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Todas las restricciones que usted puede digerir

Durante seis meses ha estado esforzándose duro en seguir la dieta impuesta, y la cosa mereció la pena. No solamente ha perdido peso, sino que ahora se siente más capaz de restringir el viejo impulso de comer alimentos perjudiciales. S us amigos le dicen lo impresionados que están por su capacidad de resolución; y, digamos las cosas claras, usted también se encuentra mucho mejor que nunca.

E sta es la razón por la que rondando ya el séptimo mes usted decide que su esfuerzo por controlar la dieta ya se ha visto suficientemente comprobado, y que ya no es necesario evitar los helados, los nachos, las alitas de pollo y todas esas cosas que solía comer con sus amigos. S e ha pasado medio año cambiando sus gustos alimenticios y la cosa funcionó muy bien. No será difícil mantener lo conseguido, aunque se cambie un poco el estilo de comida. ¡Es hora de volver a vivir!

de nosotros nos resulta demasiado familiar. E l orgullo siempre está presente en el fallo; pero incluso es más frecuente que sea nuestra sensación de agobio por tantas restricciones la que anticipe la caída.

Investigadores de la Universidad de S tanford, de la Northwestern y de la Universidad de Ámsterdam se reunieron para investigar la dinámica que subyace en el repetido convencimiento de que podemos superar la impulsividad y que somos capaces de evitar nuestras peores tentaciones 1. E sta particular tendencia hacia el autoengaño es lo que los psicólogos denominan predisposición a la restricción. S e llevaron a cabo cuatro estudios para testar la hipótesis que está más extendida en nuestra especie sobre la propensión al control, a la restricción.

E n uno de los experimentos se entrevistó a las personas que entraban y salían de una cafetería, y al tiempo que se les presentaban siete diferentes tipos de canapés, ricos en grasas, se les preguntaba cuáles eran los que les gustaban más y cuáles menos, estableciendo una escala de preferencias. Una vez hecho esto se les decía a los participantes que escogieran un canapé y que, es más, podrían comer ese tipo de canapé cuantas veces quisieran; pero que si lo volvían a poner en su sitio al cabo de una semana, recibirían cinco dólares y, además, podrían quedarse con el canapé. Tras hacer su elección, los participantes se informaron si podrían volver por el dinero al cabo de la semana. También rellenaron un cuestionario en el que manifestaban su grado de apetito y sus ideas sobre el control de los impulsos.

L os participantes que entraban en la cafetería dijeron que tenían apetito y, por el contrario, los que salían decían mostrarse satisfechos. Así pues, la primera evaluación consistió en saber si los que salían de la cafetería con el estómago lleno manifestaban un mayor control de los impulsos, lo que así fue. L a siguiente evaluación consistió en comprobar si los participantes que no mostraban apetito y que manifestaban tener un gran control de sus impulsos habrían escogido el canapé más tentador (y más graso). También fue así. P or último, ¿volverían al cabo de una semana aquellos que habían escogido el canapé más apetecible? Pues sí, volvieron.

E n otro experimento se les pidió a unos fumadores empedernidos que hicieran un test en el que manifestasen el nivel de su control de impulsos. E l test era fingido, y estaba pensado solamente para saber qué porcentaje de los participantes tenían una gran capacidad de autocontrol y qué otro la tenían más baja. En cualquier caso se informaba a los participantes de los resultados obtenidos.

P osteriormente se les pedía a los participantes que tomaran parte en un juego en el que se les enfrentaba a la tentación de fumar como una oportunidad de ganar dinero. E l objetivo del juego consistía en ver la película titulada Coffee and cigare es* sin disponer de un cigarrillo. L os participantes podían escoger cuatro niveles de tentación, a cada uno de los cuales se les asignaría un premio en metálico: 1) tener el cigarrillo en otra habitación: 5 dólares; 2) tener el cigarrillo sobre una mesa cercana: 10 dólares; 3) sostener un cigarrillo apagado en la mano durante toda la película: 15 dólares; 4) sostener un cigarrillo apagado en la boca durante toda la película: 20 dólares. L os participantes ganarían el premio solamente si no fumaban el cigarrillo durante toda la película.

Como se había previsto, los fumadores que habían dicho que tenían una gran capacidad de autocontrol aceptaron exponerse a una tentación mayor que los que reconocieron poseer una capacidad menor. P or término medio los participantes de bajo autocontrol optaron por ver la película con el cigarrillo sobre la mesa; los que habían manifestado un mayor grado de control prefirieron verla con el cigarrillo en la mano.

Copiar de forma impulsiva es una habilidad más complicada que lo que a simple vista parece, y durante mucho tiempo se pensó que era algo que solamente los seres humanos podían hacer. Si pone un caramelo delante de un grupo de niños y les dice que si se resisten a la tentación de comérselo recibirán posteriormente más caramelos, se produce un número de comportamientos interesantes. Algunos niños tratarán de distraerse con sus juguetes o haciendo dibujos con los que tratan de enfrentarse a la frustración que supone tener que esperar por la gratificación prometida (algunos incluso «tirarán la toalla» y cogerán el caramelo). Este tipo de comportamiento representa un problema de solución bastante complejo, por lo que resultó muy sorprendente comprobar que también los chimpancés podían hacerlo.

Unos investigadores realizaron la siguiente prueba: mostró a un grupo de chimpancés un montoncito de golosinas que, poco a poco iban haciendo cada vez mayor, pero que resultaba inaccesible para los animales. Después les dieron una serie de juguetes. De vez en cuando permitían a los chimpancés que pudieran acceder a las golosinas. Algunos de los chimpancés se dieron cuenta de que cuanto más tiempo esperaran para coger las golosinas, mayor sería la cantidad que tendrían de estas: por lo que trataron de distraerse con los juguetes esperando que el montón de golosinas se fuera haciendo mayor, y entonces pudieran coger una buena cantidad. Los chimpancés parecían concentrarse en los juguetes cuando tenían la oportunidad de coger las golosinas, de modo que demostraron que trataban de distraer su atención, a la espera de que más adelante pudieran obtener

una mayor recompensa 2.

Resultado: el porcentaje de fallos en quienes dijeron poseer un fuerte autocontrol fue mucho mayor que el de los del grupo de bajo autocontrol, en un porcentaje de un 33 por ciento contra un 11 por ciento. Aquellos que se consideraron más capaces de resistir la tentación de encender el cigarrillo lo hicieron tres veces más que los que pensaban que fracasarían.

Una forma de interpretar estos resultados es viéndolo como un reforzamiento de una idea muy antigua: somos nuestros peores enemigos. L a predisposición al control ocupa un puesto muy elevado en la lista de propensiones en que solemos caer; y el hecho de que caigamos en una trampa una vez no constituye ninguna garantía de que no volvamos a caer una y otra vez. L os que pretenden mantener una dieta fallan en su propósito, los fumadores fracasan también; todo aquel que muestre una tendencia compulsiva, recae; y, por lo general, más de una vez. E ste estudio sugiere que parte de esta repetición se debe a pensar que estamos capacitados para enfrentarnos a más cosas de las que, en realidad, podemos.

Otra de las cuestiones es que se ha creado toda una industria basada en reforzar nuestro impulso de controlar. L os libros de autoayuda y los comentaristas de corte psicológico nos hacen creer que existe como un halo dorado de control al que todos podemos acceder: siga el sistema X y logrará llegar allí. P ero la realidad de este estudio es que incluso en el caso de que usted llegue «allí», finalmente se dará cuenta de que ese «allí» nunca existió. S e le ha vendido a usted un milagro en forma de una inflada autopercepción del control.