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Rodó y los Estados Unidos

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Academic year: 2020

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JDSE ANTDNID

MATESANZ

RDDDY

LOS ESTADOS

UNIDOS

A José Enrique Rodó debe en buena medida la América Latina, entre varias otras cosas, la idea que de los Estados Unidos tuvo en las primeras décadas de nuestro siglo. En su Ariel -libro bandera que habría de difundir el idealismo cosmopolita de la generación que reaccionó contra un positivismo reducido ya solamente a justificar un orden de cosas injusto y opresivo- Rodó expone y discute en detalle la imagen que tiene de los Estados Unidos. Por supuesto, el discurso de Próspero no se limita a describir una serie de características loables o negativas; por boca del viejo maestro Rodó quiere incitar a la juventud a poner un límite definitivo a la indiscriminada imitación de los Estados Unidos a que se había entregado América Latina desde su Independencia, y para ello no encuentra nada mejor que enjuiciar severamente, desde una pers-pectiva histórica de largo alcance, de tipo idealista, los logros y las limitaciones de la gran nación del norte. Al tomar esta actitud de crítica, en último análisis de rechazo profundo y total, Rodó se suma a los pensadores latinoamericanos que como Bolívar y Bello advirtieron en su tiempo de los peligros que implicaba la sustitu-ción de las esencias propias por las extrañas, y se opone desde una posición extrema a los que propugnaron, como Sarmiento, la norteamericanización plena de Latinoamérica como solución a los problemas planteados por el rezago en que se hallaba, con relación al mundo occidental moderno, en la marcha hacia un progreso de índole técnico-científica.

Rodó no concede en su Ariel gran importancia a la conquista política y económica con que los Estados Unidos amenazaban a Latinoamérica: en el año de 1900 en que se publicó el libro, el largo camino del imperialismo agresivo y brutal a que habrían de lanzarse los norteamericanos en el siglo XX estaba todavía por andar en su mayor parte. Sin embargo Rodó tenía conciencia de ese peligro; en 1898 había denunciado en sus artículos de periodis-mo político la intervención norteamericana en la guerra de Cuba, y había propugnado la independencia total de la isla. Pero aquí a Rodó le interesa por el momento, más que otra cosa, denunciar la conquista moral ya realizada y en proceso de ampliación, que sobre la conciencia de los latinoamericanos habían logrado las concepciones más distintivas que sobre el mundo y la vida susten-taba Norteamérica; le interesa detener el proceso de deslatiniza-ción a que por propia voluntad se había sometido América Latina a través de una imitación irreflexiva' e indiscriminada, cegada quizá por el prestigio del éxito material que en tan colmada medida habían logrado los Estados Unidos.

Rodó no considera que los límites que quiere determinar a nuestra "nordomanía" tengan el sentido de una negación absoluta. Por principio, acepta la legitimidad de que los débiles busquen inspiración en los fuertes, y de que pueblos en proceso de formación como los nuestros pongan atención a lo beneficioso y lo útil que puedan enseñarnos los demás. Acepta también el esfuerzo

educativo que tienda a rectificar los rasgos de una sociedad humana para ponerlos de acuerdo con las nuevas exigencias de la civilización y las nuevas oportunidades qJ1e ofrece la vida, para equilibrar así innovadoramente la herencia y la costumbre, Rodó no está en contra del progreso. "Pero -agrega- no veolagloria,ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos-111 genio personal- para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irremplazable de su espíritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imita-ción." (Arie/. Liberalismo y Jacobinismo. Ensayos: Rúben Daría -Bolz'var- Montalvo. México, 1970. p. 36.) La imitación irreflexi· va, asegura, no puede tener un éxito real; lo único que lograráJeri agregar a un organismo vivo una co~ muerta. Se engaflanpues,

para Rodó, los que creen que copiando servilmente los

inIbu-mentas y los mecanismos de una sociedad extrafta se logrará apropiarse de su espíritu y de sus fnitos.

Pero no sólo es inútil este intento, insiste Rodó, es además innoble por lo que implica de abdicación servil de la independencia interior ante los fuertes. Es imprescindible mantener la originalidad del carácter colectivo propio de América Latina. El considera

que

nuestros países aún carecen de un sello propio y defIDido,deUDa -personalidad madura. Pero aunque carezcamos de esa -personalidad madura "tenemos -dice- los americanos latinos una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener, un vínculo sagrado que nos une a inmortales páginas de la historia, confl3I\do a nuestro honor su continuación en lo futuro". (Opus cit. p. 37.) Maestro en los matices, y además decidido al parecer a no rechazar ningún rasgo latinoamericano que considere positivo, Rodó propo· ne que todo esto ha de hacerse sin renunciar al cosmopolitismo que nuestros hombres sienten como necesario a su educación, puesto que "no excluye, ni ese sentimiento de fidelidad a lo pasado, ni la fuerza directriz y plasmante con que debe el genio de la raza imponerse en la refundición de los elementos que constitui· rán al americano definitivo del futuro".(Ibid.)

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América, puedan sus concepcionesylogros vitales servir de modelo a su vez a los Estados Unidos. Tan afecto como es Rodó a buscar los ejemplos concretos con los que infunde algo de materia en sus esqueletos teóricos, ~n la historia de Grecia -para él paradigma' inigualado de civilización y cultura-, en este punto recuerda el caso de Atenas y E.'lparta como el de dos polos que encamando concepciones distintas se estimulan mutuamente, y hacen confluir sus fuerzas para la creación de una unidad superior a cada una de ellas, y que a ambas las contiene sin sacrificar su oposición creadora. Las diferencias no tienen por qué anular la concordia entre ambas partes. Lanzado aquí a una suerte de profecía voluntarista Rodó af"mna:. "Y si una concordia superior pudiera vislumbrarse desde nuestros días, como la fórmula de un porvenir lejano, ella no sería debida a laimitación unilateral. .. de una raza por otra, sino a la reciprocidad de sus influencias y al atinado concierto de los atributos en que se funda la gloria de las dos." (A riel. p. 37.) En 1900 podía creer Rodó que algún día los Estados Unidos habrían de volver la vista a América Latina con otro propósito que el de apropiarse de sus riquezas y el de imponerle su sello moral: con el de buscar fuerza de sí mismos, inspiración y ejemplo que pudieran dotarlos de las dimensiones de lo humano de que carecían. Y después de Rodó pudieron creer tal cosa algunos espíritus ingenuos y sOfladores, que se imaginaron -siempre en un futuro l~ano-a la América Latina y a la sajona

formando una unidad superior, a la que aportarían la primera su sentido del ocio y sus rasgos dionisiacos, y la segunda su sentido fáustico de la vida. Idea irrealizable, evidentemente, tan alejada de nuestra realidad inmediata como lo están de haberse realizado, por ejemplo, los postulados del liberalismo, Iibertad-igualdad.frater-nidad, pero que como ellos tiene la cualidad explosiva y atrayente de una utopía. Tanto o más irrealizable aún en términos de real-politik que el viejo sueño de Bolívar de una América Latina unida, porque Rodó lleva ese sueño más allá que Bolívar y contempla la concordia superior, no en~re entidades que después de todo comparten atributos comunes, sino entre enemigos. Idea irrealizable, ciertamente, pero atractiva y pegajosa para los que, como Rodó, gustan de referir sus sueños a un futuro de siglos, y para los que, también como Rodó sueñan en concordias superiores. Todo esto para un futuro muy lejano y muy condicionado. Para el presente de 1900, a las razones ya expuestas de inutilidad e indignidad de la imitación unilateral de los E~tados Unidos por América Latina, Rodó agrega las que considera se desprenden de un juicio severo .sobre la civilización norteamericana misma, juicio que inicia por caballerosidad con un reconocimiento de sus cualidades y sus logros. Corresponde a los E~tados Unidos, en efecto, la gloria de haber concretado el concepto moderno de la libertad, de haber sido los primeros en demostrar la viabilidad práctica de la república como forma de gobierno capaz de abarcar

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una gran colectividad nacional. Su desarrollo histórico, a pesar de

una cierta pobreza en "adquisiciones de aptitudes y méritos

distintos, tiene la belleza intelectual de la lógica". (Opus cit. p.

38.) A ellos corresponde también, al haber fundamentado una moral en la actividad y en la conciencia del mérito propio, la gloria de haber devuelto al trabajo la dignidad que había perdido en el antiguo régimen. Las dos concepciones básicas de la vida norteamericana: el culto de la energía indiv;dual y su espíritu de asociación, han colaborado estrechamente a crear una grandeza nacional sin sacrificarle la libertad individual.

Para Rodó los norteamericanos son insaciables curiosos, y en la instrucción han puesto las bases de su sorprendente prosperidad. Pero -hay peros incluso dentro de este recuento destinado exclusi-vamente a exaltar las glorias norteamericanas: Rodó no resiste la tentación de sugerir lo que más adelante les reprochará en grande-esa instrucción está regida por la monomanía de la eficacia, y lo que gana cuando se dirige a realizar una finalidad inmediata lo pierde en refinamiento y espiritualidad. Rodó se permite decir en 1900 que la ciencia norteamericana no ha producido una sola ley general, un sólo principio básico pero -y aquí el pero es elogioso-tienen una formidable técnica utilitaria y sus aplicaciones las han extendido hasta extremos prodigiosos. En suma, según la exacta expresión de Rodó, han inventado "un acicate para el tiempo". Encarnarían mejor que ningún otro pueblo, aunque no lo diga Rodó en estos términos, el espíritu de los que han elegido la aceleración de la vida.

Curioso y utilitario, el norteamericano de Rodó es también piadoso, y ha preservado un sentido moral en ese mundo utilitario en que vive -cierto que un sentido moral puritano incapaz de un espiritualismo delicado y profundo. Junto a estas cualidades, como cualidad registra Rodó sorpresivamente el que el norteamericano haya preservado una "primitividad robusta" entre los

refinamien-tos de la vida civilizada. La explicación de este elogio podemos

encontrarla quizá en el hecho de que Rodó, admirador incondicio-nal de la cultura griega, a coincidencia con ella atribuye el culto norteamericano de la salud, de la destreza y de la fuerza, sin que este culto, por supuesto, tenga el alto sentido que tenía para los griegos; los norteamericanos "obligados por su aspiración insaciable del dominio a cultivar la energía de todas las actividades humanas, modelan el torso del atleta para el corazón del hombre libre".

(Opus cit. p. 40.) Y de todas estas notas surge una dominante de optimismo, de fe y de confianza que los protege contra las amarguras implícitas en todo esfuerzo, en toda acción, en todo pensamiento.

Por todo lo anterior, no se asombra Rodó de que la grandeza norteamericana se imponga aun a aquellos que más desconfianza o más información tienen de los Estados Unidos. Y dice "ya veis que, aunque no les amo, les admiro". Les admira sobre todo por

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su capacidad de querer, por su voluntad traducida en acción. Su "genio" lo defme como la fuerza en movimiento. El mundo del norteamericano· es un mundo fáustico en el que todo está regido por la acción, y su representante más característico puede serlo el superhombre de Nietzche con el "Yo quiero" como divisa. Rodó considera que esa voluntad es el rasgo distintivo aun en las creaciones de individualidades geniales que como Edgar AlIan Poe, dentro del conjunto norteamericano representan la rebelión, el rechazo y la soledad.

Hasta aquí de las cualidades y la admiración. Para completar el cuadro Rodó se pregunta si la sociedad norteamericana realiza, o siquiera tiende a realizar "la idea de la conducta racional que cumple a las legítimas exigencias del espíritu, a la dignidad intelectual y moral de nuestra civilización" (Opus cit. p. 41); se pregunta si en ella se puede encontrar la imagen de "la ciudad perfecta", si la actividad que despliegan los Estados Unidos tiene un objetivo que la justifique. Positivista al fin y al cabo, aun cuando como la mayoría de los pensadores de su generación haya puesto el énfasis en ideas que el positivismo tradicional ignoraba, Rodó coincide con Spencer en sei'lalar que la actividad destinada exclusivamente a satisfacer fmes utilitarios puede, en el mejor de los casos, servir solamente de concepción provisional de una civilización. El trabajo utilitario no puede, no debe convertirse en fin ni objetivo vital; debe mantenerse como instrumento para acumular los elementos que hacen posible el "total y armonioso desenvolvimiento de nuestro ser".(Ibid.) Debe predicarse entonces al norteamericano el Evangelio del descanso, del recreo identifi· cado con el ocio en su sentido clásico, es decir con el empleo del tiempo en desinteresadas preocupaciones ideales, en altas medita· ciones que no tengan un fm útil inmediato.

La civilización norteamericana en su conjunto le produce a Rodó la sensación de insuficiencia y vacío. Como ideal defmitivo que justifique todas esa titánica actividad sólo puede encontrar el del triunfo material. El norteamericano vive para el presente, para su realidad inmediata y egoísta; del pasado no recibe inspiración ideal y el porvenir lo concibe interesadamente. Falta, en suma, un alto ideal. Trasplantado a América, el espíritu inglés ha sufrido una transformación negativa al despojarse de todos los elementos de idealidad que templaban su positivismo en la isla. El fondo germánico del inglés, que se expresa en su patria en una extraordi-naria exaltación del sentimiento y en un instinto poético certero, no da frutos en suelo norteamericano.Y si en la Gran Bretai'la la institución de la aristocracia opone una barrera al espíritu mercan· tilista -hasta el grado de que la vida británica puede parangonarse con la griega- en los Estados Unidos la democracia igualitaria propicia la formación y propagación de un espíritu vulgar que no encuentra ante sí ningún obstáculo. El norteamericano padece de una radical ineptitud de selección en todo aquello que se refiere a

las facultades ideales. Su riqueza, que prodiga a manos llenas para satisfacer su gusto por lo suntuoso -en efecto, aclara Rodó, la avaricia no encuentra lugar entre sus defectos- de nada le han servido para crearse un buen gusto. El arte en norteamérica sólo existe a título de rebelión individual, o como un nuevo trofeo para satisfacer la vanidad de los que han podido triunfar en la lucha por la riqueza. Del arte ignoran lo que tiene de desinteresado y escogido, a pesar de las fortunas que se gastan en museos y exposiciones, en levantar montañas de mármol y bronce. Añade Rodó: "Y si con su nombre hubiera de caracterizarse alguna vez un gusto de arte, él no podría ser otro que el que envuelve la negación del arte mismo: la brutalidad del efecto rebuscado, el desconocimiento de todo tono suave y de toda manera exquisita, el culto de una falsa grandeza, el sensacionismo que excluye la noble serenidad inconciliable con el apresuramiento de una vida febril." (Opus cit. p. 44.) No cabe duda de que Rodó es injusto con el arte norteamericano, al que por otra parte no conocía en sus manifestaciones concretas; injusto, porque escoge una sola actitud vital ante el arte -la actitud vanidosa y egoísta que puede encontrarse en cualquier tiempo y en cualquier lugar- como la distintiva del arte norteamericano en general, y no ve que habría que referirla exclusivamente a una sola clase o grupo

económico-social. •

Si el norteamericano de Rodó es ciego para lo que hay de ideal en lo hermoso, también lo es para la idealidad de lo verdadero. Su ciencia no está inspirada por un desinteresado amor hacia la verdad: por principio rechaza toda investigación que no tenga una fmalidad útil. La extensión de la educación popular al mayor número posible no se ha traducido en una mayor profundidad, en una mayor selección y elevación de la cultura; por el contrario, lo que se ha conseguido es que la alta cultura languidezca al lado de una semicultura universal. Rodó piensa que la cultura norteameri· cana ha ido de más a menos; el brillo y la originalidad de los pensadores de la Independencia, de los grandes creadores de alcances universales en el siglo XIX, un Channing, un Poe, un Emerson, ahogados por la ola niveladora de la democracia vulgar, han cedido el paso a un diarismo mediocre que constituye hoy por hoy -1900- la más genuina represen tación del gusto norteamericano. Interés y utilitarismo en arte y en ciencia; interés y utilitarismo también en religión. El sentido moral del norteamericano se reduce para Rodó a ser un auxiliar de la legislación penal. Tomada como representativa, como la cumbre más elevada de su moral, la de Franklin podría resumirse en una fIlosofía de la conducta medio-cre por honesta, útil por prudente que rechaza como excesos la santidad y el heroísmo. Con este tipo de moral y suponiendo que su vigencia fuera constante, la sociedad norteamericana habría forzosamente de caer en una decadencia caracterizada por un materialismo pálido y sin brillo y por la descomposición de todos

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los resortes de la vida moral; decadencia que no tendría ni siquiera el atractivo "de esas decadencias soberbias y magníficas que dan la medida de la satánica hermosura del mal en la disolución de los

imperios" (Opus cit. p. 45). Pero la vigencia del código moral de

Frank1in no ha sido constante; de hecho hoy se aceptan otros que expresan con más franqueza y mayor exactitud el verdadero sentir de la conciencia moral en los Estados Unidos, códigos morales que han deducido las conclusiones lógicas de la prosperidad material y postulan al éxito como la finalidad suprema de la vida. No podía ser de otra manera; el idealismo moral de Rodó dictamina que cuando no se postula como obligatorio el heroísmo de la virtud y de la abnegación, la realidad hará retroceder indefinidamente el límite de las obligaciones.

Si tales son los principios que rigen la vida norteamericana, sus manifestaciones concretas no pueden ser mejores. En una afirma-ción que es casi una profecía, Rodó puntualiza la existencia de gérmenes de desorganización en las entrañas de esa sociedad, profecía que avala en nuestros días el estado de descomposición y de crisis social interna por que atraviesan los Estados Unidos. En 1900 estos gérmenes de desorganización se manifiestan en la vida pública norteamericana, que se resiente de una progresiva disminu-ción del sentimiento del derecho, en el olvido en que se tiene al valor cívico y en la venalidad que alcanza todos los niveles

institucionales. La democracia en su forma más mediocre: el

dominio del número, y sin el auxilio de una clara conciencia sobre las verdaderas superioridades humanas, tiende a anular los bene-ficios morales de la libertad y a suprimir el respeto que la dignidad ajena merece. Por otra parte, el absolutismo del número empieza a ser contrarrestado de la peor forma posible por una plutocracia

organizada en trusts que domina todos los aspecto~ de la vida

económica y extiende su influencia a la política. Rodó compara a esta plutocracia con la clase enriquecida y soberbia que en los últimos años de la república romana coadyuvó a suprimir los últimos restos de libertad y a instaurar el predominio de los Césares. En tiempo de Rodó no preocupan todavía a los norte-americanos los procesos de elevación y caída de los imperios, por las posibles semejanzas y paralelismos que pudieran tener con el propio; hoy, justamente alarmados por la oportunidad de tales comparaciones, esta preocupación no es ya exclusiva de historiado-res y sociólogos sino que se ha extendido entre la población.

De un modo paralelo a la extensión del egoísmo utilitario y la desorientación sobre el ideal, encuentra Rodó que el centro de gravedad de la gran nación del Norte se ha desplazado de la costa del Atlántico hacia el Oeste: "es en ese improvisado Oeste, que crece formidable frente a los viejos Estados del Atlántico, y reclama para un cercano porvenir la hegemonía, donde está la más fiel representación de la vida norteamericana en el actual instante

de su evolución".(Opus cit. p. 47.) Rodó no tenía un

conocimien-to de primera mano sobre los Estados Unidos. Nunca pudo,

probablemente nunca quiso visitar la gran nación del Norte -sus

sueños y su realidad de viajero se enfocaron siempre hacia Europa. Pero si alguna duda nos quedase sobre su capacidad para

interpre-tar su información y sobre su talento intuitivo para proyectar

sólidamente sus conclusiones, esta afmnación las borraría. Válida

para su tiempo, sigue siendo válida en la conciencia y en la

realidad de la vida norteamericana. El Midd/e West encamahoy

todavía el tipo más característico que han producido losEstados

Unidos, aunque tal primacía se la dispute lo que los mismos

norteamericanos consideran como la avanzada de su sociedad,

como un nuevo desplazamiento de su centro de gravedadhaciala

Costa Oeste, hacia California. Cuando Rodó escribió suAriel este

nuevo tipo de norteamericano todavía no hacía sentir todo su

peso

en la evolución interna de la sociedad, y sus nuevos ideales ~

parecen coincidir hasta cierto punto con los que Rodó

defenclía-no hacían todavía su aparición. Loque sí lamenta Rodó es que el

ejemplo paradigmático de hombre norteamericano no lo dé yael

patricio de Virginia o el caballero de Nueva Inglaterra sino el

conquistador semisalvaje de las praderas; con él habrían de topar

su último triunfo el utilitarismo, la vaguedad cosmopolita y la

nivelación de la democracia bastarda.

Junto a esta proyección interna, previene Rodó contra otra característica de la vida norteamericana referida a sus proyecciones

hacia el exterior: "A medida que el utilitarismo genial de aquella

civilización asume así caracteres más defmidos, más francos, más estrechos, aumentan, con la embriaguez de la prosperidad material, las impaciencias de sus hijos por propagarla y atribuirle la predesti· nación de un magisterio romano. Hoy, ellos aspiran manifiestamen· te al primado de la cultura universal, a la dirección de las ideas, Y se consideran a sí mismos los forjadores de un tipo de civilización

que prevalecerá." (/bid.) ¿Qué diría Rodó si escribiese en nuestros

días y viese hasta qué grado han llevado los norteamericanos esta tendencia suya a difundir mesiánicamente, y por todos los medios

las excelencias del american way of life? Lo acertado de la

predicción de Rodó no consiste, en última instancia, en haber denunciado en su tiempo esa tendencia. propagandística, sino en haber señalado con exactitud las razones por las que, desde su punto de vista, no creía que los norteamericanos pudiesen tener éxito en su empeño. El menosprecio que muestran por Europa le parece ingenuo, y lo mismo cree sobre su pretensión de superarla

espiritualmente en un breve plazo. Rodó sabe de la inutilidadde

tratar de convencer al norteamericano de que aurtque su obra sea grandiosa no resiste una comparación con la europea. Pero además de esto hay otra razón fundamental para dudar que alguna vez

alcancen una hegemonía espiritual -que no es aquí cuestión de

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amabilidad en alto sentido, del poder de simpatía capaz de lograr que los demás se identifiquen con él.

Después de tantas notas negativas hace sonar Rodó una positiva. Si en nombre de los derechos del espíritu niega al utilitarismo norteamericano su pretensión de suma y modelo de civilización, no por ello niega que su labor pueda ser beneficiosa en el futuro para esos mismos derechos. "Sin el brazo que nivela y construye, no tendría paz el que sirve de apoyo a la noble frente que piensa. Sin la conquista de cierto bienestar material es imposible, en las sociedades humanas, el reino del espíritu."(Opus cit. p. 49.) Rodó coincide con Renán en que "elevarse sobre la necesidad es redimirse". En efecto, la actividad del mercader tiene insospecha-dos alcances ideales, pues al relacionar entre sí a los pueblos multi· plican los instrumentos de la inteligencia, pulen y suavizan las costumbres y hacen posibles los preceptos de una moral más avanzada. No es una casualidad el que el alfabeto haya nacido en la civilización mercantil cananea. Los caudales acumulados por las repúblicas italianas sirvieron para pagar los gastos del Renaci-miento. Aquí hace Rodó una afrrmación que sorprende por su validez actual: "La historia muestra en defmitiva una inducción recíproca entre los progresos de la actividad utilitaria y la ideal." (Ibid.) En último término puede esperarse entonces que la obra del positivismo norteamericano sirva a la causa de Ariel, y que sus logros se conviertan por ellos mismos o por otros pueblos en

eficaces elementos de selección. Pero esto tendrá que ser en el mejor de los casos en un futuro lejano. La vida norteamericana todavía no ofrece ejemplo de esa relación fecunda entre las ventajas materiales y la superioridad intelectual; todavía está muy lejos de haber llegado a su fórmula definitiva, todavía tendrá que librar muchas batallas para asimilar a los grupos étnicos que ha recibido en su seno, y para las que no le será suficiente como aglutinante, como sentimiento solidario su utilitarismo proscriptor de toda idealidad. Curiosamente el grupo étnico que Rodó consi-dera como más propenso a resistirse a la integración es el de alemanes establecidos en elMiddle West; de los negros no dice ni una sola palabra, ni aquí ni a todo lo largo de su exposición. Es necesario suponer que Rodó sabía de la existencia de negros en los Estados Unidos, y que sabía también que la forma en que se integraban, o dejaban de integrarse en la sociedad norteamericana conformaba un explosivo problema. El que Rodó haya dejado pasar esta oportunidad para agregar a todas las características negativas que detecta en el mundo norteamericano la de racismo no puede carecer de significación. ¿Podría ser que Rodó llevó su "aristocrático idealismo" hasta el grado de no querer ni siquiera tocar un tema tan embarazoso? Sea de ello lo que sea, Rodó concluye diciendo: "una civilización que esté destinada a vivir y a dilatarse en el mundo; una civilización que no haya perdido, monúficándose, a la manera de los imperios asiáticos, la aptitud de

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la variabilidad, no puede prolongar indefinidamente la dirección de sus energías y de sus ideas en un único y exclusivo sentido. Esperaremos que el espíritu de aquel titánico organismo social, que

ha sido hasta hoy voluntadyutilidadsolamente, sea también algún

día inteligencia, sentimiento, idealidad. Esperemos que, de la enorme fragua, surgirá, en último resultado, el ejemplar humano, generoso, armónico, selecto, que Spencer en un ya citado discurso, creía poder augurar como término del costoso proceso de refundi-ción. Pero no le busquemos, ni en la realidad presente de aquel pueblo, ni en la perspectiva de sus evoluciones inmediatas: y renunciemos a ver el tipo de una civilización ejemplar donde sólo existe un boceto tosco y enorme, que aún pasará necesariamente por muchas rectificaciones sucesivas, antes de adquirir la serena y firme actitud con que los pueblos que han alcanzado un perfecto desenvolvimiento de su genio presiden al glorioso coronamiento de

su obra, como en el sueño del cóndor que Leconte de Lisie ha

descrito con su soberbia majestad, terminando, en olímpico

sosie-go, la asención poderosa, más arriba de las cumbres de la

Cordillera". (Opus cit. pp. 50-51.)

Una de las paradojas más irónicas de todo el proceso de relaciones entre las dos Américas la constituye el que cuando los Estados Unidos, vertidos sobre sí mismos, ocupados obsesivamente en la construcción de su extraordinaria nación, ignoraban olímpica-mente a la América Latina y aun hacían gala de su aislacionismo y su desprecio hacia ella, la imagen que de los Estados Unidos se formaban los pensadores latinoamericanos más influyentes era un modelo prácticamente sin tacha y digno de imitación por todos conceptos; y que cuando los Estados Unidos consideraron realizada su obra de construcción y amalgama interna, y se lanzaron a

propagar por el mundo la buena nueva delamerican way of life, se

encontraron con que los atentos imitadores se habían ya desenga-ñado de su modelo. Sin duda, a este desengaño contribuyó no poco la agresividad imperialista que los Estados Unidos mostraron hacia América Latina en el siglo XIX -agresividad presentida y denunciada por Bolívar, por fray Servando Teresa de Mier-. Sin duda también, al lado de los que veían en los Estados Unidos y en todo lo sajón la suma de las virtudes deseables de que carecían los latinoamericanos, se desarrolló la tendencia opuesta de desconfian-za hacia los Estados Unidos como nación, de rechazo del modelo de vida propuesto por ellos, de negación de la oportunidad y aun de la posibilidad de éxito de una imitación indiscriminada de formas extrañas. Esta tendencia la corona y la fija la obra de Rodó. La imagen que nos da de los Estados Unidos se basa en una síntesis de esos tres enfoques, aunque por supuesto, y de acuerdo con la postura intelectual y vital que Rodó encarna, da más importancia a los valores espirituales en cuyo nombre condena a la cultura y a la civilización norteamericanas que a su imperialismo agresivo, o incluso que a las posibilidades de éxito de la imitación.

La enorme difusión que alcanzó Arielpropició que esta imagen

se afianzara en la conciencia latinoamericana con tal pers~tencia

que llega hasta nuestros días, aunque variada y enriquecilJa ,por una convivencia más amplia, más dolorosa y más íntima con los Estados Unidos, y aunque el enfoque básico haya cambiado en buena medida y se le condene mas no por sus características internas y sus logros espirituales -como hacía Rodó- sino por su agresividad imperialista hacia la América Latina y el resto del

mundo. Por la persistencia de esta imagen en la conciencia

latinoamericana podemos suponer que, en el fondo, Rodó se limitó a dar forma definitiva a las ideas que existían ya en embrión en·el ambiente. Por supuesto, mucho tuvieron que ver para esa difusión el talento literario del gran escritor uruguayo, su capacidad genial de síntesis y su sentido de la oportunidad para lanzar sus ideas como bandera y programa. A fines del siglo XIX la América Latina y la sajona reconocen y manifiestan con mayor intensidad que

antes la necesidad de conocerse mutuamente más de cerca, yel

libro de Rodó puede considerarse como parte de este proceso. Como parte de él también puede incluirse en primera flla,

prece-diendo a la obra de Rodó en el tiempo, sin desmerecer de ellay

en muchos sentidos superándola, la riquísima obra literaria que dedica José Martí a los Estados Unidos. En combate con Rodó, Martí pasó muchos años de su vida -en total casi 12- en los Estados Unidos, observándole directamente las entrañas al mons· trua, y plasmando sus impresiones en artículos que por su calidad literaria, su valor humano y la vitalidad con que proyectan lo concreto y lo inmediato ocupan hoy el más alto lugar en la literatura periodística en español. Martí abarca en sus artículos sobre Norteamérica una variedad enorme de temas. Sus semblanzas de norteamericanos incluyen a pensadores, poetas, generales, presi' dentes, gobernadores, escritores, bandidos, banqueros, oradores, políticos y toda clase de hombres notables. La gama de aspectos de la vida norteamericana que reseña es prácticamente exhaustiva.

Martí describe con igual amor los grandes acontecimientosylos

circunstanciales, de los que siempre deriva alguna lección

prove-chosa, que los problemas políticos, sociales, económicosy cultura·

les. Resulta así una imagen abigarrada, contradictoria, complejay

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los clúnos, el problema de los italianos, el problema de los alemanes, cismas religiosos, exposiciones de pintura, universidades, política internacional, política interna; en fm, todo lo que observa a su alrededor le parece a Martí digno de atención, y todo lo dignifica con su noble mirada y su magnífico estilo. Eviden-temente, la visión de Martí y la de Rodó difieren desde sus bases mismas; la de Martí es la del batallador que lucha dentro del bosque, comprometido personalmente, admirando sin falsas ver-güenzas los árboles mismos que intenta derribar; la de Rodó es la del pensador que observa el bosque desde afuera y desde arriba, comprometido también con su objeto pero desde un plano más frío e impersonal. Lo significativo es que a pesar de las diferencias entre sus puntos de partida y entre las formas concretas en que los encarnan, ambos se fijen como criterio máximo de sus juicios los más altos valores de la vida espiritual, y el que las conclusiones a que llegan sobre los Estados Unidos sean tan parecidas. En efecto Martí considera como Rodó, que es imprescindible conocer a fondo los Estados Unidos y hacerles justicia. Como Rodó piensa también que es servil e inmoral imitar a una civilización ajena y dañada como la norteamericana. El latinoamericano debe saber la verdad sobre los Estados Unidos para evitar la "yanquimanía" y el desprecio de lo propio en que ha caído sea por impaciencia de la libertad o por miedo de ella, sea por pereza moral o por un aristocratismo risible, sea por ingenuidad o por idealismo político. Martí sí se atreve a iniciar la comparación entre la América Latina y la sajona que Rodó ni siquiera toca, y por principio niega tajantemente la validez de la explicación racial, tan de moda en su época. "No hay razas -dice-; no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y formas que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e lústoria en que viva." (Obras Completas. La Habana, 1947, tomoI.

p. 2035.) Los latinos y los sajones son igualmente capaces de virtudes y defectos; en lo que se distinguen es en las formas peculiares producidas por sus distintas agrupaciones lústóricas. La comparación, para ser justa, ha de tomar en cuenta únicamente aquellos casos en que latinos y sajones se hayan visto en condicio-nes comucondicio-nes: no hay grandes diferencias, pone por caso, entre el tipo de sociedad esclavista creado en el Sur de los Estados Unidos y en Cuba. En contraste con Rodó, quien habla casi siempre de la civilización y la cultura norteamericanas como un todo, Martí insiste en la diferenciación y la heterogeneidad radicales entre las distintas regiones, entre las múltiples naciones que se agrupan bajo la bandera de las barras y las estrellas; pero ambos coinciden en señalar el progresivo deterioro de la calidad moral de la vida en los Estados Unidos, y el hecho de que aún no han logrado ni una síntesis nacional ni un equilibrio de los elementos heterogéneos puestos a fundir en su melting poto "Lo que ha de observar el hombre honrado -dice- es precisamente que no sólo no han

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podido fundirse, en tres siglos de vida común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos, sino que la comunidad forzosa exacer-ba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado, áspero, de violenta conquista... no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la democracia y salvarse del odio y miseria de las monarquías. se corrompe y aminora la democracia, y renacen,

amenazantes, el odio y la miseria." (Opus cit. p. 2036.) A esta

constatación, añade Martí su creencia en que mientras la América sajona ha venido a menos, la latina ha venido a más. "En una sola guerra, en la de secesión, que fue más para disputarse entre Norte y Sur el predominio en la República que para abolir la esclavitud, perdieron los Estados Unidos, hijos de la práctica republicana de tres siglos en un país de elementos menos hostiles que otro alguno, más hombres que los que en tiempo igual, y con igual número de habitantes, han perdido juntas todas las repúblicas españolas de América, en la obra naturalmente lenta, y de México a Chile vencedora, de poner a flor del mundo nuevo sin más empuje que el apostolado retórico de una gloriosa minoría y el instinto popular, los pueblos remotos de núcleos distantes y de razas

adversas, donde dejó el mando de España toda la rabia e hipo-cresía de la teocracia, y la desidia y el recelo de una .prolongada servidumbre. Y es de justicia, y de legítima ciencia social, recono-cer que, en relación con las facilidades del uno y los obstáculos del otro, el carácter norteamericano ha descendido desde la

indepen-dencia, y es hoy menos humano y viril, mientras que el hisp~o­

americano, a todas luces, es superior hoy, a pesar de sus confuSIO-nes y fatigas, a lo que era cuando empezó a surgir de la masa revuelta de clérigos logreros, imperitos ideólogos e ignorantes o

silvestres indios." (Opus cit. p. 2038.). Y como síntesis de su

imagen de los Estados Unidos, imagen que no puede ni quiere

separar de su preocupación por nuestra América, hace una afIrma' ción estupenda, que en su tiempo quizá no halló todo el eco que

merece, pero que hoy nos suena a verdad sabida y probada: hay

que difundir la verdad sobre los Estados Unidos no deteniéndonos en "el crimen o la falta accidental -yen todos los pueblos posibles- en que sólo el espíritu mezquino halla cebo y contento,

sino aquellas calidades de constitución que, por su constancia y

autoridad, demuestran las dos verdades útiles a nuestra América: el

carácter crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos,yla

existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de que se culpa a los pueblos

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