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EL HOMBRE ES SU PROCEDER

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CAI - Centro de Armonización Integral

De: "CAI - Centro de Armonización Integral" <afreditor@gmail.com>

Para: "Suscriptores de la Revista Al Filo de la Realidad - Descargue el Podcast (mp3) desde www.emnhome.com/afr" <AFR@eGrupos.net>

Enviado: Miércoles, 15 de Agosto de 2007 00:29 Asunto: Lección de Esoterismo Práctico Nº 27

Centro de Armonización Integral

PARAPSICOLOGÍA - OVNIS - OCULTISMO - CIVILIZACIONES DESAPARECIDAS - NEOARQUEOLOGÍA ANTROPOLOGÍA REVISIONISMO HISTÓRICO - ESPIRITISMO - PIRÁMIDES - ASTROLOGÍA - I CHING

AROMATERAPIA - QUIROLOGÍA - NUMEROLOGÍA - TAROT - FENÓMENOS PARANORMALES ESPIRITUALIDAD - TERAPIAS ALTERNATIVAS ...

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Nota de AFR: Como ustedes saben, normalmente los contenidos de las lecciones de Esoterismo Práctico son redactadas por nuestro Director, Gustavo Fernández. Pero creemos que es válido dar espacio a otros pensadores cuyo aporte mejore la calidad de nuestras vidas y estimule nuestra espiritualidad. Es por ello que hoy esta amiga, de profesión abogada y profunda conocedora de lo esotérico, avanzada astróloga y experta numeróloga, nos acerca sus reflexiones que queremos compartir.

EL HOMBRE ES SU PROCEDER

por

Mirta Cristina Rodríguez

Desde tiempos inmemoriales se viene diciendo que no se debe juzgar a la persona por lo que dice o por lo que ella misma piensa de sí, sino por lo que hace. Pero resulta que la acción o el proceder es también la única posibilidad de conocerse a sí mismo.

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Veamos un poco esto, despojados de todo nuestro acervo ideológico, si es que tamaña empresa es plausible.

¿Cómo conocerse a sí mismo?

Según Goethe esto es posible sólo mediante la acción y nunca mediante la contemplación. Simplemente trata de cumplir con tu deber y podrás saber qué hay en ti. En consecuencia cabe preguntarse, ¿qué es lo que mueve el comportamiento del hombre? ¿Qué lo incita a realizar unos u otros actos?

Durante siglos, incapaces de comprender los verdaderos motivos de su comportamiento, los hombres trataban de hallarlos fuera de sí, descargando la responsabilidad por sus propios actos en el espíritu de los antepasados, en los demonios, los dioses, el destino, las circunstancias, las condiciones de la educación, o en la mala o buena herencia.

Pero esa forma de objetivar las causas del proceder se hacía cada vez más denigrante para la autoconciencia en desarrollo (que no deseaba conformarse con desempeñar el papel de títere en manos de fuerzas extrínsecas desconocidas) y al mismo tiempo socavaba el sentido de responsabilidad personal, absolutamente indispensable para vivir en la sociedad de sus semejantes.

Hegel afirmaba, con razón, que para cualquier sistema étnico la primera idea es la representación de sí mismo como ser libre.

Esa idea del libre albedrío —tan agradable para el intelecto humano— lleva aparejadas consecuencias desconcertantes. La sociedad insiste en atribuir al sujeto su responsabilidad personal pero simultáneamente le exige respetar las normas de comportamiento propias de dicha sociedad. La absurda leyenda del libre albedrío y de la indeterminación del proceder humano obstaculiza el enfoque analítico del comportamiento del hombre.

Baste referirse a León Tolstoi en su epílogo a su novela la Guerra y La Paz, cuya segunda parte está dedicada a la libertad y la necesidad de acciones humanas. “En lo concerniente a la astronomía — escribe Tolstoi— cierto es que no nos damos cuenta del movimiento de la Tierra. Si admitimos su

inmovilidad, llegamos al absurdo, pero si aceptamos que se mueve, desembocaremos en las leyes. Y del mismo modo en lo relativo a la Historia. ...Si admitimos nuestra libertad, llegaremos al absurdo, pero si aceptamos la dependencia del mundo exterior, del tiempo y de las causas, iremos a dar en las leyes”.

Bertrand Russel diría, medio siglo después, que “El único efecto de la doctrina del libre albedrío es, en la práctica, prevenir que la gente extraiga una conclusión racional del conocimiento basado en el sentido común. ...Los hombres tratan a sus semejantes tan insensatamente como no tratan a su automóvil”.

B. F. Skinner, psicólogo estadounidense, opina que el individuo no es responsable de sus actos, porque éstos están predeterminados enteramente por circunstancias externas y por las condiciones de la educación. Los conceptos de libre albedrío y responsabilidad moral deben ser expulsados de la ciencia del comportamiento, del mismo modo que la física se separó en su tiempo del flogisto, la astronomía de las representaciones según las cuales la Tierra era el Centro del Universo y la psicología del mito sobre el alma inmortal.

John Eccles, notable naturalista Premio Nobel, le objeta a Skinner en su obra The Understanding of

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dignidad. La teoría de Skinner y la técnica del funcionamiento de los reflejos condicionados instrumentales provienen de los experimentos con palomas y ratas. ¡Que ellas se beneficien!”

Podemos decir que una explicación científica del comportamiento adecuado a fines surge con el papel de las necesidades como causa determinante del proceder del hombre, como fuente primaria y fuerza motriz de su actividad, descubrimiento hecho por Carlos Marx y Federico Engels.

Todos los demás conceptos que se emplean al describir el comportamiento del hombre —ya sean los valores, orientaciones, intereses, motivos, disposiciones, etc., derivan de las necesidades o son generados por ellas. Lo que no debe olvidarse es la extraordinaria riqueza y diversidad de esas necesidades que en modo alguno se reducen al alimento, al vestido, la vivienda y la continuidad del género.

Resta quizás investigar de qué modo, durante la evolución de la naturaleza viva, la asimilación pasiva de las sustancias comestibles del medio circundante se transformó en búsqueda activa de fuentes de alimentos. Más complicado aún es el origen de las necesidades zoosociales de los animales que viven en grupos y son capaces de coordinar su comportamiento con el de otros miembros del grupo.

Investigaciones hechas con ratas a las que se les enseñó a procurarse el alimento en un acuario lleno de agua, donde debían pasar el alimento a lugar seco en la jaula donde vivían, indicaron que al unirse las ratas en grupos se produjo entre ellas una diferenciación inmediata: unas continuaban procurando el alimento, y las otras comenzaron a esperar a sus “alimentadoras” en la vivienda y a comer por cuenta de las primeras. Cuando se formaban grupos tan sólo de ratas que procuraban el alimento o que sólo eran alimentadas, parte de las buceadoras dejaron de procurar la comida, y parte de las alimentadas comenzaron a procurarla.

Investigaciones de esta índole, especialmente si se hacen con monos antropomorfos superiores, quitan veracidad a la idea de que nuestros remotos antepasados eran iguales y libres en su comportamiento antes de aparecer la actividad con instrumentos y la propiedad sobre el producto adquirido. Más bien el progreso de la tecnología, la dominación de los instrumentos, la posibilidad de crear reservas de alimentos, etc., se superpusieron a la rígida estructura ya existente y jerárquicamente organizada de las comunidades primitivas.

Es aún más enigmático el mecanismo de la necesidad “desinteresada” de nueva información, cuya significación vital es desconocida por el animal. La curiosidad, la propensión a lo nuevo y antes desconocido son tan grandes, que compiten con éxito con el hambre, la sed e incluso con el poderoso instinto de conservación.

Se sobreentiende que durante el desarrollo cultural e histórico, bajo la influencia del habla articulada y del trabajo social, los instintos vitales, zoosociales y de investigación orientadora de los animales experimentaron cambios cualitativos antes de convertirse en las necesidades vitales, sociales e ideales (espirituales, cognoscitivas, de creación) del hombre. La sociogénesis de las necesidades es otro problema que debe estudiarse (comprensión, invención, dirección y censura, dirá Binet, para quien la conducta inteligente cambia de algún modo los cuatro factores mencionados).

La elaboración de este problema se complica más porque las necesidades sólo se reflejan en parte y de modo apriorístico en la conciencia del hombre y son concebidas por él.

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Concebir significa obtener la posibilidad actual o potencial de comunicar su saber a otro, de convertir su propio saber (ciencia) en con-ciencia, o sea, el saber (ciencia) junto con alguien, el saber (ciencia) socializado.

El diálogo real con otro miembro del grupo social se transforma en diálogo mental con un interlocutor imaginario, y luego, en diálogo consigo mismo, o sea, en autoconsciencia.

Debido a que la conciencia tiene limitado acceso al ámbito de las necesidades, el análisis de las causas verdaderas de uno u otro accionar es muy dificultoso. En la práctica habitual nos convencemos a diario de que tras una conducta relativamente sencilla se oculta todo un mundo de complejísimos móviles, tanto más difíciles para el análisis cuanto más tiempo ahondemos en sus orígenes. Por lo demás, la conciencia dista de ser siempre una guía segura en este camino.

“...Callé en la reunión en que censuraban injustamente a mi compañero. El sentimiento de culpabilidad y vergüenza me contrae el corazón.” Pero la conciencia construye de inmediato todo un sistema de motivos que me justifican: Que yo no tenía argumentos suficientemente persuasivos. Que en ciertas particularidades mi compañero realmente no tenía razón. ¿Por qué habló con tanta brusquedad? ¿Para qué se puso en contra de la mayoría de los presentes? Y, en general, ¿qué podía haber hecho yo solo?

Lamentablemente, la conciencia es hija servicial de las necesidades, y en este caso la necesidad de verdad no fue la predominante entre los móviles que compiten.

Por eso, la primerísima tarea de cada especialista llamado a incidir sobre los destinos humanos, es esclarecer los motivos auténticos de la conducta, profundamente ocultos no sólo de la “mirada” ajena, sino de la propia “mirada” interna.

La actividad, el proceder, no siempre conducen a la satisfacción simultánea de varias necesidades coexistentes. Con mayor frecuencia nos vemos ante la elección entre motivaciones que compiten.

¿Cuál es su mecanismo? ¿Qué determina esa elección?

Tan sólo en casos excepcionales la elección depende únicamente del peso que tenga, en el momento dado, la necesidad predominante: a la madre que salva al hijo no le hace falta voluntad ni apreciación de sus fuerzas, como tampoco sopesar las consecuencias de las acciones que emprende.

No le importa su vida ni la opinión de la gente.

En fin, con tal situación nos vemos también en las acciones de la persona embargada por la necesidad absorbente de afianzar la verdad que ha conseguido. “En esto estoy y no puedo hacerlo de otro modo”. He aquí la explicación del proceder de esta índole formulada con máxima exactitud por Lutero hace varios siglos.

Comúnmente el hombre opta entre las necesidades, a un mismo tiempo actualizadas y que compiten entre sí, tomando en cuenta las posibilidades de satisfacerlas en la situación concreta o más adelante. La evolución de los seres vivientes requirió la creación de un mecanismo especial que “calcule el peso” de las motivaciones en competencia, computando ambos factores: la fuerza de la necesidad y la probabilidad de satisfacerla. Dicho mecanismo surgió necesariamente en el proceso de la evolución y fue denominado emociones.

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Las emociones, originadas por la necesidad y la evaluación de la posibilidad de satisfacerlas (en

muchos casos, inconscientes) ejercen influencia inversa sobre la necesidad y sobre el pronóstico de la probabilidad de llegar al objetivo.

Un hombre recuerda su primer salto en paracaídas. El que debía saltar delante de él se asustó. El avión tocó tierra y ese muchacho comenzó a salir de la cabina rodeado del silencio de todos los presentes... Al oir la orden de saltar, recuerda, puso un pie sobre el ala y se quedó atónito: debajo de sí había un abismo. Una fuerza poderosa le tiraba hacia atrás. Era el miedo, impuesto por la natural necesidad de conservación. Entonces recordó a su antecesor, se imaginó vivamente (¡de un modo absolutamente espontáneo!) que no era su compañero, sino él quien salía del avión en presencia de sus compañeros. De pies a cabeza sintió una terrible vergüenza (emoción generada por la necesidad social de corresponder con las normas de comportamiento admitidas en su ambiente). Salvándose de esa vergüenza y sin pensar en nada más, se lanzó al abismo...

Por cuanto las emociones positivas testimonian la aproximación al objetivo (o sea, a la satisfacción de la necesidad) y las negativas, las dificultades con las que se encuentra camino a ese objetivo, el hombre —si es psíquicamente normal, si no es un fanático religioso o un masoquista— procura maximizar las

emociones positivas y minimizar las negativas.

Las últimas, basadas en la escasez de información acerca de los medios necesarios y suficientes para

lograr la finalidad, incitan a buscar esos medios, métodos, conocimientos, habilidades y, por último, el tiempo, si es esto precisamente lo que escasea para utilizar tales habilidades y tales medios.

El papel de las emociones positivas es semejante, con una reserva sustancial: la total satisfacción de las necesidades y la plenitud de información, que garantice esa satisfacción, no sólo eliminan las emociones negativas (lo cual es magnífico) sino también las positivas y la vida se ve privada de alegrías.

La evolución —eterno proceso de autodesarrollo y automovimiento de la naturaleza viva— “inventó” un excelente mecanismo de dicho desarrollo a modo de emociones positivas. Los seres vivos, aspirando a repetir esa vivencia se ven obligados a conducirse en forma paradójica desde el punto de vista de las teorías pasivo-adaptativas del comportamiento: deben buscar activamente las necesidades no

satisfechas y, de la totalidad de información anhelar lo nuevo, antes desconocido, porque tan sólo el incremento de información puede brindar la alegría que proviene de los descubrimientos y de los

destellos creativos. Mientras que para la necesidad de conservación (de sí mismo, sus descendientes, su status social, etc.) hay bastantes emociones negativas, las positivas atienden preferentemente el proceso

de desarrollo, complicación y aumento de las necesidades.

Otro ítem a considerar es que llevan implícito el peligro potencial de tergiversar su papel inicialmente progresivo. La satisfacción, como fin en sí, adquiere formas desfiguradas, haciéndose cada vez menos escrupulosa en los medios para obtenerla. El comportamiento empieza a orientarse hacia los objetivos fácilmente asequibles, a buscar las vías más cortas para la satisfacción primitiva, ya se trate del sexo sin amor o de las drogas. Este “talón de Aquiles” de las emociones exigió a la evolución que creara otro mecanismo para determinar la elección del proceder, lo que llamamos voluntad.

Ahora bien, hemos visto que la necesidad que predomina evidentemente sobre las demás

motivaciones no necesita voluntad. Es más, la voluntad se revela cada vez que resulta insuficiente la motivación iniciadora de la actividad concreta.

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Había que superar nuevamente el cansancio y el sueño e ir a buscar ramas secas. La conciencia sugería : “Tal vez alcance la leña que hay”. “Tal vez la ventisca sea breve.” Algunos participantes de la marcha pronunciaban estas ideas en voz alta. Sin embargo, alguien es el primero en levantarse y dirigirse a la puerta.

¿Qué mueve a ese hombre? ¿La necesidad de conservar el calor? ¡Pero en ese momento esa necesidad está satisfecha! Ni la conciencia ni la voluntad pueden crear artificialmente la necesidad. La necesidad no se puede imaginar. La imaginación únicamente puede extraer de la memoria la situación en la cual

dicha necesidad no ha sido satisfecha. La representación espontánea del cuadro con hombres

congelados junto a la estufa apagada genera una emoción negativa, y esta emoción, surgida sobre la

base del instinto de conservación, superará la necesidad de descanso y el cansancio.

Existe otro mecanismo que puede ayudar al hombre o, para ser más exactos, otra necesidad: la de

superar los obstáculos, su propia no libertad, su dependencia denigrante de la debilidad y del deseo de

dormir.

Es una necesidad muy antigua, que apareció ya entre los animales. La descubrió Iván Pávlov y la llamó: “reflejo de la libertad”; mucho más tarde redescubierta como “motivación de resistencia a la coacción”, expresada con particular fuerza entre los animales salvajes.

El reflejo de la libertad vence con éxito al hambre, la atracción sexual y el dolor. Incluso entre los animales este reflejo es variable individualmente: entre unos individuos de la misma especie está fuertemente expresado, entre otros, debilitado y transformado en “reflejo de sumisión”, también descrito por Pávlov.

La necesidad de superar está aún más individualizada entre los hombres.

Posee aptitudes genéticas y se intensifica o se amengua en menor o mayor grado con la educación. Es importante recordar que para el hombre una barrera no sólo es un obstáculo exterior, sino también un motivo que compite y que hace al hombre no libre, esclavo de su debilidad o costumbre.

¿Con qué podemos demostrar que la voluntad es una necesidad? Pues con el hecho de que las emociones aparecen en el momento de la superación (o no) de los obstáculos, aunque el objetivo final no ha sido aún logrado, y la necesidad —convertida en causa primaria del comportamiento— no ha sido satisfecha.

La alegría por haber superado un obstáculo o triunfado sobre sí mismo es tan atractiva y aguda, que

el hombre crea él mismo esos obstáculos y, de los objetivos fácilmente logrables, ansía pasar a los de difícil consecución.

¿Quizá la voluntad sea ese “libre albedrío” del que hemos hablado tan escépticamente al comenzar el

artículo? ¡¡¡No, por cierto!!! El caso es que la voluntad no existe por sí sola, siempre debe “adherirse” a alguna otra necesidad, iniciadora del comportamiento (causa fuente). Porque el viajero voluntario que, olvidando el cansancio, sale a buscar la leña, va impulsado por la preocupación de conservar la vida a sus compañeros y a sí mismo. Es justamente la necesidad, “atendida” por la voluntad, la que le

comunica a ésta valor social. Porque la voluntad, por sí sola, carece de ese valor; un delincuente

volitivo es mucho más peligroso que el que no tiene voluntad. Por cierto, la voluntad puede adquirir significación independiente, pero entonces deja de ser voluntad y se transforma en una terquedad absurda.

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La idea de la complementariedad, aplicada a la psicología, le pertenece a Tolstoi. En el mismo epílogo de la Guerra y la Paz afirmaba: “...Si tomamos al hombre como objeto de observación... damos con la ley general de la necesidad, a la cual, como todo lo existente, está sometido. Y al mirarlo desde nosotros mismos, según nuestra conciencia, nos sentimos libres.”

En otros términos, el hombre está determinado por las aptitudes hereditarias y las condiciones de la educación (es decir, no es libre) desde el punto de vista del observador exterior. Al mismo tiempo, es libre en la elección del proceder desde el punto de vista de la consciencia reflexiva.

Esta sensación subjetiva de la libertad objetivamente inexistente es la que genera el valiosísimo

sentido de responsabilidad personal, que nos incita a analizar reiteradas veces las consecuencias

eventuales de unas u otras acciones. En este análisis nos apoyamos en la experiencia de la vida, en la

experiencia de otras personas, e incluso en la de las generaciones pasadas. La información extraída de la memoria a través del mecanismo de las emociones refuerza la necesidad que predomina firmemente en la jerarquía de los motivos de dicho individuo (“supertarea de la vida”, según Konstantin Stanislavski) y le facilita enfrentar los móviles instantáneos, actualizados por las circunstancias que se han dado.

Debido a ello no tomamos una decisión impulsiva e irreflexivamente, sino en consonancia con el sistema de valores impuestos por nuestra “supertarea”: la dominante de la vida.

La necesidad que domina firmemente en la estructura de los motivos del individuo concreto, inicia la actividad de la intuición creadora (“superconciencia”, según la terminología de Stanislavski).

El mecanismo de la superconciencia no solamente moviliza la experiencia vital, acumulada en la conciencia y en el subconsciente del sujeto, sino que la recombina y propone a la conciencia variantes de posibles actos no existentes en forma acabada en la memoria. Tenemos derecho a examinar estas decisiones, nuevas en principio, como peculiar autodeterminación del comportamiento, si bien será la práctica social —que sanciona o rechaza los resultados de la actividad de la superconciencia individual— la que juzgue si son justas o erróneas las decisiones tomadas.

Es en la tarea educativa como formadora de las necesidades social e individualmente valiosas donde debe prestarse particular atención y poner en primer plano la formación de las necesidades espirituales,

la capacidad de vivir con sus ideas y con sentimientos ajenos, la capacidad de obrar por respeto al bien y la verdad y no por temor ni por la interesada perspectiva de ser elogiado o premiado.

Lo más estéril y sin sentido en este plano es exhortar a ser bueno, sensible, desinteresado, ansioso de saber, etc. El altruismo debe enseñarse como se enseña la lengua. Por cuanto la necesidad de conocer y la necesidad social “para otros” son potencialmente inherentes a cada persona normal, es preciso guarnecerla sin cesar con medios y procedimientos para satisfacer esas necesidades. La dotación creciente incrementará la posibilidad de satisfacerlas, o sea, facilitará la aparición de emociones positivas que, a su vez, reforzarán las necesidades que las han generado y les asegurarán un lugar, si no dominante, al menos lato en la jerarquía de los motivos del individuo.

Del mismo modo que Stanislavski llamaba a comenzar a encarnar la “vida del alma humana” del personaje que representa el actor por la verdad de las acciones físicas más simples y más elementales, la

educación de la espiritualidad empieza por el respeto de las reglas elementales de convivencia, cortesía y atención hacia las personas que nos rodean.

Existe, además, otra vía, quizá la más segura y directa para formar al individuo socialmente valioso: la fuerza del ejemplo. Gracias al mecanismo de la imitación, especialmente desarrollado en los niños,

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argumentados con el análisis lógico— son registrados por su subconsciente. Así las normas de

comportamiento y de moral se convierten en orientación interna de las decisiones tomadas, en voz de la conciencia, del corazón, en un deber. Si el niño se encontrara desde los primeros meses de vida

rodeado únicamente por personas valientes, humanas y veraces no necesitaría educación especial alguna. Tampoco sería necesaria la teoría de la educación; quizás tan sólo si hubiera desviaciones de naturaleza genética o vinculadas con enfermedades sufridas.

Sea como fuere, la personalidad comienza por la acción.

Trata de cumplir con tu deber y te enterarás de qué hay en ti.

Porque el hombre es su proceder.

LECCIONES DE ESOTERISMO PRÁCTICO

Disponibles para su descarga en formato PDF desde: http://www.egrupos.net/grupo/afr/ficheros/2

Lección EP Nº 01: Quirología Científica 1. Lección EP Nº 02: Quirología Científica 2. Lección EP Nº 03: Quirología Científica 3.

Lección EP Nº 04: Infografía ampliada de la mano.

Lección EP Nº 05: Infografía mejorada de la mano. Seminario de Técnicas Adivinatorias (I). Lección EP Nº 06: Seminario de Técnicas Adivinatorias (II).

Lección EP Nº 07: Seminario de Técnicas Adivinatorias (III).

Lección EP Nº 08: La utilidad de estudiar la Sabiduría Antigua y su inserción en la “Nueva Era” (parte 1).

Lección EP Nº 09: El estético Sexto Sentido. Lección EP Nº 10: El Árbol de la Vida.

Lección EP Nº 11: La Sabiduría de la Kabballah. Lección EP Nº 12: Kirón, la Estela de la Sombra. Lección EP Nº 13: La luz interior y la Noche Oscura.

Una acotación (tal vez de interés) a nuestra última lección de Esoterismo Práctico, en AFR Nº 136. Lección EP Nº 14: El concepto de Analogía en la Práctica Esotérica.

Lección EP Nº 15: La Energía Vital Universal oPräna, su voibración y el buen empleo de estos ciclos. Lección EP Nº 16: La ¿aniquilación? del Ego.

Lección EP Nº 17: Antakharana: El puente de comunión mística con lo espiritual. Lección EP Nº 18: Illuminati: Inquisidores de la Nueva Era.

Lección EP Nº 19: La Transmutación Alquímica del Yo. Lección EP Nº 20: La Psicomitología Personal.

Lección EP Nº 21: Psicomitología: Ahondando el Conocimiento de los Arquetipos Personalizados del Inconciente.

Lección EP Nº 22: Evolución Espiritual y Desengaños Afectivos. Lección EP Nº 23: En Conexión con las Energías Telúricas.

Lección EP Nº 24: El Anillo Manásico y el Conocimiento Akhásico. Lección EP Nº 25: Esoterismo y Compromiso Social.

Lección EP Nº 26: Familia y Aborto: Las "Brasas Ardientes" del Esoterismo. Lección EP Nº 27: El Hombre Es Su Proceder.

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En números anteriores de Al Filo de la Realidad:

AFR Nº 170:

http://www.egrupos.net/grupo/afr/archivo/indice/81/msg/86/ Solicitar por email: afr-get.86@egrupos.net

Criaturas De La Oscuridad por Scott Corrales

Las Gárgolas Presentes En El Siglo Xxi por Juan Guillermo Aguilera Rodríguez Mutilaciones En Vacunos

por Daniel Ubaldo Padilla

AFR Nº 171:

http://www.egrupos.net/grupo/afr/archivo/indice/81/msg/98/ Solicitar por email: afr-get.98@egrupos.net

Piriápolis, Uruguay: La Perla del Feng Shui por Gustavo Fernández

Una lección de Alquimia práctica: Llegó el Momento de Experimentar por Gustavo Fernández

AFR Nº 172:

http://www.egrupos.net/grupo/afr/archivo/indice/101/msg/103/ Solicitar por email: afr-get.103@egrupos.net

Otra Discriminación Más, y Van.. por Gustavo Fernández

¡Pare de Sufrir! ¡Llame Yá! por Gustavo Fernández

Revolviendo la biblioteca: ¿Hombre de Negro o Vampiro en el Uritorco? por Mario Gustavo Guevara

Piezas de un rompecabezas esotérico: Uruguay Metafísico por Gustavo Fernández

Referencias

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