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El fantasma del populismo a la luz de otro fantasma: Laclau lector de Hegel

Marcelo Muñiz (USAL - marmuniz@hotmail.com)

María José Rossi (UBA - majorossi@hotmail.com)

A partir de la retirada neoliberal de los años 90 en América Latina, el fenómeno del populismo

acapara la atención de los cientistas políticos. Entre ellos, ha sido Laclau quien lo ha tratado

con mayor profundidad, despegándose de los análisis tradicionales que tienden a devaluarlo

como fenómeno político y social. Laclau desarrolla un programa que combina las lógicas de

la diferencia y de la equivalencia para la comprensión de lo popular, cuya deriva más

significativa es la postulación de la comunidad política como totalidad imposible. La herencia

hegeliana quedaría así convenientemente sellada y superada. Sin embargo, estimamos que la

lectura de Hegel que hace Laclau incurre en simplificaciones que lo apartan de la posibilidad

de enriquecer su propia posición, anclada en un formalismo que lo haría objeto de las críticas

que el propio Hegel dirigió al entendimiento formal. En este trabajo se desarrollan los

presupuestos que, siguiendo la lectura de Zizek, se encuentran a la base de esas lecturas

esquemáticas y prejuiciosas de la dialéctica hegeliana, y se recobran los conceptos de

‘necesidad’ y ‘contingencia’ como elementos ineludibles para la comprensión de los

meta-relatos que animan nuestra historia.

***

Aún cuando se disienta con él y se lo conjure con unas pocas palabras, cuando un filósofo nos

plantea desafíos e interpela nuestro pensar, reaparece sin que lo llamemos, ya sea en sus

invocaciones conscientes o fantasmáticas. Es lo que sucede con Hegel. Es el gran fantasma

del mundo intelectual, como en otro tiempo lo fue el comunismo. En ese sentido, no es poca

la atención que ha prestado el filósofo argentino E. Laclau al fantasma emergido en tierras

germanas. Lo hace en modo expreso en obras como La razón populista, Contingencia, hegemonía, universalidad, Debates y combates, por mencionar sólo algunas. El eje de la preocupación de Laclau cuando se vuelve a Hegel es la cuestión de la necesidad y la

contingencia: hasta qué punto podemos hablar de contingencia o de necesidad al referirnos a

las cuestiones humanas1. Laclau enfatiza con insistencia el papel que tiene la contingencia en

1

El tratamiento de este asunto no es nuevo: en su momento, supo inquietar al propio Aristóteles quien, cerciorado de la “inestabilidad”, “diferencias y desviaciones” que afectan a toda comunidad política, la ciencia que se ocupe de ella deberá resignar la exactitud y contentarse con mostrar la verdad “de modo tosco y esquemático”, es decir, apuntar a la probabilidad y a la verosimilitud. Así lo refiere expresamente en su Ética

1

VIII Jornadas de Sociología de la UNLP

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toda organización política y social. Ella es, por sobre todo, “radical”. El razonamiento es el

siguiente: las necesidades humanas, merced a la mediación de la dimensión simbólica, se

transforman en demandas. Cuando determinadas demandas particulares insatisfechas

consiguen establecer entre sí una cadena equivalencial, se crean las condiciones para la

conformación de una estrategia hegemónica, cuya eficacia depende de los significantes vacíos

que articulen esas demandas. Pero esta cadena equivalencial “resulta de una construcción

discursiva contingente y no de una convergencia impuesta a priori” (Laclau, 2005, p. 117).

Esto significa que no es posible determinar de antemano ningún conjunto

discursivo-institucional. La sociedad, configurada como espacio ético-político, presupone siempre

articulaciones contingentes que, no obstante, rehúsan el azar2. De este modo, la contingencia

resulta omnipresente: está en el resultado de las luchas, en la identidad de las fuerzas

antagónicas y en las condiciones de existencia de ambas.

En dirección opuesta, Laclau ubica a Hegel del lado de la necesidad, convirtiendo esa

categoría en un aspecto esencial de su dialéctica: “La noción de libertad como conciencia de

la necesidad es una noción spinociana-hegeliana que excluye explícitamente al sujeto activo

de la historia que podría actuar de un modo contingente o instrumental sobre una condición

material dada (Laclau, 2007, p. 54). La pauta de lectura según la cual el espíritu hegeliano es

una suerte de fantasma que sobrevuela la historia y determina el movimiento de sus

“marionetas” humanas, se empecina en reaparecer. Esas reconstrucciones introducen además,

subrepticiamente, la noción de potencialidad en el sucederse dialéctico, lo que les permite

inferir la posibilidad de una determinación a priori de los elementos de una secuencia lógica:

Por este motivo, la “contradicción” en su sentido dialéctico es totalmente incapaz de

capturar lo que está en juego en un antagonismo social. B puede ser dialécticamente

la negación de A, pero sólo puedo moverme hacia B mediante el desarrollo de algo que ya estaba contenido, desde su mismo comienzo, en A. Y cuando A y B son

Aufbehohen en C, podemos ver aun más claramente que la contradicción es parte de

Nicomáquea: “Las cosas nobles y justas que son objeto de la política presentan tantas diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por convención y no por naturaleza. Una inestabilidad así la tienen también los bienes a causa de los prejuicios que causan a muchos; […] Hablando pues de tales cosas y partiendo de tales premisas, hemos de contentarnos con mostrar la verdad de modo tosco y esquemático (Aristóteles, 2007, p. 23).

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una secuencia dialéctica que es completamente determinable por medios conceptuales.

(Laclau, 2005, p. 112, cursiva nuestra)

Coincidiendo con Zizek (2006), las simplificaciones que remiten a un espíritu hegeliano que

se aliena en la alteridad para luego recuperarse en una unidad mayor, resultan engañosas pues

parten de serie de presupuestos: a) El de un sujeto potencialmente listo para actualizarse que

sólo encuentra en la historia la oportunidad de desplegar lo que ya estaba previamente

contenido en él, y que por tanto sigue un desarrollo necesario susceptible de ser desplegado

especulativamente por el concepto. La potencialidad anunciaría así lo que va a venir, como

cuando hablamos de un feto como preanuncio de lo que va ser un humano3. El ‘en sí’

hegeliano sería, desde esta perspectiva, como la potencia aristotélica que contiene todo antes

de su actualización —sólo necesita encontrar el suelo apropiado para hacerlo. b) El de una

presunta necesidad que articula los momentos lógicos: si algo está en potencia,

necesariamente debe realizarse. De modo tal que la dialéctica sería la secuencia por la cual el

sujeto (el yo, la conciencia, el Espíritu) se pone, se niega y se reapropia a sí mismo —

secuencia que es presentada bajo la forma trivial de la tesis, antítesis y síntesis. c) El de una

reconciliación de los momentos como unidad sin fisuras. En la interpretación de Laclau, en

efecto, cada elemento de la secuencia es subsumido en el momento de la síntesis, es decir, del

universal concreto (2007, p. 194).

Una lectura desde otra pauta (no diremos “más verdadera”) nos permite desmontar cada uno

de estos puntos: a) El retorno o “para sí” no es simplemente un “en sí” sólo que “más

desarrollado”. El desarrollo dialéctico no es una simple deducción lógico-conceptual en el que

la necesidad conecta entre sí los momentos. Tampoco el sujeto o la realidad de que se trate es

algo que contenga lo que va a venir, sino que es lo producido en el movimiento mismo de esta

alienación y este retorno: “el individuo no puede saber lo que es antes de traducirse en realidad mediante la acción” (Hegel, 1966, p. 235). Es el acto el que pone retrospectivamente

la potencia. Poner a la potencia como momento simplemente anterior de un modo lineal, es

desconocer, además, que todo devenir se ve interrumpido por saltos que nada tienen que ver

con una progresión lineal: “Todo nacimiento y muerte, en lugar de ser una gradualidad progresiva, son antes bien una interrupción de ella, y un salto desde la variación cuantitativa a

3

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la cualitativa” (Hegel, 1993, p. 474). b) Articulada con la necesidad, la contingencia se

encuentra para Hegel tanto en la naturaleza como en la historia: “El espíritu presenta su

devenir hacia el espíritu bajo la forma del libre acaecer contingente… Este último devenir del

espíritu [es] la naturaleza” (Hegel, 1966, p. 472). Pero es sobre todo en el ámbito de la

sociedad civil que la contingencia extiende sus dominios, como nos deja saber claramente la

Filosofía del Derecho. En efecto: no sólo se la ve aparecer asociada al carácter de ciertas necesidades (el lujo), del arbitrio subjetivo, de las diferentes capacidades con que cuentan los

productores-consumidores en la sociedad civil, sino que se afirma con fuerza tanto en la

“voluntad del mal” como en el daño involuntario producto de las condiciones en que se

desarrolla el mercado en un contexto capitalista (véase §232), lo cual torna necesaria la

intervención del Estado (encarnado en el llamado “poder de policía”, no limitado, como se

entiende hoy, a la función represiva4). c) Finalmente, en todo universal concreto hay una

brecha que impide la reconciliación total y plena de los momentos contenidos en él; hay una

tensión (Zizek, 2010), de modo tal que toda totalidad es una “inquietud absoluta”, no una

quietud muerta. Las contradicciones inherentes a los momentos anteriores perviven en cada

nueva síntesis y hacen que toda totalidad estalle y caiga en un vacío. Y este vacío (la “nada

determinada”) es la condición de posibilidad de una experiencia nunca antes vivida. Por

tanto, como todo universal concreto contiene los momentos anteriores, ellos lo contaminan de

modo de impedir que el cierre sea total. Precisamente, el espíritu antitotalizante en Hegel se

desarrolla “como polémica contra el entendimiento que dualiza sin saber unir y unifica sin

respetar la dualidad, desembocando en la formulación de tautologías y/o panteísmos. Y en el

terror” (Dotti, 2004, p. 492).5 Pero quienes mejor vienen en nuestra ayuda son las propias

palabras de Hegel, que a través de las figuras del ‘perdón’ y de la ‘reconciliación’

[Versöhnung6] alude a la doble potencia de escisión y de unificación propia del Espíritu: “La

4

Véase Aliscioni, C. (2010).

5

Para poner un ejemplo relacionado con su Filosofía del Derecho: el Estado ético contiene todas las contradicciones que arrastra de incluir a la sociedad civil (momento de la particularidad), de modo que él no alcanza a cubrir la brecha entre particularidad y universalidad (al igual que el saber absoluto, que no es un saber que contenga todo sino que es saber del límite). De ahí la necesidad de la guerra como amenaza al Estado para que los individuos reconozcan que su verdad es la de ser ciudadanos y no burgueses. Esta guerra hace a la lógica entre estados, pero impacta en el interior, precisamente, porque la “reconciliación” no es plena.

6

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palabra de la reconciliación es el Espíritu que es allí, que intuye el puro saber de sí mismo

como esencia universal en su contrario, en el puro saber de sí como singularidad que es

absolutamente en sí misma —un reconocimiento mutuo que es el Espíritu absoluto”. (1966, p.

391).

El espíritu absoluto, lejos de abandonar la potencia de la escisión es, por lo que se colige

claramente de estas palabras, la realidad del reconocimiento entre las partes que admiten, más

allá de la ruptura de la unilateralidad producida por el perdón, el hecho de ser contrarias unas a otras, la contundencia de la diferencia. Y sabemos, por lo demás, por la Lógica, que a la

oposición entre figuras contrarias sigue la contradicción, lo cual impide el cierre en una

unidad muerta: “Sólo después de haber sido llevados al extremo de la contradicción los

múltiples se vuelven activos y vivientes uno frente al otro, y consiguen en la contradicción la

negatividad, que es la pulsación inmanente del automovimiento y de la vitalidad” (Hegel,

1966, pp. 75-76).

De ahí que las críticas de Hegel al entendimiento formal, resumidas en la cita de Dotti, se

apliquen al filósofo que analizamos. Pues la diferencia fundamental entre ambos se encuentra

precisamente aquí: en la propuesta de un esquema formal (Laclau), en la articulación de una

lógica y una ontología (Hegel). Esto hace que, en el último, la gran Lógica y la

Fenomenología del Espíritu se reclamen mutuamente: las figuras concretas que atraviesan la

existencia, al ser luego abstraídas lógicamente, funcionan como antesala de la lógica. Y la

lógica a su vez, en una suerte de círculo hermenéutico, provee el hilo conductor racional que

explica y permite comprender las transiciones de una figura fenomenológica a otra. Por eso es

una lógica concreta (no puramente formal): una lógica ontológica. En cambio, moviéndose en

el terreno estricto de la lógica, el análisis de Laclau, resulta ser puramente formal: “Este

mayor refinamiento y radicalización nos exigen realizar una tarea muy precisa: reemplazar el

tratamiento puramente sociologista y descriptivo de los agentes concretos que participan en

las operaciones por un análisis formal de las lógicas que implican estas últimas” (Laclau,

2007, p. 58). El problema es que, de esta manera, el análisis se priva de la posibilidad de

anclarse en la circunstancia concreta e histórica particular, porque ello implicaría introducir,

en el universo de presunta contingencia “radical”, una instancia de necesidad.

(6)

En efecto: ser sujeto es ponerse en situación, aún cuando haya determinaciones que quedan

fuera del campo total de la visión. Anclado en el universo simbólico, el sujeto ubica a los

otros en figuras, al igual que se ubica a sí mismo, de ahí que haya tantas perspectivas como

sujetos. Todos realizan el mismo movimiento: se ponen a sí mismos y ponen a los otros, de

modo que el campo de posibilidades de acción aparece acotado, no infinito. Es cierto que la

movilidad de otros sujetos y, por ende, la posterior interacción de los distintos campos de

acción, habilita alternativas inesperadas. Lo importante es que ex post se muestran como

necesarias. De este modo, el elemento de la necesidad aparece en la reconstrucción

retrospectiva de lo que, para la experiencia de los propios actores, fue contingente. Aparece en

los relatos (grandes o pequeños) que hacen los grupos sociales al describir sus fracasos o sus

conquistas7. Y son esos mismos metarrelatos los que, al intervenir en la historia, introducen

una necesidad que acota el abanico de las posibilidades infinitas puestas en juego. Es el hilo

conductor el que torna necesarios los momentos, sin que por otra parte esa narratividad cubra

todas las brechas. Por ello, resultan de utilidad los análisis de P. Ricoeur (1995, cap. 5)

referidos, por un lado, al cruce entre narratividad (ficcionalización) e historia, y por otro, a los

efectos que esas redescripciones tienen sobre la vida. La narratividad, según su punto de vista,

permite introducir la identidad en lo que sería pura dispersión, continuidad en la

discontinuidad, coherencia y sentido en la vorágine de lo puramente sucedido. La interacción

entre historia y ficción quedaría así sellada: así como no hay historia sin participación de las

refiguraciones imaginarias, tampoco hay ficción sin evocación —también imaginaria— de un

“real”. Y si bien el binomio necesidad-contingencia no aparece contemplado en el análisis, el

hilo conductor representado por la identidad, la continuidad, la coherencia y el sentido

admiten fácilmente que la necesidad forme parte del conjunto.

7 En la historia argentina tenemos varios ejemplos. Tomemos uno. La convertibilidad surgió en un primer

(7)

De este modo, se produce una intersección entre los momentos epistemológicos (o narrativos)

y los ontológicos, pues la propia realidad queda atrapada en el movimiento con que la

conocemos y, sobre todo, con la que la narramos. Resulta entonces por demás obvio que la

aparente “reconciliación” de que nos habla el relato hegeliano deja sus claros: “his

philosophical reconstruction of history in no way pretends to “cover everything,” but

consciously leaves blanks” (Zizek, 2010). La narratividad, consustancial con las prácticas,

sedimenta en la historia, introduciendo una necesidad que, como veremos, el propio Laclau se

ve forzado a reconocer. Sobre esos efectos, como hemos anticipado, Ricoeur tiene mucho que

decir. Y no es sólo que la “reconciliación” producida por la discursividad deja sus claros,

como señala Zizek: también se presenta anudada a ciertos núcleos no discursivos (“núcleo

real de goce”) que acotan el campo de posibilidades infinitamente abierta:

Enfatizar en forma ‘deconstructivista’ que la Nación no es un hecho biológico o

transhistórico sino una construcción contingente discursiva, un resultado

hiperdeterminado de las prácticas textuales, es, por lo tanto, engañoso: tal énfasis pasa

por alto el resto de algo real, un núcleo no discursivo de goce que debe estar presente

para que se logre el efecto de consistencia ontológica de la Nación como entidad

discursiva. (Zizek, 2009, p. 46)

Lo que Zizek está afirmando se mueve en la dirección que proponemos: el modo en que nos

narramos tiene su anclaje en determinados significantes que, por su rol de referentes centrales,

organizan el campo de significación y el de las prácticas asociadas a él. Al producir un cierto

ordenamiento estructural, esos significantes son determinantes en la producción de sentido. Y

como lo real no nos proporciona ningún anclaje “natural”, su institución no puede ser sino

política: “Lo que también es muy importante es que el rol estructural del point de capiton en la producción de sentido introduce un determinado elemento político” (Stavrakakis, 2007, p.

99).

Este elemento de necesidad es lo que Laclau reclama como un momento de deber ser. La tarea fundamental de la izquierda, nos dice, “es construir lenguajes capaces de proveer ese

elemento de universalidad que permite establecer vínculos de equivalencia” (2007, p. 210).

De modo solapado, el elemento de necesidad se cuela en la construcción contingente de los

procesos sociales —lo que pasa inadvertido, soslayado o simplemente subestimado por

(8)

Por último, la negativa de Laclau de incorporar esta dimensión hace que le falte el momento

de la concreción de las figuras, que le falte contenido. Porque ello implicaría introducir

enlaces necesarios en el momento de la descripción de una configuración histórica específica.

Coincidimos así con la crítica de Dotti, cuando dice que

…la teoría laclauniana, en tanto ontología de la discursividad-sociabilidad-politicidad

de los seres humanos deviene una fórmula explicativa universal. A la luz de las

polémicas que dan sentido al planteo de nuestro pensador, como de los conceptos que

pone en discusión, las dos cuestiones a tematizar ahora son, primero, si el formalismo

y la universalidad en cuestión no anulan sus propias premisas; y, luego, si

verdaderamente es explicativa de lo político en su especificidad. (Dotti, 2004, p 490)

El error del formalismo es dejar de lado la diferencia específica de lo político frente a lo no

político:

1) The political logic of signification, as developed by Laclau, applies to the

construction of all meaning, not only to political meaning – which implies that

seemingly non-political meaning systems are, in fact, constructed “politically” via

exclusion and antagonization. 2) Since there is no social reality outside signification or

beyond meaning, a theory of signification amounts to a theory of all possible being,

that it is to say, it amounts to an ontology. (Marchart, 2007, p. 197)

Por último, si la contingencia fuera tan radical, no podría proponerse de antemano ninguna

lógica que explicase los procesos sociales, pues el lugar de enunciación de esa lógica estaría

socavada por la misma contingencia que afecta lo real en general: plantear la logicidad de la

contingencia radical anula la validez de la lógica desde donde se la propone. Incorporada al

propio devenir, la contingencia impediría cualquier esquema racional a priori. Las prácticas

sociales sedimentan funcionando como restricciones a la arbitrariedad de los discursos, lo cual

introduce la necesidad en los procesos políticos. Si, en cambio, estuviéramos frente a una

contingencia radical, ni siquiera la sedimentación, la institucionalidad, lo social o lo óntico

podrían jugar ningún rol. Es más, si aceptamos que el orden x es resultado de un proceso

contingente radical, no podríamos decir nada sobre el futuro de ese orden, ni siquiera aseverar

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Desde Hegel, en cambio, la contingencia no se entiende sin la necesidad, y viceversa. La tan

trillada fórmula de la “identidad de la identidad y de la diferencia” tiene ese mismo sentido:

que sólo puedo plantear la diferencia (la contingencia) desde la identidad, así como sólo

puedo entender la identidad (necesidad) desde la diferencia. Los dos se reclaman mutuamente,

como el propio Laclau se ve forzado a reconocer: “When we try to think of the category of

toleration, we are confronted with two vanishing points; if we try to ground it in itself, without any references to its contents, it becomes its opposite- intolerance. If we try to ground

it in a norm or content different from itself, it dissolves as meaningful category” (Laclau,

1996, p.53). La determinación de la tolerancia como intolerancia le es necesaria a su

concepto. No se puede determinar la identidad de este valor si no es oponiéndola a su otro.

Plantear la contingencia total anula la validez del sistema, del mismo modo que plantear la

intolerancia total anula su propia realidad. De ahí que cuando se trata de analizar cómo se da

la construcción de las hegemonías en Argentina, el análisis se vea vacío de contenido. El error

pasa por oponer necesidad a contingencia. Una buena lectura de Hegel nos informa en cambio

sobre la imposibilidad de concebir una sin la otra, de exasperar la unilateralidad de sus

momentos y de eludir su complicidad necesaria.

REFERENCIAS

Aliscioni, C. (2010) El capital en Hegel. Homosapiens: Santa Fe.

Aristóteles (2007) Etica Nicomáquea. Trad. Bonet y Calvo Martínez. Barcelona: Gredos.

Butler, J, Laclau, E., Zizek, S. (2007) Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Dotti, J. (2004) “¿Cómo mirar el rostro de la Gorgona? Antagonismo posestructuralista y decisionismo”. En Deus Moralis, N° 3, pp. 451-516.

Fair, H. (2010) “Identidades, discurso y política. La articulación y consolidación de la cadena significante del menemismo en torno al Régimen socioeconómico de la Convertibilidad (1991-1995)”. En Revista Pléyade, Nº 5, pp. 100-176.

Hegel, G. (2006) Fenomenología del Espíritu. Trad. Manuel Jiménez Redondo. Valencia: Pre-Textos.

Hegel, G. (1993) Lógica. Trad. Augusto y Rodolfo Mondolfo. Buenos Aires: Solar.

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Herceg, M. (2008) El joven Hegel y el problema de la falsa reconciliación. Ensayo sobre el período de Berna (1793-1796). En Versiones, Revista de estudiantes de filosofía de la Universidad de Antioquía, n. 8, pp. 55-79.

Laclau, E. (2008) Debates y combates. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Laclau, E.(2005) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Laclau, E. (1996) “Deconstruction, Pragmatism, Hegemony”. En Mouffe, C. (Ed.) Deconstruction and Pragmatism. New York: Routledge.

Marchart, O. (2007) Post-Foundational Political Thought. Political Difference in Nancy, Lefort, Badiou and Laclau. Edinburgh University Press.

Ricoeur, P. (1995) Tiempo y narración III. El tiempo narrado. México: Siglo XXI:

Stavrakakis (2007) Lacan y lo político. Buenos Aires: Prometeo.

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Referencias

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