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Un general y un soldado

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Academic year: 2017

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María José Moreno Restrepo

Trabajo de grado presentado para optar por el título de Maestro en Artes Visuales con énfasis en Expresión Plástica

Asesor: Andrés Matute Echeverri

Pontiicia Universidad Javeriana Facultad de Artes

Bogotá, junio de 2014

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Indice

Introducción

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Capítulo 1: Relato personal

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Capítulo 2: Logoterapia

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Viktor Frankl Logoterapia

C

apítulo 3: Trastorno obsesivo compulsivo 17

Capítulo 4: Proceso pictórico

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Primer Mandato

Dos autorretratos, El general y El soldado

Capítulo 5: Proceso audiovisual

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Mis miedos Mis pensamientos

Conclusión

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Bibliografía

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Este proyecto comienza desde mi más temprana infancia, per-mea mi crecimiento y me afectará a presente y a futuro. Este proyecto contempla mi decisión de haber elegido el camino del arte en orden de comprenderme a mi misma y saber extender ese conocimiento hacia mi círculo familiar, social y con suerte hasta todos los demás círculos. Crecí en el seno de una fa-milia antioqueña profundamente arraigada a sus costumbres. Desde pequeña me inculcaron el sentido del deber, “el deber ser”. Cuando pensé que tenía la edad de comprenderlo comen-cé a organizar y cuadricular mi vida de manera compulsiva y aquellas compulsiones pasaron inadvertidas durante muchos años. Sin embargo éstas se acrecentaron hasta el punto de en-marcarse en un trastorno de ansiedad que se conoce como el Trastorno Obsesivo Compulsivo (en adelante TOC).

Si bien el trastorno no es considerado una enfermedad pues no presenta síntomas físicos, es espiritualmente doloroso para aquel que diariamente lo afronta. A medida que comenzaba a entenderme y aceptarme conocí la obra de un célebre neuró-logo y psiquiatra vienes llamado Viktor E. Frankl, fundador de la “Tercera escuela de Viena de Psicoterapia”, más conocida como Logoterapia, que se caracterizó por “el cuidado médico del alma” desde de las bases de la ilosofía existencial.

Este proyecto parte entonces de un interés por proponer la re-lación entre el arte y la Logoterapia, poniendo de maniiesto el Trastorno Obsesivo-compulsivo donde subyace una pregunta base ¿Cómo puedo entender, desarrollar y plasmar el arte a través de la exploración de mi dimensión psicológica y espi-ritual? Desde este punto comencé a indagar sobre cómo

desa-rrollar un método de creación plástica y audiovisual, a partir de la psicoterapia empleada en la Logoterapia.

En este orden de ideas desarrollaré este texto de apoyo teórico de la siguiente forma: comenzaré con mi historia personal a manera de lujo de conciencia para contextualizar no sólo la evolución del trastorno, sino también la relación con el entor-no, mi voz, pensamientos y subjetividades. En segundo lugar realizaré una introducción de carácter biográico sobre Viktor Frankl que es mi autor a tratar. Considero importante refe-rirme a su vida, ya que mediante ésta es posible entender el por qué de su doctrina y pensamiento. A continuación ahon-daré en el tema de la Logoterapia, explicando sus orígenes, las problemáticas que abarca y cómo lo relaciono con mi hacer creativo. Luego dedicaré un capítulo al Trastorno Obsesivo-compulsivo (TOC), en el que analizaré las causas y manifesta-ciones que subyacen en su naturaleza de manera paralela a mi historia.

Mi trabajo práctico se divide en tres partes: un díptico, dos autorretratos y dos piezas de video. Aunque todas ellas conver-jan teóricamente, su desarrollo obedece a tres tipos de terapia que se entrelazan en el montaje de la obra. En primer lugar hablaré del desarrollo del díptico, la relación con los materia-les escogidos y de qué forma éste evidencia el TOC desde la óptica psicoterapéutica. En segundo lugar explicaré mi pro-ceso de creación de autorretratos a través de la psicoterapia y sus correspondencias. Más adelante abarcaré el tema de la “acción” desde la terapia de la intención paradójica propuesta por Frankl. A través de dicho método desarrollé dos piezas de video: mis miedos y mis pensamientos.

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Mi infancia transcurrió tranquila entre Medellín y la inca ga-nadera de mis abuelos. El sentido de perfección propio de mi familia se me presentó de innumerables formas a través de sus integrantes. La austeridad siempre fue una constante en medio de la comodidad, que no palpamos hasta que cada uno llegó a la edad suiciente para construirla; como también lo fueron el agua de panela y la sed saciada, el campo, sus historias y el vértigo de la ciudad, el deber, la honestidad y el trabajador pujante cuyos méritos no se miden en tierra, sino en las manos con que se trabaja.

Mi historia comienza entonces por la perfección. En mi in-fancia fui la mejor estudiante, mis cuadernos eran impecables, aprendía todo de memoria y cada día practicaba mi caligrafía. Me encantaba bailar, cantar, actuar, tocar lauta, batería, nadar, leer, hacer gimnasia olímpica y sobre todo, hacerlo de la me-jor manera posible; aprendí a montar a caballo justo cuando di mis primeros pasos y me exigí a afrontarlos a pesar de que siempre les tuve un miedo aterrador.

Pero el miedo fue y sigue siendo una constante en mi vida. Tengo miedo de los espantos, las apariciones, los monstruos del folclor antioqueño, las presencias, las animas, la oscuridad, las incas viejas, el campo en la noche, los apartamentos viejos, las películas de terror, las arañas, las cucarachas, las avispas, las agua malas, los caballos, las culebras, las morenas, los toros, las barracudas, los ríos y los caimanes. Hasta los diecisiete años dormí con mis padres y la primera vez que fui a un psicólogo me acaba de ver el exorcista y estaba petriicada. El miedo me ha costado muchísimas lágrimas y desilusiones, soy casi in-capaz de enfrentármele, pues me ciega, imposibilita, paraliza, marea y agita.

El orden fue y sigue siendo la segunda constante de mi vida. Hasta el día de hoy llevo un orden estricto en mis cuadernos: la caligrafía nunca cambió, sigue siendo escuelera, pequeña y pulida. Pero el orden en mi infancia, fue mucho más que un deber.

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Todas las actividades que realizaba en mi niñez seguían un or-den rígido frente a un horario inlexible y diario: cinco minu-tos para aprenderme los verbos en alemán, ocho minuminu-tos para tender mi cama, tres minutos para lavarme las manos, una hora para sacudir, limpiar, secar, organizar por colores y con regla mi closet, una hora para ver la novela, una hora para practicar mi lexibilidad, una hora para leer un libro. Yo era mi jefe y mi empleado, yo era Mi general y Mi soldado. Era un juego apasionante, me daba órdenes y las cumplía, me cas-tigaba y era feliz pagando mis penas. El general predominaba por aquella época, su chaqueta era muy grande para una niña de mi edad, pero eso no importaba, solo me interesaban sus órdenes, pues éstas me conducirían a la virtud. Entonces la-vaba y limpiaba y barría y volvía a barrer, en una esquina y en la otra, y en la demás allá.

Pasaron los años y aquel general que alguna vez perteneció a mis juegos como una igura amable se apoderó de mi tiempo, de mis pensamientos. Por la carga académica que acarreaban los primeros años del bachillerato no tenía tiempo de organi-zar entre semana. Y el orden para mí no era a medias, era es-tricto, completo, rígido y absoluto. El general me atormentaba con castigos inclementes los ines de semana y las rutinas de orden llegaron a ser un suplicio: el soldado debía lavar, aspirar una dos y treinta veces, sacudir, tender la cama, volverla a ten-der, volverla a tenten-der, volverla a tenten-der, volverla a tenten-der, hacer las tareas, aprenderse todo de memoria. Me lavé y me lavé y me lavé las manos hasta que se me pelaron. Mi cuarto era el santuario de los castigos, era el campo en el que se enfrentaban el general y el soldado. Poco a poco ese soldado quedó redu-cido a un vil esclavo y el general se convirtió en un déspota; el desorden en mi vida iba creciendo y con ello la ansiedad, el tiempo era tan corto que se quedaba corto, ya no tenía tiempo, el déspota me lo había arrebatado por castigo a no cumplir mi castigo. ¿Y mi baile? ¿Y mi canto? ¿Los deportes, los

instru-mentos, el estudio? No tenía nada, solo no tenía tiempo.

Una igura femenina y amable se me presentó. Ella era espe-cialista en guerras internas y estaba de parte del soldado, pues sabía del daño que me hacía el general. Nos sentábamos tar-des enteras a conversar y me regalaba su tiempo, para que yo pudiera usarlo mis ines de semana en otras actividades que no fueran ordenar. Una tarde nos despedimos y nunca más la volví a ver. El general de quince años fue derrocado en un gol-pe de estado y en un decreto sin palabras ni pagol-pel, se declaró la no utilización de leyes y normas para regir mi ser.

Sin saberlo aún había comenzado el reinado del caos que gobernó durante seis años. Una iel aliada del soldado que aho-ra estaba libre, eaho-ra la ansiedad, la esencia misma de aquel per-sonaje. La ansiedad era una estancia vacía de quince años, un reloj sin horarios, una inyección de vacíos. Ella era caprichosa, temeraria y manipuladora. Poco a poco fue tomando las rien-das de mi mente convenciéndome con artilugios y diciéndome al oído que era libre y por lo tanto debía actuar en consecuen-cia con mi libertad. Y mi libertad consistía en el derroche de mi tiempo. El soldado vivió a la deriva, bebió alcohol y comió desaforadamente en bacanales romanas que tenían lugar en mi cuarto, se escapaba de mi cuerpo, hablaba más de la cuenta, era imprudente, tosco, impulsivo y aún no conocía los límites de su voracidad. El soldado estaba complacido, todos estaban complacidos y a su vez eran cómplices de la ansiedad. Mien-tras tanto el general lloraba en un rincón de mi mente, lamen-tándose profundamente por sus inconscientes abusos y barrió con nostalgia sus pesares durante varios años.

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cómodo y además se sienta tranquilo; pero yo aún conservaba al general, añoraba su orden, rigidez y su templanza.

Lo más doloroso de la transición al caos fue que me diagnosti-caran una enfermedad, ¿Era posible que me enfermara por mi forma de comer, por las bacanales extravagantes que se lleva-ban a cabo en mi cuarto? ¿A caso los doctores no entendían que por encima de mi vanidad se ubicaba aquel soldado an-sioso y desenfrenado?

Un cuarto, cuatro personas, mis papas, una cinta de video que se desenrollaba lentamente revelando cuadro a cuadro mis escenas más íntimas: la batalla campal, las bacanales, la eufo-ria, la repetición, volverla a tender, volverla a tender, volverla a tender. Supliqué que se callaran, que no les contaran más, el soldado era mío, el general era mío, era Mi juego, solo era mi juego. No quiero ser adulta para hablar de enfermedades, ¿Cómo así que Litio? ¿Cómo así que centro de rehabilitación? ¡Cállense! Les suplicaba llorando, ustedes son mis psiquiatras, ¡No es justo! ¡No es justo! Es un juego, es solo un juego... Sali-mos de aquel cuarto, entre sollozos les supliqué a mis padres que solo necesitaba unos meses sola para que el general y el soldado se reconciliaran. Ellos lo entendieron, entonces me fui.

Recuerdo aquellos meses de soledad, cuando las paredes oían mis lamentos y los dejaban pasar, cuando la música llenaba mis espacios de silencio. Leí, pinté y escribí y esculpí y co-ciné y dibujé y miré películas hasta el cansancio. Sobre todo recuerdo la hora de comer bajo una luz tenue en una mesa de madera cuadrada y simplona. El general y el soldado se sen-taban frente a frente y sin pronunciar palabra alguna comían raíces chinas con galletas y de sobre mesa un café. ¡Cuánto añoraba el soldado un poco de mantequilla y mermelada para sus galletas tan simplonas como la mesa y tan insípidas como el paladar del general!.

El único momento de conciliación era cuando fumaban largas horas luego de mi trabajo extenuante del día. En aquellos mo-mentos el general le permitía al soldado poner la misma can-ción una y otra vez, en eso estaban de acuerdo, en la repetican-ción. No sé cúantas horas lloré en silencio, a gritos, en una esquina de la cocina y dentro de mis cobijas. Lloraba también mientras me miraba al espejo y veía retratada a la niña de la infancia, cuando solo jugaba porque era un juego…este era mi juego y de nadie más. Y nunca lloré por el general ni por el soldado, lloré porque a veces hay que llorar.

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Viktor Frankl

“Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras de gas con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios.”1

Viktor Frankl fue un reconocido neurólogo y psiquiatra judío nacido en 1905 en Austria. En 1942 durante la Segunda Guer-ra Mundial es tGuer-rasladado junto con su esposa y padres a Aus-chwitz, un campo de concentración ubicado en Polonia famo-so por los crueles métodos de muerte y tortura. Más adelante es transferido a dos campos de concentración que hacían parte

1 Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág 74.

de Dachau. En 1945 luego de su liberación escribe el libro “El hombre en busca del sentido”, en el que narra su experiencia en calidad de prisionero y psiquiatra en los campos de concen-tración. En aquel libro Frankl expone su experiencia personal desde una perspectiva a mi juicio muy particular, pues no se enfoca en los métodos de tortura ni en los suplicios diarios, sino en cómo él a pesar de las circunstancias tan adversas y aterradoras, enfrenta la deshumanización, el hambre y el suf-rimiento de la forma más valerosa posible.

Cuando un prisionero pisa por primera vez un campo de concentración, la muerte y la tortura se convierten en una constante generando así una incesante apatía en cada uno de los prisioneros. La apatía se puede deinir como un estado de indiferencia hacia la vida y hacia el destino, ahí subyace la represión interna de algún sentimiento plácido o alegre y esto converge inalmente en una “especie de muerte emocional”. El prisionero simplemente no encuentra el porqué de aquella situación y entonces desiste de su lucha por el “cómo”. Pero

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Frankl abatido por el hambre, las yagas en los pies, el frío, el cansancio y el maltrato, emprende una búsqueda espiritual para encontrar un por qué y llegar a él a través de su mente, a esto lo titula la “Libertad interior”.

Éste relexiona también sobre cómo tras la liberación, el senti-do de deshumanización y la apatía, siguen latentes hasta cierto punto en cada prisionero, hasta llegar a la desilusión “Allá en el campo todos nos habíamos confesado unos a otros que no podía haber en la tierra felicidad que nos compensara por todo lo que habíamos sufrido. No esperábamos encontrar la felici-dad, no era esto lo que infundía valor y confería signiicado a nuestro sufrimiento, a nuestros sacriicios, a nuestra agonía. Ahora bien, tampoco estábamos preparados para la infeli-cidad. Esta desilusión que aguardaba a un número no desde-ñable de prisioneros resultó ser una experiencia muy dura de sobrellevar y también muy difícil de tratar….”2

En la vida del campo había prisioneros tan sádicos como los oiciales y así mismo había oiciales tan decentes como los pri-sioneros. Es muy pertinente la pregunta que hace Frankl so-bre éste tema: “Pero, ¿y qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad espiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado?...Y, lo que es más importante, ¿las reacciones de los prisioneros ante el mundo singular de un campo de concentración son una prueba de que el hombre no puede escapar a la inluencia de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad de elección?”

A lo anterior Frankl contesta: “El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental,

in-2 Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág 54

cluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física. Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suicientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino”…”Dostoyevski dijo en una ocasión: “Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”” 3

Considero pertinente esta primera relexión sobre la vida de Viktor Frankl, porque es gracias a él y a su escuela de pensa-miento que fundamento mi proyecto de grado. Mi interés en Frankl radica en el hecho de poder abordar el tema del trastor-no como una situación, una circunstancia que trastor-no sólo se basa en una anomalía de mi comportamiento, “campo de concen-tración”, sino que hace parte del aprendizaje y la madurez que poco a poco se va gestando en mi vida, “elección”. Siendo mi contexto diametralmente opuesto al de Frankl, conlleva tam-bién mucho dolor y desilusión. La problemática que él plantea se centra en cómo nos enfrentamos al dolor y en qué me-dida éste adquiere un sentido para nosotros. En este orden de ideas decidí plasmar mi sufrimiento en el cuento que acabo de relatar para entenderlo, tomar distancia y mediante el arte poder entablar un diálogo con él.

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Logoterapia

Antes de explicar en qué consiste la Logoterapia, quisiera aclarar que mi trabajo está basado en técnicas de psicoterapia propias de esta escuela. Pero no quiero plantear la Logotera-pia sólo desde el punto de vista psicoterapéutico, sino a través del arte, de la pintura y de la acción registrada en video. Qui-ero entenderla desde la pintura, porque a mi juicio esta es una técnica absolutamente visceral, que entabla un diálogo inexplicable conmigo misma, que abarca todos los espacios, todas las emociones y las contradicciones. También porque mi pintura es un acto ritual y requiere de tiempo y sobre todo de paciencia. La paciencia que a su vez es el elemento primordial para afrontar, entender y plasmar un trastorno de la natura-leza del que propongo.

Por otra parte la acción registrada en video, es otra forma de enfrentar al ritual desde la documentación de un tiempo y un espacio determinados, en el que pongo mi cuerpo al servicio del instante registrado. Es también la manera de estar presente, y a su vez de presentar ante el espectador esa faceta dual de mi privacidad. Pintura y acción funcionan a manera de espejo y ambas devienen del alma, pero a mi juicio cada una tiene una función diferente en cuanto a la terapia, y a su vez una connotación distinta: en la pintura el sujeto está implícito en el objeto, pero en la acción del video es el sujeto el foco consti-tutivo del trabajo.

Ahora bien, retomando el tema, Viktor Frankl desarrolla una nueva forma de psicoterapia a la que llama Logoterapia. El té-rmino Logos proviene del griego y signiica “sentido,

signiica-do o propósito”4 . La Logoterapia parte de la base de que el

ser humano es un ser en busca del sentido; ésta se centra en la exploración del signiicado de la existencia humana mediante un relexión profunda sobre la libertad, el sufrimiento y sobre todo la responsabilidad de asumir cada acto con conciencia y dignidad. “El logos no es algo que nace de la propia existencia, sino algo que hace frente a la existencia”5

En la terapia, el tratamiento que se le da a cada persona no está determinado por una norma de “cómo debe tratarse” sino como un “…arte de improvisación de acuerdo a la problemáti-ca concreta de problemáti-cada paciente bajo la luz de una imagen digna del hombre”6 . En este punto quisiera establecer un paralelo

en-tre la Logoterapia y el arte a saber, el artista que realiza su obra está permeado por una condición social, económica, política o existencial que lo arraiga e impulsa a ahondar y expresarla mediante su obra. En el arte actual no existe una “receta” sobre cómo fabricar una obra: la obra es un proceso, es un resultado y también es un asunto relacional que reorganiza temporal-mente el mundo que habitamos y deja una marca en cada per-sona.

Siguiendo con la relexión sobre la Logoterapia, Frankl dis-tingue tres planos del ser humano, el plano físico, el anímico y el espiritual. Según la versión de Elizabeth Lukas, alumna de Frankl, “Se trata de los planos que conforman la vida, de la percepción de las metas y los procesos de la voluntad, de la sensibilidad respecto a las cuestiones de sentido, al principio moral y a las experiencias religiosas. Se trata de la dimensión

4 Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág 56

5 Ibid. Pág 56

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de la intuición artística y de la inspiración cientíica”7

(ne-grillas fuera de texto)

Por otra parte Frankl airma que uno de los padecimientos más comunes en los siglos XX y XXI es la denominada crisis “noógena” (frustración o vacío existencial8). El vacío puede

en-tenderse desde varios factores: por ejemplo la automatización en el mundo genera más tiempo libre y el mal manejo de ese tiempo libre se maniiesta en tedio. El tedio conlleva al hastío y a la falta de sentido, entonces las personas suelen recurrir con mayor frecuencia al psiquiatra y a las pastillas, en lugar de enfrentarse a través de ellos mismos sobre “la falta de con-tenido en sus vidas”. Es ahí cuando requerimos de la voluntad de sentido que Frankl deine como “…aquello que nos impulsa a actuar de manera consecuente y racional, no de acuerdo a impulsos morales, religiosos o instintivos, no para tranquili-zar la consciencia, sino por el amor por una causa con la que se identiica”9 ; “el sentido es siempre una llamada concreta a

una persona concreta para que mejore lo que solo ella puede mejorar”10

Ahora bien, la Logoterapia tanto en mi trabajo como en mi vida es un medio de exploración y auto-trascendencia. En el marco de mi proceso creativo, la meta con cada ejercicio que forma parte de la obra, es una psicoterapia realizada por mí y

7 Lukas, E. (2008). Viktor E. Frankl, El sentido de la vida. Barcelona: Plataforma Edito-rial.Pág 79

8 “El término existencial se puede utilizar de tres maneras: para referirse a la propia (1) existencia; es decir, el modo de ser especíicamente humano; (2) el sentido de la existen-cia; y (3) el afán de encontrar un sentido concreto a la existencia personal, o lo que es lo mismo, la voluntad de sentido.” Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág 58

9 Frankl, V. E. (1991). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág 58

10 Lukas, E. (2008). Viktor E. Frankl, El sentido de la vida. Barcelona: Plataforma Edito-rial. Pág. 84

pensada especíicamente para relexionar sobre cada aspecto del TOC en relación a una época de mi vida y de mi madurez.

Mi trabajo consistió en traducir mi interés en la Logoterapia al lenguaje del arte, a su simbología y reinterpretación. Por esta razón el soporte, el material, el medio y el espacio no pueden ser gratuitos, por el contrario, estos deben ser los medios y la razón de la terapia.

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El trastorno Obsesivo-compulsivo es un trastorno de ansie-dad, determinado por la presencia de pensamientos intrusos u obsesivos que se maniiestan en conductas repetitivas o com-pulsiones. Generalmente aquel que lo padece es plenamente consciente de éste y sabe que es un problema porque le afecta tanto en el plano emocional como en su núcleo social y famil-iar.

El TOC se caracteriza por el “perfeccionismo, rigidez, inde-cisión, excesiva dedicación al trabajo y diicultad para expresar emociones”1 y su factor común es la inestabilidad emocional.

Usualmente este trastorno es tratable, pero parcialmente cur-able y puede darse en parte por contribución hereditaria. Uno de sus problemas característicos es la “rumiación obsesiva”, que consiste en pasar largas horas pensando en problemas de índole familiar, religioso, social o ilosóico, que a su vez

rep-1 Enrique Echeburúa, P. d. (rep-1999, vol.25 n°rep-102). Avances en el tratamiento cognitivo-conductual. En Análisis y modiicación de conducta (págs. 586-614). Universidad del País Vasco.Pág.590

resenta una gran pérdida de tiempo, pues la “rumiación” está cargada de miedos y angustias, más no de respuestas concretas o trascendentales.

Deteniéndome un poco sobre lo que compone el trastorno entraré a deinir los conceptos básicos:

“Las obsesiones son pensamientos, impulsos o imágenes re-currentes y persistentes que son experimentados (al menos inicialmente) como intrusos o inapropiados (egodistónicos) y que causan ansiedad o malestar acusados.”2 . Durante éstas se

puede experimentar una especie de “anticipación de conse-cuencias negativas”, es decir, un miedo de antemano a sufrir un daño o una muerte si no se lleva a cabo un ritual, pero en otros casos solo se experimenta un malestar si el ritual no está bien elaborado.

2 López, A. B. (2005). Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Barcelona: Universitat de Barce-lona, Facultad de psicología. Pág.3

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Las compulsiones son “acciones o rituales mentales repetitivos que tienen la intención de aliviar la alicción causada por las obsesiones”3 y “….están dirigidas a no proporcionar placer,

sino a prevenir o reducir el malestar (o el aumento de éste)”,

pueden ser conductas de carácter motor o pensamientos re-petitivos para intentar neutralizar la obsesión. Una persona tiende generalmente a suprimir sus obsesiones mediante las compulsiones generando un círculo vicioso, siendo las obse-siones su detonante.

En mi caso particular, durante mi infancia personiiqué las ob-sesiones mediante la igura de un general, quien no era pro-piamente un hombre de alto rango, era una visualización mía, de mayor edad y ejerciendo diferentes roles de autoridad. Las compulsiones estaban personiicadas en el soldado, éste era un personaje más difícil de visualizar, a mi juicio era inferior, cumplía las órdenes, podía ser yo en pijama, una esclava ha-rapienta o simplemente en un día cualquiera. En ningún mo-mento experimenté un miedo anticipatorio a los rituales, pero el hecho de no realizarlos o de no hacerlos bien, me producían un gran malestar.

En un principio las obsesiones se hicieron evidentes gracias los rituales de contar, tocar, imaginarme a los seres queridos muertos, la contaminación y también los rituales de “orden, simetría y exactitud”. Esta última obsesión me condujo en la temprana adolescencia a adquirir una tendencia que se conoce como lentitud compulsiva en la que “Actividades cotidianas como levantarse de la cama, asearse y vestirse pueden llevar horas debido a la necesidad de seguir un orden programado”.4

3 López, A. B. (2005). Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Barcelona: Universitat de Barce-lona, Facultad de psicología. Pág.7

4 López, A. B. (2005). Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Barcelona: Universitat de Barce-lona, Facultad de psicología.Pág 6

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“Primer mandato”

“Creo que el arte no depende tanto de la creación del espacio para el arte sino de la creación del tiempo para el arte. Es muy importante que esta generación del tiempo para el arte empiece por el mismo artista en su generación del tiempo para generar arte. Parte de mi trabajo consiste en jugar con la rapidez, con la lentitud, con el tiempo del trabajo en cada pieza”

Gabriel Orozco

Para el trabajo pictórico “primer mandato” partí de dos cuest-ionamientos: ¿Cómo puedo a través de la psicoterapia y medi-ante la pintura, ejempliicar un rasgo del TOC? ¿Cómo hacer que dicha pintura sufra por así decirlo, el desgaste emocional y físico que representaba aquel rasgo? Con esta óptica decidí utilizar la primera manifestación del trastorno que consistió

en una orden tajante de limpieza que el General ejercía sobre el Soldado. En este caso el pensamiento intruso u obsesivo era “el temor a la suciedad” y la compulsión era limpiar. En este or-den de ideas tomé como referente una imagen de las baldosas de mi inca, que era el lugar donde comenzó el juego y procedí a pintarlas sobre un lienzo de 2 m por 1.50 m durante un mes. Una vez inalizado el cuadro puse la tela en el suelo y durante muchas horas lo limpié una y otra vez, con un procedimiento rígido y sistemático como mis planas: primero lo barrí de iz-quierda a derecha, luego lo trapeé, a continuación lo estregué con un cepillo y detergente, después lo volví a trapear con limpia pisos y así sucesivamente. Repetí este procedimiento hasta que la pintura comenzó a desprenderse del lienzo y así obtuve un resultado no homogéneo, pues lo que había pintado a comienzos de mes ya estaba absolutamente seco.

Un tiempo después decidí realizar un cuadro exactamente igual al anterior, esta era “la orden”; el Soldado empleó días

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y noches en pintar las mismas baldosas sobre una tela igual y con las mismas medias, pero esta vez no las limpió, dejó el cuadro intacto, cumpliendo sus órdenes.

Estos cuadros representan en primer lugar mis manos antes y después de padecer aquella obsesión por la limpieza; en un principio ellas estaban perfectas, pero comencé a lavarlas una, dos, treinta y hasta cien veces por día. A medida que transcu-rría el tiempo se deterioraron, pelaron y sufrieron una der-matitis de contacto. En segundo lugar los cuadros expresan la dura carga emocional que representa el TOC, el desgaste físico, el cansancio mental y la importancia de tener algo que hacer, una tarea repetitiva y automática como es el ritual. En la Logoterapia es fundamental enfrentársele a los padecimientos, sin que la acción sea dañina.

En una investigación que realicé sobre un centro de psicote-rapia y rehabilitación1, basado en la Logoterapia, había una

paciente con TOC que temía que las cosas no estuvieran bien alineadas. Por esta razón a la joven se le pidió alinear los cuad-ros de la casa una y otra vez durante un día entero y por otra parte se les pidió a los integrantes de la casa desalinear los cuadros si se topaban con ellos. Entre más repetitiva, tediosa y agotadora se tornaba la tarea, más sentido iba cobrando para aquella joven la idea de lo insensato que podía llegar a ser un ritual.

En consecuencia, podría decir que mi psicoterapia consistió en pintar casi que artesanalmente y sin rasgos expresivos las baldosas durante más de un mes, y luego “perder el trabajo” limpiándolas durante unas horas, para nuevamente volver a pintar el mismo cuadro. De esta manera “inlingí” en el

1 Fundación Colectivo Aquí y Ahora. Dirección: Efrén Martínez Ortíz. Link http://www. colectivoaquiyahora.org/

cuadro mi ritual y pude observar también en condición de espectador y sin hacerme ningún daño, cómo esas baldosas se estropearon al igual que mis manos.

Dos autorretratos,

El General y El Soldado

“Puede verse que la salud se basa en un cierto grado de ten-sión, la tensión existente entre lo que ya se ha logrado y lo que

todavía no se ha conseguido, o el vacío entre lo que se es y lo que se debería ser” “Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio, es decir, un estado sin

tensio-nes.” “Lo que el hombre necesita no es la homeostasis, sino lo que yo llamo la “noodinámica”, es decir, la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo viene representado por el signiicado que debe cumplirse y el otro polo por el hombre que debe cumplirlo.”2

Mi autorretrato comienza con una psicoterapia para la crea-ción: dejar de tomar las pastillas psiquiátricas, que durante casi seis años ingerí para cada mal que me diagnosticaban. Cuando comencé a pintar mis autorretratos decidí dar un giro radical y cortar el consumo, pues mi cerebro ya estaba acostumbrado a recibir su “dosis diaria”. Este paso propio de la Logoterapia no sólo fue muy signiicativo en mi vida, sino también duro, porque mi ansiedad se acrecentó junto con los pensamientos intrusos respecto a la muerte, los momentos de euforia y depresión, la rabia y sobre todo la incapacidad para

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concentrarme. Es en este punto cuando decido enfrentarme a una pintura sobre mí y desde mi angustia ¿Cómo me observo con aquellos sentimientos alorando, cuándo soy yo sin pastil-las, sólo yo?

Empiezo a pintar y resuelvo la disyuntiva entre mis dos polari-dades, otorgándoles a cada una un “territorio” de una lámina de madera, pero también decido plasmar cada igura por aparte; entonces uno de los cuadros es la personiicación del General y el otro la del Soldado. Cada “territorio” simboliza un ritual.

Para el cuadro del General usé como referente una imagen mía de composición central, en la que aparezco cabizbaja, pues el General representa los pensamientos intrusos u obsesivos. El fondo es negro y plano, sin ningún rasgo de expresividad; en él aparezco de pié y descalza, solo me cubre una chaqueta gruesa de militar de alto rango. La cara, un pié, un lado de la chaqueta y las cuerdas sujetas al hombro están pintados de manera cui-dadosa y igurativa sin intención de ser hiperrealista. Durante este ritual procuré concentrarme escuchando el paso histórico de Grecia y sus ilósofos del Ágora y las batallas de Alejandro, Constantinopla y Sumatra. Como General es preciso culturi-zarme mientras pinto para no perder el tiempo. El General no claudicó, sólo terminó su parte del acuerdo, conquistó los territorios que tenía circunscritos, se retiró y le cedió la paleta de óleos al Soldado para que terminara el resto del trabajo.

El General se había llevado con él mis pocas horas de concen-tración y mi tranquilidad, hastiada de datos históricos y guer-ras cambié la sintonía y puse como de costumbre la misma canción varias veces. Acto seguido revolví todos los colores de la paleta y los esparcí indiscriminadamente en los territorios delimitados. Era un momento de terror y euforia, pero la eufo-ria lastimosamente es una reacción de angustia.

El proceso del segundo cuadro, “El soldado” fue relativamente parecido al del primero. Pinté una igura central de espaldas, boca abajo, representando la inferioridad del soldado, su aus-encia y su polaridad. El cuadro es considerablemente más grande que el del General, porque el trabajo del Soldado, las compulsiones, debe ser más arduo y en consecuencia más agotador. La igura humana es un punto de referencia para re-lacionar el ser con el quehacer, el cual consiste en pintar pla-nas rígidas y coloridas que emergen de la igura central hasta convertirse en mancha. Como soldado sé que me debo ensu-ciar y por eso me pinto en piyama, también se que no puedo rayar en ciertas partes porque estoy bajo las órdenes de mi General. Una mano de la igura central está recogida y trata de equilibrarse por la posición en la que pinta, esto representa un intento por anclarse a la realidad, que sin embargo es también el impedimento para sumergirse en el mundo de colores.

A medida que iba desarrollando mi trabajo comencé a cues-tionarme sobre el por qué del autorretrato, desde mi femini-dad y desde el trastorno mismo. Entonces me encontré con tres artistas ampliamente conocidas cuya obra gira en torno a la representación de sí mismas y de su momento histórico.

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una mano, las tijeras en la otra, y un iel apego a su contexto y a la particular relexión sobre la mujer de su tiempo. Tal como lo sugiere Andrea Kettenmann en el libro KAHLO… “Los autor-retratos la ayudaron a hacerse una idea de su propia persona y crearla de nuevo tanto en el arte como en la vida, al objeto de encontrar una nueva identidad”…“Sus obras han de entender-se como resúmenes metafóricos de experiencias concretas”3

Seguido a esto me interesé por la cualidad traumática de la Obra de Jenny Saville y aunque su técnica diste de la mía, am-bas obras giran en torno a una relexión sobre la neurosis. Saville crea obras con un fuerte contenido psicológico, logran-do ser congruente en términos pictóricos con lo que desea ex-presar. Cuando la confrontan sobre el por qué del autorretrato Saville contesta: “No estoy interesada en hacer retratos como tal. No estoy interesada en la personalidad exterior. No utilizo la anatomía de mi cara porque me guste, en absoluto. La utilizo porque trae fuera algo desde adentro, una neurosis”4.

Finalmente quisiera detenerme brevemente en la apreciación de la obra de Lee Price, una pintora igurativa neoyorkina, cuya temática se centra en la relación de la mujer y la comida, desde la óptica psicológica de los desórdenes alimentarios. Su manera de retratarse y su pintura cuidadosa y igurativa, de alguna manera han permeado mi trabajo. Por ejemplo en su autorretrato “Cocoa Pufs,” se muestra desnuda desde un pla-no cenital con varias cajas de cereal a su alrededor. Para Price cada elemento de la composición está íntimamente ligado a la naturaleza del trastorno, por ejemplo el exceso de comida deviene de un comportamiento compulsivo, el que solo se

3 Kettenmann, A. (1999). KAHLO. Colonia: Taschen Editorial. Pág 20

4 Saville, J. (22 de Octubre de 2005). Under the skin. (S. Mackenzie, Entrevista-dor). Link: http://www.theguardian.com/artanddesign/2005/oct/22/art.friezeart-fair2005

muestre ella en la escena da cuenta de la intimidad e incluso de la vergüenza que le puede producir su actitud frenética y compulsiva y el espacio doméstico simboliza la privacidad y la soledad que requiere el ritual para ser efectuado.

Finalmente considero importante citar cuál es el propósito en relación a su obra, “Estoy mostrando como nuestra compul-sividad nos distrae de estar presentes, como borra la sereni-dad que encontraríamos si pudiéramos sentarnos quietos (sit still). También quiero hacer entender lo absurdo de este tipo de comportamientos. Nosotros nos convencemos que el alivio momentáneo que estamos creando, va a durar mucho, mucho tiempo y que además borrará cualquier sentimiento incómodo que estemos evitando. Pero en realidad, estamos prolongando e intensiicando nuestro sufrimiento. Para la mayoría de estos trabajos, usted no puede ver la cara de las mujeres. Es relexivo sobre el hecho que hay vergüenza en sus acciones.”5

En suma, las tres artistas muestran una perspectiva de una neurosis, entendiéndose neurosis no en el sentido estricto de la palabra, sino como una crisis inherente a todos los seres hu-manos o un trastorno del ánimo y de esta manera se exploran a sí mismas a través del ejercicio de autorretrato. Pero el auto- retrato en pintura también tiene el potencial de trascender a la persona y su autoconocimiento y hablar del contexto social e histórico en el que viven.

Finalmente en mi caso, pretendo relexionar sobre cómo a-frontamos diariamente al tiempo y por qué nos catalogamos de acuerdo a nuestros rasgos de personalidad en un trastorno u otro aceptando rótulos. ¿Es la pobreza espiritual lo que mar-ca nuestro tiempo?

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Lee Price. Cocoa Pufs.

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Intención paradójica

“El neurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en el camino de gobernarse a sí mismo, tal vez de curarse”

Gordon W. Allport

Los elementos constitutivos de la neurosis pueden ser de natu-raleza psíquica o somática, pero en gran parte se dan también por lo que Frankl llama ansiedad anticipatoria. “Ahora bien, en los casos obsesivos-compulsivos se puede observar una cadena similar de acontecimientos, en los que el paciente lucha con ideas que le acosan.

Con ello sin embargo aumenta el poder de aquellas para mo-lestarle, puesto que la presión precipita la contrapresión. ¡Y otra vez el síntoma se refuerza! Por otra parte, tan pronto el paciente deja de luchar contra sus obsesiones y en vez de ello

intenta ridiculizarlas, el síntoma se debilita y inalmente se atroia.”1

Vicktor Frankl propone entonces un método de psicoterapia para afrontar dichas crisis, al que llama intención paradójica. Mediante ésta el paciente debe intentar hacer aquello que teme, así sea solo por un momento. “Este procedimiento con-siste en darle la vuelta al paciente en la medida que su temor se ve reemplazado por un deseo paradójico”2. De esta manera

se incita a la persona a reírse de su sufrimiento en orden de hacerle frente al temor por fallar. Cuando ésta logra afrontar el temor, su ansiedad comienza a decrecer.

Partiendo de la intención paradójica, decidí realizar dos vi- deos, cuya objetivo es enfrentarme a mis miedos e ideas

ob-1 Frankl, V. E. (ob-199ob-1). El hombre en busca del sentido. Barcelona: Herder Editorial. Pág. 71

2 Ibid Pág 69

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sesivas mediante ejercicios de resistencia, tanto física como mental.

Mis miedos

En el primer video decidí enfrentarme a mis miedos, aquellos que surgieron en mi infancia por los relatos de mi abuelo.

Mis miedos estaban arraigados al campo, a sus historias, a la violencia y se extendían hasta la ciudad. Aun los siento tan latentes como antes; es que el miedo puede crecer también con los años y desaiar la madurez, actuando inclemente so-bre cada acto de la vida. Para la realización de este video de-cidí emprender dos expediciones: la primera a un cementerio abandonado en la mitad de un bosque, con tumbas muy anti-guas. En ese tétrico espectáculo mis ojos veían los vasitos de agua reposada cerca de cada tumba –es que a las ánimas les da sed- me hubiera dicho mi abuelo.

La segunda expedición la realicé en una oscura noche de la inca, en un espacio apenas contenido, que recorrí una y otra vez esperando junto con los insectos y su ruido incesante, que en algún momento emergiera un espanto, otra presencia que jamás llegó. Estaba pasmada, aterrorizada y no quería llorar evitando que mis ojos se nublaran para la llegada del huésped. En el video editado se observa una imagen de mi cara tomada con Night Shot y detrás de mí hay oscuridad total. Consideré importante para esta muestra no contextualizar al especta-dor en el cementerio o la inca, pues con ello puedo cerrar las posibilidades para que éste pueda identiicar sus miedos con los míos. Sin embargo el sonido del video es el mismo de las noches en que fueron ilmados o sea el ruido fuerte y

per-sistente de los insectos. El Night Shot, el ruido y mi cara las dejo sobre la mesa para que el observador pueda construir su versión de la historia. Pero lo más relevante son mis gestos, porque son la exteriorización de los miedos humanos, de todo lo que nos hace temer.

Lo que el video signiica para mí, es la ridiculización según la intención paradójica de mi propia cara cuando estoy ate-rrorizada, actuando como incentivo para dejar de temer pues ese espanto que tanto busqué soy yo, y mi estado de parálisis mental y física son el resultante de los momentos donde no lo comprendo.

Mis pensamientos

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A pesar de que en la intención paradójica se incite al paciente a reírse de mismo y ridiculizarlo como en el video anterior, en éste hay un carácter más evocativo que ridículo, sin embargo no le resto importancia al hecho de verme en calidad de espe-ctador, como alguien que está rumiando constantemente con sus pensamientos obsesivos y esto me enfrenta a ellos y me da pie para evitarlos.

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Paradójicamente cuando creo que estoy terminando mi traba-jo inal para optar por el título de maestra en Artes Visuales, y miro en retrospectiva el trabajo que realicé durante este último año, me di cuenta que tuve aciertos como en la obra de las baldosas (Primer mandato), en la que pude captar y expresar mi asunto intimista, no por ser personal menos universal; esa angustia que muchos experimentamos y que nos lleva al ritual repetitivo del quehacer.

En relación con los demás trabajos, si bien a pesar de lo arduo de su labor, no pude en algunos captar la abstracción que me propuse, me fueron imprescindibles para llegar a las baldosas. Estos son el paso indispensable de La Logoterapia; cada uno

sirvió de medio y contenido, en cada uno está plasmado mi infancia y mi temor y sólo bajo esta óptica pueden apreciarse. Simbolizan la teoría del sentido, ya que son mis elecciones frente a las circunstancias, al yugo, es decir al medio en donde todos los seres humanos somos comunes.

El trabajo de grado entonces me permitió ahondar en el cono-cimiento de mi misma, me enfrentó a mis miedos, neurosis y contradicciones; al arte como manifestación de las mismas, al arte como proceso sanador, al arte como medio y sentido y a la Logoterapia como metodología que puede expresarse a través del proceso creativo.

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Lukas, E. (2008). Viktor E. Frankl, El sentido de la vida. Barce-lona: Plataforma Editorial.

Frankl, V. E. (1983). El hombre Doliente, Fundamentos antrop-ológicos de la psicoterapia. Barcelona: Herder Editorial.

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Bibliografía

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Referencias

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