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La libertad y la subjetividad: una radiografía del individuo y la sociedad en la novela Herejes, de Leonardo Padura

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Academic year: 2017

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La libertad y la subjetividad: una radiografía del individuo y la sociedad en la novela Herejes, de Leonardo Padura.

Andrés F. Gómez Rangel

TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Ciencias Sociales

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

Rector de la Universidad

Jorge Humberto Peláez Piedrahita S. J.

Decano Facultad de Ciencias Sociales

Germán Rodrigo Mejía Pavony

Director del Departamento de Literatura

Cristo Rafael Figueroa

Director de la Carrera de Estudios Literarios

Jaime Alejandro Rodríguez

Directora del Trabajo de Grado

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Artículo 23 de la Resolución No. 23 de Julio de 1946

“La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus

alumnos en sus

trabajos de tesis, sólo velará porque no se publique nada contario al Dogma y

la Moral

Católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente

personales, antes

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Para mis abuelos, que lo hicieron todo.

Agradecimientos:

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Tabla de contenido.

1. Capítulo I. Padura y sus estaciones. Pág. 6. Primera estación. Pasado perfecto

Segunda estación. Vientos de cuaresma Tercera estación. Máscaras

Cuarta estación. Paisaje de otoño

2. Capítulo II. Cuestiones acerca de la libertad y del sujeto. Pág. 21. Qué es la libertad: tres visiones encontradas

Las cuestiones acerca del sujeto y la subjetividad

3. Capítulo III. La libertad y la subjetividad en la novela Herejes. Pág. 41. El libro de Daniel

El libro de Elías El libro de Judith

4. Epílogo. Pág. 79. Últimas consideraciones

Otras consideraciones

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CAPÍTULO I

PADURA Y SUS ESTACIONES

He tratado de escribir con la mayor libertad posible y dar la imagen de Cuba que siento y padezco, sin edulcorar ni exagerar, sin pretender complacer a nadie. (…) He procurado que esa visión de mi realidad no sea localista, sino que establezca vínculos con lo universal humano, unas veces por la historia que cuento, otras por los personajes y sus actitudes. -Padura-

PRIMERA ESTACIÓN Pasado perfecto

Leonardo Padura es, como mencionó en una entrevista concedida a Jorge Luis Reyes en la

revista cubana Extramuros, el hijo de Nardo Padura, un ferviente amante de la pelota o el

béisbol, que soñaba cuando era pequeño con ser pelotero y vestir el uniforme de los Industriales, su equipo del alma; un escritor consecuente, honesto e íntegro, que ha trabajado incansablemente en sus novelas sin concesiones con nadie; un amante de la historia y de los personajes muchas veces condenados y marginados por quienes poseen el poder del discurso; de La Habana y su nostalgia, sus rincones, sus dramas y carencias, ciudad que muchas veces “repele a los personajes, los expulsa, los margina (…) convirtiéndose en un verdadero campo minado en el cual se sobrevive más que se vive, por el cual se transita, más que se crea, del cual muchas veces se huye, hacia un exilio marcado por la imposibilidad del regreso, o hacia la muerte” (Padura, Un hombre en una isla, 34). Es un amante de las paradas de guaguas en donde “siempre puede conversar con un extranjero”, del bolero y de la salsa, de las historias de detectives de Chandler y de Sciasia, del periodismo, que, como oficio, le dio las bases sólidas para construir sus historias y la conciencia crítica que ha estado consolidando a medida que va construyendo su aparato literario.

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de su entera infancia, el barrio en el que vivieron sus bisabuelos, abuelos, padres y tíos, donde los Padura eran la familia próspera del lugar, donde ha estado escribiendo historias entrañables y construyendo personajes arraigados al clima y la jerga habanera, pero creados a partir de la perspectiva de una cultura universal que Padura ha cultivado por años. Sus libros, en la isla y en varios países del globo, donde ha sido traducido a diferentes lenguas, son constantemente un boom editorial ya que su prestigio ha ido creciendo sin que el omnipresente y omnisciente sistema cubano pueda acallarlo. Y es precisamente este punto uno de los hechos que más me han llamado la atención sobre este escritor: a pesar de que tanto su obra de ficción como la de sus ensayos son una constante reflexión crítica sobre el régimen y la sociedad en la que le ha tocado vivir sin perspectivas de cambio, ha permanecido dentro del país desde que triunfó la Revolución ejerciendo con libertad lo que piensa y siente del pasado, del presente y del futuro de la isla caribeña.

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SEGUNDA ESTACIÓN Vientos de cuaresma

Tal como lo mencioné anteriormente, los personajes construidos por Padura son esenciales para comprender la totalidad de su obra. Sin embargo, en este aparte, me voy a centrar en Mario Conde, más conocido en las calles de La Habana como “El Conde” y, junto con él, en su séquito de amigos que lo acompañan desde que era estudiante en el preuniversitario de La Víbora. Conde, como muchas veces lo ha manifestado Padura, es una especie de alter ego del escritor que le ha servido para expresar sus preocupaciones, obsesiones, nostalgias y críticas. De igual forma, es el medio por el cual Padura recorre, desde el campo de la ficción, los rincones recónditos de La Habana y descubre, por medio de la trama policial, un submundo habanero colmado de crimen, corrupción y drogas, un submundo o, más bien, un mundo presente, pero marginado por el bien de la Revolución y los valores en construcción del Hombre Nuevo.

Con respecto a eso Padura ha escrito en muchos de sus ensayos que el personaje es una realidad, una construcción y visión determinada, sin maniqueísmos ideológicos. Por lo tanto, para él

la literatura, en este caso, ha suplido otros discursos (inexistentes o escasos) sobre la realidad cubana, y al ser Mario Conde el intérprete, testigo y hasta víctima de esa realidad, sobre su figura ha caído la identificación de los lectores necesitados de esas visiones otras (no oficiales ni triunfalistas) de la sociedad en que viven, e incluso de la que escapan hacia los más disímiles exilios (Un hombre en una isla, 171).

Por lo tanto, Mario Conde es el personaje central de la serie policiaca que creó Padura -Las

cuatro estaciones de las que hacen parte Pasado Perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras

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dos bloques opuestos. Además, fue un período en el que los valores de la Revolución empezaron a perder significado, y en el que los cubanos empezaron a ver que muchas de las cosas que les prometieron nunca llegaron.

De esta manera, Padura nos habla de una sociedad inmersa en una profunda crisis económica, donde las altas esferas políticas constantemente se encuentran involucradas en casos de corrupción y la criminalización de Cuba desarrolla casos aberrantes de asesinatos de líderes políticos, homosexuales, gente del común, etc. Con respecto a esto Padura dice,

en una entrevista dada a Kirk y reseñada en el libro La cultura y la revolución cubana

(2002), que en esta década la profunda crisis llevó a que el régimen instaurara un período dentro del cual se le concedía mayor independencia artística a los creadores y un cambio en relación a hechos que nunca se habían dado como “la apertura del país al turismo internacional y a las inversiones extranjeras, la legalización y circulación abierta del dólar, la reapertura de los mercados campesinos, la aprobación del trabajo por cuenta propia, etc. (…)”; y a su vez, en la isla se empezó a vislumbrar “el resurgimiento de la prostitución y el proxenetismo, el enriquecimiento acelerado de ciertos sectores sociales, la división de la población entre los que tienen y no tienen dólares, el éxodo de profesionales hacia el sector del turismo, el incremento de la fe y la religiosidad, el aumento de la marginalidad, la violencia y la delincuencia, la sustitución de los “compañeros” por “señores”, etc.” (Kirk, 325).

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gastronómico en el que se mezclan sabores de todo el mundo a pesar del racionamiento y la escasez, al amor como acto de comunión y desahogo. En fin, el mundo del Conde y su pandilla, que viven como hombres sobre un trapecio, pero con la dignidad y honestidad suficientes para ser felices.

TERCERA ESTACIÓN Máscaras

En esta tercera estación, que toma el nombre de una de las novelas de la serie policiaca que es significativa porque se narra desde el submundo de los homosexuales en Cuba, quisiera exponer las novelas que son de tono mayor escritas por Padura y que muchos críticos han

categorizado de históricas –El hombre que amaba los perros y La novela de mi vida- en

donde, de manera particular se toman dos personajes memorables del siglo XIX y el XX. El primero es el legendario líder soviético, Liev Trotski, que tras ser expulsado por Stalin acusado por este de traición política, recorre gran parte de Europa hasta parar en México, su lecho mortal; el segundo es José María Heredia, personaje memorable para Cuba y América Latina al ser partícipe directo del movimiento independentista y legionario de la masonería, una historia poco conocida por muchos. Son, de esta manera, dos grandísimas novelas en las que se plantea la relación existente entre el hombre y la historia y como esta, de manera directa o indirecta, puede convertirnos en héroes o personajes olvidados según quién sea el que reproduzca la verdad histórica.

En estas dos novelas Padura plantea un tema central dentro de su narrativa que, de igual forma, es el punto central de investigación que nos concierne en este trabajo: la búsqueda del hombre de su propia libertad y cómo, a partir de esa búsqueda, su vida termina siendo

una tragedia. Asimismo, estos temas se analizarán en relación a la novela Herejes, en la que

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constante que se emprende por ser libres y de qué manera otros terminan decidiendo cómo podemos ser libres y hasta qué punto llegamos en realidad a ser libres.

Finalmente, y como preámbulo de esta investigación, quisiera terminar esta introducción

con una reflexión de Antonio Benítez Rojo tomada de su libro La isla que se repite (1996)

donde expone, y a la vez se cuestiona, el hecho de, como lo llama él mismo, la fatalidad caribeña de siempre huir hacia la libertad:

Huir hacia la libertad… ¿Por qué en el Caribe siempre hay que huir hacia la libertad, o mejor, hacia un espacio que se dibuja en la imaginación como el de la libertad? La respuesta es obvia: las sociedades caribeñas son de las más represivas del mundo. No me refiero necesariamente a la represión política, aunque habría que convenir que la historia del Caribe, tanto la colonial como la contemporánea, exhibe una galería de gobernadores, capitanes generales y Padres de la Patria difícil de superar en lo que respecta a mano dura (…). Aparte aquí me refiero a otra clase de represión, y ésta es la que experimenta todo caribeño dentro de sí mismo y la que lo impele a huir de sí mismo y, paradójicamente, en última instancia, la que lo conduce de nuevo hacía sí mismo” ( 287-288).

Precisamente, como Benítez Rojo, Leonardo Padura se está preguntando y cuestionando también esa idiosincrática relación del pueblo caribeño con la de los opresores, y de qué manera, por medio de sus personajes, se huye hacia la libertad como posibilidad de vivir con dignidad.

CUARTA ESTACIÓN Paisaje de otoño

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Hombre Nuevo hacia otro tipo de individuo, cuestión que se explicará a lo largo del trabajo) y, en cierta forma, a la economía. De igual forma, entender la evolución de las políticas culturales en Cuba permitirá aclarar ciertos aspectos en relación a una dinámica de avances y retrocesos en relación al arte y los artistas que se han quedado en la isla, como también a aquellos exiliados que han llegado a conformar lo que se ha denominado la diáspora cubana.

“Dentro de la Revolución todo; contra la revolución nada”

Esta frase emblemática, pronunciada por Fidel Castro en un congreso cultural en los primeros años de la década del 60, marcó un hito con relación a la producción artística en Cuba. Pero, además, se erigió como la principal política oficial del gobierno que, después de tres años de consolidación en el poder tras derrocar a Batista, se declaró como un país comunista-nacionalista, estrechó su relación con la Unión Soviética y se convirtió así, por su posición geográfica, en el principal satélite comunista en América Latina. Para Duanel

Díaz, en su libro Palabras del trasfondo. Intelectuales en la revolución cubana (2009), este

período significó, y en particular aquella frase, la forma por la cual “Castro establecía la jerarquía de la Revolución sobre la libertad de expresión al tiempo que, con suma habilidad, dejaba claro que “dentro de la revolución” cabían también aquellos que no se identificaban del todo con el régimen” (Díaz, 49). De igual forma, este período trajo consigo una ruptura frente a lo que se había planteado inicialmente cuando llegó al poder el movimiento guerrillero, ya que se decía que sería la instauración de un gobierno nacionalista de carácter social e igualitario y, por ende, no radical. Sin embargo, el discurso entró a ser unánime y, como lo dice Díaz, “junto con el pueblo y la nación, Castro se anexaba el futuro. El juez temible no era la posteridad, sino él hablando en su nombre. La última palabra era la suya” (Díaz, 51).

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general, que eran cercanos al régimen, empezaron a producir o a gestar un canon cultural que se desarrollaba dentro y para la Revolución, generando así un discurso oficial y dogmático al servicio exclusivo del estado y, por consiguiente, para el adoctrinamiento ideológico del pueblo en general. Duanel Díaz lo denomina como la etapa de destrucción de mitos nacionales que habían sido construidos antes:

Para acabar con el retrógrado sistema económico que condenaba a la Isla al monocultivo y la escaza industrialización era preciso destruir los mitos que, desde su imposición por los norteamericanos en 1898, habían contribuido a perpetuarlo. La toma de conciencia de la naturaleza mitológica (o ideológica) de aquellos discursos tradicionales estaba, pues, tanto en el principio como en el final de la Revolución: era su condición tanto como su consecuencia (111).

De esta manera Castro imponía un nuevo sistema mitológico que recuperaba algunos hitos de la historia, pero se establecía su propia impronta que llevaría al país a un desarrollo que requería una nueva concepción de la producción cultural que debía llevar el mensaje y el discurso oficial. Esto produjo que muchos de los intelectuales que compartían este ideario se comprometieran para gestionar el legado revolucionario y, de otro lado, otros permanecieron silenciados o exiliados en distintos países de América Latina y ciudades en Estados Unidos.

Rafael Rojas, en su libro Tumbas sin sosiego (2006), asegura que después de 1959, y

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reflejadas en los polos binarios que mencioné anteriormente y, de este modo, se ve cómo los intelectuales se acercan a la realidad a partir de allí.

Después del triunfo de la Revolución, el gobierno cubano entró a desarrollar su propio sistema mitológico en el que se erigía como el único período de liberación real del país de las ataduras de subordinación frente al imperialismo de su enemigo natural: los Estados Unidos. Por lo tanto, el gobierno de Castro creó el ideario político de que Cuba siempre había estado en etapas cercanas a una Revolución pero sin poder concretarla y, de esta manera, Castro era el único que había podido llevar a cabo este proceso revolucionario dejando así de lado las anteriores frustraciones con respecto a la liberación total de la sociedad. Rojas lo manifiesta de esta manera:

La fuerza de los mitos, sin embargo, proviene de su simbologismo, y no de su posibilidad, de su movilización emotiva y no de su alcance epistémico. El mito de la Revolución inconclusa y del Regreso del Mesías martiano actuaron sobre el terreno fértil de una cultura ansiosa de leyendas de origen y destino que orientaran su devenir. Fue así como a mediados del siglo XX en Cuba se produjo lo que Cornelius Castoriadis ha llamado un «imaginario social instituyente», que facilitó la construcción simbólica del régimen socialista (68).

Este sistema de imposición mitológica alrededor de la figura de la Revolución y de su prócer único configuró el aparato simbólico para así moldear a la sociedad cubana hacia un fin determinado: el comunismo y el Hombre Nuevo. Esto llevó a que la producción cultural

e intelectual estuviera inscrita dentro de estos márgenes y se estableciera así un telos

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desarrollo. Durante gran parte del siglo XX, los habitantes de la isla han estado inmersos en un sistema totalitario en el que la inexistencia de lo privado ha primado, rasgo que ha marcado el campo intelectual, además de tener un elemento de funcionalidad moral a partir de tres ejes que se ejemplifican en la responsabilidad (de la figura del intelectual frente al pueblo con lo que escribe o dice), de la memoria( por la reivindicación de aquellos mitos fundacionales que favorecen la conformación del régimen y su reproducción) y la representación (esto con relación a la manera como se representa la realidad cubana desde una perspectiva socialista y la forma en la que se exaltan los valores propios de la Revolución) .

Debido al carácter totalitario del gobierno de Castro en Cuba, Rojas plantea una teoría en relación a sistemas cerrados como el caribeño: existe una lealtad determinada de amplios sectores de la sociedad que se alinean a las políticas de estado y las defienden difundiéndolas hacia los demás. Existe, además, una voz determinada, ya sea condescendiente o crítica, que define dónde se inscribe cada intelectual, si desde el espectro oficial desde el que habla y escribe, o si desde el discurso alterno, que no comparte las políticas adoptadas y que es categorizado como ilegítimo frente al régimen; y, finalmente, la categoría del exilio, que en Cuba ha sido predominante, ya que después de la Revolución muchos intelectuales salieron de la isla para poder desarrollar su obra sin la intromisión ideológica y simbólica del gobierno. De acuerdo con esto, Díaz manifiesta que “si no era ya posible que hubiera comercio privado al margen del estado, tampoco había espacio para la nación fuera de aquella única revolución que había culminado Fidel Castro. La militancia revolucionaria, ahora en el centro de la vida social, se proyectaba a toda la tradición nacional, de la que habría de quedar absolutamente excluido todo reformista” (90).

Período especial: década del 70

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clase trabajadora. Los años de realismo socialista o del período especial significaron la producción más significativa de intelectuales que estuviesen comprometidos con la Revolución y de esta forma se implementó una producción cultural alrededor de la propaganda de los valores de la nueva sociedad y del Hombre Nuevo. Todo esto con instituciones creadas por el Estado, como la Casa de las Américas, que eran espacios donde se consolidaba el discurso y también el lugar en el que se defendía y protegía ese discurso revolucionario.

Asimismo, en el campo literario se produjo un fuerte desarrollo del género policial como mecanismo para difundir lo que Rojas llamó campo intelectual binario o la misma estructura social dividida entre polos opuestos: la novela policial llevaba a cabo la tarea de contraponer estereotipos caracterizados entre el bueno y el malo, el leal y el desleal, entre el orden y el crimen, entre el sujeto ideal y aquel que permanecía en la marginalidad, pero que debía ser conducido hacía un espacio de recomposición personal. Díaz lo manifiesta de esta manera: “surge, por tanto, una literatura basada en el denominado “policial revolucionario” donde se propone exponer de manera didáctica y agnóstica la legalidad revolucionaria: lucha contra los elementos contrarrevolucionarios, tanto a nivel de delitos comunes como al nivel de la ideología” (123).

Por lo tanto, gracias al auge de este género literario se produjo en la isla una exaltación del hombre revolucionario, una apología del espacio público en contraposición al espacio privado, una ruptura con aquella producción cultural que hacía apología al cuerpo, al erotismo, a los atributos del baile y la sensualidad del cubano y sus rasgos predominantes para así establecer una forma literaria limitada a la reproducción de la simbología socialista y, de este modo, establecer una vigilancia revolucionaria sobre los demás: “en sus buenos tiempos portaban, en cambio, un valor supremo, pues no solo transmitían una moraleja sobre la necesidad de la vigilancia revolucionaria, sino que además formalmente seguían las pautas trazadas por el estado para la literatura verdaderamente revolucionaria” (Díaz, 153).

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Tanto para Rafael Rojas como para Duanel Díaz, Cuba ha entrado, desde la década de los 90, en un cambio que los ha llevado a mantener la tesis de que existe una transición actual de una sociedad postcomunista y post totalitaria, en camino a una apertura de fronteras y la implementación de un proceso democrático que permita el diálogo entre los intelectuales de la diáspora, los que siempre han permanecido en la isla, el gobierno y la sociedad en general. Uno de los principales factores que incidió en este proceso de cambio fue, como muchos saben, la caída de la cortina de hierro y, en consecuencia, el desplome del bloque comunista en Europa del este. En ese proceso la isla quedó “huérfana” después de que su “madre amamantadora” cayera derrotada tras décadas de enfrentamiento con la principal potencia capitalista del mundo. Asimismo, el avance en redes de información y tecnología ha permitido, así el gobierno cubano imponga sus restricciones, que muchos habitantes de la isla pueda conocer e interactuar con el mundo, exponer y hablar de temáticas antes prohibidas, de alegar sin miedo alguno por sus derechos y clamar por espacios de diálogo y libertad.

Por lo tanto, Díaz ha denominado esta etapa como el deshielo tropical, caracterizándola así: Es innegable que en los últimos tres o cuatro lustros se ha disfrutado en la Isla de unos márgenes de tolerancia para la creación y hasta para la crítica mucho mayores que en décadas anteriores, pero también lo es que esta relativa ganancia refleja, no ya la verdad del estado socialista, sino la endeblez ideológica en que lo ha dejado el estrepitoso desplome del campo socialista. El avance del deshielo ha sido, en los noventa, una clara expresión de la crisis del régimen; el necesario resultado de una política cultural que, como todas las implementadas en la coyuntura poscomunista, no tiene más función que la de apuntalar con nuevos fundamentos a la dictadura (167).

En ese sentido, para Rojas, que en cierta medida comparte el argumento de Díaz, el proceso postcomunista en Cuba ha implicado la reproducción dentro del campo cultural de una modernidad cubana en donde

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sujeto nacional, a partir de identidades étnicas, sexuales, genéricas y religiosas. Esto no solo quiere decir que el canon crítico de los estudios cubanos es ya multicultural, sino que sus lugares de enunciación, en la isla y la diáspora, gravitan hacia un centro virtual, inexistente: el centro del espacio público moderno (361).

Para estos dos autores el proceso de cambio dentro y fuera de la isla ha generado un nuevo espacio de diálogo de múltiples discursos y voces que han intentado desarrollar un sujeto postnacional, desligado de la oratoria institucional, para crear así nuevos aparatos narrativos que deslegitiman estereotipos ligados a la Revolución. De este modo, nuevas narrativas tratan de reformular el canon cultural (ya sea dentro de la producción de crítica, narrativa, poesía, artes plásticas, música, danza, etc.) para establecer una desconexión o contraposición entre lo que Rojas ha llamado el discurso centrípeta y gravitacional (de carácter oficial) y, por otro lado, la práctica centrífuga e ingrávida de actores multiculturales que producen y hablan desde su propia alteridad e individualidad.

El nuevo campo cultural cubano, según Rojas, se caracteriza por tres políticas de acción creativa: la política del cuerpo, de la cifra y del sujeto. La primera de ellas “propone sexualidades y erotismos, morbos y escatologías como prácticas liberadoras del sujeto” (363). De igual forma, esta política tiene como propósito deslegitimar y desestabilizar la autoridad del sujeto predominante, caracterizado dentro del carácter y el estereotipo machista y heterosexual que “con o sin ironía, solemne o paródicamente, la representación del cubano como criatura hecha para el goce y el placer, sobre determinada por una sensualidad irrefrenable, restablece el viejo orgullo nacional desde una perspectiva erótica” (365). La segunda de ellas, la de la cifra, “es aquella que, desde el acervo de la tradición criolla, persiste en descifrar o traducir la identidad cubana en códigos estéticos de la alta literatura occidental” (365). Por ejemplo, la política de la cifra es aquella que se desarrolla dentro de la producción y escritura de novela histórica, desarrollando así la alegoría como recurso para narrar, desde múltiples perspectivas del pasado, el presente político, social y

económico de Cuba1. Finalmente, la política del sujeto “se propone clasificar e interpretar

      

1 Con relación a lo planteado por Rojas, se puede ver la novela 

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las identidades de los nuevos sujetos, como si se tratara de un ejercicio taxonómico” (370). Esta política se ve reflejada dentro de una nueva narrativa que “da fe de una tremenda mutación social en la que el modelo cívico del «compañero comunista» se disuelve en

pequeñas comunidades refractarias”2(370).

Las tres políticas antes mencionadas revelan la prolijidad narrativa y el encuentro de discursos dentro de la cultura cubana que permite pensar, aunque teniendo ciertas precauciones frente al análisis del estado actual de las cosas, que esta nueva generación está encaminada, tanto aquellos que han permanecido en la diáspora como los que nunca salieron de la isla, a reformular la memoria nacional en búsqueda de un encuentro de voces que va más allá de la confrontación y la anulación de uno y otro. Esto también se debe a que ha existido un proceso de “desterritorialización de la narrativa que fue captada por el acceso al mercado occidental de la cultura cubana, antes aferrada al Estado socialista como única institución pontificadora y difusora” (Rojas, 453).

De esta manera, a partir de la corta exposición de lo que ha sido el desarrollo cultural y las dinámicas que ha tomado el arte dentro de la isla, se puede decir que en lo que concierne a Padura, él y su generación son producto del desgaste ideológico en el que ha entrado el régimen cubano después de varias décadas en el poder y, por lo tanto, muchos escritores cubanos de hoy, ya sea exiliados o residentes, están transformando el espacio narrativo cubano hacia una dimensión donde se desarrollan personajes, lugares y situaciones en relación con el cuerpo, la historia, la memoria, la libertad, el desprendimiento del individuo con su entorno, etc. Por lo tanto, este nuevo espacio narrativo ha dejado atrás la impronta

        caída del Muro de Berlín. Asimismo, se puede ver La novela de mi vida, donde se hace toda una revisión del  pasado independentista tomando la figura del poeta Heredia para relacionarlo con el drama de los exiliados  cubanos que retornan a la isla para hacer una revisión de su propia memoria histórica. 

2 

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CAPÍTULO II LAS CUESTIONES ACERCA DEL CONCEPTO DE LIBERTAD Y EL SUJETO

“El pueblo no cifra su máxima dicha en la libertad, sino en sus fines naturales”.

-Kant- La libertad es un tema que atraviesa gran parte de la obra de Leonardo Padura y, al mismo

tiempo, es un concepto clave para entender su novela Herejes, objeto de este estudio. Tal

como lo mencioné anteriormente, Padura nos habla de libertad desde un contexto socio-político y cultural que poco la ha permitido, teniendo en cuenta que escribe y reflexiona por medio de sus novelas desde un país como Cuba. Todos sus personajes (pasando por el emblemático Mario Conde, por Trotski y su travesía por medio mundo, el poeta José María Heredia que le cantó a la libertad de Cuba y a América Latina y los tres personajes de

Herejes que están, constantemente, dentro de una búsqueda insaciable de la libertad) son portadores de una bandera libertaria: su único propósito es ejercer su libertad y establecerla como un bien preciado que nadie ni nada pueda arrebatar. De igual forma, la libertad es, dentro del aparato literario de Padura, una huida constante de sus personajes para vivir, pensar y actuar bajo sus propios preceptos como seres humanos sin ataduras o impedimentos frente a lo que quieren o no quieren. Por lo tanto, Padura nos habla de que cada persona debería poseer, como bien sin concesiones ni maniqueísmos de ninguna clase, la posibilidad de actuar según sus propios designios y libertades.

Como lo mencioné anteriormente, los temas de la libertad y la individualidad son los ejes

fundamentales del argumento desarrollado por Padura en Herejes. En la estructura narrativa

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las autoridades migratorias. Por lo tanto, cuando hace su parada en La Habana, muchos de los tripulantes son engañados, entre ellos la familia Kamninsky, que intenta canjear un cuadro aparentemente original de la época de Rembrandt por el permiso de migración a La Habana para reunirse con Daniel y su tío, Pepe Cartera. El segundo libro es el de Elías, un judío que vive en Amsterdam y sueña con ingresar como aprendiz al taller del maestro de la época, el famoso y arruinado Rembrandt, para cumplir su sueño como pintor. Sin embargo, al pertenecer a la religión judía tiene prohibido desarrollar dichas capacidades ya que atenta contra la ley divina de pintar rostros humanos y más deidades. Finalmente, el tercer libro está protagonizado por la emo Judith, que escapa del agobiante mundo familiar en el que vive en busca de reafirmar su propia individualidad, negada dentro de los márgenes convencionales de la familia y la Revolución cubana.

Por lo tanto, debido al desarrollo novelesco que le concede Padura al concepto de la libertad en varias de sus novelas y, de igual forma, como elemento central de análisis dentro de este trabajo, quisiera explorar, en este capítulo, algunas aproximaciones en torno al concepto de libertad. Así, me remitiré a indagaciones de orden filosófico para encontrar algunas respuestas a preocupaciones que he tenido frente al hecho de la libertad a partir de

una lectura de la novela Herejes. Asimismo, la relación que se va a establecer con respecto

al tema de la libertad va a estar encaminada hacia tocar ciertos aspectos de lo que se puede denominar como identidad cubana o, en cierto sentido, de construcción individual para la formación de una comunidad, en este caso el de la nación.

QUÉ ES LA LIBERTAD: TRES VISIONES ENCONTRADAS

Antigüedad y modernidad con relación a la libertad

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manera, están relacionados. Isaiah Berlin, Benjamin Constant y Norberto Bobbio hablaron de la libertad y la relación, muchas veces conflictiva, entre el individuo y la sociedad, entre las partes y el todo. Por lo tanto, los tres coinciden en la concepción de la libertad como condición indispensable para el desarrollo del ser humano en un entorno determinado.

Benajmin Constant, en su libro Del espíritu de conquista (1993), planteó una distinción

fundamental para entender la evolución que ha tenido el término de libertad visto desde la concepción que tuvieron los antiguos y la que han tenido los modernos. Por lo tanto, la

libertad vista desde Cosntant fue para los antiguos un ejercicio amado en donde las partes

eran indispensables para el desarrollo del todo y, para los modernos, un goce precioso en el

que predomina el desarrollo individual y privado del ser humano que no puede ser violado bajo ninguna circunstancia. Constant nos dice que para los antiguos la libertad “consistía en ejercer colectiva pero directamente muchas partes de la soberanía entera; en deliberar en la plaza pública sobre la guerra y la paz; en concluir con los extranjeros tratados de alianza; en votar las leyes, pronunciar las sentencias, examinar las cuentas, los actos, las gestiones de los magistrados, hacerlos comparecer ante todo el pueblo, acusarlos, y condenarlos o absolverlos” (68). Esta concepción de libertad estaba encaminada a ver al ser humano con la necesidad de vivir dentro y para el espacio de lo público, donde tenía la obligación de ser parte del todo y, por ende, existía una “sujeción completa del individuo a la autoridad de la multitud reunida (68).

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objeto de los antiguos era dividir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria: esto era lo que ellos llamaban libertad” (Constant, 76).

Para Constant las dinámicas de la guerra y el comercio son dos hechos determinantes para establecer la distinción propuesta entre la concepción de libertad para los modernos y para los antiguos. Para los segundos, la guerra era una virtud propia de los pueblos y una condición que no se podía evadir ya que constantemente se estaba expuesto a ella debido a la cercanía entre un pueblo y otro, siendo un espacio para la congregación pública. Asimismo, para los antiguos el dominio de lo público y el desarrollo de la soberanía general generaban una subordinación y anulación de los derechos individuales en pro de alcanzar la plenitud colectiva. Por lo tanto,

Todas las repúblicas de los primeros tiempos estaban reducidas a límites estrechos. La más poblada, la más poderosa, la más considerable entre ellas no era igual en extensión al más pequeño de los Estados modernos. Por una consecuencia inevitable de su poca extensión, el espíritu de esta república era belicoso: cada pueblo estaba continuamente rozando o incomodando a sus vecinos, o era incomodado por ellos. (Constant, 70).

Esto llevaba a la necesidad de confrontarse entre sí, a la congragación de fuerzas para alcanzar la libertad que favorecía a todos los miembros de la colectividad. La guerra, por tanto, era un hecho fundamental en cuanto a que se constituía como una necesidad que llevaba a que se adquiriera

Seguridad, su independencia, su existencia entera al precio de la guerra. Este era el interés constante, y la ocupación casi habitual en los Estados libres de la antigüedad. Así era que por un resultado igualmente necesario de esta manera de existir, todos estos Estados tenían esclavos; y las profesiones mecánicas, y aun en algunas naciones, las industriales, estaban confiadas a las manos cargadas de cadenas (Constant, 70).

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los derechos de cada uno de constituir su propia vida, de desarrollar sus propias aptitudes para adquirir riqueza espiritual, económica y cultural. El comercio, como condición propia de los modernos, es el factor que, nos dice Constant, lleva a que la concepción de libertad difiera de lo que se consideraba en la antigüedad, ya que por medio de esta dinámica es que se relacionan los seres humanos, es el punto de encuentro para el intercambio material y de ideas que permiten la construcción de un espacio común entorno al interés que tiene cada individuo. De acuerdo con lo anterior, Constant argumenta que la libertad, expresada de esta manera es una forma de imponer voluntades de forma pacífica, sin recurrir a la violencia.

La libertad ha sido para los modernos una concepción individualista, de desarrollo de las facultades propias de cada quien para ejercer y establecer sus propios fines de acuerdo a los intereses que se tienen. Para Constant, la condición de ser modernos con relación al goce pleno de las libertades y la existencia de instancias institucionales que garanticen dicho desarrollo, implica que

queremos gozar respectivamente de nuestros derechos; desenvolver cada uno nuestras facultades como mejor nos parezca, sin hacer daño a otro; velar sobre el desarrollo de estas facultades en los hijos que la naturaleza confía a nuestro amor, tanto más ilustrado cuanto que es más vivo, el cual, por lo mismo, no tienen necesidad de la autoridad sino para obtener los medios generales de instrucción que puede reunir; la manera que los viajeros aceptan de ella los grandes caminos, sin que se atengan tan materialmente a ellos, que no vayan cuando quieren por otras sendas particulares (85).

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serie de personajes imperfectos, que no logran entonces un perfeccionamiento de sus virtudes.(86).

Como advierte Constant, y no como ocurre en la novela ya que en esta no existe tal equilibrio, es indispensable implementar un armonía entre las dos concepciones para el desarrollo colectivo como también el cultivo constante de la libertad individual para así desarrollar óptimamente el ámbito personal. Esto hace que se pueda restringir la capacidad arbitraria de la autoridad, donde, de esta manera,

necesitamos es la libertad, la cual conseguiremos indefectiblemente; pero como la que precisamos es diferente de la de los antiguos, es necesario que se dé a aquélla una organización diferente, y la que podría convenir a la libertad antigua; en esta, el hombre, cuanto más consagraba el tiempo y su fuerza para el ejercicio de los derechos políticos, más libre se creía: por el contrario, en la especie de libertad de que nosotros somos susceptibles, cuanto más tiempo nos deje para nuestros intereses privados el ejercicio de los derechos políticos, más preciosa será para nosotros la misma libertad (89).

Es por esto que la novela retratará una imagen distinta del goce pleno de los derechos para encontrar el equilibrio entre lo público y lo privado. Los personajes de la trama narrativa de Padura son trágicos, y por lo tanto, o rompen con su individualidad para alcanzar la libertad o rompen con su colectivo para alcanzarla también, pero no logran, ya sea por su propio temperamento o por las condiciones de su entorno, conciliar estas dos esferas.

Norberto Bobbio: entre la libertad y la democracia

La libertad de los antiguos y la concepción de esta que han tenido los modernos, tal como se vio con lo argumentado por Constant, tienen una diferencia que Bobbio retoma en su

libro Liberalismo y democracia (1993) para desarrollar su teoría con relación a la libertad

individual y los espacios donde esta se desarrolla. Por lo tanto, para el escritor italiano los

conceptos de liberalismo y democracia no deben ser vistos como interdependientes o que,

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funciones limitados, y como tal se contrapone tanto al Estado absoluto como al Estado que hoy llamamos social (…)” (7). Por otro lado, de la democracia nos dice que es “una de las tantas formas de gobierno, en particular aquella en la cual el poder no está en manos de uno o de unos cuantos sino de todos, o mejor dicho de la mayor parte, y como tal se contrapone a las formas autocráticas, como la monarquía y la oligarquía” (7).

Bobbio, siguiendo a Constant, establece la diferenciación entre las visiones de los antiguos y de los modernos en relación a la libertad y dice que los primeros concebían la libertad como la forma de distribución del poder entre todos los que hacían parte de la misma sociedad: todos eran partícipes del espacio o la cosa pública, de los lugares de deliberación y disertación frente al interés general y la soberanía común en la cual se sacrifica lo individual para fortalecer los lazos de comunidad. En cambio, para los modernos, lo principal es fortalecer y establecer una seguridad del ámbito privado como derecho inviolable e incuestionable que tiene todo individuo al ser parte de una sociedad previamente establecida y en relación a las leyes que se dictaron para la conformación de esta. Bobbio nos dice que “la participación directa en las decisiones colectivas termina por someter al individuo a la autoridad del conjunto y a no hacerlo libre como persona; mientras hoy el ciudadano pide al poder público la libertad como individuo” (8).

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Por lo tanto, se habla del goce pleno de los derechos que tienen todos como individuos en las sociedades modernas dentro de un marco estatal liberal en contraposición al absoluto, que intenta suprimirlos en pro del bienestar general. Bobbio, lo explica así:

Atribuir a alguien un derecho significa reconocer que él tiene la facultad de hacer o no hacer lo que le plazca, y al mismo tiempo el poder de resistir, recurriendo en última instancia a la fuerza propia o de los demás, contra el transgresor eventual, quien en consecuencia tiene el deber (o la obligación) de abstenerse de cualquier acto que pueda interferir con la facultad de hacer o no hacer (11).

La novela, en relación con lo anterior, estaría en concordancia con dicho postulado al exponer a una serie de personajes al poder absolutos de algo o de alguien, pero dichos personajes siempre tendrán la capacidad de resistir debido a su fortaleza individual, debido a la fuerza que muchas veces tiene la necesidad de ser libre. Sin embargo, como lo mencioné, esta resistencia siempre será un imposible para dichos personajes, ya que su destino los configurar como individuos trágicos, las condiciones externas a las que están expuestas los lleva a que la libertad sea una imposibilidad. Por lo tanto, la novela entra en la dinámica conflictiva que existe entre individuo y sociedad, o entre lo individual y la organicidad. La novela entonces entraría a cuestionar el hecho de que la libertad es, por un lado, la

concepción individualista de la sociedad, la concepción de acuerdo con la cual primero está el individuo con sus intereses y necesidades, que tienen la forma de derechos en virtud de una hipotética ley de la naturaleza, y luego la sociedad, y no al contrario como sostiene el organicismo en todas sus formas, de acuerdo con la cual la sociedad es primero que los individuos o con la formula aristotélica, destinada a tener gran éxito a lo largo de los siglos el todo es primero que las partes (16).

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libertad han buscado desarrollar distinciones entre lo que el pensador italiano denominó como individualismo y organicismo. El segundo término considera que el Estado es un “cuerpo grande compuesto por partes que concurren cada una de acuerdo con su propio sentido y en relación de interdependencia con todas las demás, para la vida del todo (…)” (49) y, de acuerdo con esto, lo que se busca es ampliar el campo de acción de la colectividad en detrimento o en contraposición con la autonomía individual, considerando que es vital mantener el todo por encima de las partes. Por otro lado, la visión individualista, “considera al Estado como un conjunto de individuos, como el resultado de su actividad y de las relaciones que establecen entre ellos” (49). De igual forma, busca el desarrollo individual a partir de las facultades que le son dadas para sobrevivir al separarse de todos los núcleos proteccionistas a los que ha estado sometido, considerando que la libertad, en su conjunto, constituye un bien personal en cuanto a esfera espiritual que le permite al individuo desarrollar sus propias capacidades.

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Isaiah Berlin: la libertad positiva y la libertad negativa

Contrario a lo expuesto anteriormente, Isaiah Berlin, en su libro Cuatro ensayos sobre la

libertad (1993), y en particular, en el capítulo “Dos conceptos de libertad”, desarrolla con mayor amplitud lo que se ha concebido como libertad y, por lo tanto, ahonda en el concepto más allá de la dicotomía establecida por Constant y Bobbio con relación a la concepción histórica que han tenido los antiguos y los modernos. Berlin considera que la libertad tiene dos sentidos que pueden parecer distintos pero que a medida que se van esbozando, resultan similares.

El primero de ellos tiene que ver con lo que se ha denominado como “libertad negativa”, que intenta responder a la pregunta de “cuál es el ámbito en que al sujeto –una persona o un grupo de personas- se le deja o se debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas (191). Para lo cual, Berlin lo dice, tiene una respuesta preliminar al interrogante al decir que la libertad, desde el punto de vista negativo, es el presupuesto de que “soy libre en la medida en que ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros (…)” (191). Por lo tanto, a la reducción del espacio en donde se desarrolla el hombre se le denomina como el uso coaccionado o de opresión por parte de otros que reducen o impiden que se haga lo que se quiere hacer. Es por esto que lo negativo en la libertad significa la coacción de otros e implica “la intervención deliberada de otros seres humanos dentro del ámbito en que yo podría actuar si no intervinieran. Solo se carece de libertad política si algunos seres humanos le impiden a uno conseguir un fin” (192).

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Este postulado, desde la perspectiva de libertad negativa, nos dice que la reducción de límites para ser libres es relevante en aras de permitir el goce de la libertad. Por lo tanto, se debe generar un contrato en el que se establezca una reducción mínima de libertad, pero que, sin embargo, permita también la existencia de

Un cierto ámbito mínimo de libertad personal que no puede ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasa, el individuo mismo se encontraría en una situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir, los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados (193-194). En los personajes de la novela habrá una reducción mínima de la libertad, un intento de conciliación entre la libertad negativa y positiva. Sin embargo, la novela mostrará también, como ocurre con la tensión entre el espacio público y el privado, que no es posible llegar a esa conciliación porque los hombres crearon sus instituciones y sus leyes de forma tan rígida y coercitiva, que el único camino que queda es escaparse, es la renuncia o es incluso la muerte.

Por otro lado, lo que Berlin ha denominado libertad positiva se pregunta “qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra” (191). A lo que responde que “el sentido «positivo» de la palabra «libertad» se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean” (201). Asimismo, el sentido positivo que tiene la libertad se relaciona con el hecho de ser racional y que, por tanto,

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De acuerdo con lo anterior, Berlin nos habla de una contraposición entre lo que él

denomina el “yo dominador y racional” que “se identifica entonces de diversas maneras

con la razón, con mi naturaleza superior, con el yo que calcula y se dirige a lo que satisfará a largo plazo(…) (202). Por otro lado, lo que denomina como el “yo empírico o

heterónomo” el cual constituye “el impulso racional, a los deseos no controlados, a mi

naturaleza inferior, a la consecución de los placeres inmediatos (…) arrastrado por todos los arrebatos de los deseos y las pasiones, que tiene que ser castigado rígidamente si alguna vez surge en toda su verdadera naturaleza” (202). Esto se deriva en un “yo supremo” o un “todo

social verdadero”, que impone “su única voluntad colectiva u orgánica a sus recalcitrantes

miembros, logra la suya propia y, por tanto, una libertad superior para estos miembros” (203). Por lo tanto, este yo es personificado dentro de un valor supremo como pueden llegar a ser entidades morales o cívicas tales como el Estado, la religión, la clase social, la nación o la historia. Estas entidades restringen y cooptan el valor supremo del ser humano, que es lo que constituye la búsqueda de su libertad.

Es por esto que la libertad concebida desde su idea positiva corre el riesgo de establecer entidades súper-personales que logran manipular o dominar al yo empírico o supuestamente controlador y dominador en relación a los preceptos donde se inscribe su libertad. Es por esto que la

concepción positiva de la libertad como autodominio, con la sugerencia que lleva consigo de un hombre dividido que lucha contra sí mismo, se ha prestado de hecho, en la historia, en la teoría y en la práctica, a ésta división de la personalidad en dos: el que tiene control, dominante y trascendente, el manejo empírico de deseos y pasiones que han de ser castigados y reducidos (…). Esto demuestra que las concepciones que se tengan de la libertad se derivan directamente de las ideas que tengan sobre lo que constituye el yo, la persona, el hombre. Se pueden hacer suficientes manipulaciones con las definiciones de hombre y de libertad para que signifiquen todo lo que quiera el manipulador (205).

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otros hombres, contra los colectivos, contra las determinaciones de la historia, contra quienes buscan dominar sus pasiones, sus instintos, sus deseos y pasiones. Por lo tanto, la búsqueda por la libertad de los diversos personajes lleva a que más allá de fortalecerlos esta búsqueda los debilita, convirtiéndolos en individuos vulnerables frente al poder opresor, frente a las instituciones, frente a la vida misma. De esta manera, la novela demuestra que la lucha de los personajes es por determinar su propia vida, pero que en esa determinación de la vida siempre habrá un obstáculo, un camino que no lleva a nada ni a nadie.

1.2. Las cuestiones acerca de las nociones de sujeto y subjetividad

Para establecer una relación con respecto al capítulo anterior, quisiera hacer un acercamiento a la noción de sujeto a partir de lo que planteó Etienne Balibar en su ensayo

“Sujeción y subjetividad” (1994) y lo planteado por Hannah Arendt en su libro La

condición humana (1966), aclarando que únicamente tomaré como referencia algunos apartes del libro de Arendt. De igual forma, por medio de estos dos autores intentaré establecer una aproximación de lo que significa el sujeto, para de esta forma responder algunas de las preguntas planteadas en este trabajo.

Antes de iniciar el análisis, quisiera hablar un poco de por qué resultan relevantes para este

trabajo estas dos aproximaciones. En Herejes se presentan varios personajes, sobre todo los

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Entre la sujeción y la subjetividad: el acercamiento teórico de Balibar

Balibar, en su ensayo acerca de la subjetividad publicado en la página de internet Política

común , plantea que para pensar el sentido de la sujeción y la subjetividad, se debe hacer un replanteamiento de lo que se ha denominado como antropología filosófica. Esto significa que el replanteamiento se da a través de una discusión crítica en torno a la noción del hombre, del sujeto y el ciudadano, siendo éstos tres el punto de partida de su análisis. Por lo tanto, él habla de que del siglo XVI al siglo XX, se empezó un proceso de construcción de nociones físicas, biológicas, culturales, sociales e históricas con relación al concepto mismo de antropología y a la figura del hombre. De esta manera lo manifiesta Balibar:

El mismo (proceso histórico) estuvo atravesado por referencias al evolucionismo biológico, a la gran crisis de valores de la sociedad europea después de la I Guerra Mundial y a las revoluciones socialistas, a lo que podemos describir como un largo proceso de secularización de la imagen del mundo y del hombre en sí mismo, que comenzó en el Siglo XX a la problemática victoria de la racionalidad intelectual y

técnica (Párrafo 3)3.

Esta contextualización histórica realizada por Balibar nos lleva a desarrollar un acercamiento al concepto en el que, primero, existen dos tipos de filosofía y formas de pensar la noción del hombre: por un lado, lo que llama Balibar como filosofía de la interioridad, que consiste en la búsqueda “de respuestas por la esencia humana” que “debe

ser buscada en la gnothi seauton (conócete a ti mismo), en la auto-conciencia íntima”(Párr.

4); por otro lado, lo que denomina él como la filosofía de la exterioridad, siendo ésta la forma de buscar “analizar de manera positiva la posición del Hombre en el cosmos, la naturaleza (phasis) y la ciudad (polis)”(Párr. 6).

      

3 

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Estas dos visiones representan las visiones que se tiene del mundo y la posición del hombre dentro de éstas, teniendo como ejemplo la forma o percepción que se tiene de la naturaleza, de los valores éticos, del mito, de la voluntad de poder, etc. Lo dicho por Balibar permitirá entonces establecer una conexión preliminar con los personajes de la novela en cuanto a que estos, como lo dice el teórico, buscan encontrar una respuesta a su condición, a su esencia. Esto quiere decir que los personajes establecen una tensión entre su interioridad (la forma como crean su autoconciencia, su conocimiento de sí mismos, la forma también en cómo quieren encontrar el camino para ser libres) y la exterioridad, hecho que se manifiesta con relación a Dios, a las instituciones religiosas, a las autoridades políticas de una nación (en este caso Cuba), a la historia misma de su comunidad.

Asimismo, la novela está presentando todo el tiempo un análisis narrativo sobre la forma en la que estos personajes se relacionan con el mundo, cómo se construyen como ciudadanos, cómo se insertan dentro de una comunidad y de qué forma se miran a sí mismos como seres humanos en constante relación como también construcción subjetiva y colectiva, esta construcción implica entonces una ruptura o una armonía con su interior como con el exterior. Sin embargo, como se expuso en el aparte sobre la libertad, los personajes de la novela son agentes fragmentados, que no terminan por insertarse dentro de las dinámicas de su entorno, que rompen con la construcción subjetiva como también con la colectiva. Finalmente, la novela intenta problematizar la relación entre el significado de ser hombre en tanto que es sujeto e individuo, como también es hombre en tanto que es ciudadano. Problema que nunca se soluciona porque el sentido mismo de ser hereje, dentro de la estructura narrativa, constituye una imposibilidad tanto de ser individuo (establecer un proyecto de vida a partir de ahí) como también de ser ciudadano en comunidad (ser parte de otros, cuestión que se fragmenta en la novela).

Diferentes contextos de la categoría de sujeto

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de la “subjetividad” e hizo al “sujeto” el centro del universo de las representaciones, así como también la señal del valor único del individuo”(Párr., 13). Sin embargo, Balibar considera que esta historia, materialmente hablando, es errada ya que “ni en Descartes ni tampoco en Leibniz, puede encontrarse la categoría de “sujeto” como equivalente de una autoconciencia autónoma, como centro reflexivo del mundo y, por lo tanto, concentrado en la esencia del hombre.”(Párr., 14).

Asimismo, visto desde la tradición kantiana, el sujeto adquirió el carácter universal, centro del universo y portador de la conciencia. Esto quiere decir que “las preguntas prácticas del mundo son aquéllas que conectan el conocimiento y deber, la teoría y la moral, con la existencia de la humanidad y el sentido mismo de su historia”. (Párr., 16) Para esto, la tradición filosófica empezó por introducir lo que Balibar menciona como preguntas cosmopolíticas, que son aquellas cuestiones que intentan y se refieren a cuestiones como: “la experiencia, los conocimientos y los fines prácticos del hombre como ciudadano del mundo”. (Párr. ,16) Por lo tanto, en este punto, el hombre adquiere un significado cuando establece una categoría cívica o política. Es decir, en su relación con la colectividad.

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Hannah Arendt y la condición humana

En esta parte quisiera hacer mención a Hannah Arendt y su trabajo con relación a la condición del ser humano. Teniendo en cuenta que uno de los aspectos centrales de este trabajo es el tema de la libertad y la individualidad con relación al problema que se

establece con la colectividad, Arendt plantea que la condición humana es la vita activa del

hombre alrededor de tres elementos principales: la labor, el trabajo y la acción. Estos tres elementos, que serán explicados brevemente, están relacionados a la condición más general del hombre: el nacimiento (acción política) y la muerte (metafísica del cuerpo). Asimismo, la condición humana está supeditada tanto al carácter natural del hombre como a las condiciones históricas en las que se ha desarrollado.

Arendt nos dice que el concepto de labor tiene que ver con el proceso biológico en el que la condición humana ha sido la vida misma; en lo referente al trabajo, nos dice que es la proporción artificial de cosas, correspondiente a lo no natural del hombre, en el que la condición humana es la mundanidad; y por último, la acción es aquella pluralidad y actividad que se da entre los hombres, dado que es “la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá” (22)

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acción) por naturaleza, esto es, social (para su organización conjunta)” (Arendt, 39). Por lo tanto, necesita del desarrollo de su propia vida privada, de su propio entorno pero también de la interacción con los demás para así alcanzar objetivos, para generar una vida armónica en la tierra. Esta dicotomía la explica Arendt a partir de lo que se denominó la esfera pública y la esfera privada, elementos que puse en discusión anteriormente desde la óptica de la libertad, y en ese sentido forman parte de la condición activa del hombre.

Es por esto que, según nos dice Arendt, “de todas las actividades necesarias y presentes en las comunidades humanas, sólo dos se consideraron políticas y aptas para construir lo que

Aristóteles llamó bios politikas, es decir, la acción (práxis) y el discurso (léxis), de los que

surge la esfera de los asuntos humanos, de la que todo lo meramente necesario o útil queda excluido de manera absoluta” (39).

Para Arendt, existen dos tipos de esferas creadas a partir de la necesidad del hombre por desarrollar su parte individual y como parte de su necesidad de ser parte de los otros. Primero, existe una esfera doméstica que es donde “los hombres vivían juntos llevados por sus necesidades y exigencias. Esa fuerza que los unía era la propia vida (…) que, para su mantenimiento individual y supervivencia de la especie necesita la compañía de los demás”

(43). Segundo, existe una esfera de la polis que es aquella donde se permite el desarrollo de

la “libertad, y existía una relación entre estas dos esferas, ya que resultaba lógico que el dominio de las necesidades vitales en la familia fuera la condición para la libertad de la polis” (43).

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de organización. Es por esto que, según Arendt; “el hecho histórico decisivo es que lo privado moderno, en su más apropiada función, la de proteger lo íntimo, se descubrió como lo opuesto no a la esfera política, sino a lo social, con la que sin embargo se halla más próxima y auténticamente relacionado” (49).

De acuerdo con esto, el individualismo moderno es un plano en el que se desarrolla lo subjetivo como categoría del individuo y es allí donde se presentan las problemáticas. Es por esto que

la propia excelencia, areté para los griegos y virtus para los romanos, se ha asignado

desde siempre a la esfera pública, donde cabe sobresalir, distinguirse de los demás. Toda actividad desempeñada en público puede alcanzar una excelencia nunca igualada en privado, porque ésta, por definición, requiere la presencia de otros, y dicha presencia exige la formalidad del público, constituido por los pares de uno, y nunca lo casual, familiar presencia de los iguales o inferiores a uno (Arendt 58).

Con relación a lo anterior es importante establecer el vínculo existente entre Arendt y Balibar con la novela. El punto crucial en el que se puede trabajar tiene que ver con la idea de la subjetividad y la tensión que se establece con el sentido de comunidad. Como veremos más adelante, Leonardo Padura desarrolla en su novela todo un paradigma de lo que podemos llamar el camino de la imposibilidad. Los tres personajes centrales están construidos sobre la base o la estructura individual y cada uno de ellos están forjando su camino desde la óptica del espacio privado. Esto quiere decir que dichos personajes creen que la mejor forma para encontrar su propia libertad es por medio de la construcción virtuosa de su espacio privado debido a la imposibilidad de involucrarse con su entorno, de ser parte de los otros, porque ellos rechazan dicha virtud o personalidad.

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CAPÍTULO III

LA LIBERTAD Y LA SUBJETIVIDAD EN LA NOVELA HEREJES

Quienquiera que haya reflexionado sobre estas cuatro cosas, Mejor habría hecho no viniendo al mundo: ¿qué es lo que hay arriba? ¿qué es lo que hay abajo?, ¿qué es lo que ha habido antes?, ¿qué es lo que habrá después?

-Sentencia rabínica- A lo largo de su obra, Padura siempre ha estado interesado por desentrañar eventos históricos que el ser humano y la historia misma se han encargado de borrar u olvidar. Ha buscado siempre reivindicar a los que los ha derrotado la vida, a aquéllos personajes románticos, que a pesar de tener un mundo que juega en otra dirección, se empeñan en jugar su propio rol, reafirmar su propia posición y morir, si es el caso, en la búsqueda permanente de la libertad. En ese paso trágico que, como lo demuestra la novela, siempre

terminan ciertos personajes herejes que desafían las convenciones establecidas, aquéllos

que caminan por la vida no con la certeza de ser simples mortales con un ciclo determinado, sino que necesitan dejar su propia huella dentro de su historia y de los que la recordarán.

La novela Herejes, entonces, es una reflexión acerca de lo que significa, significó y ha

significado la condición de ser herejes en diversas épocas, en este caso, el contexto de La

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tiempo, por eso el carácter histórico de la novela, unificar a todos bajo los mismos

preceptos, condiciones y reglas, sin tener en cuenta la subjetividad de cada uno4.

Herejes también nos habla del mecanismo de las estructuras sociales para unificar al hombre y doblegarlo hasta el punto en el que, ya sea por miedo, por inseguridad o por la misma sumisión, pierda su capacidad de ser sujeto individual como también de ser sujeto dentro de un colectivo. De igual forma, la novela nos habla de los espacios que encuentra el hombre para el encuentro íntimo y para el encuentro con otros, y de esta forma contrarrestar

el poder que muchas veces tienen las instituciones sociales, políticas, religiosas.

Parafraseando la primera parte de la novela, dice Padura que hereje ha significado división,

elección, preferencia, y, por lo tanto, se originó “para definir a personas pertenecientes a otras escuelas de pensamiento, es decir, que tienen ciertas «preferencias» en ese ámbito. El término viene asociado por primera vez con aquellos cristianos disidentes a la temprana Iglesia en el tratado Ireneo de Lyon «contra haereses» (finales del siglo II), especialmente contra los gnósticos” (Padura, 2013). De igual forma, el autor cita el significado para la

RAE, donde aseguran que viene del proverbio eretge, “1. Persona que niega alguno de los

dogmas establecidos por una religión. 2. Persona que disiente o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc.” Para los

cubanos, la expresión es estar hereje, es decir, “estar muy difícil, especialmente en el

aspecto político o económico”. Estas tres referencias son, para mí, el reflejo de lo que nos quiere decir la novela porque muchos de los personajes terminan siendo disidentes de su propia religión, muchos se apartan de la opinión de una institución y, quizás lo más importante, muchos personajes están difíciles, sobre todo aquellos que permanecen en la isla. Por lo tanto, herejes podemos ser todos, todos llegamos a esa condición debido a las imperfecciones mismas de la existencia.

      

4 Lo que intento decir con esto es que Padura, por medio de la novela, hace una radiografía de la humanidad 

(43)

Finalmente en Herejes muchos de los personajes sobreviven de manera agónica y trágica por el hecho de estar dentro de un contexto y un espacio temporal que los lleva a elegir, a dividirse, a preferir una cosa por otra, y al mismo tiempo, se genera un conflicto constante, se produce una ruptura en la subjetividad de cada personaje tanto en su interior (visto como individuo libre que posee su espacio privado) como con el exterior (se produce una fragmentación con el espacio público, donde se socializa, donde se hace ciudadano) por buscar la libertad. Pero esa búsqueda de la libertad, dentro de los tres libros de la novela, tiene un desarrollo muy distinto: en algunos casos la búsqueda no conduce a ninguna parte, en otros simplemente lleva a la muerte o al refugio interior, a huir y encontrarse con la soledad. Por eso la muerte y la soledad son dos temas fundamentales dentro de la novela, y de este modo, es el punto en donde siempre terminan los personajes. Tanto Daniel como Elías y Judith, los tres personajes centrales, terminan su vida en la imposibilidad, en el punto de la no solución.

3.1. Herejes y sujetos libres: entre la condición de la libertad y la tragedia

3.1.1. Libro de Daniel

Haciendo una analogía con la Biblia, Padura nos presenta, como mencioné anteriormente, una estructura narrativa similar a la que tiene el libro sagrado. Daniel, en este primer libro, es un pequeño judío que espera, junto a su tío, el arribo de sus padres al puerto de La Habana, ya que vienen en el barco St. Louis procedente de Europa y con un permiso

especial del régimen nazi para evitar ser prisioneros durante la II Guerra Mundial5. Sin

embargo, sus padres y su hermana Judith no logran desembarcar porque son engañados por guardias de migración que les prometen el permiso para entrar a La Habana a cambio de un cuadro de Rembrandt que perteneció a su familia durante siglos, y quedan atrapados en el barco teniendo que volver a Europa y enfrentar el delirio nazi.

      

5 La historia del Saint Louis la toma Padura de un suceso real: este barco salió de Europa con cientos de 

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Por consiguiente, en este primer libro Padura nos presenta la historia de la familia Kaminsky desde dos planos temporales: el primero de estos se ubica durante las primeras décadas del Siglo XX (década del 40 y 50), en las que Europa se encuentra sumida en el caos de la guerra y en el continente americano muchas familias judías intentan desarrollar y tener una nueva vida. En este plano están Daniel y su tío como principales personajes de la trama narrativa, tratando de reconstruir su vida, encontrar una nueva identidad y de esta manera un sentido a su propia existencia; el segundo plano está ubicado durante el siglo XXI, en donde se narra la historia de la búsqueda que emprende uno de los Kaminsky (exactamente Elías, el hijo de Daniel) por encontrar la verdad acerca del paradero del cuadro que tuvo la familia en sus manos, no para subastarlo o venderlo, sino para dar una respuesta a la tragedia que, debido a dicho cuadro, destruyó la vida de sus abuelos, de su padre y de su tío.

Daniel Kaminsky se queda solo junto a su tío en La Habana, una ciudad que lo acogió y en la que, sin embargo, no se sintió del todo parte durante los primeros años. En La Habana Daniel tuvo que reconfigurar su vida por medio de una adaptación al nuevo ambiente que, posteriormente, lo llevará a decidir acerca de su condición como individuo, es decir de su condición de judío. De igual forma, para adaptarse a su nuevo ambiente, debió establecer una nueva relación con respecto a sus propias creencias, como también con su colectividad, incluyéndose entonces en el espacio de los otros, en el espacio de La Habana. Esto significa para Daniel una nueva condición humana. Así lo describe el narrador:

Referencias

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