POR
RACL
S I L V A
CASTRO
4'.
c
Cuando
un
hombre, que durante años per- maneciera curvado sobre los libros a jems9
tratando de servir de intermediario a auto- res y lectores, empeñado en arrancar a las
mudas palabras su secreto y en despojar a
las voces gárrulas de su penacho inútil,
cuando ese hombre,
digo,
quiere escribirun
libro de tono subjetivo, pbarece oportunore-
cordar el “anch’io sono pittore”. No es sin embargo
un
deseo de emulación el queme
impulsa. Obedezco a una necesidad más pro-
fuñda.
Mientras estuve leyendocon
ánimo fi.el los libros q u e salen diariamente y dan-do
noticias de ellos en mis gacetillas y cróni-cas literarias,
fui
haciendo, paramí,
algunasobservaciones generales.
En
mis artículospu-
se9 por lo
común,
las particulares, concreta-das a
un
autor, a veces sólo aun
libra Que-daba
tan remanente.Iba
a llegarun
rnornen-to en que bajo
una
cubierta de papel se hin- p charauna
masa denotas
y de recortes, que‘“ pareceríaun
libro en gestación.¿Por
qué
nodarle
forma? Si antes, dominadopor
el de- seo de servir de puente entre planos queno
12
R.
s.
e.
se
conocen, -aspiré a ser objetivo, hoy quieroser subjetivo. He debido revisar mi concep- to del mundo y de las hombres, interrogarme
a
mí
mismo en horas de soledad o de solita-ria
compañía.
Así seformó
lentamente este manojo de pliegos,en
loscuales
se verá más deuna
vez e1 delirio dela
pasión.
Sé bien q u eno
hay serenidad en él;me
lamento dcque a veces sus
páginas
hayan
nacido
sobra- damente serenas. Debí ser más audaz y debíhaber dicho con voz más
recia
#todo lo que pasaba por mis ojos.NQ
creo haberlo conse-E
l
novelista-
¿por
qué
no?-
quiere evo-car
todas las casasen
q wha
vivido, llevaral
lector
por
los meandros de sus recmrdos,ha-
cerle sentir
la
misma nostalgia que él siente,y pronto
ha
de darse cuenta .de su fracaso,Una sensación elemental, acaso de baja catego- ría estética, basta
para
desataren
su almauna
oscura y silenciosa cascada de pensamientos.
Las palabras con que habrá de traducir esa sensación causan en su lector
un
de18eitpemu-
cho m8enos intensov
*,no
le ooasionan ningu-na
conrnución
especial, ano
ser que hayaentre los
recuerdos
d'el nov8elista y del leyen- teuna
similitudpecwliarísima,
10 que,coma
se comprenderá, fuera de no ser habitual,el
novelista no tiene por qué esperarlo.
Para
el novelista, por ejemplo,una
galería de crista- les que se abre sobreun
parrón, simbolizala
casa en que vivió
XQS
años de sus primerosrecuerdos; si. bajo ese parrón
una
de sus tías abuelas hierve aguaen
un
gran tiestopara
una misteriosa operación que se efectúa a14
R.
S.
C.si frente a
la
casa, una noche, ardeun
edifi- cio ylas
llamas
quierenabrasar
el cielo, las luces que enrojecenla
escena consiguen pre- cisar mejor el ambiente de esos días: tras elincendio le acud'e el recuerdo del amigo ~ O C O
q u e
había
descubiertola
máquina
del rnovi- miento perpetuo,quien
leexplicó
su proyec-to frente a ese misma edificio quemado he-- go, y por eso
al
evocar a uno evQca necesa-riamente
al
otro y entrelas
dos imágenes se forma u'nlazo
indestructible.Supongamos q u e yo intento ser ese novelis-
ta, que
ha echado
la
caña de pescar imágenes enla zona
de sus rernembranzas más lejanas.A
la galería de cristales conun
parrón alhndo haré seguir otro ambiente, mas sórdido acaso, en que también vivió
mi
infancia,
Ha-
bia
en esa casaun
zaguán
fríu, no defendidodel viento por ninguna puerta, y mientras a uno de sus extremos se
abría
el tenebrosopa-
tio de la niñez, q u e parece comunicar hume- dad a nuestros recuerdos, en el otro estaba
un
medidor de gas donde era pr.eciso
echar
una moneda cada cierto tiempo para quela
luz,
vencida por el sueño,
no
se extinguiese comonuestras
charlas
de sobremesa y nuestraR.
S. C.15
platos servidos, mientras la tierra estremeci-
da
se
calmaba más rápidamente que Ia pal- pitación de nuestros corazones. Vagasimá-
genes
me
vienen de -esa casa, y todas ellas cuntagiadas de suhumedad
y de su frío.E n
las
habitaciones debe haber hJabido siempreun
POCO de sombra, y elparrón
que tambiénallí
sealzaba,
arroja a vecesuna
penumbra dorada, muy leve, sobre ¡elperfi1,romano
demi
madre. Eso es todo.Luego mis remembranzas se
aclaran,
yen-
tonces vivo en
una
casavinculada
ami
pri-
mera etapa de colegial, ami
primeracomu-
nión y al primer cigarrillo que me mareó, Deesta casa
hay
dos imágenes que conservo con€iddidad
exquisita.Un
tío mío aficionado a m a r cuellosmuy altos,
que parecían envol- ver como enuna
hoja de hostia su largo cue-llo, acostumbraba
ir
todos los domingos a al-morzar con msotrus, y llegaba a casa poco después de haber prendido
un
cigarropuro
que fumaba con parsimonia, y que cuando pasábamos al comedor dejaba sobreun
mue-ble elevado, a fin de que
no
se lo rompiesen30s niños.
Lo
recupera
luego de comer y ter-mina de fumarlo C Q X ~
un
placer
traducidoen
la
manera de entrecerrar losojos*
Otro tío,una leve cojera que con los años se le
ha
idoacentuando
(l)?
iba
muy de tarde en tardea vernos.
Un
día que estuvo en esta terceracasa,
al
ver
jugar
a todos los hernianos que éramos entonces,creyó
de su. deber ,deciral-
go profundo q u e sonara. bien a los ddos de los grandes, y
exhaló:
-Que jueguen, pobrecitos; que
jueguen
ahora que son inocentes. ;Cómo lo
hada-
mos nosotros, si pudiéramos!
Tiambién vivía (en esta casa cuando
una
noche las aguas del río inundaron la ciudad,
y nuestra calle se
vi0
cubierta por unaalta
capa de barro, Al día siguiente,
no
sé paraqué, :salí yo también a
chapotear
en ese lé- gamo, y me acompaña todavía elmurmullo
de miszapatos
enla
oscura melcocha que Ile- nabala calzada.
De allí me transporto -a 1x11 domicilb menos brillante, ubicado en barrio menos distingui- do, en e1 cual, a modo de compensación, iba
a
dar
con mis primeras inquietudes deamor
y a encontrarla
literatura comoun
trasto viejo que se enmohece enun
sobrado. Desdeel zaguán, muy amplio, me asalta todavía el perfume de la gran planta de jazmín del Ca-
bo
que
mi
abuela venía cultivando y queno
(1) Despues he podido precisar que era dema-
siado morenu para ser un Lord Byron, pero para-
R.
S.
C. 17sé por cfué ahora nu más cobra sentido para
mí,
ycreu
q u e sólo envueltoen
ese perfume, en extraña simbiosis, viene ami
recuerdola
imagen de
la
tiernamuchacha
color de ea-aela que
excitó
mis sentidos de adolescente y respondía conabrazos
a mis abrazos, peroq u e se recogió tímida
y
como herida cada vez q u e quise besarla. También allí murió la me-nor de mis hermanas, y junto a su menudo
cuerpo, encerrado
ya
en el féretro minúsculo, veo llorar abrazadas ami
madre y a una tía9q u e f u é su madrina de pocos meses, Pero e s
tas imágenes de duelo no permanecen en
mi
memoria, y se ven oscurecidas por otras. Las amistades de la vecindad
-
hasta ellas seha
erisamhadomi
incipientevida
de relación-juegan
con
mis hermanos y conmigo en eaamplio
comedor d e esta casa, donde una ala- cena y un mueble decomplicada
arquitectu-ra
guardan los dulces confeccionados a la en-trada del invierno.
Si
no
nusdan
manzanasu
sarabín,
nos encumbramos hasta las rincones' donde se alinean 10s putes y los moldes,
y
mientras
palpita
el corazón fuertemente y el oído se tiene alerta para queno
nos sorpren-da ninguno de los mayores, sacamos de su
alvéolo el
dulce
de membrillo que habremos de devorar conuna
prisa queno
permite ca-si el deleite.
1 otra fruta
para acompañar
nuestro pin-pin-De
mi
niñez recuerdo con claridad pocascosas.
Cuando
fuí alumno del Instituto de Humanidades, se me preparó parahacer
la
primera comunión.
La
ceremonia se efectuóen
lacapilla
del mismo Instituto. Durantemn-
chos díasun
sacerdote nos instruyó acerca dela importancia del acto q u e íbamos a realizar,
Coincidió 1st fecha con
la
'demi
curn-pkaños,día rumoroso, soleado, de comienzos del ve-
rano. Conseno de
aquel
entoncesun
retratoen que aparezco vestido de terciopelo, )con cuello de encajes y
una
banda de seda en elbrazo
izquierdaLa
fisonomía no es mística.Corresponde, por lo demás, exactamente a mis impresiones, ya que no a mis deseos, de
entoncea. El sacerdote q u e me preparó a
la
cumunión había insistido mucho en el
anona-
damiento que siente el alma del hombre fren- te a la majestad divina. Nos dijo
una
vez yotra que el ser humano, empequefiecido
por
el conlcepto de su insignificancia, debía acer-carse a1 tabernáculo en forma recogida y sin lenciosa,
para
no
;turbar
con
su. paso torpe,20
a.
s.
c.
za del altar. Logró hacerme esperar una
ha-
ra
de placidez Y Y de abanduao.No
hay acasu recuerdo de ese tiempo que sea más d a s o pa-ra
mí"
La
majestad de laprimera
cumunión era tal a mis ojos, que de ella esperabaun,
cambio taumatúrgico. Creí q u e el propio día de esa comunión iría a tenerun
coIor
distin-to,
una
luz
particular; que las voces iban a resonar en torno amí
de no habitualmane-
nera
; que sólo pensamientos puros, desasidos dela
tierra, iban a frecuentar mi imagina-ción, y que cuando llegara el oficiante a po-
ner entre mis labios, sobre mi pecadora Ien-
gua, la sagrada forma,
un
golpe de gracia, elespaldarazo de
una
fe q u eno
sentía, peroque esperaba, iba #a visitarme; rnás todavía:
se instalaría a vivir en mí para siempre.
No
CXQ
haber
opuesto ninguna resistencia a este género de impresiones; al revés, me parecehaber sido el rnás humilde de los neófitos.
Yo
esperaba sinceramente q u e el acto fuese muv Ysolemne y q u e tocaría
mi
alma.Me
pareció por algunos días hallarmeen
vísperas deuna grandiosa revelación. Hasta entonces no
había sentido la presencia de Dios en parte
R.
s.
c.
'21
c
comprendo así. Júzguese sin embargo de
mi
estado de espíritu. Digo que yono
había sen-tido
la
pr'esencia de Dios,E
l
sacerdote que me preparó 'no cesaba, en tanto, de repetir- me que Dios era una realidad, q u e Diosexis-
tía, y que a pesar de su grandeza y de su m a -
jestad, iba a condescender en llegar hasta m i pecho en el momento dle
la
comunión, como-quiera que su presencia en la
forma
era
real.
No
ibayo
arecibir
un
simple fragmen-to de masa, un poco de pan de trigo sin
le-
vadura, sino que iba a recibir a Dios mismo,
que se había hecho carne
para
redimir nues- tros pecados. Oculté celosamente 'al sacerdoteque
me
guiaba,
lo mismo q u e a mis compa- ñeros, la impresión quehasta
entoncesha-
bía tenido. Temf ' herir sentimientos respeta-bles y
sobretodo
temí llamarla
'atención, im- propiamente,sobre
mí.
Contaba además con redimirme de misanteriores
soberbias, de mis dudwy
de mis negaciones, CQJP, el acto det. gracia que me esperaba.
Lo
daba
por hecho. Pues bien,nada
de esto ~curri-ó. Paso por22
R.
S. C.SO por
alto
también la visión del Instituto, lle-no de niños que
iban como
yo a comulgar,unos por la primera vez-los compañeros de
mi
clase-, los otros comulgantes ya 4antiguos.Me
trasladoen
cambio ala
capilla, en la cualse nos tenían sitios reservados. Pisarnos rojas alfombras, olimos perfumes die flores recién cortadas, aspiramos
una
vez más, inevitable- m.ente, el místico olor del incienso, vimos los haces de luz que dejaban caerlas
ventanasscontemplamos a los sacerdotes revestidos con
paramentos de fiesta. De rodillas frente
al
altar,
gacha la cabeza, juntas las manos, yo me puse a anhelar la gracia q u e esperaba.La
creí sentir roFarme
la
frente, con manos deseda,
cuando
elmonago
hacía sonar las cam- panillas, Me pareció que meiba
a sorpr.en-der
porla
espalda, pisando blandamenteen
la
alfombra,
alguna viez que las olores, los so-nidos, las luces se confundieron Gen
mi
cere- bro en notas complejas deuna
orquestación sensual que enaquel
tiempo,para
mí,
eraespléndida. Estaba muy extrañado de q u e
la
gracia
IKI hubiese comentido en llegarse ha4stami
lada en el momento en quemi
fila
fué
Ila- rnadaal
altar. Pacientaemente esperé que acu-diera mientras,
arrodillada
frenteal
taber-náculo,
veía por elrabo
del ojo+al
sacerdo-te que, con gestos litúrgicos ya consabidos,
POS las formas de
la
comunión* Se acercabaa
mí,
y yo carecíaaún
.dela
emocih mfsti- ca, del supremo <contacto que debió acudirmeen ese momento, de
Xa
inundación &de luz enque
debía naufragarmi
almat
Si hubiese si- do youn
espíritu fuerte,un
hombre valien-te y decidido, debí haberme levantado
para
abandonar la capilla,v
Yexplicar
a los que me Interrogaran que no era digno de r'ecibirla
forma ya que
mi
espíritu seguía. anhelando en vano el gloaioso espaldarazo.NO
lo hice.El
sacerdote se detuvo frente amí,
y deposi- tó en mislabios
una hostia bendita, pan de trigo sin levadura, leve discu blanco que se pegóen
mi
paladar y quefui
pacientemente domando con la lengua y disolviendoen
la.
humedad creciente deuna
boca que espera-ba
su desayuno. Seguí aguardando la gracia cuando me levanté del tabernáculo y volví,con paso de convaleciente, por seguir los consejos del sacerdote, hasta el sitio que me
estaba señalado. Me pareció que ése
era
elmomento más oportuno para ser distinguido con el dÓn divino. Replegado ea
mí
mismo,la
cabeza
muygacha,
los ojos cerrados,las
manos' juntas, en tensión los músculos dela
cara a fin de que no dejasen escapar
una
sonrisa inoportuna,creí
que de pronto' meiba
a sentir en contacto conla
divinidad quese me
había
prometido. Esperé como queiba
24
R,
S.
C.
a dej
ar
deoír
el murmullo de 10s rezos, las la- tims del sacerdote queoficiaba,
los campani- l l , ~ ~ del acólito, y que delperfume
que ema- naban los inciensos y las flores iba asurgir,
como
un
fuegofatuo,
aquella mano increada quetocaría
mi
frente para imprimir ,en ella el carácter q u ela
gracia
reserva
a sus elegi-dos. Nada de eso se produjo. Continué
oyen-
do distintamente los murmullos y no me 01-
vidé jamás de mi cuerpo. Como el día
era
caluruso, comencé a sentir q u e mis manos es-
taban
ardientes, la q u eme
molestaba.El
m e -llo del traje incrustaba sus bordadur'as
en mi
mentón, y alguna vez
una
mosca poco OPOP tuna vino a posarseen mi
pelo, humedecidov
I perfumado.Me resulta curioso
anotar
qulemi
desen-cai~to
fué
advertido pormí
desde ese nmmen- ta. Había esperado dela
comuniónuna
efu-
sión ternisima,
una
emoción más grande ques que 'hasta entonces me brindara
la
vida, y mewntía
desamparado y como a cieugas sobre
mi
alma.Creía
que mis compañe- ros habian recibido todos el golpe de lagra-
cia y que sólo yo estaba condenado aarras-
trar
una
no querida desventura.Cuando,
poco más tarde, se noshizo
pasar en ban- dadas a las mesas del. refectorio, donde nosR.
S.
C.25
ba
indigno y vil.La
emoción que ese día de-bia
reservarme, según las admoniciones de los sacerdot'es y los consejos y advertencias de -rnis pari>entes,
no
alcanzó
hastamí.
Me abra-zaba
mi
madre,mi
abuela echaba lentosla-
grimones, y rnis tías, risueñas, elogiaban
mi
traje y
mi
compostura y me mimaban, peroyo me sentía
bastante
despreciable.La
cornu- nk5n-
es decir, la curnunicación directaen-
tre el ser perecedero y el EspírituInmortal-
se había producido. Todo era
un
simula-(TU que yo desempene con corrección,
pero
que noplacía
ami
alma,
U #
Reviso viejas cuartillas de las cuales se
exhala
un
rnlarcado olor a tierra. Estealor
añejo me pica lanariz,
y estornu8do.El
pa-
pel está manchado puf el su& que lo atezóv
wle quitó firmeza. Siento que es fácil rornp'er estas viejas hojas donde quise confinar mis ensueños. No cedo, sin embargo, a
la
tenta-ción; no rompo 10s pliegos que voy
extra-
yendo. Una ojeada me bastapara
ubicarlosen
mi vida. Pest,eneeen a períodos aItivasy
humildes
-
todo ala
vez-
de mi mocedad.San
fragmentosen
los que quiero ver refleja-do
mi
espíritu d e enfunces, toscamente crista-lizado.
No consigo, a pesar de todo, reconsti-tuir
mi
vida
muerta. Sus voces se pierdenfal-
tas de raigambre entre recuerdos más nue- vos.Confundo
las fechas y cometo la indeli-cadeza de atribuir a mi juventud pensamiea-
tos viriles. Estos viejos papeles me recuerdan,
sin embargo,
mi
encuentro 60x1la
literatura. --_ Esla
primavera, según creo ver* Los cu- rredoresdel
InstitutoNacionaf
sebañan
enXa
luz
dela
mañana que el cielo sin nubesno
tasa.El
sol los asaetea ypresta
nobleza a28
R,
S. C.sus perfiles.
Tablas
gastadas, gradas polvo-rientas, columnas que se hinchan al peso del maderamen; cantan los pájaros
en
losárbo-
les del patiopueñan las flores pálidas en los arriates; hilos de agua rebotan delicadarnen-te en
la
taza de una pila.Sobre
todo brillancon verde petulante las
plantas
acuáticas su-'mergidas en el agua siempre temblorosa. De
cuando
en
cuando el grito del queltehúeatrae las miradas.
El
fiel cuidador deljar-
dínha
sido extraído repentinamente de sucontemplación meditabunda, y como
un
ca- tedrático q u e monta en cólera, se hinchan de gula sus venas, Creo ver que se inyectanen
sangre sus ojo's:
no,
esuna
ilusión. Su pataen reposo cae
al
suelo y se fija junto ala
otra. Elave
mueve lacabeza
a ambos lados, ydde pronto hunde el pico en
la
tierra.LS
hun-de con encarnizamiento, corno
un
punz6n
he- ridor, Cuando el pájaro vuelve a sudificil
postura, 'desde lacual
are pasar la marejadadel mundo, deglute
un
sabroso
vermes.Del
lado
izquierdo la sala es sombría.El
gimnasio, con su
alto
techo de zinc, se ads-sa a sus ventanas y vierte sobre ellas
la
pe-numbra
de sus travesaños oblicuos. De tierna PO en tiempo viene de allfuna
voz deman-
do, yluego
resuenan enel
pavimento dela
sala de ejercicios, isócronas pisadas,
Se
tro-ta, se corre, se
marcha.
Yo, entre tanto, oculto como puedo en
la
superficie del pupitre, entre el borde delan-
tero y los libroas de
texto,
un
cuaderno d=e hu-le
negro.Nunca haré otra
cosa que ocultar loque hags
en
tiempohurtada
a más provecho-gas ocupaciunes.
El
cuaderno está abierto.Una abortada intención de estudio me llevó
-
alguna
vez a llenar de ecuacionesuna
de suspáginas,
Pero junto alas
ecuaciones, en queletras y números bailan una
zarabanda,
se veuna
hoja escrita y acasootra
y otra más+Las
páginas negrean conla
escritura deuna
mano q u e nunca se adaptó al lindo zapato chino de
la
caligrafía.
Una y hasta dos mues- tran líneas más cortas, renglones que no cu-bren
el
ancho delpapel.
Deben ser versos;no
pueden ser sino los versos de los ca-torce, de los quince años. Los inspira una
rnu
jer
que provoca pasiones volcánicas.El
enamorado q u e
ha
puestoen
este cuader-no sus quejas de
m o r
XIQ es el Unico quela
adora. Hay otro que se
cuelga
del brazo de estamujer
y a quien el niño mira con ojos no tan tristes como enconosos. Desde esaedad tan moza debe el enamorada contentar-
se can veri a las mujeres que
lama
junto aotros hombres y conformarse con evocarlas
en
una
soledad timorata queno
acepta guía. Los versus XZQ están solas,En
otras pági-30
R.
S,C.
un
título sobre densas líneas de escritura.Bajo
el titulo, entre paréntesis, se lee ‘Tan-tasía”,
¿Qué
rasgos tiene la fantasía de este adolescente?Nada
se puede avanzar(1).
El
cuaderno se perdió
un
día entre libros detex-
to, y los escritos más próximos a él,en
eltiempo, nada revelan de 10 que contuvo. ¿Es
éste
en
realidadmi
encuentro conla
litera- tura? Llego a pensar que no. ¿Cuándo co-mencé a leer libros literarios?
si
dirijo 6a vis- ta al pasado y recurro al archivo desordena-do &de
la
memoria, me hallo conun
joven
recostado sobre almohadas
en una
cama
blanda y que devora
un
libro, Es el invier-no y cae
la
tarde.La
habitación esam-
plia;
dos ventanas con rejas de hierrodejan
pasar laluz
.de lacalk
hastala
cama, q u eocupa e1 extremo opuesto.
En
eljoven
que reposa han hecho mella .el frío y las
ne-
blinas del invierno,En
la
mesa de noche, junto a algunos libros, se ven’ una pociónpectoral
yun
termómetro. Varias veces en eldía se le revisa: la laringe, en cuya roja
pa-
red se enreda, a menudo, una membranitablanca, y con
una
tórula
dealgodón
untada de yodo, secaukriza
la
infección.Para
dis-traer
el ocio forzado, estejoven
lee.Si
IIQ es-tuviese enfermo, leería también. ¿
Qué
lee?(1) “Túute I’invention consiste
a
fáire quelqueR.
S. C.31
La
literatura
infantil está llena de abismos. Junto falas
invenciones fantásticas(i
fantás-ticos el
avión
y el wbmarino?:Julio
Veme, eresun
precursor), elstán las expediciones d elos piratas de Sdgari; junto a
Wells
quelleva a los hombres a
la
luna,hay
una Euge-nia Marlitt en cuyas páginas anidan banda-
das de románticos murciélagos, y
exilste
un
Cúrian
Doyle que envuelve en el humo de su pipa a su querido Sherlock Holmes. Pero es- tejoven
convalecient.e, que mirala
vida através .de dos ventanas enre j adas, tiene leí-
dos ya a Veme, a
CQIMII
Doyle, a kfarlitt y aSalgari.
En
el anaquleI deuna
libreríaha
dado
con
libros de otra ]literatura, Uno de ellos setitula
Ea
Voluntad
y lo firma, sonoro,un nombre supuesto: Azorín. Otro se llama
Camino
dePerfección
y ustentala
firma dePío
Baroja.
A éste se hermanaun
tomitopul-
cramente empastado en roja tela. Letras dora- das dioen allí.:
Pdgincrs
Escogidas.En
otro to-mito, gemeIo9 se hallan las páginas mejores de Montaigne.
E n
uno de pasta venerable, de ti- pos clásicos (algunaspáginas
manchadas de herrumbre), -e .afilan lastiradas
delArt
Poéfique
deBoileau
Despreáux. Anarquía
delas lecturas juveniles, no dosificado veneno, bruscos atracones de imágenes y de formas,
¿ quién resucitará vuestro intermitente
en-
Cuando yo era adolescente me gustaba va-
gar
enla
noche por las calles de Santiago.En-
tonces, cuando
era
adoIescent,e, oí muchasve-
ces, en plenanoche,
la
carrera hostil del trende los difuntos. Llamo alsí el traqueteo de
un
misterioso convoy que a veces
cruzaba
elai-
re dela
ciudad do;mnibda y llegaba distinto a mis oídos.Era
#elruido
deun
tren que cu- rría corno encajonado entre cerros, dela
sombra a
la
sombra.
Sonaba
comoun
tesorometálico. Era tan poderosa la emoción que
me
iproducía
este estrépitosingular,
que a veces .me detuveconfuso,
para oírlo mejor,para
noturbar con
elelco
de mis pasos eseremato temblor del aire en calma.
La
luz
de las lámparas dearco
se hacía más aguda, y me parecerecordar
que en ese momento nopmaban
más vehículos junto amí.
Interra-gu6 a menudo a mis acompañantes sobre
aquella misteriosa fuga
en
elvacío.
Siempre medijeron
que no lkgabahasta
ellos,o
bienque les
parecía
algo indistinto y vago.Era
sin dudaun
treninexistente que
corría
ha-
- ---
a---- - - --- ---
T - - - -
- - - --- - - -- - - --- - - - - - ---
tí
-
una
sirena que hacía señas.No
era
una
sirena cualquiera, sino precisamente esa de
R.*
s.
c.
t -35
encontrar tan luego.
Y
t a m b i h
que no era e1humbre
que soy, el mismo que debeir
a bus-car
estatarde
un
traje que mandó planchar,sino
un
ser de trhsito, preparado a empren-der
viaj'e cualquier
día y que entonces segui-rii
ansiando lo contrario de lo que yo ansío,Quieru
decir, qu'e bajo esa persunalidad que me reveló de snbitola
vozprecipitada
e
in-
sist'ente dela
sirena,
mi
deseo legítimoha-
bría sido hacerme sedentario,aúnque
sólopar
un
breve término, cogeruna rutina,
ad-quirir
unapauta
deconformidad,
mientrasque hoy me
agradaría
servagabundu,
siquie-ra
por
un
poco de tiempo. Pero me pareceque es inútil
intentar
la explicación de todo e s t a Esmuy
difícil
para
mí,
v
Y después deTenía
yo pocosafios
cuando, a punto decalzar
misprimeros
pantalones de hombre,me
convertien
campaneru
deuna
iglesia.Por
el interior deuna
vieja
calle que seex-
tiende hacia el sur de
la
Alameda, se alzaba-
sealza
todavía-
una
modesta capilla construida de ladrillosy
enjalbegada,
No
tie-ne
propiamentecampanarios
sino dos impro- visadas torrecillas. dispuestas paraalbergar
dos mnoras lenguas gemelas.
Anexa
a ella existeun
pensionado de sacerdotes.Por
sus
pasillosme
introduje a veces, en unas tardes silenciosas, ansioso desorprender
la
vida
de los solitarius,, Divisé enuna
salagrande
y sombriauna
mesa debillar
en quejugaban
a ias carambolas dos ancianas venerables,
En
otras
creí
ver durmitorios, pobres dormito-rios
de célibes forzosos, enlos
cuales jamás' resuena lavoz
dela
alegría, Raídasalfum-
bras celaban los pisos de esas habitaciones..
Pero
las
piezas accedían a corredores abier- tas; hacia patios frescosy
sombríos.En
éstosaa
vegetación
crecía c muna
fabulosaabun-
38
R*
s*
c.
jar.dinero
también viejo y achacoso.H Q ~
pienso que silas
plantas hubiesen seguidola
misman o m a
de abstención que presidíalas existencias de esos sacerdotes, estos vene-
rables hombres no habrían disfrutado de
la
fresca sombra que reconciliaba con elmun-
do.Pero
estos pensamientos son blasfemato-rios.
Gracias a no sé qué recurso, yo que ja- más
fui
partidario de hacer amistades,me
hice
amigu
del sacristán dela
iglesia. Eraun
hombreparecido-
al Chaplin que pocomás tarde me
iba
a encontrar en laspan-
tallas
del cine.Quiero
decir que tenía losojos brillantes, un bigote recortado como
cepillo y
el
pela un poco crespo.Era
morenocomo son todos los sacristanes chilenos, y tam- bién com40 ellos, vestía con senkillez deslustra- da, Sus maneras eran respetuosas, y siempre me trató con cortesía ,evidente.
Cuando
se cantaba, conperfumada
solemnidad, el mes deMaría,
mi misión era tocar las señas que citaban a los fieles.Mi
amigo el sacris-tán tenía
mucho
que hacer con elarreglo
de las velas Y v de las flores; las beatas que lle-naban
en confusoenjambre
de I R ~ Q S 1--man-
tos losaltares,
y entrelas
cuales, porcierto,
no secontaba ninguna
de mis tías, ni misabuelas,
ni
mi
madre,
lelliamaban
a menudosubh por
una escalera
de hierro adosada a1muro,
y desdeallli
me
colgabade
lacuer-
da de la campana.La
señaera
una agmga-
ción
algo
caprichosa de campanadas se-guidas, a las cuales, tras breve intervalo,
re-
plicaba
una
campanada solitaria, que por esoresonó siempre mas agudamente que
las
de-más.
Una vez
tocadas ltas tres señas, e1 sacris-tan se
iba,
a buscaral
sacerdote ,encarga-do de la devoción, y
la
ceremoniacomenza-
ba
prunts.
Muchas. veces asistf también, discretaen-
te asilado
en
la
Sombra dela
sala,al
actoen
que el sracerdate se revestía de susurnamen-
tos.
Era
una
sencillsi ceremonia,en
la
quemi
amigo el sacristán ayudaba l ~ ~ a
expedición
y respeto.En
esa sala, el presbi-terio, se rnusi-taba
apenas, y era frecuente veral
sacerdo-fe
mover 10s labios en sillenciosst oración,mientras se le ponían los paramentos bende- cidos. Estaba
enajenado
a otro mundo,muy
distante de¡ ambiente terrenoen
que semo-
vía .sucuerpo,
Pero
si un
paramento
habíasido
mal
colocado, locorregía
61
mismo con presteza, y a veces por esta inadvertenciami
amigo e3 sacristán se llevóunas
mi-radas que me parecieron coléricas.
En
unosarmarios que
cubrían
la
parte baja de los40
vasto depósito de velas de cera, de gruesos y
furmas dicerentes, que despedíami
un
cálido y pegajosoolor.
En
otros, en fin, se juntabanvinajeras, copanes, patenas, paños para el
al-
tar
y varias menudencias sagradas.Había pa-
ramentos
especiales para ciertas ceremonias y para días deteminados.Entre 10s sacerdotes q u e vivían en
el
pen-sionado,
fui amigo sólo de uno, q u e era tan-bién mi profesor.
Era
hombre altísimo, de antipátilca fisonomía. Sus pies enormes so- bresalían mucho de las sotanas. Sus manos eran muy grandes, y a. menudo,al
accionar,
las golpeaba .confuerza
contra el vientre.Su
abdomen era prominente,v
W las manos es-trelladas sobre él producían
un
curioso ruidoq u e no he vuelto a oír. AuIique muy flaco, s u
vientre sobresalía de la línea
general del
cuerpo, Esto daba a s u figuraun
aire extra- ño, inarmónico, que invitaba fácilmente a kahilaridad a quien viera en la calle, cobijada
bajo
un
sombreroclerical
de alas muy costas, humanidad tan desmesurada. Más c ó d c o eratsdavia cuando
-
lujo supremo-
reem- plazaba el sombrero común por otro de fea-Un
día me invitó aun
salón
de recibo enel pensionado, y me contó su viaje por
la
Tierra
Santa. Lo
había hecho varios afios antes, cuando era más joven, y a su recuerdo seR.
s.
@* 41emociunaba.
En
el viaje revivióuna
por
una
las etapas de la
vida
del Salvador; y a. veces asomaban las lágrimas a sus ojos al evocarla belleza de 30s atardeceres de Tierra
San-
ta, la paz del
lago
de Tiberiades,la
torva hermosura del Huerto de los Olivos. De ese mismo viaje había traído unas reliquias queme mostró.
Se
trataba de unas fragmentos de maderos dela
cruz delSalvador,
tierra cogi-da
en
el sitio en que estuvo clavadoel
rnade--FQ, hojas de las retoños de los olivos que
el
Rey del Mundo regó con s u sangre.
No parecía tan conmovido
al
mostrarmeestos minúsculos tesoros colmo
cuando
meha-
-
b1Ó !de las. bellezas de
la
santatierra
israeli- ta. Indudablemente se había familiarizado y ac m ellos, y en cambio su viaje
n ~ ,
era sinouno y no se
iba
a repetir. Me regaló-donación -quepareoe
simbólica enun
hombre que sedespide de
la
vida-algunos de sus recuerdos, y aunque me recomendó mucho que los con- servara concuidado,
las perdípronto.
Los
fragmentos del santa madero se csnfiandie-ron,
un
dia
cualquiera,
C O ~ esas hilachas q u een
ea fondo del bolsillo le nacen a uno porgeneración espontánea y que son el
~ u d ~ i .
delas 'trajks.
La
tierrafuk
a dar sobre la delpatio demi casa, y no se distinguía, a
fe,
dela
que allli se encontraba. Las hojas de los oli-42
R.
s.
c.
minijssculas partidas, y
terminaron
por
CQ-rrer
la
misma sueste de las astillas.El
hechoes que
un
dia me vi Libre de las reliquias q u eell sacerdote me habia dado c m efusih de
5x1
ánima,
y
nome
pesó. Apenas10
nuté.Por
ese
mismafiemipa
debe haberse des- encadenado enEuropa una
vasta tormenta.Algunos
le
j anos ecosirrumpían
en nuestras habituales conversaciones, y poco apoco
sefueron
diseñando los bandos ylas
preferen- cias. Idólatra de 10s austriacos-
¿por quh?,no
lo sé--* yofúí
tímidamente germanófilo; mastarde
me sedujoFranc.ia9
pero luegofue
Xnglaterra
la
que me conquistó, y sólo por ellame parecía justo que se librara
la
pelea.” Pues bien, en las conversaciones que tenia conmigo el sacristán, también se habló a veces dela
guerra.
Una
tarde del verano,pr6xima
yaEa
nuche, tratamos de e3a3 cosas. Nos hallábamos de pie en el corredor alcual
seabría
la
puer-
ta del presbiterio, Nos hacía sombrauna
ma-
ta de madreselva, q u e reptaba
por
un
pilar
y en lo alto se repartia uhurPizontalmente aam-
bos lados, bajo el techo mismu del
corredor,
El
olor dela
madreselva se mezclaba a los de otras plantas florecidas; lúspájaros
chiabanpara
acompañar
sus Últimas diligencias; de:F
vez
en
cuando
un
tranvía
agujereaba
el aireB
en
calma, con
su .campanilla presurosa. De-43
sentimentales seguramente
-
pos las cualesFrancia
monopolizaba, entonces, missimpa-
tias,cuando
de pronto meparalizó
una cu-riosa
frase que exhalaroncon
suma natairali- dad sus labios de hombre maduro:-Pero en
París
hay tantasp.
Eso
era, i n s ó l hYo había
escuchado, es verdad,y
también dicho muchas veces la pa-labra,
y hasta cierto punto no tenía derecho a escandalizarme.Pera
oírla enboca
del $a- cristánera
ya demasiado fuerte, Nde imagi-naba
a ese hombre dueño deuna vida
muv
Yhonesta
v
U muw Y simple,E n
el ambiente e&-siástico
había
adquirido unos modales sua- ves,'Ún
poco redondeados, propios de qukntiene que tratar a diario con clérigos v Y beatas.
En
suma,la
práctica del disimulo,virtud primera de la vida clerical, debía ser
para él algo vivo Y u activo.
Yo
no era capazde discernir entonces claramente ciertos
m a -
tices, y con.
la.
conjunción de lahora
v # del si-tiu, las
palabras
del sacristán me parecieron escandalosas. Había tomadoen
él por asee-tisrnol lo que nu
era
sino máscara parafra-
tar
con la gente de iglesiav
V que en ese mo- mento abandonaba c m gusto, puesto que yci cXIQ era de
la
misma
cuerda,
Creo que esta leve impresión, sentida
en
plena niñez,
h a
tenido profunda influenciaremonias
dela
religión
me
parecían
despro- vistas de sentido, y seguí concurriendo ala
misa
dominical por imposicióncasera,
nopur
voluntad
mía.
Por esos mismos diascarnhií3
el curso de mis lecturas,
El
concepto de1 mundo sefué
transformando parami*
Me
pa-reciC1, por momentos, q w habia encontrado