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VIAJES POR EL OSCURO MAR DE LA CONCIENCIA

In document EL LADO ACTIVO DEL INFINITO (página 59-63)

-Ya podemos hablar más claramente acerca del silencio interno -dijo don Juan.

Su declaración era tan incongruente que me sorprendió. Me había estado hablando toda la tarde de las vi- cisitudes que sufrieron los indios yaqui después de las guerras yaqui de los años veinte, cuando el gobierno mexicano los deportó de sus tierras natales del estado de Sonora en el norte de México, y los puso a trabajar en los plantíos de caña de azúcar en el centro y sur de México. El gobierno mexicano había tenido problemas con las guerras endémicas con los yaquis durante años. Don Juan me contó asombrosas historias conmovedoras de los yaqui sobre intriga política, traición, hambre y miseria humana.

Tuve la sensación de que don Juan me estaba preparando un truco, porque bien sabía que esas historias eran mi gusto y mi placer. En aquel tiempo, tenía un profundo sentido de compasión por el mundo, por la justicia social y la igualdad.

-Las circunstancias que te rodean han hecho posible que tengas más energía -prosiguió-. Has empezado la

recapitulación de tu vida; has visto a tus amigos, por primera vez, como si estuvieran expuestos en una vitrina; llegaste al punto de romper con todo, solo, impulsado por tus propias necesidades; cancelaste tu negocio; y sobre todo, has acumulado bastante silencio interno. Todo esto hace posible que hagas un viaje por el oscuro mar de la conciencia.

-El encuentro que tuvimos en aquel pueblo que seleccionamos fue tal viaje -continuó-. Sé que una pregunta crucial casi salió a la superficie, y por un instante, dudaste que de veras había ido yo a tu casa. Mi visita no fue para ti un sueño. Yo era real, de carne y hueso, ¿no?

-Tan real como se puede ser -le dije.

Me había olvidado casi por completo de aquellos sucesos, pero recordaba que me pareció extraño que hu- biera encontrado mi apartamento. Sin embargo, lo había pasado por alto al simplemente deducir que le había pedido a alguien mi nueva dirección, aunque si me lo hubieran preguntado no hubiera podido dar con nadie que supiera dónde yo vivía.

-Vamos a aclarar esto -continuó-. Bajo mis condiciones, que son las condiciones de los chamanes del México antiguo, yo era tan real como es posible serlo, y en tal estado, fui a tu casa desde mi silencio interno para hablarte acerca del requisito del infinito y para advertirte que estaba a punto de acabarse tu tiempo. Y tú a tu vez, desde tu silencio interno, verdaderamente fuiste a ese pueblo de nuestra elección para decirme que habías logrado cumplir con el requisito del infinito.

»Bajo tus condiciones, que son las condiciones del hombre común, era un sueño-fantasía en ambos casos. Experimentaste un sueño-fantasía que había llegado a tu casa sin saber la dirección, y luego tuviste un sueño-fantasía que fuiste a verme. A lo que da a mí, como chamán, lo que tú consideras ser tu sueño -fantasía de encontrarme en ese pueblo fue tan real como lo es que los dos conversamos aquí y ahora.

Le confesé a don Juan que no había posibilidad ninguna para mí de enmarcar esos sucesos en un formulario de pensamiento propio del hombre occidental. Le dije que las condiciones de sueño-fantasía creaban una falsa categoría que no podía sostenerse bajo ningún escrutinio y que la única cuasi-explicación vagamente posible era otro aspecto del conocimiento de don Juan: el ensoñar.

-No, no es el ensoñar -me dijo enfáticamente-. Esto es algo más directo y más misterioso. A propósito, hoy tengo una nueva definición del ensoñar para ti, más de acuerdo con tu estado de ser. El ensoñar es el acto de cambiar el punto de fijación con el oscuro mar de la conciencia. Si lo ves así, es un concepto fácil y una maniobra sencilla. Necesitas todo de ti para darte cuenta, pero no es una imposibilidad, ni es algo rodeado de nubes místicas.

»El ensoñar es un término que siempre me pareció una pendejada -continuó-, porque disminuye un acto muy poderoso. Hace que parezca arbitrario; le da un significado de fantasía, y eso es lo único que no es. Hice por cambiar el término, pero está demasiado arraigado. Quizás puedas tú, algún día, cambiarlo por tu cuenta, aunque como todo lo demás relacionado con la brujería, temo que para entonces no te va a importar una pizca, porque lo que lo llames no va a tener ningún significado para ti.

Don Juan me había explicado largamente, durante todo el tiempo que lo había conocido, que el ensoñar era un arte descubierto por los chamanes del México antiguo, por medio del cual los sueños comunes y corrientes se trasformaban en auténticas entradas a otros mundos de la percepción. Abogaba de cualquier manera posible el advenimiento de algo que él llamaba la atención de ensueño, que consistía en la capacidad de prestar una atención específica, o de enfocar un tipo de conciencia especial sobre los elementos de un sueño común.

Había seguido meticulosamente todas sus recomendaciones y había logrado que mi conciencia se quedara fija sobre los elementos de un sueño. La idea que proponía don Juan no era la de deliberadamente llegar a un sueño deseado, sino de fijar la atención sobre los elementos componentes de cualquier sueño que viniera al caso.

Luego, don Juan me había mostrado energéticamente lo que los chamanes del México antiguo consideraban ser el origen del ensoñar: el desplazamiento del punto de encaje. Dijo que el punto de encaje se desplazaba de modo natural al dormir, pero que el ver el desplazamiento era algo difícil porque requería un modalidad agresiva y que tal modalidad agresiva había sido la predilección de los chamanes del México antiguo. Estos chamanes, según don Juan, habían encontrado todas las premisas de su brujería por medio de esa modalidad.

-Es una modalidad muy depredadora -siguió don Juan-. No es nada difícil entrar en ella, porque el hombre es depredador por naturaleza. Podrías ver, agresivamente, a cualquier persona en este pueblito o quizás alguien a la distancia, mientras duermen; cualquiera serviría para el propósito. Lo importante es llegar a un nivel total de indiferencia. Vas en busca de algo y lo consigues como puedas. Vas a salir a buscar a una persona, como felino, como rapiña, para descender sobre alguien.

Don Juan me había dicho, riéndose de mi aparente incomodidad, que la dificultad con esta técnica era el temperamento, y que no podía ser pasivo durante el acto de ver, porque la vista no era algo que se usara para mirar, sino para actuar sobre lo visto. Acaso haya sido su poder de sugestión, pero ese día, después de haberme dicho eso, me sentí sumamente agresivo. Cada músculo de mi cuerpo estaba lleno de energía y en mi práctica de ensoñar, fui detrás de alguien. No me interesaba quién fuera. Necesitaba a alguien que estuviera dormido, y una fuerza de la cual estaba consciente, sin estar totalmente consciente de ella, me guió a encontrar a alguien.

Nunca supe quién era, pero al ver esa persona, sentí la presencia de don Juan. Era una sensación extraña saber que alguien estaba conmigo a través de una sensación indeterminada de proximidad que ocurría a un nivel de conciencia que no formaba parte de ninguna experiencia previa. Sólo podía enfocar mi atención sobre el individuo que descansaba. Sabía que era macho, pero no sé cómo lo sabía. Sabía que estaba dormido porque la bola de energía que es comúnmente un ser humano estaba un poco plana; se había expandido lateralmente.

Y entonces vi el punto de encaje en una posición diferente a la habitual, que es directamente detrás de los omóplatos. En este caso, se había desplazado a la derecha de donde debería haber estado, y un poco más abajo. Calculé que, en este caso, se encontraba al lado de las costillas. Otra cosa que noté era su inestabilidad. Fluctuaba excéntricamente y de pronto regresaba a su posición normal. Tenía la clara sensación de que mi presencia, y obviamente la de don Juan, habían despertado al individuo. Experimenté una profusión de imágenes borrosas inmediatamente, y luego me desperté en el lugar donde había empezado.

A lo largo de mi aprendizaje, don Juan también me había dicho que los chamanes se dividían en dos gru pos: un grupo consistía en ensoñadores; el otro en acechadores. Los ensoñadores eran los que desplazaban el

punto de encaje con gran facilidad. Los acechadores eran aquellos con gran facilidad para mantener el punto de encaje fijo en esa nueva posición. Los ensoñadores y los acechadores se complementaban y trabajaban en parejas, afectando uno al otro con sus proclividades innatas.

Don Juan me había asegurado que el desplazamiento y la fijación del punto de encaje podía llevarse a cabo por voluntad propia por medio de la disciplina de mano de hierro de los chamanes. Dijo que los chamanes de su linaje creían que había por lo menos seiscientos puntos dentro de la esfera luminosa que somas en realidad, y que al alcanzarlos volitivamente por el punto de encaje, pueden otorgarnos un mundo totalmente inclusivo; lo cual quiere decir, que si nuestro punto de encaje se desplaza a uno de esos puntos y se queda fijo en él, percibimos un mundo tan inclusivo y tan total como el mundo cotidiano, pero no obstante, un mundo diferente.

Además, me explicó don Juan que el arte de la brujería consiste en manipular el punto de encaje y hacerlo cambiar de posiciones a voluntad sobre las esferas luminosas que son los seres humanos. El resultado de esta manipulación es el cambio en el punto de contacto con el oscuro mar de la conciencia, que nos trae como su concomitante, un fardo diferente de billones de campos de energía bajo la forma de filamentos luminosos que convergen sobre el punto de encaje. La consecuencia de estos nuevos campos de energía que convergen sobre el punto de encaje, es que una conciencia diferente a la necesaria para percibir el mundo cotidiano entra en acción, transformando esos nuevos campos de energía en datos sensoriales, datos sensoriales que se interpretan y se perciben como un mundo diferente porque los campos de energía que lo engendran son diferentes a los conocidos.

Don Juan había afirmado que una definición acertada de la brujería como práctica consistía en que la brujería es la manipulación del punto de encaje, con el fin de cambiar el enfoque con el que éste se fija en el oscuro mar de la conciencia, y así hacer posible la percepción de otros mundos.

Había dicho que el arte de los acechadores empieza después de que se haya desplazado el punto de encaje. El mantener el punto de encaje fijo en su nueva posición asegura que el chamán perciba totalmente el nuevo mundo en que entre no importe cual sea, tal como lo hacemos con el mundo cotidiano. Para los chamanes del linaje de don Juan, el mundo cotidiano no era más que una pliegue de un mundo total que consiste de por lo menos seiscientos pliegues.

Don Juan regresó al tema bajo discusión: mis viajes por el oscuro mar de la conciencia, y dijo que lo que había hecho desde mi silencio interno era muy parecido a lo que se hace en el ensueño cuando uno está

dormido. Sin embargo, cuando se viaja por el oscuro mar de la conciencia no hay interrupción del tipo que ocurre cuando uno se va a dormir, ni hay ningún esfuerzo de controlar la atención de uno mientras se sueña. El viaje por el oscuro mar de la conciencia implicaba una respuesta inmediata. Había una sensación irresistible del aquí y el ahora. Don Juan lamentaba el hecho de que algunos chamanes idiotas le habían llamado a este acto de llegar directamente al oscuro mar de la conciencia, soñar-despierto, haciendo aún más ridículo el término ensoñar.

-Cuando pensaste que estabas en el sueño-fantasía de ir a ese pueblo de nuestra selección -continuó-, habías en realidad fijado tu punto de encaje directamente sobre la posición específica del oscuro mar de la con- ciencia que te permite ese viaje. Entonces el oscuro mar de la conciencia te preparó con todo lo necesario para hacer el viaje. No hay ninguna manera de elegir ese lugar por voluntad propia. Dicen los chamanes que el

silencio interno lo selecciona sin falla. Fácil, ¿no?

Me explicó entonces las complejidades de la elección. Dijo que la elección para el guerrero-viajero no es en verdad un acto de elección, sino el acto de asentir elegantemente a las solicitudes del infinito.

-El infinito escoge -dijo-. El arte del guerrero-viajero es tener la habilidad de moverse con la más tenue insinuación, el arte de asentir a todo mando del infinito. Para hacer esto, el guerrero-viajero necesita destreza, fuerza, y sobre todo, sobriedad. Estos tres puestos juntos, dan como resultado... ¡la elegancia!

Después de un momento de pausa, regresé al tema que más me intrigaba.

-Pero es increíble que en verdad fui a aquel pueblo en carne y hueso, don Juan -le dije.

-Es increíble pero no es invivible -dijo-. El universo no tiene límites, y las posibilidades que se dan en el universo son en verdad inconmensurables. Así es que no caigas preso del axioma de «sólo creo lo que veo», porque es la postura más tonta que se puede tomar.

La aclaración de don Juan había sido cristalina. Tenía sentido, pero yo no sabía cómo tenía sentido; de seguro no en mi mundo cotidiano. Me aseguró entonces don Juan, turbándome instantáneamente, que había una sola manera en que los chamanes podían con toda esta información: probándola a través de la experiencia, porque la mente es incapaz de aceptar todo ese estímulo.

-¿Qué quiere usted que haga, don Juan? -pregunté.

-Tienes que viajar deliberadamente por el oscuro mar de la conciencia -contestó-, pero nunca sabrás cómo se hace. Vamos a decir que lo hace el silencio interno, siguiendo caminos inexplicables, caminos que no pueden ser comprendidos, sino sólo practicados.

Don Juan hizo que me sentara en la cama y adoptara la postura que traía el silencio interno. El tomar esa postura siempre aseguraba que me durmiera en seguida. Sin embargo, cuando estaba don Juan, su presencia me imposibilitaba dormir; por el contrario, entraba en un estado de completa quietud. Esta vez, después de un instante de silencio, me encontré caminando. Don Juan me guiaba, llevándome del brazo mientras caminábamos.

Ya no estábamos en su casa; caminábamos por un pueblo yaqui donde nunca había estado. Sabía que exis- tía el pueblo; había estado en sus alrededores muchísimas veces, pero había tenido que alejarme por la hosti- lidad tan aparente de la gente que lo rodeaba. Era un pueblo donde resultaba imposible que entrara un extraño. Los únicos que tenían acceso libre a este pueblo y que no eran yaquis eran los supervisores del banco fede ral, simplemente porque eran los que les compraban las cosechas a los agricultores yaquis. Las negociaciones in- terminables de los agricultores yaquis giraban alrededor de conseguir dinero por adelantado de los bancos sobre la base de futuras cosechas, un proceso de cuasi-especulación.

Reconocí instantáneamente el pueblo a través de las descripciones de la gente que allí había estado. Como para acrecentar mi asombro, don Juan me dijo al oído que estábamos en ese pueblo yaqui. Quería preguntarle cómo habíamos llegado allí, pero no podía articular mis palabras. Había un gran número de indios hablando en voces alteradas; el enojo se acrecentaba. No entendía ni pizca de lo que estaban diciendo, pero al momento que concebía yo un pensamiento algo se aclaraba. Era como si se esparciera más luz sobre la escena. Las cosas se definieron y se ordenaron, y comprendí lo que decía la gente aunque no sabía cómo; no hablaba su idioma. Las palabras me eran comprensibles sin ninguna duda, no una por una, sino en unidades, como si mi mente pudiera recoger esquemas totales de pensamiento.

Podría decir con toda sinceridad que tuve el susto de mi vida, no tanto porque comprendiera lo que decían, sino por lo que estaban diciendo. Esta gente era de veras belicosa. De ninguna manera podían considerarse hombres occidentales. Sus propósitos eran conflictivos, de tácticas de guerra, de estrategia. Estaban midiendo su fuerza, sus recursos de ataque, y lamentando que no tenían la potencia de atacar. Sentí en mi cuerpo la angustia de su impotencia. Contaban sólo con piedras y palos para luchar contra armas de alta tecnología. Lamentaban el hecho de carecer de líderes. Codiciaban más de lo que pudiera uno imaginar la presencia de un luchador carismático que pudiera unirlos.

Oí entonces la voz del cinismo; uno de ellos expresó una idea que devastó a todos de igual manera, a mí también porque parecía yo ser parte indivisible de ellos. Dijo que estaban vencidos sin salvación alguna, porque si en un momento debido cualquiera de ellos tuviera el carisma de levantarse y unirlos, sería traicionado a causa de la envidia, los celos y los malos sentimientos.

Quería hacerle un comentario a don Juan sobre lo que me sucedía, pero no podía articular una sola palabra. Don Juan era el único que podía hablar.

-El ser mezquino no se limita a los yaquis -me dijo al oído-. Es una condición en que está atrapado el ser humano, una condición que ni siquiera es humana, sino que se impone desde afuera.

Sentía que la boca se me abría y cerraba involuntariamente al esforzarme, desesperadamente, a hacer una pregunta que ni siquiera podía concebir. Mi mente estaba vacía, sin pensamiento alguno. Don Juan y yo estábamos en medio de una rueda de gente, pero ninguno de ellos se había percatado de nosotros. No noté ningún movimiento, reacción o mirada furtiva que indicara que estaban conscientes de nosotros.

Un instante después, me encontré en un pueblo mexicano construido alrededor de una estación de ferrocarril, un pueblo que quedaba aproximadamente a dos kilómetros de donde vivía don Juan. Estábamos don Juan y yo en medio de la calle junto al banco del gobierno. Inmediatamente después, vi una de las cosas más extrañas que atestigüé en el mundo de don Juan. Veía energía tal como fluye en el universo, pero no veía a los seres humanos como gotas de energía esféricas o alargadas. La gente que me rodeaba eran, por un instante, seres normales de la vida cotidiana, y un instante después, eran criaturas extrañas. Era como si la bola de energía que somos fuera transparente; un halo rodeando un núcleo como de insecto. Este núcleo no tenía forma de primate. No había esqueleto, no estaba viendo a la gente como si tuviera visión de rayos equis que penetra el

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