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2. Hacia una Interpretación originaria del fenómeno de la muerte

2.2 Análisis existencial del fenómeno de la muerte

2.2.2 La voz de la conciencia

Como lo hemos ya señalado, el análisis anterior conlleva una insuficiencia que es necesario ahora superar. Para dicha superación, es necesario preguntar por la propiedad del ser en la totalidad de la posibilidad existencial del adelantarse de la muerte hasta darse cuenta de ella (propiedad) en la facticidad, es decir, por el lado óntico. Con el fin de realizar

dicha tarea, Heidegger recurre a la atestiguación del poder ser propio del Dasein, el sí

mismo, que se entiende con base en su poder-ser-sí-mismo propio en la facticidad, su estado de yecto en el mundo cotidiano. De este modo, busca determinar el poder sí mismo de todas sus posibilidades en lo que consiste la atestiguación.

El Dasein está perdido en el mundo cotidiano, en el uno. Para poder encontrar su poder-ser

sí-mismo, este ente necesita del testimonio de ello. Nuestro autor acude a la voz de la

conciencia como lo que le llama al Dasein y le posibilita su ser sí mismo. La conciencia de la

cual se refiere Heidegger no es del ámbito psicológico, biológico o teológico. Se trata bien

de un fenómeno del Dasein, que “no es un hecho que ocasionalmente ocurra y de vez en

cuando se haga presente, sino sólo es en el modo de ser del Dasein, y siempre se acusa

como factum tan sólo en y con la existencia fáctica” (Ser y tiempo, § 54, 289). Esto quiere

decir que la conciencia está en relación con la constitución fundamental del Dasein. Entonces,

cabe deducir que la conciencia es un fenómeno originario, que llama al Dasein a ser sí

mismo desde su cotidianidad en la que se encuentra. El Dasein, en el mundo cotidiano, como

coestar, presta mucha atención al uno, al público. La conciencia le interpela a encontrarse a

sí mismo que ha sido desoído precisamente en la escucha del uno y de las habladurías26. La

conciencia interpela en el silencio, pues “carece de toda expresión vocal. No manifiesta de

26

No sobra recordar que las habladurías son el modo de ser del comprender y de la interpretación del Dasein cotidiano. Se constituyen en esta repetición y difusión, por cuyo medio la inicial falta de arraigo se acrecienta hasta una total carencia de fundamento (Ser y tiempo, § 35, 190-191).

ningún modo en palabras y, a pesar de ello, no es en absoluto oscura, ni indeterminada. La conciencia habla única y constantemente en la modalidad del silencio” (Ser y tiempo, § 56,

292). En su llamada, la conciencia no se equivoca, pero el Dasein en la manera de escuchar

puede terminar por equivocarse; con respecto a ello se dice bien en estos términos que “los

errores no nacen en la conciencia por una equivocación de la llamada, sino tan sólo por la manera como la llamada es escuchada: porque, en vez de ser comprendida propiamente, es llevada por el uno-mismo a un monólogo negociador, y tergiversada en su tendencia aperiente” (Ser y tiempo, § 56, 293-294). A partir de todo lo dicho antes, se puede resumir como se caracteriza la conciencia de esta manera: “una llamada que interpela al uno mismo en su mismidad; en cuanto tal, es una intimación del sí-mismo a su poder-ser-sí-mismo, y por

ello, un llamar al Dasein hacia adelante, hacia sus posibilidades” (Ser y tiempo, § 56, 294).

En lo anterior es obvio que el quien del Dasein es el llamado a salir de su pérdida en el uno,

pero cabe la pregunta: ¿quién llama? y ¿cómo se conecta el que llama y el llamado? El

Dasein es también quien llama y más allá de él mismo, y la comprensión de ello depende

de la disposición fáctica del Dasein a la escucha. Sólo el Dasein puede darse cuenta de su

llamada a sí mismo en medio de todas sus actividades de todos los días: “Nada mundano

puede determinar quién es el vocante. Ese que llama es el Dasein en su desazón, es el

originario y arrojado estar-en-el-mundo experimentado como un estar fuera de casa, el nudo “factum que…” en la nada del mundo. El vocante no es familiar al cotidiano uno-

mismo, es algo así como una voz desconocida” (Ser y tiempo, § 57, 296). Es una voz

desconocida y también silenciosa, pues solo el Dasein tiene acceso a ello. El Dasein se reviste

de un modo desazonante en el que se expresa la llamada, el callar. Es el modo

fundamental de estar-en-el-mundo, y el Dasein llama desde el fondo de este estar, que se

pone en machar por la angustia en el camino de proyectarse a sí mismo.

Si la llamada de la conciencia, tanto destinario como procedente, es el Dasein en el hondo

de su ser, cabe entender que ella es del cuidado. Nuestro pensador lo explica de la siguiente manera:

La conciencia se revela como llamada del cuidado: el vocante es el Dasein que, en su condición de arrojado (estar-ya-en), se angustia por su poder ser. El interpelado es este mismo Dasein, en cuando llamado a su más propio poder-ser (anticiparse a sí). Y el Dasein es llamado para que salga de la caída en el uno (ya-estar-en-medio-del-mundo del que nos ocupamos). La llamada de la conciencia, es decir, ésta misma, tiene su posibilidad ontológica en el hecho de que el Dasein, en el fondo de su ser, es cuidado (Ser y tiempo, § 57, 297).

En el cuidado se origina la llamada de la conciencia; esto no significa por ende que esta llamada no tiene que ver con la experiencia cotidiana. Por lo contrario, esta llamada parte de dicha experiencia y encuentra su explicación plena de donde viene, el cuidado. Es decir, no se puede entender bien de qué se trata sin recurrir a la fuente. La manera de captarla

depende de la disposición fundamental en un momento dado del Dasein.

Se dice frecuentemente, tomar conciencia de lo que hace no es bueno, o entra en tu conciencia para examinarse a sí mismo con el fin de evaluar sus actos y corregirse. En este mismo orden de ideas, San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, decía que se puede omitir todo en un día, salvo el examen, pues a partir de lo cual uno se da cuenta de sus errores para mejorar el día siguiente (2011, 25-27). Teniendo en cuenta esta indicación de

San Ignacio, se puede entender a Heidegger cuando indica que “todas las experiencias e

interpretaciones de la conciencia concuerdan unánimemente en que de alguna manera la voz de la conciencia habla de culpa” (Ser y tiempo, § 57, 299).

Ser culpable, según Heidegger, no viene desde afuera del Dasein. Así viene en primer lugar

de la interpretación cotidiana del Dasein de ello en relación con el otro. De este modo ser

culpable es “ser fundamento de una deficiencia en la existencia de otro, y serlo de tal manera que este mismo ser-fundamento se determine a su vez como una deficiente en razón de aquello de lo cual es fundamento” (Ser y tiempo, § 58, 301). La culpa se entiende entonces como un incumplimiento en la vivencia de la cotidianidad, y que es propio de la

existencia del Dasein, pues es una expresión de la libertad del Dasein. Se dice al respecto

que “el ser culpable hace mención al proyecto, en tanto en éste el Dasein se afianza en su posibilidad más propia, es decir, la posibilidad de su existencia, cuya elección expresa la

libertad del Dasein” (Másmela, 2000, 58).

Esta noción se aparta aquí de su significación moral o teológica. Se trata más bien de una deficiencia como el faltar de algo que puede y debe ser. Por la falta se deduce que entra

en juego un no que hace parte de la existencia del Dasein. Este “no” es la base originaria

de ser culpable, es decir, que está en el poder-si-mismo del Dasein antes de lo que se

observa en la cotidianidad. Este “no” pertenece al sentido existencial de la condición de

arrojado. Siendo fundamento es él mismo, una nihilidad de sí mismo… este carácter

negativo “no” se determina así: siendo sí mismo, el Dasein es el ente arrojado en cuanto sí mismo. Dejado en libertad por sí mismo, sino en sí mismo, desde el fundamento, para ser

negatividad caracteriza el estado-de-yecto y que se manifiesta en el carácter de yecto de la existencia cotidiana. En el llamado de la conciencia el ser de-yecto de la existencia inauténtica representa la situación negativa y de dispersión en que se encuentra siempre el

Dasein y de la cual debe salir reencontrándose a sí mismo” (1936, 53).

La culpa en cuanto fenómeno originario se ve en tanto en la existencia como en la

facticidad y la caída del Dasein. De lo que se sigue que la culpa descansa también en el

cuidado que articula o mejor dicho que cimenta las tres dimensiones citadas. En este sentido, el no ser que revela la culpa hace parte del cuidado, dicho de otro modo “el cuidado

mismo está, en su esencia, enteramente impregnado de nihilidad. El cuidado –el ser del

Dasein– consiste, por consiguiente, en cuanto proyecto arrojado, en ser-fundamento

(negativo) de una nihilidad” (Ser y tiempo, § 58, 304).

La culpa de que se trata Heidegger no se entiende a partir de la moral, sino más bien esta

última brota de ella. Pues el Dasein es culpa en el fondo de su ser, y es lo que hace posible

la conciencia, si es verdad lo que la llamada da a entender en el fondo de este ser-

culpable (Ser y tiempo, §58, 305). La culpa le permita al Dasein darse cuenta de que está

perdido en el uno, entonces es importante recuperarse su poder ser sí-mismo encubierto por

el uno. Como el Dasein tiene que escuchar la llamada, así por la culpa que él ya es, se hace

disponible para escuchar su culpa. Así “se hace disponible para el poder ser interpelado. Al

comprender la llamada, el Dasein es obediente a su más propia posibilidad de existencia.

Se ha elegido a sí mismo” (Ser y tiempo, § 58, 306). En la compresión del llamado el ser

culpable del Dasein descubre el ser libre para elegirse a sí mismo, encubierto en el uno.

Dicha comprensión significa “querer-tener-conciencia”. Este querer tener conciencia no es tener buena conciencia, sino una disponibilidad para poder ser interpelado, dicho de otro modo, es el supuesto existentivo más originario para la posibilidad de llegar a ser

fácticamente culpable (Ser y tiempo, § 58, 306). Este querer tener conciencia es “un modo

del estado abierto del Dasein, en el cual se comprende en concreto la atestiguación del

poder-ser hecha por el Dasein en la búsqueda de su propiedad existenciaria” (Másmela,