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EL SUEÑO AMERICANO CON POCOS RECURSOS

Resulta triste y, al mismo tiempo, revelador el hecho de que no haya una palabra para designar la vida en el punto más alto de la curva de la satisfacción, teniendo siempre lo suficiente pero sin estar abrumado por el exceso. Esta palabra tendría que evocar la cuidadosa administración de los recursos tangibles (tiempo, dinero, bienes materiales) junto con el feliz desarrollo de los recursos espirituales (creatividad, inteligencia, amor). Por desgracia, 110 hay palabras para explicar esa mezcla de riqueza y frugalidad que se produce después de seguir los pasos del programa. Lo malo es que, en la segunda mitad del siglo veinte, la palabra frugalidad ha adquirido muy mala fama.

¿Por qué la frugalidad ha dejado de ser bien considerada? Después de todo, es un ideal permanente y uno de los pilares de la sociedad. Tanto Sócrates como Platón alababan «el justo término medio». Tanto en el Antiguo Testamento («No me des ni pobreza ni riqueza, sino sólo lo suficiente») como en el Nuevo (donde Jesús enseña que «no se puede servir a Dios y al Dinero»), se ensalza el valor de la sencillez material para enriquecer la vida espiritual. En la historia de Estados Unidos ha habido numerosos individuos (Benjamín Franklin, Henry David Thoreau, Ralph Wal- do Emerson, Robert Frost) y también grupos (amish, cuáqueros, mennonitas) que han impulsado la virtud de la frugalidad, tanto por respeto a la tierra como por el ansia de ganar el cielo. Y para construir esta nación ha hecho falta la frugalidad de la mayoría de los ciudadanos. De hecho, la riqueza que disfrutamos en la actúa- lidad es el resultado de siglos de frugalidad. Como ya hemos dicho, la cultura del consumismo, del cuanto más, mejor, se acaba de imponer. Tenemos una base de frugalidad y ya es hora de que nos acostumbremos a la palabra, y a ponerla en práctica.

Vamos a explorar esta palabra, frugalidad, para ver si podemos recuperarla como la clave para la satisfacción en la década de los noventa.

LOS PLACERES DE LA FRUGALIDAD

Según el Diccionario de la Real Academia Española, frugalidad quiere decir «templanza, parquedad en la comida y la bebida». No está mal; es una palabra práctica y bastante sosa, sin la elegancia ni la gracia de la suficiencia que experimentan los PIF. Pero si seguimos indagando, vemos que frugal tiene la misma raíz latina que frug (que significa «virtud»), frux («fruto» o «valor») y frui («gozar, disfrutar de lo que uno posee»). Esto ya es otra cosa. Frugalidad es gozar de la virtud de aprovechar el valor de cada minuto de su energía vital y de todo lo que uno posee.

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Muy interesante. Más que interesante; en realidad, es todo un cambio. Frugalidad quiere decir disfrutar de lo que uno tiene. Si una mujer tiene diez vestidos y sigue pensando que no tiene nada que ponerse, es probable que sea una manirrota. En cambio, si tiene diez vestidos y ha disfrutado poniéndoselos durante años, es frugal. Lo malo no es la cantidad de objetos que se posean sino el hecho de no disfrutar de ellos. Una persona no es frugal porque es- catima el dinero, sino por el grado de satisfacción que obtiene del mundo material.

¿Obtener placer del mundo material? Pero, ¿eso no es hedonismo? Aunque ambos se refieren a disfrutar de lo que uno tiene, la frugalidad y el hedonismo son actitudes opuestas frente a lo material. El hedonismo se manifiesta en el placer de los sentidos e implica un consumo excesivo y una constante búsqueda de más. En cambio, a las personas frugales todo les produce placer, desde un diente de león hasta un ramo de rosas, desde una fresa hasta la co- mida más exquisita. Un hedonista bebería el zumo de cinco naranjas antes de un desayuno suculento; en cambio, una persona frugal se relamería comiendo una sola naranja, disfrutando del color y la textura de la fruta, del olor y la humedad que se desprenden al empezar a pelarla, de la transparencia de cada gajo, del sabor que estalla sobre la lengua... y de guardar la piel para cocinar.

Ser frugal significa que la relación entre la felicidad y los objetos materiales sea intensa; es decir, que una persona frugal obtiene una unidad de felicidad por cada objeto material. En cambio, si necesita diez objetos para empezar siquiera a registrar algún cambio en el medidor de felicidad, significa que no le ha encontrado sentido al hecho de estar vivo.

En castellano hay una palabra que resume todo esto: aprovechar,1 que significa «emplear útilmente alguna cosa, hacerla provechosa o sacarle el máximo rendimiento», tanto en lo que se refiere a una cremallera vieja de una prenda usada como a un día de sol en la playa. Quiere decir sacarle a la vida todo su valor, disfrutar de todo lo bueno que puede ofrecernos cada momento y cada cosa. Hemos de saber aprovechar una comida sencilla, un plato de fresas muy maduras o un crucero. Esta palabra no tiene nada que ver con la miseria, sino que es suculenta, llena de sol y de sabor, mucho más dulce que la palabra

frugal.

La mentalidad del cuanto más, mejor y nunca es suficiente fracasa en el test de frugalidad no sólo por el exceso sino también por no saber disfrutar de lo que se tiene. Aunque se ha calificado a los occidentales de materialistas, en realidad no es éste el término adecuado. Porque con frecuencia no disfrutamos tanto de las cosas materiales como de lo que éstas representan: conquista, posición social, éxito, satisfacción, sensación de valía e incluso el favor a los ojos del Creador. Después de conseguir la casa de nuestros sueños, un coche acorde a nuestra posición social y la pareja perfecta, pocas veces nos detenemos a disfrutarlos plenamente; en general, seguimos corriendo en pos de lo siguiente que anhelamos adquirir.

Otra lección que se desprende de la definición de frugal que nos da el diccionario es reconocer que no tenemos que poseer algo para disfrutarlo; basta con usarlo. Somos frugales cuando disfrutamos de algo, nos pertenezca o no. Con respecto a muchos de los placeres de la vida, puede ser mucho mejor

usar algo que poseerlo (y gastar tiempo y energía para su mantenimiento). Nos

hemos comportado a menudo como señores feudales, reuniendo en todas partes la mayor cantidad de posesiones posibles y llevándolas dentro de los muros de nuestro castillo. Si queremos algo (o lo queríamos en el pasado, o imaginamos que podemos quererlo en el futuro), nos parece que debemos

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introducirlo dentro de los límites del mundo que llamamos mío. Pero no nos damos cuenta de que lo que se encuentra fuera de estos muros de lo mío no pertenece al enemigo, sino a los demás. Y si consideramos que lo que está fuera de los muros en lugar de ser ellos es nosotros, nos podemos permitir no ser tan rigurosos con nuestras posesiones y abrir alegremente las puertas de nuestra fortaleza para que los bienes (materiales y espirituales) entren y salgan.

Por lo tanto, frugalidad también es aprender a compartir, a considerar que el mundo es nuestro, en vez de ser de ellos o mío. Y, aunque no quede explícito en el término, ser frugal y estar satisfecho con lo suficiente significa que queda más para los demás. Aprender a compartir equitativamente los recursos de la Tierra es lo más importante; un poco de frugalidad creativa sería muy útil para mantener ese equilibrio.

Frugalidad es equilibrio; es el concepto griego del justo término medio. Es saber cosechar felicidad en el mundo en que vivimos. Es manejar con sabiduría el dinero, el tiempo, la energía, el espacio y las posesiones. Como decía Ricitos de Oro al hablar de las sopas: «Ni demasiado calientes ni demasiado frías, sino justo en el término medio.» La frugalidad es algo parecido: que ni sobre ni falte; que haya lo justo. No se pierde nada, ni tampoco queda nada sin usar; como una máquina limpia, eficaz y perfecta; sencilla pero elegante. La palabra mágica es... suficiente. En lo más alto de la curva de la satisfacción, es el punto de partida de una vida de satisfacción, aprendizaje y colaboración con el bienestar del planeta.

No debemos perder esto de vista cuando buscamos formas de ahorrar. No se trata de conformarse con cualquier cosa ni de caer en la tacañería o la avaricia. Estamos hablando de frugalidad creativa, una forma de vivir que proporciona la máxima satisfacción por cada unidad de energía vital que gastamos.

De hecho, sabiendo que el dinero es su energía vital, sería una tontería pensar en gastarlo en cosas que no disfrutamos ni usamos. Volviendo a la aritmética del capítulo 2 recordará que, si tiene cuarenta años, apenas le quedan 329601 horas de energía vital. Tal

vez ahora le parezcan muchas, pero serán muy preciosas al final de su vida. Si ahora las gasta bien, más adelante no se arrepentirá.

En definitiva, esta frugalidad creativa es una manifestación de autoestima al valorar la energía vital que invierte en bienes materiales. Moderar el consumo para ahorrar esos minutos y esas horas de energía vital es la expresión máxima de respeto hacia uno mismo.

El sexto paso: valorar la energía vital gastando lo menos posible Este paso está relacionado con el uso inteligente de su energía vital (dinero) y con la reducción o eliminación consciente de los gastos. Hemos dispuesto los siguientes consejos prácticos en varias listas, basadas todas ellas en décadas de experiencia en vivir con frugalidad. También se incluyen algunas de las sugerencias que Amy y Jim Dacyczyn comparten con tanta ge- nerosidad en el boletín que publican, titulado The Tightwad Gazette (y subtitulado «La promoción de la frugalidad como un estilo de vida alternativo viable»), que hemos mencionado en el capítulo 4.

Considere las siguientes listas como un menú de opciones. Explore las que despierten su curiosidad o le interesen y prescinda del resto. Todo el mundo encontrará algo que le sirva, pero no todo será útil para cada persona, aunque puede que le resulte instructivo preguntarse por el motivo que le lleva a desechar algunas ideas y a adoptar otras. Tal vez encuentre condicionamientos

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que proceden de su infancia, algunos mitos culturales, e incluso cierta información reveladora acerca de sus valores. Tenga presente que estas ideas son oportunidades, no obligaciones. La frugalidad está relacionada con el placer, no con escatimar gastos. Le deseamos unos felices ahorros o, mejor dicho, ¡feliz frugalidad!...

UN MÉTODO SEGURO PARA AHORRAR No trate de impresionar a los demás

Es probable que los demás estén tan entretenidos tratando de impresionarle que, en el mejor de los casos, ni siquiera se darán cuenta de sus esfuerzos. Y en el peor de los casos, les molestará que intente superarles.

bien la publicación en 1899 de The Theory of the Leisure Class (La

teoría de la clase ociosa) de Thorstein Veblen no causó demasiada sensación,

el autor acuñó una expresión, consumo conspicuo, que llegó al corazón de nuestra cultura. En el prólogo, el comentarista social y escritor Stuart Chase resume su tesis con las siguientes palabras:

Las personas que viven por encima de la línea de subsistencia básica, en esta época y en todas las anteriores, no utilizan el excedente que les brinda la sociedad fundamentalmente con fines prácticos. En lugar de desarrollar sus vidas, de vivir de una forma más sabia, inteligente y comprensiva, pretenden impresionar a los demás con su excedente (...) derrochando inútilmente dinero, tiempo y esfuerzo en la agradable tarea de inflar su yo.

El hecho de que el consumo conspicuo sea una aberración intercultural e histórica de la especie humana no significa que todo el mundo tenga que caer en esta práctica. Si deja de intentar impresionar a los demás, verá cómo ahorra cientos de miles, tal vez incluso millones de pesetas. (Y piense en lo impresionados que quedarán los demás con todo lo que ha ahorrado...)

DIEZ MÉTODOS SEGUROS PARA AHORRAR 1. No vaya de compras

Si uno no va de compras, no gasta. Evidentemente, cuando realmente le hace falta alguna cosa, tiene que ir a comprarla. Pero no vaya de compras sin más. Según Carolyn Wesson, la autora de Women Who Shop Too Much

(Mujeres que compran demasiado: cómo superar la pasión por el consumo),

«En Estados Unidos, 59 millones de personas son adictas a ir de compras o a gastar». Alrededor del 53 % de los comestibles y del 47 % de las compras de ferretería son impulsivas. En una encuesta realizada entre 34300 compradores en centros comerciales de todo el país a los que se interrogó por el motivo fundamental de su visita, sólo el 25 % respondió que buscaba un artículo determinado. Aproximadamente un 70 % de los adultos visita una vez a la semana algún centro comercial. En 1957, había en Estados Unidos unos 2 000 centros comerciales; en la actualidad, según el Consejo Internacional de Centros Comerciales son más de 30000. Hace poco, la cantidad de centros comerciales superó el número de institutos de enseñanza secundaria que hay en Estados Unidos.

No cabe duda de que ir de compras es uno de nuestros pasatiempos nacionales favoritos. Más allá del simple hecho de adquirir los bienes y servicios que necesitamos, ir de compras pretende satisfacer infinidad de necesidades (y evidentemente no lo consigue, puesto que vamos de compras

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con tanta frecuencia): una forma de adaptación al medio social y organización del tiempo, como compensación por un trabajo bien hecho, como antidepresivo, para aumentar la autoestima, como una forma de afianzar la personalidad, para demostrar una cierta posición social, como símbolo de afecto. Un antropólogo procedente de Marte podría llegar a la conclusión de que el centro comercial es un lugar sagrado en nuestra cultura y que comprar es el ritual fundamental de comunión con la divinidad. Según observa Lewis Lapham, «Nuestro anhelo de lo inefable se expresa mediante la voracidad de nuestro apetito. (...) Así, las festividades del consumo se convierten en rituales de comunión». El consumo parece ser nuestra forma favorita y legal de drogadicción.

De modo que no vaya de compras y no preste atención a la publicidad que le despierta la necesidad de tener cosas que realmente no quiere. Y no preste atención a las ofertas si quiere conservar su salud mental, por no hablar de la espiritual.

2. Viva dentro de sus posibilidades

Este concepto está tan pasado de moda que es posible que muchos lectores ni siquiera sepan lo que significa. Vivir dentro de sus posibilidades quiere decir no comprar más de lo que uno se puede permitir, dentro de los límites de la prudencia, evitar las deudas a menos que uno esté seguro de que va a tener la oportunidad de pagarlas enseguida, y tener siempre alguna reserva por si acaso. Era una forma de vivir bastante corriente apenas una generación atrás, antes de que empezáramos a vivir por encima de nuestras posibilidades. La situación actual tiene ventajas e inconvenientes. Lo bueno es que uno puede tener ahora mismo todo lo que se le antoje. Lo malo es que lo paga con su vida. Cuando uno compra a crédito, ya se trate de coches, viviendas o vacaciones, suele pagar tres veces más. ¿Merece la pena pasar dos semanas de vacaciones en una isla lejana este año si el año que viene a lo mejor tiene que trabajar cuatro meses más para pagarlas? Esto no significa que tenga que cancelar todas las tarjetas de crédito; basta con no usarlas.

Vivir dentro de las propias posibilidades implica esperar hasta tener el dinero antes de comprar algo. Esto le brinda la ventaja de que no tiene que pagar intereses y, además, así tiene tiempo para reflexionar y a lo mejor descubre que, después de todo, algunas de esas cosas ya no le interesan. El que duda ahorra. Lo bueno de vivir dentro de sus posibilidades es que uno usa y disfruta lo que tiene y cosecha así mucha satisfacción, tanto de su viejo coche, de un abrigo o de la casa. Implica también que podrá sobrevivir en períodos económicos malos, que siempre los hay. En 1987 Alfred Malabre, director de la sección económica de The Wall Street Journal, publicó un libro cuyo título lo dice todo: Beyond Our Means: How America 's Long Years of Debt, Déficits

and Reckless Borrowing Now Threatens to Overwhelm Us (Más allá de nuestras posibilidades: cómo los largos años de deuda, déficit y de adquirir préstamos sin límite en América amenazan ahora con superamos), en el cual

se lee lo siguiente:

Resumiendo, la fiesta está a punto de acabar y, según la sabiduría que han acumulado todos los eminentes economistas de las distintas escuelas, no va a ser posible practicar una extirpación indolora en la situación difícil en que nos encontramos.

Un motivo como cualquier otro para vivir dentro de nuestras posibilidades.

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3. Cuide lo que tiene

Hay algo que todos tenemos y que queremos que nos dure mucho tiempo: el cuerpo. Si prestamos un poco de atención a las medidas preventivas de eficacia demostrada, podemos ahorrar mucho dinero. Por ejemplo, si nos lavamos los dientes, no gastamos tanto en el dentista; y si comemos lo que sabemos que le conviene al cuerpo (en función de la energía que produce, no a juicio de las papilas gustativas), también podemos ahorrar mucho dinero en procedimientos costosos e incluso llegar a salvar la vida.

El mismo principio es aplicable a todo lo que poseemos. Está comprobado que los cambios frecuentes de aceite hacen que el coche dure más; si limpia las herramientas, duran más. (¿Cuántas veces se le ha estropeado el secador de pelo o el aspirador por no quitar las bolas de pelo que se quedan atascadas?) Si quita el polvo de la rejilla de ventilación de la nevera, ahorra energía y el aparato funciona mejor. Una de las principales diferencias entre los seres vivos y las máquinas es que éstas no se curan solas. Si le duele la cabeza y no hace nada, es probable que se le pase. Pero si un motor hace un ruido raro y no toma ninguna medida, podría desprenderse una pieza, quemarse la bomba de agua, o producirse algún otro tipo de inconveniente grave... y costoso.

Muchos de nosotros hemos vivido rodeados de excesos durante tantos años que ya ni se nos ocurre mantener lo que tenemos. «Siempre quedan más en el sitio del que viene esto», nos decimos. Pero más cuesta dinero, y además es posible que llegue un momento en que ya no haya más.

4. Espere hasta que se gaste

¿Qué fue lo último que tiró porque estaba gastado? Los estadounidenses tiran 660 kg de basura al año (otro aspecto en el cual siguen siendo los primeros del mundo) y es probable que gran parte de lo que se tira se pudiera seguir usando perfectamente. Las fibras sintéticas son muy duraderas; en la actualidad, es difícil que la ropa se gaste de verdad. Si no fuera por la industria de la moda (y por el aburrimiento), podríamos seguir llevando las mismas prendas básicas durante años. Fíjese en lo que tiene. ¿Se limita a renovar o a duplicar los aparatos electrónicos, muebles, utensilios de cocina, alfombras y ropa blanca del año anterior, o realmente los sustituye cuando se estropean? Piense en lo que ahorraría si decidiera prolongar la vida de estos objetos

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