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LA MECÁNANICA DEL CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO

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LA MECÁNANICA DEL CAMBIO POLÍTICO EN MÉXICO

Dictada por: José Woldenberg

30 de marzo de 2001

Mi intención el día de hoy es tratar de colocar seis tesis sobre la transición democrática en México, y como corresponde a una ocasión como ésta, lo voy hacer en perspectiva histórica. ¿Por qué el proceso de transición en México ya no es el adjetivo histórico?, cuál fue su originalidad, cómo empezó, cuándo, cuál fue su forma de desarrollo, cuál fue su trayecto, por qué se centró en los temas electorales, y cuál es el lugar del domingo dos de julio del año 2000 en ese largo periodo de cambio político. Voy a formular nuestros problemas puntualmente, no sólo para facilitar la exposición, sino para propiciar la discusión, acaso más precisa sobre las preposiciones que he venido a ser frente a ustedes.

En primer lugar, la transición a la democracia en México es un periodo histórico. Aunque parece una tesis de terruño el asunto no carece de importancia, vale la pena reflejarlo frente a otras nociones o alusiones que sean multiplicado a propósito del mismo proceso. La transición no es una idea ni un esquema preconcebido, no es el proyecto de un grupo ni un partido, no tiene un protagonista privilegiado ni un sujeto único, no es una fecha ni una coyuntura, una reforma o un episodio y ni mucho menos una campaña electoral por más importante que sea. La transición es la suma de todo eso y mucho más. La transición democrática vive un proceso de mayores proporciones, su tema de fondo es el de una sociedad modernizada que ya no cabía ni quería hacerlo en el formato político de partido hegemónico. México se hizo más complejo, diverso y plural. Un solo partido, una sola coalición ya no podía representar ni conciliar todos los intereses, proyectos y funciones de un país que crecía y se diversificaba aceleradamente.

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consenso subyacente aún entre los protagonistas más enfrentados fue evitar la violencia política en el país.

Una vez que situamos el proceso en su verdadera dimensión, paso a la segunda preposición. La historia de la lucha política en México durante los últimos veinte años puede resumirse de la siguiente manera: Partidos políticos en plural, distintos y auténticos acuden a las elecciones, en ciertos comicios ganan algunas posiciones legislativas y en otras conquistan posiciones de gobierno, desde ahí, promueven reformas que les dan más derechos, seguridades y prerrogativas, los partidos así fortalecidos vuelven a participar en nuevas elecciones donde se hacen de más posiciones y lanzan un nuevo ciclo de exigencias y reformas electorales. A este proceso cívico que se auto-refuerza lo hemos llamado “La mecánica del cambio político en México” en un libro reciente. Ricardo Becerra, Pedro Salazar y yo hemos publicado un texto con ese nombre; porque creemos que nada podría entenderse de la política mexicana en el último cuarto de siglo si no se reconoce ese proceso vertebral que fortaleció a los partidos y que encontró en cada reforma electoral un timón para una nueva fase de cambio. No fue sólo una estrategia pensada por algún partido, ideólogo, o personalidad política. En parte, por eso hablamos de mecánica; un consenso que pone en marcha energías políticas y que las encausa, un proceso que viene de menos a más, y como una bola de nieve no cecearíaal expandirse, tocando y alterando muchas otras esferas de la vida política, social y cultural. El aval puede ubicarse en 1977, no porque antes no hubiera el significado de fuertes y históricas luchas democratizadoras, no porque antes no hubieran existido episodios democratizadores o reformas electorales, incluso enfrentamientos de los amarres autoritarios.

El aval que publicamos ahí, en 1977 porque a partir de entonces se configuró la estructura del cambio, a la que haláramos, es decir, un proceso que se desarrolla en una misma dirección democratizadora fortaleciendo a partidos y cuyos momentos de expansión cristalizaron a las negociaciones y reformas electorales.

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políticos. Adquiere prerrogativas en los medios de comunicación y por supuesto el dinero público. Cinco, con su registro ante la autoridad electoral federal, los partidos políticos adquirieron automáticamente la posibilidad de asistir a las diferentes elecciones de los otros modelos de la vida política: estatal y municipal.

La participación electoral de alternativas distintas legalizadas y legitimadas desde la constitución se multiplicó a lo largo y ancho del país. Esa fue la base, sobre la cual se desarrollaría nuestro proceso de democratización. La reforma era un paraguas protector con una característica muy importante, estaban indicados no sólo los pobladores que tenían ya un lugar dentro del sistema legal sino justamente los que nunca habían estado dentro. En su momento, esos cambios, que hoy algunos les pueden parecer hasta pequeños o simplemente liberalizadores provocaron una enorme discusión, resistencias, críticas, miedos; fue un gran impacto público. Pero la intención de esa reforma era muy simple, por una parte, fortalecer las opciones organizativas existentes pero también permitir la entrada al foro electoral de fuerzas reales que se desplegaron sobre todo en acción social y sindical, y aun a través de la vida rural. Poco a poco, y uno tras otro, bastos contingentes de todas las ideologías han de cernir por salir a la vida electoral, se fueron incorporando a ella, la fueron ensanchando, construyeron nuevas alternativas o fortaleciendo las existentes. En particular, las elecciones en ciertas regiones del país presentaron síntomas cada vez más avanzados y claros de competitividad, por verdadera disputa por el gobierno y las posiciones legislativas.

Mi tercera propuesta es ésta: la nuestra fue una transición que se desarrolló en la periferia de centro y de abajo hacia arriba. Fue una lenta pero sistemática colonización del Estado nacional por muchos partidos políticos en plural. De manera que la transición no puede ser entendida desde el mirador, un sólo cambio o una sola elección. Es la historia de cientos de procesos que acabaron modernizando al Estado y en esa medida fueron echando abajo al autoritarismo y a las prácticas y, a una cultura de la época del partido hegemónico.

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preocupaciones en torno al fenómeno electoral se expandieron y los temas típicos de la investigación jurídica, politología, y sociológica cedieron su lugar al tema electoral. La mecánica electoral arrastró también a buena parte del mundo académico; hasta los años ochenta pocos autores mexicanos habían estudiado de manera sistemática estos asuntos entre otras cosas por la naturaleza poca o nada competitiva del sistema político. Pero su creciente importancia provocó un giro temático muy importante en las ciencias sociales mexicanas.

Regreso al punto. El calendario electoral mexicano se reveló como uno de los más abaratados y demandantes del mundo y como un camino del cual surgieron una larga conexión de novedades democráticas; alcaldes de oposición en las ciudades más importes del país, gobernadores de diferentes raíces en el norte y en el sur, incluida la capital de México, cámaras estatales con mayoría de oposición, partidos extraordinariamente decorosos y ciudadanos expertos en el uso de su voto. Todo lo que la teoría nos ha enseñado, todos aquellos que son los síntomas que propulsaron la democracia: gobiernos divididos, poder compartido, triunfos electorales a los que les sigue un derrota, desahogo jurisdiccional de las controversias a la alternancia etc., aparecieron en los estados y municipios antes que a escala nacional. Así que, nuestra transición había tenido todos estos ingredientes; desde la entrada de un partido comunista al foro democrático hasta el primer gobernador del PAN en 1989; de la experiencia del PAN de poder gobernar en decenas de estadoshasta el triunfo de oposición de la izquierda en la ciudad capital.

Todo lo anterior me lleva a realizar una cuarta observación: la progresiva modernización electoral trajo un efecto social, político y cultural todavía más grande de mayores consecuencias, la experiencia viva de la pluralidad en competencia, la prorrogación, el cambio de gobierno. Quiero decir, el cambio político se hizo tangible, cotidiano, visible para millones de mexicanos en esa medida de ambiente fuera de temores. Por ejemplo, durante los últimos años (bastante antes del dos de julio del año 2000) un ciudadano de la zona metropolitana del país podía ver cómo el presidente de la república perteneciente al PRI gobernaba en su propia esfera nacional, pero al mismo tiempo podía ver cómo la ciudad capital era dirigida por un personaje del perredismo, al propio tiempo constataba que el municipio aledaño al DF –Tlalpan- estaba en manos de un alcalde del Partido Acción Nacional y se enteraba como discutía y trabajaba un Congreso de la Unión donde asistían diversas fuerzas políticas, donde ninguna de ellas tenía la mayoría. Esa experiencia se convirtió en un hecho cotidiano cada vez más amplio en el norte, en el sur, en el este y en el oeste del país, éste fue un aprendizaje sistemático y expansivo que le quitó gran autismo y temor al cambio político. El Congreso de la Unión, los congresos locales, los ayuntamientos, todos ellos se convirtieron en instancias cruzadas por la pluralidad, surgidas de procesos electorales normales, en convivencia, tensión y colaboración. El reparto fue efectivo, el poder acabó siendo una verdadera escuela de democracia para millones en un país de tradición autoritaria.

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población en los estados, el PRI al 46.7%, el PRD al 20.7%, el Partido del Trabajo al 0.52% y el Partido Verde Ecologista de México al 0.36%. Los efectos de la esfera electoral saltaron a la esfera gobernativa y de ahí a la experiencia de millones, el reparto efectivo del poder era un dato real y constatable, y fue mucho más; era evidencia del avance democrático ante los ojos del electorado de que las suposiciones tenían un espacio abierto, el sufragio un poderoso instrumento de cambio político, y de que el cambio por la vía electoral era posible.

Mi quinta preposición es ésta: la transición mexicana que estuvo fuertemente centrada en el tema electoral fue en realidad mucho más que electoral. México descubriría que lo electoral era mucho más que una esfera pactada y circunscrita, pues en realidad lo electoral afecta e impacta muchos otros ámbitos. Al amparo de los procesos judiciales, y la exceda existencia de partidos cada vez más poderosos se fueron poniendo en el paisaje político, jurídico y cultural del país. Los procesos electorales eran momentos de expansión en las realidades públicas, no sólo en las federales sino también la multitud de procesos locales, eran una oportunidad de manifestación y crítica abierta amparada por la Constitución y la ley. Con la entrada de diputados de diferentes partidos a la Cámara también se modificó el trabajo y el debate legislativo, los partidos y sus figuras centrales cobraron visibilidad pública. La recurrencia de procesos electorales empezó a cambiar también las estrategias de los partidos (sobre todo de la izquierda) y su propia cultura política. Empezó una lenta reconversión de la idea de la Revolución a la idea de la lucha legal y las reformas. La academia también comenzó a tirar sus preocupaciones y ha anclar en el estudio del fenómeno electoral como una de sus prioridades. El espacio electoral empezó a ejercer su poder gravitacional sobre grupos de los más disímbolos; grupos de izquierda y de derecha cayeron, por así decirlo, en la órbita electoral. La discusión pública también se modificó las decisiones de gobierno en el ejercicio del Presidente dejaron de estar acompañados por la unanimidad y cada vez más fueron discutidas, cuestionadas, modificadas o impedidas por fuerzas opositoras con poder también creciente. En el transcurso, ocurrió lo que quizás fue el cambio más importante de todos: una verdadera creación de ciudadanía, ésta no se refleja en las personas que gritan o insultan, sino son las personas que saben que su voto contribuye a optar entre diferentes opciones, fue un cambio individual pero cuyo sentido ha adquirido toda fuerza al volverse colectiva, no hablamos de cien ni de mil ni de un millón, sino de decenas de millones de mexicanos quienes han abandonado las propuestas tradicionales autoritarias o pasivas para influir en el marcha del país.

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ponerse a funcionar. Lo mismo pasa con otras esferas y con nuevos componentes del beneficio republicano. La separación de poderes, esa aspiración constituyente de 1917 se hace efectiva cuando el Congreso de la Unión es adoptado por una pluralidad conformada de fuerzas políticas que no se conforman con sancionar las decisiones tomadas desde el poder Ejecutivo. Por eso, la transición democrática de México ha puesto a funcionar toda la maquinaria constitucional, apenas estamos viendo las consecuencias de ese cambio, de esas tenciones y por qué no decirlo de las insuficiencias que tiene la propia Carta Magna. El prestigio político del país también se modifica y crece en la medida en que sus procesos electorales se naturalizan y que sus novedades democráticas se multiplican ante los ojos del mundo. En ese periodo, la cultura política también cambió, si hasta hace menos de quince años eran públicas y sostenibles tesis tan autoritarias como las del fraude patriótico hoy se han vuelto sencillamente impensables, ya no digamos impracticables. Hace apenas unos años el discurso político predominante era el de una mayoría capaz de representar a todo el país, hoy la idea del pluralismo se naturaliza, se vuelve una noción compartida por todos los actores y los valores de la convivencia y la diversidad con tolerancia se ensanchan poco a poco. Por eso el cambio en la esfera electoral fue en realidad botón y vehículo para un aprendizaje democrático de mucho mayor alcance. Vale la pena subrayar porque a menudo escuchamos voces que critican el impulso de la democratización mexicana o que desdeñan los frutos de la transición por su carácter electoral, pero no es verdad. La limpieza en los comicios y las reformas electorales eran las piezas que hacían falta para echar andar la serie de cambios político-culturales que rebasaban por mucho un ámbito electoral y que modificaban el mapa de representación; la forma de gobierno, el funcionamiento del Estado vitalizaron las libertades públicas y debilitaron cada uno de los resortes autoritarios. Por la vía de las elecciones México entró a un régimen político totalmente distinto y de carácter democrático.

Las elecciones fueron el vehículo para cambiar el sistema de gobierno, justo en este momento conviene recordar los rasgos esenciales del mundo político del cual venimos: a) partido hegemónico, b) presidencialismo con enormes capacidades constitucionales y meta constitucionales ―el Presidente de la República era el vértice del mecanismo y de negociación―, c) la misma subordinaciónde poderes legislativos y judiciales al ejecutivo, d) un federalismo formal y un centralismo real, e) una subordinación de organismos sociales, sindicales, empresariales al poder político, f) la decisión de quién gobierna estaba en manos de una organización cerrada g) teníamos elecciones sin competencia, h) los partidos de oposición eran básicamente testimoniales, i) teníamos leyes electorales restringidas. ¿Qué tenemos hoy? Un régimen pluripartidista y competitivo, un presidente agotado, los poderes ejecutivo legislativo y judicial adquieren su independencia, los diferentes niveles de gobierno también multiplican sus grados de autonomía y operan por sí mismos; se autonomizan también los grupos y organizaciones sociales, las elecciones son altamente competidas, las leyes electorales se han abierto, y la decisión de quién gobierna la tienen los ciudadanos.

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indulgencia del poder político en México en un sentido democratizador, porque el régimen electoral permite que el ciudadano de a pie con su voto decida quién gobierna. Y todo esto ha sido posible, y lo fundamental, sin violencia a través de la ley, recorriendo a la negociación y apelando a millones de votantes. No quiero parecer excesivamente optimista, pero me parece urgente que nosotros los mexicanos reconozcamos dónde estamos en materia política. Hemos cerrado o estamos cerrando una de nuestras asignaturas secundares: la democracia política. Nos quedan muchas otras tareas más: instaurar un plena vigencia del estado de derecho, la independencia y eficacia del poder judicial, la vigencia del pacto federal, y sobre todo la creación de condiciones materiales debidas que igualen las oportunidades de todos los mexicanos. Son tareas acaso más complejas de más larga “latay más difíciles que la construcción electoral. La novedad es que son tareas que deberán de resolverse dentro de la democracia en un país indudablemente pluralista.

En efecto, millones de ciudadanos mexicanos siguieron a las campañas electorales y el dos de julio salieron a votar tranquila, masiva y democráticamente. Treinta siete millones seiscientos tres mil cuatrocientos ochenta y cuatro ciudadanos constituyeron la votación total a nivel nacional. Esos votos se distribuyeron de la siguiente manera: el candidato presidencial de Alianza por el cambio obtuvo 42.52 % de los votos, el candidato por el PRI obtuvo el 36.10%, el de Alianza por México el 16.64%, y los otros tres candidatos el 0.55%. El Partido Centro Democrático el 0.42%, al igual que el Partido Autentico de la Revolución Mexicana, y 1.57% el candidato del Partido de Democracia Social.

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modo: si estos votantes hubieran hecho homogéneamente la coalición Alianza por el cambio se habría llevado la mayoría en el Cámara de diputados doscientos sesenta, más que suficientes para gobernar la cámara baja y no los doscientos veinte tres que posé ahora.

Así pues, si algo define la votación del año 2000 es la diferenciación. Las zonas urbanas votan de una manera, las zonas rurales de otra manera. Veinte estados le dieron la victoria a Vicente Fox: Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Colima, Chihuahua, Distrito Federal, Guanajuato, Jalisco, Estado de México, Morelos, Nuevo león, Puebla, Querétaro, Quintana roo, San Luís Potosí, Sonora, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán. Pero, otros once que le dieron mayoría al licenciado Labastida: Campeche, Chiapas, Durango, Guerrero, Hidalgo, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa, Tabasco, Tlaxcala y Zacatecas. Y uno más, Michoacán ganó el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas.

La diferenciación es el rasgo que define a las elecciones federales del dos de julio del año 2000. Un clara victoria al candidato de la Alianza por el Cambio pero sin conseguir la mayoría absoluta en ninguna de las cámaras. Una victoria de Andrés Manuel López Obrador, del PRD en el DF, pero al costo de una Asamblea Legislativa donde no tenía mayoría. En suma, un gobierno ejecutivo que emerge de una contienda claramente democrática y que se verá agotada durante toda su gestión por los contrapesos democráticos.

Echemos un vistazo a la conformación del nuevo Congreso de la Unión. En la Cámara de Senadores el Partido Acción Nacional tiene cuarenta seis, el PRI sesenta, el PRD quince, el Partido del Trabajo uno, el Partido Verde Ecologista de México cinco y Convergencia por la democracia uno. Nunca en la Historia de nuestro país había existido una cámara de senadores compuesta con tanta pluralidad. Basta pensar, que fue sólo hasta 1988 cuando por primera vez la oposición ocupó unos cuantos escaños en esa cámara legislativa, y a partir de entonces poco a poco ese espacio legislativo fue colonizado por la pluralidad política real. La cámara de diputados hoy tiene la siguiente integración: el PAN doscientos seis, el PRI doscientos once, el PRD cincuenta, el Partido del Trabajo siete, el Partido Verde Ecologista de México diecisiete, Convergencia por la Democracia cuatro, el Partido de la Sociedad Nacionalista tres y el Partido Alianza Social dos.

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Institucional, o al menos, sobre un sector amplio de sus diputados que estén dispuestos a pactar con él.

En el sexenio anterior, el presidente Zedillo tuvo un Senado compuesto por mayoría del PRI, en varias ocasiones funcionaba como válvula de seguridad de última instancia ante la alianza de las oposiciones en la cámara baja. En esta ocasión el presidente Fox no tendrá esa suerte, el PAN y el Partido Verde juntos ganaron cincuenta y un senadores y el PRI obtuvo más que ellos, sesenta escaños, el PRD quince, y el PT y Convergencia por la Democracia con un voto respectivamente. Así, que el presidente tiene enfrente a setenta y siete senadores de oposición. Esto quiere decir, que el presidente tendrá que negociar en dos pistas separadas, tendremos ocho partidos en la cámara de diputados y seis en la de senadores. Todos ellos tendrán un espacio que defender, un papel que tendrán que negociar en el marco multicolor del congreso. El resultado de esta enigmática política se resume en cinco condiciones de juego parlamentario: a) ningún partido tiene mayoría. b) incluso ninguna de las coaliciones tiene mayoría, c) los partidos políticos pequeños no alcanzan a ser que salgan ni siquiera todos juntos, d) cualquier iniciativa que tenga que ser aprobada por la Cámara de diputados tendrá que ser producto de un acuerdo parlamentario, e) si el PAN piensa o quiere reformar la constitución de la república sólo lo logrará con el consenso del PRI, en el caso de que tuviera a todas las bancadas ni aun así alcanzarían los votos para cambiarla. En el PAN con el gobierno del PRI su composición quedó marcado el cambio constitucional, pero además, el presidente Vicente Fox se enfrentará con mayor intensidad las demandas de la federación. Al tomar posición encontró frente a sí a veinte y cinco gobernadores que no pertenecían a su partido. En un espacio más de negociación de acuerdo obligatorio, además de la actitud de congresos locales plurales, complejos y que son parte del concierto institucional necesario para la emisión de leyes. Resultado: un presidente democrático y plenamente agotado y, expuesto por la necesidad de negociación y el acuerdo con las fuerzas de oposición. El país que gobierna el presidente Fox no es el de un trono mayoritario, sino de mayorías que se construyen, las sumas de los votos y de los legisladores de oposición es una mayoría absoluta sobre el gobierno triunfante. Las elecciones de 1997 lo habían anunciado con toda claridad. México entra de lleno a una etapa política donde el objetivo y marco esencial es el de la construcción de alianzas legislativas, los pactos inter-partidistas ya no son sólo para hacer leyes electorales sino incluso para gobernar el país.

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los partidos se convulsionó en ideas ni en recursos propagandistas, e incluso en reactivas contra el adversario. Fuimos testigos de grandes proyectos de gobierno, ingeniosas armas publicitarias, de insultos de baja raya. De todo hubo en ciento sesenta ya cuatro días de contienda, se trató de una elección que ya no estaba dirigida hacía, sino dentro de la democracia, que le dio vida a los cambios constitucionales y legales aprobados con anterioridad desde 1996. Por eso los grandes partidos, las coaliciones y sus candidatos ganaron o perdieron en condiciones de equidad. Los medios de comunicación por su parte, cobraron y premiaron cada uno de los errores y cada uno de los aciertos de los actores en contienda. Los votantes, siguieron con atención el curso de la campaña y expresaron serenamente y solamente su voluntad, todos se apostaron al argumento democrático: los ciudadanos, los candidatos, los partidos, el Presidente de la República, los medios, la autoridad electoral. Por su magnitud, fue una jornada fundadora de los hábitos y las rutinas democráticas al mismo tiempo civilizada y civilizadora.

La legitimidad del poder de las elecciones quedó demostrado en el curso de la campaña; todas las fuerzas políticas reales de México, sus partidos, sindicatos, gremios, asociaciones cívicas, grupos económicos, medios de comunicación, incluso aquellos grupos que en otros momentos optarían por la vía violenta estuvieron dispuestos explícitamente a respetar el curso del proceso electoral. Ese es, quizás la principal reserva de consenso, concorde y estabilidad que tiene el país. Tal y como quiere Juan Luís, México ha asimilado y reconocido que la democracia es el único juego en la ciudad. Así pues, la alternancia no constituyó la condición de nuestra democracia; demostró su existencia. Pero el fin de la transición, no es el fin de la política ni de las reformas, ni mucho menos, el fin de los conflictos del país. Por el contrario.

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Todos esos grupos que optaron por esa vía deben de saber ―y creo que lo saben― que la puerta legal del terreno electoral permanece abierta y que en ella tienen un espacio fértil para crecer y consolidarse. México ha construido un régimen democrático, este año de reconocimiento autentico podría ayudarnos a poner a la política mexicana ya no en su agenda con procedimientos democráticos, sino en su agenda sustantiva: la pobreza en primer término y la gobernabilidad en condiciones pluralistas, apenas hemos resuelto la cuestión democrática, falta desde luego todo lo demás.

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