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MUJER SEXO GÉNERO La historia de las mujeres en el Cercano Oriente Antiguo

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES ESCUELA DE HISTORIA

HISTORIA DE ASIA Y ÁFRICA I

PROFESORA TITULAR: CRISTINA I. DI BENNARDIS

BAHRANI, Z. “Women / Sex / Gender. Women’s history and the ancient Near East”, en Women of Babylon. Gender and representation in Mesopotamia. Routledge, Londres, 2001.

Traducción para uso interno de cátedra: Melisa Gómez, 2012. Revisión: Luciana Urbano.

MUJER / SEXO / GÉNERO

La historia de las mujeres en el Cercano Oriente Antiguo

[7] A través de la historia la gente se ha dado la cabeza contra el acertijo de la naturaleza de la femineidad… Ni ustedes han escapado de preocuparse sobre este problema – aquellos de ustedes que sean hombres; a aquellas que sean mujeres esto no se aplicará – ustedes mismas son el problema.

(Freud 1964: 113)

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aún en las sociedades contemporáneas. La pregunta con la que comienzo amerita atención no obstante, ya que no sólo aún no está clara la iniciativa de la historia de las mujeres y su relación con la antigüedad, sino que tampoco ni la categoría de género “Mujer” ni el término “Historia” carecen de problemas. Los dos problemas, como las utilizamos en el estudio de la antigüedad, requieren alguna clarificación. Y la yuxtaposición de los dos términos en una subdivisión disciplinaria, más aún, tiene un número de implicaciones importantes para el campo de la historia antigua que necesitan ser puestas a la luz y escrutadas. Por esta razón, me gustaría comenzar instalando un conjunto de preguntas de marco para introducir los temas de sexo / género y la subjetividad femenina dentro de la discusión general de las mujeres en la historia, así como en el análisis de la representación visual antigua. Al mismo tiempo, introduciré la representación como un concepto teórico en funcionamiento dentro de las discusiones de sexo y género, así como en los procesos de la escritura de la historia. El enfoque que propongo es en efecto una intersección de inquietudes feministas y postmodernas, y cuestiones históricas, históricas del arte y arqueológicas. Por lo tanto es un llamado a la interdisciplinariedad no sólo en la consideración de archivos e información tradicionalmente asignados a un área de la investigación o a otra, sino también a una [8] interdisciplinariedad metodológica integral; una interdisciplinariedad que más que sólo tomar prestado métodos de un área de especialización a otra, y “aplicarlos” como una cuadrícula organizacional para el material a mano, incorpora sus inquietudes y enfoques teóricos.

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algunas definiciones que funcionan aquí como un lineamiento básico de la historia de los estudios de las mujeres y academicismo feminista. Todas las nociones de trabajo y terminología fundamentales presentadas en esta sección y sus análisis serán desarrollados luego, y sus implicaciones teóricas desentrañada a través del libro en relación con los puntos focales específicos de los capítulos. La discusión inicial presentada aquí es por lo tanto una introducción a la estructura de la disciplina y a los parámetros teóricos del academicismo feminista, y a las ideas feministas contemporáneas que hoy en día circulan en la academia.

Historia de las mujeres

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subyace a la definición de “hombre” o “mujer” es en sí misma definida históricamente y variable. Ciertamente no es absoluta o universal como un medio de ver un orden sexual mundial. Las concepciones de la diferencia biológica varían a través de las culturas y dentro de las culturas a través del tiempo. Así siempre estamos tratando con formas históricamente específicas de la masculinidad o la femineidad, así como con otras nociones de la individualidad y la identidad.

En los relatos históricos narrativos del progreso de la civilización desde la antigüedad al presente, la historia de las mujeres ha menudo ha llegado a significar una progresión unilineal de las mujeres como un grupo coherente y definible que comienza con la antigua Grecia y culmina en la modernidad occidental. En consecuencia, la historia de las mujeres como historia antigua ha estado en su mayoría limitada a la antigüedad clásica. Esta situación se debe sin duda en parte a nociones eurocéntricas de historia como el dominio propio de occidente, siendo el resto del mundo meramente periférico a lo que se construye como el desarrollo histórico real. Pero este estado de cosas no es simplemente resultado de tácticas exclusionistas de parte de los investigadores clásicos. Los clasicistas han estado comprometidos con cuestiones de género y sexualidad desde fines de los 60’, y muchos han incorporado con éxito teorías postmodernas, feministas y psicoanalíticas, e incluso el muy reciente campo de la teoría queer desarrollada durante los 90’.1 Los investigadores del Cercano Oriente, por otro lado, han sido mucho más conservadores en su disposición a ahondar en otras áreas de las humanidades y las ciencias sociales, especialmente en lo que concierne al sexo / género. Pocos han trabajado sobre estas cuestiones, incluso aunque el registro textual, las artes visuales y la información arqueológica pertinente al género y a la sexualidad están lejos de ser escasos. El estudio de género en el Egipto faraónico está en una condición apenas mejor que otras áreas del Cercano Oriente, pero incluso en esta área ha habido poco interés en los desarrollos recientes de la crítica histórica o las teorías de género. En contraste, la historia clásica y la arqueología, a menudo acusados de conservadurismo por los que trabajan fuera de la tradición occidental, han estado a la vanguardia de los desarrollos teóricos actuales en los estudios antiguos, dejando al estudio del Cercano Oriente muy atrás. La situación académica resultante es que cuando se hace cualquier referencia a mujeres, género o sexualidad en la antigüedad la

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presunción es que es una referencia a la antigüedad clásica. En el mejor de los casos, ejemplos de la difícil situación de las mujeres del Cercano Oriente (generalmente presentadas a una luz negativa) son mencionados con propósitos comparativos en las historias de las mujeres enfocadas en Grecia y Roma.

Todas las definiciones de la historia de las mujeres brevemente reseñadas claramente están llenas de capas de preconceptos. Estos, sostendría la crítica feminista contemporánea, derivan del orden cultural androcéntrico o patriarcal hegemónico. En otras palabras, rastrear en el registro histórico lo que se considera inquietudes femeninas esenciales es adherir a nociones a priori no sólo de lo que es intrínsecamente femenino, sino también de lo que constituye el registro histórico apropiado, y así perpetuar la narración unilineal del progreso que es tanto androcéntrico como eurocéntrico. Contra esas concepciones naturalizadoras o esencializadoras de las divisiones sexuales, [10] algunas feministas han sostenido que la división entre público y privado es en sí misma una estructura de género en la que hombres y mujeres son identificados con diferentes espacios y actividad y por lo tanto con cierta ética y valores. Más aún, concebir a la historia de las mujeres como cualquier cosa siempre y cuando haya sido escrita por investigadoras asume que, esencialmente, las mujeres deben ser iguales, y pueden pensar y escribir por todas las mujeres en masa, y en consecuencia, que todos los hombres son definibles como un grupo coherente e indiferenciado. Finalmente, algunas feministas han visto la noción de civilización occidental como central para la historia mundial como una noción ligada a un posicionamiento androcéntrico del hombre occidental autónomo como el agente de la historia. El feminismo contemporáneo por lo tanto es sensible a críticas postcoloniales de opresiones raciales y colonialistas que no están limitadas a la opresión de los cuerpos y a la colonización territorial, sino que conciernen a la colonización de las estructuras normativas de la misma investigación.

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con respecto a estas metodologías. Se asume a menudo que el estudio de las mujeres es parte de un proyecto mayor de historia social. Pocos historiadores sociales o marxistas, sin embargo, estarían dispuestos a permitir que inquietudes feministas se introdujeran en un análisis más puro de la sociedad basado en la clase.2 En lugar de esto, a menudo se ve a la crítica feminista como una inquietud (aunque necesaria) marginal. Tal actitud, tan liberal, pierde el punto de la teoría feminista, el cual es que la matriz de la diferencia sexual está integrada a la estructura de las sociedades. Para usar términos marxistas, la diferencia sexual no puede ser asignada a un nivel de superestructura epifenomenal. Así, sexo / género, o la posición de las mujeres en la sociedad, no se puede analizar como una cuestión lateral, de acuerdo con una metodología positivista empírica. A menudo, quienes estudian el antiguo Cercano Oriente asumen que estudiar a las mujeres en el registro histórico o arqueológico es lo mismo que estudiar cualquier otro objeto: se acumula la información, se cataloga cada mención de este objeto, se registra información de contextos arqueológicos y el registro luego está completo, ordenado y exacto. La naturaleza muy diferente y compleja de acumular tal información cuando el objeto de estudio es la “mujer” no se confronta generalmente, o incluso no se reconoce. La historia feminista contemporánea, por el otro lado, se ocupa de esta problemática de acceder a la “mujer” en cualquier relato histórico. Más que simplemente encontrar a la “mujer” en la historia, trata de encontrar lo que “mujer” significa en ese registro histórico.

[11] Crítica feminista

La crítica o teoría feminista, segunda área que deseo discutir aquí, necesita aún mayor aclaración que las definiciones de la historia de las mujeres. Los malentendidos y definiciones de esta última quizás son resultado de normas androcéntricas y concepciones esencializantes de mujeres y hombres como categorías de género. Los malentendidos de la teoría feminista, por la otra parte, no son tan fácilmente de aclarar. Ha surgido confusión entre las feministas autoproclamadas, que llevan a veces a desacuerdos hostiles con respecto a lo que conlleva la crítica feminista “real”. A menudo tales debates parecen asumir un método universal y monolítico que todos deberían seguir fielmente como si fuera el conjunto de directivas de una fórmula

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científica. La teoría feminista, sin embargo, no es ni estática ni está reducida a un método “correcto”. Se ha desarrollado un número de enfoques feministas desde los 60’, y son descriptas como una serie de “olas” de investigación. Las olas comenzaron en el primer trabajo feminista, con el proyecto de encontrar a las mujeres en el registro histórico (antes descripto), y pronto comenzó a concentrarse en definir los medios por los cuales las mujeres son oprimidas en momentos históricos particulares, y en sociedades específicas. En años recientes, estos intereses han sido superados por una consideración con base más teórica del sexo y el género como construcciones culturales, y por teorías de la subjetividad y su relación con el poder. Definiré lo que se concibe como las tres olas principales, así como discutiré las áreas nuevas que emergen relacionadas, la teoría queer y la teoría de la masculinidad. Para mis propios propósitos en este libro, puntualizaré desde el comienzo que trabajo aquí con la creencia de que el sexo y el género son construidas culturalmente; es decir, que son construcciones discursivas socialmente determinadas que toman las cualidades de lo natural. Mi propio proyecto será formular un relato del género en la antigüedad mesopotámica como una construcción compleja específica en su contexto socio-histórico. Enfocándome en representaciones visuales y textuales, mi objetivo es llamar la atención a los trabajos de la diferencia y su articulación en el discurso, más que a recuperar la realidad de las vidas diarias de mujeres u hombres. Como tal, la base teórica de este estudio está en el feminismo de la Tercera Ola, o postfeminismo como se lo llama a veces, pero sostendré que incluso la teoría feminista de la Tercera Ola tiene todavía limitaciones cuando se aplica a la antigüedad del Cercano Oriente, limitaciones que indican una necesidad de moverse más allá de un conjunto dado de directivas “correctas” desarrolladas en el contexto de la modernidad y la postmodernidad y forjar métodos formados por el feminismo, teorías arqueológicas y crítica histórica.

La cuestión de la teoría

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y un olvido de las propias” (Eagleton [12] 1983: 7). Cuando hablamos de un “enfoque tradicional” en oposición a un “enfoque teórico”, en realidad generalmente estamos hablando de una oposición entre el positivismo con su dependencia de las primeras epistemologías modernas y, por el otro lado, la investigación postmoderna con su cuestionamiento de las formas anteriores de conocimiento. Incluso la arqueología procesual, que no es un enfoque posmoderno sino una metodología basada en el estructuralismo, una teoría modernista tardía, aún es vista con sospecha por los “tradicionalistas”. En la arqueología y la historia antigua los dos campos a menudo están más desconcertados entre sí que hostiles uno al otro, en realidad. Parte del problema aquí es que los que están del lado de la teoría a veces han sido lentos para explicar sus propios enfoques a los que se les oponen. Este rechazo a aclarar métodos y a desembalar el lenguaje crítico ha llevado a muchos grandes malentendidos, inclusive y no menos, entre los que se autoproclaman practicantes de la teoría. Incluso el término “postmoderno” es un punto de gran confusión para muchos, que parecen asumir que es “una teoría”. Quizás es mejor descripta como un Zeitgeist en el cual ha surgido un escepticismo en medio del conocimiento, un escepticismo que lleva a numerosas teorías, muchas de las cuales pueden ser, y a menudo son, opuestas entre sí (por ejemplo la filosofía pragmática postmoderna y la deconstrucción). Sin embargo, todas tienen la postura similar de que todos los conocimientos son construidos socialmente, y que hacer distinciones entro lo natural y lo cultural sea la distinción sexo / género que está en cuestión o los reclamos de verdad de otras áreas de conocimiento no es un corte tan claro o tan simple como puede parecer al principio.3

En forma contraria, la resistencia a la teoría de parte de los tradicionalistas resueltos a menudo es más como un temor que una posición académica. Más que discutir contra una postura teórica, esos tradicionalistas a menudo la dejarán de lado como “jerga” y la decretarán como no académica. No hay duda de que la dificultad de la mayoría de los textos teóricos primarios lleva a esta resistencia a leer teoría, pero la dificultad de los textos generalmente no es suficiente para detener a los investigadores de su tarea. Sumado a esta inevitable lucha con la complejidad de los textos está la desilusión a la que al final llevan esas lecturas. Leer teoría no es un proceso gratificante que provea satisfacción inmediata porque en realidad funciona hacia un constante deshacer de las premisas en las que se ha basado nuestro conocimiento. Como sostiene

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Jonathan Culler, “la intimidación que sentimos cuando estamos frente a discursos que no conocemos o entendemos es inseparable de la posibilidad de una nueva comprensión” (Culler 1994: 17). El deshacer de tales premisas de conocimiento por lo tanto es un aspecto importante y valioso de la comprensión de cómo creamos el conocimiento en sí mismo. Con respecto a la antigüedad del Cercano Oriente esto es particularmente valioso porque estamos tratando con una otredad temporal y espacial extrema. Cualquier estudio del pasado del Cercano Oriente está obstaculizado desde el comienzo por un número de preconceptos que por mucho tiempo han estado incrustados en el discurso como hechos científicos o empíricos. Así las definiciones orientalistas decimonónicas del antiguo Oriente como violento, despótico, sexualmente irrestricto y depravado, o paradójicamente y en forma contraria, conservador y reprimido, a menudo se vierten en la investigación contemporánea como las cuestiones más superficiales con respecto a cómo ha sido adquirido ese conocimiento, y citaré ejemplos en los siguientes capítulos. Una investigación formada teóricamente [13] por lo tanto se necesita hace mucho y (se podría decir incluso) es de extrema necesidad en este campo. La teoría por lo tanto no es un enfoque que un investigador pueda elegir en lugar de una (pretendida) investigación objetiva basada en los hechos. Esto último ya es dependiente de creencias y modelos tácitos que son tomados como de sentido común y que por lo tanto no requieren ni definición ni explicación. En otras palabras, al rechazar la “teoría” los investigadores positivistas han sido o incapaces o renuentes a explicar en qué creen que consiste la historia, o cómo se recupera. En lugar de ello, afirman que es auto-evidente. Las innovaciones teóricas del postestructuralismo y la arqueología postprocesual aún son vistas con sospecha, y a menudo menospreciadas como métodos ilegítimos y no objetivos. Aun así, tomando cuestiones filosóficas que conciernen a cosas tales como la interpretación, la ideología y la retórica, estos enfoques proporcionan elementos para comprender los procesos de la historia.4

El otro cargo, bastante común, elevado contra las teorías postmodernas es que perpetran un relativismo de interpretación sin sentido que es políticamente peligroso. Esta es una acusación hecha en particular contra la teoría de la recepción y la

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deconstrucción por parte de investigadores que, se puede concluir, no han leído en realidad los trabajos teóricos y filosóficos en cuestión. Como dice Richard Rorty:

El “relativismo” es el punto de vista de que toda creencia sobre cierto tema, o quizás sobre cualquier tema, es tan bueno como cualquier otro. Nadie sostiene ese punto de vista. Excepto por los ocasionales novatos cooperadores, uno no puede encontrar a nadie que diga que dos opiniones incompatibles sobre un tema importante son igualmente buenas. Los filósofos llamados “relativistas” son los que dicen que los campos para elegir entre esas opiniones son menos algorítmicos de los que se había pensado.”5

(Rorty 1982: 166)

Un sentimiento similar es expresado por Gayatri Chakravorty Spivak:

La deconstrucción no dice que no hay sujeto, no hay verdad, no hay historia. Simplemente cuestiona el privilegiar la identidad para que se crea que alguien tiene la verdad. No es la exposición del error. Constante y persistentemente está averiguando cómo se producen las verdades.

(Spivak 1996: 27)

El punto de las teorías postmodernas como la deconstrucción no es que todas las interpretaciones son igualmente buenas, sino que todo conocimiento es necesariamente una construcción. Desde este punto de vista entonces, la teoría feminista contemporánea no es un método de considerar la historia desde “un punto de vista femenino” equivalente y paralelo a un punto de vista masculino, ni un lamento por la marginalización de las mujeres en los relatos históricos. Es una posición teórica basada en la creencia de que todos los conocimientos, inclusive los que definen el cuerpo, la sexualidad y los roles de género normativos son producidos más que encontrados por la investigación.

5 Richard Rorty, “Pragmatismo, relativismo e irracionalismo”, en su

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[14] Clasificando la investigación feminista

Generalmente se considera que el movimiento feminista consiste de tres olas de desarrollo, aunque hay poco consenso de cómo se tienen que definir o delimitar esas olas. Ciertamente hay mucha superposición entre temas y puntos en foco de una ola a la siguiente, y en términos de fechas absolutas las divisiones son difíciles de marcar. Algunas investigadoras que trabajan hoy siguen a favor del enfoque de la Primera Ola y algunas trabajando en los 70’ ya estaban problematizando los métodos feministas trayendo cuestiones teóricas postestructuralistas o postmodernas que hoy serían clasificadas “Tercera Ola” o “postfeministas”.6 Sumada a esta superposición está la diferencia entre el movimiento feminista en sí mimo y la integración de sus inquietudes en la investigación en las humanidades y las ciencias sociales. El feminismo de la Primera Ola, sostendrían algunos, pre-existió a cualquier invasión del feminismo en la investigación. La investigación feminista que hoy podríamos llamar “Primera Ola” ocurrió durante la segunda fase, o Segunda Ola, del movimiento feminista fuera de la academia (Kandiyoti 1996; Scott 1987, 1988). Teniendo en mente que estas subdivisiones ni están grabadas en piedra ni ocurrieron uniformemente y al unísono en las humanidades y ciencias sociales, lo siguiente es una descripción de las tendencias y movimientos generales en la investigación feminista que proporcionan una línea esquemática útil más que ser una afirmación definitiva con respecto al progreso.

La Primera Ola: encontrando a las mujeres

La investigación feminista de la Primera Ola, emergente de los movimientos políticos feministas de los 60’, se dedicó en primer lugar a combatir el prejuicio androcéntrico, y a localizar y documentar a las mujeres en el registro histórico.7 Como

6 El primer trabajo de Gayatri Spivak contienen cuestiones y problemas que ahora son considerados característicos de la Tercera Ola. El volumen de Marten Stol sobre el embarazo y nacimiento en Mesopotamia (Stol 2000) es un ejemplo de un método próspero de la Primera Ola.

7 Ver, por ejemplo, Sheila Rowbotham (1973)

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ya he descripto resumidamente en la perspectiva general de la historia de las mujeres, el método implicaba un revisionismo feminista de la historia, logrado leyendo relatos históricos en la búsqueda de cualquier información que se pudiera deducir con respecto a las vidas de las mujeres, ya que la historia tradicional se había enfocado en los logros de los hombres. Por ejemplo, los textos legales y los documentos económicos fueron releídos por historiadoras feministas para definir la posición social de las mujeres, y la identificación de las contribuciones de las mujeres a la historia se convirtió en un objetivo importante (por ejemplo Pomeroy 1975). En la historia del arte, la preocupación principal fue encontrar artistas mujeres que hubieran sido dejadas de lado por una historia del arte canónica androcéntrica (Nochlin 1971). La arqueología se rezagó mucho de estas disciplinas relacionadas, sin dirigirse al prejuicio del género en los métodos de la arqueología de campo o la recuperación de la cultura material hasta una década después (Gero y Conkey 1984).

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en un estándar, y llevó a una polarización de lo que era considerado como comportamiento inherentemente masculino o femenino.

La Segunda Ola: definiendo la subyugación

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un análisis de las relaciones de genero más social y cultural. La crítica se lanzó específicamente a las tendencias universalizantes de la Primera y Segunda Ola en las que el patriarcado era proyectado sin problemas a través de las culturas y del tiempo. Esta disputa luego se desarrollaría más en la diferencia entre la investigación feminista de la Segunda y Tercera Olas.

Dos vetas esencialistas principales estaban en la superficie al mismo tiempo durante la Segunda Ola. Eran los presupuestos básicos, opuestos pero relacionados, de la opresión y el matriarcado. En la teoría de la opresión, uno se acerca al registro con la presunción de que una sociedad patriarcal oprime a las mujeres, y luego busca ejemplo de esa opresión en el registro histórico. El problema con este método yace en sus presunciones con respecto al patriarcado. Más que considerar que las normas y jerarquías de género habrían tenido algún grado de variabilidad de acuerdo con contextos socio-históricos, las nociones modernas occidentales de patriarcado se toman como universales y proyectables en el tiempo, así como a través de las culturas. Para nuestro propio campo de estudio, Mesopotamia, por lo contrario y no menos equivocadamente, surgió la presunción de que las normas del Medio Oriente moderno podían ser aplicadas a la antigüedad del Cercano Oriente, de acuerdo con el modelo de una Oriente estático y sin cambios. Ese modelo cae en la trampa de lo que Edward Said ha definido como Orientalismo, un discurso que descansa en una concepción imaginaria de una naturaleza oriental esencial que se puede destilar de todas las cosas orientales (Said 1978). Un caso puntual aquí es el uso común del término “harén” para referirse a cualquier mención de mujeres en conexión con un palacio. En este modelo, los relatos de las prácticas reales otomanas tardías se toman como una realidad oriental omnipresente y transhistórica.8

En el punto de vista opuesto, el matriarcado (se sostiene) es la realidad histórica reprimida de las sociedades antiguas. Las feministas en la búsqueda de un feminismo originario se interesaron en forma creciente en los restos arqueológicos del Cercano oriente, especialmente del periodo prehistórico (así como de la prehistoria europea) como la posible era de dominación femenina. Esta era, y aún es, concebida por sus adherentes como un tiempo antes del patriarcado cuando prevalecía un modo pacífico de vida en sintonía con los procesos de la naturaleza. Las mujeres no sólo no eran

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oprimidas, sino también en el control natural de sociedades descriptas como matrilineales o matriarcales. El punto del modelo del matriarcado era encontrar la posibilidad de subversión al pasado. Si las jerarquías de género de la prehistoria estaban dominadas por las mujeres, y si este tiempo antiguo podía ser establecido como un hecho histórico, entonces la posterior opresión histórica de las mujeres podía ser mostrada como una contingencia histórica antes que un estado natural. Si el orden primario o natural de las cosas no era el patriarcado, entonces se podía usar el pasado para la posibilidad de una destrucción futura de los patriarcados. En otras palabras, los órdenes patriarcales podían terminar igual que como habían empezado. En los movimientos de las mujeres fuera de la academia, el espiritualismo New Age y la adoración de diosas se ha vuelto hacia esta noción de matriarcado prehistórico o ginocracia como un camino a la celebración de una femineidad esencial en el pasado mítico, señalando así un interés más amplio en las mujeres en la antigüedad del Cercano Oriente en el nivel popular.

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El reclamo de imágenes de diosas como una prueba del poder antiguo de las mujeres, junto con la identificación celebratoria con la naturaleza, fue de máxima importancia para el esquema del matriarcado prehistórico. Como la “prueba arqueológica citada para este periodo matriarcal consiste en primer lugar de una serie de figuras femeninas esculpidas que son definidas por la investigación moderan como diosas, la manera en la que se interpretan dichas figuras se convierte en un tema central en este debate y se discutirá en el capítulo 3. Finalmente, esta búsqueda de un matriarcado prehistórico no es nueva. En última instancia, tales ideas no son ni feministas ni progresivas, sino un regreso a trabajos como el estudio de Johannes Bachofen de 1861 titulado Mito, Religión y Derecho de la Madre, en el que el matriarcado era definido como la etapa más primitiva de la evolución cultural remplazado por el gobierno más iluminado y culturizado de los hombres.

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esencialista en sí misma. Por lo tanto argumentar que este sistema es un producto del poder masculino es una explicación que se puede describir como esencialista y tautológica a la vez. No se puede asumir que hay algo inherente a la masculinidad que determina este sistema, y teóricamente hablando, la “esencia” de la masculinidad nunca se puede definir. Si el patriarcado es un sistema social controlado por los hombres, no significa lógicamente que todos los hombres tengan poder, ni que todos los hombres puedan ser abstraídos dentro de una formulación de la masculinidad, una entidad única que es siempre igual. Los hombres y mujeres están constituidos como sujetos sociales de acuerdo con normas específicas culturalmente. Incluso áreas que podríamos considerar como incuestionablemente “naturales” como por ejemplo las relaciones sexuales y la reproducción, siempre son interpretadas y controladas socialmente. El patriarcado definido como poder masculino no es tan claro ni tan libre de problemas como algunas teóricas de la Primera y la Segunda Ola considerarían. No es simplemente una relación de poder entre hombres y mujeres, sino entre personas y órdenes sociales que implican estructuras políticas, culturales y religiosas, y todos los otros aparatos ideológicos, todos los cuales deben necesariamente ser considerados si vamos a reformular un relato del género como una complejidad de construcciones culturales.

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La Tercera Ola (post)feminista: del sexo y género a la diferencia

El feminismo de la Tercera Ola, que se inicia a mediados de los 80’ de acuerdo con la mayoría de las estimaciones, busca un marco más amplio en el que pensar sobre los procesos complejos que ya fueron destacados por algunas feministas de la Segunda Ola. De nuevo, se debería recordar que la división es artificial y que algunos escritos feministas de los 70’ ya cabían en definiciones generalmente confinadas a la Tercera Ola (por ejemplo Spivak 1979; Irigaray 1977). La separación por género de la casa y el trabajo en la que familia, matrimonio y cosas por el estilo eran analizadas como dominio de las mujeres, sostenía la investigación de la Tercer Ola, no sólo no es suficiente para comprender la complejidad de las relaciones de género, sino también tiende a perpetuar la estructura binaria de las jerarquías masculino / femenino. En lugar de ello las feministas comenzaron a problematizar estas estructuras [19] en relaciones de poder. Conceptos como opresión, patriarcado, sexualidad e identidad como los usan las feministas blancas de clase media comenzaron a ser desafiados en forma creciente por una nueva intersección feminista con la teoría cultural y el postmodernismo, y especialmente el postestructuralismo y la deconstrucción (Brooks 1997: 29 – 68; Barrett 1992: 291).

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rechazando la intersección de la teoría postmoderna y el feminismo. Es con la etiqueta “post” la que sienten que implica un alejamiento de las inquietudes feministas y por lo tanto debería evitarse a toda costa (Jones 1993). Otras prefieren el término postfeminismo, porque ven en él una liberación del feminismo monolítico dominado por las inquietudes de las vidas de las mujeres blancas de clase media euroamericanas que luego se asumen como la preocupación principal de todas las mujeres, pasadas o presentes (Brooks 1997). En esta atmósfera la cuestión de la escritura masculina o femenina se convierte en un tema caliente. Si la experiencia de las mujeres sólo puede ser escrita por escritoras feministas mujeres, entonces la implicación es que todas las mujeres son iguales en esencia. Numerosas feministas han sostenido que los hombres no pueden practicar la crítica o escritura feminista. Aun así es remarcable a mi juicio que son estas mismas feministas quienes no tienen problema con la idea de hablar para mujeres de otras razas y etnicidades, y no ven la situación paralela aquí. La teoría feminista posestructuralista ha sostenido que el “sujeto del feminismo” no se puede pensar como una mujer estable, unificada. Butler (1990) fue más allá al sostener que la resistencia y subversión a regímenes hegemónicos no puede surgir a través de reclamos de identidades discretas. En lugar de ello ella insiste en que nuestro proyecto debería hacer visible la estructura compleja del poder que ya existe. La identidad no puede reducirse ni a una corporeidad del cuerpo ni a la mente. La posición de Butler ha sido criticada por Seyla Benhabib, que ve en el trabajo de Butler un concepto de identidad sin subjetividad, individualidad o agencia como “libre elección” (Benhabib 1992). Pero la lucha en torno a identidad y agencia también fue tomada por la investigación postcolonial donde la crítica a su vez fue lanzada por escritoras como Benhabib. Kobena Mercer, por ejemplo, ha sostenido que temas como “la libertad de elección individual” refleja un privilegio racial, y que [20] son inquietudes de una sociedad orientada al consumo, euroamericana y blanca (Mercer 1994: 133).

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misma una construcción social. En otras palabras, no hay sexo antes o separado de su construcción social sobre el que se puedan superponer normas de género ya que la distinción morfológica siempre es históricamente contingente. La concepción de un sexo biológico eterno en oposición al género construido socialmente fue desafiada en forma creciente por feministas y postestructuralistas, así como por filósofos e historiadores de la ciencia. Así el sexo como una categoría biológica se convirtió también en una noción histórica (Laqueur 1990; Keller 1985; Foucault 1978).

El colapso propuesto de la división sexo / género en la teoría feminista fue presentada por la crítica cultural Judith Butler en su ahora trabajo clásico “El problema del género” (1990), anunciando un giro en el pensamiento feminista en los 90’. En el primer capítulo de este libro Butler destaca que afirmando que sexualidad y poder son coextensivos, Foucault argumentó que no hay sexualidad fuera de, o previa a la ley de la sociedad. Continúa hacia

presionar el argumento más allá, destacando que “el antes” de la ley y “el después” son modos de temporalidad instituidos en forma discursiva y performativa que se invocan en los términos de un marco normativo que afirma que la subversión, la desestabilización o los desplazamientos requieren una sexualidad que de algún modo escape a las prohibiciones hegemónicas sobre el sexo.

(Butler 1990: 29)

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la maquinaria de las operaciones de poder en la sociedad moderna. En suma, en esta teoría el sexo nunca puede ser previo a las leyes de la cultura. Por lo tanto es un error concluir, [21] como han hecho algunos arqueólogos, que Foucault veía lo social como una superestructura impuesta sobre el cuerpo natural en una moda determinada. Para Foucault el punto fundamental es que no hay “antes” para diferenciarse del “después” de la ley. La teoría del discurso foucauldtiano no es un simple determinismo de lo natural por lo social. Quienes lo han leído así no han comprendido el punto de los escritos de Foucault. También es importante notar aquí que Foucault sostuvo las formulaciones de la sexualidad y su relación con el poder en términos específicos fundamentalmente históricos y culturales. Teorizó las operaciones del poder y su evolución desde principios de la Europa moderna a la sociedad post-Ilustración en término específicos históricamente. Por lo tanto, las nociones foucauldtianas de las operaciones de poder en relación con el sexo no son más aplicables transhistóricamente que cualquier otro método que hayamos discutido hasta ahora, incluso si por otro lado nos beneficiaríamos mucho del análisis del discurso que él desarrolló como método crítico.

El deseo de los feminismos de la Primera y Segunda Ola de buscar una identidad o subjetividad autónoma independiente fuera de la matriz del poder, que pueda derrocar sus leyes, es descripto por Butler como una ficción del marco normativo. El argumento aquí se convierte en “un tropo♦ temporal” en su preocupación por si la subversión

ocurre antes de la imposición de la ley, o durante su autoridad (Butler 1990: 29). Aunque Butler ve la noción de la identidad sexual separable de esta matriz de relaciones de poder como una ficción utópica producida por el mismo marco, no concluye de esto que la subversión del sistema es por lo tanto imposible. En lugar de ello sostiene que la crítica puede funcionar dentro de la matriz de poder, y lo hace en el caso de prácticas como parodias travestidas de roles de género normativas (Butler 1993a, 1993b). De esta base teórica, Butler sostiene que el género no es ni impuesto sobre un cuerpo biológico sexuado ni un estado que pueda funcionar como un adjetivo, como en femenino, masculino, lesbiana, gay, heterosexual, etc. El género, sostiene, es performativo. Es un proceso que se repite continuamente en la vida diaria (Butler 1990: 33, 128 – 141).

Las áreas que previamente habían sido marginales o consideradas temas poco serios se convirtieron en puntos focales a la investigación de la Tercera Ola: la

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sexualidad y el cuerpo son ejemplos de este cambio de foco. La historia del género, de la sexualidad y del cuerpo antes ignorada que había comenzado a emerger a principios de los 80’ ahora se ha convertido en algo común en las humanidades y ciencias sociales. La morfología del cuerpo como base de la identidad se ha problematizado en una concepción mucho más compleja de la subjetividad y los procesos de su formación.9 La crítica del cuerpo ya se había convertido en un área importante de investigación en los 80’. El cuerpo era analizado como una construcción de diferentes discursos. Criticando la noción del cuerpo como algo dado o prediscursivo, esos análisis demostraron cómo el cuerpo era construido como el cuerpo erótico, el cuerpo sacrificial, el cuerpo como amenaza, etc., que no es posible un cuerpo en singular. Tanto la historia como la historia del arte fueron áreas en las que estas investigaciones se desarrollaron al mismo tiempo (Adler y Pointon 1993; Bynum 1991; Mirzoeff 1995; Nead 1988; Pointon 1990; Rousselle 1990), y más recientemente, la arqueología también se ha vuelto hacia consideraciones del cuerpo (Meskell 1996; Rautman 2000).

[22] Junto con el análisis del discurso, la principal inspiración detrás de este giro, y fundamental para el feminismo de la Tercera Ola, estaba el trabajo de Michel Foucault, cuyo estudio de tres partes La Historia de la Sexualidad ahora es un clásico en las humanidades y las ciencias sociales. Foucault subrayaba que la sexualidad no está dada biológicamente, sino que está determinada históricamente y ligada a los procesos del poder. Clasifica la historia de la sexualidad occidental desde la antigüedad griega a la modernidad, sosteniendo que el periodo post-Ilustración fueron puestas en concierto un control mayor de las prácticas sexuales y definiciones cada vez más estrictas de lo que eran consideradas las normas sexuales, junto con un mandato creciente de hablar sobre sexo mientras en forma simultánea se lo presentaba como la más secreta de las actividades humanas. El cuerpo mismo era definido como una categoría construida socialmente, que debe ser considerado fuera de las nociones normativas de las morfologías biológicas. En otras palabras, Foucault sostenía que el cuerpo mismo es producido a través del discurso. De acuerdo con este punto de vista, no hay cuerpo pre-discursivo sobre el cual la sociedad inscribe sus reglas y regulaciones o sus normas; en lugar de ello el cuerpo siempre ya está significado (ver capítulo 3). Para Foucault entonces, el proceso de tratar de encontrar correspondencia entre el cuerpo y la identidad de género como una norma definida socialmente es un resultado de una ideología que dice que la identidad real expresa la verdad del cuero y viceversa. La

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Historia de la Sexualidad de Foucault es así la historia de los discursos occidentales de la sexualidad, es decir, los discursos a través de los cuales se construye, discurso que más que reprimir produce la naturaleza de la sexualidad y el cuerpo. El punto de la “genealogía” foucauldtiana (una historia que no busca orígenes sino la formación de nociones de los originario) como lo toma la investigación de la Tercera Ola, es exponer las nociones fundacionales de sexo, cuerpo y género.

El trabajo de Foucault ha sido criticado por algunas feministas que se oponen a este cambio de paradigma (como Moi 1985b), así también como por cientistas sociales como Anthony Giddens, como determinista y totalizante en sus definiciones del poder, que no dejan espacio a la posibilidad de agencia individual. Sylvia Walby está a la vanguardia de un grupo de feministas que rechazan la intrusión de las teorías postmodernas en el feminismo, en campos en que estas teorías no dejan espacio a la agencia individual y así frustran la posibilidad de cualquier cambio político real (Walby 1990, 1992). En forma similar Giddens sostiene que la historia de Foucault es una historia sin agentes activos, una historia de la que se han sacado los actores (Giddens 1987: 98). Por lo tanto, si no hay una única fuente de poder entonces la resistencia a la opresión se hace imposible. Sin embargo, el trabajo de Foucault en realidad teorizaba la agencia individual dentro de los sistemas de poder como un componente necesario del funcionamiento del poder en sí mismo. El poder, sostenía, es algo que se ejerce más que poseerse. No emana de los agentes. No es una esencia absoluta sino una serie de procesos y aparatos que crean regímenes discursivos que se pueden describir como redes de dispersión y coacción. Esta noción de poder es similar a la definición de ideología de Louis Althusser en la cual es necesaria una cierta cantidad de disenso contra-hegemónico para que el sistema funcione y sea absorbido dentro del sistema (Althusser 1971: 127 – 186). Antonio Gramsci (1987) en forma similar describe “hegemonía” como la absorción de la actividad contra-hegemónica dentro de sus procesos. La respuesta de Butler estas críticas ha sido:

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subjetivados por el género el “yo” ni precede ni sigue al proceso de esta creación de género, sino que emerge sólo dentro y como matriz de las relaciones de género.

Esto nos devuelve entonces a la segunda objeción, la que reclama que el constructivismo ejecute la agencia, se adelante a la agencia del sujeto, y se encuentre presuponiendo al sujeto que pone en cuestión. Afirmar que el sujeto es producido en y como una matriz con género de relaciones no es eliminar al sujeto, sino sólo preguntar por sus condiciones de emergencia y operación.

(Butler 1993a: 6-7)

Al lado de la concepción totalizadora del poder y falta de agencia individual, la historia de la sexualidad de Foucault también se topa con la información empírica de la antigüedad clásica, y ha sido criticada por un número de clasicistas que por otro lado han adoptado el trabajo de Foucault, y las importantes discusiones que trae al estudio de la antigüedad. Mientras que las críticas de Foucault han sido muy numerosas, el análisis del discurso, o la crítica de la epistemología, forma no obstante una base fundamental de lo que ahora se describe como feminismo de la Tercera Ola o postfeminismo. Junto con la teoría psicoanalítica feminista, la crítica de la epistemología anuncia el giro a una teoría feminista más críticamente reflexiva que tenga una intersección con el postmodernismo, con las teorías postestructurales y postcoloniales.

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La crítica psicoanalítica ha sido particularmente influyente en la crítica literaria y en la historia del arte. La arqueología, que es fundamentalmente un proyecto intelectual materialista, ha sido dejada atrás en forma inentendible en esta área. Como la teoría psicoanalítica trata con el inconsciente y lo intangible, es difícilmente un método oportuno para las arqueologías concernientes a los restos materiales. Sin embargo, los arqueólogos no deberían [24] ser adversos a la incorporación de inquietudes psicoanalíticas al nivel de la interpretación. En otras palabras, si el psicoanálisis del siglo XX es inaplicable a los habitantes de la antigua Mesopotamia, no obstante puede ser importante para comprender cómo nosotros los interpretamos a ellos, ya que muchas presunciones tácitas de las prácticas arqueológicas de la reconstrucción del pasado y las vidas de la gente en él pueden ser aclaradas así. En términos de representaciones visuales y registros textuales también debemos recelar de los préstamos sistemáticos en esta área, y discutiré algunas de las principales percepciones teóricas del psicoanálisis y su relación con la representación en los siguientes capítulos.

La teoría queer y la teoría de la masculinidad son dos de los desarrollos más recientes en esta área aunque no deberían ser subsumidos a la teoría feminista, emergieron después de la que Tercera Ola amplió el foco de los estudios de género de las mujeres como un grupo discreto al género como diferencia, y más importante, a cuestiones de subjetividad en relación con el género y el poder. Algunos podrían pensar que la teoría de la masculinidad se desarrolló en oposición reaccionaria al feminismo poder no fue así. Como método, toma elementos del feminismo para considerar cómo es construida la masculinidad normativa. La teoría queer, que debe mucho a los avances hechos por las feministas, interroga las estructuras normativas de género y no se limita a un estudio de la homosexualidad o de la calidad de las personas gays en el registro histórico, sino que considera modos de comportamiento, ya sea concluyendo relaciones del mimo sexo o no, que son consideradas fuera de las normas del comportamiento de género apropiado. Así, el movimiento drag, el travestismo, las relaciones intergeneracionales y cosas por el estilo son todos asuntos de las teóricas queer. En esto, la teoría queer se diferencia de los estudios más tradicionales de gays y lesbianas que sostienen “una verdadera homosexualidad” como una identidad esencial (Davis 1998).

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una sociedad antigua como una estructura en funcionamiento. Los enfoques postmodernos más recientes se abstienen de la posibilidad de un investigador observador desinteresado separable de la información antigua. Por lo tanto, las relaciones entre el investigador, las tradiciones de investigación, los modos de interpretación, los discursos y las instituciones, etc., se transforman todos en algo relevante (Said 1983b).

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devastadora del postestructuralismo y la deconstrucción así como por la crítica postcolonial porque la investigación a menudo asume que el sujeto tiene las cualidades que definen la ideología blanca, de clase media euro-americana. El sujeto, en otras palabras, quedó sin teorizar en el feminismo de la Segunda Ola. La teoría postmoderna, postcolonial y de la Tercera Ola o postfeminista, por el otro lado, ven a la identidad y al significado como contingentes, no fijos (Bhabha 1994; Mercer 1992, 1994; Hall 1996; Butler 1997).

El (post)feminismo y la antigüedad: hacia una metodología nueva

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propias estructuras de interpretación. Para nuestro campo entonces, la subjetividad es algo que debería investigarse en relación con nosotros mismos como investigadores más que con individuos con los que no podemos tener un acceso inmediato fuera del registro histórico o arqueológico. Pensar que podemos recuperar esa esencia sin teorizar cómo nosotros creamos su contexto es imaginar que trabajamos “fuera” de la ideología, y esta es la trampa de la desilusión ideológica (Žižek 1994: 1-33). Esta inquietud por cómo accedemos al pasado es fundamental para una investigación postmoderna y teóricamente formada.

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postestructuralista y postcolonial contemporáneas de formación del sujeto y construcción del conocimiento, entonces la respuesta debe ser que no podemos. De todas maneras esta respuesta no es una visión derrotista o nihilista de la investigación. En su lugar es un llamado a una mayor conciencia de la condición situacional de todo conocimiento. Por lo tanto el conocimiento histórico está en cambio continuo. No es una base de datos estable a la que le podemos agregar cada vez más información hacia una imagen de mayor verdad. Es un conocimiento que necesita ser constantemente revaluado, reanalizado e interrogado.

¿Cómo accedemos a la identidad de género en el pasado? En el estudio de un área como la antigüedad del Cercano Oriente los especialistas reúnen y analizan tres categorías básicas de información. Son el registro arqueológico, el registro histórico, [27] y el registro de la historia del arte. Obviamente todas estas áreas convergen o al menos se superponen, pero las divisiones institucionalizadas están bastante bien establecidas, y yo las sigo aquí en bien de la claridad. Cada una de estas áreas o subdisciplinas tiene ciertos preconceptos teóricos metodológicos y distintivos con respecto a la recuperación e interpretación de su información. Y en cada caso la cuestión del contexto antiguo es central para el proyecto.

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Certeau 1988; La Capra 1983; Van De Mieroop 1999). Tales afirmaciones no se han hecho sólo para los textos históricos, sino también para los textos literarios y la poesía (Jameson 1972; Barthes 1981; Black 1998). En el reino de las artes visuales, emergen temas teóricos similares a los de los textos y los restos materiales arqueológicos.

Mientras que la imagen visual, o “iconografía” como a menudo en forma equivocada se refieren a ello los arqueólogos, ha sido tomada a menudo como el registro visual exacto de la sociedad antigua, tal presunción no es aceptable de ninguna manera para los historiadores del arte. La relación de la representación visual con la realidad es un área problemática y teóricamente compleja que ha sido debatida tanto en escritos filosóficos como en la historia del arte, y se discutirá en más detalle en el capítulo 2. Es suficiente decir aquí que el acceso a la realidad del pasado no está sólo limitado por el accidente de la recuperación de restos del pasado, sino que también es más complicado por numerosas cuestiones de contexto e interpretación. Al estudiar género o sexualidad en una cultura del antiguo Cercano oriente, un préstamo de los modelos feministas de la modernidad occidental quedará corto por definición. Sin embargo, lo que podemos aprender de las teorías contemporáneas es que un enfoque auto-reflexivo que tenga en consideración los procesos de la investigación, los factores de las ideologías y las limitaciones del registro pueden enriquecer más que socavar nuestro campo de estudio.

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