva hija. Por otro lado, la madre, la amiga, novia, la esposa de Chiche, sintió y a la vista de los tres mil peritos dio la orden para que las orquestas de voces almas celebraran un concierto al público hojarasca. Su padre Chiche confesándose a Moisés, narró que Ana nació para pedir y amar y que cuando derramase lágrimas solo sería al darse cuenta del llanto de los niños. Al tiempo de haber saludado al mundo, Ana fue colocada junto a otros bebés que avisados por una gaviota, la recibieron con villancicos, prometiendo crecer rayos para fecundar amos que hagan plantear a los ángeles que no es sólo de ellos el patrimonio de reír y amar. Como también quién no dejó de comentar las actitudes del hermano de Ana, el remolino Reynal- do. ¿Qué hizo él? Vestido de gala cuyo atuendo envidió Londres y París, se presentó a primera hora montado en un elefante de papel conducido por un hombre de color. Venía solo, también representó a su padre que envió sólo su espíritu. Apenas vio a Ana, besó su mano en su nombre y le regaló una rosa amarilla enviada por Chiche. Ana, también Clarisa y Reynaldo rieron por espa- cio de kilómetros luz, hasta que el sol dio por finalizada la entrevista. Silvia y Chiche se besaron por medio de la lluvia, se dijeron “Te amo”, Ana los miraba y balbuceó “Se aman’. Y terminó diciendo: ‘Bueno, mi querida Silvia, comentame qué te parece”.

In document Hacerse Cargo Pm6 155 x 235 (página 143-146)