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Bueyes de caza: una referencia de Quevedo

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La Perinola, 10, 2006.

Bueyes de caza: una referencia de Quevedo

Ignacio Arellano Universidad de Navarra

Entre las abundantes metáforas o imágenes que usa Quevedo para referirse a los maridos cornudos, grandes protagonistas de su poesía y prosa burlescas, no podía faltar la del buey. No es preciso dar muchos ejemplos1 de esta imagen bastante trivial, que tiende Quevedo a

en-riquecer con otros requisitos del ingenio. Algunos casos son especial-mente agudos. En el poema «Riesgos del matrimonio en los ruines casados» (núm. 639)2 en una serie de maridos cornudos se menciona al

escribano que vende a su mujer ganando buenos beneficios: este mari-dillo se asimila a un buey que vuela con plumas (pues el escribano ma-neja las plumas):

Ya he visto yo volar un buey ligero en uno de estos, que de plumas suyas alas formó sutiles de jilguero. (639, vv. 85-87)

Las agudezas de disonancia (buey con plumas; buey que vuela3, etc.)

se suman a las de proporción (pues al escribano sí corresponden las plu-mas) y a los juegos de palabras (como la dilogía en plumas ‘instrumento de escribir’, y ‘parte de las alas de las aves’).

En el 715 (vv. 41-44) un marido profeso prefiere ser buey y no asno, y comer de las habilidades de su mujer. En el 725 (vv. 50-53) tenemos un chiste irreverente aplicado a una mujer que exhibe una falsa virtud, y una inexistente nobleza y castidad:

Al nacimiento de Cristo pareció su nacimiento,

pues nació entre padre y madre entre mula y buey con cuernos.

1 Ver, por ejemplo, para la poesía el índice de Fernández Mosquera y Azaustre, 1993. 2 Numeración en la edición de Blecua, Poesía original.

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Texto que debe leerse en clave de germanía y lenguaje marginal, donde padre se refiere al encargado de la mancebía y madre a la alcahue-ta. Mula es metáfora para la prostituta4 y buey para el cornudo. Etc.

Dentro de las referencias quevedianas a los bueyes como símbolo de los maridos sufridos aparece una específica al buey de caza en el poema 641, en pasaje dedicado a un personaje de una cofradía:

Decía este varón, con su nobleza, que él imitaba siempre al buey de caza,

que aunque es de miembros grandes su grandeza, las aves asegura y no embaraza,

porque es mejor se diga del oficio

que la mucha blandura le disfraza. (641, vv. 37-42)

El buey de caza resultará familiar a los estudiosos de La Celestina, pero quizá el pasaje de Quevedo merezca una pequeña glosa. No he vis-to este pasaje anotado en ninguna edición que conozca y por otra parte merecerá también la pena reproducir algún grabado de bueyes de caza que tampoco he visto usado por los comentaristas celestinescos y cuya calidad estética es notable.

Recuérdese el texto de La Celestina5 sobre el falso buey que usan los

cazadores: «El falso boizuelo con su blando cencerrar trae las perdices a la red».

El pasaje ha sido anotado en muchas ediciones de La Celestina y se le han dedicado estudios particulares6 que precisan algunas técnicas de

caza con este boezuelo que podía tomar distintas modalidades. Los ano-tadores de la edición que manejo apuntan que se refiere a «un hombre disfrazado con una cabeza disecada de buey (boizuelo) o cosa que lo simulase y un cencerro que fingía pastar y así, acorralándolas, llevaba poco a poco a las presas hasta una red». Otros testimonios que citan en nota complementaria describen este buey como un hombre disfrazado con una sábana o cosa semejante, con sus cuernos y cabeza a manera de buey.

Salvador Miguel y Fradejas Rueda, entre otros, han aportado nume-rosos datos y documentación sobre los bueyes de caza.

En su preciso y erudito trabajo «Otros bueyes que cazan perdices», Salvador Miguel reseña numerosas referencias anteriores y posteriores

a La Celestina (Juan de Mena, Carrillo de Huete, Lope de Barrientos,

Cristóbal de Villalón, Bernardo de Balbuena…) y subraya especialmen-te algunos especialmen-textos más ilustrativos, como el de Pero Tafur y el de Alonso

4 Ver Léxico del marginalismo, s. v. mula del diablodonde se aduce un texto de Del

Rosal: «Parece haber tenido origen del griego, que llama mulas a las rameras y de ahí el castellano a las rameras llamó mulas». Ver mi nota al soneto 521, v. 12, en Arellano, 2003.

5 Uso la edición de Lobera, Serés, Díaz Mas, Mota, Ruiz y Rico, pp. 235-36. 6 No hace al caso revisar ahora la bibliografía celestinesca: en la edición citada se

hallarán los trabajos pertinentes. Para mis objetivos me bastarán los muy documentados y más recientes de Salvador Miguel, 1993, y Fradejas Rueda, 1996.

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«BUEYES DE CAZA: UNA REFERENCIA DE QUEVEDO» 341

Martínez de Espinar (Arte de ballestería y montería, 1644) que permiten reconstruir con bastante claridad el ardid de la caza con bueyes.

Dos técnicas pueden ser las aludidas en los diversos textos: la del disfraz de buey y la del buey artificial.

En la primera un hombre se disfraza con una vestidura de color rojo y una cabeza de buey, y va sonando cencerros para empujar a las aves a la red. En la segunda se finge un buey con un lienzo pintado montado sobre palillos y aros que oculta al cazador colocado detrás para tirar a la caza. Este segundo procedimiento parece más propio de la caza mayor.

Fradejas Rueda sistematiza todos los testimonios aducidos por di-versos estudiosos (no aparece el de Quevedo en ninguno de ellos) des-de 1419 hasta 1918 (posible mención en La venganza de don Mendo de Muñoz Seca) y recoge otro material de libros de caza donde se puede documentar este procedimiento venatorio. Además aporta un repertorio iconográfico que representa distintas escenas de caza con los bueyes. Añade otra variación de la técnica, la del buey de cabestrillo, o animal domesticado, adiestrado para quedarse quieto disimulando al cazador que se oculta detrás del buey: la diferencia con el buey armado con telas y tablillas no radica en la función, igual en los dos, sino en la diferencia que va del animal real al armazón fingido.

¿A qué buey de caza se refiere Quevedo?

El texto quevediano aporta dos rasgos: la caza de aves y la grandeza del buey. Por la caza de las aves parecería apuntar al mimo disfrazado de animal, pero la grandeza del animal parece remitir más bien al buey fingido o al de cabestrillo. Algunos grabados que trae Fradejas mues-tran al de cabestrillo y al fingido en escenas de caza de aves, de manera que pudiera ser cualquiera de ellos.

Quevedo, en suma, podría aludir al buey de cabestrillo o mejor (por las connotaciones de insensibilidad frente a la deshonra) a la especie de maniquí armado sobre palos, con piel o tela y cabeza de buey, a veces con un ayudante del cazador oculto bajo el armazón, que va moviendo según las coyunturas de la caza, como los que se pueden ver en los ex-celentes grabados de Galle7 que me parecen de mejor calidad estética

que los aducidos por Fradejas, y que reproduzco a continuación. En cualquier caso sirva la ilustración celestinesca para los quevedis-tas y añadan los curiosos de La Celestina esta mención de Quevedo a la serie de testimonios sobre el falso buey cazador de aves incautas o de pretendientes ingenuos de las mujeres que usan como cebo estos indus-triosos cornudos.

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Ilustraciones

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«BUEYES DE CAZA: UNA REFERENCIA DE QUEVEDO» 343

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Bibliografía

Arellano, I., Poesía satírico burlesca de Quevedo, Madrid, Iberoamericana, 2003. Correas, G., Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. digital de R. Zafra,

ediciones digitales del GRISO, 1, Pamplona-Kassel, Universidad de Nava-rra-Reichenberger, 2000.

Fernández Mosquera, S., y A. Azaustre, Índices de la poesía de Quevedo, Barcelona-Santiago, PPU-Universidad, 1993.

Fradejas Rueda, J. M., «El boezuelo, el buey de casa y el cabestrillo privado»,

Celestinesca, 20, 1996, pp. 155-70.

Léxico del marginalismo, Alonso Hernández, J. L., Léxico del marginalismo del

Si-glo de Oro, Salamanca, Universidad, 1977.

Philips Galle, en The Illustrated Bartsch, vol. 56, New York, Abaris Books, 1987.

Quevedo, F. de, Poesía original, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1981. Rojas, F. de, La Celestina, ed. F. J. Lobera, G. Serés, P. Díaz Mas, C. Mota, Í. Ruiz

y F. Rico, Barcelona, Crítica, 2000.

Salvador Miguel, N., «Otros bueyes que cazan perdices», Medievalismo, 33, 1993, pp. 59-67.

Referencias

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