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SIGLO VEINTIUNO EDITORES S.A., 1996 - Madrid
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Etapa
anal
Para el niño de 1 a 3 años, el 90% de los intercambios con los adultos son a propósito del alimento y del
aprendizaje de la limpieza y control de esfínteres.
El segundo año de la infancia, sin destronar completamente la zona erógena bucal, va a conceder una
importancia especial a la zona anal. Ésta, por lo demás, se despierta ya mucho antes y no hay más que
observar a los bebitos para percibir su placer, no disimulado, durante el relajamiento espontáneo de sus
esfínteres excrementicios.
El niño ha alcanzado un mayor desarrollo neuromuscular: la libido, que provocaba el chupeteo
lúdico de la etapa oral, provocará ahora la retención lúdica de las heces o de la orina{retención que a
veces se prolongará hasta bien entrada la infancia y que se vuelve a encontrar en algunos adultos).
Y esto puede ser el primer descubrimiento del placer autoerótico masoquista(1), que es uno de los
componentes normales de la sexualidad.
El aseo subsiguiente a la excreción es proporcionado por la madre. Si está, contenta del bebé, el aseo
transcurre en una atmósfera agradable; si el bebé ha ensuciado sus pañales, al contrario, será regañado
y llorará. Pero como, de todas maneras, a causa de la satisfacción fisiológica de la zona erógena, este
aseo es agradable, se asocian a la madre emociones contradictorias: es el primer descubrimiento de una
situación de ambivalencia.
Expulsar los excrementos en el momento oportuno en que el adulto los solicita se convierte entonces,
también, en una forma de recompensa (aquí, de parte del niño hacia su madre), un signo de buen
entendimiento con la madre, mientras que el rehusarse a someterse a sus deseos equivale a un castigo
o a un desacuerdo con ella.
Por la conquista de la disciplina de los esfínteres el niño descubre también la noción de su poder y de su
propiedad privada: sus heces, que puede dar o no, según quiera. Poder autoerótico por lo que se refiere
a su tránsito intraintestinal (2) y poder efectivo sobre su madre, a la que puede recompensar o no. Y
este "regalo" que le hará será asimilado a todos los otros "regalos" que se "hacen", el dinero, los objetos
cualesquiera que se vuelven preciosos por el solo hecho de darlos, hasta el hijo, el hermanito o la
hermanita, que en las fantasías de los niños son hechos por la madre a través del ano, después de haber
comido un alimento milagroso. Es el descubrimiento del placer sádico. (3)
Pero expulsar sus excrementos a horas fijas, a menudo con esfuerzo, no esperar la necesidad imperiosa
y espontánea, no jugar a retenerlos, constituye, en la óptica del niño, una renuncia. La prohibición de
jugar con ellos, además, en nombre de un asco que afecta al adulto (aun cuando no lo experimente)
crea también un renunciamiento.
Ahora bien, el niño no renuncia a un placer si no es a cambio de otro: aquí la invitación del adulto
amado. La identificación, mecanismo ya conocido en la etapa oral, es uno de sus placeres.
Pero el modo de relación inaugurado en relación con los excrementos no puede desaparecer, porque
tratar de imitar al adulto en sus gestos y en sus palabras no es todavía participar de su modo de pensar y
de sentir. De ahí que sea preciso que el niño encuentre sustitutos sobre los que pueda desplazar sus
afectos:. serán toda la serie variadísima de objetos que en esta edad el niño arrastrará consigo siempre
y los que nadie podrá tocar sin despertar su enojo, "sus caprichos"; sólo él tiene sobre ellos derecho de
vida y muerte es decir, de apretarlos entre sus brazos o de destruirlos o tirarlos; en una palabra, de
darles o no la existencia, como a sus excrementos.
Entonces, en lugar de jugar con sus excrementos, se verá absorto en la fabricación de pasteles de arena
y chapoteará en la porquería, en el agua, en el barro; debido a este desplazamiento, inconsciente, la
actitud más o menos severa de los padres en cuestión de limpieza, no sólo esfinteriana, sino general,
favorecerá o entorpecerá el despliegue del niño y su adaptación a la vida social con soltura de cuerpo y
destreza manual.
Por otra parte, si por juego o por estreñimiento fortuito el niño retiene sus excrementos, suele seguirse
de ahí una agresión anal del adulto, el supositorio o incluso una lavativa. Para el niño esto significa una
dolorosa y el adulto puede disgustarse. Se dibuja ahí de nuevo la ambivalencia afectiva y se liga asocia‐
tivamente al masoquismo naciente.
Hay todavía más en lo que respecta al comportamiento: el niño alcanza ahora un desarrollo
neuromuscular muy satisfactorio, que crea en él la necesidad de la libre disposición de sus grupos
musculares agonistas y antagonistas y le da en adelante la posibilidad de imitar al adulto no solamente
en sus palabras sino en todos sus gestos. Es activo, gritón, brutal, agresivo con objetos y no sólo con los
que están a su alcance, como en la etapa oral, sino aquellos que agarra y que desgarra, golpea, tira por
tierra, como si encontrara un placer malicioso en ello, acentuado por lo demás desde que se da cuenta
de que esto puede molestar al adulto en mayor o menor medida. Se ha logrado la identificación. Si le
complace molestar y golpear es porque ama al adulto. La ambivalencia aparecida al final de la etapa oral
se consolida.
Pero el niño usa de su agresividad muscular sin otra regla que su "capricho". El papel de la educación es
habituarlo, también ahí, a una disciplina social.
En la práctica, cuando el niño desobedece, se le regaña (a sus ojos: se le priva del amor), se le pega y por
agresivo que sea el niño, por fuertes que sean sus rebeliones, siempre es el más débil y tiene que ceder.
Pero, así como una educación favorable habrá permitido al niño encontrar sustitutos simbólicos a sus
materias fecales, igualmente por lo que respecta a su educación muscular habrá que reservarle horas
cotidianas, en las que, sin coerción de los padres, pueda jugar tan brutal y ruidosamente como le plazca.
Es una condición para salvaguardar su vida y su libido ulteriores, si no, el niño se sentirá aplastado bajo
el dominio sádico del adulto (no porque éste sea necesariamente sádico, sino porque el niño proyecta
en él su sadismo insatisfecho) y la actividad ulterior quedará ligada en todos los dominios a una
necesidad de castigo, que implicará la búsqueda de ocasiones en que se le pegue o se le domine
pasivamente.
A la etapa anal se remite la formación de los caracteres concienzudos, sobrios, regulares trabajadores,
serios y científicos en aquellos que hallaron placer en conformarse a las nuevas exigencias que se les
planteaban: en los otros, se encontrará a los obstinados, los malhumorados, los testarudos, los que
gustan de llamar la atención por su desorden, su suciedad, su indisciplina o también aquellos que se
hacen insoportables a los que los rodean por su afán de orden meticuloso, rayano en la obsesión.
El interés por las materias fecales podrá ser sublimado en los pintores, los escultores, los amantes de las
joyas, los coleccionistas de todo género de cosas y todos aquellos a los que les interesa la banca y el
manejo de dinero en general.
Es a los componentes dominantes de la fase anal a los que hay que atribuir en el adulto los caracteres
posesivos y mezquinos, la avaricia (el dinero representa los excrementos para el inconsciente de la
etapa anal). En fin, los componentes sádicos y masoquistas de este período explican las perversiones
correspondientes en el adulto, así como el interés libidinal exclusivo por el orificio anal, en el acto
sexual, en detrimento de la vagina, cuya existencia anatómica es desconocida en la edad a la que ha
quedado vivazmente fijado el perverso.
El objeto de amor que buscan los individuos de este tipo caracterológico no es específicamente
heterosexual u homosexual. Podría decirse que la característica genital del objeto de su deseo es
paralela o accesoria. Lo importante es que vuelva a encontrar, a su contacto, la modalidad de las rela‐
ciones emocionales experimentadas frente al adulto, dominante y sobrestimado a la vez, de esa infancia
pre‐genital en la que el valor mágico del poder del educador o de la educadora se le imponía a él,
corporalmente subyugado, aun en los casos en que su voluntad verbalmente expresada parecía
oponerse al maestro indiscutido en los hechos y actos que imponía.
Subyugar o ser subyugado, tal es el summum de la relación valiosa de amor. Es una ética de la posesión,
que encuentra su fin y su justificación en sí misma. Una homosexualidad latente e inconsciente está,
pues, implícita en la elección de objeto, se trate o no de una persona del otro sexo. La complementación
buscada no está subordinada a la eficacia creadora de los dos componentes de la pareja, sino a la
otro por lo que se refiere a la pasividad ‐ de sus comportamientos sociales y a menudo complicados con
la dependencia recíproca, igualmente narcisista.
Importa mucho que el objeto sea muy débil o muy fuerte, complaciéndose el sujeto en el papel inverso
y dependiente. El objeto se duplica a menudo en forma de un marido o un hijo que preocupa si se trata
de una mujer, o afectado por una enfermedad o debilidad, o víctima de un destino agobiador que lo
coarta. Si la situación triangular desaparece y el objeto resulta al fin libre, pierde su valor de objeto
sexual. Cuando este carácter anal predomina en la mujer, hace de ella una buena y fiel empleada de un
patrón exigente, del que ella está narcisistamente orgullosa de ser la víctima elegida. Puede tratarse de
un hombre tanto como de una pareja marido‐suegra, o de quienquiera que la explote de tal manera que
se sienta justificada al sustraerse a una actividad verdaderamente gratifican te para una mujer en el
plano de la realización genital.
Tales caracteres predominan numéricamente en la sociedad actual a todos los niveles de la escala de
nuestra cultura ‐ que se dice cristiana‐ en el sistema capitalista. El superyó anal homosexual está
dominado por la angustia del rechazo que aniquila o del éxito que reifica, independientemente del valor
humano de la sensibilidad y de la originalidad creadora asumidas, de la irradiación vital y poética del
individuo.
Los tipos extremos entre las mujeres, en cuanto al comportamiento sexual, son la prostituta y la virago
(marimacho), desde el punto de vista sentimental y personal: la mujer‐niña, a menudo invertida,
disfrazada de vampiresa, de virago o de esposa y madre irreprochable, llena de virtudes domésticas y
envuelta en sacrificios. La frigidez en la mujer y la impotencia en el hombre provienen de la sobrecatexis
del actuar, del hacer y del hacer que le hagan, sobre lo expresado y auténticamente vivido.
Los tipos extremos entre los hombres, en cuanto al comportamiento sexual, están representados por el
rufián (chulo o padrote) y el pederasta. En el comportamiento social, por todos los papeles del
instigador o de la víctima elegida, o bien, sublimados, en los de cirujano, médico o educador. Se
comprende fácilmente que la neurosis tome prestado de esta fijación lo principal de la sintomatología
corriente de la histeria, de la neurosis obsesiva y la patología orgánica los trastornos menores de la
salud y su letanía de mediaciones conjuratorias pantomímicas y emocionantes, hipocondríacas y
psicosomáticas, al servicio de un narcisismo de tipo anal pervertido. Toda la terapia farmacéutica no
recetada justifica socialmente todo este teatro, al hacerlo comercialmente rentable. El poder mágico
que se espera de medicamentos milagrosos comprados a escondidas es la ayuda indispensable para
soportar la vida en el caso en que el tipo particular de objeto libidinal falte o no se lo pueda encontrar, y
la dependencia respecto de estos remedios es por lo menos tan grande y tan indispensable como
respecto de una persona.
El pensamiento en la etapa anal
Esta edad, que es la de la iniciación ambivalente, está sensibilizada (precisamente a causa del
descubrimiento de esta ambivalencia) a la percepción de pares antagonistas.
Sobre un esquema dualista, derivado de la catexis anal ("pasivo ‐ activo") el niño va a establecer con el
que lo rodea toda una serie de conocimientos calificados por la relación de este objeto con el propio
niño, después de haberlo identificado con alguna cosa ya conocida por él.
Toda mujer es una mamá; buena ‐ mala. Toda mujer mayor es una abuelita, buena‐‐ mala, grande ‐
pequeña. He ahí cómo procede su exploración comparativa.
Los objetos que se oponen a su voluntad son "malos" y les pega; y está en pleito permanente con ellos y
con todo lo que se les parece o les está asociado. Pero cuando su voluntad se opone a la del adulto, no
lo puede golpear o, en todo caso, si es "malo", es castigado y (se imagina que) pierde su amistad. Es la
moral de lo Bello y lo Feo.
El niño cede, porque necesita al adulto en todo momento, a la persona grande omnipotente, "divina" y
mágica y sólo obedeciéndola o no se la torna favorable o indiferente, si no peligrosa. En otras ocasiones,
que sabe son los deseos del adulto, lo que puede pervertir la ética del niño, para quien ser bueno puede
significar ser pasivo, inmóvil y sin curiosidad.
Vemos, pues, que las pulsiones agresivas espontáneas y las reacciones agresivas contra todo lo que se le
opone deben ser diferidas, desplazadas; y cuando el adulto está en juego, estas pulsiones y estas
reacciones serán desplazadas sobre objetos que recuerden al adulto: por asociación, y tendremos allí la
fuente del simbolismo; o por representación: muñeca, animal, y tendremos ahí la fuente del fetichismo
y del totemismo de los niños. (7)
El hecho de dirigir sus afectos (destinados al adulto) hacia objetos da a éstos una realidad subjetiva que
el niño tomará por realidad objetiva ‐de la que no tiene todavía noción, no teniendo aún el sentido de
las "relaciones" ni del porqué causal‐, de tal manera que no aprehende la realidad objetiva sino según
las repercusiones agradables o desagradables que ella tenga sobre su propia existencia.
Vemos, pues, en el estadio anal un pensamiento caracterizado por mecanismos de identificación y de
proyección: estas proyecciones se efectúan siempre en el cuadro dualista inherente a la ambivalencia
sadomasoquista de las relaciones objetales. Es la época de los animales tótem y la de las fobias que
traducen la angustia ante un objeto investido por el propio niño de un poder mágico. Este objeto,
generalmente animal, representa, para el inconsciente del niño, el adulto al que ha retirado su catexis
libidinal agresiva para proyectarla sobre su sustituto, el animal temido. (5)
1. "Masoquista" en una primera aproximación puede entenderse como del orden del "hazme alguna cosa", "placer de
sentir aplicaciones pasivas sobre el cuerpo" (la progresión general del bolo fecal, su aparición en la ampolla rectal, no
son, en efecto, actos voluntarios y por consiguiente dan lugar a sensaciones sentidas pasivamente).
2. Es probable que la libido anal sea, más que orificial, una libido difusa "de todo el interior" que empalma con la libido
oral: el autoerotismo narcisista de sentirse "dueño de su nutrición y de su crecimiento" de un extremo a otro, valga la
expresión.
3. Igualmente, "sádico" puede entenderse aquí en general como del orden del "te hago una cosa con mi cuerpo", "quiero
tener derecho de vida y muerte sobre objetos, cosas vivas, sobre ti, como quería tenerlo sobre mis excrementos".
4. En Tótem y tabú, Freud trató de la cuestión del totemismo no en el sentido clínico, tal como lo entendemos en este
momento, sino en el sentido histórico o religioso.
5. Se trata de un proceso clave, cuya persistencia o desviación ulteriores permiten la constitución (y la eventual
comprensión terapéutica) de construcciones neuróticas delirantes.