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El club de Anita y la etnografía como resistencia al olvido

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Academic year: 2020

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1 EL CLUB DE ANITA Y LA ETNOGRAFIA COMO RESISTENCIA AL OLVIDO

ANA MARIA CAMARGO ACOSTA

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS

MAESTRIA EN ESTUDIOS ARTÍSTICOS

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2 EL CLUB DE ANITA LA ETNOGRAFIA COMO RESISTENCIA AL OLVIDO

Maestrante: Ana María Camargo Acosta

Para optar al título de Magíster en Estudios Artísticos

Director

JUAN FERNANDO CÁCERES

UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS MAESTRIA EN ESTUDIOS ARTÍSTICOS

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3 Agradecimientos

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4 Dedicatoria

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5 CONTENIDO

¡BIENVENIDO(A) SUMERCÉ! ... 7

1. LO CAMPESINO, IDENTIDAD, ARRAIGO ... 15

2. MICROESTETICA CAMPESINA: ETNOGRAFIANDO TIENDAS………21

3. LA COMADRE TEODOLINDA ………...42

4. RETRATOS DEL CLUB ..……….….………46

5. CASA Y EXPRESIÓN ... 56

6. MEMORIA Y OLVIDO ... 66

7. EXPEDICIÓN ETNOGRÁFICA ... 70

8. SOCIOS ILUSTRES ... 85

9.EL UTIMO Y NOS VAMOS…….…..………94

ANEXOS……….99

BIBLIOGRAFÍA ... 104

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El presente documento es un relato que pretende narrar vivencias específicas, contando con un contenido conceptual y teórico que no busca debatir o estar en desacuerdo con los planteamientos de los autores citados. Por el contrario, al ser de carácter etnográfico busca complementar dichos contenidos con la teoría que contextualiza los hechos ocurridos.

- ¡!Aaa!! ¡Buenas! ¡Sumercé! ¿Cómo está?

- Bien Anita, ¿y usted?

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7 ¡BIENVENIDO(A) SUMERCÉ!

“Un pedazo de la ciudad puede ser simplemente una forma, una forma sin atributos, pero si ese pedazo de ciudad, si ese espacio, tiene una determinada interpretación, esa forma se convierte en un lugar (…) Si esa narración de ese lugar (…) es ampliamente compartida por mucha gente de la ciudad, y si ese lugar está ampliamente documentado, (entiéndase por documentado: dibujado, pintado, escrito, versado, con levantamientos cartográficos, etc. (…) Entonces eso se convertirá en un paisaje cultural” (Sabaté, 2013).

El presente trabajo de investigación creación busca indagar en torno a ese trozo de ciudad, de barrio, de vecindad, internándose en el terreno donde se instaló la casa de Anita Parra, el cual en su interior guardó relatos de toda índole, pero orientados al olvido, en mayor o menor grado, de amores, aventuras, trabajos, rutinas y dolores. La intención del presente documento radica, entonces, en dar a conocer la realidad vivida en este espacio familiar y social llamado el Club de Anita1 Revelando y documentando de manera

escrita y visual las vivencias ocurridas, llegando a configurarse como un espacio de construcción colectiva y medio de escape y resistencia a realidades cotidianas, siendo el eje de esta propuesta.

Se busca resaltar la relevancia del relato y su importancia en la construcción de realidades espaciotemporales, a través de la recopilación de información por medio de la charla informal realizada a algunos miembros asiduos, así como a través de la observación, interpretación e integración con

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comunidades; características propias de la investigación etnográfica como metodología de creación.

De igual manera, construir y documentar visualmente a través del dibujo (tradicional y animación manual) la espacialidad del Club de Anita, describiendo el espacio, objetos y temporalidades como elementos constitutivos en una construcción de memoria colectiva, visibilizando y enunciando realidades tras este contexto.

Finalmente, visualizando los nexos que dieron lugar a la permanencia de los miembros del club y evidenciando las circunstancias y motivos por los cuales se constituyó en un espacio auténtico, se propone la exploración de la categoría de microestética campesina como elemento y escenario auténtico de la cultura bogotana, que se mantiene y es además una herramienta a través de la cual se recorren las dinámicas de escape y resistencia a realidades cotidianas por parte de diferentes comunidades, siendo la campesina el eje de esta propuesta.

El presente trabajo es una expedición al pasado, creando un recorrido presente que a través de diálogos, entrevistas, memorias e imágenes busca reconstruir un lugar, unos hechos y unos personajes que hicieron parte de una etapa de mi vida que tuvo un cambio abrupto y dejó a su vez una huella indeleble, que no olvido, y han logrado generar toda una reflexión en torno a una realidad específica que se centra en los sucesos que se desarrollaban en el Club de Anita- típica tienda

de barrio (establecimiento comercial pequeño, ubicado generalmente en la fachada de casas o edificios, atendida la mayoría de veces por un grupo familiar, y ofrece productos variados tales como golosinas, chucherías, bebidas, alcohol) y llegó a constituirse en punto de encuentro habitual para amigos y contertulios, resaltándose de manera particular el origen campesino de su propietaria- constituyéndose así en objeto de estudio y análisis.

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otras por medio virtual, las cuales se realizaron a aquellos sujetos que compartieron vivencias con la dueña del club, contribuyendo con sus narraciones a hacer una reconstrucción subjetiva y sensible del mismo.

El uso de esta herramienta es fundamental, pues fue precisamente el relato - el relato etílico2 - el medio a través del cual los asistentes al club lograron en su

momento compartir experiencias de vida, reflexionar en torno a realidades, pero a su vez, recurrir al olvido evasivo y momentáneo marcado evidentemente por acontecimientos dolorosos del pasado.

El uso de esta información, que se caracteriza por ser eminentemente cualitativa, ha permitido entonces generar una recopilación de situaciones y circunstancias variadas que se enmarcan en confesiones de carácter autobiográfico, las cuales cobran aún mayor relevancia cuando se profundiza en la importancia de la narrativa para ilustrar y comprender el entorno en el cual se vive.

Para Harmida Rubio Gutiérrez,

“La narrativa es el arte de contar historias. Es necesaria para explicar el mundo, para construir la memoria y para proyectar hacia el futuro. Está inmersa en un mundo a medio camino entre el tangible y el imaginario, además es un proceso epistemológico, práctico, simbólico y emotivo a la vez” (s.f, p. 3).

De este modo, en todo el proceso de escucha e interpelación, el mismo relator, además de ser narrador, llega a convertirse en actor y cocreador, brindando la

2 El término relato etílico ha sido extraído como una reflexión en torno al papel que jugó el alcohol en el desarrollo del ambiente que se vivía en el Club de Anita, pero a su vez, encuentra su soporte en un artículo titulado La inspiración etílica de Edgar Allan Poe publicado por la revista Estepario. Su autora, llamada Grecia Sofía Munive García, al hacer un breve recorrido por la vida del escritor, menciona cómo esta sustancia fue no solo eje de inspiración para desarrollar y producir su obra literaria, sino el medio que encontró para – en palabras de la autora – “…alejarse de su cruel realidad” pues “…le ayudó a calmar el dolor de una vida llena de soledad, desesperación y frustración”.

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posibilidad de encontrar diferentes tipos de relaciones gracias a la confluencia de personajes y roles que ellos mismos asumían en el ámbito que caracterizaba al Club de Anita, entretejiéndose así lo que se denomina como conflicto narrativo, que puede entenderse “(…) como el encuentro de fuerzas, la búsqueda o disyuntiva que construye la historia" (Rubio, s.f, p. 4).

De esta manera, la narración individual – uno de los ejes de este trabajo - cobra especial sentido al insertarse en lo grupal, pues el hecho de que los protagonistas compartiesen una temporalidad y un espacio en común, no implica la existencia de una visión única del mismo o del pasado, pues aunque existan coincidencias, es claro que el trabajo basado en la recopilación de información de cada uno de los individuos, ha permitido encontrar que cada uno tuvo su propia vivencia, y todas ellas a su vez, conforman la experiencia que se vivió en comunidad dentro de este espacio.

Esto lleva a su vez a otra consideración dado el hecho que no se pretende anteponer lo particular a lo común ni viceversa, pues precisamente lo colectivo toma vigencia gracias a la confluencia de esas individualidades y, a su vez, esas individualidades se destacan cada una en medio de la colectividad, es decir, son y serán realidades que se complementan, se entrelazan y así cobran mayor vigencia.

Por consiguiente, la variedad de puntos de vista, la confluencia de experiencias, su significado y la trama que generaron, han permitido testimoniar que el Club de Anita fue uno de los muchos lugares de encuentro que hay en la sociedad bogotana en donde se generan ambientes alternos y a su vez, espacios auténticos que sobreviven en medio de las grandes cadenas de hipermercados o grandes superficies. Es en este espacio, específicamente la tienda (que es el motor de este trabajo) y a través de la etnografía de algunas de ellas que se busca desarrollar los contenidos, desde el momento contemporáneo pero a partir del recuerdo y la memoria del Club de Anita.

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espacios como el Club de Anita no han desaparecido en el actual entorno bogotano? y ¿es importante construir una memoria que permita comprender y documentar la existencia de este tipo de lugares, en medio de una sociedad cada vez más inmediatista? ¿Cuál es la mejor manera de documentar visualmente el paso del tiempo?

Para dar respuesta a la primera pregunta, es importante mencionar que el club es tan solo un ejemplo representativo de esas tiendas de barrio que tuvieron sus inicios en los albores coloniales y hoy “hacen parte de la vida cotidiana de una gran porción de la población colombiana” (Giraldo, Briceño y Ramírez, 2009, p. 9), constituyéndose en lo que hoy se conoce como comercio minorista, con productos como papas, paquetes variados, diferentes tipos de dulces, gaseosas, algunos licores y productos lácteos, pero acerca de este tema se ahondará más adelante.

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Por otro lado, era especial la confianza que existió entre la familia más cercana, (primos, alguna tía y evidentemente Mami) conexión que se afianzaba cada sábado en nuestros encuentros, donde Anita era cuidadosa con algunos visitantes que aprovechaban su ausencia o distracción para servirse un trago más de wiski, (que obviamente no les cobraban) razón por la cual Anita era desconfiada y mantenía sus cuadernos de cobros que, aunque desordenados, le ayudaban a tener idea de las deudas. De esta manera, este proyecto es un medio de registro y documentación de aquella memoria no solo familiar sino social, que fue tradicional y auténtica y que abarca la cultura popular como un ámbito para rescatar y visibilizar tanto en la investigación como en la creación.

Teniendo claridad en estos aspectos y en la importancia de cada relato - en la medida en que se recurre al recuerdo para poderlo narrar – se puede decir que, al confluir varias memorias individuales se genera una memoria colectiva, que

“(…) se la puede interpretar también en el sentido de memorias compartidas, superpuestas, producto de interacciones múltiples, encuadradas en marcos sociales y

en relaciones de poder” (Jelin, 2002, p. 22) donde el diálogo constante está

conformado por diversos significados culturales.

A partir de lo anteriormente mencionado se desarrolla una metodología que he denominado “expedición etnográfica”. Esta estrategia de creación será a su vez un recurso documental en cuanto al espacio específico y algunos de sus protagonistas, cobrando importancia en la medida en que toda documentación estética se convierte en una “(…) memoria mediatizada a través del arte(…)”, pues toda manifestación artística se encuentra enmarcada en un contexto sociocultural, económico e histórico que permite que la obra cobre sentido para su autor y el contexto que lo rodea (Semprún, 2016, p. 23)- buscando a través de ella y del presente trabajo- dar respuesta a la pregunta que da origen a esta investigación:

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en la creación de memoria colectiva y espacio de resistencias para sus asiduos visitantes?

La expedición etnográfica propone un camino de indagación que aporta a la investigación-creación una opción de investigación no lineal, a través de la cual se genera conocimiento, no solo conceptual y teórico, sino sensible, experiencial y emocional, donde el acto creativo surge del recuerdo y la observación participativa y pretende la reconstrucción de una experiencia colectiva. De la misma manera, los aportes de esta alternativa metodológica se orientan a la inclusión de culturas populares, esencias campesinas y diferentes ámbitos sociales en la creación artística con una estructura conceptual y teórica basada en las relaciones y conexiones sensibles que surgen a partir de la experiencia, a través de la estrategia propuesta y descrita anteriormente, rompiendo con jerarquizaciones impuestas y generando un sentido de igualdad y comunidad. Esta investigación se instala en la línea de investigación Excrituras Artísticas y Goces Transdiscursivos, y apoya la indagación en torno a hechos de vida en tanto que: “la excritura artística de la existencia se constituye, entonces, en el punto de partida de procesos de creación-investigación que propician la inclusión y permiten simultáneamente la exploración de otros cuerpos, así como la reconstrucción de narrativas de vida”3 (Maestría en Estudios Artísticos, 2017,

p.3).

El contenido que se ha escrito en este documento, se encuentra dividido en nueve capítulos. Ofrece una reflexión (a manera de marco teórico) en torno a las luchas a las que el campesino se ha enfrentado en la sociedad colombiana, así como una breve descripción de Anita y los cambios que las mujeres de origen rural enfrentaron durante el siglo XX. Posteriormente el espacio del club toma protagonismo, vinculándose con la importancia del relato dada la singularidad del

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lugar al que asistían los contertulios clientes de Anita, constituyéndose así en una extensión de ella misma.

De igual manera, se realiza una indagación en torno a la compleja relación que tiene la memoria y el olvido para llegar a la reflexión en torno a la memoria colectiva, posteriormente, y a partir de las consideraciones realizadas, se desarrolla el énfasis en la expedición etnográfica, la cual nace del interés de relacionar el presente con los recuerdos que se tienen de las experiencias vividas en el mencionado lugar.

Finalmente, y teniendo en cuenta la importancia de la charla informal para la elaboración de este trabajo, se mencionan y describen algunos de los contertulios que con mayor frecuencia asistían al club, evocando así hechos narrados por ellos mismos, dando paso a la paráfrasis y a la memoria documentada, registrando los hallazgos y reflexiones obtenidas a lo largo de este proyecto de investigación-creación que busca la comprensión de la vida campesina desde el lugar de la tienda, y de los acontecimientos que giran en torno a ella.

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15 LO CAMPESINO, IDENTIDAD, ARRAIGO

Conceptos como analfabetismo, atraso y pobreza han sido algunos de los imaginarios colectivos que han existido en Colombia al hacer referencia al término campesino como un evidente legado del colonialismo europeo, pues la visión hegemónica, consumista y urbana de la sociedad capitalista ha llevado a que otras formas de ser y hacer se vean como inferiores por parte de las elites gobernantes.

Sin embargo, décadas de lucha por reivindicaciones sociales, culturales y económicas reflejan una realidad opuesta, en donde esta colectividad no solo continúa buscando el respeto y respaldo por sus conocimientos y labores, sino por su propia identidad que - por décadas - ha sido relegada y descuidada por el estado, sus instituciones y los gobiernos de turno que poco compromiso han tenido con esta población, sus saberes, el sector rural y el ámbito agrícola en general, el cual sin lugar a dudas ha sido afectado de forma negativa por el conflicto armado.

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rural y lo urbano, provocando el traslado del campesino y por tanto que deba adoptar costumbres de la vida urbana.

De esta manera, la migración del campesino a la ciudad ha implicado todo un proceso de reacomodación a un modelo de sociedad capitalista y consumista que podría llevarlo a perder su identidad, razón por la cual se denota una transformación en el rol de las agrupaciones campesinas que hoy día existen y permanecen vigentes luchando por su rol en el país, a partir de la resistencia, tal como lo explica el autor:

“Ancestralmente para la comunidad campesina, las expresiones de política y organización se materializaban en los convites campesinos o comunitarios, prácticas que evocaban la construcción colectiva, la ayuda mutua, la solidaridad, reciprocidad, es decir, la configuración de sentido de comunidad.” (Ocampo, 2016, p.29)

En concordancia con Ocampo, la lucha por la existencia y la resistencia campesina se da a partir de la estética del arraigo y el pensar en el otro; el vínculo con su historia, con el territorio y la historia de este, así como en la re significación del lugar al cual se desplaza y el proyecto de vida que se genera a partir de esta circunstancia.

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Los sábados, el disfrute giraba en torno a compartir en un territorio campesino, que era libre de prejuicios, y donde se aceptaba a quien quisiera ingresar. Esta dimensión significó dicha re existencia, cada uno existía desde un vínculo con el otro, y todos existíamos allá, en ese momento, en torno a mi abuela.

Anita reelaboró su vida al salir de Boyacá, reafirmando lo propio y configurando una forma de existir particular, resistiendo numerosas luchas desde su nacimiento al enfrentar una existencia solitaria, creando otro tipo de condiciones ante contextos y situaciones hostiles, manteniendo a pesar de esto la tranquilidad y amabilidad que la caracterizaron. A pesar del hecho de que “falleció en absoluta pobreza, no tuvo hijos ni alguna relación amorosa que sepa, a excepción de un parroquiano que apodaban Fusil, pero al que ella nunca le paró bolas” (Daniel Pinzón, entrevista. 2017), Anita nunca se vio amargada o quejumbrosa, y dicha elección de no formar una familia ni ser madre es también una forma de resiliencia, ya que no todas las mujeres nacen para llegar a ser mamás, como en ocasiones la sociedad lo impone o lo reitera. Anita salió adelante sola, y haciendo frente a las malas intenciones de algunos llamados familiares de ella logró tener propiedades, dinero y un lugar donde vivir libre y a su manera. Nunca retornó al campo, pero mantuvo su atmósfera y energía.

Entonces - y como producto de la confluencia de variadas protestas populares que se daban en la sociedad colombiana a inicios de los años veinte, así como de las revolucionarias ideas socialistas que llegaban de otras latitudes- la mujer campesina inició en el siglo XX un proceso gradual de participación en asociaciones comunitarias, voluntariados y juntas de acción comunal que se fue sumando a las conquistas logradas a inicios del siglo a nivel legislativo4,

aclarando que su aplicabilidad dista mucho de los anhelos planteados en el papel.

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Es de resaltar que hacia los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, las instituciones patriarcales5 (Díaz, 2002, p. 11) de la época representadas en el

Estado, los partidos políticos e incluso la Iglesia manifestaron un fuerte interés por las mujeres campesinas reflejado en los estímulos que brindaron para que pudiesen agruparse en organizaciones especialmente controladas por ellos, buscando reforzar los papeles tradicionales de mujer y esposa.

Puntualmente, la iglesia fortaleció su rol en este aspecto producto del Pacto de Regeneración y el Concordato que rigió desde 1887 hasta 1993, ejerciendo su labor a través de “los párrocos y de las organizaciones religiosas, especialmente, la Legión de María, entidad exclusivamente femenina, muy antigua y difundida en el campo”6 (Díaz, 2002, p. 12) Este pacto, que fue acontecimiento nacional,

consistió en la formación de Colombia como nación y el fortalecimiento de las relaciones entre iglesia católica y gobierno con respecto a la moralización de la sociedad y la educación.

Sin embargo, existieron otras organizaciones en las que hubo participación femenina rural, pero con intereses diversos y contrarios a los anteriormente mencionados. De esta manera, cito brevemente dos importantes ejemplos: Uno de esos empeños que buscó promover proyectos productivos, fue el que se conoció con el nombre Asociación de Amas de Casa Rurales de Colombia, el cual permanece vigente. Además de este, la Unión de Mujeres Demócratas (UMD)- nacida en la clandestinidad y con base social centrada fundamentalmente en mujeres rurales- fue una organización cuya “experiencia se desarrolló en las

5 El sistema patriarcal o patriarcalismo se caracteriza por una relación dispar hombre-mujer en el manejo del poder, la autoridad y las decisiones a favor del primero (Gutiérrez y Vilar 1988,30). De ese concepto se deriva otro, el de cultura patriarcal, entendido como el complejo sistema de valores, normas y prácticas propias de una cultura en la que prevalece lo masculino.

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luchas de resistencia en el período de la violencia y la dictadura militar (1948-1956)” (Díaz, 2002, p. 13).

Ahora bien, aunque no es el fin de este trabajo hacer un recuento detallado de las luchas libradas durante todo el siglo XX por la mujer campesina, sí vale la pena reconocer que las décadas posteriores estarían marcadas por avances considerables que, aunque lentos y no exentos de dificultades, fueron importantes en la medida en que ampliaron la reflexión en torno a nuevos roles que la mujer de campo podía desempeñar, más allá de las labores domésticas tradicionales, siendo Anita una de estas representantes a nivel micro desde la tienda que administró.

Un claro ejemplo de estas primeras iniciativas, que se gestó durante la década de los setenta, fue la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), precursora en la organización de mujeres por ser una asociación gremial mixta que discutía aspectos relacionados con las formas de participación de la mujer, dada la fuerte discriminación y subordinación a que era sometida, así como “las exigencias de satisfacción de necesidades prácticas”7 del momento.

Los años posteriores trajeron consigo mayores demandas, las cuales se vieron reflejadas en una serie de luchas intensas en diversos ámbitos, en donde se evidenció el casi nulo reconocimiento que tenía la mujer de campo tanto a nivel rural como urbano, así como la ausencia en el diseño e implementación de políticas públicas eficaces que no lograban “orientar de manera efectiva los recursos para reducir la inequidad de género, promover su autonomía y libertades, y transformar sus condiciones de vida” (Vargas y Villareal, s.f., p. 1). Esta serie de aspectos llevaron a que la misma mujer campesina se empoderara e iniciara la conformación de organizaciones lideradas por ellas mismas, a pesar de los incipientes esfuerzos estatales que se realizaban en este sentido.

Las fuertes olas de feminismo que llegaron durante los años ochenta ayudaron “(…) a configurar el movimiento social de mujeres, igual que en otras naciones y continentes” (Díaz, 2002, p. 24), lo cual contribuyó a que se avanzara de manera

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significativa en el reconocimiento de derechos civiles, sociales, políticos y sexuales.

De esta manera,

“Los últimos años de tránsito entre el siglo veinte y el veintiuno han significado avances importantes para las mujeres del campo en su constitución como sujetos colectivos”

(Díaz, 2002, p. 23) a través de participaciones en organizaciones de dichas

mujeres a lo largo del mundo, que amplían el marco de identidades y legitiman las luchas.

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21 MICROESTETICA CAMPESINA: ETNOGRAFIANDO TIENDAS

El término de estética se aborda en este trabajo de investigación desde el territorio de lo sensible, la sensación y lo perceptivo, como interpretación del entorno campesino. Es así como al estar enmarcado este proyecto en el ámbito de la tienda como eje principal, se ha formulado la categoría de micro estética desde la siguiente apropiación etimológica del término: Micro del idioma griego y significa “pequeño”, “siendo un elemento compositivo que se utiliza en distintas lenguas para formar varias palabras” (https://definición.de) que en este caso es planteada tal como el título del capítulo lo evidencia. Microestética entonces se propone como el estudio de lo sensible, de los afectos, el contacto y lo humano en la pequeña tienda campesina. Una propuesta en la que se escuchen y conozcan otras voces.

A lo largo de este proyecto, este concepto ha sido herramienta esencial para enfocar y lograr una inmersión total en el objeto de estudio, lo cual ha permitido dar respuesta a las inquietudes planteadas, a partir de la experiencia etnográfica. De esta manera la metodología y esta categoría se alimentan y complementan recíprocamente, para alcanzar una comprensión del gran valor que tiene este territorio campesino en la sociedad contemporánea, debido a que simbolizan ámbitos de luchas de resistencia de la mujer campesina, acompañado por el toque popular de nuestra cultura colombiana. Tal como lo expresa una de ellas “yo creo que tenemos derecho a pasar a la historia, como guerreras, pero guerreras de paz, guerreras de lucha (…)” (mujer adulta campesina, desplazada, líder, Córdoba, septiembre de 2009)

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El espacio de la tienda es, entonces, una extensión de la identidad campesina, en la cual se “han ido construyendo formas y normas de relacionamientos entre hombres y mujeres” (centro nacional de memoria histórica, pág. 62) donde la mujer trasciende lo doméstico y para la cual “el negocio significa todo” (Doña Ceci, audio) ya que con él han logrado obtener todo lo que hoy poseen, tanto para ellas como para el sostenimiento de sus familias.

La microestética se vive, se estudia a partir del contacto con los campesinos, dentro de su contexto de un día de ocio y diversión. Es así como esta categoría no se encuentra en los libros, se descubre en el compartir, en el dialogar, en el construir con el otro, dentro de lo rural y en la particularidad de cada tienda visitada. Es el recurso que me ha permitido mantener viva la estética que compartí junto con mi abuela y mi familia. Aquella que nos unía, nos acogía y nos recibía sin inconvenientes. Quiero mantener vivo ese recuerdo, no quiero olvidar aquellos momentos; entonces vivo y sigo recorriendo los Clubes que encuentro para dar vida a nuevas experiencias colectivas, a integrarme con aquel contexto que mi abuela me enseñó, visibilizando ahora, en el presente, las diferentes estéticas de la vida campesina en la tienda.

Es así como través de la prosa se desarrollan estas etnografías a partir del lugar de enunciación de una mujer que ha frecuentado y frecuenta tiendas de barrio desde hace muchos años, como costumbre que nació de la tradición del Club de Anita. La lectura que se tiene de estos locales comerciales surge a partir de mi infancia, desde que visitábamos la primera tienda de Anita descrita anteriormente.

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espacios, evitando el olvido de la experiencia de la tienda y nutriendo la experiencia de este recorrido sensible.

- ¿Cómo viví las tiendas?

- ¿Cómo cambiaron mis ideas de la tienda?

En el Centro, Barrio La Candelaria Viernes, 15 de febrero / 2019, 3:00pm

Después de un arduo día de trabajo me dirijo al centro de Bogotá. Estoy en la fila para subirme al bus de Transmilenio, H13 que me deja en la calle 22 para hacer trasbordo a la calle 19. Fila larga, estrecha y demora en tomar el transporte. Finalmente llega el bus, me subo y debo ir de pie debido a la congestión habitual. Trayecto que como todos lo hemos vivido se presenta incómodo. Muchos cuerpos apretados, van de un lado a otro, con cada frenada del bus. Codazos, malas miradas, calor, bochorno, olor a doritos, nauseas.

La mujer a mis espaldas me incomoda aún más al mecer su largo cabello agarrado en cola de caballo, la cual roza mi nuca con cada vaivén. Trato de esquivarla, pero ingresa otra que con gran brusquedad me arrima más al poco pero largo pelo de aquella señora.

Después de cuarenta minutos en esta misma rutina en movimiento llego a mi destino. Calle 19. Trasbordo hasta el Museo del Oro.

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voy a estar en el clóset tomándome fotos. Plomería: destapamos con sondas eléctricas. Entro al establecimiento de Doña Ceci. Me quedo en la entrada. ¡Buenas! Una poker por favor. ¡Mañana tengo que guardar pal mareo! grita un hombre a una mujer que ríe a lo lejos. “I think we should get ready,!It´s too expensive” Hablan los extranjeros que con bermudas soportan el frío de la capital. La Castaña, Fiscalía, 11-61, The Corner 12, Modelia, Hayuelos, ¡qué tal! ¿Tiene hambre? Casa Kanú, Wuasikaymas, Droguería, ¡alguna mierda gueón! Expresa un joven que revela algunos tragos encima. ¡Yo entraba al cuarto y le gritaba de todo marica! Respondía el otro. Llueve. Rocola a todo volumen, suena reggaeton. Creo que Maluma.

¡Yo me emborracho con ella desde los 14! ¿tu no notas el parecido? Jajaja una pareja sentada en la mesa frente a mí. Baño estrecho, sin papel ni jabón. Pienso en el Club. Puerta naranja con garabatos hechos con aerosol. Olor fuerte a orines. Trato, como hacía en el Club, de no tocar paredes, y bajo la cisterna con el pie. Sentí asco, debo aceptarlo.

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25 Imagen de registro durante una tarde de etnografía

Chía, Vereda Bojacá

Sábado, 4:30pm. Febrero 16 /2019

Ya conozco estas calles angostas, pensé. Destino de un trabajo que tuve cuando viví en Cajicá. Camino unos pocos metros. Almacén Ropa Sport, Bonito, Barato de verdad, Pá Dios, Cremapan, y encuentro una tienda, pequeña, muy pequeña. Directo a la vitrina llego y pido una cerveza poker fría y otra al clima. Llueve. Mi padre me acompaña. La mujer que atiende es robusta, de pelo eléctrico y canoso, largo, cola de caballo. Seria y concentrada me entrega las bebidas y continúa con su labor.

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marica!! cinco de volumen por favor! Grita uno de los obreros. Atrás de nosotros un señor de edad grita ¡viva la señora María! 5 mesas. Amarillas. ¡Que pierda 100! Gritan, ríen. Groserías. Uno de ellos con un golpe seco en la mesa indica que quiere otra cerveza. ¡Sí, en Villa de Leyva! 6-18.

¡Le dije: hágale gueón! Ese hijueputa. Dice el más joven de los maestros de obra. ¡Ha marica le dio miedo! Suena Vicente Fernández en la rocola vieja y gastada. ¡Venga a ver Carlitos! No puedo acostumbrarme a estar sin ti, dice la canción. Uno de los obreros más borrachos grita: ¡No miren pa´bajo marica! ¡Coroné como al medio día! Ahí está en la puerta. Otro de ellos me mira con los ojos desviados, como preguntándose qué hago ahí. El piso del lugar, baldosa, me recuerda el del Club de Anita. Este está más sucio. El baño de hombres está ubicado a un lado de la puerta, se ve incómodo, y mide según mis cálculos 1 metro x 1.50cm. Mientras suena solo ranchera a todo volumen se escucha al fondo, a mis espaldas a la señora organizando botellas de cerveza en los petacos. Otros de ellos están apilados, tal como lo hacía Anita. Todos gritan, hablan fuerte, menos la señora, mi padre y yo.

¡Con su papá si andaba yo muy chimba gueón! Grita de nuevo el de la gorra roja. La rocola me recuerda al establecimiento de Doña Ceci. Algunos de los obreros no cierran la puerta al orinar. Se recuestan en la pared, para no caerse. Tambalean. Baño oscuro, cemento. A ellos no les importa, y en realidad a mí tampoco. Acá entra el que quiere, grita, toma, fuma, orina con la puerta abierta, y se va.

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¡Donde Doña Ceci hay rocola! silban la ranchera. ¡Denme cerveza, porque esa no toca sola! Canta un obrero al fondo. La ruta pasa a las 6 y 10. ¡Sería una facturación gigantesca! Me dijo, usted está cómo yo, no tengo ganas de hacer nada. !No está tan barrigón como yo! ¡Una arepa, dos chorizos! Es la única marica. Invito a mi Padre a otra cerveza, y me cuenta una historia familiar: Entonces, mi padrino Campo Elías González Martínez era padrino de matrimonio de tus abuelitos, Lolita y Reyes. Él era sastre. Y el tuvo un problema en la pierna… creo que fue en la pierna derecha. Y tuvieron que amputársela. Tal vez de tanto trabajar cociendo y tener una pierna sobre la otra, se le enfermó. Y él estaba en silla de ruedas y la esposa de él se llamaba Ana Rosa. Entonces, ellos tenían una casa en Sogamoso, esquinera. En la calle 13 con carrera como 14 o 15. Entonces, mi padrino Campo Elías nosotros le decíamos padrino pues porque era el padrino de mis papás, de matrimonio. Entonces mis papás lo acogieron a él cuando murió su esposa, Ana Rosa, y todo el tiempo vivió con nosotros ¡desde que estábamos chiquitos! ¡bien chiquitos!

¡Él es hermano de mi hermano! Grita un obrero.

Y vivió todo el tiempo hasta que murió con nosotros, sigue mi padre su relato. Yo a él lo quería mucho. Y él era hermano de mi tío Manuel Gonzales Martínez “Magoma” el poeta, y hermano también de Ana María González Martínez, que le decíamos mi abuelita, porque ella nos crio también. Era una viejita tan querida, tan linda, siempre usaba una gargantilla con un Cristo de oro, era lindísimo. Bueno, y esa casa de Sogamoso en la calle 13 mi padrino entonces se la heredó a mi mamá. Entonces quedó de mis papás la casa. Y ese sitio es un sitio muy exclusivo de Sogamoso. Muy comercial. No exclusivo residencial, sino comercial. Entonces mi papá en esas idas a Sogamoso y tal, cuando murió mi mamá se fue a tomar unos tragos con alguien y resultó permutando esa casa por dos lotes. Los lotes muy bien ubicados.

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Los obreros ya se ven bastante tomados, uno se queja constantemente. Me despido de la Señora Enilse, le doy las gracias y salgo de la tienda.

La Fortuna, queso costeño, queso paipa, queso campesino, Panadería Suarez B, Biscochería, Repostería Fina, 0-09, Salsamentaria, La Fortuna, Papeleria Ana María, Super Arepas, Remontadora, Sr. Diany´s Comidas Rápidas, Carrera 2 E 31-25, Se vende, Helados Caseros. Caminamos hacia 3 esquinas. Día gris. Pasamos bien, decimos con mi padre. Compartimos, reímos, comentamos, observamos y hablamos del Club. Es inevitable al estar en uno.

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29 Imagen de registro durante una tarde de etnografía

Cajicá, Vereda La Palma Sábado 23 de febrero /19 5:35pm

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Por acá se quedan, Gracias. ¡A la orden, dele! San Jerónimo, Lili Panadería y Pastelería. ¡Téngalo ahí, Dele! ¿Me hace un favor? ¿Me deja en Cajicá? Es que no tengo nada de plata, expresa una señora humilde que se sienta adelante. Siga. ¿Esto ya es Cajicá? Es que no conozco, me pregunta una mujer joven mientras llega un olor me provoca nauseas, mientras le ayudo a ubicarse para que no se pase. Me afecta el mal olor.

¡Dele, Tabio, Tenjo! ¡Viajan! ¡Siga! ¡Dele! Anticipa tu parada, 134, ¿Cómo conduzco? Siberia-Uniabastos. Vacas pastando. Esta es la vía Tabio. ¡Esquina del prado se quedan! Riko Riko, sabrostio de la cola hasta el pico, Broaster Y Asado. Diagonal 1 carrera 14. Colegio Colombo Hispano. Restaurante Parrilla Doña Cecy. Mobil, cabinas. Delicias de Maíz. ¡Dele! ¡No se vayan a pasar! Nos dice el ayudante. ¡Sigan, a la orden! ¡Dele! Y nos bajamos de la flota con mi padre, que me acompaña en este trabajo de campo. 2B-32 es la dirección, la cual no reconozco, y nunca había estado acá. Mi papá conoce un poco más. Acarreos. 2B-06. Empezamos a caminar por una calle larga, mojada y pavimentada. Cajicá, Centro, La Y, La Palma, Sede Comunal. Estoy perdida. Carrera 1ª Calle 12. 0-12. ¡Voy a comprar la cebolla pal´ caldo! Dice una mujer joven que sale de una casa humilde. Nos ve desubicados a mi Padre y a mí, y nos pregunta ¿Sumercé que necesita? Diciéndole a mi papá. Él le pregunta el nombre de la vereda. Están en la Vereda La Palma, dice ella y se va a comprar la cebolla. 1ª 04-S. Montallantas, Aceites, Frenos.

Suena el croar de muchas ranas cerca después de recorrer una extensa calle de la cual ya nos íbamos a ir, debido a que no encontrábamos ninguna tienda y finalmente escuchamos la ranchera a todo volumen y hombres hablando con voz muy alta; lo que nos indicó que llegamos a la Tienda, la Tienda Ramaseca.

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clima? Me responde la mujer campesina. Le pido una fría para mí y otra al clima, para mi papá.

En las mesas de madera que hay adentro los campesinos ya están “en la onda” y me llama la atención el olor del lugar; una mezcla entre cerveza, cebolla, cilantro, en medio de una atmósfera de bochorno, típico del clima lluvioso. Atrás mío hay bultos de zanahoria, bicicletas. Los campesinos adentro hablan cada vez mas duro, parecen compitiendo por quién grita más. De repente, pasa un hombre frente a mí y se dirige a lo que sería el baño, que consta de un hueco enchapado en el piso, en medio de un espacio de 1 x 1metro. Sin puerta, solo el hueco a la vista. Claro, con mi papá comentamos acerca de este espacio, es inevitable decir algo al respecto. Los dos pensamos en el Club de Anita, como hasta los olores son similares, la atmósfera, la decoración.

De repente, sale tambaleando uno de los campesinos, tiene sombrero, y sale un poco afanado. Se tropieza con una mesa, pero no cae, sigue caminando y sale a buscar su bicicleta, la cual tiene llena de cilantro en la canasta delantera. ¡Gonorrea! ¡Vaya juegue tejo! ¡Vaya! Hablan dos hombres jóvenes mientras uno de ellos está orinando. Entran dos perros, húmedos y amigables. Uno de ellos llega directo a saludarme, y se sienta a mi lado. Sale la señora de pelo muy largo, está comiendo un helado casero blanco, y se pone a recoger las botellas de cerveza de la mesa de al frente mío. Entonces, al quedar esta vacía, cambiamos de mesa con mi papá, para tener mayor visual hacia el interior, ya que somos lo únicos clientes que están afuera, en el campo de tejo.

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del lugar. El bafle de adentro es una guitarra eléctrica, un poco desproporcionada, pero tiene buen sonido. Afuera, hay dos más, un poco mas pequeñas.

Pasa por la calle de enfrente una vaca, y un señor en su bicicleta con el perro en la canasta. Sale el señor con su cantina. 1ª – 89S es la dirección de esta tienda.

Yo quedo ubicada a espaldas del baño y mi padre al lado derecho, y siendo la mejor ubicación de afuera llega el momento en el que me adapto al olor fuerte a orines. ¡Ala! ¿Cuánto llevo yo jartando y me tocó po´ allá? ¡estos hijueputas! Grita el señor de gorra roja. ¡Yo soy gallo de pelea! Y no le temo a la muerte, dice la ranchera de fondo musical, y la mayoría de campesinos cantan en coro. Al fondo se escucha que le hacen bullying a un costeño ¡A ver mijo! Le gritan todos y se ríen a carcajadas.

Entro por otras dos cervezas, y esta vez me atiende la hija de la señora, mientras dos muchachos se quedan mirando mi cabeza rapada. No me quitan la mirada de encima, y entonces me sonríen. De repente, el señor de gorra roja me saluda: ¡Buenas noches princesa! Y me sonríe con los ojos desorbitados, dejando entrever la ausencia de algunos de sus dientes. Yo obviamente le contesto el saludo y salgo a “ocupar mi curul” como diría mi abuela. Sale otro hombre, de gorra verde a orinar, mientras escribo a espaldas de él y los dos perros juegan en la cancha. “30 lagartijas” ¡No hijueputa! “Párese en la punta de los dedos y láncese así” El hombre de gorra verde hace la mímica respectiva mientras los demás ríen. ¡Por capricho te vas de mi lado, pero vas a extrañar lo que pierdes! Suena la ranchera.

¡Hay un hijueputa, mire! Grita uno de ellos y sale otro hombre a orinar. ¡Y no tengo nada, ni amor ni dinero, no me importa nada, ya no tengo amor! La ranchera a todo volumen.

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solo rancheras. ¡Pero es inútil, ya he comprendido tus intenciones! ¡Por eso le pregunto al tiempo, y el tiempo me dice que es para olvidar!!

Mi papá recuerda momentos de su vida en Sogamoso, y me cuenta que allá en Boyacá mi abuelo Reyes los llevaba a veces a sus reuniones en las tienditas por ahí por el pueblo, en la plaza; y entraba uno a la tienda y le daban un pedazo de salchichón, o un paquete de papas, y hagan un pedido de cerveza para cuatro amigos, y ¡de pronto llegaban otras cuatro cuando no se las había terminado uno de tomar y llegaban y llegaban! Y así se llenaba la mesa. Imagen literal que teníamos presente en esta tienda de La Palma.

¡Me tocó como Carlos Leder, extraditarme! Expresa el campesino de gorra roja y va sentándose con toda confianza a mi lado. Mi papá y yo reímos mientras se acomoda el señor.

¡Me tocó irme pa´Chía, la jedionda china! Porque allá me tocó la herencia, acá le tocó a otro hermano, sigue el señor contando.

¡Me tocó desocupar, mis chiritos, mis cosas llegué y el Dios de la vida!! Le pregunto en qué viene hasta la tienda, y me dice que en bicicleta, como la mayoría de ellos. ¿Sabe qué es lo más bonito? Que lo atracan, pero ¿sabe qué es lo bonito? Que yo conozco a todos esos hijueputas rateros, Jajaja reímos los tres.

¿Y onde tan viviendo? Nos pregunta. En Cajicá, responde mi padre. ¡Por la vereda es lo más lindo que hay, lo más relajante! dice el campesino, mientras suena un trío de ranchera. ¿Y él es el papá? O el marido, nos pregunta con inocencia. ¡El papá! Exclamamos los dos. Y se va a orinar el señor, mientras sigue hablándonos desde aquel baño.

¿Si ves que salió el señor? Me dice mi papá. Luego de decirme que me una a ellos, pero prefiero ser paciente y dio resultado.

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Me regala dos cervecitas es tan amable, y pa´yo, ¡y anote ahí en el cuaderno porque no hay plata! Y yo vivía aquí cerquita, y ¡bueno, uno se jarta y tengo amigos, y tengo inquilinos ala! Que lo acompañan a uno ¡ala chino! Llega la cerveza. Y otra para... ¿cómo es su nombre? Le pregunto. ¡yo le pago estas tres! Dice mi padre. ¡Las otras tres las pagas tú! ¡Ráfalo! ¡Aquí me conoce todo el mundo! Nos dice. ¿Ráfalo? Pregunta mi Padre, ¿O sea Rafael qué? Rafael Guiscotano, ¡eso yo tengo más apodos que un hijueputa! Jajaja reímos todos.

¡Que me gusta hablar mierda y me gusta, si me entiende? Sigue Ráfalo. ¡Cómo es la vida! Y yo me gusta, me cayó en gracia ver a esta china, jajaja nos reímos de nuevo. ¿Por el pelo? Jajaja Pregunto. Si, si ¿Y sabe qué? Aquí entre nos, dice. A yo no me gusta ser mentiroso, ni ser hipócrita, y esta china tiene cáncer, ¡pura mierda hijueputa, si tiene las mechas más finas que la mía! Jajaja ¡después yo miré! Y dije: no interrumpiendo a Ráfalo y me dice: ¡Déjeme hablar! Jajaja ya después me contesta. Reímos y lo escuchamos:

Y yo me hice el marica como si yo no viera la peluca de la malparida china, ¡así lo traté! Porque yo soy grosero. ¡Discúlpeme! Nos dice. No tranquilo. Pero la persona debe ser uno realista, uno realista.

¡A mí no me… hijueputa…no me gustan las hipocresías! Y dije: espere y le gasto una, ¡y me nació! Jajaja y ríe, haciéndonos reír por su carisma y peculiar estilo.

¡Ala, pero sale uno de la casa y conoce amigos, conoce porquerías como la basura que uno sale hijueputa y allá eso es allá eso es allá! ¡Cuando uno experimenta, pero si usted nunca sale de la casa pues no hace nada! ¡No hace nada en la casa! Conoce el jardín, no conoce más. Entonces ya uno se acuerda y ayyy allá está el viejito ese, ¡bueno, uy jueputa, yo tengo amistades aquí! Jajaja reímos continuamente los tres.

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es? Le pregunto, y me dice que es de Chía. Allá me toca irme pa´ mi ruchera, po allá tengo me, hice una mediagua, china. Me dice. Hice el baño, la cocina, mi piecita. ¿Y en qué te vas esta noche? Pregunta mi papá. ¡En bicicleta! ¡Ala, venga vieja traidora esta vieja que no fía! ¡Una pregunta! Y se acerca la dueña, sería como siempre. ¡Con todo respeto, unos amigos, vea! Me presento con mi Papá. Nos da la mano, y Ráfalo le dice, ¿su nombre? ¿Ana Elvia? La mujer es de pocas palabras, y el volumen de su voz es muy bajo. Con la ranchera tan fuerte se dificulta escucharla. ¡Ay mire, somos tocayas! Le digo yo para romper el hielo, y sonríe con timidez. Ráfalo interrumpe: Ay jueputa, ¡Si ve! ¡Hablando y escarbando como los cucarrones entre amigos nos encontramos ala! Jajaja reímos junto con Doña Ana, mientras suena ¡Y el dolor me ha acompañado! Un dúo de mujeres a todo volumen.

¡De pronto les da gusto y vienen po´aquí otra vuelta y se distraen! Dice Ráfalo. ¡Ha si, a mí me encantan las tiendas! Le digo. ¡Que nadie lo moleste, que nadie lo joda a uno! ¡Eso es vida! Usted que saca con tanta plata si no la puede disfrutar. Y brindamos los tres, ¡Salud Ráfalo! ¡Salud mija! Y sale un hombre joven, ¡Vea costeño! Le dice Ráfalo, ¡vea unos amigos, vea! Se acerca el joven, aparentemente no tan tomado.

¡Siéntate ahí ala, jediondo! Le dice Ráfalo. Salen los demás campesinos a mirar qué está pasando, con cara de sorpresa al ver a Ráfalo en nuestra mesa. Hacen chistes que no entiendo mucho, dado el grado de borrachera y poco se les entiende.

“Ala yo me puse a jartar y a compartir con las personas, porque se siente uno grande, o no grande, sino bonito, porque se siente uno querido, pero bien hermoso. Ala anota el número ala esta china jedionda” Grita él emocionado, y me pide mi número de celular.

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es un señor. Vuelve a recalcar Ráfalo. ¡Tome antioqueño pal frío! Y mi papá declama: ¡Aguardiente Antioqueño, hecho de verdes matas que hasta el paisa mas berraco puede andar en cuatro patas! Jajaja todos reímos, mientras Ráfalo insiste en anotar mi número, pero no logra desbloquear su celular. ¿Cómo busca uno? ¡Ola costeño! Le dice a Pedro para que le ayude. ¡Busque el número mío! ¡Si está lloviendo! ¡Bendito sea Dios! Dice Ráfalo. ¡Anote el número ay! Me dice el costeño que me timbra para anotar el número de Ráfalo.

¡Ala, siempre me disculpa china jedionda! ¡Anote la princesa! Sigue insistiendo Ráfalo a Pedro. Yo le dicto mi número. ¡Póngale princesa! Interrumpe Ráfalo, y con mi Padre reímos. ¡Así se llame María póngale princesa! Termina.

¡Si ve lo bonito! A veces es que hace falta salir de la casa, pero mientras uno sea respetuoso es una belleza. ¡Porque ay hijueputas borrachos! Yo soy grosero, me disculpa ¿no? Nos dice Rafalo. Y repite ahora: ¡Póngale, mi princesa! Y enfatiza: ¡Mi princesa! Diciéndole a Pedro mientras guarda mi número. Yo me río con mi Padre, son chistosos.

¿Y cada cuánto viene acá? Le pregunto, y me dice que casi todos los días. Po´aquí no la pasamos con el jediondo chino. ¡Pero bonito! ¡Po ahí ganamos un poquito de centavos, yo tengo mis propiedades allá en Chía! Y él es como si fuera mi hermano. Nos cuenta que trabajaban aparte y se juntaron, pero aclara: ¡no es que uno sea raro! ¡Él tiene su pieza, yo tengo mi pieza! El allá y yo aquí. ¿Si me entiende? La amistad.

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Sogamoso. El frío es fuerte. ¡No, no hemos terminado esta! Le decimos a Ráfalo. ¡Yo no le estoy preguntando! ¡Cuando usted me dio yo no les pregunté nada! Nos dice con tono de regaño. ¡Nos embuchamos! Le dije.

¡Ay pa´ onde van a coger! Dice Ráfalo a las viejas traidoras. Nosotros siempre seguimos la tradición, vamos echamos almuercito, nos alimentamos ¿ustedes ya se conocían? Pregunta el costeño. ¡No! Respondemos los tres al tiempo. ¡Estoy haciendo amistades ala! Dice Ráfalo. Y pide otras cuatro cervezas.

Pedro nos pregunta de dónde somos ¡Y estos si son cachacos, cachacos de los cachacos! Dice Ráfalo, pero mi padre aclara: ¡Yo soy Boyaco supersona! Si, yo soy de Sogamoso. ¡A esta si es cachaca! Me dice Ráfalo.

Pedro pregunta lo mismo que Ráfalo, si mi padre es mi pareja o mi padre. Llega Doña Ana con las cervezas, y escucha que hablamos de Sogamoso y se interesa por la conversación. Le pregunta a mi papá si es allá, y dice: Yo soy de Boyacá, pero mi cédula es de Sogamoso; ya un poco más amable.

¡Mucho gusto unos amigos vea! Vuelve a presentarnos Ráfalo, mientras mi padre charla con la señora.

Allá en Sogamoso viví seis años, yendo para Belencito. ¡Ah, a la salida del estadio! Le dice mi padre. ¡De allá me trasladé para Bogotá y allá duré como siete años! Yo le pregunto por qué se fue de Boyacá y me dice que allá vivía donde una madrina, y ya no la necesitaba entonces se fue rumbo a Bogotá, hace veinte años. Mi padre sigue hablando de las veredas de Sogamoso, del teatro, y le cuenta de la casa de su infancia. Y ella le cuenta por dónde vivía. El Barrio el Laguito, cementerio de Sogamoso. Yo bromeo con Ráfalo, sobre la rapidez con la que toman cerveza.

Doña Ana desaparece de repente, y algunos de los campesinos van saliendo, bastante tomados, rumbo a sus casas, supongo. Sigue lloviendo.

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que según Ráfalo se llamaba Pedro. ¡Costeño! Dígale costeño, nos dice. Pero vea, uno a veces no necesita tanto estudio, sino ¡saber la mente dónde está! Dice Ráfalo. Mi Padre habla de Montería, incluyendo al costeño en la conversación. Él habla poco, y deja ver sus tragos que ya afectan su hablado.

Ráfalo ve que anoto algo, y me dice: ¡El diario de tu vida! Le explico que yo dibujo, que soy artista. ¿Sí? Me dice. ¡Ala y cuándo me pinta! ¡Si quiere lo dibujo ya! Le respondo. ¿Por cuánto? Pregunta el costeño, y yo le digo que sería un regalo. ¡Regálame uno pa´ mí y yo te lo pago! Me dice el costeño. ¡Ala costeño, a ella la llamamos y la fastidiamos! Dice Ráfalo. ¡la estamos fastidiando ahora! Dice el costeño, pero nosotros le decimos que no es así. ¡A veces yo me gusta ir a rezarle un poquito al Dios! ¡Ahí canto un padre para acordarse uno! Nos cuenta Ráfalo. Mientras el costeño me muestra la foto de la hija, y me dice que quiere un dibujo de ella. ¡Mañana venimos! ¿Ala y mañana no pueden venir po´acá? Nos pregunta Ráfalo, y le explicamos que no podemos volver el domingo.

¡Y el frío como un hijueputa y es turístico! ¡Y nos tocó quedarnos en una enramada la hijueputa y un frío! Porque allá sí hace frío mijo. Pero es hermoso, y la felicidad de uno levantarse a ¿y todo es colonial no? Cuenta Ráfalo sobre Villa de Leyva. Mire, yo no tengo plata china, pero hijueputa vida ¡Ala venís mañana jedionda po´aquí? Insiste.

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¿Chinos? ¿Cuántos chinos? Sigue interrogándome. Le cuento que no quiero nada de eso, Bueno, otra pregunta, ¡hemos hablado de todo! Discúlpeme, pero ¿por qué se mandó rapar? Le digo que quería donar mi pelo a niños enfermos de cáncer ¡Uy esta malparida china! ¡Tá yerta! Me dice cuando aprieta mi mano felicitándome por el buen acto al donar mi pelo. ¡Dios la bendiga! Bonita la causa que hicistes. Bueno, ¡otra pregunta! Dice él.

¿Ala y esos pirsigs ala jedionda? Jajaja eso ¡está más remachada la china! Bueno, esos son detalles de ella; ¡la que tiene clase tiene clase! Y es fea pero es bonita la malparida china, jajaja. Yo digo, el día que muera yo sí que ¡mis órganos me los saquen! Continúa Ráfalo, “pero mis órganos no sirven pa´mi mierda”¿sabe por qué? Porque uno ¡jarte hijueputa ya no sirve pa´nada esos hijueputas! Jajaja todos seguimos riendo y mi Padre apunta: ¡todo lo contrario Ráfalo, están cultivados en alcohol! ¡Ay jueputa si! Jajajaj de pronto las córneas de los ojos, dice Ráfalo: yo tengo una visión muy elegante, de los hermanos me dicen a mí usted me lee allá y yo le leo todo, y mis hermanos no leen, yo sí leo. ¡Vampos pa´dentro! Dice el costeño. ¡Ellos quieren hablar! ¡A no! Dice Ráfalo y pregunta ¿están bravos con él? !No! Si me gustó la amistad de esta china, aclara Ráfalo mientras empieza otra ranchera y no para de llover.

¡De pronto uno, quien sabe! tenga sus cosas pa´ hablar… ¡y se aburrieron allá en el apartacho y se vinieron po´aquí a vagamundiar ala! ¡Están de vagamundos ambos ala! ¡Yo lo sé, porque yo lo sé! Grita Ráfalo. ¡Nos gusta la cerveza! Le respondo y me abre los ojos. ¡Ay bonito! ¡Qué cosa tan hermosa, y compartir! Porque lo mas bonito en la vida es compartir, ¡salud! y mojamos la palabra. Sino lo más bonito de la vida una a amigos, amistades, siempre lo he tenido yo. ¡Pero que digan ese hijueputa viejo me trató mal, me morbosió, me molestó, diferente No? Totalmente diferente, dice mi padre. Hágale suegro ¡Bueno Ráfalo! jajaja el carisma de este señor es especial.

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¡Yo me gusta! Pa´que se sienta orgullosa la jedionda! ¡O entonces tiene que ser un gomelo! ¡Un gomelo no, sino que uno tiene que respetar! Sigue el costeño cuestionando a Ráfalo.

¡Yo me gusta respetar y respeto! ¡Pero es que tiene una hija tan hermosa! ¡Las cosas que hace no las hace nadie! Muchas gracias Ráfalo, dice mi Padre. Es que él es muy hablón, interrumpe el costeño, de nuevo. ¡No, grita Ráfalo, hablón no! Y yo no soy irrespetuoso, o si no uno se va, gracias señor, que pena.

Vea, ¡esa china tan hermosa mirá! Yo solo río, me siento en confianza. ¿Y irrespetarla es decirle que es muy bonita, jediondo? Le pregunta Ráfalo al costeño. Gracias Ráfalo. Pero lo más lindo de la vida es uno ser sincero, ¿no? Y reitera, a mí no me gusta la hipocresía. Yo soy así. Jajaja ¡Ole Ráfalo! Un hombre lo llama desde adentro. ¡Qué fue viejo! ¿Va a pedir, o qué? Bueno, me pinta así como estoy, y me pinta después. ¡Bueno, ahí tengo su número, mañana la fastidio! ¡Pero me la toma así, aindiado, aindiado! ¿se la tomo ya? ¡Hágale mija! Suena de fondo musical el Dueto América en las Cantinas, me comenta Doña Ana cuando sale de nuevo a revisar en qué vamos, y yo al no conocer la música le pregunto. “En las cantinas serás el peor del mundo, decía una pobre madre a su hijo malviviente. Aunque rodeado te encuentres de placeres, el vino y las mujeres serán para perderte”. ¡Es que el jediondo se madruga a ir y yo me quedo solo! Le dice Rafalo a otro campesino. Me gustaría un cuadro, un cuadro así, me dice el costeño. O sea, ¿pintura? No lápiz sino pintura, le pregunto. ¡todo lápiz, dice Ráfalo. Pero tiene que mandarme el tamaño que quiere, la medida exacta. ¿Así pequeño? Y me manda la foto. ¿Cuánto me cobra? ¿Así pequeño?

¡O grande, es mejor grande viejo! Dice Ráfalo. ¡Pequeñito se lo dejo a $50, se lo dejo barato! Le digo al costeño. Es que a mí me gusta, lo que es lápiz es lápiz. A mí también Ráfalo.

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entrego el dibujo. ¡Ella le está cobrando es lo que ella hace! Interviene Ráfalo. Yo le cobro el dibujo, pero el marco se lo hacen en marquetería. Usted escoge el marco que quiera. ¡A yo me pinta lo más grande! Me repite Ráfalo. ¡Píntelo con la nariz más larga que tenga! Jajaja se integra otro campesino a la charla, y todos reímos. Suenan las botellas chocando, el costeño está borracho.

¡Bueno, muchas gracias! Estamos hablando.

Cervecita, ¡chévere! Esperando el colectivo llega de nuevo Ráfalo a hablarnos. ¡Hasta luego Doña Elvia! ¡Mucho gusto! ¡Esa vieja es de un genio! Pero es buena gente, dice. Esa se devuelve, nos dice, explicando la ruta del bus que debemos coger. Esa llega a la 15, baja y se devuelve. Entonces no se preocupen porque no se van a lavar. ¿Y se va en bicicleta? ¿Y dónde está su bicicleta? ¿ésta? ¿Y arranca de acá para Chía? Le preguntamos. ¡Siempre me he ido! A si, la novena, cojo la novena, jajaja nos reímos todos. ¡Yo trabajé por un colegio en la novena, por Bojacá! Le cuento a Ráfalo ¡ahí vivo yo! Me dice: eso es entrando por la Reinoso, que llaman. Pasando el río. Mi papá sorprendido le vuelve a preguntar ¿Y te vas a esta hora en bicicleta? Siempre me he ido ala. ¿A esta hora? Jajaja reímos. ¡Pero es lejos! Continúa mi Padre. Te voy a decir una cosa suegro, ¡aquí las amistades, allá casi no tengo a nadie! Allá hay amistades, pero no como las de aquí. Aquí uno se enamora de tomar aquí. Este sitio es muy agradable, muy rico, dice mi Padre. Es bonito porque y yo soy grosero, hablo mierda y todo el mundo me quiere, ¡entonces uno donde lo apañan uno es feliz! ¡Claro! Pero, allá hay hartos que me estiman, pero no son iguales… o sea, porque yo no tengo confianza como decir ¡venga y nos jartamos una cerveza! ¡Allá no! ¡Qué más Pepin! ¡Bien Pepín! Llega un hombre joven que no sé por dónde aparece. ¡Présteme la sombrilla pa´ irme! Jajaja ríe el joven inocentemente.

¡Y este es el loco de la vereda! ¡Pepín! Nos cuenta Ráfalo. ¡Buenas! Nos saludamos con el muchacho. Ya no suena música.

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¡Y él quiere que yo le venda! Tengo mis cositas, yo pa´eso trabajo. ¡Yo soy más rico! Y soy feliz. ¿Y en qué trabaja Ráfalo? En agricultura mija, ¿tiene huerta y todo eso? ¡Claro! ¡Ay jueputa! ¡Te voy a traer unos perejiles ala, cilantros, yo me encargo de eso! ¡Ay, ala allá viene! ¡Mañana la llamo!

¡Vaya Suegro! ¡Que le vaya bien! ¡Gracias!

Son las 8:00pm y sigue lloviendo. ¡Buenas! ¿Va a Cajicá? ¡papá, cierra!

Viví estas tiendas con el mismo disfrute de todas las que he visitado. Así entonces mis ideas de la tienda, llenas de recuerdos del Club, resistencia a su olvido.

LA COMADRE TEODOLINDA

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Su nombre de pila era Teodolinda, fue bautizada así por el padre del pueblo pues, según la costumbre, a las niñas naturales e hijas únicas las nombraban de esa manera, mientras que a los niños con dichas características los nombraban Teodolindo.

Esta mujer de baja estatura nació en Villa de Leiva, pueblo reconocido del Departamento de Boyacá. Su acento, contextura física, rasgos faciales y particular forma de vestir evidenciaban su origen rural, tal y como se mencionó anteriormente. Tenía ojos muy pequeños, expresivos y cordiales, con cabello corto, medio ondulado y algunas canas que asomaban, su boca era pequeña y su nariz aguileña, tenía una voz aguda y un tanto ronca y medía aproximadamente metro y medio de altura.

Su presentación personal fue, desde mi punto de vista, una muestra de resistencia a la moda del momento, vistiendo en su cotidianidad con pantalones de sudadera, saquitos de algodón o lana, medias gruesas y largas que dejaba sobre el pantalón, y siempre usaba un delantal encima de la particular vestimenta cuando estaba en casa, peculiaridad que destaco no solo por el pintoresco y singular estilo que tenía, sino porque fue un aspecto que los miembros del club comentaban. Al respecto, mi tío Daniel Pinzón8 comenta: “era muy curiosa:

medias diferentes, vestuario, peinado, etc., pésimos” (Daniel Pinzón, entrevista virtual, 10 de Junio de 2017).

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Ilustración 1 Foto de Anita y Juan

Cuando tenía que hacer alguna diligencia, comprar mercado, ir a misa o visitar a alguien, tenía la costumbre de salir más arreglada,vestida de manera formal, con saquitos de algodón azules o cafés, faldas que le daban debajo de la rodilla yel cómodo y duradero calzado Rómulo.

Siempre me llamó la atención la sencillez y simpleza de Anita, pues es de destacar que nunca se preocupó por combinar colores o estampados, usando así cuadros con rayas y viceversa, sin ninguna preocupación y con mucha autenticidad.

Fue una mujer fuerte, de carácter templado cuando alguna persona le hablaba de manera grosera o atrevida, o cuando alguien trataba de burlarse de ella o arrebatarle algo de su propiedad.

Sus manos fueron víctimas de la artritis reumatoide, sin embargo, aquella valiente mujer nunca dejó de laborar ni de estar activa. Siendo joven logró viajar a Miami a trabajar como empleada doméstica, lo cual le sirvió para ahorrar, regresar a Colombia y comprar varias propiedades.

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era una mujer desorganizada y acumuladora, no era analfabeta, pues escribía y hasta tenía un cuadernito de cobros y fiadas en donde llevaba sus cuentas. En el patio trasero de su casa tuvo gallos y gallinas, claro ejemplo de la micro estética campesina que llevó consigo toda la vida, y solía guardar el dinero que ganaba debajo del colchón, detalle que le ocasionó por más de una vez problemas, ya que le robaban con alguna frecuencia.

Esta especial mujer recibió siempre con amabilidad a los socios del club, y fue eje de unión en la construcción de vínculos socioculturales entre un grupo heterogéneo en edades, intereses, ocupaciones, gustos y condiciones económicas, llegando a constituirse en una estructura que rompió estereotipos básicamente en dos frentes.

El primero de estos frentes tiene que ver con los escrúpulos que existen en el ámbito urbano de la sociedad colombiana en torno al campesino pues, como se mencionó al inicio de este capítulo, prejuicios como el analfabetismo y el atraso han marcado esta población dado el rezago del sector rural. Sin embargo, Anita fue hasta su vejez un ejemplo de tesón y empuje, evidenciando que en Colombia “los campesinos hacen un esfuerzo por reivindicar sus atributos positivos como la independencia, la capacidad de trabajo, la honradez, la inteligencia y la viveza como elementos distintos de su ser e identidad” (Universidad del Rosario, 2013, pág. 7), los cuales se reflejaron claramente en esta señora, en su capacidad de laborar, la independencia económica que logró, su capacidad para hacer negocios y así valerse por sí misma hasta sus últimos días.

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privilegiaban el trabajo masculino” (Reyes, s.f.). De esta forma, basta con entender

que a pesar de su origen sencillo y humilde, Anita se caracterizó por ser independiente, negociante y emprendedora, rompiendo con los esquemas convencionales de su tiempo y con los condicionamientos que se imponían al rol femenino del siglo XX, el cual estaba encasillado casi que exclusivamente a los oficios del hogar. Sin embargo, su inserción en la sociedad y la vida urbana no lograron trastocar su identidad como mujer de campo, conservando de esta forma su autenticidad, sus hábitos, costumbres, estilo de vida y apariencia, particularidades que hicieron de ella un ícono, dada su peculiar y agraciada estética campesina.

De esta manera, los contenidos de esta investigación ofrecen una contribución al reconocimiento en la sociedad de las personas campesinas que sin planearlo deben salir de sus tierras y lugares de origen para establecerse en la ciudad y desempeñarse en labores no bien remuneradas para subsistir. Es una lucha personal en medio del conflicto, en la cual se generan auto representaciones creadas a partir de un sistema estereotipado, donde la construcción de una nueva imagen de estos individuos es visible a través de nuevas prácticas sociales y nuevos roles. Por fortuna, a Anita le gustaba su trabajo en la tienda y se adaptó fácilmente a las condiciones de la ciudad.

RETRATOS DEL CLUB

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habla de las mañas de Anita y acerca del lenguaje que se creó en el lugar como expresión de la prosaica9 que se creó a nivel micro.

Al ser el día de encuentro un sábado, mi abuela se arreglaba con suficiente tiempo de anterioridad, labor en la cual generalmente mi mamá colaboraba (como en muchas otras). Era todo un ritual, en el cual mi abuela se sentaba en la silla de madera tipo Luis XV cerca a la puerta que daba a jardín de su cuarto para recibir más luz y claridad. Sacaba del baño todas las cajas y bolsas en las cuales mantenía organizado su maquillaje, cepillos, rulos, lacas y ganchos de pelo. Disponían todo sobre la cama para mayor facilidad y comodidad, y recuerdo que mi mamá empezaba por enredarle el pelo blanco a mi abuela con una peinilla, generando un gran volumen, a pesar del poquito pelo que tenía. Luego, con un cepillo redondo, empezaba a peinar para crear una moña, la cual era realizada fácilmente, y finalizaba lacando toda la cabeza.

Posteriormente, continuaba el maquillaje, que casi siempre contaba con colores claros, azules, lilas y, en ocasiones, ocre y café. Debo ser modesta y aclarar que mi abuela era muy bella, tuvo una piel muy bonita y sana, por lo tanto no necesitó de excesos en los productos de belleza.

Este proceso duraba aproximadamente entre una y dos horas y me gustaba estar ahí, ya que se hablaban de chismes familiares, datos nuevos acerca de Anita o algún visitante que iba a ir a acompañar a mi abuela con sus tragos.

Mi abuela fue la señora mejor arreglada que iba al Club, ya que para ella fue su plan constante durante muchos años y, al encontrarse con viejas o nuevas amistades, prefería lucir con una imagen alejada de la que mantenía estando en la casa entre semana. Siempre recibía elogios y piropos y, antes de salir rumbo al Club, alistaba su cartera, la chácara (monedero) y el eterno pañuelo que siempre la acompañó.

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Salía entre las 3:30 y las 4 de la tarde de la casa ocho, donde vivía con mi abuelo, siempre acompañada por alguno de nosotros o por Anselmo que la recogía. Cogida de gancho y dando pequeños pasos avanzaba a lo largo de media cuadra, y llevaba consigo también una bolsa plástica con algunos regalos para Anita, entre jabones, frutas, galletas o juguetes para los nietos de Anselmo. “Cuando llegaba a su casa a recogerla, ella ya estaba perfectamente arreglada, ‘emperifollada’ como ella decía, con su mejor traje, el cual alistaba con la anticipación debida con sus joyas y perfectamente peinada y maquillada. Jamás se borrará de mi mente su imagen esperándome en la puerta, ella linda y elegante con una bolsa en la cual nunca faltó el detalle cariñoso para Anita y para sus contertulios favoritos” (María Cristina Pinzón, 2017).

Fue así como este ritual de mi abuela se convirtió en la rutina del fin de semana, que, tal como Anita, mantuvo fiel a su estilo, gustos y personalidad. La micro estética, entonces, se asume en este proceso como la noción de autenticidad que se mantuvo en el club, pero que también mantuvieron sus socios, a pesar de diferencias, riñas o conflictos que pudieron surgir o fueron parte del pasado. Parte esencial de la micro estética que caracterizó al club fueron los relatos etílicos, que iniciaban tan pronto había por lo menos un visitante que mojaba la palabra con cerveza Águila o Costeña al clima. Anita siempre contó con suficiente cerveza para vender y, a medida que llegaba algún socio, siempre se pedía pola (cerveza) para iniciar la tarde. Como todos llegábamos almorzados, bebíamos sin problema durante unas horas, pero algunos, como mi abuela que no comía bien, duraba menos tiempo en llegar a estar “en la onda”. Este término lo implantó ella misma para referirse a que estaba muy tomada. Obviamente se implantó esta forma de expresión, la cual fue modificada un día por mi primo Santiago y por mí al son de unas polas, por “la onda rotativa” que mencionamos varias veces durante la noche y fue motivo de diversión y risas.

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simpático señor dijo que él iba de vez en cuando, pero que se sentía bien y lo que era bueno era tomarse unos guaros y unas cervezas para mantener la salud. Esto evidentemente lo expresaba mientras se tomaba un sorbo de cerveza Costeña y, la mayoría de las veces cuando hablaba, soltaba alguna risa, como riéndose de sí mismo o de la situación, detalle que me enseñó a no tomarme a pecho todo y a aceptarme como soy, con un toque de humor. En medio de las risas con Anselmo, le preguntamos a Anita y nos contó que ella sí iba juiciosa al médico (a veces en compañía de Anselmo) y que además era muy importante revisarse la prostata. Esto último causó una carcajada colectiva que duró varios minutos, debido a la pronunciación que con toda ingenuidad Anita reveló riendo desde su pequeño butaco de madera. Alguno le comentó acerca de la pronunciación correcta de la palabra, pero a ella le causaba más risa e hizo caso omiso a la observación. En realidad, todos hicimos caso omiso, y la palabra quedó instaurada en la familia.

Podría afirmar que en el club se creó todo un diccionario de terminología autóctona y única, que permitió un entendimiento divertido, íntimo y muy especial, que hoy en día seguimos implementando en las reuniones familiares o en compañía de algún miembro conocedor.

-¡Calletano! - decía mi abuela cuando estaba incómoda o aburrida con alguna conversación, en un tono de mandato, con toda autoridad, pero con respeto, ya que ella fue la matriarca en mi familia. Esta posición provocó encuentros (en la casa 8 de mis abuelos o en la casa uno nuestra del conjunto Villa Isabel donde vivíamos) con personas de la familia que no tenía mucho contacto o con los cuales no sentí mucha conexión, a pesar de tener la misma sangre. Después de la muerte de Mami estos encuentros terminaron.

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expresión no la entendió, pensando que mi abuela se refería a una seda nueva que había comprado. En ese momento entendí acerca de los códigos familiares, de los malentendidos que pueden causar fuera del contexto donde nacieron y de la importancia de la interpretación en cualquier ámbito. Obviamente le expliqué a Camilo el significado del sedón para nosotros y no paramos de reír cuando se comprendió el sentido y el contexto.

La microestética del club también abarca las mañas de su propietaria, que se pueden enmarcar dentro de un aprendizaje empírico de alguna actividad determinada, reforzada por aspectos de herencia familiar, gustos personales y formas de proceder de cada persona. Ejemplo de esto, Anita dándole maíz a Greta y Lupe, dos perritas de mi casa que a veces llevábamos de visita al club. Claro, los dos animalitos llegaban felices a recibir el alimento, mientras nosotras (mi mamá y yo) siempre le pedimos a Anita que no lo hiciera, por la salud de ellas, pero solo se reía y decía que no les hacía daño. Anita también mantenía sus cuadernos desorganizados con las respectivas cuentas, deudores y operaciones matemáticas. “Cuando no teníamos el dinero suficiente para pagar nos anotaba en una de sus muchas libretas, pero muchas veces cuando queríamos pagar lo anotado no encontraba las notas o en algunos casos escribía la misma deuda en varias libretas. Era un caos. Yo siempre estaba debiendo pues registraba las deudas de mi amigo en la mía” El momento de pagar, tal como lo expresa mi tía era un poco desordenado: a mi abuela siempre le ayudábamos a pagar y ella nunca debió nada. Generalmente la discusión era por las confusiones de Anita y algunos personajes no pagaban ciertas cervezas que destapaban cuando ella se iba a buscar las vueltas.

Figure

Ilustración 1 Foto de Anita y Juan
Ilustración 2 Dibujo de William Kentridge
Ilustración 3 Dibujo. Grafito sobre papel basic

Referencias

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