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Recensión: BERMÚDEZ DE CASTRO, J. Mª: El chico de la Gran Dolina. En los orígenes de lo humano. Editorial Crítica, 2002. 293 pág.

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RECENSIÓN

BERMÚDEZ DE CASTRO, J. Mª:

El chico de la Gran Dolina. En los orígenes de

lo humano

. Editorial Crítica, 2002. 293 pág.

Realmente estábamos esperando todos con ciertas ansias el trabajo de divulgación surgido en relación con los hallazgos de Atapuerca de José Ma-ría Bermúdez de Castro. Juan Luis Arsuaga (1998, 1999 y 2001) y Eudald Carbonell (2000, 2001 y 2002) colegas y codirectores de los trabajos de investigación arqueológicos y paleontológicos llevados a cabo en los yacimientos de la Sierra de Atapuerca (Burgos) fueron más madrugadores y ya hicieron sus deberes sacando a la luz sendas trilogías. El primero, en coau-toría con Ignacio Martínez -también del equipo de Atapuerca- publicó recientemente Amalur. Del átomo a la mente, un trabajo que bucea en los orígenes y evolu-ción de la vida en la Tierra.

La aportación de éstos, a quienes se suma el profesor Bermúdez de Castro, ha sido fundamental en dos aspectos. Por un lado, han acercado al público en general de forma amena y seria los resultados de las investigaciones llevadas a cabo en el sitio citado y, además de conseguir acrecentar el interés en el gran público, han logrado que el ámbito institucional considere y preste un poco más de atención a los proyectos de investigación destinados a disipar las nebulosas que rodean a los periodos más antiguos de la Historia humana. No obstante, como ya apuntá-ramos en otro sitio (Gómez Castanedo, 2001b), las instituciones han de entender también que deben gozar de su apoyo proyectos que quizás no sean tan espectaculares como los burgaleses, pero que son igualmente relevantes. Si bien lo expuesto no deja de ser cierto, no lo es menos también que se corre el riesgo de saturar al lector no especializado con tanta información sobre un yacimiento concreto. Éste puede llegar a creer que lo único verdadero que lee tan sólo llega desde puntos concretos, en este caso desde las plumas de los investigadores de Atapuerca. También supone un riesgo, aunque evidentemente ello forma parte del juego exclusivista comercial, de hacer pensar al lector que no existe nada más allá de lo que se le está exponiendo, perjudicando por ello la amplitud de miras del consumidor que accede a tra-bajos tan específicos como el que aquí se nos presen-ta. En efecto, estamos hablando de trabajos que, aunque con un importante carácter divulgativo, no dejan de estar basados en sólidos trabajos científicos de fondo, con investigaciones que aglutinan a espe-cialistas de diferentes campos cuyos resultados han sido expuestos en publicaciones especializadas y que han permitido obtener una información que se vierte por innumerables canales mediáticos -prensa, radio, televisión... Ello obliga a los autores de monografías como la que nos ocupa a ser rigurosos y escrupulosos en el tratamiento de la información ofreciendo al

público todo de lo que se dispone. Esto afortunada-mente ocurre en el libro que aquí analizamos.

El trabajo de Bermúdez de Castro, profesor del CSIC y, como hemos apuntado codirector de las investigaciones de los yacimientos de Atapuerca, arranca con intenciones muy diáfanas quedando éstas bien resumidas en la página 15 del prólogo: “En este libro se expone algo de lo que sabemos de nues-tra fascinante historia evolutiva, que espero pueda servir para sentirnos un poco más identificados con nuestra naturaleza como especie y familiarizarnos con un tiempo y una historia mucho más lejanos (...)”.

El libro está dividido en diecisiete capítulos, aglutinados éstos en dos partes y un epílogo. La pri-mera de esas partes incluye los cuatro primeros capí-tulos y la segunda los doce capícapí-tulos siguientes, que-dando el último, el diecisiete, para el epílogo en el que se puede leer un resumen de todo lo anterior. Esta división en dos partes se debe a una razón muy concreta. El autor en la primera de las partes esboza, de forma general el panorama evolutivo del género Homo, por lo tanto desde Homo habilis (ca. 2,5 m.a.), dejando la segunda para el comentario más reflexivo de aspectos concretos dentro del propio proceso de evolución humana. Por ello, presta atención a pro-blemas como las fases del desarrollo biológico así como las diferentes formas de aproximarse a ellas como, por ejemplo, el estudio de las piezas dentales, algo en lo que es especialista Bermúdez de Castro como ha demostrado en trabajos científicos puntuales (Bermúdez de Castro, 1988, 1991, 1993, 1999 y Bermúdez y Rosas, 2001, entre otros).

En el primero de los capítulos repasa las cir-cunstancias del hallazgo en 1994 de los restos de TD6 del archiconocido Homo antecessor -la especie humana más antigua de Europa, por el momento- y cuáles son los bases en las que se apoya esa conside-ración -dataciones paleomagnéticas y análisis micro-faunísticos-, recalcando el autor el hecho de que el debate sobre el primer poblamiento europeo no está aún cerrado. Hay alguna postura crítica en relación con este hallazgo pues hay quienes dudan de la con-sideración de que este taxón evolucionara dando lugar a Homo heidelbergensis y entienden que esta última especie podría haber procedido de África a partir del hallazgo de restos en algún yacimiento en Próximo Oriente como es Gesher Benot Ya’aqov (Balter, 2001).

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produ-jo en torno a hace 2 millones de años, amparándose en las dataciones de yacimientos asiáticos -en Long-gupo, China y en Sangiran, Java por ejemplo-; no obstante, esta cronología está sujeta a un fuerte deba-te (Langbroek y Roebroeks, 2000; Hyodo et alii, 2002), aunque hay bastantes autores que empiezan a perder el escepticismo inicial en relación con los datos que apoyan una cronología tan antigua y que prácticamente está asegurada gracias a los restos de Dmanisi, República de Georgia (Gabunia et alii, 2000; Vekua et alii, 2002). En relación con esa prime-ra ocupación de las tierprime-ras fueprime-ra de África, también se hace una reflexión sobre el papel de los fósiles burgaleses -Homo antecessor y Homo heidelbergensis- y también en la conformación del cuadro evolutivo humano.

En cualquier caso, las ideas quedan bastante claras a lo largo de la exposición. El autor, además, incluye datos debatidos actualmente como, por ejemplo, las referencias a un australopitecino hallado en Bouri (Etiopia), el Australopithecus garhi (Asfaw et alii, 1999), que podría haber sido autor de utillaje olduva-yense (Modo 1) y que lleva a poner en duda la exclu-sividad de Homo habilis en relación con la factura de este tipo de industria.

A partir del capítulo 5 Bermúdez de Castro se va a centrar, en esencia, en la cuestión del desarro-llo de los homínidos, tocando diferentes aspectos del mismo, pero siempre teniendo presente el estudio de la dentición para explicar las diferentes pautas de desarrollo biológico. Los estudios de la dentición en paleoantropología son fundamentales en cuanto permiten disponer de un elemento de análisis que está profundamente relacionado con el resto de los aspectos del desarrollo somático de los individuos. Este tipo de trabajo parte de propuestas actualistas, es decir, se toma como punto de arranque los conoci-mientos que se tiene sobre especies actuales para extrapolarlos a especies fósiles. Son conocidos los riesgos de esta forma de proceder (Rosas et alii, 2002, por ejemplo) pero lo son también sus ventajas (Do-mínguez-Rodrigo, 1998; Gómez Castanedo, 2001a), por ello, el actualismo es una estrategia muy utilizada en paleoantropología, aunque “no debe considerarse como un método infalible, sino un apoyo a la investi-gación del pasado” (p. 200). De todos modos, en los últimos veinte años, como apunta Bermúdez de Cas-tro, el estudio de la dentición ha evolucionado y se ha perfeccionado. Hoy día se tiene muy presente la necesidad de la identificación del taxón que se está estudiando puesto que el patrón de desarrollo dental de cada especie está muy relacionado con el resto de sus aspectos biológicos; esto queda bien reflejado en las palabras del autor (p. 78): “(...) la formación de los dientes no sólo está bien integrada en el desarrollo somático, sino que los distintos eventos de esa forma-ción son excelentes marcadores del desarrollo general del organismo”. Todo ello ha aportado resultados interesantes y está contribuyendo muy satisfactoria-mente en el conocimiento de cuestiones relacionadas

con la evolución humana como, por ejemplo, el pa-trón de desarrollo biológico de los primeros homíni-dos (Mann, 1975; Bromage y Dean, 1985; Smith, 1986 y 1991 y Bermúdez de Castro, 1999, por ejem-plo).

Ahondando un poco más dentro de esta cuestión, el capítulo 6 resume como los estudios de la dentición han rebatido aseveraciones dadas por irre-futables hace años. Es un interesante recorrido por el pensamiento de las últimas décadas donde se llegó a considerar que las etapas de formación biológica y social de los primeros homínidos (sobre todo austra-lopitecos gráciles y robustos) eran similares a las de los humanos modernos. Ello conllevaba asumir que el resto de implicaciones biológicas y sociales se co-rrespondían. Es decir, si las etapas de maduración eran iguales también lo eran, por consiguiente, los periodos de aprendizaje y las relaciones entre indivi-duos de diferentes genero, pudiéndose dar un alto componente cooperativista en el seno de los grupos y una colaboración muy estrecha entre machos y hem-bras en el cuidado de la progenie que habría repercu-tido favorablemente en su posterior desarrollo. Se observa una crítica por parte de Bermúdez de Castro hacia autores como Owen Lovejoy y G. Isaac que, según él, intentaron humanizar en demasía a los homínidos del Plio-Pleistoceno. Aunque es cierto que los planteamientos de Lovejoy han sido debatidos ávidamente, tampoco debemos olvidar que ha sido uno de los pocos autores que ha intentado proponer una interpretación del bipedismo alejándose de pos-turas estrictamente funcionales y enfocándolo desde una perspectiva social (Domínguez-Rodrigo, 1994; Gómez Castanedo, 2002). Otro de los autores men-cionados es el malogrado G. Isaac con su propuesta de “campamento base” donde se reunirían los grupos de Homo habilis compartiendo alimento e informa-ción. Si bien es cierto que hay amplios debates sobre la consideración de incluir a habilis dentro del género Homo (Wood y Collard, 1999; Cela Conde y Ayala, 2001), también es cierto que el registro arqueológico nos ha posibilitado saber que tallaba instrumental lítico y que era un asiduo comedor de carne, y cada vez hay más evidencias que permiten descartar una actividad carroñera y marginal en las estrategias cinegéticas de los habilis pudiendo pensarse en una caza relativamente organizada y un aporte reiterado a emplazamientos referenciales, utilizados como campamentos que ofrecían cierto amparo y seguri-dad (Domínguez-Rodrigo, 1996 y 1997, por ejem-plo).

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previamente en su crítica a las propuestas de autores como el mencionado G. Isaac en relación con las posibilidades socioculturales de Homo habilis. El autor argumenta que, por la dentición, se sabe que el grado de desarrollo postnatal -y por ende sus capacidades cognitivas- de Homo habilis era parejo al de los austra-lopitecinos -el de éstos es casi parejo al de los primates antropoides actuales, además de que su dieta -como se observa también en la dentición- contenía un aporte importantísimo de recursos vegetales, lo que iría en contra de los que apoyan un consumo recurrente de carne por parte de este homínido. Hay que estar de acuerdo con esta propuesta, aunque conviene recordar que esto más bien parece ser una constante en la vida de los homínidos del Plio-Pleistoceno, incluyendo los Homo sapiens del Paleolíti-co Superior Paleolíti-como evidencian muchos estudios, Paleolíti-como los de las piezas dentales de la cueva cántabra del Rascaño (Guerrero y Lorenzo, 1981), e incluso las evidencias etnográficas sobre culturas modernas (Goren et alii., 2002). El hecho es que quizás haya que centrarse un poco más en las habilidades que nos muestran indirectamente la capacidad y el desarrollo cerebral de los homínidos y, en este sentido, Homo habilis ya presentaba unas pautas de comportamiento, aunque poco, sí más complejas que las de australopi-tecinos y parántropos. Además, el propio Bermúdez de Castro comenta en páginas posteriores que: “la prolongación de la ontogenia en Homo habilis median-te una incipienmedian-te niñez no es, en absoluto, una hipó-tesis rechazable a pesar de que su patrón de desarro-llo dental fuera similar al de los australopitecos”(p. 158). Ello implicaría, como constata en páginas si-guientes el autor, un mayor desarrollo psicosomático de estos homínidos.

La importancia del estudio de la dentición sigue copando el protagonismo en los capítulos 7 y 8. En ellos se explica, a veces de forma un tanto prolija desde un punto de vista terminológico, cuál es el proceso de formación de una pieza dental y cómo el estudio de sus partes -por ejemplo el esmalte y la dentina a partir de las líneas de Retzius y su manifes-tación en las llamadas “perikimata”- permiten acce-der a aspectos como la edad de muerte de homínidos inmaduros y, a su vez, posibilitan conocer sus patro-nes de maduración, en la medida que se puede llegar a discriminar el tiempo que tarda la corona del diente en formarse. Se trata de operar con los dientes y utilizarlos, como apunta el autor, a modo de “reloj biológico”. Esta manera de proceder se está consoli-dando como una herramienta sumamente eficaz y fiable en el campo de la Paleoantropología.

El autor comenta también las posibilidades en este campo de trabajar con muestras fósiles que, por su fragilidad, no pueden ser estudiadas directa-mente. En este sentido, las réplicas de silicona de alta resolución son una eficaz respuesta para este proble-ma. Éstas con un elevado grado de definición, permi-ten analizar piezas dentales de homínidos fósiles y buscar respuestas a interrogantes abordables con

muestras auténticas a las que no se puede acceder o que hay que procurar preservar. Desarrollado desde los años 70 del pasado siglo en el campo de la odon-tología y microscopía (Grundy, 1971; Barnes, 1979; Pfefferkon y Boyde, 1974; Pameijer, 1978) y consoli-dada en el campo de la investigación tafonómica y paleoantropológica por autores como Shipman (1981) y T. Bromage (1984), el empleo de este tipo de moldes es algo habitual en investigaciones tafonómi-cas y paleoantropológitafonómi-cas; puede decirse también que ha encontrado acomodo en el campo de la Arqueo-logía, por ejemplo en el análisis traceológico y fun-cional del instrumental lítico.

Los siguientes capítulos (9, 10 y 11) abordan el mismo tema que los apartados precedentes. Es decir, el estudio de los patrones de desarrollo biológi-co de los homínidos. Lo que ocurre es que el punto de partida es diferente y, en lugar de tomar como referencia el análisis dental -aunque no lo abandona en absoluto-, se toma el desarrollo cerebral y la capa-cidad craneal. La cuestión pasa por determinar el origen de lo humano stricto sensu tal y como se apunta en el título de la obra. A lo largo de esas páginas se puede comprobar como la consideración de humani-dad difiere según los autores que la estudian y en esa valoración caben diferentes propuestas que basculan desde lo anatómico a lo cultural. El capítulo 9 es un buen ejemplo de ello. En él se cuestiona la "humani-dad" de Homo habilis como ya hemos comentado en líneas anteriores. En este sentido, el autor saca a la luz interpretaciones de diferentes autores y se hace mención del hallazgo reciente de Kenyanthropus platyops (Leakey et alii, 2001) que ha llevado a sus descubrido-res a redefinir la línea del género Homo proponiendo a Homo rudolfensis, con el polémico cráneo KNM-ER 1470, como descendiente de K. Platyops y quedando adscrito al género Kenyanthropus como K. Rudolfensis.

Como hemos apuntado, se aborda la cues-tión del desarrollo cerebral de los homínidos, hacien-do hincapié en Homo habilis. De este mohacien-do, en las páginas de los capítulos 9 y 10 se argumenta que este taxón habría logrado un desarrollo cerebral superior al de especies contemporáneas y precedentes. Ese logro lo habría adquirido, de forma esencial, intrau-terinamente -interesante el apunte sobre esta cuestión para todos los homínidos en el apartado dedicado al cerebro del capítulo 16. Ello implicaría que no hubie-ra podido disfrutar de periodos de desarrollo y aprendizaje prolongado después de su nacimiento tales como la niñez, aunque el autor tampoco, como dijimos previamente, descarta radicalmente la ver-tiente opuesta. Bermúdez de Castro nos demuestra, por medio de una reflexión y un análisis pormenori-zado, como este periodo que definimos como “niñez” ha sido una estrategia adaptativa trascendental en el proceso evolutivo humano, sobre todo en lo que supuso para los homínidos al posibilitarles evitar desastres demográficos.

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hallarse más cerca tras la lectura del capítulo 11. El protagonista de este apartado es el Homo ergaster -especie africana de Homo erectus. La controversia sobre esta definición es grande pues hay quienes prefieren hablar de Homo erectus simplemente -englobando a los especímenes asiáticos y a los africanos. Recientemen-te se han hallado en Bouri (Etiopia) una calvaria y varios restos postcraneales atribuidos a Homo erectus -no se identifican con Homo ergaster- y sus descubrido-res consideran necesario replantearse esa división ergaster/erectus (Asfaw et alii, 2002); sin embargo es conveniente esperar a ver que nos deparan futuras investigaciones. Bermúdez de Castro opta por referir-se a los especímenes africanos como Homo ergaster; además, parece ser que los propios investigadores de Atapuerca se pronuncian a favor de la idea de que este hallazgo de Bouri podría corresponder a un individuo de Homo antecessor africano ( J.M. Carretero, comunicación personal).

El hallazgo del Turkana boy -un individuo inmaduro de ergaster-, como expone el autor, ha posi-bilitado incrementar el conocimiento sobre los proce-sos de desarrollo biológico de los homínidos con cronologías en torno a 1·5 m.a. El autor, citando a investigadores que han trabajado con el esqueleto del Turkana boy (KNM-WT 15000) como B. Bogin y H. Smith, propone que con Homo ergaster ya se estaban dando los pasos definitivos para entrar en un modelo de historia biológica meramente humano. Aunque, como señala el autor, quizás hace 1,5 m.a. los homí-nidos todavía no habían alcanzado la complejidad que supone para el desarrollo la presencia de perio-dos actuales como la adolescencia (p. 178). Esta fase dentro del desarrollo biológico humano, al igual que con la niñez en el capítulo anterior, es analizada en el capítulo 11 por el autor aportando interesantes datos en relación con su aparición en los homínidos. Pero si con Homo ergaster ya se avanza significativa-mente hacia modelos de desarrollo propiasignificativa-mente humanos, según Bermúdez de Castro la cuestión es saber cuándo realmente el desarrollo biológico de los homínidos se aproxima ya a los patrones de los humanos actuales. En el capítulo 12, el estudio de la dentición, a partir del grado de mineralización de ésta, ha permitido conocer, tras el estudio comparati-vo con homínidos fósiles, primates antropoides y poblaciones humanas actuales, que los individuos de Homo antecessor -800.000 años de antigüedad- hallados en el yacimiento Gran Dolina de Atapuerca (Burgos), tendrían un patrón de desarrollo dental -y por consi-guiente biológico- similar al de los humanos actuales. Esta propuesta, ha recibido alguna crítica (Dean et alii, 2001), aunque el autor, considerando ésta, insiste que es muy posible que ya en fechas tan antiguas pudo haberse dado, en determinados homínidos -en este caso H. antecesor, unos modelos de desarrollo -incluyendo adolescencia y estirón puberal- muy simi-lares a los de Homo sapiens.

Si bien el capítulo 12 estaba dedicado por entero a una de las especies estrellas de los

yacimien-tos de Atapuerca, el extenso capítulo siguiente cen-trará su atención en la otra especie, con más historia dentro del ámbito científico, y cuyo hallazgo, sobre todo por la cantidad y buena conservación de los restos, ha aportado interesantes e importantes datos para la comprensión de la evolución humana a partir de hace unos 500-400.000 años. En este capítulo se nos ofrece un resumen de las interpretaciones e hipó-tesis en relación con el origen y desarrollo de Homo heidelbergensis, incidiendo el autor en la propuesta por el equipo de Atapuerca que considera a este taxón una especie meramente europea, surgida a partir de Homo antecessor y que dio lugar a los neandertales. La controversia sobre el particular no está cerrada y ya hemos visto como, incluso, se propone que esta espe-cie tenga un origen extraeuropeo (Balter, 2001).

En cualquier caso, el capítulo deja tras de sí interesantes datos que animan la lectura, como los comportamientos funerarios de H. heidelbergensis, los problemas de los investigadores para acercarse al conocimiento de la paleodemografía o cuestiones relacionadas con la fertilidad y el cuidado de la pro-genie de los homínidos del Pleistoceno Medio. Es interesante destacar, dentro del apartado que Ber-múdez de Castro dedica a los rangos de edades re-presentados en los restos de la Sima de los Huesos, la llamada de atención del autor sobre el hecho de la ausencia de vestigios atribuibles a individuos infanti-les o a mayores de 40 años. Las conclusiones sobre este aspecto, aún confirmándose la intención humana de esa acumulación, pasan por apuntar a problemas tafonómicos o a la mala calidad de las excavaciones realizadas en el sitio hasta finales de los años 70. En cierto modo es difícil poder discriminar a qué se debe tal infrarrepresentación. Para el caso de la escasez de cadáveres por encima de 40-45, Bermúdez de Castro aboga por hacer referencia a las difíciles condiciones de vida en aquel momento para aquellos homínidos (p. 201). Para los individuos infantiles, el autor apun-ta posibilidades apun-tales como la de los problemas de conservación de los restos por problemas tafonómicos o de que las tasas de mortalidad no fueran tan altas como las de las sociedades actuales con poco control higiénico en los alumbramientos, pudiéndose haber dado también una hiperprotección de los miembros infantiles de estos grupos humanos . Queremos aquí apuntar, en relación con la escasa muestra de indivi-duos infantiles alternativas, procedentes de ejemplos etnográficos, que planteen la posibilidad de que los individuos infantiles no fueron incluidos en el conjun-to de la SH por cuestiones meramente culturales o sociales. Se conocen sociedades que no consideran de igual forma a los individuos infantiles o a los ancianos que a los adultos -en edades fértiles y plenamente productivas. Un buen ejemplo lo tenemos en los Betsileo de Madagascar que no consideran plena-mente humanos a los bebes (Kottak, 1996: 233).

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(O´Connell et alii, 1999) (p. 211-217), critica la impor-tancia que dan estos autores a la manipulación del fuego para el procesado de determinados alimentos y las relaciones sociales entre madres, hijas y nietos de los Homo ergaster/erectus. La importancia del uso del fuego intencionado ha sido muy debatida. No vamos a entrar a comentar en detalle esta cuestión, pero si decir que Bermúdez de Castro, en su crítica a la importancia que O´Connell et alii. dan al dominio del fuego, sitúa este control no más allá de 350.000 años en Terra Amata, relativizando datos interesantes -esgrimidos por los propios O´Connell et alii (1999)-, que retrotraen esa fecha considerablemente (Domín-guez-Rodrigo, 1997; Gómez Castanedo, 2001b). No obstante, la precaria evidencia de restos de control del fuego en los yacimientos europeos del Paleolítico (sobre todo las primeras fases) es notoria y es uno de los ejemplos usados por los autores que hablan de un proceso lento en la colonización de Europa (Villa y Bon, 2002). Del Pleistoceno Medio también tenemos hogares en Europa en los yacimientos de Bilzingsle-ben y Schöningen (Alemania), Menez-Dragan (Fran-cia) y en el húngaro de Vertesszöllös (Carbonell et alii, 2002)

En el detallado recorrido por la diferentes especies de homínidos, los neandertales encuentran su momento de atención en el capítulo 14. Poco podemos decir aquí sobre los neandertales que no se haya dicho ya y que el propio autor parece darnos a entender con la breve extensión del capítulo que nos ofrece, remitiéndonos a otros trabajos para conocer mejor cuestiones como, por ejemplo, la de su com-portamiento ritual. Ello también puede deberse al hecho de que al autor le interesa tratar con más pro-fundidad aspectos relacionados con el tema general del libro -fundamentalmente la aproximación a los grados de desarrollo biológico. Bermúdez de Castro, incidiendo de nuevo en este aspecto nos comenta que rasgos como la niñez, adolescencia y periodos pro-longados de desarrollo se daban ya en lo neanderta-les; rasgos de una vida que, a juzgar por determina-dos datos -deformaciones óseas, hipoplasia del esmal-te, etc.-, debió de estar marcada por una gran dureza, comprometiendo la existencia vital más allá de los 50 años (ver también Pettitt, 2000).

Para finalizar el libro, los dos últimos capítulos abor-dan igualmente cuestiones relacionadas con el desa-rrollo biológico pero en un sentido más general, to-cando aspectos que afectan a todos los seres vivos y no exclusivamente a los homínidos, aunque es sobre éstos sobre quienes se van a centrar los comentarios. De este modo el capítulo 15 hace un repaso de los diferentes procesos de heterocronía, adelantando conceptos para comprender mejor aspectos tocados en el capítulo siguiente en relación con el desarrollo de nuestro cerebro, por ejemplo. El concepto de heterocronía, como explica el autor (p. 238), es acu-ñado a principios del siglo XX para referirse a “los cambios en el tiempo relativo de aparición de carac-teres durante el desarrollo”. Esos diferentes procesos

o alteraciones en el desarrollo aludidos son la neote-nía, progénesis -o pedogénesis-, hipermorfosis y ace-leración. Éstas son alteraciones dentro del desarrollo biológico que se manifiestan en el aspecto formal de los individuos adultos. Mucho autores han planteado que mirando con detalle estas cuestiones podríamos obtener respuesta a interrogantes sobre nuestras características fenotípicas actuales -cara pequeña, aspecto infantil, etc. El autor repasa diferentes teorías explicativas en relación con esta cuestión haciendo cierto énfasis en las explicación de las que abogan por considerar que nuestra evolución está caracteri-zada por un proceso global de neotenia -el reciente-mente desaparecido S.J. Gould sobre todo. Esta es la llamada “teoría de la neotenia” que considera que somos seres inacabados, como dicen Arsuaga y Mar-tínez (2002: 71, citando al embriólogo Louis Bolk): “Enormes fetos con capacidad reproductora”. Por lo tanto, la neotenia es una de las características princi-pales de la especie humana. Ésta alteración en el desarrollo consiste en una ralentización del mismo que se manifiesta en la retención de rasgos juveniles durante la edad adulta.

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las ideas de Carbonell y Sala (2002)- apuesta por “controlar la tecnología con eficacia e inteligencia y evolucionar con ella”.

En definitiva, el trabajo que hemos recen-sionado puede considerarse como de lectura obliga-da. Los profesionales de la Arqueología y de la Pre-historia no pueden vivir ajenos al transcurrir evoluti-vo de nuestro género. Por ello, trabajos como este que nos ha ocupado deben ser manejados como elementos de referencia tanto para investigadores como para docentes de la disciplina. Igualmente el estudiante universitario debe contar con herramien-tas que aclaren y hagan asequible el conocimiento de un proceso que no es nada fácil conocer y, mucho menos, resumir. Pero también, cualquiera que esté interesado en cómo se ha desarrollado el proceso evolutivo humano desde las primeras formas del género encontrará en El Chico de la Gran Dolina un buen punto de arranque para iniciarse en ese cono-cimiento. De igual modo, el lector no especializado puede conocer de primera mano la gran dificultad que entraña conocer el pasado prehistórico, viendo que su interpretación es fruto, la gran mayoría de las veces, del estudio y análisis de varias disciplinas cien-tíficas trabajando al unísono.

La capacidad divulgativa del profesor Ber-múdez de Castro ha quedado manifiesta, aunque también es cierto que ésta podría haberse depurado algo más. Hay durante la lectura del trabajo momen-tos en los que el lector puede perderse, pero el libro se nutre de una virtud y es la del sentido que se le ha dado al libro: un trabajo que maneja y contrasta datos científicos -la mayoría publicados en fechas recientes- dándole al discurso un carácter muy actual, pero que además sabe sintetizar esa información transmitiéndola de forma diáfana e intentando que llegue a todo el mundo. Ya hemos hecho referencia a la necesidad de haber contado con apartados clarifi-cadores como, por ejemplo, un glosario de términos que sintetizara conceptos, aunque también se debe valorar el importante despliegue gráfico -a partir de fotografías, esquemas, cuadros explicativos y repre-sentaciones de Mauricio Antón- que procura reflejar de manera fiel el mundo descrito y las diferentes formas de especies homínidas referidas

En realidad, con algunas salvedades, está-bamos acostumbrados en el ámbito universitario y popular a ver el proceso de evolución humana como algo muy lejano, complicado y enrevesado, aunque siempre atractivo y sugerente. La imagen de la pre-historia transmitida desde los púlpitos académicos dejaba muy de lado la explicación del proceso de desarrollo humano stricto sensu. Era preferible seguir la doctrina tradicional de enumeraciones culturales dejando las épocas tardías del Pleistoceno como algo oscuro aludiendo a la precariedad del registro mate-rial con el que se contaba. En los últimos años traba-jos como el del profesor Bermúdez de Castro -al que se suman los de sus colegas codirectores del proyecto de Atapuerca- han empezado a replantear la

situa-ción y, junto al creciente interés popular que deman-da cademan-da vez más obras sobre este tema, en el mundo académico las asignaturas de evolución humana comienzan a ser incluidas dentro de los programas universitarios de estudios de Humanidades y Ciencias Sociales. Ahora el Mioceno y el Plio-Pleistoceno se ven como etapas que es necesario conocer. Se trata de comprender en toda su globalidad el proceso de humanización teniendo en cuenta todas las ramas del árbol y todos los aspectos que le rodean. Ya no se habla sólo de elementos materiales, sino que se tiene en cuenta al ser humano desde todas las ópticas -biológicas y culturales. Se está empezando a asimilar la idea de que nuestra situación y posición dentro del reino animal no puede ser vista como un proceso aislado y singular, sino que se entiende como fruto de una serie de procesos dentro de un esquema evoluti-vo muy amplio y en el que hemos salido bastante favorecidos respecto al resto de especies de seres vivos -aunque esto sería discutible.

El mundo editorial no ha permanecido aje-no a esta situación y se ha sumado, espoleado por la demanda pública referida, a esa necesidad desde un punto de vista divulgativo. Esta importante labor de divulgación ha recibido un fuerte impulso tras los hallazgos de los investigadores de la Sierra de Ata-puerca que han gestionado de forma coherente los yacimientos y han sabido conectar sabiamente con la gente, compartiendo con ella desde un principio los resultados de sus investigaciones. En todo ello ha radicado la clave de su éxito. Clave que se basa, pre-cisamente, en la obligación de todo científico y que muchos prefieren obviar privando al resto de la so-ciedad de la posibilidad de intentar dar respuesta a las sempiternas preguntas de ¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos? y ¿Hacia dónde vamos?.

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