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Las humanidades en el mundo de hoy

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Academic year: 2020

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¿Existe realmente, en nuestra época, una crisis de los estudios tradicionalmente llamados de Humanidades? Mucho se habla de ello, todos los días y desde todas las tribunas. Y parece obligado que quienes ingresan a nuestras aulas vean claro acerca del sentido y la razón de ser de la carrera que han decidido abrazar. Acerca de lo que podríamos llamar, con frase poco humanista pero muy actual, su cotización en la sociedad.

De una manera o de otra, el mundo en que vivimos pone su impronta en la cultura. Si ésta es algo, tiene que ofrecernos las armas intelectuales para afrontar y resolver, empezando por escla-recerlos, los problemas que ese mundo nos plantea. Y no cabe duda de que lo que imprime su fisonomía al mundo de hoy y a la sociedad de hoy son los gigantescos cambios tecnológicos que están revolucionando el universo y los profundos cambios sociales, que transmutan esencialmente, en escala mundial, el papel de los pueblos y de las clases. No creo que haga falta documentar estas afirmaciones, cuya evidencia llena las páginas de los periódicos y nutre la realidad de nuestra vida diari&.

Dentro de un mundo así, es natural y es obligado que· el hombre de estudio, que el joven que despierta al saber, se sienta atraído, casi seducido, por los problemas científicos y tecnológi-cos, en que se forjan los héroes y los paladines de hoy. En ellos se esconde el secreto para elevar el potencial energético de fas pueblos y asegurar a éstos un papel descollante en el concierto universal. Nadie puede quedarse atrás en esta carrera del progreso que la época impone, si no quiere verse arrollado.

La superación "de los manejos rutinarios e irracionales por el empleo consciente y tecnológico de la ciencia" -para emplear estas palabras de Marx- fue el signo bajo el cual nació, hace más de cien años, el mundo moderno. Pero, en la era de la computadora, del cohete cósmico, de la energía atómica y la cibernética, parece como si todo el pasado fuese simplemente la prehistoria de la humanidad.

México convoca hoy a todos sus hijos a la gran batalla de la producción y la capacitación, de la calificación y del esfuerzo, en un empeño al que no puede ser ajena la Universidad. No sería pertinente entrar aquí en las bases económicas y sociales sobre las que este esfuerzo se demanda a la nación. Quiero decir únicamen-te, porque me parece fundamental, que, en el momento actual de México, la producción de bienes espirituales y el desarrollo de la conciencia de quienes han de producirlos y consumirlos no puede desligarse de la producción de los bienes materiales ni reflejarse como un producto residual.

Pero volvamos a nuestro tema. Sería vano empeñarse en no ver la crisis que los estudios de Humanidades sufren y tienen necesaria-mente que sufrir, en un mundo así, que es el nuestro y del que no podemos abjurar. Esta crisis aparece claramente acusada en los libros de matrícula de nuestra Universidad y en sus balances de

* Palabras pronunciadas en la inauguración de Cursos de la Facultad de Filosof{ay Letras de la UNAM, elll de marzo de 1971.

Wenceslao Roces

LAS

HUMANIDADES

EN EL

MUNDO DE HOY

trabajo. Y no es, por lo demás, un fenómeno exclusivo de México o de nuestro hellÚsferio, sinoUl)hecho de proyección universal.

A mí me parece que sería trasnochado y quejumbroso romanti-cismo -la nostalgia romántica, fuera de las cosas del corazón, es siempre reaccionaria- adoptar ante este mundo, del que debemos partir, porque es la realidad, una actitud de amargura o de resignación. No podemos repudiar desdeñosamente el mundo en que vivimos con misantropía marginalista, huyendo de él a la Tebaida roussoniana. No; debemos aceptarlo y vivirlo como nues-tro propio campo de batalla, con alegre moral de combatientes. Pues este mundo, si peleamos por darle el contenido social que requiere y por infundir al hombre la conciencia de su misión en él, abre posibilidades incalculables de futuro.

Los estudios de Humanidades están en crisis, y de nada valdría querer negarlo. A un Mornmsen no le sería fácil, hoy, conseguir del Estado o de cualquiera de las fundaciones que financian la alta investigación, los fondos necesarios para llevar adelante su Corpus Inscriptionum Latinarum Y mucho más difícil aún resultaría imaginarse en este mundo el caso peregrino, fabuloso, de aquel obeso genial que se llamó Arthur Schliemann. Un niño que se cría bajo la fascinación de Homero, que ve el mundo a través de las imágenes de la!liada y la Odisea, que se dedica al comercio con la mira de reunir los medios económicos para desenterrar a su héroe de entre las piedras de los siglos, y que ya multimillonario, sin cejar en su sueño de adolescente cambia las artes de un genio de las finanzas para revelarse como un genio de la arqueología. Pasar de la poesía a las fmanzas no resultaría excéntrico en el mundo en que vivimos. Pero el otro paso, el tercero, el de las finanzas a la llÚtología, ya resultaría difícilmente concebible en el mundo de hoy. Los Quijotes actuales hay que buscarlos en otra parte, pues también la locura es un signo de los tiempos. Si volviera a vivir, don Quijote se subiría en el Clavileño de Cabo Kennedy, pero difícilmente se echaría a correr aventuras por los campos de Montiel, de Troya y Micenas. Ni sería muy factible que en este siglo pudiera surgir otro genio bancario de la City, como Grote, capaz de hermanar· el culto a la libra esterlina con la devoción a la historia de Grecia. ¿Podríamos imaginamos, hoy, a un Rockefeller, no digo fmanciando para su lucimiento personal los estudios del mundo clásico -lo que tampoco sería fácil-, sino entregándose personal y ardorosamente a ellos, como a la empresa de su vida?

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pública, regadas también por la sangre del organismo social y que vibran con todos los estremecimientos vitales de éste.

La ciencia de las HumaTÚdades, como todas las ciencias, no es, ni por su concepción ni por sus objetivos ni por su problemática, un cuerpo de doctrina inmóvil, plasmado de una vez para siempre, porque no lo son, no podrían serlo, ni los problemas mismos TÚ los hombres que los abordan. Tiene que reflejar, en cada época, las exigencias más apremiantes, el fluido vital de la sociedad y el mundo en el que sirve. Pensar de otro modo equivaldría a ver en el historiador simplemente un cronista, a negar el papel profunda-mente humano y creador de la historia, la más creadora, humana y revolucionaria de nuestras disciplinas, a convertir a quien la crea y la escribe en un contable de lo que Ranke llama "das Geschehen", el acaecer.

No pueden ser las mismas las Humanidades, porque el hombre no es el mismo ni es la misma la lucha de una sociedad esclavista, de una sociedad feudal, de una sociedad capitalista en ascenso, optirfÚsta y propulsora -cuando las había- o la de un capitalismo parasitario y putrefacto, enfeudado al imperialismo, que ya sólo puede vivir de la mentira y de la muerte, lo que hace del suyo, necesariamente, un humaTÚsmo pesimista, cínico y encanallado. Esas humaTÚdades no pueden ser las mismas que las de un pueblo que lucha conscientemente por su soberanía nacio-nal, por el enriquecimiento de su vida y de su cultura, o las de una sociedad socialista que cumple realmente, en la lucha por la dignificación del hombre, con el deber que el socialismo permite e impone. No es ni puede ser el mismo el humanismo de un Homero o un Virgilio que el de un Tomás de Aquino, un Leonardo da Vinci o un Cervantes, el de un Máximo Gorki, un Thomas Mann o un Alfonso Reyes, el de un Lenin, un Fidel Castro o un Ho-Chi Min. Porque no son los mismos los valores humanos que en cada época, con arreglo a los dictados que la historia le traza, hay que forjar y cultivar. Claro está que media entre todos ellos un engarce profundo, una línea de continuidad, con notas comunes permanen-tes. Pero hay también entre unos y otros diferencias sustanciales, de las que no es posible desentenderse sin caer en una vacua homogeneidad.

y yo creo que el humanismo que México, concretamente, necesita hoy para ganar su gran batalla, no es, aunque se halle entrelazado con él, el de los tiempos del cura Hidalgo, ni el más cercano a nosotros y más actual de los días de Zapata. Es el humanismo de un pueblo ya independiente y dueño de sus destinos en lo institucional, pero que necesita hacer de esa independencia y de ese señorío una realidad viva y operante, que trascIenda del campo formal al campo real. El humanismo de un pueblo puesto en pie, en ardorosa lucha por su auténtica sobera-nía, por su ser nacional, su personalidad, su riqueza y su cultura, frente a las fuerzas de signo negativo que tratan de torcer' su

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destino, pero abierto y sensible a las corrientes uTÚversalesya los latidos de la historia que pueden ayudarlo a afirmarse en él.

De donde se deduce, a rfÚ modo de ver, que las Humanidades que nosotros cultivamos, las que vosotros, los jóvenes que venís a nuestras aulas con el rfÚrada puesta en el futuro de México ydel mundo, debéis exigir que se os enseñen, si se quiere que nuestros estudios salgan de la crisis que los esteriliza, que sirvan para algo, deben ser las HumaTÚdades de hoy. Que miren no al hombre abstracto y categorial, al "antropos" feuerbachiano, a la quinta-esencia perfuma~a y aséptica, puramente quimérica, del humanis-mo de torre de marfIl, sino al hombre real de hoy, menos apolíneo y más fáustico, al mexicano y al hombre universal de nuestro tiempo, con sus luces y sus sombras, con sus luchas, sus aspiracio-nes y sus problemas, dentro de las dimensioaspiracio-nes del mundo real, con las ricas y vivas enseñanzas de su pasado enlazadas a las realidades del presente y proyectadas hacia el horizonte luminoso del futuro.

Está muy bien y es obligado que el fIlólogo, el helenista o el latinista, mida con todo rigorismo los pies del metro alejandrino. Pero debemos conocer también -precisamente para poder desen-trañar en sus proyecciones históricas, junto a sus bellezas literarias, toda la riqueza humana, social, que en esa poesía se esconde-cómo vivían, trabajaban y eran explotados los esclavos griegosy

romanos, antepasados no tan lejanos del hombre mexicano y del

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trabajador del mundo que hoy se afana sobre el surco o junto al telar. Cómo vivían, producían, forjaban grandezas, pero cometían también infamias los hombres de la toga y las mujeres del peplo, prendas muy nobles, pero que no siempre dignifican lo que encubren, ni más ni menos que hoy ocurre con la levita o la chaqueta, pues bajo unas como bajo otras, ayer como hoy, late el hombre con sus problemas, sus luchas, sus glorias y sus miserias. Y las Humanidades deben ser algo más que un museo de vestuario o una guardarropía.

No es la primera vez ni será la última que los estudios de Humanidades, bajo el impacto de profundos cambios sociales, han tenido y tendrán que sufrir estos embates, planteados por la vida misma, que es siempre la que manda y a cuyo imperativo no pueden sustraerse tampoco las Humanidades, por muy olímpicas que a veces se crean.

Temer que los avances de las ciencias de la naturaleza acorralen a las Humanidades, que pongan en entredicho su razón de ser, sería monstruoso. La famosa contienda de los Colegios ha pasado ya a la historia de las curiosidades del Medievo. Para nosotros, la ciencia es una e indivisible, y los horizontes que se abren en uno de sus campos ensanchan e iluminan también los de los demás. No somos tenderos rivales, avaramente celosos de nuestras respectivas mercancías. Ese sería el concepto de la ciencia propio de un gachupín. Si en el Renacimiento fueron las Humanidades las que dieron la tónica para el progreso de ia ciencia en general y tiñeron con sus colores los estudios mismos de la naturaleza -los ejemplos, bien notorios, de un Leonaro da Vinci o de un Giordano Bruno lo revelan muy

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las claras-, porque así era el mundo de entonces, hoy, por ser así el mundo actual, son los avances gigantescos del universo físico los que dan la pauta para ellos y para nosotros, en una solidaridad científica irrenunciable, a la que tenemos que hacer honor.

No olvidemos que el siglo XIX, el siglo de la revolución industrial, de las grandes conmociones políticas y del auge de las ciencias naturales, fue también la época esplendorosa de los estudios clásicos, de la filología, de la historia, de las letras, de la fIlosofía y de las llamadas ciencias del espíritu. Pero lo fue porque sus cultivadores supieron recoger, gallarda y certeramente, eso que tantas veces se llama el reto de los tiempos, y dar a las disciplinas humanísticas el nuevo sentido, la nueva orientación que exigía y hacía posible la sociedad. Y si hubiera que citar, entre muchas, una figura genial que elevó a prodigiosa síntesis, en un plano rigurosa-mente científico, con la concepción filosófica certera y el método histórico adecuado para afrontarlos, los grandes problemas de la nueva sociedad industrial, en una perspectiva de transformación, apoyándose, dinámica, revolucionariamente en los hombres llamados por la historia misma a llevarla adelante, yo citaría, expresando mis profundas convicciones, a un pensador a quien la Universidad

reaccionaria del feudalismo prusiano, con mezquina estrechez gremial, cerró las puertas académicas, pero que desde una cátedra más alta, la de la vida y la de la lucha, revolucionó toda la ciencia humanística y social: la figura ingente de Carlos Marx.

No creemos que México vaya a caer, ¡vade retro! en la aberración de la tecnocracia, que ha hecho y hace en otros horizontes tantos estragos como la nefasta sofocracia del Estado esclavista de Platón. Pero México, es cierto, y tampoco la Universi-dad puede desconocerlo, necesita ingenieros, técnicos, físicos, matemáticos, químicos, economistas, capaces de impulsar, sobre el único potencial creador que es el trabajo de su pueblo, las energías y las riquezas del país, en las condiciones del mundo de hoy. Pero, ¿qué mundo es éste? ¿De dónde viene y hacia dónde va? ¿Cuál es, dentro de este mundo, el papel que México puede

y

debe desempeñar? ¿Cómo desarrollarse y hacia qué metas proyec-tarse el hombre y la sociedad mexicanas? ¿Cómo estructurarse, trabajar, luchar, crear y producir y distribuirse sus productos, cómo deben agruparse y combatir sus clases, para que México llegue a ocupar el lugar que le corresponde, lo mismo que los demás pueblos, en un mundo presidido cada vez más por la ciencia y por la lucha, los dos polos en los que se centra el progreso social?

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del naturalista. Estas preguntas, insoslayables porque encierran el sentido mismo del hombre y de la sociedad, incumben por ello a los hombres todos, y les incumben tanto más cuanto más revolu-cionarios se sientan. Y nos llevan ya, inevitablemente, al campo de la filosofía, de la historia, de la antropología, de las letras, al campo de las Humanidades. Si no se capacitara al hombre, a todos los hombres, pero muy especialmente a los versados en estos estudios, para darles una respuesta, el técnico o el científico de laboratorio, por muy saturados que estuviesen de los conocimien-tos de su especialidad, aunque alcanzasen la talIa de un Newton o un Pasteur, se moverían, impotentes, sobre un mundo hermético, insondable.

Por eso las grandes figuras de la investigación física, ante el problema crucial del destino de sus logros científicos, se ven obligados a romper el confinamiento de su laboratorio para enfren-tarse, a su manera, a las magnas interrogantes del hombre y de la sociedad. No creo que haya en toda la historia de la ciencia moderna un genio físico y matemático que más haya contribuido a transformar la imagen del mundo actual que Albert Einstein. Pero pocos conocen que Einstein se asomó también, con mirada profunda, al mundo social y espiritual de las Humanidades y que una de las ediciones alemanas del poema de Lucrecio, "De rerum natura", lleva al frente un documentado y luminoso estudio del creador de la teoría de la relatividad. Y de Pierre J oliot-Curie,el

gran investigador de la energía atómica, es bien sabido que hubo de dedicar años muy fecundos de su vida, con certera visión filosófica y social, sin separarse de su gabinete de trabajo, pero abriendo en él las ventanas a la realidad, a luchar contra las potencias sombrías que hacen de las conquistas de la ciencia un arma pavorosa de guerra y de exterminio.

También nosotros, por nuestra parte, los cultivadores de cual-quier rama de las Humanidades, tenemos. que asomamos, si queremos ponerlas en consonancia con las exigencias de nuestro tiempo, a las ciencias de la naturaleza y compénetrarlas con las de la sociedad. Sólo así nos sobrepondremos a una formación estre-cha, gremial, formalista y abstracta. Sólo así ayudaremos a sacar de su marasmo letal a nuestros estudios. Sólo así afirmaremos su vitalidad y su razón de ser, su derecho a la vida. Por el único camino por el que la vida y la ciencia se imponen siempre: resolviendo problemas y creando valores.

Este es además, en lo que concretamente se refiere a los estudios clásicos, el camino por

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que marchan las cosas en aquellos centros de la cultuni humanística europea que se mantie-nen vivos, que atraen, en su especialidad, el interés de la juventud estudiosa y entregan al mundo frutos valiosos y estimables. Bastaría citar, refiriéndonos a los países más representativos, la escuela de Jean-Paul Vemant en Francia, las de Finley y Thomson en Inglaterra, la de Matarazzo en Italia, la de Gelzer en Alemania y la de Utchenko en la Unión Soviética.

Dos palabras, por último, sobre los proyectos .de reforma de los planes de estudio en que con tanto ahínco está empeñada, bajo su actual Dirección, nuestra Facultad. Los problemas, la visión y la preocupación a qu'e estos planes responden no están muy alejados, creo yo, de los apuntados aquí. Responden, en mi opinión, a un espíritu muy saludable de integración, para ofrecer al estudiante, en el grado de licenciatura, una capacitación formativa general, fIlosófica, histórica y social, armónica y puesta al día, en la que pueda encuadrarse su adiestramiento profesional y que, en su caso, siente las bases para una cabal especialización en el grado superior de maestría y doctorado. Y pueden contribuir, si realmente cuajan y se forja el instrumento sin el que quedarían en letra muerta, los cuadros docentes encargados de realizarlos, a elevar el nivel de nuestros estudios y a dar a México los especialistas en fIlosofía, en historia, en letras y en estudios clásicos que el país necesita hoy. Que hoy, diría yo, ante el auge de la tecnología, para que ésta nos estimule y no nos devore, necesita más que nunca. Para todos debe estar claro si no cerramos los ojos a la evidencia, si escuchamos cuerdamente los llamados de la realidad, que los estudios de nuestra facultad no pueden continuar como hasta aquí. Hay _que hacer frente a la crisis actual, sin desconocerla, pero sin dejarse amedrentar por ella, analizándola de frente para combatirla Y

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y ése es también, ami modo de ver, el espíritu que inspira otra gran innovación de nuestra Universidad, en su etapa actual: la creación del Colegio de Ciencias y Humanidades -nombre tal vez no muy feliz, muy convencional, como si las Humanidades no tuviesen también rango científico-, al que cabe un importante cometido en la obra de preparar nuevos cuadros de enseñanza a tono con la nueva orientación.

Es necesario que los estudiantes, miembros con plenitud de derechos de nuestra República de los Estudios, destinatarios y corresponsales de la reforma como de la Universidad en su conjunto, l1amados a beneficiarse de el1a o a sufrir sus fallas, abracen con mayor empeño esta bandera. Que discutan con profundo espíritu crítico los planes que se hallan a debate, que se pronuncien responsablemente acerca de ellos. Para que su concep-ción y su estructura sean realmente obra de todos, y no planes impuestos desde arriba, por decreto. Unico camino para que, llegado el momento de ponerlos en marcha, puedan ser realmente una forja de trabajo fecundo, y no unos planes más de tantos como empedran los caminos de las buenas intenciones.

Ahí tienen los estudiantes todos, los veteranos y los noveles, una cantera propia de trabajo y de lucha. Si que por ello la

juventud estudiosa se distrae de lo que para ella es debe seguir siendo lo primordial: el combate por los destinos de su pueblo, del pueblo cuyo trabajo mantiene a los estudiantes y a los pr fe re en estas aulas y a cuya responsabilidad nos debem t d . trata en modo alguno de apartar a los jóvenes universitario de la lucha política y social -tampoco los viejos querríamo mar har por ese camino-o Se trata, por el contrario, de que eqUlp n para eUa, conjugando el estudio y la vida, con el amIa In la cual los mejores maestros de la revolución y la realidad mi m3 n enseñan que todo heroísmo sería e téril: una ólida fundamenta-ción científica, racional, que dé norte a nuestra pa Ión c mbatl n· te y nos asegure contra la que e la pe r de la maldl lonl: n cualquier movin1iento tran formador: el lITa IOnall mo, el alunta· rismo demencial, la pérdida del horiwnte (;¡ perspcctl a.

Yo creo que los estudios de Ilumanidade ,abordad! amo I exigen el mundo de hoy y el México de ho , tlen 11 nlU ho qu

hacer y pueden hacer mucho en este terreno SI 1:1 ni uldad. enfrentándose valientemente a los imperativos de 13 Ida, qlller cumplir con su deber. Y de vosotros, estudiantes. qu SOI~ o deb I

ser el fermento vital y renovador de ella, depende en 'ran pan que esté en condiciones de cumplirlo.

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