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Con el estado hemos topado o de cuando las sociedades cazadoras recolectoras entran en relación con las sociedades estatales

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Academic year: 2020

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Pág. 63-71

CON EL ESTADO HEMOS TOPADO

O DE CUANDO

LAS SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS ENTRAN

EN RELACIÓN CON LAS SOCIEDADES ESTATALES

Edgard CAMARÓS

Laboratori d’Arqueozoologia Universitat Autònoma de Barcelona

“No voy a decir que un buen indio es un indio muerto, pero en fin, esto es lo que ha sucedido con nueve de cada diez de ellos, y no voy a perder tiempo con el décimo”

Theodore Roosvelt

1. INTRODUCCIÓN

No cabe duda que la gran mayoría (por no decir to-das) de las relaciones entre sociedades cazadores-re-colectoras y sociedades estatales son violentas. Dichas relaciones contemplan diferentes formas de violen-cia, pero el objetivo del Estado es su eliminación, ya sea mediante su asimilación (más o menos violenta) o su aniquilación. Éstas pueden resumirse mediante la palabra colonización, que hace referencia a la apropia-ción estatal de los recursos naturales de un territorio. El contacto entre Estado y cazadores-recolectores es sólo un elemento más de la apropiación de ese terri-torio, viendo a los integrantes de estas últimas como recursos naturales más, seres “naturales”, en el senti-do de pertenecientes al ambiente y que poco difieren de los demás animales.

Estas relaciones a las que hacemos referencia se pue-den englobar en tres categorías, a saber: el extermi-nio y la asimilación cuyo resultado es la eliminación de los grupos, la esclavitud y por último relaciones de dominio y resistencia frente a los colonizadores, tal y como veremos en el apartado dos del presente trabajo.

La problemática a tratar aquí se enmarca cronológi-camente desde la aparición del primer Estado hasta hoy mismo, y puede resumirse como ya hemos dicho mediante la palabra colonización. Según algunos au-tores (Kottak, 2003), el colonialismo se conoce des-de los antiguos fenicios, cuando éstos establecieron colonias a lo largo del mediterráneo oriental hace unos 3.000 años. No obstante, según mi opinión, el colonialismo existe desde que el primer estado entra en relación con otra organización socio-económica aestatal, pues tal y como veremos más adelante, esta relación genera unas actitudes violentas por parte del Estado que tienen como objetivo eliminar a la sociedad sin Estado mediante herramientas estatales

concretas. Sea cual sea la cronología, sea cual sea la localización geográfica, las actitudes son siempre las mismas, y el resultado también (con mayor o menor éxito).

Cuando estas sociedades entran en contacto por pri-mera vez, sigue una “fase de choque” (Bodley [ed.], 1988) donde la parte foránea genera una explota-ción que puede dar diversos resultados (aumento de la mortalidad, quiebro de la subsistencia, fragmen-tación de los grupos de parentesco, etc…) Durante esta “fase de choque”, que es la que definirá las re-laciones futuras, puede producirse incluso represión civil con apoyo militar (pues los estados disponen de profesionales de la violencia). Estos factores pueden llevar al colapso cultural (etnocidio) o a su extinción física (genocidio) (Kottak, 2003). No obstante, muy acertadamente, E. Galiano en su blog “Red Latina sin fronteras” publicó un artículo titulado “Otrocidio1,

para diferenciarlo de genocidio.

Hace aproximadamente un año, apareció en todos los periódicos del mundo en forma de titular la noti-cia del descubrimiento de una nueva tribu en la fron-tera amazónica entre el Perú y el Brasil. Este contacto entre “nosotros” y los “no-nosotros” suscitó muchísi-mo interés en la opinión pública, lo que atemporaliza la temática de este trabajo, pues dichas relaciones se han dado desde la existencia de “nosotros”, los indi-viduos sujetos al Estado. La fotografía que avalaba el contacto mostraba a un grupo de indígenas con el cuerpo pigmentado apuntando sus flechas en direc-ción al aeroplano desde el que se tomó la instantánea.

La organización que gestionó la expedición, Survival Internacional, a través de su representante J. C. Mei-relles hizo un llamamiento al mundo estatalizado en

1 Extraído del blog Red Latina sin fronteras (23/05/2008).

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defensa de estos grupos indígenas amenazados por la tala de selva amazónica:

“Lo que ocurre en la región es un crimen contra la naturaleza, las tribus, la fauna y es un testimonio más de la completa irracionalidad con la que nosotros, los 'civilizados', tratamos al mundo”2.

Y unos días más tarde, el director de dicha organiza-ción, S. Corry, defendía que:

“El mundo tiene que despertar y asegurarse de que sus tierras son protegidas de acuerdo a la ley internacional”3.

En la primera opinión encontramos la base ideoló-gica del Estado del bienestar y dos elementos que han caracterizado desde siempre las relaciones entre cazadores-recolectores (indígenas, autóctonos, in-dios…). El primero es la idea de protección sobre los individuos desamparados (por parte del Estado), un pensamiento que a partir de Rousseau se asume filo-sóficamente como una realidad antropológica (Sáez Mateu, 2008) y que no es más que la idea del “buen salvaje”. Éste es un sujeto imaginario que permite teorizar sobre una sociedad prístina que salvaría la naturaleza humana de su caída, de su pecado origi-nal: la propiedad privada, el Estado, las normas coer-citivas, etc… (ídem). El “buen salvaje” se materializa con Rousseau y es el habitante de la metáfora del Es-tado de naturaleza descrito hace más de tres siglos por los filósofos de la Ilustración (v.p.e. Lull & Micó, 2007). Ese mismo Estado de naturaleza muchas veces ha sido descrito en Prehistoria. Esto no es más que la idea de querer ver en el pasado nuestro deseos (Esté-vez & Vila, 2006). El segundo elemento que se puede extraer de la frase de J. C. Meirelles, es la idea de que los “indios” pertenecen al medio ambiente. Sólo hay que ver hacia quién y en qué orden se ha cometido un crimen según el representante de la ONG: “contra la naturaleza, las tribus, la fauna”. Esta idea es la que ha servido para justificar a los EE.UU. su conquista y que se materializa en la inclusión de las “culturas antiguas”, la Antropología, dentro del estudio de las Ciencias Naturales. La Historia empieza con los WASP (White Anglo-Saxon and Protestant).

En cambio la otra frase, la de S. Corry, contiene otro elemento muy característico de estas relaciones, y es la base antes anunciada del Estado del bienestar ges-tado en los siglos XVII y XVIII. Este Esges-tado tiene como objetivo asegurar la paz, la vida de sus ciudada-nos y su bienestar. Tal y como lo define M.E. Gómez

2 Extraído de EL PAÍS digital (30/05/2008). Dirección web: www.

elpais.com.

3 Extraído de EL PAÍS digital (02/06/2008). Dirección web: www.

elpais.com.

de Pedro: la sociedad es concebida como un pacto comercial entre consumidores y productores. Esto hace que la caridad resulte un contrato subordinado al derecho. Así pues, el Estado aparecerá como el juez y la autoridad moral última, y su criterio de actuación es la utilidad y un dominio total (Gómez de Pedro, 2003).

Así pues, sin darse siquiera cuenta, S. Corry, desde el Estado del bienestar, incluye a los miembros de la tribu fotografiada dentro de nuestra organización so-cial aludiendo a las leyes internacionales que deben protegerlos (asimilación) y atribuyéndoles la propie-dad de la tierra en la que viven. Todo esto sin saber si esta sociedad quiere o no formar parte de “nuestro” mundo y si consideran la tierra en la que viven su propiedad privada.

Finalmente, se supo que dicho grupo no era desco-nocido, pues se tenía constancia de él desde 1910 y la organización Survival Internacional (que se encarga de proteger a las tribus no contactadas), conocía per-fectamente el paradero de este grupo desde hacía al menos dos décadas. No obstante, eso es lo de menos o quizás el quid de la cuestión, pues recordemos que los individuos de la fotografía apuntaban con sus flechas al objetivo. Si ya habían sido contactados previamen-te, es interesante su reacción.

Relaciones entre sociedades cazadoras-recolectoras siempre violentas, más allá de la cronología. El contacto entre dos tipos de organización social, entre dos modos de vida distintos que tiene tanta historia como el mismo Estado, ha estado siempre definido por la violencia.

En este trabajo analizaremos dichas relaciones para intentar caracterizar el contacto entre estos dos mun-dos, que como veremos son la base de las opiniones y actitudes en torno al “descubrimiento” de esta tribu del Amazonas. Esperemos que este trabajo nos haga reflexionar sobre otra relación entre sociedades esta-tales y sociedades cazadoras-recolectoras: la Arqueo-logía prehistórica.

2. SOBRE LAS DIFERENTES RELACIONES

Existen diferentes tipos de relaciones entre socieda-des cazadoras-recolectoras y sociedasocieda-des estatales: el exterminio y la asimilación, la esclavitud y las domi-naciones, y las resistencias. Veremos que están carac-terizadas por una violencia que por parte del Estado está institucionalizada y tiene como objetivo la erra-dicación del sistema económico cazador-recolector siempre por la misma razón: ampliar el territorio donde ejercer su organización social y explotación de los recursos para mantenerlo.

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gue-rra como la entiende C. Lévi-Stauss (1996), pues ésta es el resultado de un intercambio que no ha funcio-nado. Así pues, ésta es quizás una guerra entre dos modos de vida que resultan irreconciliables. No en-tendamos, no obstante, que una organización social cazadora-recolectora es irreconciliable con cualquier otro tipo de organización humana. Existen casos de intercambios no fallidos (por usar el léxico de Lévi-Strauss) y por tanto que no han derivado en conflictos violentos entre sociedades cazadoras-recolectoras y otros sistemas aestatales. Así por ejemplo, a la llegada de los españoles a Centroamérica, existía una red de caminos que unía territorios como son los actuales estados de Panamá y Costa Rica (Fonseca, 1997). O incluso en los llanos venezolanos y del este de Colom-bia, sitos al norte y oeste del río Orinoco, grupos de cazadores-recolectores y comunidades de agriculto-res ribereños, estaban vinculados por un sistema sim-biótico de relaciones antiguas de intercambio (Helms, 1990). Los grupos cazadores-recolectores intercam-biaban frutas silvestres y carne con los horticultores a cambio de recursos agrícolas. Dichos intercambios se realizaban en las aldeas de los grupos sedentarios mediante un sistema muy complejo de hospitalidad (ídem).

Tampoco parece que se diera una relación de con-flicto entre cazadores-recolectores y agricultores en los valles occidentales de Cantabria a finales del Me-solítico (Díez-Castillo, 2005). Ejemplos hay muchos y no es éste el lugar para hablar de ellos, simplemente basten estas pinceladas para mostrar que es posible la coexistencia y las relaciones de intercambio (será interesante estudiar en un futuro hasta qué punto) en-tre organizaciones no estatales y otros modelos socio-económicos.

Así pues, la cuestión quizás sea la imposibilidad de la existencia de organizaciones estatales (y mucho menos capitalistas) con otras organizaciones socia-les, ya sean cazadoras-recolectoras o agricultoras se-dentarias, como el caso de los astures en el norte de la Península Ibérica (v. Orejas, 2002), por poner un ejemplo. Es decir, quizás vaya implícito con el Estado la destrucción de otros modelos socioeconómicos. Es interesante por ejemplo, ver que en ninguna consti-tución estatal “contemporánea” existe algún artículo en relación al respeto hacia otros modelos socioeco-nómicos, el Estado sólo contempla a otros estados.

Los diferentes tipos de relaciones que a continuación citaremos deben ser entendidas como diferentes me-canismos que tiene el aparato estatal para eliminar a la sociedad no estatal (en este caso cazadora-recolec-tora) y que, por lo tanto, son actitudes al amparo o procedentes directamente de la organización estatal. No hay que entender que este desglose de actitudes contra sociedades aestatales son excluyentes entre sí,

al contrario, en la lucha contra organizaciones sin Es-tado se pueden dar todas juntas y en orden diverso. No obstante, para comprender mejor el proceso de eliminación de la organización social y económica cazadora-recolectora, me ha sido más cómodo sepa-rar entre las diferentes herramientas de las que dispo-ne el Estado para definir esta relación basada en una violencia institucionalizada.

2.1. El exterminio y la asimilación

En este apartado trataremos brevemente con algunos ejemplos el exterminio y la asimilación de poblacio-nes cazadoras-recolectoras por parte de sociedades estatales. Antes de exponerlos, es importante enten-der que dicho exterminio y asimilación son actitudes amparadas o directamente dirigidas por el mismo Estado.

De sobra son conocidos los exterminios de poblacio-nes indígenas al contacto con sociedades estatales. Quizás el más conocido sea el de los grupos centro y sudamericanos a la llegada de los españoles. No obstante, no es el único. En Haití por ejemplo, según el informe de los dominicos, en el año 1519 había 1.100.000 indios. En 1507 según Juan de Pasamonte 60.000, y en 1520 no había más de 1.000 indios en la Española (Bénot, 2005).Tuvieron que traer gente de tierras vecinas como las islas Lacayas para repoblar la zona.

La población india de los Estados Unidos, pasó de 600.000 personas en el año 1800, a 375.000 en me-nos de cien años. Una reducción poblacional de en-tre un 60%, que ha de ligarse directamente con el proceso de colonización (1500-1900). Este declive de la población indígena se debe, en parte, a que el número de muertos superó a los nacidos, y también a las migraciones. No podemos olvidar tampoco la guerra en sí, las matanzas amparadas por el Estado, las deportaciones, la destrucción de un modo de vida y las mismas enfermedades (Ndiaye, 2003). Todos es-tos son algunos de los factores producto de la coloni-zación, o de los colonizadores, por no usar palabras alienadoras. En el mismo sentido (en otra época y con mayor intensidad), la población de las zonas centrales de México descendió de 25 millones en 1519 a 2,65 millones en 1568 y la de Perú, pasó de 9 millones en 1532 a 1,3 millones en 1570 (Elliott, 1900). También este declive es producto de los mismos procesos de colonización.

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indios por viruela, considerando esta situación como una bendición de Dios, sino que incluso se documen-ta lo que podría ser la primera guerra biológica en 1763, cuando se mandaron mantas infectadas a Fort Pitt (Ndiaye, 2003).

Aunque la asimilación y el exterminio tiene como resultado la eliminación de una organización socio-económica, ambos tienen diferentes matices y me-canismos de funcionamiento. Asimilación, según Kottak (2003) es el proceso de cambio que sufre un grupo minoritario que acaba incorporado a la orga-nización social y económica (el autor usa cultura), hasta tal punto que ya no existe separación observa-ble. Así pues, no implica una eliminación física, por decirlo de alguna manera, la eliminación no es tan directa (ni rápida), sino que tarda lo que se demore ese proceso de cambio. Hay que mencionar que las asimilaciones, normalmente tienen como primera fase la incorporación de las élites a las estructuras de poder de los colonizadores.

La idea de la asimilación es la eliminación de esas organizaciones sociales que no sean Estado, es decir, que lo nieguen. Existen muchos ejemplos, incluso cercanos (en muchos sentidos) como la obsesión por civilizar/españolizar a los fang por parte del Tenien-te Ayala Larrazábal en Guinea Ecuatorial (Nerón, 2006).

Esta obsesión por “civilizar” a los indígenas locales se hace, desde un punto de vista del Estado, con objeti-vos humanitarios, así como para justificar moralmen-te la política colonizadora (de usurpación de tierras y recursos).

Se intentó civilizar a los indios cherokee, chikasaw y choctaw. Éstos debían entregar sus tierras y a cam-bio serían absorbidos y asimilados por la sociedad blanca (Bosch, 2005). Efectivamente algunos lo hicie-ron y apareció esa figura tan controvertida en con-textos coloniales, los mestizos. Estos fueron los que por ejemplo, desarrollaron la lengua escrita de estos grupos indios y los que introdujeron (al fin y al cabo ya eran individuos estatalizados) valores como la pro-piedad privada. La asimilación provocó que en 1827 se redactara una Constitución india (inspirada en el modelo de la norteamericana) que defendía la Na-ción India (con jurisdicNa-ción en Alabama, Tennessee, Carolina del Norte y Georgia) (ídem).

Esta situación dio lugar a un caso muy interesante. El Presidente J. Quincy Adams decidió expulsar a los indios Creek de su territorio, apoyándose en la sen-tencia del Juez del Tribunal Supremo J. Marshall de 1823, que estableció que los indios tenían sus tierras “por derecho de ocupación” y ellos las tenían por “derecho de descubrimiento”, heredadas del Imperio

Británico y siendo pues los indios “inquilinos depen-dientes sujetos al derecho de los EEUU” (ídem). Esta idea no era nueva, pues Cristóbal Colón considera-ba a los indios vasallos de los reyes de Castilla desde 1492 (Lequene, 1979; Elliott, 1990). Ese es uno de los primeros principios de la política (estatal) coloniza-dora. Los habitantes de la tierra conquistada, debían ajustarse a los conceptos de trabajo de Europa e in-corporándose a un sistema de salarios, convertirse al cristianismo y “civilizarse” en la medida que sus propias naturalezas débiles lo permitieran (Elliott, 1990).

La idea es llevar el kit del Estado allá donde sea. Tal y como apunta J. Elliott (1990), no en vano Cortés bautizó a México con el nombre de Nueva España (no hace falta citar muchos Nueva (York, Orleáns, In-glaterra…) para captar el sentido de la idea.

Ejemplos hay muchos, y no sólo para momentos re-cientes. Términos usados sin miramiento y sin de-dicarle mucha atención en la historiografía, como helenización o romanización son conceptos colonialistas donde la visión proporcionada es estatocéntrica. Pa-rece que cuando más alejado en el tiempo los contac-tos coloniales, dicha historia se vuelve lineal y evolu-tiva, y no hay lugar para la pluralidad de reacciones ante los encuentros históricos (Aranegui & Vives-Fe-rrániz, 2006).

Se use el mecanismo que se use en la expansión colo-nial, no se contempla la diversidad étnica o de otros modos de vida, si no que en realidad se buscó, como apunta A. Ibarra para Ecuador, su destrucción definitiva o su integración a la nación blanco-mestiza occidental y cristiana (Ibarra, 1993: 69). Esta lenta inserción, ha supuesto para las sociedades indígenas de esta zona, su incor-poración a las relaciones mercantilistas de tipo capitalista, cuyo efecto ha sido la subordinación económica, la diferencia-ción social y la culturadiferencia-ción (ídem: 70). Los problemas han surgido cuando intereses foráneos explotan recursos que se localizan dentro de territorios tribales (Kottak, 2003).

2.2. La esclavitud

El filósofo John Locke (citado en Back-Morss, 2005) en su obra Dos tratados sobre el Gobierno Civil (1690) de-fine la esclavitud como:

“…un estado del Hombre tan vil y miserable, tan di-rectamente opuesto al generoso temple y coraje de nuestra Nación que apenas puede concebirse que un inglés, mucho menos un gentleman, pueda estar a fa-vor de ella.” (Locke, citado en Back-Morss, 2005).

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cazadores-recolectores complejos de la costa noreste de Canadá, también tenían esclavos. No obstante, la figura de éstos en el campo de lo ideológico (y esto se traduce al trato que esta categoría social recibía) no eran lo mismo. La figura de la persona esclava que depende de una organización estatal, se sitúa en la clase social más baja posible dentro de ésta y sus condiciones de vida (exceso de trabajo, alimentación pobre, precariedad en la salud, …) son por decirlo de alguna manera, infrahumanas (por algo hasta hace relativamente poco no eran considerados humanos).

La esclavitud en un Estado, esta amparada o direc-tamente controlada por éste. También en el seno de éste se generan discursos y representaciones que lo justifican, o por el contrario, que lo condenan mo-ralmente, pero en la práctica su actitud es hipócrita. Sirva de ejemplo el mismo J. Locke, accionista de la Royal African Company (que traficaba con esclavos) y autor de la Constitución Fundamental de Carolina de América del Norte, donde se establece que todo hombre libre tendrá poder y autoridad absoluta sobre sus escla-vos negros (ídem).

Estos esclavos negros también oponían resistencia, pese a que los “negreros” intentaban no juntar escla-vos con la misma base lingüística ni cultural (Kottak, 2003) para no fomentar así rebeliones. No obstante, los esclavos negros huían muchas veces a tierras in-dias, e incluso se llegó a temer una unión entre indios desesperados y esclavos negros (Bosch, 2005).

Los indios por su parte, sufrieron relativamente poco la esclavitud, pues rechazaban el trabajo agrícola y aprovechando el buen conocimiento del terreno del que disponían, huían en cuanto podían. La otra ra-zón que existe para explicar la poca incidencia de la esclavitud sobre la población india, es precisamente que a mediados del siglo XVIII ya no había suficiente población india como para satisfacer las necesidades del colonizador (Ndjaye, 2005). Hasta finales del siglo XIX (punto álgido del esclavismo) más de 17 millones de personas sufrieron la esclavitud.

Muchos grupos sociales locales (sobre todo en África) contribuyeron ayudando a los colonizadores a captu-rar a miembros de otros grupos tribales, para luego entregarlos a los “negreros”. Estos grupos colabora-cionistas, ya estaban asimilados y habían ingresado dentro de la economía de mercado, pues cobraban sus salarios muchas veces en moneda.

La figura del esclavo, tiene su justificación en la idea occidental del “salvaje” o “bárbaro” (que más ade-lante desarrollaremos), y de acuerdo con las previsio-nes del derecho romano, los “bárbaros” podían ser esclavizados legalmente, y en la Edad Media, llegó a asociarse la idea de que un infiel era un “bárbaro”

(Elliott, 1990). En 1500 la Corona Española decla-ró a los indios libres y no sujetos a servidumbre pues eran vasallos del reino. No obstante, sí se permitía hacer es-clavos en lo que llamaron guerra justa (ídem). El Estado ampara la esclavitud, cuando no la dirige directamente.

2.3. Resistencias y dominaciones

Después de esa primera “fase de choque” anterior-mente citada que precede a las relaciones violentas, puede darse el caso de una resistencia por parte de los indígenas a colonizar. Dicha resistencia puede tener muchas formas incluso puede darse en pleno proceso de asimilación (éstas son las más difíciles de localizar, pues muchas veces responden a actitudes en el seno del espacio doméstico y apenas son perceptibles a las organizaciones estatales, aunque si por algo se carac-teriza el Estado es por estar presente en todos los con-textos sociales).Las resistencias pueden tener muchas formas distintas. Se pueden dar en pleno proceso de asimilación. Un caso que ejemplifica este situación es la de los indios que ayudaron al General J. Amherst en la toma del Canadá en el año 1760 (a cambio de subsidios, pues ya habían entrado en la economía de mercado). No obstante, una vez la toma de este terri-torio concluyó ya no se les dieron más ayudas econó-micas y además se vislumbraron los intereses de los colonizadores en los territorios indios de caza. En ese momento, los indios se unieron al jefe de los Ottawa en su resistencia (Boch, 2005).

Otro tipo de resistencias son las que se desprenden a posteriori de la “fase de choque”. Casos tenemos muchos, tantos como contactos. Por citar algunos, podemos mencionar la resistencia de Mamo Ima en-tre 1536 y su muerte en 1544 durante la guerra de conquista del mundo andino, o la rebelión en la mis-ma zona de Túpac Amis-maru en 1781 (Roffino, 2007).

Otro caso interesante es el de los indígenas de Tierra del Fuego, pues vemos ya desde el primer momen-to las respuestas en forma de discursos justificamomen-torios (que luego analizaremos) a esas mismas resistencias. Los indios fueguinos, desde sus primeros encuen-tros con los europeos en el siglo XVII hasta el siglo XIX, reaccionaban violentamente a esos contactos. Cabe decir también, que se habían producido diver-sos secuestros de indígenas durante todo este tiempo (Briz, 2004). Destacable es la situación que se dio en la Bahía Nassau el 22 de enero de 1624, donde los indígenas mataron a 17 miembros de la Flota Nas-sau. Al día siguiente no se encontraron los cuerpos, y ese hecho se atribuyó al canibalismo de los “salvajes” (ídem). Al año siguiente de este episodio, Walbeek es-cribía:

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con la intención de atacarlo y asesinarlo cuando se les presente la oportunidad […]. Los navegantes debe-rán ir prevenidos y no confiar en los salvajes por mu-cha amistad que éstos fingieren” (Orquera & Piana, 1995: 517, citado en Briz, 2004: 35).

No vamos a entrar en el discurso que hay detrás de estas líneas, pues eso lo trataremos en otro apartado. No obstante, esta situación muestra una resistencia a los abusos y violaciones de las diferentes sociedades estatales que entraron en contacto con los cazadores-recolectores de Tierra del Fuego. Estos mismos abu-sos, son lo que hace que los aborígenes de Australia rechazaran el Estado de derecho, una organización que estaba basada en la propiedad de cada indivi-duo, puesto que ninguno de estos valores tenía senti-do para ellos (Davidson, 2005).

Estas resistencias que hemos citado como ejemplo, también se expresan a modo de defensa (y no sólo de ataque). Esta actitudes defensivas suelen tener su representación en la creación de fronteras que sepa-ren lo “civilizado” de lo no-civilizado”. Así por citar algún caso concreto, diremos que algunos grupos re-lacionados arqueológicamente con la ciudad de Teo-tihuacan, se establecieron en el Norte de México a modo de puestos avanzados para proteger la frontera que habían creado para diferenciarse y protegerse de las incursiones de los chichimecas, que eran cazado-res-recolectores seminómadas (León-Portilla, 1990).

3. REPRESENTACIONES Y DISCURSOS

En este apartado, represent, veremos aquellos elemen-tos que el Estado ha elaborado para avalar y justificar todas las relaciones violentas (colonizaciones) institu-cionalizadas antes citadas.

Estos discursos y representaciones, son la base de la justificación de la eliminación de las poblaciones co-lonizadas. Es la versión oficial del Estado, que me-diante diferentes herramientas usadas en todas las esferas de la sociedad estatal (ciencia, educación, ámbito doméstico,…), trata de justificar sus actitudes. Sirva también esto para reflexionar sobre hasta dón-de llega el discurso dón-del Estado dón-dentro dón-de la misma organización social estatal, y nuestro papel (como ar-queólogos) dentro de dichas justificaciones.

Es interesante observar algunas opiniones documen-tadas bien separadas en el tiempo, pero que tienen como base la misma idea. La primera corresponde a las anotaciones de 1925 de J. Bravo Carbonell des-pués de un viaje a Guinea ecuatorial:

“Estudiad a un salvaje del bosque y encontraréis que se parece más a un mono que al hombre. De hombre tiene la constitución física, la configuración externa,

la estructura y textura de sus órganos y tejidos. Pero las funciones no son las mismas. La vista y el oído funcionan en el negro salvaje de un modo más sen-sible que en el civilizado. En cambio su inteligencia está embotada” (Bravo Carbonell, 1925: 47).

Y la segunda son las impresiones de Cristóbal Colón en 1492 sobre los “salvajes”:

“Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los pa-rió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto moza y todos los que yo vi eran todos man-cebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años ; muy bien hechos, de fermosos cuerpos y muy buenas caras ; los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos e cortos : los cabellos traen por en-cima de las cejas, salvo unos pocos detrás, que traen largos, que jamás cortan ; dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos.” (Cristóbal Colón citado en Lucena, 2008).

Como vemos, ambas opiniones (entre otras muchas) separadas por poco más de cinco siglos, tienen como base la misma idea: la concepción de los indígenas en relación con el medio y poco distantes de los anima-les. En definitiva, sin ninguna relación (más que en apariencia física) con los miembros de las sociedades estatales.

Todo esto se traduce en una situación bien clara: el menosprecio de las sociedades estatales respecto a las sociedades cazadoras-recolectoras. Los Aymara menospreciaban a los pescadores4 de la zona (actual

oeste de Bolivia, sur de Perú y norte de Chile). Estos mismos indios son los que en un relato de Atacama de 1581 son descritos como unos 400 indígenas que:

“no son bautizados, ni reducidos ni sirven a nadie […]. Es gente muy bruta, no siembran ni cojen y susténtase de sólo pescado” (M. Jiménez citado en Hidalgo, 1990: 77).

Vemos cómo en los discursos, al margen de la crono-logía o de la geografía de la sociedad estatal que los está usando, términos como “salvaje”, “bárbaro” o “incivilizado”, son usados con el objetivo de separar a esas organizaciones sociales de la nuestra (de nuestro modelo).

Los aztecas (mexicas), considerados como una socie-dad con Estado por investigadores como P. Kirchoff,

4 Pese a que durante todo el texto cito solamente a organizaciones

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A. Caso, F. Katz, A. Monzón y otros, denominaban a los cazadores-recolectores de manera genérica teochichimecas (el pueblo errante del arco y la flecha), aunque también los llamaban popolocas (bárbaros) (León-Portilla, 1990). No obstante, al igual que mu-chas otras sociedades estatales, consideraban el “es-tadio” cazador-recolector como la “fase” antecesora al Estado. Así por ejemplo, los mexicas atribuían sus orígenes a los chichimecas del norte, que vestían pieles en lugar de ropas de tela y (como no) eran muy fieros (Smith, 2006). Quizá no sea éste el contexto para tra-tar este aspecto, pero sí al menos para mencionarlo: se produce, por parte de las élites estatales, la mitifi-cación de los (y digo los) cazadores como origen pri-migenio, pese a ser ellas mismas las que destruyen a esas sociedades. Y no sólo eso, sino el por qué la caza y únicamente la caza es lo que las élites conservan de los cazadores (no en cambio el calendario lunar, etc…). Así vemos cómo los señores aztecas practica-ban la caza como ejercicio y diversión (Ciudad, 2008) pese a considerar bárbaro el modo de vida basado en la caza y la recolección.

La separación de las sociedades cazadoras-recolec-toras de la nuestra desde la perspectiva de que son “otra cosa”, se ha hecho mediante las diferentes herramientas de las que dispone el Estado (cultura popular, religión…). Quisiera resaltar brevemente en este trabajo, el papel que la ciencia ha desempeñado en la elaboración de estos discursos y justificaciones. Hay muchos ejemplos, desde la inclusión de todo aquello que tenga que ver con sociedades indígenas norteamericana en la sección de Antropología de los Museos de Historia Natural (la Historia empieza con los colonos), hasta los estudios craneométricos de antropólogos nazis en África o Asia. Fueron los naturalistas los que pusieron la ciencia al servicio de la justificación de dichas representaciones y discursos estatales hacia sociedades cazadoras-recolectoras.

En este sentido, es muy interesante analizar breve-mente el desarrollo del concepto “salvaje”, un tér-mino que ya hemos visto citado antes en los ante-riores apartados (bárbaros, no civilizados, etc…). La representación que aquí mostraremos es la que se ha fraguado en Occidente (y por tanto en el “mundo” bibliográfico al que tenemos acceso).

En un reciente trabajo, N. Gallego (2008) analiza acer-tadamente la representación del “otro” en el Mesolíti-co, y para su objetivo también reflexiona sobre la dico-tomía entre Salvaje-Civilizado, desglosando primero el término salvaje. Esta palabra, ya presente en Época Clásica para designar ciertas criaturas mitológicas (mi-tad hombre, mi(mi-tad animal), surge en el siglo XVI en Francia para designar a los habitantes de América:

“En el siglo XVI y XVII los Europeos identificaron

a los pobladores de América con esa categoría, has-ta entonces puramente mítica de “salvaje” [… y …] aquellas características que sólo los seres imaginarios poseían fueron atribuidas a grupos sociales reales. A partir del siglo XVIII, además, se produjo una clara asociación de los grupos cazadores-recolectores con el “salvaje”, reforzándose – más si cabe – el aspecto de la “economía natural” del Mito”. (Gallego, 2008: 467).

Posteriormente, ya con la Ilustración lo “salvaje”, lo “bárbaro”, lo “no civilizado”, se convirtieron en esta-dios de desarrollo cultural (Gallego, 2008). Así pues, pese a que se trazaba una frontera (no tan) imagi-naria entre las sociedades cazadoras-recolectoras (los no-nosotros) y las sociedades estatales (nosotros), se establecía un vínculo “evolutivo” entre una y otra or-ganización. Ésta es la idea que el evolucionismo del siglo XIX se ha empeñado en mostrar. A mi modo de ver, esto es sólo un discurso más para justificar la exterminación de estas sociedades. ¿Cómo puede ser que las hayamos eliminado, si lo lógico es que evo-lucionen hacia el Estado? La historia se representa como un hilo continuo sin fisuras (lógico y mecani-cista en su funcionamiento), donde “se pasa” de los No-Nosotros a los Nosotros, o como escribe Gallego, de “un no-ser (Otro) hasta lo que se-es (Nosotros)” (Gallego, 2008: 467).

No es de extrañar en este sentido, por ejemplo, que el mismo Charles Darwin durante su viaje por el Bea-gle (1831-1836), al avistar a la sociedad Yámana que habitaba las costas del Canal Beagle de Tierra del Fuego, dijera que:

“Nunca me había imaginado la enorme diferencia entre el hombre salvaje y el hombre civilizado […] su lengua no merece considerarse ni siguiera articula-da. El Capitán Cook dice que cuando hablan parece como si estuvieran aclarándose la garganta […] Creo que aunque recorriera el mundo entero, no aparece-rían hombres inferiores a éstos” (Darwin, citado en Huxley & Kettlewel, 1984: 66).

La sociedad Yámana, se representa a través del tiem-po siguiendo el mismo esquema de “evolución” que el término “salvaje”. De esta manera, estas perso-nas pasaron de ser difícilmente distinguibles de los animales (y caníbales, como no), a ser considerados como elementos pertenecientes a estadios evolutivos primigenios. Esta visión es la que será recogida por el prehistoriador J. Lubbock, a finales del siglo XIX (Briz, 2004).

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durante mucho tiempo (quizás incluso desde que existen), sobre las sociedades cazadoras-recolectoras. En las tradiciones orales, en los libros, en las repre-sentaciones pictóricas dirigidas a todos los segmentos de la población, ahora con los tebeos, las películas, etc... Dejemos que sea el propio Sartre quién lo ejem-plifique mientras habla de sus lecturas de juventud en su autobiografía:

“El Nuevo Mundo parecía al principio más inquie-tante que el Antiguo: se robaba, se mataba, corría la sangre a chorros. Indios, hindúes, mohicanos, ho-tentotes raptaban a la muchacha, amarraban a su viejo padre y prometían matarlo con los más atro-ces suplicios [apréciese la ironía]. Era el Mal puro. Pero sólo aparecía para posternarse frente al Bien; en el capítulo siguiente se restablecía todo. Unos blancos valientes harían una hecatombe de salvajes, cortarían las ataduras del padre, que se uniría en un abrazo con la hija. Sólo morían los malos…” (Sartre, 1982: 52).

Esta es la imagen corolario. La imagen que el Estado transmite, su visión oficial. La idea que con esfuerzo ha calado en nuestra imagen mental de las sociedades cazadoras-recolectoras.

4. A MODO DE CONCLUSIÓN Y MORALEJA DESDE LA ARQUEOLOGÍA

Conclusión no es nunca un buen título para un aparta-do final de un trabajo (aunque se use por tradición), pues la idea es “nunca concluir”, que se continúe el trabajo y que éstos continúen. No obstante, debido a la temática de éste, me parece más que apropiado finalizar con una conclusión, pues parece que el Estado ha concluido con dicha relación objeto de análisis en este trabajo.

Hemos visto cómo sociedades estatales y no-estatales se relacionan de diferentes maneras, y cómo de dis-pares pueden ser la reacciones ante este contacto por parte de ambas partes. De manera general (y simplis-ta) podemos decir que no son buenas, no son positivas y mucho menos para las organizaciones no-estatales. No obstante, queda patente, que el fin de esas rela-ciones se traducen en una eliminación práctica de las sociedades cazadoras-recolectoras.

Ahora que apenas quedan sociedades cazadoras-recolectoras, la actitud del Estado es paternalista. Asume su culpabilidad y se siente arrepentido ante la desaparición (organizada, dirigida y planificada) de dichas sociedades. No obstante, ya ha cumplido su objetivo, la destrucción de todas aquellas formas de vida no estatales mediante mecanismos instituciona-les. ¿Asistimos a la segunda fase del plan?

Quizás la verdadera función de la ONG, Survival Inter-nacional (la responsable de la controvertida instantánea

citada al principio) no sea proteger a la tribu amazó-nica de “nosotros”, sino proteger nuestro “mundo”, nuestro sistema, de la última flecha que les queda a las últimas sociedades cazadoras-recolectoras: su exis-tencia. Así pues, en mi opinión, las organizaciones sin Estado son el verdadero enemigo de los Estados. La primera prioridad a tener en cuenta como enemigos, puesto que son la evidencia social (material) de que otros modelos de organización de las relaciones de producción es posible. Desde el momento en que no son un Estado, las sociedades aestatales lo niegan.

Esto nos lleva a un segundo planteamiento: la Ar-queología puede convertirse en el principal enemigo del Estado, puesto que “muestra” diferentes modelos de ordenamiento de los grupos humanos. Entonces, ¿por qué el Estado sigue financiando los estudios ar-queológicos y permitiendo la existencia de dicha dis-ciplina? La respuesta la tenemos otra vez en el apar-tado de “discursos y representaciones”. Por decirlo de alguna manera, la Arqueología es en sí “la última” relación entre sociedades estatales y no-estatales, y re-cordemos que sin ninguna duda estamos del lado de los “buenos”, por expresarlo en palabras de Sartre. La Arqueología es una disciplina científica que nace en el seno del Estado, y tiene como objetivo producir discursos y crear representaciones sobre los cazado-res-recolectores que le favorezcan como Institución. Recordemos que somos “nosotros” los que estudia-mos y los interpretaestudia-mos a “ellos” y no al contrario. La relación inversa es en sí imposible. No concebi-mos una sociedad no-estatal (apréciese el matiz es-tatocéntrico que tiene el término) analizando, y peor aún interpretando (explicando) el funcionamiento de un Estado. Es una relación desigual basada en la superioridad que hemos desarrollado como arma de ataque y de defensa. El Estado ataca, porque se de-fiende. Sabe que no es algo propio del ser humano, algo innato que se transmite en la carga genética. Es una institución humana y como tal es vulnerable (en diferente medida).

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