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Formación de nuevos sistemas de relaciones como posibilidad de superación del estado actual de las cosas Una mirada crítica desde el vitalismo cultural de Oswald Spengler a la reflexión propositiva de José Luis Romero

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Academic year: 2020

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(1)FORMACIÓN DE NUEVOS SISTEMAS DE RELACIONES COMO POSIBILIDAD DE SUPERACIÓN DEL ESTADO ACTUAL DE LAS COSAS: UNA MIRADA CRÍTICA DESDE EL VITALISMO CULTURAL DE OSWALD SPENGLER A LA REFLEXIÓN PROPOSITIVA DE JOSÉ LUIS ROMERO.. ERICK COLT HARKER M. DIRECTOR: NUBIA MORENO LACHE.. UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN LICENCIATURA EN EDUCACION BASICA CON ENFASIS EN CIENCIAS SOCIALES CICLO DE INNOVACION. PROYECTO DE INVESTIGACION “DINAMICAS CONTEMPORANEAS DEL ESPACIO URBANO” BOGOTA D.C. 2016.

(2) TABLA DE CONTENIDO Introducción. 1. Generalidades 1.1 Justificación 1.2 Contexto de la investigación 1.3 Pregunta problema 1.4 Objetivos 1.4.1 Objetivo general 1.4.2 Objetivos específicos 1.5 Horizonte teórico 1.6 Horizonte metodológico. 2. José Luis Romero 2.1 La Cultura Occidental 2.2 Edades de la Cultura Occidental 2.2.1 La Primera Edad 2.2.2 La Segunda Edad 2.2.3 La Tercera Edad.

(3) 2.3 La Ciudad Occidental 2.4 Los Nuevos Sistemas de Relaciones. 3. Oswald Spengler 3.1 Ejes centrales del pensamiento de Oswald Spengler 3.2 La “Gran Urbe”: el problema de lo urbano en las Altas Culturas 3.2.1 Desarrollo del hombre y de las Altas Culturas: La ciudad como contenedora de las formas culturales Y expresión misma de su etapa vital como formas orgánicas 3.2.2 Ciudad, Burguesía y Dinero: Civilización. 4. Reflexión crítica. 5. Conclusiones. 6. Bibliografía. 7. Anexos. 8. Tablas.

(4) Formación de nuevos sistemas de relaciones como posibilidad de superación del estado actual de las cosas: una mirada crítica desde el vitalismo cultural de Oswald Spengler a la reflexión propositiva de José Luis Romero.. Introducción. 1. Generalidades. 1.1 Justificación. Las ciudades y su desarrollo histórico son la expresión, por antonomasia, del desarrollo mismo de una Cultura o conjunto de Culturas; tal hipótesis la encontramos, tanto en cualquier momento de la Historia Universal, propia de nuestra Cultura Occidental, como en el desarrollo histórico de otras Culturas que otrora existieron y vivieron el mismo ciclo vital que vive la nuestra. Sin embargo, es oportuno realizar una mirada retrospectiva sobre el desarrollo de nuestras ciudades y el de nuestra cultura pues, actualmente, esta (La Cultura Occidental), es la única que puede desarrollarse hasta su última época vital (La Decadencia y su posterior anquilosamiento) pues ha logrado, de manera contundente reducir las otras culturas, incluso sumándolas a las mismas dinámicas vitales que ésta vive, cuestión que, como veremos es incluso aún más perjudicial. De igual forma las ciudades nos permiten identificar tal desarrollo y, al ser la expresión misma de éste, son el escenario de reflexión principal que debe ocuparnos para.

(5) establecer si hoy es posible o no, crear unos Sistemas de Relaciones que rompan con el desarrollo mismo que ha tenido la Cultura. Así, en esta preocupación surgen opiniones y, más que opiniones, posturas frente a lo que parece un problema que ocupa al hombre de hoy y es el problema de su futuro y el de la sociedad que éste construye; lo anterior, en ese afán marcado por el carácter existencial que ha presentado la esfera científica social y el objeto de estudio de estas.. 1.2 Contexto de la investigación. El momento actual que vivimos, como individuos y sociedad, es un momento donde la incertidumbre parece incrementar conforme a nuestro futuro. Así, identificamos esta época como aquella que debemos superar o por el contrario, marcará nuestro final y desgracia. Es por esto que encontramos posturas que proponen y “construyen” la posibilidad de superación del estado actual de las cosas y posturas que, alejadas de toda pretensión optimista, se embriagan en un fatalismo que, a la vista del hombre y su voluntad de vivir parece que es negarse a la vida misma. Y es en esto último donde radican las primeras y segundas posturas, la existencia y la vida misma llenan de motivos al hombre para creer que su desarrollo es un progreso y que, por tanto, consiste en la superación de dificultades y de fenómenos problémicos para, posteriormente, llegar a un bienestar cada vez mayor que asegure y dignifique su existencia como sociedad, como sujeto y como especie en desarrollo. Pero también la existencia y la vida determinan en algunos hombres que todo tiene un final y que, seguramente la Cultura y el.

(6) hombre Occidental, vivirán este final cuanto todo empeore y las consecuencias de tal decadencia se radicalicen. Así, hoy, en el campo científico y más aún en el campo de las ciencias sociales encontramos multitud de pensamientos que, al carecer de neutralidad axiológica se sitúan en una u otra de estas dos posturas o, por el contrario, se mantienen en un punto de vista aparentemente neutral y enajenado de tal fenómeno ambivalente. Conforme a la problemática que da base al presente trabajo encontramos tal multiplicidad de pensamientos en el paradigma Histórico-Geográfico; así, el trabajo centra la atención en dos posturas centrales de nuestro eje de análisis que asocian este paradigma a la comprensión de la realidad concreta, una, desde tal intención optimista y propositiva y otra desde una intención fatalista y vitalista. El centro de la problemática va guiado a la posibilidad o imposibilidad de la formación de nuevos Sistemas de Relaciones, que, de forma manifiesta, generen tal superación bajo una nueva serie de dinámicas. Así, José Luis Romero (2009) afirma que es posible lo anterior en tanto que existen unos sistemas de relaciones y unos actores ya quebrados, muertos y que deben ser superados; tal superación se da bajo la construcción cultural en nuevas dinámicas y que, incluso, son contrarias a las reproducidas desde tal sistema de relaciones y tales actores ya agonizantes. Aquí, lo importante es que Romero cree en tal posibilidad y genera propuestas en torno a éstas que se van desarrollando a lo largo de sus obras. Con base a tal línea de pensamiento hoy, especialmente en las sociedades Latinoamericanas, surge la idea de una nueva vitalidad que será la expresión por antonomasia de tal superación, así, marcando un nuevo momento en la Cultura y en la sociedad misma y allí, la.

(7) ciudad toma una gran importancia pues, como afirma Romero, al intentar definir la ciudad, “esta no es ni una ciudad física ni una sociedad, sino una forma de vida histórica” (Romero, 2009, p. 108) y por tanto es la expresión misma de tal cambio histórico como un actor colectivo. Por tanto, son las configuraciones que se dan en la ciudad las que posibilitan la formación de esos nuevos Sistemas de Relaciones. Tal idea, en este trabajo, se somete a crítica desde los supuestos del pensamiento de Oswald Spengler (1922), representando una ruptura misma con esta postura propositiva conforme al desarrollo del hombre, la Historia y Cultura Occidental y por tanto, abriendo paso a una discusión que debe darse con prontitud y más en nuestro momento actual, donde, nuestro desarrollo se piensa desde toda esfera social y de formación como un desarrollo progresivo siendo necesario reflexionar en torno a la interpretación dada a la Historia y, por consiguiente, a las demás ciencias que se relacionan directa o indirectamente con ella - lo anterior, gracias a la idea legitimada por la comunidad científica de concebir la Historia como lineal y que hoy ha generado que este tipo de posturas conforme a la Historia y su interpretación sean marginadas e incluso adquieran un carácter de disidencia-; una discusión que se ha intentado dar en la Filosofía de la Historia y que tiene que ver con la Historia misma y el hombre que la construye, entendiendo que en esta construcción la ciudad es la expresión que permite visibilizar su desarrollo. Así, a partir del estudio de la ciudad desde las obras de Spengler y de Romero se abre paso a una discusión propia del paradigma Histórico-Geográfico que da paso a las siguientes líneas que, carentes de esa neutralidad axiológica, se sitúan desde la perspectiva de una de las dos posturas primeramente mencionadas. Frente a tal estudio de las obras de Romero y Spengler, teniendo la ciudad como eje de análisis, es oportuno preguntarse entonces sí:.

(8) 1.3 Pregunta problema. ¿Es posible en la actualidad consolidar nuevos Sistemas de Relaciones, a la luz de las propuestas espaciales y socio-culturales de José Luis Romero, que, sucedan a las existentes en la Cultura Occidental?. 1.4 Objetivos. Para responder a lo anterior resulta imperioso establecer un objetivo que, pensado en su realización, trate de dar opciones al interrogante principalmente, sin desviarse en gran medida de su propósito. Igualmente, acompañado y sujeto a este objetivo pensar en otros que respondan al objetivo central y, por tanto, al interrogante mismo. Así, en la búsqueda de perseguir unas pautas base desde la cual dar forma al presente trabajo se pensó:. 1.4.1 Objetivo General. Reflexionar en torno a la creación de nuevos Sistemas de Relaciones, fundamentados en José Luis Romero, así como su posibilidad e imposibilidad en la realidad concreta y en la ciudad desde el pensamiento de Oswald Spengler y el Vitalismo Cultural..

(9) 1.4.2 Objetivos específicos. -. Caracterizar la propuesta de la creación de nuevos Sistemas de Relaciones en las obras de José Luis Romero y el papel de América Latina junto con el barrio como escenario de construcción cultural.. -. Consolidar, desde el pensamiento de Oswald Spengler y sus hipótesis centrales, enfrentándolas a propuestas de José Luis Romero, una lectura crítica de estas últimas.. -. Generar un nuevo espacio de reflexión en torno a la relación existente ciudad-cultura con base a los supuestos de la Filosofía de la Historia y el Vitalismo Cultural de Oswald Spengler. 1.5 Horizonte teórico. Bajo la corriente de la renovación historiográfica, la cual surge en Argentina, sobre la idea de una re-lectura de la Historia Nacional desde una perspectiva científica en diálogo con las Ciencias Sociales y las corrientes historiográficas internacionales contemporáneas (estructural-funcionalismo), Romero pone en el escenario y desarrollo de la ciencia histórica una “Teoría de la Historia”, que, es consolidada desde la perspectiva de la Historia Social. Así, esta Historia Social será el eje que tomará Romero en el desarrollo de sus obras (priorizando la Historia de las sociedades, la cultura y las fuentes literarias por sobre la Historia del Estado, la política y el método mecánico-causal implícito en ésta desde otras corrientes y/o enfoques) y también el que, en el análisis que se realizará a su categoría de Nuevos “Sistemas de.

(10) Relaciones”, nos permitirá comprender desde un enfoque y/o perspectiva teórica sus reflexiones propositivas y análisis mismo en torno a la Ciudad Occidental y la Historia misma. Tal Historia Social le otorga una importancia a la Sociedad y a la Cultura como sujetos centrales de la Historia, posición evidentemente contraria a la Historia Política y Nacional, donde se resaltan figuras individuales como componentes fundamentales de la construcción histórica (héroes, reyes, estadistas, etc.) Esta perspectiva está fundamentada y/o consolidada gracias al desarrollo y recepción del materialismo histórico, de origen marxista, a lo largo del Siglo XX que fue adaptado y modificado en escuelas como la escuela de los Annales en Francia o la escuela Past and Present en Inglaterra. Así, se desarrolla la Historia Económica y la Historia Social, que, primeramente, estaban fuertemente ligadas. Por otro lado, se encuentra un enfoque teórico que ha sido poco explorado debido a su marginación y carácter de disidente que ha sido configurado gracias a tal marginalidad. Fundamentado en la corriente de la Filosofía de la Historia, Oswald Spengler desarrolla un enfoque Fisiomático de la Historia con la intención de consolidar una Morfología de la Historia donde, primero, se resalta una Visión Cíclica de la Historia, contraria a la visión lineal y el desarrollo progresivo de la Historia de Occidente, por otro lado se resalta la idea de los Símbolos máximos como expresiones por antonomasia del carácter distintivo de cada Cultura. En cuanto a esta última (La Cultura) se establece la existencia de unas Altas Culturas que, no sólo contienen tal visión cíclica sino que también presentan un Desarrollo Orgánico y unos estadios a los cuales, tanto las Altas Culturas como la Historia de cada una de ellas, no pueden escapar; dichos estadios están marcados por un carácter vitalista de las culturas situando múltiples fases: “fase de nacimiento”, “fase de desarrollo”, “fase cultural” o de plenitud, una “fase de civilización” o de decadencia y una “fase de anquilosamiento” o muerte. Articulando lo anterior tal enfoque.

(11) Fisiomático de la Historia identifica y desarrolla unos Ciclos Vitales Predecibles que, en su reflexión y comprensión, contribuyen de gran manera a la reflexión y comprensión misma de la Historia y la Cultura Occidentales. En la articulación de los anteriores horizontes teóricos la Ciudad se vuelve un eje de análisis principal en cuestión. Ésta es concebida como un protofenómeno de toda Cultura y como una forma de vida histórica que contiene el desarrollo de una Cultura o una serie de Culturas que marcaron el desarrollo y expresión de la misma. Bajo esta idea se reflexiona en torno a la existencia y dinámicas de la Megalópolis, así, como la existencia y dinámicas de la “Ciudad Mundial” o “Gran Urbe”, la “Ciudad Provincia” o “Ciudad Rural” y el Campo. Lo anterior para resaltar el papel de los enormes centros urbanos y suburbanos con la Cultura y su Desarrollo Orgánico. Por otro lado, el Barrio constituye una unidad a menor escala en la que, según Romero, se posibilita la formación de esos Nuevos Sistemas de Relaciones, se puede superar un actor, una expresión y una etapa de Occidente y se hace manifiesta una “Concentración Cultural” como expresión por antonomasia de tal superación, así, se identifica en éste (el barrio) un fenómeno que, aparentemente posibilita el escenario de auge de esos Nuevos Sistemas de Relaciones y que, por tanto, es un eje fundamental en la reflexión propositiva desde Romero que, en el presente trabajo, se analizará a la luz de la propuesta de Spengler..

(12) 1.6 Horizonte metodológico. El tipo de investigación que se realizará en el presente trabajo es una Investigación Documental y de información, donde, se realizará un análisis de información escrita acerca del tema de investigación u objeto de estudio. Así, al reflexionar en torno a los métodos de investigación social se encuentra, en la Investigación Documental, un buen eje metodológico en la investigación pues, mediante éste se logra desarrollar de manera adecuada la investigación misma aquí expresada. Lo anterior ya que “la investigación documental es una técnica que consiste en la selección y recopilación de información por medio de la lectura y crítica de documentos e información” (Baena, 1985, p 72)1 y ésta “...se caracteriza por el empleo predominante de registros gráficos y sonoros como fuentes de información..., registros en forma de manuscritos e impresos,” (Garza, 1988, p 8)2, por tanto, la revisión documental se convierte en el punto central del cual se desprenderán las posteriores reflexiones del trabajo investigativo. Conforme a la especificidad del trabajo, tal investigación documental irá guiada a la recopilación del material en torno al desarrollo teórico y/o conceptual de los dos autores en cuestión (José Luis Romero y Oswald Spengler) conforme a los ejes conceptuales y categorías. 1. Licenciada en Ciencias de la Información, Maestra en Administración Pública y Doctora en Estudios Latinoamericanos. Miembro de la World Future Society, de la Association of Professional Futurists, de la World Futures Studies Federation (executive Board) y Vicepresidenta para la región iberoamericana de la misma WFSF. Profesora de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) desde 1968, coordinadora del Seminario de Estudios Prospectivos de la UNAM. Profesora de Posgrados en la Universidad Externado de Colombia. Dirige las Series Working Papers, Papers de prospectiva y Cuadernos de Pensamiento Prospectivo Iberoamericano. Dirige la Revista del Instituto de Administración Pública del Estado de México. 2 licenciado en derecho por la Universidad de Nuevo León (1958) y maestro en bibliotecología por la Universidad de Texas (1965). Fue jefe de la Biblioteca de la Facultad de Economía (1959-1965) y del Departamento de Bibliotecas de la Universidad de Nuevo León (UNL) (1965-1966). Es profesor-investigador de El Colegio de México asignado a la Biblioteca Daniel Cosío Villegas de la que fue director (1966-1989). Investigador nacional de México desde 1989..

(13) centrales de análisis: Sistemas de relaciones, Barrio, Ciudad, Cultura Occidental. Por tanto, como afirma Franklin3 (1997) “se deben seleccionar y analizar aquellos escritos que contienen datos de interés relacionados con el estudio...,” (Franklin, 1997, p 13). Así, entonces, la investigación documental es la técnica que posibilita la obtención de documentos nuevos donde se describe, analiza, critica y compara temas, enfoques epistemológicos, posturas, modelos, etc. Mediante el análisis de las fuentes de información que los contienen. Su desarrollo genera, como producto - en un continuo producirse - diferentes tipos de trabajos documentales (Compilaciones, ensayos, críticas valorativas, estudios comparativos, memorias, monografías, etc.). Para el presente trabajo se realizará, en específico una crítica axiológica o valorativa pues, ésta, busca señalar las cualidades y defectos en las obras, ya sean de tipo artístico, científico o filosófico. Lo anterior, teniendo en cuenta la clasificación otorgada por Baena, 1985; Tenorio, 1992 de la investigación documental como método de la investigación social. Tal crítica valorativa se enmarca en el tipo de investigación documental argumentativo exploratorio, pues, este tipo en particular nos posibilita y conlleva a concluir en el tema central y el desarrollo de las obras en cuestión, con una crítica, la cual, se realiza una vez obtenida la recolección suficiente de datos, lo cual, es indispensable en la evidencia de consecuencias, estadísticas, causas y hechos entre otros. Esto, a comparación del tipo informativo expositivo, que, se remite a la mera recolección o extracción de información pertinente pero la crítica no se presenta, cumple un papel meramente informativo. 3. Licenciado en Administración de Empresas. Magister en Administración Pública. Diplomado en docencia universitaria de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Catedrático de la Universidad Anáhuac del Sur, Universidad Iberoamericana, Universidad Intercontinental y la Universidad del Nuevo Mundo. Profesor titular de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Profesor visitante de la Universidad de Carabobo (Venezuela), Universidad de Andrés Bello y de la Escuela Superior de Economía y Negocios (El Salvador). Miembro honorario del Colegio de Administradores de Empresas en Bolivia. Conferencista Internacional de la Universidad Americana de Managua y miembro de la Organización Latinoamericana de Administración..

(14) Por otro lado, las fuentes empleadas en el desarrollo de la investigación documental como método de investigación social de tipo argumentativo exploratorio, eje del presente trabajo y, con base, al trabajo documental crítico valorativo serán fuentes primarias, secundarias y terciarias pues, se trabajará conforme al material de primera mano, textos basados en fuentes primarias que contengan reflexiones, análisis, síntesis, interpretaciones y/o evaluaciones de las fuentes primarias y una selección de bibliografía, listas de lecturas y artículos específicos. Así, estas fuentes estarán contenidas como fuente escrita de forma bibliográfica (publicaciones puntuales), audiovisual y el Internet como expresión de fuente escrita y audiovisual. Por tanto, una vez identificada y determinada la elección del tema, en el presente marco metodológico se establece los tipos de fuentes necesarias para la investigación y se establece las formas, métodos y tipos de obtención y búsqueda de la información referente al tema, para, posteriormente, realizar la recopilación de la información encontrada por medio de estas fuentes de información y conforme al método de la investigación documental, de tipo argumentativo exploratorio, realizar el trabajo documental crítico valorativo. Esto, una vez recopilada la información puesto que se tratará la información de forma tal que de ésta se pueda analizar y extraer lo que concierne y es importante para el tema, información obtenida por los tipos de fuentes ya expresados, así, logrando desarrollar a buen término la investigación documental para realizar el trabajo crítico valorativo pretendido..

(15) 2. José Luis Romero. “Un vasto movimiento tiende a hacer de las ciudades los focos de la vida económica, social y espiritual de la época; pero la poesía prefiere suponer que la felicidad está en la vida campesina, entre los pastores y a la sombra de los árboles” (Romero, 1961). José Luis Romero marca una pauta en la comprensión histórica debido a sus consideraciones, pensadas, desde la renovación historiográfica y el desarrollo de la Historia Social como métodos para comprender la historia misma, así, es oportuno iniciar con la descripción de estos dos fenómenos, para, posteriormente, adentrarnos en el pensamiento desarrollado por Romero “dentro” de dichas bases con carácter científico y que, atañen a la disciplina de la Historia como comprensión de la realidad. La Historiografía contemporánea resulta hoy día como una manifestación antitética de la “Historia tradicional” basada en la narración del pasado y el análisis textual de los “protagonistas de la historia” condensados en documentos y asumidos como hechos históricos veraces, así: “esta historia de la historiografía era [y es] precisamente el análisis crítico de la evolución del pensamiento histórico, es decir el estudio comprehensivo de la manera en que se van transformando las concepciones, los horizontes, las perspectivas, los métodos y también los resultados historiográficos de los propios historiadores” (Aguirre, 2005)..

(16) Bajo tal supuesto se han desarrollado corrientes de un marcado carácter histórico que, implícitas en ese concepto crítico, se han consolidado de forma tal que hoy se reconocen como fuertes paradigmas en el pensamiento histórico. El paradigma marxista, el cuantitativista y el de la escuela de los Annales generaron nuevas perspectivas que, a su vez, “enriquecieron” – más que enriquecer, pluralizar – el debate teórico sobre la Historia y la comprensión histórica. En este marco, en Argentina, Romero parecía elaborar una idea de la historia cercana a la de los primeros anales, por lo que, sea dicho de una vez, se le ha considerado como un pensador de dicho paradigma que ha contribuido a la renovación historiográfica en Argentina, a través de sus pensamientos, basados en la Historia cultural o Historia social. Junto a él, otros pensadores consolidaron el auge de dicha historiografía y eran “historiadores que promovían una relectura de la historia nacional desde una perspectiva científica que se nutría en un diálogo con las ciencias sociales y el contacto con las corrientes más renovadoras de la historiografía internacional” (Ministerio de Educación y deportes de la República Argentina, 2015). En tal contexto es que Romero logra estructurar académica y científicamente los supuestos que erigirán su pensamiento en Argentina y, visto a la luz de la renovación historiográfica internacional, como paradigma emergente y en consolidación. La Teoría de la Historia desarrollada por Romero será el eje, con base a la renovación historiográfica, que tomará el pensador, esta es, la Historia Social, visión en la que se priorizará la historia de las sociedades, la cultura y las fuentes literarias por sobre la historia instituida desde el Estado, la política y el método mecánico-causal implícito en estas dos corrientes y/o enfoques. Así, la Historia Social de Romero, al otorgarle importancia a la Sociedad y a la Cultura y considerarles como sujetos centrales en la historia, lo hace en posición evidentemente contraria a la Historia Política y Nacional, donde se resaltan figuras individuales.

(17) como componentes fundamentales de la construcción histórica (héroes, reyes, estadistas, etc.). Esta perspectiva está fundamentada y/o consolidada gracias al desarrollo y recepción del materialismo histórico, de origen marxista, a lo largo del Siglo XX, que fue adaptado y modificado en escuelas como la escuela de los Annales en Francia o la escuela Past and Present en Inglaterra. Así, se desarrolla la Historia Económica y la Historia Social, que, primeramente, estaban fuertemente ligadas y de la cual, aparentemente, estaría en deuda el pensador argentino. Lo cierto es que, como se verá, la postura de José Luis Romero frente al fenómeno histórico, es una postura totalmente crítica de la Historia tradicional, además, no está alejada en gran medida de los supuestos marxistas y de los Annales de la renovación historiográfica, así, adentrándonos en el constructo teórico-conceptual de José Luis Romero se identifica que, a pesar de tener como base la Historia Social, esta difiere en alguna medida de los supuestos mencionados anteriormente. En cuanto a lo que representa la Historia para José Luis Romero, Luis Alberto Romero afirmaría, en el prefacio de La vida histórica que ésta [La Historia], representa para su autor dos preocupaciones, la primera en relación al carácter dialéctico de la historia entre el proceso creador y lo creado y la segunda, concerniente a determinar el lugar de la Historia en las ciencias del hombre, ciencias que, en la intención de enriquecerla amenazaron con su esencia, el devenir. (Romero, 1988). Lo anterior se hace evidente en José Luis Romero cuando habla de la vida histórica la cual sitúa en tres momentos que le dan su esencia junto a una variable arquetípica. Así, concibe la vida histórica como pasado en cuanto que “lo que contiene el pasado es el flujo continuo de la ‘vida histórica’, en el que está instalada la vida y la creación cultural de todos los individuos que han existido o existen” (Romero, 1988, p. 16 – 17), como.

(18) presente, el cual, es a su vez una representación de una instancia subjetiva del individuo y, en general, del hombre y, por último, como futuro. Sin embargo, tal visión simplista no puede describir la “vida histórica”, lo que permite comprenderla es identificar que, lo que sucede dentro de ese marco temporal (Pasado, Presente y Futuro), constituye el carácter dialéctico entre ese proceso creador y lo creado y por tanto ocupa un lugar central en el pensamiento histórico y, de hecho, para las ciencias antroposocioculturales pues constituye, representativamente, lo que para las ciencias físico-naturales sería la naturaleza, es decir, el devenir asumido como un concepto integral o, en palabras de Romero, “la temporalidad del trascurso y la temporalidad del cambio, esto es, una temporalidad experiencial del devenir biológico del individuo, del devenir social de los grupos y del devenir de la creación cultural” (Romero, 1988, p. 17) resaltando la importancia de los tres conceptos (Tiempo, cambio y trascurso) para la “vida histórica” y, por tanto, para la historia misma aunque no representen la comprensión de la totalidad del concepto global. Aquí, yuxtapuesto a ellos, se identifica que la “vida histórica” y la historia están contenidas en otra tríada donde se resalta el sujeto histórico como protagonista de dicha vida histórica [como ejemplo, para el caso de la cultura y vida histórica occidental en su Tercera Edad será la burguesía del cual se hablará ampliamente el líneas posteriores], el concepto de estructura histórica como “conjunto de la creación creada… o ‘vida histórica vivida’” (Romero, 1988, p. 18) que, al representarse en el presente, está mediada por una estructura real y una ideológica, es decir, entre la realidad histórica y sus interpretaciones. Es decir, y para desarrollar a cabalidad esta reflexión de Romero, la estructura histórica es relevante en cuanto que “a toda estructura socioeconómica corresponde una estructura histórica que le sirve de sustento y fundamento, y al mismo tiempo le ofrece una ley de su dinámica” (Romero, 1987, p. 28) tal estructura histórica parte de la premisa de que la.

(19) sociedad vive y crea cosas. Y, para comprender las dinámicas, resultado de esto, José Luis Romero piensa la estructura histórica como estructura real y estructura ideológica donde la estructura real “es el conjunto de relaciones y funciones creadas hasta el momento en que esa sociedad realiza el acto creador” (Romero, 1987, p. 24) y la estructura ideológica, la cual define como aquella estructura que “es una sucesión de estados de conciencia, que cristalizan en modelos interpretativos y modelos proyectivos” (Romero, 1987, p. 24) – para comprender esta última en su funcionalidad Romero afirma que “lo importante de la estructura ideológica [teniendo en cuenta sus modelos interpretativos y proyectivos] es que de algún modo indica la manera de durar, reproducirse y transformarse de la estructura” (Romero, 1987, p 28) y esto es posible mediante la institucionalización – jugando así, entre estas dos estructuras la relación entre lo ya creado y lo que se va creando. Por último, el proceso histórico, el cual “es, sumariamente, el conjunto articulado de actos y accidentes mediante el cual opera el sujeto histórico de la creación cultural” (Romero, 1988, p. 18), es decir, la “creación creadora” mediada por hechos históricos en estrecha relación con los sujetos históricos y que posibilitan identificar las estructuras implícitas en la estructura histórica misma. En palabras de Romero, esto implica que “Cada hombre, cada grupo social, se encuentra en cada época ante la vida con un cierto caudal de posibilidades, con un cierto repertorio de ideas y preferencias que condicionan su sentido total; con una ordenación, sobre todo, de sus juicios de valor, que le hacen apreciar de una determinada manera el mundo que constituye su contorno” (Romero, 1988, p. 40).

(20) Y el conjunto de todas ellas es lo que constituye la vida histórica, es decir, el devenir implícito en el pensamiento histórico e inescindible de las ciencias antroposocioculturales lo que le da una relevancia a otro concepto fundamental en Romero, la Cultura. Así, Romero afirma que en la comprensión de la historia es inescindible la historia de la cultura pues, como afirmó, al buscar establecer una Historia de la Cultura, “Un cuidadoso exámen de las exigencias que hoy se consideran ineludibles en el campo de los estudios históricos parece autorizar la hipótesis de lo que llamamos la historia de la cultura es, en realidad, simplemente la historia” (Romero, 1988, p. 121) así, si “la historia de la cultura es pura y simplemente la historia, habrá que referir a ella y a sus peculiaridades los innumerables problemas que se han planteado o dilucidado partiendo del supuesto de que la historia es solamente la historia de hechos y especialmente de hechos relacionados con la convivencia social, esto es, una y acaso la más sumaria de sus formas” (Romero, 1988, p. 121). Lo anterior permite abrir paso a la reflexión en torno a la Cultura como aspecto histórico y, más propiamente, a la Cultura Occidental para comprender lo significativo que llegan a ser, para el pensador argentino, la creación de Nuevos sistemas de Relaciones que la dinamicen..

(21) 2.1 La Cultura Occidental. Antes de hablar en propiedad de las consideraciones de Romero, acerca de la Cultura Occidental, es oportuno mencionar bajo que supuestos, el pensador argentino, concibe la cultura y sus formas de comprensión. Lo anterior resulta de vital importancia pues será la base misma de la que partirá su desarrollo conceptual y reflexivo de la Cultura Occidental. Metódicamente, Romero emplea en la comprensión de la cultura un método organicista, propio del historicismo alemán y que, como se evidencia en sus trabajos, será el principio rector de toda propuesta por él desarrollada, la cual, en cuanto se refiere a la historia, se consolidará como método de comprensión y estructuración de “…cuadros explicatorios de enteros procesos civilizatorios” (Gorelik, 2009, p. 22). Así, y teniendo como base el principio organicista: “Lo que [Romero] llamaba comprensión era el esfuerzo por captar en la multiplicidad de expresiones de una cultura (sea la de una sociedad, sea la de un grupo particular) la unidad que la engendraba. ‘Por la vía del comprender, se llega a reducir los fenómenos de superficie, los signos de las vivencias que les dan origen, y se descubre, entonces, en la realidad espiritual, una estructura que constituye el núcleo de una cultura histórica: esa estructura se expresa como una concepción del mundo’” (Altamirano, 2001, p. 318) Es decir, a través de dichas expresiones de la cultura se puede identificar su unidad, su espíritu y su concepción del mundo, lo anterior, constituyendo las particularidades de cada cultura implícitas en un núcleo pero que se expresan superficialmente. Otros aspectos claves que se enmarcan dentro de la visión organicista son, que la cultura es expresión de la.

(22) historia y por tanto debe ser comprendida; que la ciudad como forma de vida y como expresión artística es objeto de análisis en la comprensión de una cultura y de la historia misma y, también, que existen unos estadios, etapas o momentos de las culturas que marcan su desarrollo. Hablando en propiedad de la Cultura Occidental, y teniendo en cuenta el método empleado por el pensador argentino ¿Qué identifica Romero como unidad cultural y concepción del mundo de la Cultura Occidental? En principio, enunciaremos que es la universalidad, pero, para comprenderlo, es necesario identificar, que llevó a la Cultura Occidental a tal acepción y esencia espiritual. Por tanto, impera en un primer momento, describir, según Romero, como se ha desarrollado la Cultura Occidental hasta nuestros días, teniendo en cuenta ciertos imperativos en su reflexión basados en la premisa crisis-transformación. Posteriormente se establecerá un desarrollo conceptual e histórico de la relación inescindible entre el mundo urbano y la Cultura Occidental, realizando una breve descripción de la Ciudad Occidental a la luz de su carácter histórico y artístico para, posteriormente, identificar la importancia de la ciudad para la mentalidad burguesa y la emergencia de Nuevos Sistemas de Relaciones ante el anquilosamiento de dicha mentalidad aparentemente.. 2.2 Edades de la Cultura Occidental. La Cultura Occidental, al igual que las demás formas culturales existentes, contiene edades o etapas que constituyen su desarrollo, así como también, representan el producto en continua reelaboración de carácter histórico de la cultura específica de la cual hacen parte. Es decir, dentro del supuesto organicista, se encuentra que, en todo organismo cultural.

(23) existen unos momentos que se atraviesan, sin posibilidad de eludir, pues dichos momentos hacen parte del desarrollo mismo del organismo llamado cultura, así, entonces, se consideran como etapas de desarrollo que por ser esenciales no puede ser evitadas, a menos que un fenómeno exógeno al organismo puedan alterarlas, es decir, en este caso, la imposición de una cultura por sobre otra aniquilándola en su totalidad. Lo anterior, no es posible en Romero, ya que, como afirma al hablar acerca de la Cultura Occidental y su Tercera Edad: “Los supuestos que caducan pueden ser reemplazados por otros que subyacen en el vigoroso torrente de su tradición, acaso enriquecidos con nuevos legados que podrían incorporarse – y de hecho se están incorporando ya – a su estructura, sincrética desde su origen” (Romero, 1961, p. 60). Así, desde Romero se identifica que, una cultura no puede ser anquilosada en su totalidad ya que el carácter de “renovación” siempre estará implícito, pues, su base sincrética tiene múltiples aristas desde las cuales puede reelaborarse en su desarrollo, impidiendo que éste llegue a un fin y por lo mismo, en la cultura. Con base a lo anterior, Romero afirma que: “Pasarán sus formas temporales, pasarán los que ejercen la supremacía dentro de su ámbito, pasará el mundo dividido, pero la Cultura Occidental no pasará. Como no han pasado nunca del todo al oscuro abismo del olvido la China de Confucio o la India de Buda, la Grecia de Platón o la Roma de Virgilio. Porque es propio de la creación del hombre sobreponerse al efímero destino del que le ha dado vida y renovarse en los hijos de los hijos” (Romero, 1961, p. 60)..

(24) Como veremos, en la tercera y última edad [En el texto de Romero, más no en la Cultura específica] de la Cultura Occidental, se puede identificar un proceso de reelaboración que, posteriormente, será articulado con los Nuevos Sistemas de Relaciones y con conceptos como el barrio. Por otro lado, tal concepción de las edades de la Cultura Occidental está marcada por una manifiesta oposición frente a la concepción de la Historia tradicional, así, se evidencia que, en dicha Historia Tradicional, se habla de una historia de la humanidad mientras que, en la posición de Romero – la cual es heredera, como se mencionó anteriormente, del historicismo alemán – la historia está estructurada y compuesta por diferentes organismos (Culturas) que, en su desarrollo no manifiestan una linealidad unívoca, sino, unos procesos particulares que se desarrollan como propios, pero están marcados, en su base por la interacción continua de dichos organismos imprimiendo, por antonomasia, un carácter histórico. Así, una vez aclarada la base por la que se concibe la Cultura Occidental según Romero sus edades se comprenden bajo dicha dinámica en el desarrollo histórico y al describirlas, evidenciarán lo anteriormente expuesto al igual que su afirmación de que “nada se pierde y todo se transforma en el mundo de la cultura” (Romero, 1961, p. 49).. 2.2.1 La Primera Edad. La Cultura Occidental tiene su origen en una síntesis de variados elementos, por lo que, antes de constituirse como cultura, presentó unos momentos primigenios a su formación y por tanto al desarrollo de su Primera Edad..

(25) Así, la Cultura Occidental tiene sus orígenes en el Mundo Romano, ese mundo comprendido por el Imperio Bizantino y los reinos romano-germánicos que simbolizarán unos valores culturales y futuras ramas disidentes de la cultura clásica. En tal momento la Cultura Occidental se desarrolla en torno a dos crisis, la crisis del Imperio Romano y la que representaba el fortalecimiento e imposición del orden cristiano-feudal, así, identificando como orígenes de la Cultura Occidental – en el sincretismo de los elementos presentes en dicho contexto – el origen romano, germánico y hebreo-cristiano. Del origen romano puede decirse que se constituyó como legado gracias a la intensa romanización en el Oeste y las débiles tradiciones locales que permitieron tal grado de dominio y, por antonomasia, influencia. Agentes como los ejércitos romanos, las colonias militares y la religión pública – la cual dotaba de un carácter sagrado al Estado – permitieron el establecimiento de un sistema de valores absolutos enmarcado en lo que Romero afirma como el formalismo y el realismo romano. El formalismo romano se comprende como “la tendencia a crear solidas estructuras convencionales para conformar el sistema de la convivencia” (Romero, 1961, p.15), este formalismo se hacía práctico en el realismo en cuanto que el mundo romano, a través de éste, descubría las relaciones específicas del contexto histórico entre el hombre y la naturaleza, así como las existentes entre los hombres, lo anterior basado en la experiencia y permitiendo al Mundo Romano generar un activismo radical y un individualismo acentuado, los cuales, se heredarán en la Cultura Occidental. Lo anterior se posibilitó gracias a la disolución del Imperio Romano, el cual, romero comprende debido a tres factores, la influencia de las religiones orientales (“El cristianismo era contrario a la romanidad y al imperar hería vitalmente a ésta” Romero, 1961,.

(26) p.15), la impotencia militar y el resquebrajamiento de la moral ciudadana. Es, bajo estas condiciones y consideraciones, como surgen los particularismos que acabarían con el imperio: la Galia y los Contingentes Germánicos, éstos emergerán dando fin al Mundo Romano pero con la idea de la romanidad implícita al instaurar, ésta última, un sistema de valores absolutos. El legado hebreo-cristiano, como se mencionó en líneas anteriores, era contrario a la romanidad pues su visión y esencia son antagónicos a ésta. El cristianismo pensaba la ciudad celeste en contraposición a la ciudad terrestre del Mundo Romano, en esta ciudad celeste el cristianismo desertaba de la vanidad propia del Mundo Romano, vanidad representada en la riqueza, el poder y la gloria. Es decir, bajo tal idea el legado hebreo-cristiano se desligaba de aquella idea terrenal propia de la romanidad y al ser esencia misma de su visión del mundo, tenía que ser antagónica a ésta. Sin embargo tal legado hebreo-cristiano mantendría, una vez imperara, la organización imperial de Roma, dinámica que posibilitó su continuidad e influencia como origen en la Cultura Occidental en el orden cristiano-feudal. Por último, el legado germánico, el cual exalta la idea del valor y la destreza, llevaría a la Cultura Occidental el ideal heroico. Esto, lo lograría, a través de una concepción aristocrática de la vida, la cual, puede ser identificada como el único, pero trascendental legado que dejó la influencia germánica ya que ésta, se encontraría sometida por los ideales romanos y hebreo-cristianos materializados en la idea del Estado, la Iglesia y Dios. Así: “La Cultura Occidental comenzó a elaborarse como un sistema de vida heterogéneo, que buscó a lo largo de los siglos los supuestos radicales que le daban unidad interior. Acaso.

(27) esa labor sea uno de los rasgos que mejor caracterizan su devenir histórico” (Romero, 1961, p.22 – 23). Durante dicho proceso se identifica el inicio de la Primera Edad de la Cultura Occidental, tal momento es concebido, desde la Historia tradicional o la visión positiva de la Historia, como la Edad Media, una etapa donde se produce un “… abismo, del que volvió a salirse con el renacimiento, que inicia la Modernidad” (Romero, 1961, p.23) pero, contrario a esto Romero afirma que la Primera Edad de la Cultura Occidental o mal llamada Edad Media “constituye una novedad en cuanto conjuga de manera singular aquellos tres legados [Romano, hebreo-cristiano y germánico], configurando un estilo cultural nuevo que persistiría por muchos siglos en el Occidente” (Romero, 1961, p. 23 – 24). Así Romero, desde una visión histórica progresiva, concibe que la Primera Edad de la Cultura Occidental es una lenta progresión entre la típica romanidad a la Cultura Occidental, identificando en esta etapa de transición, dos momentos claves: la Baja Romanidad o los últimos tiempos del Imperio Romano y la Temprana Edad Media [según la idea positiva de la Historia], la cual, va hasta la disolución del Imperio Carolingio. Este fenómeno surge, de manera similar, para Romero, con el Renacimiento y la Modernidad, es decir, la existencia de una etapa de transición entre el siglo XIV y el Siglo XV que categorizaría al Renacimiento como “transformación”, dando validez a su idea acerca de las crisis como conceptos propios de la transformación como se verá más adelante en las demás edades propias de la Cultura Occidental. Entrando en materia, en cuanto a la Primera Edad de la Cultura Occidental Romero afirma que, ésta, se desarrolla en dos crisis, las cuales mencionamos anteriormente: La.

(28) crisis del Imperio Romano y la crisis por el surgimiento y establecimiento del ordencristiano-feudal. Crisis que derivarían en una transformación: el surgimiento de la Cultura Occidental, pero tal transformación no fue en un momento histórico específico, ésta contenía varios periodos. Aquí Romero difiere de Gustav Cohen en cuanto que éste último concibe el origen de la Cultura Occidental como la Edad Media sin diferenciación alguna, identificándola como la Época de la génesis, para Romero, dicha Época de la génesis se da en los primeros cinco (5) siglos de la Primera Edad, es decir, lo que se conoce desde la Historia Tradicional como la Temprana Edad Media, edad donde existiría una dinámica de marcada importancia entre los Reinos Romano-germánicos y el Imperio Carolingio. Con respecto a éste hecho afirma Romero que: “Asistimos al choque de diversos grupos étnicos manifestado en borrascosos episodios de lucha por el predominio, pero asistimos también – y el espectáculo es más apasionante aún – a la toma de contacto entre distintas tradiciones que confrontaban sus usos y costumbres, sus regímenes económicos, sus normas morales, sus concepciones de la vida individual y colectiva y sus imágenes del trasmundo” (Romero, 1961, p. 25) Lo anterior, entonces, tendrá como características que, producto de tal crisis existe un choque de grupos étnicos y sus formas particulares y por tanto un predominio manifiesto, producto de tal predominio se establecería como legítima y hegemónica la idea cristianizada de la romanidad y el establecimiento de una organización pre-feudal en las nuevas condiciones de la realidad que eran producto y hacían parte del producirse de dicha crisis y más tarde posibilitaría la constitución en pleno vigor del orden cristiano-feudal producto de la disolución del Imperio de Carlomagno, así:.

(29) “el orden cristiano-feudal llegó a ser, precisamente, un orden porque se constituyó apoyado en el consenso general, otorgado porque se adecuaba a la realidad y satisfacía, en el orden práctico y en el orden espiritual, las necesidades y aspiraciones de los distintos grupos sociales”(Romero, 1961, p. 27) Se establece así el feudalismo como un ajuste de las instituciones a la realidad, ajuste que no es superpuesto sino que está legitimado por los mismos grupos sociales, como esencia de tal fenómeno [Feudalismo] se establece una aristocracia terrateniente, la cual, también, al no superponerse a la nueva realidad, comprendía la tierra como fuente de riqueza y resolvía el problema del poder político ya que, debido a la ineficacia de poder central monárquico, esta aristocracia terrateniente lograba instaurar dicho poder político en las esferas locales y/o particulares, las cuales no podían ser abarcadas en su totalidad por dicho poder central. Como se ajustaba a la realidad sin problema alguno, el feudalismo y la aristocracia terrateniente fundaron un régimen legítimo pues “lo que caracterizaba a éste régimen económico, político y social basado en la desigualdad y en el privilegio es que recibió el asentimiento de todos porque resultó más justo que el que regía como supervivencia de las tradiciones romanas” (Romero, 1961, p. 28). El régimen feudal se consolidó aún más gracias a la teoría jurídica y filosófica que lo acompañó, un esquema aristotélico donde se concebía a la sociedad como organismo con distintos actores, los cuales, desempeñaban distintas funciones. Bajo tal idea de categorizó a tales actores como Oradores, Defensores y Labradores, los oradores estaba encargados de mediar la relación del hombre con Dios propia del legado hebreo-cristiano, los defensores encargados de la defensa y el gobierno y los labradores, quienes hacían parte de la noción del trabajar para.

(30) satisfacer las necesidades básicas del organismo. De lo anterior es posible identificar que la Iglesia influyó en gran medida hasta construir un sistema teocrático, aunque, a pesar de esto, el orden jurídico de la tierra permanecería en manos de la aristocracia terrateniente. Este fenómeno, por no ser resuelto en el orden cristiano-feudal, posibilitó su entrada en crisis en el Siglo XIII. Lo anterior se hace visible en el Siglo XIII mediante las catedrales góticas, la presencia de las universidades, el pensamiento de Tomas de Aquino y lo que representaba el Rey San Luis; para los Siglos XIV y XV la insurrección del legado romano se plasmaría en el Renacimiento como inicio de la Modernidad, lo cual, representaría la lucha con las tendencias teocráticas sobre las cuales se adoptó la concepción romana del Estado. Dicha concepción va de la mano con el nacimiento de la burguesía como nuevo actor protagónico en el desarrollo de la Cultura Occidental. En conclusión: “La crisis de la Primera Edad puede entenderse, en términos generales, como un ajuste del orden cristiano-feudal para incluir en él los elementos de la concepción romana de la vida; de ése ajuste habrá de surgir lo que llamamos la modernidad, cuyos primeros pasos se dan abiertamente en los Siglos XIV y XV” (Romero, 1961, p. 34). Por último, en lo referente a la burguesía naciente y las transformaciones que irían de la mano con ella hacia una segunda edad de la Cultura Occidental, puede identificarse la similitud con el orden feudal, pues se establecería un nuevo sistema que se ajustaría a la realidad donde la burguesía y los campesinos intentarían zafarse del yugo que les oprimía, el yugo de la teocracia. Es, bajo esta idea, que la burguesía cambiaría el valor de la tierra por el valor del dinero y la técnica estaría implícita en mayor medida en este nuevo sistema pues la expansión del orden cristiano-feudal por medio de las cruzadas y después del Cisma de Oriente lleva a reconsiderar una expansión geográfica y de sus posibilidades vitales, Así, la coerción cristiano-.

(31) feudal y musulmana abre la preocupación por el saber de lo natural como sistema explicativo ajeno a la teología, llevando a la idea del dominio de la naturaleza a través de la técnica. Bajo estas condiciones: “La nueva realidad está representada por los condotieros que dominan las ciudades italianas, por los reyes que, como Luis XVI o Fernando el Católico, marchaban hacia el absolutismo, o por los banqueros como Cosimo dei Medici, o por los pintores como Masaccio o Boticelli” (Romero, 1961, p 36). Afirmando Romero que aquí está el triunfo del legado romano, en los albores de la Segunda Edad (Romero, 1961) marcando una nueva crisis y por antonomasia, una nueva transformación que se ajuste a la realidad cambiante por esencia.. 2.2.2 La Segunda Edad. Tras la insurrección del legado romano en el Siglo XV, a través del Renacimiento, surge la Segunda Edad de la Cultura Occidental o la Edad Moderna, allí, en los Siglos XVI y XVII se encuentra una naturaleza contradictoria pues, como afirma Romero, existe una dualidad entre la afirmación vehemente de la realidad y una deliberada elusión de ésta (Romero, 1961), lo anterior, ya que la realidad social es fruto de las transformaciones producidas en el Siglo XIV y el Siglo XV donde, las nuevas formas y contenidos imprimieron su fisonomía a los nuevos tiempos y la acción se refería a los objetivos a realizar por el hombre en el mundo terrenal, por tanto, eran vocación de la mayoría y buscaban satisfacer sus necesidades, es decir, se hace.

(32) implícito un antropocentrismo que jugaría en esa escisión que, Romero, afirma existía en los primeros siglos de la Segunda Edad. Así, se retorna a ese legado romano mediante la persecución de la gloria y la riqueza –propias de la romanidad y la ciudad terrestre – pero, especialmente, la riqueza, idea que estaba ligada al surgimiento de la naciente burguesía y su transición del valor de la tierra al valor del dinero, aquello se lograba mediante el dominio de la naturaleza como voluntad del saber, es decir, mediante la técnica, la cual proveía de una dimensión utilitaria a la voluntad del saber. Esto, ligado a la noción del antropocentrismo permitió establecer a Romero que: “El dominio de la naturaleza – utilitario o desinteresado – obsesiona a gentes que han empezado a mirar su contorno con nuevos ojos: el pintor intenta copiarla, el novelista y el poeta aspirar a describirla, pero el filósofo y el hombre de ciencia quieren descubrir su secreto; ponerlo de manifiesto y ofrecerlo a sus semejantes para que se regocijen en su maravilloso espectáculo o para que aprovechen ese conocimiento con fines prácticos. El goce estético forma parte de los atributos que el hombre se reconoce. Y el hombre comienza a sentirse el más alto valor de la creación, o acaso, para algunos ya, de la naturaleza, en la que se reconoce una realidad última” (Romero, 1961, p. 39) Movidos por esa idea del dominio de la naturaleza a través de la técnica y el fenómeno del antropocentrismo, en conjunto, lo que sería el sistema de tendencias e ideales emergentes se descubrieron tierras que otrora era incógnitas, las cuales, eran tomadas en posesión por hombres que, por supuesto, buscaban la gloria, la aventura y la riqueza – ejemplo de esto último es lo que representaban los Welzer o los Fugger: la dominación desde sus oficinas del tráfico mercantil de buena parte del mundo, estos, como afirma Romero, inclinaban la voluntad de Papas y emperadores y decidían problemas capitales para el mundo (Romero, 1961).

(33) – esto simbolizaba la atracción del espíritu propio de la Cultura Occidental a actividades dentro de un sistema económico, el naciente Capitalismo, así, yuxtapuesto a dinero existieron las aventuras y a la inteligencia [El intelectualismo moderno basado en el pensamiento económico] el descubrimiento de nuevos terrenos inexplicables, inteligencia donde Leonardo, Miguel Ángel, Copérnico, Tico Brahe, Galileo, Paracelso, Harwey y Newton establecían los principios generales comprobables en la práctica llenando de confianza al hombre (Romero, 1961). Con base a esto es posible identificar un conflicto evidente entra la tradición y la modernidad pues: “La nueva imagen del mundo y de la vida que se ha elaborado en los Siglos XIV y XV triunfa y se impone en los siglos siguientes. El triunfo será tan acabado que la vida no podrá desprenderse de esa concepción. Empero, alguien ha descubierto su peligro y ha levantado la bandera de la defensa de los viejos ideales: la bandera de la contemplación, de ascetismo, del renunciamiento, la bandera de Dios, en fin” Romero, 1961, p. 40) Tal circunstancia pareciese oponer estas dos visiones en un conflicto sin posibilidad de superación, y la tradición, al ser legitima por siglos representaba un poder mayor que podía suprimir la naciente concepción moderna, pero, como afirma Romero ante la nueva imagen de la vida “…tenía demasiado vigor para agotarse y, frente a la autoridad que encarnó la defensa de los viejos ideales, se limitó a enmascararse, a encubrir su verdadera fisonomía y a tratar de parecer inofensiva y dócil” (Romero, 1961, p. 41). Es decir, la Modernidad se enmascararía – perdería esta condición, como veremos, en la Revolución Francesa – y, por tanto, se posibilitaría que la tradición se modernizara, esto, logrado a través del Concilio de Trento, La Contrarreforma, la Inquisición y la Neoescolástica. Pues “más que una eliminación de es tradición, la modernidad resultó de un ajuste de suma complejidad entre esa tradición misma y.

(34) las tendencias que habían surgido contra ella” (Romero, 1961, p 42), es decir, del producto [en producirse] de la interacción entre el orden cristiano-feudal y la resurrección de la romanidad a través del Renacimiento, dinámica que demuestra que la Segunda Edad tiene una tendencia a disimular el alcance de su propia transformación. Tal complejidad producto de la interacción entre la tradición y la modernidad pareciese no ser tan significativa, por lo que Romero establece un cuadro de la Segunda Edad, donde afirma que: “Tras la irrupción del legado romano y del reconocimiento de su vigencia [a pesar de su enmascaramiento], el primer ajuste de los legados de Occidente se resuelve en otro más complejo que modifica las proporciones de los elementos integrantes y transforma suavemente el acento de unos problemas a otros. Este proceso volverá a repetirse una y otra vez, y de ahí la complejidad cada vez mayor del panorama de la cultura occidental. Nada se ha perdido, sino que todo se ha transformado mediante esa operación sutil que consiste en modificar ligeramente los valores atribuidos a los distintos elementos que constituyen la cultura” (Romero, 1961, p 42) Es en este instante donde ya se puede identificar claramente en Romero la unidad cultural, núcleo común o realidad espiritual de la Cultura Occidental y que es constitutiva de ésta la cual tiene que ver con el sincretismo y la universalidad. Para este momento las aristocracias se aburguesan siguiendo la transformación misma, el capitalismo se desarrolla y la tradición sobrevive en formas políticas modernas, es decir, se presencia el Triunfo de la Realidad y en este triunfo se evidencia como, para el Siglo XVIII las contradicciones iniciales de la Segunda Edad se resuelven, es decir las que surgen del.

(35) conflicto tradición-modernidad pues “la autoridad que defendía esa tradición –el poder eclesiástico y político – se ha teñido poco a poco de realidad y, naturalmente, ha perdido parte de su empuje, a medida que la realidad convencía de sus supuestos a un mayor número” (Romero, 1961, p. 45) Esto se evidencia en ejemplos de todo tipo, donde tradición y modernidad confluían en una relación de convivencia mediada por el dominio de una sobre otra; la modernidad, a punto de desenmascararse abiertamente sometía a la tradición y la acoplaba a sus lógicas, así, por ejemplo: “el protestantismo intensificó en el Occidente la influencia de la moral del Antiguo Testamento. Sin duda afirmó la idea de que el premio o el castigo se alcanzaban sobre el mundo terreno, y esta idea repercutió sobre el desarrollo del capitalismo, movido por un espíritu de empresa al que amparaba la convicción de que el éxito importaba una recompensa y una justificación” (Romero, 1961, p. 45 – 46) El Siglo XVIII representó un nuevo catecismo con valores existentes desde inicio de la Modernidad donde la Enciclopedia y la Ilustración fueron primados de la razón y el origen divino del poder real (como en Luis XIV y Bossuet) fue refutado por teorías políticas de Locke y Hobbes, con base al principio de contrato social. Así emergería, desde ese primado de la razón la filosofía política de Locke, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, y la economía política de Adam Smith, David Ricardo, Turgot y Quesnay. Juntas promoviendo los ideales de la modernidad de tolerancia, libertad, igualdad, razón y progreso. Esta victoria condujo, como hechos históricos de marcada relevancia, a la Revolución en Estados Unidos, Francia y las colonias españolas, al despotismo ilustrado, al.

(36) ajuste de las monarquías en la solución de problemas de la realidad a principios jurídicos, económicos y administrativos propios de la modernidad, así, como en la promoción de reyes (un actor propio de la tradición) a pensadores que posibilitaron nuevas ideas en la modernidad bajo el principio de la razón. Así, bajo toda esta serie de dinámicas que empezaron a producirse, se identifican dos hechos históricos importantes y representativos, la Revolución Francesa y la Revolución Inglesa o Industrial, éstos, representan la resolución de las contradicciones de los primeros tiempos de la Segunda Edad de forma clara y evidente, representan el triunfo de la burguesía y su idea de vida y la importancia del mundo, frente al trasmundo.. 2.2.3 La Tercera Edad. Una vez se representa esta victoria en tales hechos históricos para el Siglo XVIII, en el Siglo XIX surge la Tercera Edad, también mal llamada Edad contemporánea [Romero afirma que “… no hay manera de llamar ‘contemporánea’ a una época cualquiera de la historia sin dar a entender que se renuncia a descubrir la curva del progreso que contiene” (Romero, 1961, p.50)], la cual, se hace visible por la irrupción del movimiento romántico. Movimiento que surge como reacción al iluminismo y los supuestos radicales del Siglo XVIII y la Revolución Francesa. Dicha reacción es llamada por Romero como el “Tradicionalismo” y comprende el retorno al medievalismo, el cristianismo y el nacionalismo. Este ciclo (el de la tercera Edad) está abierto y se está desarrollando, se generó a raíz de lo que implicó la Revolución Francesa y la Revolución Industrial en el último tercio del Siglo XVIII, es decir:.

(37) “[…] la Tercera Edad resulta de la transición que se opera en el área de la Cultura Occidental a partir del momento en el que confluyen en su seno las consecuencias de las dos revoluciones – la revolución política de la burguesía [Revolución Francesa] y la nueva revolución técnico-económica [Revolución Industrial] –, confluencia cuya primera manifestación visible es una renovación en la concepción de la vida, que, paradójicamente, se manifiesta como típicamente tradicionalista” (Romero, 1961, p.51) Lo anterior, ya que para Romero, después de la caída del régimen napoleónico se presenció la desaparición de costumbres, opiniones, necesidades, convenciones y principios retornando al cristianismo, las tradiciones patrias y un espíritu marcadamente medieval (Romero, 1961), es decir, existe un nuevo enmascaramiento que en realidad constituye un nuevo equilibrio entre los elementos del complejo, esto es para Romero una metafísica adaptada a las circunstancias y que se plasmó por medio del movimiento denominado Romanticismo a pesar de que “a veces se piensa en él como en una mera renovación estética; una rebelión contra el formalismo clásico suscitada en nombre de la libertad y del sentimiento” (Romero, 1961, p. 53). En la intención de fundir lo inmediato con lo olvidado es que “la revolución romántica no desdeña el legado clasicista ni el legado revolucionario: aspira a abrazarlos todos y a fundirlos todos en una unidad” (Romero, 1961, p 53). Esta “revolución romántica” tendrá un segundo momento de carácter liberal, el cual recoge el legado de la revolución de 1789 y de ella se desprenderán los revolucionarios que se harán cargo de las ideas sociales en la crisis de la nueva realidad, dada por la Revolución Industrial. Sin embargo, ni el romanticismo ni quienes se desarrollan en ese momento expresan en ajuste de los elementos de la Cultura Occidental propios de la Tercera Edad, las posibilidades, para Romero son inmensas e imprevisibles y desde el Siglo XIX lo que se ha pretendido es “escoger entre esas posibilidades para ajustar los elementos.

(38) desencadenados a las nuevas formas de la realidad y, al mismo tiempo, a su propia vocación espiritual” (Romero, 1961, p. 55), dicho ajuste aún está en marcha. Si hay una revolución, para Romero, que marque a la Tercera Edad es la Revolución de las Cosas, pues para él la gran revolución de la Tercera Edad es la revolución de las cosas, a la que acompaña fielmente una tendencia revolucionaria en cuanto concierne a las relaciones entre las cosas y los hombres (Romero, 1961). Tal revolución es desencadenada por la Revolución Industrial y la transformación de los sistemas de producción de que ésta representó y se han venido desarrollando. Tal transformación es producto de las innovaciones técnicas, las cuales, permitieron, en un primer momento al Mundo Occidental apoderarse de innumerables fuentes de materias primas [Del resto del mundo hacia Europa] que eran necesarias debido a las nuevas necesidades en bastos grupos sociales, grupos sociales donde aumentó el nivel de vida y se posibilitó el surgimiento de un nuevo proletariado urbano que lucha por tales necesidades mediante la revolución o la idea de “justicia social”, lo cierto para Romero es que esto el Capitalismo lo permite pues, no conspira contra sus intereses y el practicarlo aumenta el nivel de vida del proletario urbano y, por tanto, el crecimiento industrial. Esta afirmación la sostiene en cuanto que el proletariado es un consumidor en gran escala y representa una concepción por antonomasia del nuevo hombre como innovación de la Tercera Edad, este nuevo hombre se desarrolla bajo principios de movilidad del individuo y consideraciones de igualdad y la posesión de derechos fundamentales, lo anterior, resulta en la radical inestabilidad en las situaciones de los individuos, es decir, “del hombre sin determinaciones sociales, económicas o profesionales, del hombre en cuanto ser de conciencia que vive y reflexiona sobre su vida” (Romero, 1961, p. 56). Otras características importantes del acontecer de dicha Tercera Edad es que la “vocación técnica” ha superado a sus fuentes.

(39) primarias, es decir, los orígenes romano, hebreo-cristiano y germánico pero, a su vez, está marcado por un retorno a la metafísica, la línea tradicional en la que se funde el legado clásico y el cristiano y, por último, la idea de universalidad, la cual, es una idea cristiana y romana adaptada al “conocer la totalidad” en Occidente mediante lo elementos anteriores (la técnica como forma de aprehensión de la naturaleza). Esta idea de la universalidad fue la que, en el Siglo XIX posibilitó la “transculturalización” por medio de la catequesis religiosa, la explotación económica, el dominio político y la difusión de medios técnicos (la higiene, la medicina, la alfabetización de grandes masas y la tecnificación industrial) (Romero, 1961), lo anterior ya que: “Ese nivel técnico comporta una nueva superioridad práctica, efectiva, anterior a toda discusión sobre los contenidos espirituales de otras regiones de tradición no occidental. Y tan grande como sea el orgullo de esas regiones y la estimación que tengan por su patrimonio, lo cierto es que se ven obligados a alcanzar esta peculiar dimensión de la occidentalidad. Algunos pueblos lo han alcanzado ya o están en vías de alcanzarlo. Si lo logran, podrán sacudir el yugo que Occidente les ha impuesto por su superioridad técnica y acaso intentar el dominio de los países occidentales” (Romero, 1961, p. 58 – 59) Así, para Romero la Tercera Edad constituye el forcejeo de los pueblos que la gestarán y la adoptarán, teniendo como base el carácter de tecnicidad, es decir, la adquisición y ejecución de medios técnicos y unos supuestos profundos yuxtapuestos a ellos que reajuste la Cultura Occidental en una ambivalencia de tradición y novedad de las culturas que intentan dominar (Romero, 1961). Así surge la dualidad y escisión Oriente-Occidente donde el Oriente ya es occidentalizado y “acaso sea esto el mejor título de gloria que pueda ostentar la Cultura Occidental de la Tercera Edad” (Romero, 1961, p. 59)..

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