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Azahara Alcalde Fernández siempre presente

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Academic year: 2018

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SIEMPRE PRESENTE

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Habitación blanca, con tan solo una tímida luz a un lado que alumbra parcialmente la estancia.

Música suave de fondo para relajar, aunque era casi impensable. El continuo toqueteo del

escritorio con los dedos. Un suspiro. Y otro. Que se escapan lentamente de su cuerpo, dejados

caer con algún fin que nadie sabe. Los párpados entre cerrados por el cansancio de los últimos

días agitados y el deseo de no querer ver nada ni a nadie a su alrededor. Solo ella. Ella era su

motivo de no querer saber nada de nadie ahora mismo. Todos los momentos que pasaron

juntos, era impensable que se quedaran en el olvido después de tanto. Y entonces surge la

idea de querer escribirlos para que no se le olvidaran nunca y por si en algún momento de su

vida volviera a encontrarse con aquella chica. Papel en frente y lápiz en mano. La habitación

tenía una temperatura perfecta, o quizás algo calurosa de más para aquellos fríos días de

diciembre. Vuelve a cerrar los ojos, con la cabeza agachada y la mente oprimida de momentos,

de días, de noches, de paseos por la tarde, de horas de espera, de palabras guardadas por

miedo a ser dichas en el momento justo. Una lágrima, triste y sola, cae desde su ojo

perfectamente delineado, se desliza por su mejilla y cae sobre el folio haciendo que aparezca

un manchurrón. No quería escribir preciados recuerdos sobre algo sucio como aquel folio en

ese momento. Busca de inmediato otro y lo cambia. Lo alisa con la mano sobre la mesa y

vuelve a cerrar los ojos y agachar la cabeza. Un suave escalofrío sube por su espalda hasta su

nuca, erizándole el vello de los brazos y haciéndole sumergirse en lo que a cada segundo

recuerda. Ella. Piensa las palabras con las que debería de empezar aquella historia, pero no

encuentra un principio adecuado. Otro borrón más y coge otra hoja nueva. Así una tras otra.

No consigue escribir nada acorde con lo que sintió aquel día. Sus párpados se van haciendo

cada vez más pesados, como si se fueran cargando de plomo poco a poco. Y cuando ya se daba

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Esa tarde fue como otra cualquiera. Hacía un sol maravilloso en la calle, típico de finales de

agosto. Él salía de entrenar como todos los jueves y ella lo esperaba cerca de allí, sentada en el

banco donde siempre se veían. Llevaban hablándose desde hacía ya dos años, que fue cuando

él se mudó al mismo pueblo que ella por motivos de trabajo de sus padres. Eran amigos desde

aquel día, aunque para ella algo más que eso. Él se iba acercando con paso firme hacia el

banco. La mirada viva, el pelo mojado tras la ducha, algo cómodo puesto y una sonrisa que iba

aumentando a cada paso que daba hacia ella. Ella miraba fijamente un punto perdido, sin

darse cuenta de que él se estaba acercando cada vez más. Los pasos empiezan a notarse

fuertes y ella rodea ligeramente su cabeza, haciendo que caiga un mechón de pelo que tenía

puesto tras la oreja y que vuelve a colocar de inmediato. Tarda solo un segundo en levantarse

del banco. Su rostro alegre, su piel bañada por el sol de aquel verano y su mirada intensa que

se ilumina con solo mirarle. No duda en acercarse más para saludarlo como siempre hacen.

Ella lo despeina y él mientras echa su brazo por encima de los hombros de ella, apretándola

fuerte pero cariñosamente. Más cariñosamente de cómo lo harían dos amigos. No se paran en

el banco y caminan hasta salir del parque mientras van hablando.

-¿Por qué siempre me despeinas? Luego no hay manera de que me logre colocar bien el pelo.

- Es culpa tuya. Vienes con el pelo mojado y la tentación puede conmigo, ¡no puedo resistirme!

- Claro que si Cata, lo que tú digas. ¡Entonces yo tampoco puedo resistirme a hacerte esto!

Y en un instante Catrina está con la barriga sobre su hombro y la cabeza colgando hacia abajo

por su espalda. Voces, risas, patadas inocentes al aire. Y ella, con su pelo alborotado,

agarrándose fuerte a la espalda de él para no caer al suelo.

-¡Basta ya! ¡Bájame! ¡He dicho que me bajes de aquí, o acabará por subírseme la sangre a la

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- Venga ya… pero si te lo estás pasando como una niña chica. Mira eh, mira como no puedes

parar de reírte. Oye, tengo una idea. Demos vueltas, veras como así te ríes más- y justo

empieza a girar sobre sí mismo, ahora riendo también él y tambaleándose por el peso que está

cargando.

-¡No por dios! ¡Para ya que me voy a caer!

- Si quieres que pare ya sabes lo que tienes que hacer, tan solo dilo. Di que no lo volverás a

hacer nunca más.

-No lo volveré a hacer más, pero para, pero para que me mareo, ¡por favor!

Él acaba por ceder, para de golpe y ella cae de un bote al suelo. Está tan mareada que tiene

que sentarse en la calle. Se tapa los ojos para intentar recuperarse, todo le da vueltas ahora

mismo.

-Eres tonto Fabio. No. Algo más que tonto, eres tontísimo.

-Venga levanta de ahí, que encima te mancharás y me echarás la culpa a mí.

-¡Hombre eso por supuesto! Madre mía que mareo tengo…

-Vamos quejica, que eso se te pasa en nada. Levántate ya, que te acompaño a tu casa.

-Faltaría menos. Pero necesitarás algo más que eso para volver a ser mi amigo, lo que me has

hecho no es de amigo.

- No sigas que acabarás perdiendo. Mira mi pelo eh, ¿crees que esto tiene solución? Ya se ha

secado, ahora sí que no habrá quien lo domine.

Catrina se echa a reír y él vuelve a echarle el brazo sobre los hombros. Siguen caminando por

el bulevar y cogen la segunda calle a la derecha, que va directa a su casa. Por el camino apenas

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espaldas. Han pasado un buen rato, como todos los días, eso es lo suficiente para tenerlos

alegres toda la noche. Llegan al portal de la casa de Catrina y se paran. Se quedan mirando el

uno al otro fijamente y luego Fabio aparta la mirada de ella para fijarse más en el muro que

hay justo enfrente de la cochera de la casa. Catrina se rodea despacio y mira también el muro.

Al principio no ve nada nuevo. Están los mismos carteles, los mismos grafitis y los mismos

golpes de siempre. Entonces él señala un punto en la esquina superior izquierda del muro y

ella alza la vista. Ahora ya lo ve. Hay dibujado algo nuevo, un pequeño halcón negro

perfectamente trazado con un lema debajo que es casi ilegible pero que Fabio en seguida

consigue descifrar. “Alcánzame si puedes”. Una frase tentadora para alguien que posiblemente

no haya conseguido alcanzar su sueño en esta vida, volar y ser libre, como aquel halcón.

Catrina se vuelve a girar y mira de nuevo a Fabio a los ojos, él hace lo mismo. Sonríen

tímidamente. Ella saca la llave de la puerta principal y la encaja en la cerradura. Da vueltas a la

llave, tres, y se escucha un ligero clic que avisa de que la puerta ya puede abrirse. Entonces

cambia su lugar con el de Fabio. Ahora es ella la que está de espaldas a la puerta. Alza rápido la

mano y la deja caer encima de la cabeza de Fabio, la mueve veloz sobre el pelo, alborotándolo

aún más y luego empuja a la puerta para que se abra por completo a su espalda.

-Dije que no lo volvería a hacer más, pero no te lo prometí, ¡hasta mañana!- grita alegre y

cierra la puerta de un golpe, sin darle tiempo para reaccionar a Fabio, que se queda inmóvil en

la acera.

Da un paso atrás y baja de la acera. Sonríe y coge la misma calle hacia abajo para volver a su

casa. Mientas va pensando en lo que ha hecho esta tarde, en que ha sido un momento

precioso y divertido, en que le da dado con la puerta en las narices, en todos los sentidos, y en

que le da igual que haga eso una y mil veces. Ella le gusta, y no hay más. Pero no se atreve a

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Llega a su portal y abre la puerta rápido. La cierra de un golpe seco a su espalda y se dirige a su

habitación, con el mismo pensamiento en la cabeza que hasta hace unos segundos en la calle y

la sonrisa tonta todavía puesta. Sus padres están en el salón y lo oyen entrar, se miran y no

saben qué hacer, cómo decírselo. Su padre decide llamarlo antes de que entre en su

habitación o sino ya no saldrá de ahí hasta la cena, prefieren contárselo todo lo más pronto

posible. Se levanta del sillón para coger aire y hablar más fuerte.

-¡Fabio ven al salón! ¿Me has oído?

-Sí papá, espera que suelto la ropa de entrenar y voy.

José se sienta de nuevo en el sillón, ahora aún más nervioso que antes porque no sabe cómo

empezará a hablar. Agarra la mano de su mujer, que está sentada en el sofá que hay justo al

lado de él, y la mira de nuevo a los ojos. Ella entiende lo que quiere decir, su mirada le

transmite las palabras mejor que si estuviera hablando. Entiende que ella tiene que ser la que

le dé la noticia a Fabio.

-Dime papá, ¿qué querías?

-Cariño siéntate en el sofá conmigo, tengo algo que decirte, no te lo tomes a mal.

Después de que su madre dijera todo lo que tenía que decir el rostro alegre de Fabio cambió

por completo de un momento a otro, se tornó enfadado, con el ceño fruncido y los ojos rojos

con ganas de llorar. Cada palabra que su madre le iba diciendo iba aumentando en él una ira

que no sabía cómo saciar.

-Entiéndelo Fabio, tu padre y yo solo queremos lo mejor para ti. Pero esta decisión no la

tomamos nosotros solos.

-¿Lo mejor para mí? ¿Estás bromeando verdad? ¿En serio crees que lo mejor para mí es otra

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entiendo, vivimos prácticamente montados en el coche, no estamos más de dos años seguidos

en una misma casa, no puedo hacer amigos fijos en ningún lugar y tengo que aguantarme

siempre. No quiero ya más esto, estoy harto. Harto de todo.

-Pero hijo, tu madre intenta decirte que…

- Me da igual lo que mamá quiera decirme o lo que tú quieras explicarme ahora. Lo único que

sé es que vamos a mudarnos otra vez y encima este mismo fin de semana. ¿No habéis tenido

tiempo para decírmelo? Ahora todo rápido, ¡es que no puedo con vosotros!

Fabio sale del salón y se dirige a su cuarto. Su hermana pequeña mira desde lo alto de la

escalera todo lo que pasa, aunque todavía no es lo suficientemente consciente de lo que le

pasa a su hermano. Él sube de dos en dos los escalones y pasa a punto de llorar a su lado. Ni

siquiera se para a mirarla, ni le dice un simple hola. Entra en su habitación, echa el pestillo de

la puerta, se deja caer sobre la cama y las lágrimas empiezan a deslizarse sobre sus mejillas. No

recuerda haberse sentido tan mal nunca. Había vivido ya varias mudanzas y tan solo esta le

afectaba, y sabía por qué. Había algo que lo retenía allí. O más bien alguien. Ella. Por la que

decidió cambiar y abrirse más a conocer gente nueva, por la que cambió su forma de ser,

intentando ser más amable y no tan arisco como antes. La única persona por la que ahora

mismo daría todo lo que tenía y más, hasta lo inexistente. Ella lo enloquecía. Le gustaba

demasiado, pero eso debería de acabarse, ya no volvería a verla más. Cambiar otra vez de

casa, de amigos, de ciudad, ese era su próximo destino. Y no podía soportarlo. Las lágrimas

iban cayendo, una tras otra. Sus ojos cada vez se cerraban más, enrojecidos, y su corazón se

iba acelerando al compás que por su cabeza pasaban miles de pensamientos sobre todo lo

sucedido en tan poco tiempo. Entre suspiros se quedó dormido, adelantándose así aún más la

hora de marcharse de aquella casa. Ya tan solo le quedaba un día para recoger sus cosas e irse

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Los tímidos rayos de un sol de agosto entraban por la persiana de su habitación. Ya era la hora

de comer. Había dormido demasiado pero aún así sentía un gran peso en su pecho que tiraba

de él hacia abajo, obligándole a no moverse de la cama y cerrar de nuevo los ojos. Forzó un

poco su cuerpo, esforzándose por levantarse y componerse una vez estaba ya sentado sobre la

cama. Comprendió que todo era real, que no era un sueño como él pensaba. Las malas noticias

existen para todos y esta era la peor para él. Se vistió y bajó a comer algo a la cocina. El resto

de su familia ya había acabado de comer. Fabio terminó pronto, subió a su habitación y

empezó a sacar la ropa del armario empotrado que tenía a un lado de su habitación. Bajó a la

cochera a coger algunas cajas para meter la ropa y volvió para colocarla ahí. Quitó todas sus

medallas y trofeos de la estantería, descolgó los cuadritos que tenía colgados a la cabecera de

su cama y vació todos los cajones para no dejar nada. Ya tenía las cajas llenas y tan solo le

hacía falta cerrarlas con cinta aislante. Bajó a la cocina y se encontró a su madre al teléfono,

sonriendo como si algo le alegrase.

-Toma, es para ti.

-¿Para mí? ¿Sí? ¿Quién es?

-¿Cómo que quien soy? ¿Acaso no me reconoces?

- Como para no conocerte. Dime Catrina, ¿qué quieres?

-Nada, me aburría en casa y supongo que tú también, ¿por qué no vamos a dar un vuelta por

ahí? Hoy hace un solazo impresionante y tenemos que aprovechar antes de que empiecen las

clases.

-Venga vale, estaba ya agobiado de estar en mi casa.

-¿Y eso? ¿Te pasa algo?

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-Vale, pero no tardes, que siempre me toca esperarte.

-¿Pero qué dices? ¡Si soy yo quien siempre te espera a ti!

No le da tiempo a acabar la frase cuando Catrina ya le ha colgado el teléfono.

-Siempre hace lo mismo, vaya manía que tiene la niña- piensa para sí mismo.

Fabio sube a su habitación, se pone unas deportivas y sale de su casa sin decir adiós. Cruza a la

acera de enfrente, pasa una calle, gira a la izquierda, otra calle, de nuevo izquierda y ya se ve el

parque. Como él ya sabía, Catrina no estaba allí, pero aun quedaban unos minutos para la hora

a la que habían quedado.

-No tardes, que siempre me toca esperarte- piensa para él, mientras sonríe.

Se acerca al banco donde siempre quedan para encontrarse y se sienta. Extiende los brazos

rodeando el banco, inclina la cabeza para atrás, cierra los ojos e inspira fuerte. De repente nota

que el sol ya no llega a su cara, hay algo que lo tapa.

-Buh

Es Catrina, sonriéndole como siempre. Él le devuelve la sonrisa y la mira fijamente.

-¿Me has esperado mucho? Es que mi madre no me dejaba salir, decía que a dónde iba con el

calor que hace ahora, que si estaba loca.

-Bueno, ahora que lo dice tu madre, un poco loca sí que estás- y se tapa los ojos como si no

quisiera ver la cara que pone al decirle eso.

- Pero serás...

Catrina empieza a darle golpes en el brazo mientras se ríe. En el fondo no le ha molestado, tan

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aire para empezar a contarle lo que le han dicho sus padres. Su cara alegre cambia de un

momento a otro para ponerse más seria y ella no sabe por qué.

-Me marcho, vuelvo a mudarme. Hoy es el último día que estaré aquí – y suelta las manos de

Catrina.

Ella no puede creérselo, está impactada por la noticia y más aún por el poco tiempo con el que

se lo avisa. Se queda totalmente seria y mira a Fabio sin saber qué decir. Lo quiere demasiado

como para que se vaya pero no puede decírselo, ella cree que solo la ve como una simple

amiga más, quizás con ella tenga algo más de confianza, pero solo amigos. Fabio no puede

contenerse, ve que lo que más quiere en este momento va dejarlo ir para siempre y sin pararse

a pensarlo se acerca poco a poco a ella, le acaricia el pelo suavemente y le da un beso. Ella

reacciona al momento, no quiere sus besos, quiere irse de allí, no puede aguantar tenerle

cerca sabiendo que se va a ir y no lo va a ver más, no quiere acabar enamorándose. Se aparta

de él y niega con la cabeza, despidiéndose sin mediar palabra alguna y se va.

Fabio se queda solo en el banco, aún sin entender qué ha sucedido, qué ha hecho, por qué lo

ha hecho y mucho menos comprender por qué Catrina se ha ido sin decir nada. Su cara, la del

momento en que le da la noticia, se vuelve inexplicable. Como una faceta nunca vista. Sus ojos.

El odio y la tristeza se veían claramente reflejados en ellos, en un inmenso verde tan profundo

que podías perderte y no querer salir nunca, pero sus intenciones no. Y eso era lo que le

desconcertaba. No sabía qué hacer, reaccionar rápido y correctamente ante aquella situación

era algo ilógico. No le encuentra sentido a lo que está sucediendo. Ir tras ella sería lo mejor

para asegurarla a su lado, pero ahora mismo no está seguro de nada, y mucho menos tiene la

certeza de que ella quiera que él vaya.

Con la cabeza entre las manos y el corazón arrestado en un puño, así se encontraba. Perdido

todavía en la profundidad de aquellos ojos verdes. Encerrado en un callejón sin salida. Sin

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ahora. Levanta la cabeza y mira hacia donde ella se ha dirigido al marcharse y decide que lo

mejor que puede hacer es irse él también de allí.

Poco más tarde llega a su casa. Su familia ya está cenando. Aparta cajas que le impiden llegar

hasta la escalera para subir a su habitación. Esas cajas son lo que más odia en este momento

porque le indican que cada vez le queda menos allí, y el vacío que esas cajas conllevan hace

aumentar su odio más aún. Entra en su dormitorio y cierra la puerta. Más nada, más vacío, eso

es lo único que encuentra allí. Se tiende sobre la cama e intenta recapacitar. Ni el edredón ni

las sábanas le huelen igual, han pasado de su habitual olor a lavanda del suavizante que usa su

madre, a no oler a nada. Su olor, su tacto, ya no eran los mismos para él. Todo estaba

cambiando. Y se da cuenta de que eso no es lo único que cambia. Todo cambia. Tampoco él

era el mismo de antes. Ha ido cambiado poco a poco, su actitud, su forma de hablar, de vestir,

de caminar, de comportarse frente a sus amigos, de actuar, de vivir. Empieza a pensar en lo

rápido que pasan los años, uno tras otro, y de lo poco que aprecia el tiempo, aun sabiendo lo

valioso que es. En todos los lugares en los que ha vivido, cuáles han sido mejores y peores para

él, la gente a la que ha conocido, quiénes siguen todavía a su lado o simplemente lo felicitan

por navidad o por su cumpleaños, quienes todavía lo hacen feliz y lo tienen presente cada día.

En sus padres, lo importantes que son y lo poco que los aprecia. En su hermana, que va

creciendo sin que él se dé cuenta, sin ser capaz de estar con ella, ni escucharla un rato al día,

con lo que a ella le encantaría eso y las veces que se lo ha dicho. En las grandes diferencias que

percibe pero no sabe expresar, querer y tener ganas de demostrar y actuar, poder y ser capaz.

En pequeñas cosas que no toma en serio y al final acaban marcándole. En todo lo que ve y

escucha al cabo del día, con su parte verdadera y su parte de mentira. En lo que quiere

conseguir en esta vida.

El reloj dando la señal de la hora en punto le evade un instante de sus pensamientos. Se ha

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respuesta a la pregunta que se lleva haciendo desde que Catrina se levantó de aquel banco y

se fue.

Se levanta de la cama y abre la puerta sin hacer ruido para que sus padres no se despierten.

Baja despacio las escaleras, abre una a una las cajas que tienen por el pasillo hasta encontrar lo

que necesita y sale de su casa. Ahora tiene un idea, un destino y un propósito resumido en una

palabra de cuatro letras, ella.

Se dirige hacia la casa de Catrina con paso firme y las ideas claras. Va pasando calle a calle

pensando en lo que le va a decir, meditando cuáles serían las mejores palabras. Llega pronto a

la puerta de su casa, pero no puede llamar al timbre o los padres de ella no la dejarían salir a

esas horas. Decide en llamarla al móvil con la esperanza de que lo oiga y no lo tenga en

silencio. Da señal, pero no contesta y acaba por cortarse. No puede creérselo, haber llegado

hasta allí para nada, y vuelve a llamar. Da señal y esta vez sí, tras unos segundos, se descuelga.

-¿Sí? ¿Qué quieres a estas horas?

- Necesito que bajes un momento a tu puerta, estoy aquí esperando, asómate a tu ventana y

me verás.

Catrina se levanta de la cama con los ojos entrecerrados y descorre ligeramente la cortina para

intentar verle. Acerca algo más la cara y él va a la acera de en frente de su ventana para que le

vea.

-Vale, ahora bajo, un momento.

Catrina baja intentando no hacer ruido para que nadie se despierte, no quiere que noten que

sale de casa de noche. Abre la puerta despacio y sale de su casa. Al darse la vuelta tiene a

Fabio justo en frente, casi puede oírlo respirar. Se quedan mirándose fijamente. La mente de

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pensando durante todo el camino. Catrina le acaricia suavemente la cara y le muestra una

sonrisa ligera pero llena de pena.

-Lo siento Cata, de verdad, yo…

-¿Por qué? ¿Por qué…?

Los dos se fueron acercando poco a poco. Sus corazones se iban acelerando al mismo compás

de su respiración y casi podían oírse en el duro silencio de aquella noche. Y un beso tras otro

se fueron enamorando aún más mutuamente. Por cada beso, una lágrima caía por sus mejillas,

y sus manos se iban entrelazando para sentirse más unidos y más fuertes. Beso, caricia,

lágrima, suspiro, sonrisa, y vuelta a empezar. Así el tiempo se iba pasando sin que ellos se

dieran cuenta. No querían soltarse ni ser el último en dar un beso porque sabían que después

de eso ya no volverían a verse más. Y otra lágrima, a cada cual con más sentimiento. El reloj del

ayuntamiento sonó, indicando que era la hora en punto, justamente las cinco. Habían estado

casi tres horas juntos y para ellos había sido como menos de tres segundos. Les hacía falta

más, más tiempo, más besos, más todo. Se separaron un poco y con un abrazo se despidieron

para siempre. Sabían que todo se acababa ahí, que nunca más se verían, que era imposible

aquello que los dos ansiaban. Catrina le sonrió con las lágrimas todavía en la cara, le dio un

último beso y entró en su casa. Fabio se quedó mirando cómo se cerraba la puerta y se

marchaba Catrina, y con ella, su primer amor verdadero. Entonces, se aseguró de que nadie

podía verle, y sacó de su bolsillo un bote de espray negro. Se acercó al muro que había frente a

la cochera de la casa y observó lentamente los carteles e intentos de plasmar imágenes y

frases en él. Dio unos pasos hacia este, destapó el bote, lo agitó y, agachándose un poco,

empezó a escribir con el espray.

Poco más tarde ya había acabado. Se alejó unos pasos del muro y vio cómo había quedado

todo. No era lo más perfecto del mundo, pero sí lo que quería que viera Catrina cada mañana

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para verlo desde el coche, y lo suficientemente disimulado para que su madre no lo tuviera en

cuenta y solo ella se fijara en él.

< Siempre presente F.M.F. >

Lo que había escrito describía lo que él quería de ese momento en adelante, tenerla siempre

presente y que ella lo tuviera a él, por eso añadió sus iniciales al lado, algo más disimulado, sin

utilizar tanto espray en esas letras. Después de verlo todo acabado optó por volver a casa,

ahora ya con la conciencia tranquila y el corazón liberado de aquel puño que lo retenía.

El reloj de su habitación suena marcando la hora, son la una de la madrugada. Fabio se

despierta lentamente y parpadea despacio todavía, como si nada de su alrededor fuera

conocido para él. La pequeña luz de su escritorio alumbra el folio que tiene delante y lo

entiende todo. No ha escrito nada en ese folio, tan solo se ha quedado dormido. Ha sido un

sueño. Un sueño tan real que le pareció estar viviendo aquellos momentos otra vez. Se toca la

cara despacio. Tiene las mejillas ásperas por las lágrimas que se han secado en ellas. Sigue

frotándose lentamente la cara y una pequeña sonrisa se escapa de su boca. Todavía la quiere,

la quiere tanto que podría decirse que la ama, aunque el concepto de amor todavía le viene

muy grande para su edad, pero algo parecido es lo que siente. La recuerda tan perfecta, tan

única, tan cerca, tan presente, tan ella. Coge el folio que tenía delante, lo arruga y lo lanza al

suelo. Otro más para la colección. Ya ha tomado una decisión. No escribirá nada de lo que

pasó, no quiere que nadie más lo sepa, únicamente ella y él, nadie más. No le hace falta

escribirlo para recordarlo porque sabe que nunca lo olvidará. Sabe que no logrará olvidarse de

por qué la quiso, por qué no podía parar de pensar en ella y por qué sintió aquello tan bonito.

Era cierto que ahora estaban lejos y no se veían físicamente, pero si lo hacían sus almas. Fabio

decidió no volver a soñar despierto, ni a ver un oasis en el desierto, a matar los silencios, ver

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Referencias

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