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Bush amenaza con represalias a los terroristas y a quienes los amparan

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(1)

Guerra a

EE.UU.

h

El mayor ataque

terrorista de la

historia causa

miles de muertos

EDITORIAL

Bush amenaza

con represalias

a los terroristas

y a quienes

los amparan

h

Tres Boeing

secuestrados derriban

las torres del World

Trade Center y parte

del Pentágono

h

Testimonio: “Veo

lenguas de fuego y

caer cuerpos al vacío”

x

páginas 2 a 21

Pearl Harbor

terrorista

WASHINGTON. – “No se lleven a engaño: Es-tados Unidos cazará y castigará a los responsa-bles de estos actos cobar-des”, aseguró George W. Bush, quien precisó que no distinguirá “entre los terroristas que han cometido los atentados y quienes los amparan”. El presidente retrasó su llegada a la Casa Blanca por motivos de seguridad y por la noche (2.30 hora española) envió un mensaje al país en el que admitió que los atentados provocaron miles de muertos.

ATAQUE AL COLOSO.

Las Torres Gemelas del World Trade Center –en la

imagen, momento en que se estrella el segundo avión– eran símbolo mundial de las finanzas.

Construidas en 1972, tenían 415 metros de altura y en ellas trabajaban 50.000 personas

E

L 11 de septiembre del

2001 pasará a la

histo-ria como un día de

infa-mia. Washington, la capital

política de Estados Unidos, y

Nueva York, la capital

econó-mica, han sido víctimas de

te-rribles acciones terroristas.

Desde el 7 de diciembre de

1941, cuando pilotos

japone-ses atacaron Pearl Harbor,

Es-tados Unidos no había

sufri-do un golpe como el de ayer.

Continúa en la página 28

h

Los terroristas

pilotaron los aviones

hasta estrellarlos

contra los edificios

g

EL PÁNICO SE APODERA DE LA ECONOMÍA MUNDIAL

x

PÁGS. 58 A 60

h

MIÉRCOLES, 12 DE SEPTIEMBRE DE 2001

Número 43.051

150 ptas. / 0,90 euros

NBC

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(2)

ATAQUE A ESTADOS UNIDOS

◗ ◗

Apocalipsis terrorista

XAVIER MAS DE XAXÀS Washington. Corresponsal

El pueblo norteamericano su-frió ayer un segundo Pearl Harbor. Sin aviso y sin provo-cación, un grupo terrorista hi-zo estrellar tres aviones comer-ciales que había secuestrado contra el Pentágono, en Washington, y las

Torres Gemelas del World Trade Center (WTC), en Nueva York. Los ataques se produ-jeron por la mañana, cuando la gente acudía a trabajar, y fueron planeados para causar el máximo número de víctimas. Lo más proba-ble es que haya habido miles de muertos y he-ridos.

Las primeras sospechas apuntaban a Ossa-ma Bin Laden, el líder radical islámico que, desde su refugio afgano, dirige una “guerra

santa” contra Estados Unidos. Un ataque tan bien coordinado, perpetrado por personas que estén dispuestas a morir, sólo puede co-meterlo, según varias fuentes de la Adminis-tración estadounidense, un grupo de fanáti-cos con muchos recursos y mucho entrena-miento. Bin Laden, con los atentados de hace tres años contra las embajadas estadouniden-ses en Kenia y Tanzania y el del pasado octu-bre contra el “USS Cole” en el puerto de Adén, ha demostrado, según George Tenet, di-rector de la CIA, que es capaz de ello.

La capital de Afganistán sufrió varias expsiones hacia las dos de la madrugada (hora lo-cal, media noche en España). Pero la Casa Blanca negó estar detrás del ataque a Kabul. “No sabemos quién es el responsable de estos ataques a Afganistán, pero no es Estados Uni-dos”, manifestó Scott McClellan, portavoz

presidencial. Todas las especulaciones apun-taban anoche a que detrás de esos ataques a Kabul estaba la guerrilla antitalibán.

El presidente George W. Bush se encontra-ba en una escuela de enseñanza primaria de Saratosa (Florida), leyendo un cuento a los ni-ños, cuando recibió la noticia de que, pocos minutos antes de las nueve, había habido un ataque contra el WTC. Cerró el libro, manifes-tó que había sido una “tragedia nacional”, ase-guró que “cazaremos a los tipos que hayan he-cho esto” y salió disparado.

El ataque no había hecho más que empe-zar. Poco después, hacia las nueve y media, otro Boeing comercial secuestrado chocó con-tra el Pentágono y destruyó el ala donde el Ejército de Tierra tiene sus oficinas y su

pues-Washington y Nueva York sufrieron ayer elpeor ataque terroristadela historia.

Las Torres Gemelas del World Trade Center, en la parte baja de Manhattan,

fue-ron destruidas. Dos aviones comerciales, secuestrados, chocafue-ron contra cada una

de ellas a primera hora de la mañana. Poco después, otro Boeing, también

secues-trado, se estrelló contra el Pentágono. Hubo miles de víctimas en las dos ciudades.

Continúa en la página siguiente

(3)

to de mando. En ese momen-to, Bush volaba a Washington y el vicepresidente Cheney se encontraba en el búnker de la Casa Blanca, tratando de con-trolar la situación. El “Air Force One” no pudo alcanzar la ca-pital hasta última hora de la tarde. Bush llegó a las 19 horas a Washington, una ciudad de-sierta a causa del estado de emergencia decre-tado. Haberlo hecho antes hubiera sido dema-siado peligroso. En lugar de aterrizar en la ba-se de Andrews, Bush voló hasta la baba-se de Barksdale, en Louisiana, desde donde, a la una de la tarde, volvió a dirigirse a la nación. Aseguró que el Gobierno estaba funcionando sin más contratiempos y que las Fuerzas Ar-madas estaban en estado de alerta máxima.

Después, en un discurso dirigido al país a las dos y media de la madrugada, hora españo-la, el presidente Bush señaló que “miles de vi-das han acabado de repente en estos ataques diabólicos y sangrientos. Han ido contra los cimientos de los edificios pero no podrán con los cimientos de Estados Unidos”. Añadió que “hoy hemos visto el mal pero también he-mos visto lo mejor de este país”, en alusión a

las miles de personas movilizadas en tareas de rescate. “Buscaremos a los responsables y los llevaremos hasta la justicia y no haremos distinciones entre los autores de estos actos y quienes los protegen.” Este fue el mensaje más claro que un Bush serio y pálido envió desde el despacho Oval. El presidente señaló que las instituciones financieras siguen

fuer-tes y que la actividad económica y guberna-mental volverá hoy miércoles a la normali-dad. Anunció que la prioridad ahora era ayu-dar a los heridos y proteger a todos los ciuda-danos. “No podrán mellar el acero del pueblo norteamericano”, dijo.

“Este es un día en que todos debemos estar unidos en busca de justicia y en defensa de la libertad.” La intervención presidencial ape-nas duró cinco minutos y concluyó pidiendo una plegaria por todas las víctimas y citando el Libro de los Salmos: “Aunque vaya por va-lle tenebroso, no temeré porque Tú estás con-migo”.

Durante todo el día, los generales del Esta-do Mayor, así como los principales miembros del Ejecutivo y del Consejo Nacional de Segu-ridad, estuvieron reunidos en la Casa Blanca. Los cazas del Ejército del Aire sobrevolaban la capital, los edificios federales habían sido evacuados y había francotiradores en las azo-teas de los edificios más importantes. Dece-nas de miles de funcionarios regresaban a ca-sa con miedo, envueltos en muchos rumores infundados que hablaban de fuego en el Mall, el parque central de la ciudad, y de un coche bomba en el Departamento de Estado. El Pen-tágono, donde trabajan 24.000 personas, ar-dió hasta bien entrada la tarde.

La situación en Nueva York era todavía más dramática. Los 110 pisos de la torre sur del WTC se vinieron abajo pocos minutos después de las diez de la mañana. A las 10.28 se cayó la otra torre, y toda la parte baja de Manhattan se sumergió bajo el humo.

Costaba darse cuenta de lo que estaba pa-sando. El metro no funcionaba y los supervi-vientes subían caminando por Broadway y otras avenidas de Manhattan, alejándose del

escenario de la tragedia, mientras los camio-nes de bomberos y los coches de policía iban en dirección contraria, en busca de víctimas. Un vecino de Broadway, que veía la escena desde su azotea, explicó por teléfono que la gente subía sin mucho nerviosismo a la parte alta de Manhattan, recubiertos de polvo blan-co. Algunos lloraban viendo en televisión a la

Continúa en la página siguiente Viene de la página anterior

E L B A L A N C E

ATAQUE A ESTADOS UNIDOS

◗ ◗

Apocalipsis terrorista

Algunos trabajadores del World

Trade Center, desesperados,

decidieron saltar por las ventanas

nMientras fuentes periodísticas

habla-ban de 10.000 víctimas, Bush admitía “miles de muertos” y las autoridades se veían impotentes para avanzar una cifra aproximada de víctimas. Además de los 266 ocupantes de los aviones se-cuestrados, diversas fuentes señalaban que al menos 200 bomberos y casi un centenar de policías de Nueva York ha-bían muerto. El alcalde Giuliani dijo que la cifra puede ser “mayor de lo que nosotros podemos resistir”.

DESOLACIÓN.

Los restos de las Torres Gemelas han convertido el paisaje neoyorquino en una aproximación del Apocalipsis por el que las víctimas

deambulan como fantasmas, transidos por el dolor y aún incapaces de asimilar la catástrofe que ha azotado el corazón de la Gran Manzana

Bush amenaza a los terroristas y a sus protectores

El presidente habla de

“miles de muertos”

AP

(4)

estatua de la Libertad, sola, frente al telón de humo y des-trucción que crecía en Man-hattan. Junto a las Torres Ge-melas, diez mil policías y bom-beros buscaban a gente con vi-da entre las ruinas. En el resto de la ciuvi-dad, al igual que en Washington, muchas personas se lanzaron a los cajeros automáticos.

Los hospitales se colapsaron con heridos y donantes de sangre. A primera hora de la tar-de, sin embargo, había escasez de sangre. Na-die se atrevía a especular con el número de víctimas mortales. Cincuenta mil personas trabajan en las dos torres del WTC, uno de los símbolos más emblemáticos del capitalismo estadounidense, que ya fue, en febrero de 1993, blanco del terrorismo islámico. Seis per-sonas murieron y más de mil resultaron heri-das por una explosión en el aparcamiento.

Esta vez, la primera explosión se produjo a las 8.56 de la mañana, cuando un Boeing se estrelló a la altura del piso 90. El edificio em-pezó a arder y la gente, a evacuarlo acelerada-mente. Unos 18 minutos después, aproxima-damente, otro avión de pasajeros se estrelló contra la torre sur. El impacto, que fue capta-do en directo por las cámaras de televisión, que habían empezado a difundir la noticia

del primer accidente, se produjo a media altu-ra de la torre. La explosión abrió un enorme boquete en la estructura del edificio. En Was-hington, sobre las 9.30, un tercer avión se es-trelló contra el Pentágono.

Poco a poco, las dos torres de Nueva York empezaron a inclinarse por la parte superior. La torre sur se vino abajo alrededor de las 10.00, cuando los bomberos y los equipos de rescate estaban intentando evacuar a los ocu-pantes. La torre norte se hundió una hora y media después del primer atentado.

Los puentes y túneles que conectan Man-hattan con Nueva Jersey, Brooklyn, Queens y el Bronx fueron cerrados, así como los tres ae-ropuertos que cubren el área metropolitana. Los neoyorquinos tuvieron que salir de Man-hattan a pie.

Los aeropuertos de Washington también fueron cerrados. Los terroristas secuestraron,

al menos, cuatro grandes aviones comerciales para llevar a cabo los ataques. American Airli-nes y United AirliAirli-nes perdieron dos jets cada una. Se trata de Boeing 757 y 767. Todos iban con pasajeros a bordo.

Los aviones que chocaron contra las torres gemelas, aparentemente, fueron secuestrados en Boston. Se trata del vuelo número 11, de American Airlines, con destino a Los Ánge-les, con 81 pasajeros y once tripulantes, y del vuelo 175 de United Airlines, con 56 pasaje-ros y siete tripulantes a bordo y que también

Los terroristas empotraron aviones con

pasajeros contra el Pentágono y las torres

Cuatro vuelos nacionales fueron secuestrados y convertidos en kamikazes

LA ESTAMPIDA.

La gente echó a correr en cuanto vio que una de las dos torres del World Trade Center empezaba a desplomarse. El pánico duró

todo el día, mientras la zona sur de Manhattan, donde se halla el distrito financiero, quedaba envuelta en una gigantesca nube de humo

Viene de la página anterior

MIRADAS TRÁGICAS.

Numerosas personas miran aterrorizadas a través

de las ventanas de la torre norte, mientras el fuego avanzaba

Tras los atentados en Washington

y Nueva York, el espacio aéreo

quedó cerrado a cal y canto

SUZANNE PLUNKETT / AP

(5)

cubría la ruta entre el aero-puerto Logan en Boston y el aeropuerto internacional de Los Ángeles. El jet que se estre-lló contra el Pentágono fue, presuntamente, el Boeing del vuelo 77 de American Airlines que iba del ae-ropuerto Dulles, en Washington, a Los Ánge-les, con 58 pasajeros y 6 tripulantes a bordo. United Airlines perdió, asimismo, otro Boeing, un 757, que se estrelló al sur de Pitts-burgh (Pennsylvania). Había salido de Newark, junto a Nueva York, e iba a San Francisco. Un pasajero consiguió llamar a la policía con un teléfono móvil, diciendo que habían sido secuestrados.

La Administración Federal de Aviación, por primera vez en la historia del país, orde-nó a todos los aviones comerciales que toma-ran tierra en el aeropuerto más cercano. El es-pacio aéreo estadounidense quedó cerrado a cal y canto. Edificios emblemáticos en varias ciudades norteamericanas, como la torre

Sears de Chicago, el Liberty Hall de Filadel-fia y la sede de la ONU en Nueva York, fue-ron evacuados.

La liga de béisbol suspendió los partidos. Disney World, en Orlando (Florida), cerró sus puertas. Lo mismo hizo la NASA con to-dos sus centros. La Casa Blanca fue evacuada a las 10.05 hora local. El Tesoro, el Departa-mento de Justicia, el FBI y la CIA también fueron evacuados. La CIA trasladó su cuartel general a un lugar secreto. El Centro para la Prevención de Enfermedades, en Atlanta, que también fue evacuado, puso en estado de alerta a un equipo para hacer frente a ataques químicos y bacteriológicos.

Nadie se explicaba ayer cómo fue posible que los terroristas secuestraran cuatro avio-nes en tres aeropuertos tan importantes como Logan, Newark y Dulles. Nadie encontraba explicación para una tragedia todavía sin au-tor identificado, aunque todos los dedos apunten a Bin Laden. Los atentados de ayer –debidos, en gran parte, a un tremendo fallo de los servicios de inteligencia norteame-ricanos– son los más graves que ha sufrido el territorio estadounidense desde el ataque ja-ponés contra Pearl Harbor.

El senador John McCain, uno de los políti-cos más populares del país, no tiene ninguna duda de que Estados Unidos ha sufrido un ac-to de guerra: “Lo que ha sucedido es, obvia-mente, un acto de guerra, un ataque sin aviso y sin provocación contra la población civil”. Un nuevo Pearl Harbor, en definitiva, que marcará a los estadounidenses y condiciona-rá la política internacional de sus dirigentes durante muchos años.c

El senador McCain califica

el múltiple ataque terrorista

de “acto de guerra”

ATAQUE A ESTADOS UNIDOS

◗ ◗

Apocalipsis terrorista

Nadie se explica cómo los

terroristas pudieron secuestrar

cuatro aviones

EL CEREBRO MILITAR DEL IMPERIO, TOCADO.

El máximo centro del mando militar estadounidense, el

Pentágono, resultó gravemente dañado por el impacto de un tercer avión, que también causó víctimas

De “inhumano ataque terro-rista que no puede expresar-se con palabras” calificó el Papa la oleada de atentados que ha sa-cudido EE.UU. en un telegra-ma dirigido al presidente Geor-ge Bush. El mensaje, escrito en inglés, manifiesta la “profunda solidaridad por este inhumano ataque”, así como el “indecible horror” que ha provocado.

El secretario de Estado del

Va-ticano, cardenal Angelo Soda-no, comunicó a Juan Pablo II las noticias relacionadas con los atentados. Después de enviar el telegrama a George Bush, el Pa-pa se retiró en oración a la capi-lla de la residencia de Castelgan-dolfo. Para hoy, día de audien-cias, se espera una referencia del Pontífice a estos ataques.

El presidente de la Repúbli-ca, Carlo Azeglio Ciampi, se

di-rigió a la nación. “Italia está de luto –dijo el jefe del Estado–. Es-tos atentados contra EE.UU. golpean y ofenden a la entera co-munidad internacional. Estos atentados reclaman una lucha sin cuartel contra el terrorismo y que sepamos defender los va-lores que son pilar de la civiliza-ción y la pacífica convivencia.” El primer ministro, Silvio Berlusconi, dirigió un mensaje

a Bush: “Sobrecogido por el rrorífico y demencial ataque te-rrorista que ha golpeado al pue-blo de una nación amiga y la conciencia del mundo entero, deseo expresar al presidente Bush y a Estados Unidos el do-lor del Gobierno y de todo el pueblo italiano. Italia está al la-do de EE.UU. en la lucha con-tra estos monstruos crimina-les”. –ROGER JIMÉNEZ

Viene de la página anterior

La Casa Blanca, el Capitolio y

los edificios del Tesoro, el FBI

y la CIA fueron evacuados

REUTERS / AP

El Papa condena el “indecible horror” de los atentados

(6)

MARÍA DOLORES MASANA

Barcelona

El semanario publicado en len-gua árabe en Londres “Al Qods Al Arabi” se hacía eco de las amenazas del millona-rio saudí Ossama Bin Laden hace tres semanas contra Esta-dos UniEsta-dos a través de contactos que su direc-tor, Abdel Bari Atwan, mantenía con el terro-rista más buscado del mundo –a quien había entrevistado– y con colaboradores suyos. At-wan declaró ayer al conocer los ataques terro-ristas de EE.UU.: “Lo más probable es que su autor sea Bin Laden. Personalmente recibí in-formación de que preparaba ataques contra intereses norteamericanos, ‘uno sin preceden-tes en magnitud’. No lo tomé en serio”.

Ossama Bin Laden nació en Arabia Saudí en 1957, en una familia riquísima. Se dice que heredó, aproximadamente, 300 millones de dólares, que desde hace años emplea en fi-nanciar su grupo terrorista. Finalizados sus es-tudios universitarios en 1979, el mismo año en que la URSS invadió Afganistán, Ossama viajó a ese país para unirse a la lucha de los mujaidines contra el invasor soviético. Entre

1980 y 1989, Bin Laden financió la lucha y combatió junto a ellos, creando una organiza-ción para apoyar a los movimientos islámicos de oposición. Tras la retirada soviética de Afganistán, regresó a su país para ponerse al frente del negocio familiar, pero en 1991 fue expulsado de Arabia Saudí por su oposición a la presencia de tropas norteamericanas a raíz de la guerra del golfo Pérsico. Este sería el principio de su compromiso con la “yihad” o guerra santa contra EE.UU.

Entonces se instaló en Sudán, al frente de una empresa constructora, supuesta tapadera de sus actividades terroristas. En 1996 fue ex-pulsado de este país y regresó a Afganistán. Y bajo la protección de los talibán ha seguido trabajando hasta hoy para derrotar al “demo-nio” norteamericano. En 1998 empezó su campaña reivindicando la explosión de bom-bas en las embajadas norteamericanas de Nai-robi (Kenia) y Dar Es Salam (Tanzania), con un balance de 301 muertos y más de 5.000 heridos. Pero, anteriormente, entre 1992 y 1993, ya apareció como responsable de ata-ques a tropas de EE.UU. en Somalia y Ye-men, así como de planes no llevados a cabo para asesinar a Juan Pablo II, en su visita a Manila a finales de 1994, y al entonces presi-dente Clinton, durante su visita a Filipinas a principios de 1995. Sin embargo, el atentado por el que se convertiría en el terrorista más buscado del mundo fue el perpetrado contra el World Trade Center de Nueva York en fe-brero de 1993, en el que murieron ocho perso-nas y resultaron heridas 1.500.

Pero Bin Laden no es un hombre solo. Y para sus propósitos reclutó, durante la

resis-tencia afgana, un amplio grupo de extremis-tas islámicos suníes a los que mantiene, entre-na y pertrecha de armas, con la protección de la república islámica de Kabul. Este grupo se conoce como el Frente Islámico Internacio-nal de Bin Laden y tiene grupos infeudados y aliados. Su objetivo es el establecimiento de un califato en todo el mundo capaz de derri-bar a todos los regímenes no islámicos. Sus fuerzas pueden ser de cientos o quizá miles de combatientes. Se habla de cuatro mil o cinco

mil hombres dispuestos a morir por la “yi-had” o guerra santa, hasta que las tropas nor-teamericanas se retiren definitivamente de la península arábiga, donde se hallan los princi-pales lugares santos del islam.

Respaldado por los talibán que han sufrido las represalias de EE.UU. por no conceder su extradición, el “señor de la guerra santa”, co-mo le llaman sus seguidores, sigue su lucha contra el gran imperio ateo.c

UN HOMBRE TENEBROSO.

Ossama Bin Landen, el

principal sospechoso de urdir la operación terrorista

Bin Laden, el principal sospechoso

El millonario saudí advirtió hace tres semanas que iba a perpetrar un ataque sin precedentes contra EE.UU.

REUTERS

Las fuerzas de su frente islámico

se cifran en unos 5.000

combatientes integristas

Representantes de la línea más dura talibán rechazaron ayer desde Ka-bul (Afganistán) que Ossama Bin La-den estuviera detrás de la serie de aten-tandos sufrida ayer en Estados Unidos. Asimismo, el ministro de Asuntos Exte-riores de aquel país, el integrista islámi-co Wakil Ahmed Mutawakel, negó cual-quier implicación del Gobierno talibán en los atentados. El ministro declaró a la cadena norteamericana de noticias CNN que “ningún acto terrorista puede ser aceptado bajo ninguna lógica” y rei-teró la negación de cualquier implica-ción de su régimen en los ataques de ayer contra EE.UU.

Por su parte, el embajador de Pakis-tán en Kabul, el también talibán Sala-am Zaeef, considera prematuras las acu-saciones hacia Ossama Bin Laden.

Hace tan sólo tres semanas que el millonario y disidente saudí Ossama Bin

Laden avisó que él mismo y sus seguidores podrían llevar a cabo un ataque sin

precedentes contra los intereses de Estados Unidos por su apoyo a Israel en el

conflictodeOrienteMedio.Losserviciossecretosoccidentalessehallabanenaler-ta ante la posibilidad de un atenconflictodeOrienteMedio.Losserviciossecretosoccidentalessehallabanenaler-tado, pero no de la magnitud de lo ocurrido.

Bin Laden se convirtió en el

terrorista más buscado desde

principios de los años noventa

(7)

E

l piloto dirigió el aparato a una velocidad muy lenta pa-ra simular las dificultades del jumbo, guiado en todo momento por el celo y la profesiona-lidad de un controlador americano. Pues..., lo sentía por él, se dijo Sato. –No parece que tenga ningún pro-blema aparente. Ni humo ni fuego –dijo el controlador.

Lo veía a través de los prismáti-cos. El aparato estaba ya a menos de dos kilómetros.

–¡No ha sacado el tren de aterriza-je! –gritó el controlador de pronto–. ¡Atención, seis, cinco, nueve! ¡No ha sacado usted el tren de aterrizaje! ¡El tren de aterrizaje!

Sato pudo haber contestado pero no lo hizo. La suerte estaba echada. Accionó la palanca y aceleró para pa-sar de la velocidad de aproximación a la de 300 km/h. De momento se mantendría a una altura de poco más de 300 m. Ya veía su blanco.

–¿Qué coño hace ése? –¡No es KLM! ¡Mire! –señaló el más joven de los oficiales de la torre. Sobre la vertical de la pista, el 747 se desvió hacia la izquierda. Los cua-tro motores funcionaban a su máxi-ma potencia. Los dos oficiales se mi-raron, conscientes de lo que iba a ocurrir y también de que nada podían hacer. Llamar al comandante de la base no sería más que una pura formalidad que no cambiaría na-da. Lo hicieron, pese a todo, y luego alertaron a la 1.ª Escuadrilla de Helicópteros. Después no les quedó sino ver impotentes el desarrollo del drama cuyo desenlace adivinaban. No tardaría más de un minuto en producirse.

Sato estuvo en Washington muchas veces. Había hecho lo que hacen los turistas. Visitar el edificio del Capitolio, entre otras cosas. Ar-quitectónicamente, era un edificio grotesco, pensaba, a medida que lo veía cada vez más grande. Ya había cruzado el río Anacostia y so-brevolaba Pennsylvania Avenue.

Ver aquello le produjo tal estupor que, por un momento, el agente del Servicio Secreto que estaba en el tejado de la Cámara de los Di-putados se quedó paralizado. Fue sólo un

mo-mento y, además, irrelevante. Se agachó y ha-bló a través del micrófono que tenía junto a una caja de plástico.

–¡Que pongan a cubierto al PARA! –gritó a la vez que montaba un Stinger.

Aquella simple frase significaba alejar, de in-mediato, al presidente de dondequiera que es-tuviese. Al instante se movilizaron los agentes. Aunque estaban tan bien entrenados como los mejores cuerpos de elite, no tenían ni la menor idea de por dónde venía el peligro. En la tribu-na de la Cámara, la escolta de la primera dama tenía que recorrer una distancia menor. En el interior del hemiciclo, seis hombres corrieron hacia el podio, con las armas dispuestas. Mira-ban en derredor ante millones de telespectado-res que nunca olvidarían aquellas imágenes.

(...) El resplandor sobresaltó a Sato, que hizo una mueca de contrariedad. Luego vio el misil

que iba derecho a uno de los motores del lado izquierdo. La explosión fue muy aparatosa y las alarmas le indi-caron que el motor estaba destroza-do. Pero estaba a sólo mil metros del blanco edificio.

El aparato picó el morro y dio un bandazo hacia la izquierda. Sato lo-gró equilibrarlo y hacerle enfilar el la-do sur del edificio del legislativo americano. Allí estarían todos. El presidente, los parlamentarios. To-dos. Seleccionó el lugar con la mis-ma precisión que en sus aterrizajes rutinarios. Su último pensamiento fue que, quienes mataron a su fami-lia y fueron la desgracia para su país, lo iban a pagar muy caro.

Las casi trescientas toneladas que pesaba el avión con el combustible se estrellaron en el lado este del edifi-cio a 540 km/h. El aparato se desinte-gró al colisionar. Pese a ser frágil co-mo un pájaro a aquella velocidad, con aquel peso derribó las columnas exteriores del edificio. En cuanto las alas se partieron, los motores, que eran los únicos objetos realmente só-lidos del aparato, salieron catapulta-dos. Uno de ellos atravesó el hemici-clo para estrellarse en el exterior.

La estructura del Capitolio era de piedra, sin refuerzos metálicos como el hormigón armado. Se construyó en una épo-ca en la que ése era el material que se considera-ba más duradero. La esquina sureste del edifi-cio quedó reducida a gravilla, que se proyectó como metralla hacia el oeste. Con todo, los da-ños más graves se produjeron segundos des-pués, que fue lo que tardó el techo en empezar a desplomarse sobre las novecientas personas de la Cámara. Cien toneladas de combustible brotaron de los depósitos, emitiendo gases de-bido a la fricción con los bloques de piedra. Ins-tantes después, el combustible se inflamó y una enorme bola de fuego engulló el edificio entero. Brotaban llamas como de un volcán, que reptaban por los pasillos en busca de aire. Se conmovieron hasta los cimientos.”c

Extracto de “Deuda de honor”. Traducción de Víctor Pozanco. Ed. Planeta, 1995

AVALLONE

E

n los últimos tiempos dis-tintos analistas han ha-blado del nacimiento, en el umbral del siglo XXI, de una nueva forma de acción te-rrorista que combina el fanatismo con el acceso a tecnologías y arma-mentos cada vez más sofisticados. Es el caso del prestigioso histo-riador militar estadounidense Walter Lacqueur, que en su obra “The new terrorism: fanaticism and the arms of mass destruction” (1999) se refiere al “megaterroris-mo” como la principal amenaza de nuestro tiempo.

Lacqueur destaca que los nue-vos terroristas no tienen, a diferen-cia de muchos de sus antecesores históricos, ninguna limitación mo-ral sobre cómo ni a cuánta gente matar. Cada vez disponen con más facilidad de armas de alta tec-nología, y sus actos de destrucción masiva provocan un pánico que puede paralizar cualquier socie-dad, desencadenando acciones de represalia susceptibles de degene-rar en conflictos a escala mundial. Para combatir estas actividades terroristas, los estados pueden

ver-se fácilmente obligados a recurrir a medidas autoritarias e incluso dictatoriales. En síntesis, el nuevo terrorismo llegaría a amenazar los fundamentos de la civilización moderna.

En términos sociológicos, los te-rroristas suelen pertenecer a clases medias educadas y raramente piensan que sus acciones les gran-jearán el poder político. Por el con-trario, buscan provocar reaccio-nes concretas, como hacer estallar un conflicto internacional.

Para el autor de “The new terro-rism”, la fórmula para que una ac-ción terrorista triunfe es: planifica-ción cuidadosa, capacidad de im-provisación, pequeñas unidades operativas, la anonimidad de gran-des áreas urbanas y unas fuentes de financiación tan generosas co-mo rápidas. Modalidades de terro-rismo ultraderechista en EE.UU., y de los extremistas islámicos en Oriente Medio han compartido es-tas características.

Otra estudiosa estadounidense, Jessica Stern,ha analizado igual-mente en“The ultimate terro-rists”(1999) la aparición de un

nuevo tipo de terroristas que se di-ferencian de los antiguos radicales nacionalistas o de extrema izquier-da. Ahora se trata de integrantes de grupos apocalípticos o milena-ristas, mucho menos constreñidos que sus antecesores por presiones políticas o por la ética tradicio-nal: ejemplos como el atentado de

Ocklahoma lo demuestran. Por otra parte, la difusión de conoci-mientos sobre armas nucleares, químicas y biológicas a través de Internet y otros medios de comuni-cación facilitan sus acciones e in-crementan su riesgo.

Para Stern, en un contexto pos-terior a la guerra fría como el

ac-tual la amenaza de una guerra nu-clear, devastadora pero improba-ble, ha sido reemplazada por ame-nazas menos costosas pero más in-minentes de ataques terroristas con armas de destrucción masiva. Otros libros como“America's Achilles heel”, deRichard A. Falk-enrathy otros autores (1998) o “Countering the new terrorism”, deIan O. Lessery otros autores (1999), han puesto también sobre todo el énfasis en el nuevo terroris-mo nuclear o químico, así coterroris-mo las formas organizativas que adop-ta, que son de red, siguiendo el ejemplo de Internet.

Un español, el sociólogo Ma-nuel Castells, relaciona en su libro “La era de la información” (1997-2000) el nuevo terrorismo con el fin de la guerra generalizada “convencional”. Para Castells, “el posible terrorismo nuclear, quími-co y bacteriológiquími-co, además de las matanzas indiscriminadas y la to-ma de rehenes, con los medios de comunicación en el centro de la ac-ción, es probable que se convierta en la expresión de la guerra en so-ciedades avanzadas”.c

Un avión contra el Capitolio

PLANIFICACIÓN

buena, anonimato

urbano y financiación

fácil son requisitos para

el triunfo terrorista

La anarquía

que viene

TOM CLANCY

El nuevo megaterrorismo

L

a agresión física forma par-te de la condición huma-na. Sólo cuando las perso-nas alcanzan un cierto ni-vel económico, educativo y cultural esta característica se relaja. A la luz del hecho de que un 95% del creci-miento demográfico del planeta ten-drá lugar en las regiones más depri-midas, la cuestión no es si habrá gue-rra (la habrá en abundancia), sino qué tipo de guerra será, y quién lu-chará contra quién.

Desacreditando al gran estratega militar Carl von Clausewitz, Van Creveld –posiblemente el pensador sobre la guerra más original desde este prusiano de principios del siglo XIX– escribe: “Las ideas de Clau-sewitz estaban completamente arraigadas en el hecho de que, des-de 1648, la guerra había sido libra-da abrumadoramente por estados”. Pero, como Van Creveld explica, el periodo de las naciones-estado y, en consecuencia, de conflictos de esta-do está tocanesta-do a su fin, y con él la nítida “triple división en gobierno, ejército y pueblo” que las guerras di-rigidas por un estado refuerzan. Así pues, para ver el futuro, el primer paso es mirar hacia el pasado inme-diatamente anterior al origen del modernismo: las guerras que en Eu-ropa empezaron durante la Refor-ma y culminaron en la guerra de los Treinta Años.

Dicho de otro modo, en aquel tiempo no había “política” en el sen-tido en que ahora entendemos este término, al igual que hoy en día hay cada vez menos “política” en Libe-ria, Sierra Leona, Somalia, los Bal-canes, el Cáucaso, y otros lugares.

Las entidades beligerantes ya no estarán restringidas a un territorio específico. Organismos dispersos y oscuros como las organizaciones te-rroristas islámicas sugieren por qué las fronteras importarán cada vez menos y las capas sedimentarias de identidad y control tribal tribal im-portarán cada más. “Todo parece in-dicar que los fanatismos religiosos tendrán un mayor peso en la moti-vación de conflicto armado en Occi-dente que en cualquier otro momen-todurante los últimos 300 años”, es-cribe Van Creveld. Y concluye: “El conflicto armado tendrá más que ver con las luchas de las tribus pri-mitivas que con la guerra conven-cional a gran escala”.c

Extracto de “La anarquía que viene”. Traducción de Jordi Vidal. Ediciones B, 2000

La brutal ola de ataques terroristas que ha puesto en jaque a EE.UU. y ha conmocionado a todo el mundo, no coge por sorpresa a algunos autores. En el campo de la literatura popular, el novelista estadounidense Tom Clancy anticipó hace seis

años un ataque suicida de un avión contra el Capi-tolio, sede del poder legislativo en Washington. En un terreno más profundo y analítico, el ensayis-ta Robert Kaplan advierte en uno de sus últimos libros, “La anarquía que viene”, sobre los

peli-gros del mundo posterior a la guerra fría, en el que la ausencia de fuertes polaridades tiende a propi-ciar el caos. Por último, diversos politólogos han analizado en los últimos años la emergencia de una nueva e inquietante frontera del terrorismo.

ATAQUE A ESTADOS UNIDOS

◗ ◗

Una oleada de terror imaginada por la literatura y la ensayística

ROBERT KAPLAN

(8)

EDITADO POR DIARIO ABC

SOCIEDAD LIMITADA

FUNDADO EN 1903

POR DON TORCUATO LuCA DE

T E N A

La Tercera Guerra Mundial

L

A historia registró ayer una

in-flexión irreversible y

definiti-va. El paroxismo del

terroris-mo —y ya no importa cuál de

ellos— ha desatado la tercera

guerra mundial al atacar el

co-razón político, militar y económico de los

Estados Unidos de América. No otra puede

ser la interpretación, apresurada pero obvia

de la devastadora ofensiva terrorista sobre

las dos grandes capitales americanas que

quintaesencian los poderes del orden

civili-zado de este planeta y que arrancan de la

derrota del nazismo tras el episodio bélico

de 1939-45. Las fuerzas del mal que en el

siglo pasado se encamaron en las

dictadu-ras totalitarias han sido sustituidas, a lo

que se ve con la ventaja de la impunidad,

por el terrorismo, que, cuajado en el

fanatis-mo de los delirios nacionalistas, étnicos y

religiosos, ha jugado con la vulnerabilidad

de la civilización, con el debilitamiento

mo-ral de las democracias occidentales y con

las complacencias de los sinuosos

equili-brios ideológicos y estratégicos de las

poten-cias democráticas.

Una ausencia de convicción en la

superio-ridad de los progresos intelectuales de las

sociedades más desarrolladas ha conducido

a un desarme moral y material de las

demo-cracias occidentales, la primera de las

cua-les no ha podido poner a salvo la entraña de

su sistema que quedó infartado y necrosado

por la osadía de un terrorismo sin

preceden-tes. Desde que el mundo superase las

prue-bas bélicas del siglo pasado todo un potente

movimiento de acomplejamiento ideológico,

de angustia ética y de debilidad moral ha ido

despilfarrando los activos del nuevo orden

mundial —viejo ya desde hoy— en una

bús-queda desesperada de su identidad en el

reco-nocimiento de los valores de sus más

acérri-mos enemigos. La impostura de que los

es-quemas de convivencia democráticos

esta-ban bien defendidos con la mera dialéctica

de su potencia intelectual —argumento falaz

pero cultivado con esmero por la fragilidad

de las distintas izquierdas europeas y

ameri-canas desde que el muro de Berlín se vino

abajo en 1989— ha conducido lenta pero

con-vincentemente a la ridiculización en unos

casos, y a la impugnación en otros, de las

políticas más cautas y defensivas.

Si la capital de los Estados Unidos y su

principal plaza financiera y política han sido

zarandeadas hasta el colapso y mUes de sus

ciudadanos asesinados han caído víctimas

del fanatismo, habría que interrogarse si el,

para muchos, «estrambótico» vaquero que

ocupa la Casa Blanca —ayer desalojada,

co-mo el Capitolio, también atacado— adquiere

un sentido nuevo ahora que el orden

mun-dial democrático ha quebrado exánime por

la efectividad de las amenazas que el propio

presidente Bush —y antes Reagan—

denun-ciaban con denuedo.

El escudo antimisiles que pareció a tantos

analistas una fabulación cinematográfica

del mandatario estadounidense, goza a estas

horas de una renovada vigencia

atemoriza-da en millones de ciuatemoriza-daatemoriza-danos que en estas

horas observan con un irrefrenable

quebran-to anímico cómo los símbolos de nuestra

civi-lización se desploman como un castillo de

naipes porque así lo ha decidido una suerte

de terrorismo que se ha alimentado cual

pa-rásito sobre los complejos occidentales. El

arrumbamiento de las tesis filosóficas,

éti-cas y teológiéti-cas que legitimaron en siglos

pasados el empleo de la fuerza para la

defen-sa del bien, ha conducido a esta extraña

vul-La devastación de

Manhattan —un Peari

Harbor del siglo XXI—

adelanta con inminencia

un nuevo orden mundial

nerabilídad que permite que una tercera

gue-rra mundial se desate sobre Washington y

Nueva York en apenas unas horas, el

siste-ma financiero quede paralizado, la

inteligen-cia militar al garete, los sistemas de

seguri-dad superados y los discursos políticos

enve-jecidos hasta límites insospechados.

La devastación de Manhattan —un Pearl

Harbor del siglo XXI— adelanta con

inminen-cia un nuevo orden mundial en el que la

defensa de los sistemas políticos basados en

la democracia retomarán la fuerza,

revisa-rán sus fundamentos dialécticos e

identifica-rán —esta vez ya de verdad— a sus

auténti-cos enemigos que son —lo han venido

sien-do— los nacionalismos, los

fundamentalis-mos religiosos y supuestamente

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tes y los fanatismos étnicos que han gozado

de espacios de comprensión teórica y

prácti-ca de la mano amable y generosa del

multi-culturalismo, la dilución de la fortaleza de

los Estados nacionales, el neorromanticismo

racista e idiomático y la convivencia mansa

con las dictaduras nucleares con estructuras

terroristas incardinadas en respetables

go-biernos que arrojaban contra el imperio

ame-ricano la fortaleza de su presunta debilidad.

Nunca llegamos a suponer, sin embargo, que

el constante abofeteamiento de la

prepoten-cia occidental acabaría con Washington y

Nueva York en ciudades-peleles a merced

del terrorismo.

Esta tercera guerra mundial que se

consu-mó en pocas horas en el corazón americano,

traerá, inicialmente, consecuencias

desastro-sas. Ya se están percibiendo. Es previsible

una crisis económica de graves dimensiones

y un cuestionamiento inmediato de

regíme-nes políticos inservibles por cómplices con

las fuerzas malignas que ayer asesinaron

con alevosía a miles de ciudadanos

america-nos. Pero las consecuencias diferidas del

dan-tesco espectáculo de una Manhattan en

pave-sas serán de alto bordo. Además del rearme

material —sea OTAN o versión

alternati-va—, resultará imprescindible el ideológico

con la deslegitimación radical e inmediata

de discursos destructores que han

pretendi-do diluir el orden internacional hasta el

pun-to de dejarlo agonizante. Una revisión

ínte-gra, pues, que ya no puede excluir la

repre-sión, después de décadas en las que la

legíti-ma defensa de las libertades conquistadas se

ha mostrado como una forma siniestra de

integrismo inaceptable y durante las cuales

las víctimas se han presentado como los

ver-dugos.

Es inevitable una reflexión proyectada

so-bre una España que, a una escala decimal en

relación con las proporciones históricas de

los acontecimientos de hace unas horas en

Estados Unidos, presenta algunas

incerti-dumbres, que requieren igual disposición

quirúrgica a la que se está fraguando en

es-tas horas en Washington. Madrid, Barcelona

o Sevilla son ciudades que viven con el

áni-mo encogido ante la posibilidad —tan real,

tan cierta, tan ya vivida y padecida— de una

matanza terrorista. Basta el apunte, la

indi-cación espantada de esa posibilidad que se

cierne con perfiles de certeza luego de que la

Gran Manzana, la gran ciudad prohibida del

mundo, haya sido vapuleada por esta fugaz y

destructora guerra mundial. Las fuerzas del

mal —de nuestro particular mal pero que

participa de todo el cortejo sintomático de

las acciones terroristas de hace unas

ho-ras— están ahí, próximas, al acecho. Ha

lle-gado el momento de que el mundo —y

noso-tros con él— nos defendamos para que la

democracia no sea la pesadilla de una larga

postguerra declarada por el terrorismo.

J O S É ANTONIO ZARZALEJOS

Director de ABC

ABC (Madrid) - 12/09/2001, Página 3

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