Sin duda, el peronismo fue el hecho político y social más importante del siglo XX en la Argentina. Fue también un hecho social. El protago- nismo alcanzado en ese movimiento por sectores que hasta entonces habían ocupado lugares subalternos en la política es seguramente su aspecto más destacable. Ello pone de relieve hasta qué punto, además de los factores ideológicos y de la coyuntura política, y quizás aún más que ellos, la evolución de la estructura de la sociedad constituyó un ingrediente determinante en la conformación del peronismo. Por otro lado, fue precisamente en la provincia de Buenos Aires donde su desa- rrollo estructural tuvo sus raíces más evidentes. Sea por la presencia de los migrantes del interior, según la vieja y debatida tesis de Gino Germa- ni, sea por la redefinición de las lealtades políticas del proletariado in- dustrial moderno y de los migrantes internos a la provincia, según su- gieren investigaciones más recientes, el peronismo logró desarrollar allí bases electorales muy sólidas, ligadas en buena medida a la renovada estructura social. Este hecho pone en evidencia cuánto había cambiado dicha estructura en los dos tercios de siglo previos al golpe de Estado de 1943. Resulta llamativo que, en relación con esa colosal transformación en la primera mitad del siglo XX, algunos aspectos estructurales evolu- cionaron de manera más gradual, y en línea con las tendencias ya mar- cadas, en lo restante del siglo.
En efecto, entre fines del siglo XIX y las cuatro primeras décadas del pasado, la inmigración había cambiado mucho el trasfondo cultural de la sociedad. La mortalidad se había reducido enormemente, las expec- tativas de vida aumentado y la fecundidad había disminuído, aspectos que dieron lugar a un avance muy sustantivo de lo que se denomina
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que universal entre los jóvenes. El proletariado industrial y los emplea- dos en el sector de servicios se habían transformado en las mayores ca- tegorías de empleo, y consecuentemente la población se había concen- trado en las ciudades. El crecimiento de Buenos Aires había excedido con creces los límites del territorio federalizado en 1880 (ampliado en 1884-1888) y originó la formación del conurbano bonaerense. La Plata y Bahía Blanca también iniciaban la creación de sus propios suburbios industriales.
Aunque la estructura social había alcanzado muchos de sus rasgos dominantes para mediados del siglo XX, en las seis décadas aquí consi- deradas estas tendencias se profundizaron marcadamente. Avanzada la década de 1980, comenzaron a tomar un giro que, asociado a nuevas tecnologías y prácticas culturales, marcó el inicio de una nueva fase de la globalización. Ésta irá penetrando en toda la sociedad bonaerense, al habilitar profundas transformaciones en las formas materiales de vida, en las prácticas culturales y familiares, en la sociabilidad y el uso del tiempo libre. En lo que sigue de este capítulo, se hará una reseña, en primer lugar, de los rasgos y la evolución de esa estructura de cambio más regular, para abordar después las notables transformaciones y tam- bién ciertas permanencias, en las formas de la vida cotidiana. Dado que nuestro cometido es dar cuenta de la sociedad de la provincia y en es- pecial del “interior provincial” (como se aclarará de inmediato), presta- remos especial atención a las características propias y los tiempos de las ciudades de la provincia, más allá de tratarse muchas veces de tenden- cias comunes a buena parte del país.
crecimientoyevolucióndelasestructurassociodemográficas
Para examinar la evolución de las estructuras sociales en la provincia de Buenos Aires es necesario considerar un fenómeno específico: la llama- da “Región Metropolitana de Buenos Aires”. Esta enorme ciudad pasó de constituir una cuarta parte de la población nacional en 1914, a casi el 30% en 1947 y, en su punto más alto, en 1980, al 39% del total. Aun- que su peso relativo ha bajado un poco desde entonces, sigue siendo en la actualidad casi una tercera parte del país. Desde muchos puntos de vista, es esta una unidad funcional, definida por una red de transporte
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urbano. El tranvía a Avellaneda, primero, el desarrollo de los ferrocarri- les periurbanos y la electrificación de algunas líneas (iniciada en 1923 por el Ferrocarril Sarmiento) fueron articulando una trama que unificó el espacio metropolitano, complementada luego por otros medios de transporte. Sin embargo, desde el punto de vista administrativo, este conglomerado está dividido en dos jurisdicciones principales: Capital Federal (desde 1994, Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y provincia de Buenos Aires; a su vez, la sección provincial se encuentra fracciona- da en múltiples municipios.
Esto plantea dos problemas para un estudio de la sociedad provin- cial. Por un lado, en muchos sentidos el análisis de esta metrópoli debe ser efectuado como una unidad, constituida en gran medida por un úni- co mercado de bienes, con acceso común a bienes y servicios públicos y privados, y consumos culturales. Muchos de sus habitantes organizan sus vidas cotidianas en un espacio que abarca el conjunto de la ciudad y participan de una cultura urbana que comprende todo ese espacio. Por otro lado, ese conjunto urbano tiene características específicas y contrastantes respecto del resto de la provincia, precisamente por ser una enorme metrópoli. Al estudiar la provincia, entonces, es preciso distinguir el Área Metropolitana, que en su territorio bonaerense suele
denominarse Gran Buenos Aires (GBA).2 Esta situación explica por qué,
en esta colección, ese conglomerado será tratado en un tomo específico, lo que nos exime de analizarlo en profundidad aquí. Sin embargo, al considerar la estructura social de la provincia no siempre es posible obviar el GBA, cuyo peso es esencial para comprender la naturaleza de la sociedad bonaerense y cuyas estadísticas no siempre han estado bien diferenciadas. En virtud de ello, en el abordaje de los rasgos generales de la provincia no podemos dejar totalmente de lado el GBA.
Evolución cuantitativa de la población
Entre el censo de 1947 y el de 2001, la población de la provincia de Buenos Aires creció de 4.273.874 a 13.827.203 habitantes. El aumento parece muy relevante, y en cierta medida lo es, ya que alcanza el 2,2% anual, una tasa bastante alta. Cuando se lo compara con el período pre- vio, sin embargo, se observa que entre el censo de 1869 y el de 1947 el
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crecimiento había sido del 3,4% anual. Esta cifra, a su vez, encubre el hecho de que el principal cambio en este aspecto se había dado en el “largo siglo XIX” (hasta la Gran Guerra de 1914), ya que entre 1869 y 1914 la provincia había crecido a una tasa del 4,3% anual, y desde en- tonces hasta 1947 lo hizo a un ritmo casi idéntico al posterior a esa fe- cha. Vale decir, en términos generales, que el crecimiento explosivo de la población total de la provincia se había dado antes de 1914, y a partir de ese momento, siguió creciendo a un ritmo relativamente alto hasta fines del siglo XX. La provincia representaba el 27% de la población nacional en 1947 y alcanzó más del 38% hacia 1980, proporción en la que se ha mantenido. No obstante, esa evolución no ha sido regular en el tiempo, y muchos menos en el espacio, por lo cual esas variaciones dan cuenta de un conjunto de cambios en el comportamiento social de la provincia.
En realidad, durante el primer peronismo y en los años inmediata- mente posteriores el ritmo de crecimiento provincial fue superior a los años previos, ya que entre 1947 y 1960 la tasa anual fue del 3,6%. Pero esta cifra debe ser desagregada para ser comprendida. Hacia 1914 la Capital Federal había alcanzado un millón y medio de habitantes, y du- plicó ese número para 1947. Desde entonces hasta nuestros días, esa cifra se mantiene con muy pocas variaciones, con una suave tendencia decli- nante.
La baja fecundidad de la ciudad de Buenos Aires –la menor del país– y una mortalidad también baja, dan lugar a un cierto crecimiento vegetativo en la ciudad. Sin embargo, éste no se refleja en sus cifras de población. La razón principal es una regular y permanente migración de la población de la ciudad hacia los municipios del GBA. A su vez, en algunas etapas, y muy especialmente en el momento más importante de la industrialización, en las décadas de 1940 y 1950, y en menor medida en las dos posteriores, la corriente migratoria desde el interior y desde la propia provincia de Bue- nos Aires hacia la metrópoli porteña se reforzó de manera significativa. Pero como la capital no ofrecía posibilidades habitacionales a los recién llegados, éstos se asentaron en el cinturón urbano. Así, en tanto el interior de la provincia de Buenos Aires congregó durante todo este período a aproximadamente un 15% de la población del país, con una suave tenden- cia declinante, el GBA creció de un 11 a casi un 25% entre 1947 y 1980, para también descender levemente desde entonces.
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Finalmente, la segunda posguerra trajo el último impulso a la migra- ción europea hacia la Argentina. La difícil situación en el viejo continen- te hizo que se reactivaran los circuitos que habían canalizado el flujo humano hasta la crisis de 1930. De este modo, los viejos núcleos inmi- grantes, especialmente italianos, se transformaron en atractivo para pa- rientes y amigos que buscaban nuevos horizontes frente a la destrucción que la guerra causó en sus patrias. Aunque los números no fueron masi- vos, el final de los años cuarenta y la década siguiente vieron la llegada de italianos, junto a algunos alemanes y población del este de Europa. Nuevamente, los que optaron por la ciudad de Buenos Aires repercuti- rían en la población provincial, al asentarse en el cordón urbano o bien al tomar el lugar de porteños que se desplazaban hacia allí. Por otro lado, en mayor medida que los migrantes internos, esta población lejos de concen- trarse en el Área Metropolitana se distribuyó en toda la provincia; ciuda- des como Mar del Plata y Bahía Blanca recibieron contingentes significa- tivos, y en menor medida, otras ciudades de la provincia.
El resultado de todos estos movimientos se sumó al lento creci- miento vegetativo de la población para producir los últimos cambios estructurales de cierto peso en la composición de la población bonae- rense. En efecto, si como dijimos, entre 1947 y 1960 la provincia cre- ció un 3,6% anual, esto fue producto de un aumento muy moderado en el interior provincial (1,3%) y uno explosivo en los partidos del GBA, que alcanzó una sorprendente cifra superior al 6%. Así, si en 1947 el interior de la provincia tenía casi un 50% más de población que los partidos del GBA, para 1960, con casi 3,8 millones de habitan- tes, este último superaba a aquel en un 30%. A partir de allí la situa- ción iría variando de manera más pausada. Las décadas siguientes mostrarían un regular crecimiento del interior provincial, mientras que el del GBA redujo su ritmo a tal punto que en las décadas de 1980 y 1990 el interior creció a mayor velocidad que el conurbano. Final- mente, hay que destacar que, junto a todo el país, para fines del siglo XX la desaceleración demográfica que se venía observando, con algu- nas oscilaciones, como tendencia general tanto en el conjunto provin- cial como en el GBA, había llevado a tasas de crecimiento moderadas, que rondaban el 1% anual, con valores ligeramente superiores en el interior de la provincia. Para entonces, de sus casi 14 millones de ha- bitantes, los 24 partidos del GBA albergaban el 63%.
58 lasociedadbonaerense, 1943-2001 Migraciones
Como ya hemos sugerido, en la etapa aquí analizada las migraciones internas tuvieron un rol mucho más importante que las internacionales. Para 1947 el GBA ya había atraído una considerable cantidad de mi- grantes de otros lugares de la Argentina. Muchos de ellos provenían de la capital, en el movimiento de “desborde” que apuntamos, y otros del interior de la propia provincia. También eran notorias las migraciones desde las provincias del interior. Este movimiento creció mucho más para 1960, y para 1970 –su momento álgido– más de una tercera parte de la población provincial había nacido en otro distrito (la gran mayo- ría, asentados en el GBA), en tanto los extranjeros eran algo menos del 12%. A partir de entonces el ritmo de las migraciones internas fue dis- minuyendo, pero todavía en 2001 más de una cuarta parte de los resi- dentes bonaerenses de nacionalidad argentina provenían de otra juris- dicción del país.
En cuanto a los migrantes externos, como ya hemos señalado, la úl- tima oleada de ultramar se dio en la posguerra, y desde 1970 la cantidad absoluta de extranjeros no limítrofes residentes en la provincia ha esta- do en permanente reducción. Y ello, pese a un pequeño flujo de pobla- ción asiática en la última década del siglo, y uno más significativo de peruanos. En cambio, los migrantes de países limítrofes crecieron con ímpetu, aunque no abrumadoramente. Su impacto es visible en la déca- da de 1950, se incrementó en la siguiente y alcanzó su punto culminan- te en los años setenta, cuando en promedio más de 13.000 personas provenientes sobre todo de Paraguay, Uruguay y Chile, en ese orden, se
establecieron en la provincia cada año.3 Los nuevos arribos bajaron mu-
cho en los años ochenta, y en la última década del siglo volvieron a crecer, aunque fueron sólo la mitad respecto de la década de 1970. En cuanto a su composición, Chile redujo su aporte y Bolivia lo incremen- tó. Como saldo, el componente migratorio extranjero no fue crucial al desarrollo demográfico de la provincia; en 1991 el total de extranjeros no llegaba a un 6% de la población provincial, y para fin de siglo la cifra era algo menor. De ellos, en 1990 la mitad provenía de países limítrofes, y casi el 60% diez años después, a medida que la vieja población euro- pea iba desapareciendo con los años y los países vecinos aportaban nue- vos contingentes.
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Ciudades y campo
Los estudios sobre la población de Buenos Aires han marcado un alto grado de concentración urbana. En efecto, en 1947 ya el 71% de los habitantes vivía en ciudades; para 1970 la cifra se aproximaba al 90%, y ha crecido paulatinamente desde entonces; hoy menos de un 4% de la población de la provincia no vive en un medio “urbano”. Estas cifras presentadas por los censos, sin embargo, deben ser tomadas con precau- ción por varios motivos.
En primer lugar, al incluir al GBA –por definición, un enorme con- glomerado urbano– se distorsiona un poco la imagen del conjunto pro- vincial. En realidad, en 1947 casi la mitad de la población que no vivía en el GBA lo hacía en forma dispersa en el campo, o en aglomerados menores a 2.000 personas. En 1960 era aún cerca del 30%, más del 20% una década más tarde y su paulatina reducción la pone en el 10% a fin de siglo. Esto muestra que en el interior provincial la población rural es reducida, pero no insignificante, y la ruralidad en la provincia (sin considerar el GBA) es apenas inferior a la media nacional, que es casi 12%.
Una segunda dificultad tiene que ver con la definición de lo urbano. El criterio seguido por los censos establece el límite en 2.000 habitantes, pero esta definición es problemática, ya que sin duda es muy diferente vivir en Vela, localidad del partido de Tandil que supera un poco esa cifra, que vivir en Mar del Plata o en el Gran La Plata (ni que hablar de Vicente López, Tres de Febrero o La Matanza). Esto sugiere la necesidad de una categorización algo más compleja.
Un tercer problema se plantea en torno al contenido real de la cate- goría “población rural”. Cuando se comenzó a usar la categoría censal en el siglo XIX, ésta definía a personas de residencia relativamente ais- lada, que durante largo tiempo sólo tenían contacto con sus vecinos más próximos, casi sin acceso a servicios de ningún tipo –salud, educación, correo, etc.–. Para 1947 estas condiciones de vida se habían alterado un poco por la presencia del automóvil, que hacía que, en la provincia de Buenos Aires, la mayoría de los pobladores rurales pudiera llegar en algunas horas a un centro urbano con comercio y servicios. La difusión de la radio a baterías también facilitó, unos años más tarde, que accedie- ra a información y entretenimiento. Sin embargo, todavía por unas dé-
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cadas, cierto aislamiento rural fue una realidad. En este contexto, se dio una paulatina desaparición de la vida chacarera, cuyo análisis puede verse en los capítulos de Alejandra de Arce y Javier Balsa de este tomo.
Más allá de ello, en los últimos veinte años la difusión de la electri- cidad rural, los teléfonos celulares, las señales televisivas satelitales, incluso la conexión rural a Internet, han hecho que vivir en el campo no sea sinónimo de aislamiento. Esto no sólo cambia las condiciones materiales de vida de estos habitantes –al menos para quienes dis- ponen de algunos de estos servicios–, sino que les permite acceder a la cultura globalizada. Otro elemento relevante es que muchas de las personas que habitan en el campo tienen posibilidades de residencia urbana, en general, en relación con vínculos familiares, por lo que es frecuente que se trasladen a centros urbanos con regularidad; muchas veces, semanalmente, o cuando necesitan atención médica o de otros servicios. Y tampoco es infrecuente que las familias de los trabajado- res rurales residan en una modesta vivienda de los suburbios urba- nos, que alternan con el rancho de campo que ofrece el empleador. Finalmente, un sistema de oferta escolar rural y servicios de traslado, aseguran que la población infantil pueda asistir a la escuela primaria, y hace muy excepcional aquella vieja imagen del niño que recorría ki- lómetros a caballo para ir a la escuela. Así, en la provincia de Buenos Aires ya no es frecuente el aislamiento, tal como existía cuarenta o cincuenta años atrás, y que aún puede verse en regiones menos desa- rrolladas del país.
Teniendo en cuenta todos estos factores, resulta esencial considerar la morfología de la red urbana, más que clasificar simplemente a la po- blación en las categorías urbana y rural. En este sentido, al observar la distribución geográfica de la población bonaerense, se perciben cuatro centros gravitacionales. El principal está formado, naturalmente, por el Área Metropolitana de Buenos Aires, e incluye a los 24 partidos que la componen, a aquellos que están avanzando en el proceso de urbaniza- ción radial desde ese centro y a una red de partidos y ciudades circun- dantes, que la tienen como principal centro de referencia urbano –por ejemplo, para servicios médicos de complejidad, consumos culturales o de esparcimiento, oferta educativa avanzada, o adquisición de bienes no habituales–. Un caso particular es el Gran La Plata, que comprende además de dicha ciudad los partidos de Berisso y Ensenada. Esta agru-
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pación contaba con algo más de 400.000 personas en 1960, para crecer paulatinamente hasta alcanzar casi 700.000 a fin de siglo. Por su tama- ño, complejidad e historia, La Plata ha constituido un núcleo gravitacio- nal en sí mismo. Pero con la expansión del Área Metropolitana y el de- sarrollo del transporte, la vinculación con el GBA se ha hecho tan