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LAS 6WS Y LA COTIDIANIDAD.

Un viaje a lo que han sido, son y podrían ser

al segundo sobre era. Un integrante de la institución cuyo uniforme es del color de su equipo, cuando no está haciendo sus labores escucha radio. ¿Quién es? Pensaron que era el celador, pero no. Nunca he visto al vigilante del colegio hacer algo diferente que estar junto a la puerta. Mientras que la aseadora en su cuar- tico en varias ocasiones la he visto escuchando música o noticias.

Esto demuestra que a pesar que pasan 5 horas del día dentro de la institución observan muy poco su entor- no. Su respuesta responde más al imaginario colectivo

que todos tenemos de la igura del vigilante: personaje

que anda con el radio a cuestas mientas que hace su guardia.

En la segunda pista, indistintamente el color, se encon- trarían con un enunciado que les pedía compartir una experiencia, actividad, gusto…algo que correspondía a preferencias personales. Es decir, algo que permitiría saber de cierta forma quién es cada uno.

Así, Marielita y Mary Lucy (aunque con el sobre equivocado) escribieron Al llegar a la casa materna y la compañía de mi papá para con mi mamá, respectiva- mente. Se les pedía que escribieran un momento del pasado que extrañaran.

Elizabeth y Sonia, eran el equipo morado. Ellas en

la parte dos escribieron un día en el que hubieran sen- tido mucha rabia. Así que luego lo que debían hacer era describirle al otro la situación. Una vez hecho esto debían contestar la siguiente pregunta: ¿Cuál fue la razón por la que su compañero sintió rabia? La respuesta fue la situación como tal. El hecho puntual. Y está bien. Aunque cuando leí lo contestado por ellas llegué a pensar que debían haber hablado más de que la rabia fue producto de la decepción, tristeza o traición que sintieron. Pues dentro del cuál están también de forma paralela los sentimientos. Me encontré con que aún no se atreven a explorar sus sentimientos sin temor. Sentir es una de las grandezas que ostentamos como seres humanos, pero aceptar nuestros sentires es difícil. Una decepción externa, puede implicar una mayor internamente; una alegría puede sonrojar y avergonzar a pesar que proporcione

ininita dicha, pues siempre está latente la aprobación

de los demás. ¿Cómo romper esos círculos viciosos que llevan a la anulación de aquello que mueve, que toca? Tal vez en la medida que vayan haciendo con- ciencia de que sentir es natural y propio de todos los

de esta especie. Al compartir sentires y verse identii- cado en los de otro.

Tal vez una vez se haya roto esta diicultad sea más

fácil ponerse en los zapatos de otro, imaginar si se estuviera en su lugar cómo se sentiría, cómo actuaría,

relexionar acerca de lo que se escucha, se ve…fanta- sear y llenar de riqueza la escritura.

Un viaje a lo que han sido, son y podrían ser

Efrén Pulido se estaba alejando del colegio con un alumno. Caminaban calle abajo. Por la forma en cómo su cuerpo estaba dispuesto hacia el estudiante y el movimiento de sus manos, se podía inferir que si bien no estaban discutiendo sí hablaban de algo serio. El niño estaba llorando.

Al entrar al colegio las profesoras Marielita, Teresita, Esperanza, Nidia, Sonia y Marylucy estaban en la esqui- na de la cancha. Hablaban muy cerca unas de las otras, como si fueran unas niñas más y estuvieran contán- dose algún chisme.

Era la hora del recreo. Todos los niños corrían y juga- ban en la cancha. No había luz. El timbre no servía, así que Andrés Felipe o pipe de quinto, sobre los hom- bros de un compañero y con unas llaves de la profe- sora Aida en las manos, tocó una campana que estaba junto al inservible timbre. Sin embargo, las risas, gritos y pisadas eran mucho más fuertes, y el sonido emitido por la campana fue un susurro.

Todos ingresaron a sus salones. Mientras tanto la asea- dora recorría el colegio: con una escoba, un recoge- dor y una inmensa caneca naranja. Vestía un uniforme azul oscuro, botas pantaneras negras y un tapabocas de plástico blanco. Cuando se dirige hacia el cuarto destinado para ella, que está junto a las escaleras, ya con el tapabocas corrido, sonríe.

Nadie quisiera hacer los oicios varios que ella realiza.

A pesar de estar toda la jornada recogiendo el regue- ro de niños que no son sus hijos, los mira y trata con cariño. Está llena de energía.

Mercedes Malaver es suave y dulce con sus alumnos.

Su salón es el más disciplinado de todo el colegio. Los niños siempre están en orden, le obedecen y se dirigen a ella con respeto. Puede decirse que este aula es la materialización del proverbio quién bien siembra, recoge una gran cosecha.

Elizabeth Álvarez es habladora, extrovertida y alegre. Le habla a su curso en un tono de voz alto. Trata de

hacerlos relexionar y los motiva a participar en las

actividades que se les proponen. A veces los gritos aparecen y su fuente es la desesperación, impotencia, desilusión y frustración de no recibir la respuesta co- rrecta, no hacerse entender, tener la reacción contra- ria a la buscada.

Tiene alumnos difíciles. Eider es uno de ellos. Tiene 10 años. Le ha pegado patadas en varias ocasiones. Aida Torres, profesora de informática, cuenta que se sale de casillas cuando no se hace lo que él quiere. También le gusta la pornografía y tiene una sanción de un mes y medio en la sala de informática. No puede utilizar los computadores para nada. Debe hacer los ejercicios que sus compañeros realizan en los ordenadores, a mano. Aida les pidió en un ejercicio de clase crear una carpeta con un nombre y en ella guardar diferentes documentos. Uno de ellos debía ser un archivo de Word con una historia de autoría propia. Eider nom- bró a su carpeta las cucas putas y el escrito se llamaba suavecito mamita. Era el relato de una conversación en medio de un acto sexual en el cuál el hombre le pedía a la mujer que “se lo hiciera suavecito”. Aida tiene un instinto maternal indiscutible. Siente la necesidad de cuidar y proteger a sus niños. Esa pro- piedad es tan profunda que disfruta con las ocurren- cias de los chicos y sufre también con sus problemas.

Septiembre 30 de 2009

UN DÍA NORMAL.

Un viaje a lo que han sido, son y podrían ser

La situación de Eider, para ella es lamentable. Y aunque es inevitable que se le escapen risas cuando habla de lo ocurrido, su rostro se endurece y dice “el peor pecado es corromper a los niños”.

Encontró a unas niñas de segundo primaria viendo pornografía. Las tiene durante el descanso rezando el rosario, ofreciéndoselo a Dios. Aida les dice a que mientras lo recen le pidan a Dios que “limpie su mente”.

Nidia García usualmente es dinámica, enérgica y son- riente. Me recibió con desespero y molestia. Le habían interrumpido muchas veces la clase. Al instante, me pidió disculpas y explicó la situación, “perdóneme. Re- gañé a la que no debía”. El ceño fruncido desapareció. La actividad para esta jornada integraba a profesores y niños. A cada salón le fue entregado un cubo de colores. En el frente tenía una pregunta cuyas respues- tas se debían introducir en la ranura que estaba en la parte superior de él. Los cuestionamientos hacían referencia a su cotidianidad. El colegio, el barrio y una que otra pregunta de preferencias personales. Nidia lo utilizó para complementar la temática que estaban viendo en la clase de inglés, ‘hobbies’ y ‘I like to’, pues la pregunta que les tocó fue ¿Qué le gusta hacer durante el recreo?

Teresita Neira es dulce y amable. Sus alumnos, como los de Mercedes, siempre están en orden. Atentos a las explicaciones de su profe. Para hablar piden la palabra. Anotan lo que está en el tablero. Teresita utiliza la dramatización como estrategia para generar recordación y estimular la memoria. Puso a los niños a dramatizar la llegada de Cristóbal Colón a América. Unos eran los colonizadores y estaban de un bando y los otros, los indígenas. Junto al acto iban cantando a veces o simplemente recitando quienes eran, a dónde

llegaban.

A los 15 minutos de haberle entregado su cubo, ya lo tenía listo. “lo hicieron en voto secreto y todo”, dijo cuando lo entregó.

Elizabeth fue la segunda en entregarlo. Lo envió con Wilmer Ladino. Un niño que hace parte del taller de prensa. Es un líder positivo dentro del curso. Tiene una escritura limpia, rica en datos y excelente ortografía. No obstante, hace dos semanas fue el protagonista de un daño en el colegio. Él junto a otros dos niños de su salón dañaron las carteleras de segundo B, aula de Mary Lucy. Al preguntarle por el episodio expresó que lo había hecho porque inicialmente le pareció divertido, pero que luego lo que sintió fue vergüenza y arrepentimiento. También durante los días previos y posteriores al episodio disminuyó su rendimiento académico. Al parecer, todo ya volvió a la normalidad. Sonia Parra es seria y aparentemente de temperamen- to fuerte. Detrás de esa voz ronca hay alguien dulce y maternal. Los niños son su debilidad. Basta que le pongan mentón de capricho y los ojos en súplica para que ella acceda a darles los dulces que tiene en el cajón de su escritorio. O les preste el espógrafo para

pintar en el tablero una vez ha inalizado la clase. Su

rostro siempre tiene un gesto de preocupación. Al

inalizar la jornada su cara muestra cansancio y como

si su cabeza no tuviera siquiera un segundo para estar en blanco. Cortó tiras de papel para que sus alumnos contestaran ¿A qué le tiene miedo?

Aurora Mayorga, solía no gustarle que sus estudiantes salieran al taller de periodismo. Desde que ella ha estado participando su actitud ha cambiado. Aunque inicialmente expresó que era una perdedera de tiem- po, pero ha ido ablandándose. La muestra está en que no hizo ninguna mala cara o gesto de desaprobación, como lo habría hecho en otra ocasión al explicársele

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la actividad.

La jornada de la mañana llegó a su in. El encuentro

con los profesores de la tarde no fue posible debido a que todos se estaban agrupando en el salón de Efrén. Tenían reunión con Alberto Pacheco, coordinador, las dos jornadas. A la única profesora que le pude en-

tregar el cubo, explicarle y pedirle que se lo dejara al docente de la mañana fue a Luz Mary, quien comparte el salón con Efrén.

Ese es un día normal, común, en la Institución Educa- tiva Distrital Nuevo Horizonte, Sede B.

Todos los salones estaban en clase. Las voces de los profesores se sentían al pasar cerca de sus aulas. La mayoría explicaba tema de clase, daba indicaciones o les hablaba de algo que demandaba la completa aten- ción de los niños.

Me dirigí hacia preescolar A. El salón de Esperanza. La ruta para llegar a él obliga a pasar por el salón de Luz Mery. Había gritos y un niño tenía del pelo a una compañera de curso. La mayoría lo animaba a que su agresión continuara y lo alentaba a que lo hiciera con más fuerza, ganas o pasión. Estaban cerca de la puerta. ‘Ac an an a’ fue el sonido que hizo que los gritos desaparecieran y todos dirigieran su cabeza hacia la puerta. Ahí estaba una extraña, a la que desde hace varios meses veían con frecuencia en el colegio. Los protagonistas de la pelea se dirigieron a sus puestos. Pregunté qué estaba pasando. La niña guardó silencio y en ningún momento me miró. El niño manoteaba y sus palabras no formaban una frase con sentido “es que… lo que pasó…ajjj ella”. Otros dos estudiantes inten- taron explicar los hechos. La provocación, el asalto. Esperé un rato hasta que se calmaron.

Seguí mi ruta. La música y risas atravesaban la puerta

de hierro verde que escuda la entrada. Marielita servía gaseosas, organizaba la mesa en la que los dulces, las palomitas de maíz, las papás y galletas estaban. Espe- ranza bailaba con los niños. En ese momento sonaba una canción que recuerdo haber escuchado y bailado cuando estaba en quinto de primaria. Con la excusa de que los niños querían aprender a bailar ese tipo de música, Esperanza me invitó a hacerlo con ellos. Todos imitan mis movimientos y sonríen. Y resulta inevitable hacerlo de vuelta.

Marielita y Esperanza hablaban y organizaban vasos con gaseosa en una bandeja. Eran para el resto de los docentes del colegio. Ellas habían quedado de

Octubre 1 de 2009

VOLVER A PREESCOLAR.

AsíquedAronlAsseccionesrepArtidAs

El Patio de Recreo le correspondió a Teresa Neira; la Televisión, a Esperanza; los Parques del Barrio, Luz Mery; el Salón de Clases, Mercedes; los Juegos, Aurora; la Música, Sonia Parra; Informá- tica, Mary Lucy; Matemáticas, Efrén Pulido y Luz Mary (única profesora de la tarde que cumplió con las actividades propuestas para su salón); Dibujo, Elizabeth; Sueños, Nidia García.

Un viaje a lo que han sido, son y podrían ser

entregar los cubos ese día, pero no lo hicieron y con toda la razón. Cómo le iban a pedir a los niños que se sentaran a dibujar o escribir algo en una hojita cuando sus pensamientos iban dirigidos a una única y misma dirección irse de rumba, como expresó Margarita. Margarita es un niña de ojos grandes, negros y pes- tañas onduladas. Pelo rizado y negro azabache. Baile el mapalé igual o mejor que cualquiera de las mulatas que bailan en los parques de la ciudad antigua de Cartagena.

Esperanza es entradora, sociable y colaboradora. Tiene toda la disposición y buena actitud con las actividades que cree pueden enriquecer a la vida escolar. Su per-

sonalidad se ve relejada en la postura de su cuerpo y

la curvatura de sus labios que dejan al descubierto sus dientes, al decirle que mire a la cámara para una foto.

El lente de una cámara deja al descubierto la timidez de Marielita. Ella no posa con la comodidad y tranqui- lidad de Esperanza. Un suave rojo aparece en sus pó- mulos. Los niños la acompañan en la fotografía y voilá: la tensión se esfuma y una sonrisa nerviosa adorna a su rostro.

A la cifra de infantes presentes en la iesta se debía

sumar tres. Marielita, Esperanza y yo.

Las profes eran otras niñas más. La música las emo- cionaba. Los ojos les brillaban, reían, aplaudían, comían

dulces y crispetas. Se gozan su oicio. En mí surge el

interrogante de ¿Será que todos los días se sienten igual?, ¿Disfrutan igual?, ¿Ríen igual?

Yo, desde que atravesé la puerta volví a preescolar, anhelé la energía, no conocer el estrés, las preocupa- ciones y sentirse el ser más afortunado del universo por haber cogido el dulce más rico al estallar la piñata.

“Llegaron terroristas al colegio…Usted nos está bom- bardeando (risas)”, me dijo el celador. Había llegado al colegio con bombas de diferentes colores. Cada una de ellas estaba marcada con una sección del periódico. Sus nombres fueron determinados a partir de la in- formación que arrojaron los cubos que anteriormente había dejado en cada salón de clase. Cada profesor decía un color y así obtenía su bomba.

“Hagan y hagan, pero nadie viene a ayudarle a uno. ¿Qué hacer con estos niños que sólo dicen grose- rías…no les importa nada”. Luz Mery estaba agotada.

Si llevara unos cuantos días en el colegio me habría sentido aludida por su comentario, pero ya llevaba ciertos meses compartiendo con ella. Entre sillas de cuero o tela, la mayoría de veces en mal estado y sucias, ante los ojos de diferentes docenas de especta- dores perdidos en sus pensamientos o en las conver- saciones ajenas; pasé de ser una extraña a cómplice. Yo la invité a caminar conmigo y ella aceptó, hasta llegó el punto en el que ella sugería qué dirección debíamos tomar: Mi pregunta inicial fue básica, “¿Hace cuánto está en el colegio?”. Esas seis palabras fueron

Octubre 20 de 2009

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