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LAS DIVERSAS ETAPAS

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Academic year: 2020

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CAPITULO II

EVOLUCIÓN DE LOS INSTINTOS

1. LAS DIVERSAS ETAPAS

Todo instinto, pulsión biológica primitiva, participa de un dato que caracteriza a todas las manifestaciones de la vida: el ritmo, (fases de reposo y de excitación alternantes). Las fases de reposo son mudas" las fases de excitación corresponden a la aparición de pulsiones. Y esto tanto para el hambre como para la libido. Las pulsiones instintivas estarán, pues, sometidas la repetición.

Los instintos de conservación no pueden diferir mucho tiempo su satisfacción sin amenazar la vida misma del sujeto y, por este motivo, la energía que el individuo despliega para obtener su gratificación no puede desplazarse.

Los instintos sexuales, al contrario, pueden ser diferidos y su energía puede transformarse en beneficio de otras actividades.

Hemos visto que, en el sentido freudiano de la palabra, sexual no significa genital, y el calificativo de genital no se atribuye sino a ciertas manifestaciones de la sexualidad, las más tardías y más acabadas del desarrollo del individuo. Pero el hedonismo del niño (es decir, "la búsqueda del placer") se despierta extraordinariamente temprano.

El placer que da la excitación rítmica de una zona corporal cualquiera debe, pues, calificarse de sexual, aun cuando no apunte a la unión de los gametos. En efecto, el principio pulsional que apunta en la infancia a la excitación de numerosas zonas erógenas (todo el cuerpo puede llegar a ser su sede) no difiere de aquel que, más tarde, se ligará a la vida sexual genital del adulto y cuyas manifestaciones resultaron incomprensibles hasta Freud. Al chupeteo del lactante (fuera de las mamadas) suceden el chupeteo del pulgar, de la pluma, del cigarrillo y el beso, acto hedónico al que no se puede negar el calificativo de erótico:

Ahora bien, no hay mejor criterio objetivo del desarrollo humano que el criterio afectivo, es decir, el comportamiento del individuo en relación con los objetos de su amor.

Para dar un nombre a esas épocas sucesivas del desarrollo individual, Freud escogió el que evoca la parte del cuerpo sobre la que se centra electiva mente el hedonismo del momento.

Es por esto por lo que, en psicoanálisis, se distinguen sucesivamente la etapa oral, la etapa anal y la etapa fálica, llamados también etapas o estadios pregenitales.

Los sucede una fase llamada de latencia, que se sitúa, en nuestros climas, más o menos entre los 7 y los 13 años.

Viene después la pubertad y finalmente la etapa o estadio genital propiamente dicho, que alcanza su expansión definitiva en nuestros países alrededor de los 17 o los 18 años.

Es la historia de estas etapas de organización provisional la que nos permite comprender las bases del comportamiento ulterior no sólo de los individuos considerados normales, sino también de aquellos que presentan anomalías, desde las simples excentricidades hasta los trastornos graves de la adaptación a la sociedad.

Y el sometimiento estricto del desarrollo general al desarrollo libidinal explica este corolario inevitable de la edad adulta: un trastorno funcional en la esfera genital está necesariamente ligado a trastornos del comportamiento de orden afectivo e, inversamente, perturbaciones psicoafectivas se acompañan siempre de un comportamiento sexual característico.

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ETAPA ORAL

Tal es el nombre que le da la fase de organización libidinal que se extiende desde el nacimiento al destete y que esta colocada bajo la primacía de la zona erógena bucal. (1) La necesidad fisiológica de succionar aparece desde las primeras horas de la vida; pero, una vez saciado, el bebé continúa durante el sueno de su digestión realizando movimientos de succión con los labios, mientras que su aspecto exterior reposado y beatífico traduce la voluptuosidad.

El placer de la succión independiente de las necesidades alimenticias es un placer autoerótico. Es el tipo de placer narcisista primario, autoerotismo original, en que el sujeto no tiene todavía la noción de un mundo exterior diferenciado de él. Si se le da la ocasión de satisfacer pasivamente este placer, el niño se apega a este objeto ocasional; el seno o el biberón con los que tanto le gusta jugar, aun cuando ya no tengan leche, y a los que le gusta chupetear sin hacer el esfuerzo de la aspiración y la deglución.

El niño ama, al igual que a si mismo, todo lo que se le mete en la boca (el pezón, el chupete) y, por extensión (porque no ha adquirido la noción de los límites de su propio cuerpo) la nodriza o la madre siempre ligadas necesariamente al placer de mamar y a las que se identifica en consecuencia. Por lo demás, todos los momentos de sensación voluptuosa, el baño, el aseo, el mecerlo, se ligan a la presencia de la madre, por la vista, el sonido y el tacto. Asociada como está a estas sensaciones de placer, llega a ser en su presencia y en su persona, un objeto de amor (2) y el niño le sonríe y le hace fiestas incluso fuera de las horas de mamar. "

La actitud frente al mundo exterior va a conformarse a este modelo de relación amorosa. Desde el momento en que una cosa interesa al niño, se la llevará a la boca. Absorber al objeto, participar de él, implica el placer de "tener", que se confunde, para el bebé con el placer de "ser".

Poco a poco el niño se “identifica” pues, con su madre según, un primer, modo de relación, que por otra parte subsistirá toda la vida, aun cuando aparezcan otros: si ella sonríe, él sonreirá, si ella habla, él balbuceará y el niño se desarrollará almacenando pasivamente las palabras; los sonidos, las imágenes y las sensaciones.

Tal es la etapa oral, en su primera forma, pasiva. Las primeras palabras son ya una conquista que exige un esfuerzo recompensado, por la alegría y las caricias del medio ambiente.

Pero, paralelamente a este progreso, ha aparecido la dentición, con su sufrimiento que exige ser aplacado mordisqueando. Es entonces cuando el niño entra y progresa en un período oral activó.

Morderá todo lo que tenga en la boca, los objetos y también el seno, si todavía mama de su madre; y como el mordisco, es su primera pulsión agresiva, la manera en que se lo, permita o no el objeto de amor es de primerísima importancia; hasta el punto de que de ello depende el aprendizaje de la lengua materna.

Si se espera a, este momento para comenzar el destete, éste será considerado como una consecuencia de la agresión, es decir; corno un, castigo impuesto bajo la modalidad de la frustración. Entre los niños criados al pecho hasta demasiado tarde (3) hay siempre una dificultad para gozar completamente de su facultad agresiva; sin provocar con ello una necesidad de autocastigo. Por supuesto, es absolutamente necesario que el niño tenga a su alcance sólo objetos susceptibles de ser chupados y mordidos sin peligro y sin provocar las prohibiciones o los regaños del adulto.

Si un destete brusco priva al niño del seno materno, sin que haya desplazado todavía su catexis o interés libidinal sobre otros objetos, arriesga quedar fijado a una modalidad oral pasiva (tal como les sucede a los que se chupan el dedo hasta muy tardíamente). En todo caso, esto re fuerza su autoerotismo y, al perder su interés en el mundo exterior, se concentra en sus fantasías, arabescos imaginativos, sucesión de imágenes representativas de emociones. Puede así conservar un núcleo de fijación que entrará en resonancia con ocasión de una frustración ulterior y eventualmente podrá ayudar a que surja una neurosis.

Es el predominio de los componentes orales parciales el que, según sus empleos ulteriores, hará de los sujetos oradores, cantantes, fumadores, bebedores, "tragones'; o, toxicómanos.

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ambiente), la afección exclusiva de un ser elegido conforme al modo de relación objetal oral. Sea el sujeto hombre o mujer, su objeto de amor deberá desempeñar para él el papel de madre alimentadora. La mujer, por ejemplo, deberá ser severa y genitalmente inviolable, activa y voluntariosa, de preferencia, más adinerada que el sujeto y, por lo, tanto, fuente de bienestar general y de placer culinario.

Tales caracteres se los encuentra a todos los niveles de la sociedad. Sea cual fuere el rango social, corresponden al tipo del "rufián" (chulo o padrote) y de la "mujer mantenida", siendo ésta naturalmente narcisista y frígida en sus relaciones normales.

En el neurótico a quien la regresión libidinal ha retrotraído al estadio oral, la identificación inconsciente del sujeto con el objeto hace que la pérdida de éste implique la necesidad de morir: tal es el cuadro que presenta la melancolía; a menos que fantasías autoeróticas alucinatorias conduzcan al sujeto a la etapa oral pasiva, al nirvana de sus primeras semanas, donde ya no hay medio alguno de comunicación con el mundo exterior.

En el adulto sano, que puede experimentar una regresión (objetal y no libidinal), las crisis de bulimia (apetito desmesurado) puede remplazar el acto sexual y la anorexia mental puede simbolizar el rechazo de la sexualidad.

El pensamiento en la etapa oral.

¿Cuál es el modo de pensar en a etapa oral? Sabemos muy poco de esto y no es de maravillarse. Pero podemos inferir que la elaboración mental en él toma la forma onírica, seudo-alucinatoria.

Esta hipótesis se apoya en dos observaciones:

Los adultos psiconeuróticos cuyos síntomas se remiten a este estadio arcaico presentan alucinaciones en las que ven generalmente el objeto de amor y a quien dirigen expresiones tiernas (he visto a una melancólica mecer a su bebé muerto imaginario) o que los aterroriza; pero no son verdaderas alucinaciones, porque esto forma "parte de ellos mismos"; no "sólo ven con sus ojos", como me decía una de mis enfermas tiempo después, (4)"es todo, quien siente".

Los lactantes de pocos días cuando tienen hambre lloran y abren la boca estirándola de lado, como para alcanzar el seno; esto parece ser una alucinación táctil. Los lactantes mayores, cuando están saciados y se creen solos en su habitación, a veces sonríen y hasta estallan en risas batiendo el aire con sus bracillos, como lo hacen cuando ven aproximarse a su madre para tomarlos y acariciados. Esto se "parece" también a lo que se observa en los durmientes que sueñan.

(1) Se podría decir también "estadio bucal", a condición de no olvidar que se trata de toda la encrucijada aerodigestiva (prensión, labial, dental, gustación, deglución, emisión de sonidos, aspiración y expiración del aire, etc.).

(2) (La autora utiliza aquí el neologismo "objet d'aimance", que no se podría traducir sino por otro más bárbaro aún: amancia; la nota explica la decisión de la autora, en vistas dé la polisemia particular que la palabra "amor" tiene en francés, lengua en la que significa también "gustar". T.) Por la palabra "amor", que en la lengua francesa califica todas las posibilidades libidinales ("se ama"; le gusta a uno un plato, el dinero, un ser, se ama "amar"); se designa también "el interés afectivo en sí mismo", bajo todas sus formas; y esto es lo que llamaremos "aimance".

(3) En nuestra opinión el destete del niño criado al pecho deberá comenzar entre los 4 y los 5 meses, ser progresivo y acabarse entre los 7 y los 8 meses a más tardar.

(4) Porque, durante el fenómeno, estos enfermos imitan, pero son incapaces de encontrar palabras para decir lo que sienten, es como si estuvieran "solos" y fueran "todo”.

Etapa anal

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El segundo año de la infancia, sin destronar completamente la zona erógena bucal, va a conceder una importancia especial a la zona anal. Ésta, por lo demás, se despierta ya mucho antes y no hay más que observar a los bebitos para percibir su placer, no disimulado, durante el relajamiento espontáneo de sus esfínteres excrementicios.

El niño ha alcanzado un mayor desarrollo neuromuscular: la libido, que provocaba el chupeteo lúdico de la etapa oral, provocará ahora la retención lúdica de las heces o de la orina{retención que a veces se prolongará hasta bien entrada la infancia y que se vuelve a encontrar en algunos adultos). Y esto puede ser el primer descubrimiento del placer autoerótico masoquista(1), que es uno de los componentes normales de la sexualidad.

El aseo subsiguiente a la excreción es proporcionado por la madre. Si está, contenta del bebé, el aseo transcurre en una atmósfera agradable; si el bebé ha ensuciado sus pañales, al contrario, será regañado y llorará. Pero como, de todas maneras, a causa de la satisfacción fisiológica de la zona erógena, este aseo es agradable, se asocian a la madre emociones contradictorias: es el primer descubrimiento de una situación de ambivalencia.

Expulsar los excrementos en el momento oportuno en que el adulto los solicita se convierte entonces, también, en una forma de recompensa (aquí, de parte del niño hacia su madre), un signo de buen entendimiento con la madre, mientras que el rehusarse a someterse a sus deseos equivale a un castigo o a un desacuerdo con ella.

Por la conquista de la disciplina de los esfínteres el niño descubre también la noción de su poder y de su propiedad privada: sus heces, que puede dar o no, según quiera. Poder autoerótico por lo que se refiere

a su tránsito intraintestinal(2) y poder efectivo sobre su madre, a la que puede recompensar o no. Y

este "regalo" que le hará será asimilado a todos los otros "regalos" que se "hacen", el dinero, los objetos cualesquiera que se vuelven preciosos por el solo hecho de darlos, hasta el hijo, el hermanito o la hermanita, que en las fantasías de los niños son hechos por la madre a través del ano, después de haber comido un alimento milagroso. Es el descubrimiento del placer sádico. (3)

Pero expulsar sus excrementos a horas fijas, a menudo con esfuerzo, no esperar la necesidad imperiosa y espontánea, no jugar a retenerlos, constituye, en la óptica del niño, una renuncia. La prohibición de jugar con ellos, además, en nombre de un asco que afecta al adulto (aun cuando no lo experimente) crea también un renunciamiento.

Ahora bien, el niño no renuncia a un placer si no es a cambio de otro: aquí la invitación del adulto amado. La identificación, mecanismo ya conocido en la etapa oral, es uno de sus placeres.

Pero el modo de relación inaugurado en relación con los excrementos no puede desaparecer, porque tratar de imitar al adulto en sus gestos y en sus palabras no es todavía participar de su modo de pensar y de sentir. De ahí que sea preciso que el niño encuentre sustitutos sobre los que pueda desplazar sus afectos:. serán toda la serie variadísima de objetos que en esta edad el niño arrastrará consigo siempre y los que nadie podrá tocar sin despertar su enojo, "sus caprichos"; sólo él tiene sobre ellos derecho de vida y muerte es decir, de apretarlos entre sus brazos o de destruirlos o tirarlos; en una palabra, de darles o no la existencia, como a sus excrementos.

Entonces, en lugar de jugar con sus excrementos, se verá absorto en la fabricación de pasteles de arena

y chapoteará en la porquería, en el agua, en el barro; debido a este desplazamiento, inconsciente, la

actitud más o menos severa de los padres en cuestión de limpieza, no sólo esfinteriana, sino general, favorecerá o entorpecerá el despliegue del niño y su adaptación a la vida social con soltura de cuerpo y destreza manual.

Por otra parte, si por juego o por estreñimiento fortuito el niño retiene sus excrementos, suele seguirse de ahí una agresión anal del adulto, el supositorio o incluso una lavativa. Para el niño esto significa una economía de esfuerzo y una satisfacción erótica de seducción pasiva, pero la operación puede ser dolorosa y el adulto puede disgustarse. Se dibuja ahí de nuevo la ambivalencia afectiva y se liga asocia-tivamente al masoquismo naciente.

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musculares agonistas y antagonistas y le da en adelante la posibilidad de imitar al adulto no solamente en sus palabras sino en todos sus gestos. Es activo, gritón, brutal, agresivo con objetos y no sólo con los que están a su alcance, como en la etapa oral, sino aquellos que agarra y que desgarra, golpea, tira por tierra, como si encontrara un placer malicioso en ello, acentuado por lo demás desde que se da cuenta de que esto puede molestar al adulto en mayor o menor medida. Se ha logrado la identificación. Si le complace molestar y golpear es porque ama al adulto. La ambivalencia aparecida al final de la etapa oral se consolida.

Pero el niño usa de su agresividad muscular sin otra regla que su "capricho". El papel de la educación es habituarlo, también ahí, a una disciplina social.

En la práctica, cuando el niño desobedece, se le regaña (a sus ojos: se le priva del amor), se le pega y por agresivo que sea el niño, por fuertes que sean sus rebeliones, siempre es el más débil y tiene que ceder. Pero, así como una educación favorable habrá permitido al niño encontrar sustitutos simbólicos a sus materias fecales, igualmente por lo que respecta a su educación muscular habrá que reservarle horas cotidianas, en las que, sin coerción de los padres, pueda jugar tan brutal y ruidosamente como le plazca. Es una condición para salvaguardar su vida y su libido ulteriores, si no, el niño se sentirá aplastado bajo el dominio sádico del adulto (no porque éste sea necesariamente sádico, sino porque el niño proyecta en él su sadismo insatisfecho) y la actividad ulterior quedará ligada en todos los dominios a una necesidad de castigo, que implicará la búsqueda de ocasiones en que se le pegue o se le domine pasivamente.

A la etapa anal se remite la formación de los caracteres concienzudos, sobrios, regulares trabajadores, serios y científicos en aquellos que hallaron placer en conformarse a las nuevas exigencias que se les planteaban: en los otros, se encontrará a los obstinados, los malhumorados, los testarudos, los que gustan de llamar la atención por su desorden, su suciedad, su indisciplina o también aquellos que se hacen insoportables a los que los rodean por su afán de orden meticuloso, rayano en la obsesión. El interés por las materias fecales podrá ser sublimado en los pintores, los escultores, los amantes de las joyas, los coleccionistas de todo género de cosas y todos aquellos a los que les interesa la banca y el manejo de dinero en general.

Es a los componentes dominantes de la fase anal a los que hay que atribuir en el adulto los caracteres posesivos y mezquinos, la avaricia (el dinero representa los excrementos para el inconsciente de la etapa anal). En fin, los componentes sádicos y masoquistas de este período explican las perversiones correspondientes en el adulto, así como el interés libidinal exclusivo por el orificio anal, en el acto sexual, en detrimento de la vagina, cuya existencia anatómica es desconocida en la edad a la que ha quedado vivazmente fijado el perverso.

El objeto de amor que buscan los individuos de este tipo caracterológico no es específicamente heterosexual u homosexual. Podría decirse que la característica genital del objeto de su deseo es paralela o accesoria. Lo importante es que vuelva a encontrar, a su contacto, la modalidad de las rela-ciones emocionales experimentadas frente al adulto, dominante y sobrestimado a la vez, de esa infancia pre-genital en la que el valor mágico del poder del educador o de la educadora se le imponía a él, corporalmente subyugado, aun en los casos en que su voluntad verbalmente expresada parecía oponerse al maestro indiscutido en los hechos y actos que imponía.

Subyugar o ser subyugado, tal es el summum de la relación valiosa de amor. Es una ética de la posesión, que encuentra su fin y su justificación en sí misma. Una homosexualidad latente e inconsciente está, pues, implícita en la elección de objeto, se trate o no de una persona del otro sexo. La complementación buscada no está subordinada a la eficacia creadora de los dos componentes de la pareja, sino a la consolidación del sentimiento de poder - tanto en el uno por lo que respecta a la actividad como en el otro por lo que se refiere a la pasividad - de sus comportamientos sociales y a menudo complicados con la dependencia recíproca, igualmente narcisista.

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coarta. Si la situación triangular desaparece y el objeto resulta al fin libre, pierde su valor de objeto sexual. Cuando este carácter anal predomina en la mujer, hace de ella una buena y fiel empleada de un patrón exigente, del que ella está narcisistamente orgullosa de ser la víctima elegida. Puede tratarse de un hombre tanto como de una pareja marido-suegra, o de quienquiera que la explote de tal manera que se sienta justificada al sustraerse a una actividad verdaderamente gratifican te para una mujer en el plano de la realización genital.

Tales caracteres predominan numéricamente en la sociedad actual a todos los niveles de la escala de nuestra cultura - que se dice cristiana- en el sistema capitalista. El superyó anal homosexual está dominado por la angustia del rechazo que aniquila o del éxito que reifica, independientemente del valor humano de la sensibilidad y de la originalidad creadora asumidas, de la irradiación vital y poética del individuo.

Los tipos extremos entre las mujeres, en cuanto al comportamiento sexual, son la prostituta y la virago (marimacho), desde el punto de vista sentimental y personal: la mujer-niña, a menudo invertida, disfrazada de vampiresa, de virago o de esposa y madre irreprochable, llena de virtudes domésticas y envuelta en sacrificios. La frigidez en la mujer y la impotencia en el hombre provienen de la sobrecatexis del actuar, del hacer y del hacer que le hagan, sobre lo expresado y auténticamente vivido.

Los tipos extremos entre los hombres, en cuanto al comportamiento sexual, están representados por el rufián (chulo o padrote) y el pederasta. En el comportamiento social, por todos los papeles del instigador o de la víctima elegida, o bien, sublimados, en los de cirujano, médico o educador. Se comprende fácilmente que la neurosis tome prestado de esta fijación lo principal de la sintomatología corriente de la histeria, de la neurosis obsesiva y la patología orgánica los trastornos menores de la salud y su letanía de mediaciones conjuratorias pantomímicas y emocionantes, hipocondríacas y psicosomáticas, al servicio de un narcisismo de tipo anal pervertido. Toda la terapia farmacéutica no recetada justifica socialmente todo este teatro, al hacerlo comercialmente rentable. El poder mágico que se espera de medicamentos milagrosos comprados a escondidas es la ayuda indispensable para soportar la vida en el caso en que el tipo particular de objeto libidinal falte o no se lo pueda encontrar, y la dependencia respecto de estos remedios es por lo menos tan grande y tan indispensable como respecto de una persona.

El pensamiento en la etapa anal

Esta edad, que es la de la iniciación ambivalente, está sensibilizada (precisamente a causa del descubrimiento de esta ambivalencia) a la percepción de pares antagonistas.

Sobre un esquema dualista, derivado de la catexis anal ("pasivo - activo") el niño va a establecer con el que lo rodea toda una serie de conocimientos calificados por la relación de este objeto con el propio niño, después de haberlo identificado con alguna cosa ya conocida por él.

Toda mujer es una mamá; buena - mala. Toda mujer mayor es una abuelita, buena-- mala, grande - pequeña. He ahí cómo procede su exploración comparativa.

Los objetos que se oponen a su voluntad son "malos" y les pega; y está en pleito permanente con ellos y con todo lo que se les parece o les está asociado. Pero cuando su voluntad se opone a la del adulto, no lo puede golpear o, en todo caso, si es "malo", es castigado y (se imagina que) pierde su amistad. Es la moral de lo Bello y lo Feo.

El niño cede, porque necesita al adulto en todo momento, a la persona grande omnipotente, "divina" y mágica y sólo obedeciéndola o no se la torna favorable o indiferente, si no peligrosa. En otras ocasiones, semejantes a aquellas de las que tiene experiencia, "ser bueno" consistirá en elegir actuar conforme a lo que sabe son los deseos del adulto, lo que puede pervertir la ética del niño, para quien ser bueno puede significar ser pasivo, inmóvil y sin curiosidad.

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fuente del simbolismo; o por representación: muñeca, animal, y tendremos ahí la fuente del fetichismo y del totemismo de los niños. (7)

El hecho de dirigir sus afectos (destinados al adulto) hacia objetos da a éstos una realidad subjetiva que el niño tomará por realidad objetiva -de la que no tiene todavía noción, no teniendo aún el sentido de las "relaciones" ni del porqué causal-, de tal manera que no aprehende la realidad objetiva sino según las repercusiones agradables o desagradables que ella tenga sobre su propia existencia.

Vemos, pues, en el estadio anal un pensamiento caracterizado por mecanismos de identificación y de proyección: estas proyecciones se efectúan siempre en el cuadro dualista inherente a la ambivalencia sadomasoquista de las relaciones objetales. Es la época de los animales tótem y la de las fobias que traducen la angustia ante un objeto investido por el propio niño de un poder mágico. Este objeto, generalmente animal, representa, para el inconsciente del niño, el adulto al que ha retirado su catexis

libidinal agresiva para proyectarla sobre su sustituto, el animal temido.(5)

1. "Masoquista" en una primera aproximación puede entenderse como del orden del "hazme alguna cosa", "placer de sentir aplicaciones pasivas sobre el cuerpo" (la progresión general del bolo fecal, su aparición en la ampolla rectal, no son, en efecto, actos voluntarios y por consiguiente dan lugar a sensaciones sentidas pasivamente).

2. Es probable que la libido anal sea, más que orificial, una libido difusa "de todo el interior" que empalma con la libido oral: el autoerotismo narcisista de sentirse "dueño de su nutrición y de su crecimiento" de un extremo a otro, valga la expresión.

3. Igualmente, "sádico" puede entenderse aquí en general como del orden del "te hago una cosa con mi cuerpo", "quiero tener derecho de vida y muerte sobre objetos, cosas vivas, sobre ti, como quería tenerlo sobre mis excrementos".

4. En Tótem y tabú, Freud trató de la cuestión del totemismo no en el sentido clínico, tal como lo entendemos en este momento, sino en el sentido histórico o religioso.

5. Se trata de un proceso clave, cuya persistencia o desviación ulteriores permiten la constitución (y la eventual comprensión terapéutica) de construcciones neuróticas delirantes.

Etapa fálica

Desde la fase oral del lactante asistimos al despertar de la zona erógena fálica, el pene en el niño y el clítoris en la niña. La causa ocasional de ello puede ser la excitación natural de la micción, añadida a los tocamientos repetidos que tienen lugar durante el aseo. Sea como fuere, todas las madres conocen los juegos manuales de sus bebés, a los que se añaden los frotamientos de los muslos uno contra el otro durante el aseo y los murmullos de satisfacción del bebito entretenido en el acto. Estas manifestaciones se prolongan, a pesar de los pequeños "golpecitos en la mano" que el bebé recibe cuando su educadora es severa. Pero lo más frecuente es que esta masturbación primaria del bebé sea poco marcada y cese por sí misma, para no reaparecer sino en el curso del tercer ario.

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Observemos al pasar que la existencia general de esta masturbación infantil secundaria ha sido durante mucho tiempo pasada por alto o malentendida por los adultos, a causa de la represión impuesta a ellos por el superyó civilizado. Pero hay muchos padres que la advierten y la condenan enérgicamente. No atreviéndose a confesarse a sí mismos o quizá ni siquiera recordar que ellos hicieron lo mismo, pretenden tener un hijo excepcionalmente "vicioso" o "nervioso" como suelen expresarse.

Hay que reconocer que, cuando esta masturbación es muy manifiesta y persiste en presencia de los adultos a pesar de sus primeras prohibiciones, esto prueba que a la pulsi6n libidinosa se ha venido a añadir una reacción neurótica: angustia, provocación, búsqueda del castigo y sobre todo ausencia de vínculo afectivo real con el adulto actual.

La curiosidad sexual comienza desde antes del tercer año, en pleno período sádico-anal. Su primer objetivo es saber de dónde vienen los niños. Este interés es despertado a menudo por el nacimiento de un hermanito en la familia o por la identificación con un camarada de juegos que está descontento, o gratificado, por la llegada de un hermanito o una hermanita. Generalmente los adultos eluden la cuestión, y hablan de coles o mercados, pero el niño descubre bien pronto que la madre tiene un vientre abultado antes del nacimiento del recién llegado y, después, que le da de mamar.

Los "porqués" irritantes de los niños de cuatro años, que ni siquiera escuchan la respuesta del adulto, no aparecen sino tras las primeras reacciones de éstos ante las preguntas directamente sexuales y la noción de "prohibido" que el niño ha sacado de ahí.

Se esbozan variadas " teorías en relación con los conocimientos anatómicos de esta edad: concepciones digestivas, nacimiento por defecación de la madre, con la reserva de un papel, paternal aún oscuro, pero probable, raramente confirmado Y todavía menos significado (y por lo tanto, desautorizado) por el adulto educador.

Viene, después otra pregunta: ¿qué diferencia hay entre un niño y una niña?' También aquí de ordinario los adultos eluden la respuesta. El niño utiliza entonces sus conocimientos personales y refiriéndose a su experiencia de la época músculo-excrementicia, en que el dualismo se caracteriza por la pareja antagonista activo-pasivo, se responde a sí, mismo: "El niño es más fuerte"; lo que generalmente es cierto en la primera infancia.

Pero bien pronto, y entre otras ocasiones por la necesidad de orinar Juera, los niños advierten que, los chicos orinan de; pie cosa que no pueden hacer las niñas. Esto es considerado como una superioridad que para el niño, es algo natural, mientras que la niña imagina que su clítoris crecerá. En cuanto al chico, será preciso que se le alerte por amenazas de mutilación genitales, para tomar clara conciencia de lo que hasta entonces se ha rehusado a, ver: que la niña no tiene "eso”. Esto ocurrirá alrededor de los 5 o 6 años, edad en que las pláticas con los otros y sobre todo los juegos sexuales entre niños y niñas no les dejarán ya lugar a dudas. Pero, antes de los 6 años, el chico piensa aún que la niña tiene uno mas "pequeño”, incapaz como es de concebir nada si no es en relación consigo mismo. Pero con suma frecuencia; aun en el caso en que acepta la falta de pene en las niñas, subsistirá la creencia en una madre fálica. La madre no puede carecer de aquello mismo que ella ha dado. Porque es precisamente debido a haber caído en su desgracia por lo que las niñas no lo tienen.

El pensamiento en la etapa fálica.

Cuanto mayor se hace el niño; menos se ocupa de él materialmente la madre y los, afectos libidinal es que se refieren a, ella como objeto adoptan casi siempre la forma de fantasías o ensueños que le conciernen. Tales fantasías acompañan todas las manifestaciones de la actividad del niño y, entre otras; la masturbación en especial. Esta, en el caso de la niña, no es todavía más que clitorídea.

La atmósfera afectiva de estas fantasías masturbatorias es entonces sadomasoquista, con predominio de sadismo en el niño y de masoquismo en la niña, en el caso de queja madre sea normal.

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todas las actividades de aquélla, autorizando, la articulación de sus sensaciones autónomas pasivas a la fascinación que las repetidas y mudas actividades de la madre, absorbida en sí misma, ejerce sobre él. Cuando su madre no está allí en el momento en que él la desea, el niño la llama, la busca; Si la encuentra, puede estar ocupada y deshacerse de él diciéndole "En seguida estaré contigo, ahora estoy haciendo esto o, aquello"; el niño pregunta: "¿Porqué?" "Para poderte dar de comer-,...responde la madre-, para hacer la casa, para que papá esté contento; vete a jugar." El niño obedece llevándose lo que puede de su madre: sus palabras, que repite para sí, a menudo en voz alta. O bien se queda ahí quietecito, "bueno”, mirándola.

La observación de la actividad de la madre y la reflexión sobre sus palabras, que son para él resonancias sonoras: que recuerda de manera ritmada a veces en voz alta, conducen al niño a adquirir dos nociones de una importancia considerable.

Hasta entonces el niño actuaba según sus pulsiones inmediatas, por el solo placer de satisfacerlas. No sabía diferidas y reaccionaba inmediatamente a su insatisfacción por "un capricho". La inutilidad de esta protesta rabiosa, el bienestar afectivo que, al contrario, proporciona el “portarse bien", la expectativa del "en seguida" prometido por el adulto amado, enseña al niño la noción de "tiempo". Antes todo pasaba en el presente. Ahora, hay un "en seguida" y un "mañana", cuando el en seguida se presenta después de la noche. Durante bastante tiempo, sin embargo, el niño no discernirá entre "mañana" y "la semana" o "el año que viene", ni del "pronto". Será más tarde aún cuando cobrará noción del pasado, traducido en fórmulas como "una vez" y "ayer", que se aplican tanto al pasado inmediato como a los días más remotos del presente para atrás, y que por este hecho se confunden con sus fantasías.

Segunda noción: observando la actividad de su madre, con la atención que merece todo lo que hace el ser amado y esperando que su madre pueda al fin ocuparse de él, el tiempo de paciencia animado de inteligente observación dependerá de los ritmos propios de cada niño, pero también de la presencia afectiva, del buen humor, de las palabras que le dirija la madre aun estando en sus ocupaciones. El niño puede sentirse desgarrado por la sensación de abandono aun cuando esté pegado a su madre y animado de alegría comunicativa aun cuando la madre esté en la pieza vecina. El niño aprende a observar los numerosos motivos de los movimientos y los actos del adulto. Se da cuenta de que un objeto tiene muchos usos y desarrolla así en él mismo la necesidad de generalización basada en la búsqueda de las numerosas motivaciones ligadas a un mismo objeto.

"Para qué es esto" se convierte en su leitmotiv ante todo lo que le interesa. Se despega así por vez primera del interés exclusivo en las cosas por relación a sí mismo. Por ejemplo: el fuego y todo lo que era caliente "quemaba" y era "malo", motivo de fuga. Ahora "el fuego es para calentar" y calentar es "agradable cuando hace frío", y es "necesario para hacer la comida", etc. La mamá está hecha "para ocu-parse de él, para hacer la cocina, para arreglar la casa", etc. Por extensión, el niño se pregunta a propósito de todos los objetos que suscitan su interés: "¿Para qué sirve esto?” Vendrá un día en que se preguntará por su pene y se responderá: "para hacer pipí"; pero, al darse cuenta de que las niñas pueden hacerlo sin él, buscará en vano otra motivación y, al no encontrada, valorará tanto más la superioridad mágica que esto le confiere. Es aquí donde puede entrar en juego la angustia primaria de castración que expondremos en el capítulo siguiente.

Gracias al conocimiento de la motivación por el uso, el niño posee ahora la clave de muchos problemas. Ejemplo; antes era demasiado pequeño para esperar aquello de lo que tenía ganas y decía "no puedo", llamando al adulto en su auxilio; ahora, buscará un taburete para hacerse más grande y aquí tenemos las ganas de hacer "como los mayores", como aquellos que tienen más que él.

Las ganas engendran la ambición, el deseo de suplir su inferioridad por el rodeo de la explotación práctica de sus conocimientos. Sin duda alguna está ahí la base afectiva del interés cada vez mayor que el niño mostrará por aprender y conocer y su valoración creciente del "Saber".

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Descubre la muerte al observar a los animales. Al encontrar inmóviles una mariposa, un pájaro, una lagartija o una mosca, pregunta: "¿Por qué? ", y se le responde: "Porque está muerto", ¿Todo lo que vive puede morir? ¿Por qué mueren los animales? Porque se hacen demasiado viejos, pero también porque han sido atacados por otros que han ganado la batalla y los han matado. Matar es inmovilizar. He ahí lo que solamente comprende el niño en el estadio anal y al comienzo del estadio fálico. Y por esto es por lo que el niño juega a matar por ambición y omnipotencia sádica, sin más. El sentido de dar muerte es reducir lo que está animado al estado de cosa inanimada.

Es la razón por la cual, en el niño, la inmovilidad corporal total o parcial, cuando se le impone, es experimentada como sádica y aún más el silencio que le impone el adulto hipersensible al ruido. Charlar es signo de una actividad mental fisiológicamente sana para todo niño de menos de 7 años. Su concentración intelectual en una tarea escolar o lúdica, sin ruido, movimientos concomitantes y expresiones habladas, son signo de desvitalización enfermiza. El entrenamiento en, vistas a la, contención dejas actividades paralelas a la concentración mental tiene que ser progresivo y escandirse con momentos de relajación ruidosa y motora. Por lo demás este entrenamiento es más dañino que útil; por desgracia: con demasiada frecuencia se lo hace sinónimo de niño bueno, que da toda suerte de satisfacciones a los adultos obsesivos o histéricos; a quienes la vitalidad del niño molesta en sus pensamientos o sus fantasías.

'El silencio y la inmovilidad del niño bueno son rara vez para él otra cosa qué una mutilación dinámica, una reducción al estado de, objeto fecal; muerte impuesta y sufrida; Antes de caer en el retraso mental, fruto de esta, muerte aceptada, desarrolla fantasías sádicas que pueden llegar hasta la alucinación fóbica fuente de placeres perversos eróticos de todos los estadios de la libido bloqueada en sus manifestaciones expresivas. Las compulsiones masturbatorias rítmicas, los tícs, los tartamudeos, el insomnio, la encopresis, la enuresis, etc., son los últimos refugios de la libido en este moribundo social, puesto al suplicio de una educación perversa.

En cuanta al sentido real de la muerte, le será precisa ver morir a un animal o a un ser amado para captar el sentido de la ausencia sin retorno, de la pérdida definitiva del objeto. Que el adulto tampoco pueda impedir la muerte, a resucitar algo que murió, como no puede arreglar tantas otras cosas, es algo que remite nuevamente al niño al misterio del nacimiento. Advirtamos -la analizaremos más adelante- la importancia de esta coincidencia cronológica de la aparición de la angustia de castración y del descubrimiento de la muerte.

Chica a chico, el niño a quien su madre abandona, al menos a sus ojos de pequeño déspota amoroso, se da cuenta de que no es el único interés de su madre, ni la única meta de sus actividades. Hay un rival en la persona de su padre, cuando no hay rivales suplementarios, los hermanos y las hermanas.

Durante mucho tiempo el padre forma parte del ambiente materno y, por poco que sepa él regañar y recompensar con acierto, será investido de una gran afección. Además, cuando algo resulta difícil, mamá dice: "Se lo pediremos a papá". Es él quien carga las cosas pesadas y, con frecuencia, el que ronca al dormir. Para el niño es un ser fuerte; pero poco a poco se convierte en un rival, con el que la madre se queda gustosa sin prestar atención a las reclamaciones del niño, al que ella se somete menos que en los tiempos de la primera infancia. Se topa con los "vete a jugar, déjanos".

Frente a los hermanos y hermanas esta rivalidad será la misma y en la medida en que el niño les atribuya, con razón o sin ella, una responsabilidad en la disminución de amor materno, experimentará respecto a ellos sentimientos conflictivos. Es la razón por la que no nos detendremos especialmente en los conflictos familiares cuyos mecanismos son práctica y fundamentalmente superponibles a los conflictos parentales.

Puede decirse que, en la gran mayoría de los casos, y si los padres están psíquicamente sanos, la hija es más dócil, menos agresiva y menos ruidosa que el niño.

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En el estadio fálico, la niña juega a las comiditas, a las muñecas, acostándolas, cuidándolas, acunándolas, vistiéndolas, etc., mientras que el niño, si se encariña con una muñeca (y no es tan raro) no sabe "jugar a las muñecas”. Ella se interesa ya en su acicalamiento, en sus vestidos, se adorna con trapos, le birla los polvos a la mamá y le gusta pasearse con su bolso bajo el brazo. En una palabra, ella se identifica en todo lo posible con su madre, imitando sus acciones, gestos y palabras. Se trata de comportamientos sexuados conformes al genio propio de su sexo, todavía en estado intuitivo en el plano genital.

Durante este tiempo, el chico se entrega a todos los juegos agresivos, juega al déspota, armado de un bastón al que bautiza con el nombre de fusil o revólver, le gusta dar miedo y ordenar. Cuando puede, se adorna con el sombrero de papá o con su bastón. En una palabra, se identifica con él cuando puede, así como con los hombres a los que ha podido observar, comportamiento social sexuado, rector del plano genital masculino que comienza a brotar.

Todo el mundo ha visto a los niños jugando a papá y mamá y cómo se reparten los papeles ya, tal como lo serán durante toda la vida, tomando el chico naturalmente el papel del padre y la niña el de la madre (lo contrario es sintomático de una reacción neurótica).

Hacia los 4 años y medio a más tardar, el niño entra en abierta lucha emocional con su padre; juega a matarlo, trata de acaparar toda la ternura de la madre, le dice que se casará con ella, que la llevará lejos a su casa, en avión, que tendrán hijos. Y entra en el período del Edipo.

La niñita vive un periodo análogo. Quizá contribuya a despertarla algo más precozmente la actitud del padre que, de ordinario, quiere más a la niña que al niño. Sea como fuere, hacia los 3 años y medio o los 4, un poco antes ella que el niño, la niña se comporta frente a su padre como una pequeña amante, coqueta, seductora, afectuosa y centrando todo su interés libidinal en él. Se muestra celosa de él, no tiene mayor alegría que la de salir sola con él, la de acaparar su atención y su afecto. Ella le confiesa sus maravillosos proyectos, él será su marido, la llevará a una bonita casa y tendrán muchos niños.

Pero la triste realidad está ahí, el padre y la madre son el uno para el otro, y aun cuando traten con ternura a su hijo lo frustran muchas veces mandándolo a jugar con sus juguetes; y el niño se siente impotente para suplantar a su rival.

¿Qué hacen estas dos personas mayores juntas? Es otra pregunta que el niño trata de resolver, los espía, los oye hablar sin comprender sus expresiones. Pero los adultos lo echan de la habitación y, a veces, se callan cuando llega. Y este misterio de la intimidad de los padres empalma con otro aún sin respuesta: el papel del padre en Id concepción de los niños.

Si el niño asiste a las relaciones sexuales de los padres, sea porque duerme en su recámara, lo que desgraciadamente es demasiado frecuente, (1) sea que los sorprenda, lo interpreta como un acto sádico, una batalla en la que papá es el más fuerte y en la que el papel de la madre lo trastorna. Su diosa tabú y querida es allí vencida y quizá muera. La sangre menstrual, cuando la ve, confirmará su hipótesis. Hay algo ahí que rebasa su entendimiento y crea la desazón en él; pero no establece vínculo alguno entre esta batalla y el misterio del nacimiento a causa de su incapacidad de conocer la existencia del esperma y la de la vagina, si no se le proporciona la información pertinente. (2)

¿En qué se va a convertir esta situación edípica que se ha instalado a los 4 años y alcanza su máximo despliegue hacia los 6 años?

Para plegarse a la naturaleza el niño deberá no solamente abandonar su rivalidad, a veces odiosa, con el progenitor del mismo sexo sino identificarse con él. Deberá desarrollar las cualidades que harán del muchachito un hombre y de la chica una mujer. Además del complejo de castración, del que estudiamos más atrás las modalidades energéticas que operan en este trabajo estructuran te, la disminución de las demandas libidinales, inherente a la fase de latencia, concurrirá a ayudarle en este paso difícil.

Este retiro pulsional libidinal, claro después de los 9 años, aplaca los conflictos, aun cuando no hayan sido enteramente resueltos, y hasta los 12 años aproximadamente una represión, que nunca falta, rechaza al inconsciente todas las curiosidades y todos los deseos sexuales que estaban tan vivos en la segunda infancia.

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2. Así como en todo análisis de adultos se encuentran sueños que giran alrededor de la "escena primaria" (coito de los padres), así en los niños, hayan o no asistido al coito de los adultos, se encuentra, al entrar en el estadio fálico y esbozarse la situación edípica en el varón fantasma de posesión sádica bajo un simbolismo de penetración cruel (véase dibujo núm. 5, p. 168) ... En la niña, la posesión no es menos efectiva en sus fantasías, pero si no es neurótica y alcanza la situación afectiva edípica, el simbolismo de sus sueños y sus fantasías representa la posesión sin sufrimiento para el ser poseído, que podría defenderse si lo quisiera, pero que no lo quiere, y la aceptación de que su agresividad no destruirá a quien es el posesor fálico (véase la observación de Claudine, p. 236, Y la fantasía "muda" de Tote al relato de su hermano, p. 227).

Etapa de Latencia

La fase de latencia, normalmente muda, o casi, desde el punto de vista de las manifestaciones y curiosidades sexuales, se emplea en la adquisición, de los conocimientos necesarios a la lucha por la vida en todos los planos. Las facultades de sublimación pronto entrarán en juego progresivamente.

'

La represión del interés sexual erótico va a permitir a la personalidad liberada desplegar toda su actividad consciente y preconsciente en la conquista del mundo exterior, como caja de resonancia abierta todos los sonidos, como las velas abierta todos los vientos, como placa sensible a todos los colores – si se nos permite á estas imágenes. Es el aspecto cultural de la fase de latencia, fase no solamente pasiva, sino activa, puesto que, implicará la síntesis de los elementos así recibidos y su integración al conjunto de la personalidad irreversiblemente marcada por el sello de su pertenencia al grupo masculino o femenino de la humanidad.

Si al entrar en la fase de latencia el niño se encuentra en un estadio edípico bien trazado y bien marcado, no quedara en el inconsciente más que esos pares antagónicos ligados a catexis arcaicas. La libido, no inmovilizada en el inconsciente (como en el niño neurótico, para dominar los afectos reprimidos), estará enteramente al servicio de un superyó objetivo. También el inconsciente participara en la adquisición cultural, en la conquista del mundo exterior. El complejo de Edipo será progresiva y enteramente disociado y el tabú del incesto claramente integrado a la vida imaginaria. Y cuando el niño experimente los estados afectivos y eróticos, que anuncian la pubertad y la masturbación terciaría, en lugar de reaccionar como si fuese pecaminoso, se expansionara aún más sabrá, conquistar su libertad sin timidez ni pena, progresivamente, día a día; sin reacciones autopunitivas.

La importancia y el valor de las sublimaciones de la fase de latencia son grandes. No sólo porque en esta época cuando se esbozan las características sociales del individuo sino porque la manera en que un niño utiliza neurótica o normalmente este período hace que fije o no, exagere o haga desaparecer componentes arcaicos de la sexualidad y sus elementos perversos.

Con el despertar de la pubertad, malas adquisición sociales (escolares, si el medio es intelectual, deportivas si el medio es obrero, prácticas industriosas en general, cualquiera que sea el medio) harán difícil la expansión, porque el niño no podrá legítimamente tener confianza en sí mismo. Y se dirá con razón de este niño que no se desarrolla, que está en la “edad ingrata”.

La causa de ello puede ser una deficiencia real de las disposiciones naturales del niño, cosa bastante rara. En efec-to, en este caso, habrá tratado por sí mismo -si es sano- de superar su inferioridad en un punto por el desarrollo como pensador de otras disposiciones. La culpa puede ser también de causas exteriores al niño (cambios constantes de escuela qué madres inconscientemente castradoras imponen a sus hijos, enfermedades, accidentes personales, catástrofes familiares, duelos, reveses de fortuna) que perturban la atmósfera afectiva del niño.

Etapa genital

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La masturbación (terciaria) se acompaña ahora de fantasías que se dirigirán ahora hacia objetos escogidos' fuera de la familia, a menudo nimbados de un valor excepcional que los hace todavía prudencialmente inaccesibles y suscita un progreso cultural en el trabajo.

Con la aparición de la eyaculación en el muchacho y la del flujo menstrual y el desarrollo de los pechos en la niña, la pubertad aportará los elementos que faltan para la comprensión del papel recíproco del hombre y de la mujer en la concepción.

Les queda todavía la tarea de aprender a centrar su ternura y sus emociones sexuales en un mismo ser, como en los tiempos de su infancia olvidada, y después la de detener su elección después de haber desmitificado sus elecciones sucesivas y la de fijada para la seguridad vital de los hijos que nacerán eventualmente de un encuentro concertado, interhumano, corporal, emocional y genitalmente logrado.

Y si el niño, objeto de la catexis libidinal de este período final del desarrollo, no llega a ello, su sustituto afectivo

será la obra social común, porque la fecundidad es la característica de la realización en este estadio. (1)

La inteligencia. Aun cuando a menudo haya estrechas relaciones y una correspondencia manifiesta entre el desarrollo afectivo y el nivel mental, la experiencia nos enseña que no siempre es así, A fortiori, la apreciación numérica de un "nivel mental" no permite en manera alguna deducir que estemos ante un medio de aprehender o de juzgar "la inteligencia".

Nos parece que las predisposiciones a la posibilidad de sublimaciones intelectuales (que es en lo que justamente consiste el trabajo escolar e intelectual en general) dependen de elementos preformados, constitucionales, poniendo aparte todas las reacciones afectivas inhibidoras. Pero estas posibilidades de sublimación intelectual para ser utilizadas deben implicar un máximum de adaptación corporal y emocional que permita y respete la expansión del sujeto, individuo relativamente autónomo, lugar de integración de las leyes de su propia cohesión libidinal y de las que aseguran la cohesión de la sociedad.

Cuando una neurosis se acompaña de un nivel mental inferior a lo normal, este hecho puede deberse sea a una debilidad intelectual verdadera, sea a una inhibición brutal del derecho a la libido oral, anal, uretral o fálica, en la época en que el hedonismo de estas zonas era la meta electiva de la actividad. El interés intelectual se despierta, en efecto, en estos estadios sucesivos, por adhesión afectiva a sustitutos del objeto sexual a medida que se van presentando frustraciones (orales, anales, uretrales) impuestas por el educador y el mundo exterior. El interés intelectual que deriva de la pulsión libidinal demanda que el sujeto tolere esta pulsión por lo menos el tiempo necesario para la formación de los intereses sustitutivos y hasta que estos intereses aporten por ellos mismos satisfacciones afectivas, además de la estima de los adultos. Sólo entonces el interés sexual correspondiente podrá acabar de extinguirse por sí mismo, mediante una represión sin peligro; se ha adquirido con ello la posibilidad de sublimación. La hipertrofia de la "inteligencia" en relación al resto de la actividad psicofisiológica de un sujeto nos parece que merece el nombre de “síntoma neurótico", es decir, de reacción a la angustia, al sufrimiento. La inteligencia, débil, normal o superior, puede existir tanto en el neurótico como en el sujeto afectivamente sano; pero, dadas unas posibilidades originalmente iguales de sublimación, el sujeto sano dispone, en relación con el neurótico, de facultades intelectuales mejor adaptadas a la realidad y más fecundas. Sus intereses son más numerosos, sin ser incoherentes, y apuntan a resultados de eficacia objetiva para su medio social, al mismo tiempo que a su propia satisfacción y a su enriquecimiento personal.

En tales sujetos la etapa fálica y la fase de latencia, así como el comienzo de la fase genital en la pubertad, se caracterizan por el interés afectivo, la adhesión espontánea y sucesiva a todas las actividades de las que puedan (en su medio) tener noción.

Con la madurez de la sexualidad genital el individuo sacrificará entonces deliberadamente (y no reprimirá) aquellos intereses netamente incompatibles con la línea de vida que ha preferido. Y esto, por lo demás, sin amargura residual alguna frente a los objetos a los que ha renunciado y que verá elegidos por otros sin angustia.

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"vocación", por el compromiso, la opci6n deliberada que, cuando es entera hasta en el inconsciente, se acompaña de una expansión psicofisiológica y de fijación libidinal en el modo llamado oblativo al objeto de amor, a la obra, al niño.

El pensamiento en la etapa genital.

Hemos visto cómo, al comienzo de la situación edípica, el pensamiento participaba todavía del modo anal captativo triunfante o expulsivo triunfante, coloreado de ambición. Sólo con la liquidación del complejo de Edipo puede el pensamiento ponerse al servicio de la sexualidad llamada oblativa) es decir, la que rebasa la búsqueda de satisfacciones narcisistas, sin negadas por otra parte.

En el estadio genital el pensamiento se caracteriza por el buen sentido, la prudencia y la objetividad de la observación. Es el pensamiento racional.

La objetividad hacia la cual tenderá el individuo será la de apreciar toda cosa, todo afecto, todo ser y a sí mismo, en su justo valor, es decir, por su valor intrínseco, sin perder de vista el valor relativo en relación con los otros seres. El sujeto no se aproximará al máximo de esta objetividad total a menos que, por una parte, haya liquidado en sí los conflictos neuróticos y, por la otra, no haya conservado en su inconsciente núcleos de fijación arcaica.

El pensamiento objetivo total, consciente, patrimonio del estadio genital acabado, parece por 10 demás incompatible con la introspección, tanto, aunque por otras razones, como el pensamiento narcisista del estadio oral, que era preconsciente e incapaz de objetivación. El estadio genital oblativo se caracteriza por la fijación libidinal al objeto, heterosexual, para una vida en pareja, fecunda, y para la protección del hijo (o de su sustituto).

Esta fijación sexual genital puede, en el adulto maduro, ir hasta el abandono total, sincero, es decir, hasta el inconsciente, de los instintos de su propia conservación, para asegurar la protección, la conservación y la libre expansión de la vida física y psíquica (afectiva e intelectual) del hijo, del fruto. Es una fijación oblativa a un objeto exterior al sujeto mismo, cuya supervivencia y logro le importan más que los suyos propios. (2)

Con un modo de pensar total y constantemente al servicio de la libido genital ya no puede uno tratar de concebir "se”.

Para poder formular tal pensamiento, es preciso un mínimum de interés por sí mismo (autoerótico) intricado al interés objetal oblativo; no es, por consiguiente, una motivación del estadio genital. Las tentativas de reflexión sobre este pensamiento rayan con lo inefable y salen del dominio del pensamiento racional humano. La introspección depende, pues, siempre, aun en el estadio genital, de un modo de pensar de modalidad anal y nunca es racional ni objetiva.

El modo de pensar totalmente oblativo es incontrolable para el sujeto, y esto es quizá lo que acompaña a la conmoción total psicofisiológica del orgasmo genital en el coito con una pareja sexual "amada", en el adulto que ha llegado, en el doble plano, consciente e inconscientemente, al estadio genital oblativo. Pero lo propio del orgasmo sexual es precisamente expresar lo inexpresable y aportar consigo emociones impensables, no controlables e incomunicables.

El modo genital oblativo del pensamiento puede todavía sufrir regresiones, una vez que ha sido alcanzado, y los fracasos o errores en la elección del otro o las pruebas que sobrevienen a un niño o a la obra creadoramente concebidos pueden inducir, por la angustia de castración siempre asociada desde la edad edípica al valor narcisista ético del individuo, una regresión neurótica. Pueden reaparecer modos de pensar y de reaccionar de los estadios anteriores. Son los casos de neurosis traumáticas, cuyos síntomas traducen la derelicción objetal, que implica la pérdida del gusto por vivir, la recaída en la situación emocional edípica crítica, transferida a objetos a los que siente homólogos.

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satisfecho sostienen, por el ritmo necesario del reposo, la vitalidad consciente de un tercio de la vida humana, del mismo modo, en el caso de una prueba más severa en la vida genital, experimentada en la realidad, la regresión a la enfermedad servirá de compensación narcisista. La libido genital, en cuyas realizaciones creadoras el fracaso ha hecho menoscabo, encuentra ahí un sustituto castrador que hace las veces de padre, el dolor que lo orienta hacia un nuevo lanzamiento dinámico de su persona, re confirmada en su destino, sin amargura residual como en los tiempos del complejo de Edipo.

La alegría creadora signa el redescubrimiento de la libido genital nuevamente creadora.

1. Dejaremos fuera del marco de este estudio el caso del celibato por vocación, común a tantas reglas religiosas y que, en sus modalidades humanamente logradas, puede expresarse en lenguaje psicoanalítico como un éxito del sujeto en la simbolización de su persona y de su fecundidad libidinal

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