XAS CIVILIZACIONES DESCONOCIDAS
Y, sin embargo, hemos v isto 4 la atracción que sentían los antiguos por los «sublimes caminos de Occidente»; que con
18. Véase cap I.
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gios de edificios, de pavimientos geométricos.
Recordemos también la famosa leyenda de la ciudad de Ys, fundada por Grallon, el legendario rey de Comualles, y que no habría tenido menos de nueve leguas de diámetro; la propia hija del rey, Dahut, habría entregado al diablo las llaves del complejo sistema de diques y compuertas que protegían la ciudad, construida por debajo del nivel del mar, de la invasión marítima...
La leyenda de Ys se basa, ciertamente, en hechos reales: la sumersión local que dio origen a la actual bahía de Douar- nenez. Otra hipótesis sitúa la legendaria Ys no ya en el extre mo de Finisterre, sino en pleno océano actual: Ys habría sido engullida en la época (Edad de Bronce) en que las Islas Bri tánicas dejaron de formar parte del continente; antes del ca taclismo, la Mancha no era más que la prolongación intermi nable del valle del Sena, que entonces tenía su embocadura muy lejos en el Atlántico, en un lugar situado en la intersec ción de las dos líneas prolongadas, una desde la punta de Fi nisterre y la otra desde el extremo occidental de Irlanda. Qui zás en ese estuario desaparecido, territorio de aluviones, se en contraba la inmensa ciudad de Ys.
Ciertos autores han situado la Atlántida en Islandia o en Groenlandia, pero entonces se trata más bien de otro conti nente: la Hiperbórea de la que hablaremos con detalle al final de este capítulo.
Pero, de hecho, todas las localizaciones geográficas han que dado superadas: América, Polinesia (aunque entonces nos en contremos con los problemas relativos a Lemuria o Mu —véa se el párrafo siguiente—), el sudoeste de Arabia (el legenda rio reino de la reina de Saba), la antigua isla de Taproban (es decir, al parecer, la actual Ceilán), Alemania, el centro de Fran cia, de Holanda, etc. Pero hay una localización sobre la que es necesario extenderse un poco: la que sitúa la fabulosa At lántida en la costa occidental de Africa.
El gran arqueólogo alemán Leo Frobenius situó la Atlán tida en Africa Occidental, más exactamente en el antiguo país
de Bénin, dividido entre los actuales Estados de Nigeria y Dahomey. Frobenius fue incluso más lejos, y estableció la exis tencia de antiguos lazos directos entre esa parte occidental del Africa Negra y las civilizaciones del océano Pacífico.
Lejos de limitarse al Bénin, esta civilización atlántica afri cana se extendió, en su apogeo, hasta las actuales costas de Angola.
Leo Frobenius pudo descubrir, ahondando en las culturas propiamente africanas, tradiciones y costumbres que confir man la supervivencia de una poderosa civilización, muy anti gua, pero que había tenido su decadencia desde hacía mucho tiempo, enmascarada por elementos mucho menos evolucio nados: en el arte, las leyendas, los símbolos, los ritos, en la misma arquitectura, se puede descubrir indicios ciertos del continente negro occidental, en un período antiguo, con una civilización muy avanzada.
Esta civilización, floreciente en la época precristiana, ha bía de lograr mantener viva mucho tiempo en la región de Bénin; todavía en nuestros días, la gran tribu negra de los yorubas, de Nigeria, conserva huellas innegables de la anti gua «Atlántida» africana. Generalizando sus investigaciones, Frobenius pudo establecer asombrosas afirmaciones: existe un extraño paralelismo entre costumbres y símbolos propios del África occidental, y sus correspondientes del gran com plejo indio toltecas-aztecas-mayas; asimismo, se encuentran analogías de ciertos conceptos etruscos en la mitología de los yorubas...
Pero volvamos a los hechos innegables: Frobenius y sus colaboradores excavaron cuidadosamente el punto arqueoló gico de Ifé, la ciudad sagrada del antiguo reino negro de Bé nin, y la verdadera capital religiosa de los yorubas. Las in vestigaciones se revelaron muy provechosas, y permitieron el descubrimiento de innumerables objetos de factura asom brosamente refinada, de los cuales algunos eran de fecha bas tante reciente: la civilización negra de Ifé consiguió, en efec to, subsistir hasta los siglos xvi y xvn, para derrumbarse a
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consecuencia de la catastrófica despoblación que ocasionó la horrible tra ta de negros.
Nosotros, p o r nuestra parte, pensam os que el África Oc cidental fue una de las áreas de la colonización atlante; real mente, el continente engullido se había expandido y había co lonizado en todas direcciones, lo que explica la existencia de vestigios m ás o menos directos de su prestigiosa civilización u n poco p or todo el contorno del Atlántico, y a veces m ás allá, y las tradiciones y costum bre atlantes consiguieron, al menos en parte, m antenerse después de la desaparición o extinción gradual de los colonizadores atlantes (a veces debido a ince santes cruzamientos).
Los africanos llam an «piedras de agris (aggry beads) a unos abalorios de arte muy antiguo, cuya factura resulta asom brosam ente parecida a la de objetos análogos encontrados con las momias egipcias y en todo el Oriente Medio.
E n África Occidental, esas «piedras de agris» provienen de antiguas sepulturas, o bien se tra ta de ornam entos que sus poseedores hacen rem ontar a lejanos antepasados.
Cuando los blancos piden detalles a los indígenas, éstos responden que esos objetos fueron introducidos en su país antiguam ente p o r hom bres de tez clara, cabello negro y que habían venido «del cielo».
Encontram os en todas las tribus repartidas alrededor de todo el golfo de Guinea curiosas tradiciones que confirman esta idea aparentem ente fantástica.
Georges B arbarin nos recuerda un ejem plo significativo: el que aporta un mayor británico «que u n día vio cómo una trib u negra (del África Occidental británica) se dirigía a la orilla del m ar, con los jefes y hechiceros en vanguardia, al encuentro de una piragua que desem barcaba; en ella venían dos indígenas pintados de blanco, a quienes rindieron innu m erables m uestras de sumisión y que, después de un breve
coloquio, volvieron a em barcarse. Preguntados p o r el m ayor sobre el sentido de tal ceremonia, los negros le contestaron que se tra tab a de una costum bre inm em orial destinada a per
p e tu a r el recuerdo de los tiem pos en que, partiendo de u n a isla hoy desaparecida, venían unos blancos a hacer justicia y a dictar leyes».19
B. Lemuria y Mu
Lemuria, Gondwana, Mu
Aunque el nom bre de Lemuria se emplee a m enudo con u na acepción m uy amplia, que cubre toda la gran extensión continental antiguam ente sum ergida bajo las aguas de los océanos Indico, Pacífico y Atlántico, es conveniente precisar la terminología: Lemuria propiam ente dicha es el legendario continente engullido p o r las olas del océano Indico, m ientras que la pendiente suave de la A tlántida se llam aba continente de Mu.
Los geólogos m odernos hablan corrientem ente del continen te de Gondwana, de fecha m uy anterior. Esas tierras sum er gidas habrían constituido, en la E ra secundaria, u n inm enso complejo que iba desde el Polo A ntàrtico a Deccán, y de Ma dagascar a Indonesia. Ese colosal continente desaparecido de Gondwana se extendía, sin solución de continuidad, desde Bra sil h asta la península india y, con toda seguridad, tam bién h asta Australia y Polinesia, form ando p a rte asimism o de él