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El artesano como lector empírico de literatura durante la regeneración

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Academic year: 2017

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EL ARTESANO COMO LECTOR EMPÍRICO DE LITERATURA DURANTE LA REGENERACIÓN

María Camila Piñeros Galvis

TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Ciencias Sociales

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

DECANO ACADÉMICO Germán Rodrigo Mejía Pavony

DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA Cristo Rafael Figueroa Sánchez

DIRECTORA DE LA CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz

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Artículo 23 de la resolución No. 13 de julio de 1946:

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La gente siempre está gritando que desea crear un futuro mejor. No es cierto. El futuro es un vacío apático, que a nadie le interesa lo más mínimo. El pasado está lleno de vida, le gusta irritarnos, provocarnos, insultarnos, nos tienta a destruirlo o a redecorarlo. El único motivo para que la gente desee adueñarse del futuro es cambiar el pasado.

Milan Kundera - El libro de la risa y el olvido

En Colombia hemos guerreado por una cosa que los conservadores llaman Causa, con mayúscula, y los liberales Principios. Nos hemos devorado a ciegas por ideas que no han florecido con el riego de la sangre inocente. Porque se enseña el padre Astete y porque no se enseña Bentham en las escuelas, hicimos una de las más dolorosas y más nefastas; porque se iban a cerrar unos conventos en Pasto tramamos otra, y porque el general Mosquera había llevado su ilegalidad hasta comprar un buque cuando España atacaba a las Repúblicas del Sur, casi nos lanzamos a los campos de batalla. Las discusiones filosóficas nos han encendido la sangre; las disputas teológicas, bizantinas y necias han envenenado nuestra vida.

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Tabla de contenido

Introducción ... 6

Momentos coyunturales de mitad de siglo XIX: la prensa y los artesanos ... 9

Orígenes del gremio artesanal en Bogotá ... 18

La Constitución de 1863 ... 21

Liberales y artesanos ... 22

Los artesanos durante la Regeneración ... 24

La educación durante la segunda mitad del siglo XIX en Colombia ... 26

Capítulo 2 ... 34

El Taller ... 45

Las tertulias literarias y la lectura en voz alta: hacia la construcción de un lector empírico decimonónico ... 60

Estrategias para la tipificación de lectores ... 62

Lectores de El Taller ... 66

Conclusiones ... 75

Anexos ... 84

Bibliografía tomada de El Taller ... 80

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Introducción

Hace dos años tuve la oportunidad de participar en una investigación sobre el crítico uruguayo Ángel Rama, la cual nos obligó, a mis compañeros y a mí, a hurgar entre las bibliotecas de Bogotá publicaciones seriadas que contuvieran alguna información sobre la recepción de este importante crítico en la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Durante el proceso me llamó la atención la dinámica de participar en una investigación sobre lectores, pues nos implicó un gran esfuerzo y, al mismo tiempo, nos dejó una gran satisfacción el hallar textos críticos, poesías, cuentos y textos filosóficos, que nos permitió ampliar el panorama literario correspondiente a la época estudiada. A pesar de las dificultades a las que tuvimos que enfrentarnos, como la falta de sistematización y de organización de los archivos históricos que impiden, muchas veces, un resultado satisfactorio en las investigaciones; surgió en mí un impulso por trasladar algunas preguntas hechas en la investigación de Rama a otros campos de estudio, y por conocer un poco más la literatura decimonónica colombiana.

De esta manera, como el tema de los lectores me había impactado bastante, comencé a realizar un estado del arte sobre los trabajos de recepción en Colombia durante el siglo XIX, resultando de todo esto un encuentro con dos grandes investigadoras: Flor María Rodríguez y Carmen Elisa Acosta. Como en toda investigación, las preguntas y vacíos fueron marcando mi estudio, resultando inquietada por la ausencia de la mención a algún tipo de lector no-académico, en los trabajos mencionados. La pregunta que finalmente surgió fue ¿cuáles podrían ser los lectores empíricos decimonónicos? La respuesta a esta pregunta la obtuve después de haber leído sobre historia general del siglo XIX, pues encontré que el sector popular de los artesanos también había participado en las discusiones intelectuales de la época, y que momentos coyunturales, como el golpe militar del general Melo y el periodo de la Regeneración, no hubieran sido posibles sin ellos.

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tema; sin embargo, apoyándome en estos textos y en la base de datos de la Biblioteca Nacional de Colombia, pude reconstruir las prácticas lectoras de algunos artesanos de Bogotá y logré formar el perfil de uno de los periódicos artesanales más importantes de la Regeneración: El Taller.

A continuación presentaré las líneas de análisis que tuvo el proyecto, caracterizando cada capítulo. El trabajo de investigación está dividido en tres partes: la primera es la presentación del panorama general de la prensa durante el siglo XIX y los momentos históricos claves que se deben tener en cuenta para la realización de la tipificación de los lectores artesanos. En este capítulo se describen los distintos tipos de prensa que se manifestaron después de la Independencia, resaltando el papel fundamental de El Mosaico como un medio de difusión literaria. En comparación, se resalta el papel que cumplió la literatura en otros tipos de periódicos, como los artesanales, en los cuales se utilizó la literatura como un medio de formación en un público lector no académico.

En el segundo capítulo, se caracteriza la prensa artesanal, resaltando algunos periódicos importantes, como El Obrero,El Artesano y El Taller, con el fin de identificar un perfil editorial en común y diferenciar las publicaciones a partir de las distintas ideológicas de los directores de prensa. El propósito de todos estos fue el de mejorar la imagen del artesano y ser un medio de difusión y comunicación entre los distintos gremios, que para ese entonces ya estaban más que consolidados. Además de esto, se hace un análisis del contenido literario de El Taller y se relaciona con otros movimientos literarios que empezaron a surgir a finales de siglo, como el realismo y el simbolismo.

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que ya había sido trabajado por el crítico Roger Chartier; y el lector empírico, desarrollado a partir de esta propuesta investigativa.

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Momentos coyunturales de mitad de siglo XIX: la prensa y los artesanos

¡Este siglo que nos dio calor y autonomía…el siglo que, además de luz y fuerza material, nos dará alas para

volar!

El Taller, 1889, 31 julio, 517

La prensa cumplió un papel importante durante el siglo XIX en Colombia, sobre todo durante el período posterior a la independencia, cuando presentó un gran auge: el número de periódicos a nivel nacional creció tanto que casi todas las personas de las ciudades importantes del país (Cartagena, Popayán, Cúcuta, Bogotá, Socorro, Rionegro) tenían acceso a ellos. Las tensiones y opiniones políticas, las nuevas corrientes filosóficas extranjeras, los cuadros de costumbres, la poesía y los textos traducidos hacían parte del contenido de estos periódicos. Por supuesto que había algunas diferencias entre los periódicos existentes, teniendo en cuenta que fue un siglo agitado por las guerras y las nuevas tendencias políticas. De esta manera, la figura del periódico

se asemeja a la de una “gran carta” (El Taller, 331, 135), en la cual un emisor comunica alguna idea a un receptor específico. La defensa de ideas políticas y el ataque a las contrarias se realizaba a través de la prensa, volviéndose ésta un gran archivo de correspondencia. Las ideas expresadas en los distintos periódicos tenían fines particulares según el interés del editor. Por ejemplo, existieron periódicos culturales que tenían un contenido científico, literario, económico; periódicos informativos; otros con intereses políticos, en los que se incluyen los que presentaban un fuerte contenido ideológico, entre ellos, los satíricos, que en su mayoría eran de oposición al gobierno.

Se sabe, además de lo anteriormente mencionado, que en muchos de los periódicos se mantuvo una sección literaria y que algunos tuvieron la intención de enfocar su atención a las nuevas producciones literarias nacionales e internacionales de la época, como lo hizo El Mosaico

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1872). A diferencia de otros periódicos, como El Neogranadino (1848-1857), El Tiempo (1855-1872), Diario de Cundinamarca (1869-1893) y Las Noticias (1884-1891), que eran periódicos noticiosos en los que existía un interés por difundir la literatura, separada en secciones llamadas

“Variedades” o “Literatura”. Por ejemplo, El Mosaico mostró, desde su primer número (24 de diciembre de 1858), y reiteradamente hizo mención del propósito de enfocar las producciones literarias, sobre todo nacionales. El Mosaico se dividió en dos secciones: “La revista de la

ciudad” y la “Sección literaria” que ocupó el 90% de los números. Esta evidente relevancia de lo literario demuestra el deseo de sus redactores por alejarse de las consignas y disputas partidistas para que la literatura cobrara autonomía del poder político.

Ciertamente, la definición de literatura hacia mediados de siglo XIX no tenía el carácter autónomo ni diferenciador de otros discursos, como sí lo tuvo a finales de siglo (Acosta, 1999, 118). Carmen Elisa Acosta dice al respecto:

Sobre todo en lo que correspondía a El Mosaico, la propuesta sobre la literatura formulada por Lamartine era la que determinaba en gran medida no solo la producción del periódico sino la aproximación que probablemente sus lectores hacían a sus textos: „La palabra literatura (dice Lamartine) comprende pues en su significación más universal, la religión, la moral, la filosofía, la legislación, la política, la historia, la ciencia, la elocuencia, la poesía: es decir, todo lo que santifica, lo que civiliza, lo que enseña, lo que gobierna, lo que perpetúa, todo lo que encanta al género humano‟ (119).

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cristianos) y con “la construcción de un valor nacional” (118). El carácter neutralizador consistió entonces en no tomar postura ante los conflictos políticos contemporáneos, de tal manera que los lectores de dichas publicaciones literarias pudieran generar procesos de lectura “que desde otros

discursos extremos eran, quizá inabordables sin entrar en conflicto, para un grupo más amplio de

lectores” (103).

Para periódicos como El tradicionalista (1871-1876) o La Luz (1881-1886), que eran periódicos ideológicos y, en el caso del segundo, oficial, la literatura cumple una función política, entendida como un instrumento con fines partidistas y moralistas; en estos dos periódicos aparecían textos con tendencias conservadoras. Otro ejemplo de periódicos ideológicos son los periódicos satíricos, que tienen un auge durante la Regeneración, justamente en oposición a ella y en son de criticar las políticas ultra-conservadoras, sobre todo en cuanto al tema de libertad de prensa se trataba. Otros periódicos, como los noticiosos, implementaban secciones literarias con fines lúdicos, pues si bien el enfoque de dichos periódicos era comunicar eventos nacionales e internacionales, la literatura aparecía con el fin editorial de mantener suscriptores.

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Es cierto que muchos periódicos de la época se mantenían gracias a las suscripciones, pero algunos, como El Albor Literario (1845), El Museo (1849) y la Biblioteca de Señoritas (1858-1859), que eran periódicos literarios como El Mosaico, no duraron mucho tiempo debido a dos factores: la falta de financiación del periódico y la censura. Las causas de los cortes de las publicaciones varían según el periodo específico. Por ejemplo, hay un aumento en las publicaciones periódicas durante la hegemonía liberal, que va desde el ascenso de José Hilario López (1849) hasta el ascenso de Rafael Núñez (1880), debido a la absoluta libertad de prensa decretada en la Constitución de 1863. A diferencia de los gobiernos liberales, el periodo de la Regeneración se caracterizó por la censura de varias libertades: se decretó en el artículo 42 de la

Constitución de 1886 que la prensa “era libre en tiempos de paz, pero responsable con arreglo a

las leyes, cuando atente contra la honra de las personas el orden social o la tranquilidad pública”

(Joven, 22). Junto con el artículo, se expidió el decreto 151 del 17 de febrero de 1888, “donde se

ordenaba „actuar de conformidad con el Código Penal para reprimir los delitos y “las culpas” provenientes de publicaciones “subversivas” –aquellas que causaban alarma social (y

“ofensivas”) las que perjudicaban los derechos individuales–. Agredir la religión Católica, desconocer u ofender la dignidad y prerrogativas de las autoridades civiles y eclesiásticas, atacar las instituciones militares, publicar noticias falsas, impugnar directa o indirectamente la moneda

legal” eran los motivos para considerar una publicación como ofensiva‟ (Ibíd.). Las consecuencias de estas privaciones fueron las sanciones para las publicaciones no oficiales, como la suspensión y el decomiso de los ejemplares (Aguilera, en Joven, 22). Por esta razón, los periódicos de mayor duración tenían apoyo financiero del gobierno o cumplía con todas las normas establecidas de prensa.

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algunos son satíricos, con tendencias liberales; pero, en general, todos tratan asuntos políticos. El periódico mantuvo una sección literaria en el año 1887, en la cual había fragmentos de novelas, poemas y a veces artículos con tintes filosóficos y políticos. Sin embargo, en 1888 ya no se encuentra esta sección, pero artículos sobre obras literarias y poemas son publicados e incluidos

en la sección de “Variedades”.

Aparentemente, la vigencia de esta división en los periódicos que no tenían un énfasis estrictamente literario demostraría la importancia de la literatura como una manera de mantener un público, debido a su carácter atractivo y placentero. Sin embargo, posiblemente la literatura haya cumplido una función distinta en el caso de El Taller, es decir, una función que va más allá del encanto y la enseñanza moral. Pero si los contenidos son en apariencia los mismos que los de un periódico informativo, ¿cuál es la razón por la cual la literatura cobra una función distinta?

El asunto podría analizarse desde el tema del lector, que es distinto en cada tipo de periódico. Existen trabajos de recepción en el siglo XIX en Colombia, de los cuales se destacan los de Carmen Elisa Acosta y los de Flor María Rodríguez. En dichas investigaciones, publicadas en revistas académicas o especializadas y en libros, se trabaja el tema de un lector letrado, desde la prensa sobre todo. Dicho lector tiene varios matices en cuanto a la edad, el tipo de educación y la posición social que ocupa. Se puede observar, por ejemplo, que para el caso específico de El Mosaico existe un lector modelo, el cual está explícito en cada número de cada título que tuvo. Dicho lector es un lector letrado, femenino y masculino (muchas veces separados), puesto que

las publicaciones literarias exigían un lector activo y “culto”. Sin embargo, como lo hace ver

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Por el contrario, el lector de El Taller no cabe dentro de las categorías expuestas por Carmen Elisa Acosta, en primer lugar porque El Mosaico tiene un público definido, un lector educado, mientras que El Taller estaba dirigido a artesanos, que en su mayoría eran analfabetas. En segundo lugar, los tipos de lector de El Mosaico no son los mismos de El Taller puesto que en este último hay un público modelo definido, en el cual no cabría la mujer. El papel de la mujer en los gremios artesanales era casi nulo, puesto que sus integrantes eran masculinos. Si se tiene en cuenta la importancia de los gremios artesanales como agentes políticos influyentes, sobre todo desde la coyuntura de 1854 (el golpe militar de Melo), se podría hacer un análisis más profundo sobre la inactividad política de la mujer de clase media, específicamente la mujer artesana del siglo XIX. Ahora bien, El Taller en ningún momento refería sus textos específicamente a las damas y tampoco contaba con escritoras, como se podría ver claramente en El Mosaico o la Biblioteca de Señoritas. El asunto es que es necesario especificar este otro tipo de lector, que no es letrado, pero que es un lector literario. Definir las razones por las cuales, dentro del proyecto político nacional en el cual estaba inmersa la prensa (y la literatura), esta noción cambia según el público al cual esté dirigido el periódico, es decir, la función que ésta desempeñó en sectores específicos y diversos de la sociedad, como los gremios de artesanos, los académicos y en muchos casos las agrupaciones partidistas o ideológicas de liberales o conservadores.

Pero para determinar las prácticas lectoras específicas de un lector empírico2, que es el término que se utilizará para hablar de un lector no académico; para definir la función específica que cumplía la literatura en dicho lector y para definir la noción de literatura, es necesario contextualizar históricamente al lector por trabajar. En este caso, se ha propuesto al artesano del siglo XIX como un lector empírico; pero ¿por qué razón el artesano es un lector empírico? Esta pregunta sólo tiene respuesta si se conocen las condiciones sociales, económicas y políticas en las que se encontraban los artesanos en el siglo XIX, es decir, si se tiene en cuenta que la consolidación de los gremios artesanales se da hacia mediados de siglo y que tras la constitución de 1863 se produjo una ruptura social debido a las políticas liberales extremas, como la libertad económica que perjudicó sobre todo a la población artesana. Hacia 1880, el panorama político

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comienza a cambiar y da lugar a un periodo fundamental para los artesanos: la Regeneración y con ella la Constitución de 1886.

La Regeneración es entendida aquí como un momento histórico que posibilitó el desarrollo de un lector empírico específico: el artesano. Pues a pesar de las políticas que limitaron ciertas libertades, como la libertad de prensa y de reunión, el gobierno apoyó la construcción de centros especializados para las artes y oficios y obligó al artesanado a aprender a leer y escribir, pues hubo una limitación en el sufragio universal masculino, al poner como condición para las votaciones nacionales el alfabetismo. La razón por la cual se habla del artesano como un único lector empírico es justamente porque la categoría “artesano” durante el siglo XIX reúne varios sectores que a comienzos del siglo XX se reconocen por separado, como el artista, el albañil, el obrero, el carpintero y el ebanista; esto se evidencia en algunos artículos de El Taller que menciona a “El gremio de carpinteros y ebanistas, reunidos a excitación del señor Félix Valois Madero” (El Taller, 33, 133), otras veces se habla de la importancia de la educación para las personas que se dedican al trabajo manual: “El gobierno mismo está tratando de sacar obreros instruidos y moralizados, como si presintiera que se acerca el Siglo del trabajo y que la nación que no tenga operarios dignos de la época que se aproxima, será mirada con desdén, aunque, por

otra parte, pueda mostrar ejércitos de poetas, oradores y soldados” (El Taller,110, 298).

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diferencia de la Constitución de 1886 (Constitución de la Regeneración), la de 1863 (Constitución liberal) no tenía como condición para las votaciones nacionales el alfabetismo.

La hipótesis que surge de todo este panorama es que el artesano fue un lector empírico que vio en la prensa y la literatura una herramienta para aprender a leer y escribir. ¿Cuáles son, entonces, las prácticas lectoras que tuvo este lector? Antes, veamos el panorama general del movimiento artesanal en Bogotá durante el segundo período del siglo XIX.

El Benthamismo

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La aceptación y el rechazo del benthamismo en Colombia durante el XIX tienen que ver, sobre todo, con factores morales, es decir, si se entiende que los principios de la moral y la política propuestos por Bentham son la objetividad, el universalismo y la racionalidad, se puede tener una idea de lo que dichos principios ocasionaron en una sociedad profundamente católica y con un estado que mantenía relaciones con la iglesia. La ruptura se da, especialmente, en el tema de la educación, puesto que la enseñanza hacia finales de siglo XVIII y comienzos del XIX mantenía una línea escolástica, sobre todo en la universidad tomista de los dominicos y el Colegio Mayor de Nuestra señora del Rosario (Jaramillo Uribe, 36); el cambio metodológico de enseñanza, antes que las ideas, según Jaramillo Uribe, se da hacia mediados del siglo XVIII,

pues se abandona “el método silogístico y del criterio de autoridad como origen del conocimiento” (39).

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social implica una igualación mecánica de las personas, que es contraria al sentimiento español

de la vida” (en Jaramillo Uribe, 26). Por supuesto que para Caro la moral no se podía alcanzar sin los principios católicos y la idea de alcanzar la felicidad universal bajo el principio de objetividad, en este caso sin una postura subjetiva como el catolicismo, y bajo el principio racional, desestabilizaba toda la estructura social y política de principios del XIX.

La adaptación de esta postura por parte de los liberales radicales (“gólgotas”) tuvo que ver con el tema del progreso y la modernización “que toma cuerpo en el ideal de la libertad económica”

(Acevedo, 4). El discurso liberal que se dio a mediados del siglo XIX haciendo un llamado al pueblo (en el cual se incluían los artesanos) tuvo que ver con dos factores, según Darío Acevedo: la búsqueda de apoyo electoral y la intención de educar a la gente con el fin de universalizar el discurso de la modernización como algo que favorecería a todo el mundo (principio de Bentham), lo cual implicaba, entre muchas cosas, el imaginario de igualdad entre comerciantes y artesanos. Lo que llama Acevedo una “inoportunidad de la doctrina socialista”3 fue justamente la confusión causada por el discurso liberal radical que generó el posterior desencanto en los artesanos en el momento de vivir las políticas liberales económicas, sobre todo durante el periodo de gobierno de José María Obando (1853-1854), y las cuales provocaron el golpe de estado artesanal que subiría a José María Melo (1854) al poder.

Orígenes del gremio artesanal en Bogotá

La figura del artesano como un agente decisivo y por ende importante en la vida política y social de la época se consolidó hacia 1847, año en el cual se fundó la Sociedad Democrática de

3E te dido o o u so ialis o a te io a Ma . E este aso, soste ía u so ialis o a iguo e el ual se

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Artesanos de Bogotá. “Pero las Democráticas en la Nueva Granada no fueron únicamente

organizaciones gremiales de artesanos. Fueron también el vehículo de acción política de la intelligentsia juvenil de las nacientes clases medias y comerciantes, unidas transitoriamente con los artesanos en ciertos objetivos políticos” (Jaramillo Uribe, 209). Realmente, como lo demuestran la mayoría de trabajos sobre el artesano en el siglo XIX, la coyuntura política de 1848 es fundamental para comprender la aparición del artesano como un agente influyente en la vida pública, debido a la implementación de políticas librecambistas y, en general, a los gobiernos liberales posteriores que favorecieron la consolidación de los gremios. Realmente, los artesanos nunca tuvieron una tendencia política específica, pues a lo largo de la historia se ha podido observar que las alianzas y el apoyo político que dio el gremio a ciertos partidos se debieron a estrategias que defendían los intereses particulares. El problema fue que a mediados de siglo, el discurso liberal de los gólgotas fue asimilado por un sector como el artesano, debido a la imagen utópica propuesta en el discurso socialista4 con el cual subió José Hilario López al poder.

Hay que tener claro que el artesano del siglo XIX, como dice Acevedo, “cree en la libertad, en la democracia en tanto ella le representa la posibilidad de afirmarse como sector social en la lucha por la defensa del arancel elevado, que es la garantía de su supervivencia” (17). Por esta razón, en un principio el discurso liberal radical, que retoma muchos principios de Bentham como el pluralismo y las libertades para la garantía de la felicidad del mayor número, atrapa al gremio artesanal, pues con estas políticas se abren los espacios de participación política y se da la abolición de muchas restricciones como las del sufragio universal. Tiempo después, específicamente bajo el gobierno de Obando, el sector artesanal se ve afectado por la implementación de las políticas económicas y da su apoyo al general Melo. Posteriormente, el gremio artesanal dará su apoyo al Partido Nacional de la Regeneración, siendo el gobierno de este periodo conservador, pues se ven beneficiados con las políticas proteccionistas y con la educación especializada que brinda el gobierno a los artistas5. Este corto panorama confirma el postulado de Acevedo:

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Entiéndase éste según la aclaración de la nota anterior.

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“[…] puede concluirse que a nivel de la representación política, los partidos políticos y sus tendencias internas no reflejan fielmente una clara posición de clase, entre otras cosas por el débil desarrollo social y económico de la Nueva Granada; ello implica la dificultad para situar con precisión las fronteras doctrinarias que separaban a liberales y conservadores […] e incluso pensar que la adscripción política de los artesanos con uno u otro sector se pueda situar en esa dinámica” (12).

Hubo otros aspectos que favorecieron la aparición del artesano en la vida política. El primero de ellos es la recepción de ideas extranjeras diferentes a las ya recibidas de España, las cuales se

habían mantenido hasta la Independencia. Es importante tener en cuenta que “la ruptura con el

pasado colonial español y el comienzo de una nueva era no se produce, pues, en 1810, ni en

1820, sino en 1850” (Jaramillo Uribe, 203). Es justamente a mitad de siglo donde podemos ubicar los aspectos sociales más importantes: el auge de la prensa, la libertad en temas económicos y sociales, como la apertura del comercio, la libertad de culto, la privatización del comercio del tabaco y el aguardiente y la “libertad absoluta de expresión oral y escrita” (204).

Dos ideas generaron gran impacto en los grupos artesanales: el benthamismo y el blanquismo. El segundo se da bajo la figura de Louis Blanc (1811-1882), quien tenía unas ideas que coincidían con el ideario de las Sociedades Democráticas de Bogotá, “[…] El mismo énfasis en la educación del pueblo, en la igualdad, en la lucha contra la usura, en el valor moral del trabajo y en las virtudes cívicas del buen ciudadano […]”. (192) De hecho, una de las leyes que se decretaron durante el gobierno del presidente López fue la de establecer talleres industriales

“para la enseñanza gratuita de las artes y los oficios a que se quieran consagrar los granadinos”

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La Constitución de 1863

A pesar de que el proceso de apertura económica comienza en la década de 1830 (Melo, 117), fueron pocos los grupos artesanales que se manifestaron en favor de una ley proteccionista. Por supuesto, la constitución de 1863 fue de carácter plenamente liberal, lo cual ocasionó posteriormente la distribución del poder entre los partidos políticos (liberal y conservador). A grandes rasgos, el país no encontraba lograr un equilibrio en ningún aspecto. Primero porque los partidos políticos apenas iban tomando forma; la deuda externa y el resto de deudas que dejó la Independencia eran demasiado grandes, sin mencionar la continuidad de las guerras civiles. Para ese entonces, el partido liberal logró implantar una constitución federalista, “que reconocía el

dominio de oligarquías regionales y la ausencia de estructuras de poder de alcance nacional”

(125). Esto hizo que hubiera un aparente equilibrio a nivel político, puesto que los dirigentes conservadores de municipios específicos lograban ponerse de acuerdo con el gobierno nacional

en temas claves como “la expansión de la educación y la apertura de vías de comunicación”

(126).

Pese a esto, el aspecto religioso fue clave para la entrada del partido conservador al poder nacional. La libertad de culto y la separación del poder político de la iglesia crearon un imaginario colectivo de que el liberalismo (refiriéndonos al partido) nada tenía que ver con la iglesia católica y, en cambio, se empezó a asociar a los conservadores con ésta. La crisis que se desarrollaría veinte años después tuvo que ver con este aspecto y con la segregación del grupo de artesanos del partido liberal, pues algunos de sus miembros (grandes comerciantes sobre todo) comenzaron a apoyar las políticas librecambistas radicales, y los impuestos de aduanas se redujeron, generando el aumento de la entrada de mercancías extranjeras.

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“prestados al liberalismo francés y a Bentham, que encontraron oposición en la iglesia y en amplios sectores de la élite” (117), fue una drástica reforma. Hacia 1880, un sector del partido liberal (los “draconianos”) se alió con el conservador para distribuirse el poder político por años. La Constitución siguió siendo la misma a pesar de ser liberal. Sin embargo, hubo algunos ajustes significativos, como encomendarle la labor educativa a la iglesia y establecer con ella nuevas relaciones.

Liberales y artesanos

Las Democráticas tuvieron en un principio grandes relaciones con el partido liberal. Como ya se había mencionado, el ascenso del presidente José Hilario López se debió en gran parte al apoyo del gremio artesanal. Sin embargo, hubo transformaciones en cuanto a las nuevas políticas económicas que desfavorecían la industria nacional; y un desprecio social por parte de algunos comerciantes y miembros de la élite hacia los artesanos. Estas disputas se mantuvieron desde 1854 hasta 1870, pues, según Jaramillo Uribe “una vez conseguidos los objetivos del

movimiento liberal que llevó al poder al general López, conquistado el control del estado y sobre todo del congreso, la fracción liberal de la naciente burguesía comercial comenzó a mirar a los

artesanos como socios incómodos” (216). Sin embargo, se había mencionado que el discurso inicial de los liberales radicales se presentó como una propuesta utópica que atrajo el apoyo del gremio. El asunto no es que los liberales decepcionaron y usaron al gremio artesanal, pues hay que reconocer el esfuerzo autónomo de los artesanos y pensar que

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socializante y justiciero, a la vez que de posiciones democráticas que servían a los intereses de los artesanos”. (Acevedo, 13)

La prensa cumple aquí un papel importante, no sólo porque presentaba las reformas y comunicados oficiales, sino porque fue una herramienta para expresar opiniones. Este tipo de artículos se popularizó tanto, que la gente empezó a responder a los textos en caso de verse aludidos o implicados. Por supuesto, la correspondencia entre periódicos enfatizó la pugna entre artesanos y miembros de la élite. Así, por ejemplo, Carlos Holguín, un escritor de familia tradicional bogotana, escribió un artículo en el periódico La Prensa, titulado “Quiénes

constituyen el pueblo”, en donde se refiere a los artesanos como “los de ruana” (Miscelánea de prensa, en Jaramillo Uribe, 220). Dicho artículo conmocionó a más de un vocero artesanal y generó varias respuestas, como la del escritor artesano Manuel Barrera, titulada Las aristocracias, publicada en el periódico La Alianza el 30 de mayo de 1968. En este artículo, Barrera pone en evidencia los cambios que se estaban dando en la sociedad neogranadina, en cuanto a la posibilidad que tendrían otros sectores sociales de acceder a cargos públicos y del clero; sin embargo, con indignación, Barrera hace un reclamo sobre la discriminación de la que fueron víctimas los artesanos a mediados de siglo:

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Como se pudo observar, los disgustos entre artesanos y gobierno no lograron finalizarse tras el golpe militar del general José María Melo, el 17 de abril de 1854, cuyo mandato duró poco, lo cual ocasionó su exilio y el encarcelamiento de varios artesanos por la participación en la revuelta. Los artesanos, desilusionados, tras haber apoyado públicamente las decisiones estatales, fueron bastante críticos con las políticas, sobre todo con las que tenían que ver con la libertad de comercio. Así, por ejemplo, el gremio se manifestaba a través de la prensa:

Hay cierto género de libertades que son convenientes a toda la nación, para que el espíritu de civilización se ensanche todos los días, como son la libertad de imprenta y de palabra para que el gobierno y la sociedad se vayan amoldando a las ideas que todos los días se presentan como precursoras de las sociedades y las generaciones nuevas; pero la libre introducción de artefactos extranjeros, pagando tan poco derecho, en la época presente, en que la industria, por decirlo así, está en su época naciente […] no nos conviene la libertad de importación). (219)

Los artesanos durante la Regeneración

Núñez tomó la presidencia en 1880 gracias al apoyo del partido conservador, en conjunto con algunos miembros del partido liberal (draconianos). Núñez regresó a la presidencia en 1884, pero esta vez bajo la bandera del Partido Nacional. En 1885 hubo una serie de revueltas por parte de los gólgotas, pues temían que la Constitución de 1863 fuera reformada. Dichas protestas no duraron mucho, ya que los conservadores propusieron una serie de acuerdos que finalizaron con la adhesión de los gólgotas al Partido Conservador.

Con la redacción de la Constitución de 1886 se dio inicio a un nuevo y largo periodo de

hegemonía conservadora, pues “al entrar en vigencia la nueva Constitución en 1886, Rafael

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vicepresidente” (Ibíd.). Este gobierno se caracterizó por tomar represivas frente a ciertas libertades. Al mismo tiempo, se encargó de fortalecer la industria nacional, el alza en los precios de los aranceles y la creación de la escuela de artes y oficios; aspectos que beneficiaban al sector artesanal, pues como ya se había mencionado, el mayor interés del gremio era el económico, y si los aranceles para las importaciones aumentaban, los beneficios serían mayores para el sector nacional, pues se tendría mayor posibilidad de competencia y una mayor ganancia. En relación al tema educativo, para el artesanado fue muy importante educar al gremio, justamente porque ya habían logrado ser reconocidos como agentes importantes de la sociedad, hasta el punto que, después de la reforma conservadora, seguían siendo reconocidos como ciudadanos y podían tener privilegios, a diferencia de la clase baja, como el voto.

Por supuesto, gran parte del gremio apoyaba el proyecto Regenerador; además, las ideas de Caro, defensor de la tradición escolástica (Jaramillo Uribe, 1977), daba una seguridad espiritual a la gente de la República que seguía siendo en su mayoría católica. Las ideas románticas se habían unido a la tradición católica que tenían desde mitad de siglo, lo cual generó una

interpretación del cristianismo como “una religión del pueblo”. Para ese entonces, las traducciones abundaban y estas ideas asimiladas gracias a figuras literarias como Víctor Hugo (1802-1885), Luis Blanc y Lamartine influyeron en el pensamiento y en algunas leyes desde la Nueva Granada (1832-1861) hasta la República de Colombia (1886). Sin embargo, “dar el paso

hacia una concepción puramente científica, anti-religiosa y laica, como la que empezaba a esbozar Marx, era una alternativa demasiado violenta moralmente e imposible desde el punto de

vista intelectual para un grupo social como el artesanado” (Jaramillo Uribe, 184).

(26)

Hay que tener en cuenta que el gobierno de la Regeneración estaba encargado de la educación, y el gremio artesanal fue uno de los sectores más especializados de la época (Joven, 20). A final de siglo, dos cosas importantes afectaron al artesanado: la disminución de los salarios y la devaluación de la moneda. La primera, evidentemente, afectó al sector, razón por la cual algunos artesanos líderes como José L. Camacho tuvieron que pedir al gobierno en 1889 “la construcción de viviendas para las clases trabajadoras” (19). La segunda, por lo contrario, favoreció la

economía nacional, teniendo así la posibilidad de competir con las industrias extranjeras.

La educación durante la segunda mitad del siglo XIX en Colombia

Como se ha expuesto, los cambios políticos durante el siglo XIX en Colombia fueron drásticos y continuos, lo cual implicó una variación en el proceso de las reformas educativas. Éstas se modificaban al tiempo que lo hacían las políticas a nivel nacional. Así, por ejemplo, la coyuntura de 1850 marca el comienzo de una larga trayectoria de reformas educativas liberales. Especialmente la reforma de 1870 es considerada como una de las más radicales, si se le compara con las anteriores, pues intentó abarcar el problema educativo en su totalidad, es decir, pretendió suplir múltiples dimensiones: el analfabetismo, la libertad de credo, la enseñanza de nuevos discursos (científicos y pedagógicos sobre todo), la escuela primaria, secundaria y los estudios universitarios, entre otras. Esta reforma se llevó a cabo con el propósito de construir un país moderno y se dio bajo tres convicciones: “El sistema republicano y democrático no puede

sostenerse sino con el apoyo de una ciudadanía ilustrada. […] La iglesia, ligada como estaba en la Nueva Granada a los más atrasados sectores sociales, y a ideologías monárquicas o

antidemocráticas, no puede llevar a cabo la tarea de conducir la educación popular. […] la

educación es un deber y un derecho del estado y una de las expresiones de su soberanía”

(27)

Tal vez el mayor esfuerzo que hicieron los hombres de la generación radical fue el de tratar de llevar a todo el país la escuela de las primeras letras y el de establecer la escuela gratuita y obligatoria, es decir, el tratar de crear un sistema de educación pública. Esta reforma fue liderada por Dámaso Zapata (1833-1888) bajo el cargo de Superintendente de la Instrucción Primaria del estado de Santander, quien se encargó, no sólo de construir escuelas (en zonas rurales y urbanas) y dotarlas con bibliotecas y muebles adecuados, sino también, de impulsar nuevos métodos educativos. Por supuesto que el impulso por promover nuevos métodos y corrientes de pensamiento europeos no fue de esta época únicamente, pues desde el gobierno de José Hilario López (1850-1854) se acogió como base política la separación del Estado y la iglesia, hecho fundamental para comprender que las nuevas políticas liberales se presentaron como una verdadera ruptura. En el aspecto esencial de la educación, los gobiernos anteriores a 1850

“habían mantenido con firmeza la institución del patronato heredada de la monarquía española”

(268), lo que implicaba una orientación totalmente católica por parte de los maestros (queda entendido que los textos de enseñanza debían ser aprobados por el gobierno).

En cuanto a los textos para la enseñanza en las escuelas y universidades durante la reforma del 70, los profesores y estudiantes destacados6 tenían la libertad de elegir los contenidos y la orientación de sus clases. Este fue un factor que suscitó grandes disgustos, especialmente en intelectuales pertenecientes al partido conservador, como Carlos Martínez Silva (1847-1903), José Manuel Marroquín (1827-1908) y Miguel Antonio Caro (1943-1909). Era obvio que en una sociedad considerada mayoritariamente católica, el tema de la libertad de enseñanza y, sobre todo, el tema del conocimiento científico, podrían tomarse como peligrosos, puesto que era común la premisa de que dichos discursos atentaban contra la moralidad y las buenas costumbres. Añadido a esto, y retomando el tema del partido conservador como opositor a la reforma del 70, hay que tener en cuenta que dicho partido estaba más que consolidado y que figuras públicas, como las que se mencionaron, tenían mucha influencia en la sociedad, de modo

6 Estos estudiantes tenían la posibilidad de dictar clase en las escuelas. Una de las razones fue la falta de docentes,

pues el número de escuelas aumentó considerablemente. Así, por ejemplo, Martha Cecilia Herrera menciona que tras la llegada de nuevas corrie tes pedagógi as ale a as, la ea ió de es uelas o ales au e tó: E a se halla a a a go de algu os esta le i ie tos pa a e istía vei te es uelas o ales … E e istía

1464 escuelas, con un total de 79123 estudiantes, lo que representaba 327 escuelas y 27177 estudiantes más, en

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que para defender las doctrinas religiosas y morales, hacia el año 72, se constituyó la Sociedad Católica de Medellín, iniciada por el Doctor Mariano Ospina Rodríguez (Cacua Prada, 1997, 194), la cual tenía como una de sus preocupaciones principales la educación nacional. Carlos Martínez Silva, miembro de dicha Sociedad y para ese entonces vicerrector de la Universidad de Antioquia, expresó en una sesión realizada el 19 de marzo de 1873 por la Sociedad Católica: “La primera necesidad del país es el establecimiento en Bogotá de una Universidad Católica, donde los jóvenes de todos los estados de la República puedan hacer estudios completos en los diferentes departamentos de las ciencias basadas en la idea religiosa” (Martínez Delgado en Cacua, 1997, 194)

Otro tema controversial de la reforma fue el de la llegada a Colombia de la Misión Alemana y con ella, “el método de enseñanza pestalozziana” (191). Al respecto, Cacua cita al catedrático Javier Ocampo López:

“Pestalozzi es uno de los representantes más destacados del „naturalismo en la educación‟. Sus principios se sintetizan en la idea que la educación es una dirección del desarrollo del niño desde dentro, en vez de una imposición de normas adultas desde fuera. El principio del aprendizaje por la experiencia y de la psicologización de la educación con el reconocimiento de las diferentes psicologías en el desarrollo del educando”. (Ibíd.)

Este método de enseñanza se opone radicalmente a los anteriores, como el lancasteriano, el cual promulgaba el aprendizaje de la lectura a través del castigo y la memorización. Carmen Elisa Acosta habla de varios testimonios que evidencian la experiencia educativa, como el de Ricardo Carrasquilla en Lo que va de ayer a hoy:

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En general, las escuelas promovidas por la reforma del 70 se dividieron en cinco tipos: Primaria, primarias superiores de niñas, normales nacionales y seccionales, y casas de asilo. (Jaramillo Uribe, 1980, 266). Las escuelas o talleres de oficios no se promovieron mucho durante este periodo, y era de esperárselo, si se tiene en cuenta que las políticas librecambistas y el proyecto modernizador que tenían los liberales radicales iban de la mano con la creación de facultades de ingeniería en la Universidad Nacional de Bogotá (1867), la Universidad de Antioquia (1803), y la creación de la Escuela de Minas de Medellín (1887) con el propósito de formar una “clase empresarial moderna, capacitada para asumir el mando de los procesos productivos, de acuerdo con las normas de racionalidad capitalista” (Herrera, 66)

La reforma duró casi intacta durante seis años, pues se interrumpió con la guerra civil de 1876 que, según Jaramillo Uribe, se hizo en defensa de la religión. Fue así como varias escuelas y universidades se cerraron durante dos años. “El número de escuelas y estudiantes en 1880 era

inferior al de 1876: 1646 escuelas y 79123 estudiantes en el 76, 1395 y 71500 en 1880” (275). Pero el final definitivo de la reforma liberal se dio durante el periodo de gobierno del general Julián Trujillo (1878-1880), pues para el año 1878 la prensa comentaba sobre el fracaso de la reforma educativa y la gente comenzaba a exigir cambios. El primer paso que dio el general fue el de levantar el exilio de los obispos expatriados en 1872 y el derogar la ley que limitaba las actividades de la iglesia en los asuntos de Estado. Por supuesto, el cambio radical se llevaría a cabo con el primer gobierno de Rafael Núñez (1880-1884).

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Debido a que muchas de las políticas económicas de este periodo eran proteccionistas, el enfoque educativo se modificó: la creación de escuelas y talleres enfocados en la especialización de los oficios era una prioridad para el gobierno.

“La ley 12 del 19 de agosto de 1886 facultó al gobierno para organizar la instrucción pública. La ley 60 del 20 de noviembre de 1886 ordenó la fundación de dos Escuelas de Minas. La ley 45 del 11 de mayo de 1888 autorizó establecer en Bogotá dos escuelas de tejidos de algodón, de lana y de fique. En 1890 se creó en la capital de la República un taller modelo para la enseñanza de la herrería, fundición de metales, mecánica práctica y caldería. […] En 1892 se fundaron tres escuelas de artes y oficios […] Durante la gobernación del doctor Antonio Roldán, por Decreto del 20 de enero de 1888, se creó la Escuela de Artes y Oficios de Bucaramanga” (Cacua, 1997, 207)

Como ya se había mencionado, uno de los grandes problemas que tuvo la educación durante la Regeneración fue la falta de financiación en las escuelas públicas, lo que ocasionó una disminución de la población escolar, pues al finalizar el siglo, esta población alcanzaba la cifra de 144.667 estudiantes solamente (Lebot en Jaramillo Uribe, 1780, 278). El acceso a la educación, en general, se convirtió en algo privilegiado, ya que la otra opción de estudio, aparte de las escuelas públicas, eran las instituciones privadas dirigidas por comunidades religiosas. La gente que no podía acceder a ninguna escuela no tenía otro remedio que ilustrarse a través de la prensa. Ésta cumplió, especialmente en este periodo, un papel fundamental en la labor alfabetizadora y formadora. Ahora bien, la posibilidad de publicar durante la Regeneración fue menor en comparación con el periodo anterior, así, por ejemplo, hubo muchas revistas pedagógicas que fueron publicadas durante la reforma del 707, y eso se debió a las leyes que apoyaban la libertad de prensa. En contraposición, El artículo 42 de la Constitución de 1886, junto con el Decreto 151 del 17 de febrero de 1888 y, posteriormente, la expedición de la Ley

7E la dé ada de so esalie o las siguie tes pu li a io es edu ativas:

El Escolar, del Doctor José María

Quijano Wallis, y la revista Escuela Normal, dirigida por el ex presidente Manuel María Mallarino, las dos editadas en Bogotá. El Monitor, del Do to Ped o Justo Be ío, e Medellí . … E el “o o o, “a ta de , Da iel Rod íguez

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157 de 1896 y la de la Ley 51 de 1898, restringieron los contenidos de las publicaciones, es decir, aquellos que expresaran públicamente su desacuerdo con alguna instancia gubernamental o manifestara tener ideas “inmorales”, “anticatólicas” y “revolucionarias”, serían castigados con cárcel o multa. (Aguilera en Joven, 22)

Como se ha dicho, la prensa de mediados y finales de siglo XIX en Colombia tuvo un gran contenido literario. Ahora bien, si se tiene en cuenta que todo el movimiento editorial de mediados de siglo consolidó un público lector y que la práctica lectora en general, es posible si se sabe leer, se puede inferir que para finales de siglo el círculo letrado era mucho más amplio, a tal punto que su expansión llegó a sectores diferentes a la élite nacional8. Un ejemplo de esto son los círculos de lectura realizados en las sociedades artesanales (especialmente en Bogotá), en donde varios líderes letrados, como Félix Valois Madero, José Leocadio Camacho, Eugenio López, Saturnino González, Agustín Garay y Rafael Tapia se encargaban de la lectura pública de los periódicos artesanales, los cuales contenían información legal, comunicados oficiales, literatura, actas de las reuniones gremiales, publicidad, reflexiones, respuestas a artículos publicados en periódicos diferentes, entre otros. Esta labor educativa fue fundamental para la creación de un público lector literario. Sin embargo, hay que pensar que, como dice Carmen Elisa Acosta, “leer literatura es un oficio que se aprende con el tiempo, como una práctica que sólo es posible si se ha aprendido a leer” (1998, 35). La pregunta es, entonces ¿Acaso los artesanos analfabetas que oían las lecturas de los distintos periódicos (en los cuales, como ya se dijo, habían publicaciones literarias) no adquirieron ningún tipo de práctica lectora? ¿Se podría determinar algún gesto en la lectura asumido en el acto, esta vez, no de lectura, sino de escucha, asociado, claro está, al papel social que otorga a la literatura?

La lectura de prensa literaria (especialmente en Bogotá) fue un hecho fundamental para la creación de públicos lectores, y la educación fortaleció dicho proceso.

8Al espe to, Ca e Elisa A osta e io a ue los let ados , ge e al e te aso iados a Bogotá, o e a , e su

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“La educación se constituye en ese espacio privilegiado en el que la sociedad imprime en los diversos grupos una serie de gestos y hábitos que determinarán en el futuro su manera de apropiarse un texto y realizar su propia actividad lectora. Es por eso que se puede plantear la educación como el inicio de una larga selección, que en el futuro posibilitará el acto de leer literatura. Es allí donde se inicia ese aprendiz de lector que se activará cada vez que esté frente a un texto” (36)

Los procesos de aprendizaje se dieron de manera diferente en Bogotá. Carmen Elisa Acosta realiza el análisis de estos procesos en las escuelas, citando testimonios y autobiografías que datan las diferentes experiencias, como el texto de Ricardo Carrasquilla, ya mencionado. Además, cuenta sobre los manuales utilizados a mediados del siglo XIX para el aprendizaje de la lectura y la escritura; dichos manuales eran supervisados por monitores que exigían la lectura en voz alta de los textos. Hacia el año 45, el Manual de enseñanza mutua, elaborado por José María Triana, no era sólo una herramienta pedagógica para ejercitar la lectura y la escritura, sino que también contribuyó a reforzar el conocimiento cristiano. Este tipo de enseñanza fue acompañado con otro tipo de lecturas, como la de periódicos, las cuales se sugerían en las escuelas a las madres, con el fin de complementar la educación moral del niño. “El mundo de lo público se

constituyó entonces desde la infancia en el espacio por excelencia para la lectura” (37).

Leer en público fue entonces muy importante durante las últimas décadas del siglo XIX e hizo parte de la cotidianidad de la literatura9. La razón por la cual las lecturas públicas se hicieron populares (tertulias, dedicatorias, certámenes literarios) se debió a la posibilidad de control sobre los textos que permitían estas actividades. Además de esto, Acosta agrega que desde la niñez

“los individuos debían saber no sólo que la sociedad se dividía entre los que sabían y no sabían

leer, como que, y quizá lo más importante, existía una gran diferencia entre los que leían unas

cosas y los que leían otras […] Se trataba de la elección de las lecturas como una manera de

quehacer en la que se evidenciaba una actitud frente a la realidad y con esto la elección de una

forma de participación social”. (38) Esta diferencia fue motivo para que algunos sectores de la

9

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(34)

Capítulo 2

La experiencia pone en manos del pueblo sus males como para decirle: lo pasado es el libro de lo futuro.

GAUME

La prensa artesanal del siglo XIX, específicamente la que fue publicada durante el periodo de la Regeneración, tuvo varias características en común, como la motivación y el ideal editorial, que fueron los de dar una nueva impresión de la labor artesanal y hacer un llamado a toda la comunidad de artesanos para que se instruyeran y pudieran realizar sus trabajos manuales adecuadamente. Sin embargo, los diversos periódicos mantuvieron algunas diferencias, sobre todo en cuanto a las posiciones políticas e ideológicas. Se encontraban, por ejemplo, los periódicos nacionalistas, como El Artesano (1893-1894 y 1897), dirigido por Félix Valois Madero; El Taller (1887–1892) y El Grito del Pueblo (1897), dirigidos por José Leocadio Camacho; y El Trabajo (1894), dirigido por Simón Mariño. Existían también los de tendencia liberal radical, como El Amigo del Pueblo (1889), dirigido por Alejandro Torres Amaya. Los de tendencia conservadora, como La Alianza (1866 –1868), dirigido por José Leocadio Camacho y Ambrosio López. Y estaban los que no tenían ninguna tendencia en particular, como El Clamor Público (1898), dirigido por Julio Añez.

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las políticas limitantes de la Regeneración (la coerción de la libertad de expresión, de prensa y de reunión). En un segundo momento, tras haber transcurrido algunos años del proyecto regenerador, es decir, finalizando los años de 1880 y durante la década de 1890, una idea predominaba en la prensa, “fue la de que se vivía una grave crisis social por el efecto de la carestía y los salarios bajos” (Aguilera, 80), lo cual tendría como resultado la participación

artesanal en el motín de 1893 y el liderazgo de este sector en la revuelta de 1894.

En cuanto al primer momento, hay que decir que el apoyo a Núñez, recibido por la gran mayoría de artesanos, se debió a la desilusión de las promesas fallidas durante el mandato del general Melo. Sin duda alguna, el sector artesanal se sentía segregado de todo plan de gobierno y algunos de sus líderes, como José Leocadio Camacho, optaron por movilizar a la clase obrera, convirtiéndose en portadores de ideas y sentires comunes de los artesanos. La opción para reducir el conflicto partidista se encontraba en Núñez y en sus iniciativas sustantivas a favor de

los artesanos. “Entre ellas, el apoyo al Taller Modelo, la reforma del arancel y la creación del Instituto de Artesanos, decretado por el presidente en febrero de 1886” (Sowell, 198). Este

instituto tenía como objetivo la educación de los artesanos y sus familias. Recordemos que una de las prioridades y peticiones del sector popular fue la garantía del acceso a la educación, especialmente una técnica que lograra aumentar el conocimiento industrial para el trabajo.

El tema de la educación estuvo acompañado del de la prensa, debido a que, teniendo en cuenta las condiciones del sector popular durante la segunda parte del siglo XIX, fue la herramienta más eficaz para convocar a talleres, promover el interés de la gente por instruirse y permitir el acceso a las letras de manera económica o gratuita. Las reformas educativas liberales que surgieron en la década de 1860 dejaron un vacío, en cuanto a educación espiritual y técnica se refiere, que el sector artesano intentó suplir al establecer en 1865 un Colegio de Artesanos en las instalaciones del antiguo convento de San Francisco. Allí se enseñaban lectura, escritura, moral, religión e

idiomas, entre otras áreas. “El presidente Manuel Murillo Toro ofreció sus servicios a la escuela, como también lo hizo el Arzobispo Antonio Herrán, Lorenzo María Lleras, Teodoro Valenzuela

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Desafortunadamente, la escuela no estuvo bien consolidada y fue cerrada rápidamente. Este acontecimiento hizo que varios miembros del sector artesano manifestaran la necesidad de crear una escuela gubernamental de artes y oficios. En estas discusiones se encontraba José L. Camacho, el cual fue portador de varias peticiones a través de su periódico El Obrero (1864) que fue un medio muy útil para expresar el desacuerdo frente a la antipatía de la clase alta hacia los trabajadores manuales, la falta de ayuda estatal para la educación del pueblo y para realizar fuertes críticas hacia la clase dirigente. Este periódico intentó posicionarse como un periódico independiente y trató asuntos políticos y los problemas cotidianos de una manera letrada.

“Camacho era un hombre muy instruido, que ciertamente no usó el vocabulario del pueblo. Sin

embargo, habló el lenguaje de su clase, lo cual, indudablemente explica su rol de líder” (150)

Toda esta idea de la reivindicación de la imagen del artesano, del rechazo de la manipulación partidista y la necesidad de crear un círculo independiente que se ocupara exclusivamente del sector artesano dio origen a la Sociedad Unión de Artesanos (1866), la cual tuvo como base ideológica la acción política independiente. Su portador fue el periódico La Alianza (1866), el cual cesó de publicar desde el 14 de junio hasta agosto de 1867 y, posteriormente, desde septiembre hasta noviembre del mismo año. Camacho era uno de los editores, junto con el venezolano Manuel de Jesús Barrera. Escritores externos, como Manuel María Madiedo10, contribuían con regularidad a La Alianza.

Las presiones electorales por esa época no cesaban y el artesanado se encontraba en crisis, a tal punto que el sector se fracturó, quedando una parte de ellos con La Sociedad Democrática, firmes partidistas de Mosquera; otros hicieron parte de La Sociedad Popular, mucho menos influyente, y otros seguían siendo parte de la Sociedad Unión, la cual estuvo fragmentada.

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La Idea de la unificación del gremio artesano siempre estuvo en la mira de Camacho, desde su labor con los periódicos La Alianza y El Obrero, pues para él los artesanos debían permanecer unidos en razón de sus condiciones materiales y trabajar juntos. Por ningún motivo podían esperar la ayuda de ningún otro sector social. Lo más importante de estas publicaciones es el ideal de nación que construyeron a partir de las necesidades de los sectores menos favorecidos. Al respecto, Sowell menciona:

Los artesanos desarrollaron el concepto de nación desde su propia visión de una sociedad justa compuesta de elementos sociales concordantes, en la que en primer lugar estaban los productores y los consumidores. El estatus del artesano en la nación provenía del trabajo, el cual era considerado como fundamental en cualquier sociedad […] Camacho ilustró el funcionamiento “adecuado” de la propiedad planteando que los trabajadores producían mediante su labor y sus habilidades, mientras los consumidores originaban capital para circular. Camacho enfatizó que el obrero pobre tenía la obligación de trabajar y producir, mientras que el rico debía consumir y estimular las artes. Cuando la función social de la propiedad se cumplía, ni el rico ni el pobre abusaban de su rol; un equilibrio existía entonces entre productores y consumidores. (160)

Esta visión general de la manera en la que se situaron los artesanos en la sociedad permeó la mayoría de periódicos artesanales, de tal manera que uno de los temas constantes fue el de la

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A juzgar por la generalidad de las construcciones que dejaron los colonizadores hasta la época de la independencia, y los edificios hechos anteriormente, hasta el año 1847 en que vino a Bogotá el arquitecto inglés Tomás Reed, los constructores carecían de los más triviales nociones en la materia […] “media vara no es deslome”, era el aforismo empleado para contestar la observación que se hiciera al maestro albañil de que la casa podría irse al suelo por la inclinación de las paredes. (816)

Sin embargo, el autor continúa diciendo que son muchos los casos de su época que demuestran destreza y pasión por el trabajo que hacen. Esto, por supuesto, se debe a la formación empírica y al amor al arte que permitió llevar a cabo obras maestras como la construcción de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, en Chapinero, por el artista Julián Lombana. En este punto hay que recalcar la importancia del esfuerzo empírico de los artesanos en varios aspectos: su formación intelectual y técnica, pues antes de que apareciera el Instituto de Bellas Artes (1882), fundado

por la Ley 67 de dicho año, “a virtud de esfuerzos hechos por el infatigable artista Don Alberto Urdaneta y Don Pedro Carlos Manrique” (818), uno de los reclamos de este sector era el de la

falta de educación especializada para los trabajadores manuales. Otro sector bastante criticado era el gremio de sastres y zapateros:

Los primeros tenían fama de inclinar las “tiseras” al lado favorable a sus intereses y los segundos protegían el oficio cortando el cuero a la raíz de la costura del zapato, para ocultar lo cual disimulaban tapando el daño con cera […] Estos oficios se reputaban humildes; a los sastres los llamaban “remenderos” y a los zapateros les aplicaban el siguiente versito: “Zapatero tira cuero, Bebe chicha y embustero!” (818)

Las “defensas” de artesanos en los distintos periódicos de la época fueron frecuentes durante

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constante movilización para fomentar la capacitación y la educación de la clase trabajadora. En el artículo “Nos defendemos”, publicado en El Taller, el líder artesanal Félix Valois defendió al gremio de una acusación que salió en un artículo llamado “Crisis actual”, en el periódico La Nación, por un tal C.M.C11. El rechazo se debe a la agresividad con la cual se dirigió el señor C.M.C. a los artesanos, comenzando por asociar la carecía de las obras con la lentitud de los trabajadores y la carecía de los materiales, también acusó a los artesanos de no hacer muebles duraderos y por cobrar caro por una obra. En la respuesta de Félix Valois estos hechos se atribuían a la carecía de los materiales, que eran extranjeros. Hubo una segunda acusación en el artículo: la connotación de “ignorantes” con la que se refiere el señor C.M.C. a los trabajadores manuales. Valois replicó con el argumento de que todas las personas eran ignorantes en la medida en que cada una tenía un oficio determinado al cual se debía dedicar y que era imposible tener noción de todas las disciplinas. Sin embargo, el carpintero resalta el esfuerzo de algunos miembros del gremio por poner interés a su educación, recalcando la importancia de la instrucción moral y religiosa. Finaliza haciendo una reflexión sobre la condición social del obrero en general, refiriéndose al ardor de sus antepasados en la empresa de la independencia para conseguir la igualdad. Hace un llamado a todos por velar en favor del mejoramiento de las condiciones de vida de este sector, diciendo que no hay que criticar y juzgar, menospreciar y desvalorar este oficio:

Aplaudimos la idea de que se establezcan escuelas de Artes y Oficios, y que en ellas se dé enseñanza religiosa y moral. La religión no sólo es útil, sino esencialmente necesaria, pues ella es el único medio que hay para dirigir bien la conciencia, formar hombres honrados de provecho, y la única que da valor, resignación y constancia para oponerse a las contrariedades de todo género que siempre se presentan en el difícil camino de la vida. (El

Taller, 1887, 122)

Es durante el segundo momento (finalizando los años de 1880 y durante la década de 1890) que las preocupaciones anteriormente mencionadas producen una verdadera batalla que superó las

discusiones dadas en la prensa. Gracias a una serie de artículos titulados “La mendicidad”,

escritos por Ignacio Gutiérrez y publicados en el periódico Colombia Cristiana, entre el 14 de

11

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diciembre de 1892 y el 4 de enero de 1893, la clase trabajadora tuvo una reacción inmediata, comenzando por la élite artesanal, al rechazar el desconocimiento del esfuerzo de los artesanos

por sobresalir, “la holgura económica y cultural de sus familias y sus importantes conexiones con los gobiernos y los partidos políticos” (Aguilera, 150). En un segundo momento esta ira se

propagó entre artesanos pobres y otros trabajadores de la ciudad.

El artículo de Gutiérrez hablaba sobre la miseria de los artesanos y otros trabajadores de la ciudad, adjudicando el problema social a un problema moral y religioso. La iniciativa del escritor se resumía en proponer un método de amparo; algo así como la creación de una asociación con la cual se pudiera mantener el orden social mediante el ejercicio por la clase alta de un poder civilizador y moralizador sobre los trabajadores. Por supuesto, esta propuesta fue una gran ofensa para un sector social que no ubicaba las causas de la pobreza en niveles no exactamente

morales y espirituales. Muchas veces algunos artesanos pusieron de manifiesto que “la miseria

que los acosaba provenía de las excesivas contribuciones de papel moneda. Como solución no pedían caridad; les bastaba con el replanteamiento de la política gubernamental y el

reconocimiento del „derecho natural‟ a la alimentación” (148).

En medio de esta agitación surgió la protesta urbana de 1893 que respondió a la ofensa expuesta en el artículo de Gutiérrez. Sin embargo, el motín no fue dirigido por los artesanos de la élite, a pesar de sus manifestaciones de desacuerdo, puesto que ellos hacían parte del Partido Nacional. Sus intenciones iban encaminadas a hacerse escuchar y denunciar la discriminación y el ultraje público que cometían hacia la clase trabajadora. Tres meses después del motín, Félix Valois Madero expondría estos mismos argumentos en su periódico El Artesano, el cual dedicó sus primeros números a resaltar figuras de artesanos importantes por medio de bocetos biográficos. Además de esto, la Sociedad Filantrópica de Bogotá, dirigida por José Leocadio Camacho, realizó un manifiesto que fijó la mentalidad de los artesanos, especialmente los conservadores, pero que ante todo rechazaba los términos de la relación entre la clase alta y el pueblo:

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