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2. Marco Conceptual

2.3. Las Terapias Construccionistas y el Cambio

2.3.1. Terapia Narrativa

La terapia narrativa asienta sus orígenes en la terapia de familia -y en particular en las investigaciones de Bateson-, en la filosofía de la ciencia, en las ideas de Foucault y en diferentes ramas de la teoría social como lo son la feminista, la literaria, la teoría crítica y la antropología (White, 2002).Como principales escuelas representantes de la terapia narrativa, están los desarrollos de Michel y Cheryl White en el Dulwich Center en Australia y los de David Epston, Jennifer Freeman y Dean Lobovits en el Family Therapy Center de Auckland en nueva Zelanda. Los desarrollos de estas escuelas parten de la premisa de que los seres humanos somos seres interpretantes y que como tal, interpretamos nuestras vidas a partir de un marco de inteligibilidad que es brindado por un contexto para atribuir un significado a nuestra experiencia; éstos, en lugar de las experiencias, son los que se instalan en nuestras memorias y se prolongan en el tiempo (White, 2002). Para comprender la atribución de los significados a la experiencia, White (1993) utilizó la metáfora narrativa y la analogía del texto y a partir de éstas, explica la evolución de la vida y de las relaciones en términos de lectura y escritura de textos, aclara que cada nueva lectura es una nueva interpretación y por lo tanto, una nueva forma de escribirlo. De esta forma, se considera que las personas vivimos a través de los relatos o narraciones que tenemos acerca de nuestras vidas, que éstos a su vez las

moldean, las construyen y proporcionan marcos de referencia a partir de los cuales interpretamos nuestras experiencias futuras (White, 2002).

Con base en el debate de Foucault acerca del poder y el conocimiento, White explica cómo en los contextos donde se enmarcan los relatos, existen verdades normalizadoras que configuran nuestras vidas y nuestra relaciones y que nos dictan lo que debe ser “una persona moralmente valiosa” (las comillas son mías) (White, 1993, 2002). De esta forma se crea el imaginario de lo que debe ser correcto en nuestras vidas y esto determina nuestros pensamientos, acciones y relaciones con los demás y con nosotros mismos. Entonces, de acuerdo con White (2002), la función del terapeuta consiste en conocer la vida de las personas, sus relatos dominantes y en especial aquellos que están saturados del problema. Cuando la persona siente que el terapeuta ha logrado comprenderlo, el terapeuta puede iniciar una conversación externalizadora, que consiste en indagar por los efectos del problema en la vida de la persona y en sus relaciones, y en cuestionar todas las verdades que hacen parecer el problema como parte su vida o de su identidad. Como no hay relato que esté exento de contradicción o de ambigüedad, el terapeuta puede hacer uso de éstas para encontrar acontecimientos extraordinarios o excepciones con los cuales producir relatos alternativos. Esto es un proceso de desconstrucción del relato dominante, a través de la curiosidad del terapeuta por las vinculas de los hechos con otros sub-relatos que de alguna manera podrían relacionarse con lo que las personas determinan que son los desarrollos preferidos de sus vidas y que a su vez son relatos más emancipadores de ésta. Llega un momento en el que estos relatos o narraciones alcanzan su propio impulso, pues empiezan a retroalimentados por otros, que en el marco de la psicoterapia, han sido seleccionados como público o testigos de los cambios con el fin de alentarlos. “Una vez establecidas, estas narrativas continúan brindando un marco alternativo para la atribución de significado a aquellas experiencias de vidas que, de otro modo, habrían sido desatendidas, lo que continua teniendo efectos reales sobre la vida en tanto vivida” (White, 2002, p. 38).

A partir de lo propuesto por White (2002) a la luz de la analogía del texto, concluyo que el papel de la relación terapéutica es el de la coautoría colaborativa responsable. Sustento dicha conclusión con la metáfora que utiliza White (2002) para describir la posición y la actuación del terapeuta con relación al cliente. El autor dice

que el terapeuta debe trabajar detrás del cliente o al lado de él pero nunca delante de éste, porque al estar detrás o a su lado, el terapeuta elimina toda posibilidad de indicar cómo deberían ser las cosas en su vida y de prescribir una dirección específica para ella. Como consecuencia, los clientes viven una experiencia de la cual deviene un sentimiento de validación y habilitación de su parte en el trabajo logrado, ocupan un papel activo en el cuestionamiento de las “verdades” que aprisionan sus vidas y en la construcción de los relatos acerca de su identidad. En cambio, cuando el terapeuta se para delante del cliente y actúa como experto, bloquea su visión y como consecuencia la persona no puede ver con claridad hacia adelante, depende del terapeuta para definir cómo pueden ser las cosas en su vida y cuál es la dirección que debe tomar para esto.

Aún cuando el terapeuta se ubica detrás o al lado del cliente en la negociación de historias acerca de su vida, él asume la responsabilidad de los efectos de su interacción, pues se parte de la premisa según la cual no es posible ser neutrales en las interacciones en las que tomamos parte, ya que se considera que toda relación tiene aspectos políticos y la relación terapéutica no es una excepción a ellas. En consecuencia, la psicoterapia se convierte en un contexto que bien puede reproducir o cuestionar y transformar los abusos de poder y con base en esta claridad, se amplían aún más las posibilidades de intervención del terapeuta. Al respecto White (2002) dice:

“Pienso que efectivamente podemos hacer [evidentes] muchas de las prácticas dadas por sentadas de la cultura de la psicoterapia que son reproductoras de aspectos problemáticos de la cultura dominante. En parte, podemos lograrlo a través de descripciones críticas de las historia de estas ideas y prácticas y del análisis de los efectos reales de estas ideas y prácticas en la vida de las personas. Podemos deconstruir estas ideas y prácticas colocándonos en posiciones alternativas de las culturas. (…) Podemos explorar modos de vida y pensamiento alternativos que están asociados con estas posiciones alternativas de las culturas. Podemos pedir una realimentación crítica a las personas de otras razas, culturas y clases. Podemos reconocer abiertamente los dilemas políticos con los que nos enfrentamos en nuestro trabajo. Y podemos expandir la cultura por medio de la expansión del lenguaje: podemos ampliar los límites de lo conocido a través del uso imaginativo de la metáfora. Cuando una metáfora ha sido incorporada al uso corriente, hasta el punto de que se la toma literalmente, entonces muere y se

convierte en un hecho. Las metáforas muertas no tienen potencial para generar algo, para desafiar los límites de lo conocido” (p. 52).

La cultura dominante que sustenta las prácticas o ideas señaladas por White (2002), es equivalente a la cultura patriarcal señalada por Maturana (2002). Al respecto, White (2002) propone estructurar el contexto de la terapia de manera que sea menos probable reproducir las formas de la cultura dominante y para cuestionar las prácticas que perpetúan las jerarquías de conocimiento (como la toma de apuntes en sesión, el uso de las historias clínicas, compartir la biografía profesional con los clientes para poner en cuestión la posición privilegiada del terapeuta en el sistema terapéutico). En relación al poder, White (2002) reconoce la capacidad de influencia del terapeuta sobre el consultante y por lo tanto enfatiza en que éste tiene la responsabilidad de no favorecer prácticas que perpetúen la jerarquía y la obediencia. Por lo tanto, espera que un terapeuta promueva la democracia en el contexto terapéutico.

Por lo tanto, infiero que es deber del terapeuta conocer como los contextos a los que ha pertenecido en su historia de vida determinan lo que él es como persona, considerando que las personas vivimos en mundos sociales distintos y más en un país como Colombia, donde hay una amplia diferencia social respecto a lo económico, social y cultural. La escuela narrativa, al igual que la escuela de Milán según mi comprensión, reconoce la presencia de discursos internalizadores en el terapeuta y la manera en que éstos median su relación con el cliente. Por lo tanto recomiendan al terapeuta remitirse a su propio contexto y estar atento a reconocer aquellos discursos que hacen parte de su ceguera ante la vida y que en contraposición al pensamiento circular, rompen y desconectan. Como diría White (2002): “Estos discursos nos han proporcionado una manera de hablar de y pensar la vida que borra el contexto, que separa la experiencia de los aspectos políticos de la relación con el entorno inmediato” (p. 48). Para esto, White (2002) recomienda el trabajo con equipos reflexivos, como un generador de diálogo acerca de la influencia de los diferentes contextos y discursos.

En conclusión, los terapeutas utilizan la metáfora narrativa en su reflexión y en su práctica, están invitados a cuestionar sus certezas y todas las prácticas que sea totalizadoras, a adoptar una postura reflexiva y a la vez, a invitar al cliente a adoptar una postura similar con relación a sus propias vidas y a sí mismos (White, 2002). Con esto se espera que tanto terapeuta como cliente, participen activamente en la «creación de

sentido» y en esta medida, compartan responsabilidades en el proceso y en los logros de la terapia.