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MANUEL V ÁZQUEZ MO NTALB ÁN

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Academic year: 2019

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PALABRA Y GENTE Editorial Lumen

(D Manuel Vázquez Montalbán, 1971 Depósito Legal: B. 43421 - 1970 Printed in Spain

Grafos, S. A. Arte sobre papel. Paseo Carlos 1, 157 Barcelona-13 EDITORIAL LUMEN,

DEL HOSPITAL MILITAR, 52 BARCELONA-6

______________________

Este libro está escrito a partir de la serie de cinco reportajes que bajo el mismo título publicara la revista Triunfo entre setiembre-octubre de 1969. Sobre esta base se ha manipulado y se ha intentado enriquecer el texto original, sin que perdiera el tono mantenido de crónica poética, al que yo atribuyo buena parte del sorprendente éxito que tuvieron los reportajes. La lista de agradecimientos por los comentarios, críticas e incluso aportacio-nes de material, que marcan la distancia entre los reportajes y el presente libro, sería bastante larga. Recuerdo ahora, sin esforzarme, que el histo-riador Pepe Termes me regaló un viejo cancionero de los años cuarenta (me ha sido utilísimo) y que el escritor Joan de Sagarra me obsequió con un montón de cancioneros dificilísimos de encontrar.

Quiero dedicar especialmente este libro a mis compañeros de redacción de Triunfo y agradecer a su director-gerente, José Angel Ezcurra, el permiso concedido para la reproducción de los reportajes.

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“Nueva sensibilidad es una expresión que he visto escrita muchas veces y que acaso yo mismo he empleado alguna vez. Confieso que no sé, realmente, lo que puede significar. Una nueva sensibilidad sería un hecho biológico muy dificil de observar y que, tal vez, no sea apreciable durante la vida de una especie zoológica. Nueva sentimentalidad suena peor y, sin embargo, no me parece un desatino. Los sentimientos cambian a través de la historia y aun durante la vida indivi-dual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los va-lores en boga, los sentimientos varían cuando estos vava-lores se desdoran, enmohecen o son sustituidos por otros. ¿Cuán-tos siglos durará el sentimiento de la patria? Y aun dentro de un mismo ambiente sentimental, ¡qué variedad de grados y de matices! Hay quien llora al paso de una bandera, quien se descubre con respeto, quien la mira pasar indiferente, quien siente hacia ella antipatía, aversión. Nada tan voluble y tan vario como el sentimiento. Esto debieran aprender los poetas que piensan que les basta sentir para ser eternos. Algunos sentimientos perduran a través de los siglos, mas no por eso han de ser eternos.

Antonio Machado

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I

LOS AÑOS CUARENTA

Y la vio muerta en el río, como el agua la llevaba, ¡ay, corazón, parecía una rosa!, ¡ay, corazón, una rosa mu blanca!

(Canción de consumo que cantaba Conchita Piquer)

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Yo tenía veinte años y él me doblaba la edad, en sus sienes había noches y en las mías clariá.

Y en la escuela los niños recitaban de corrido:

España es la patria mía y la patria de mi raza.

Miras hacia el Nuevo Mundo, al viejo vuelves la espalda.

En 1939 un negro cubano y cantante llegó a España sin saber que iba a ser la voz de la trivialidad como válvula de escape de un pue-blo; una trivialidad que, precisamente en 1939, tenía aire triste de nocturno.

Cuando silenciosa, la noche misteriosa inunda con su manto la ciudad,

el eco de tu voz me llama junto a ti y yo no hago más que recordar.

Esta fue la primera canción que Antonio Machín voceó. Su eco so-brevive sobre aquellas gentes náufragas, que en las colas ejercita-ban el loable empeño de la supervivencia.

El pasado me atormenta, qué lejos estás de mÍ...

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todos quedaba una macabra divisa de supervivencia.

LA RECONSTRUCCION DE LA RAZÓN

La guerra civil española, o casi mejor fuera llamarla la Spain's Civil War, del mucho provecho historiográfico y poIítico que han sacado de ella los anglosajones en general, había dejado una costumbre de irracionalidad que se plasmaba en el comportamiento personal y colectivo, en la épica personal y colectiva. Los años cuarenta se ca-racterizan por la reconstrucción de la razón a estos dos niveles y en su recorrido hay el claro ecuador de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Esta crónica sentimental se escribe desde la pers-pectiva del pueblo, de aquel pueblo de los años cuarenta que susti-tuía la mitología personal heredada de la guerra civil por una mito-logía de las cosas: el pan blanco, el aceite de oliva, el bistec de cien gramos, el jabón bueno, un corte de buen paño. La mitología del racionamiento y de las restricciones está presente de una manera obsesiva en los años cuarenta. La sentimentalidad colectiva se iden-tifica con una serie de signos de exteriorización: las canciones, los mitos personales y anecdóticos, las modas, los gustos y la sabiduría convencional. Todos estos signos exteriores son cultura popular y están configurados por los medios de formación de la cultura de masas. En los años cuarenta, la radio, la enseñanza, los cantantes callejeros y rurales, la prensa, la literatura de consumo se apresta-ron a despolitizar la conciencia social. Lo consiguieapresta-ron casi total-mente e introdujeron el reinado de la elipsis, tácitatotal-mente conveni-do, para expresar lo que no podía expresarse. También el temple popular era elíptico y, en la dificultad de llamar al pan pan y al vino vino, a veces hay que buscar la clave en un acento, en un tono, en un silencio entre dos palabras. Qué agresivo puede ser el verso...

del por qué de este por qué la gente quiere enterarse...

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amor prohibido. Había que oírlo cantado por las mujeres de la postguerra, por las mujeres que más padecían la postguerra, por las mujeres que siempre han padecido todas las postguerras de la His-toria, sin ganar ninguna guerra.

La crónica sentimental de los años cuarenta testifica el gráfico en alza de un ritmo vital. La sustitución del carretón de mano por la furgoneta, del toreo tristísimo de Manolete por el toreo “rock and roll” de los años cincuenta, de aquellos futbolistas a destajo por Kubala y Di Stéfano... es la distancia que separa los años cuarenta de los cincuenta. Santo Tomás de Aquino y el padre Ceferino González se repartieron todos los decanatos de las Facultades de Filosofía y Letras de España. Balmes era un neoconservador peligroso en 1940. En cambio, en 1951 Balmes ya había sido rehabilitado y los más au-daces se atrevían a proponer la rehabilitación de Ortega y Gasset en un diez por ciento de su obra. Para aquellos pioneros del “aggior-namento” y del contraste de pareceres, mis respetos.

Los años cuarenta fueron años peculiares. El español medio estuvo a punto de creerse mitad Sigfrido mitad Miguel Ligero y estuvo a punto de considerar su ser en el mundo como un hecho casi tan providencial como la existencia de los arios o la caída de San Pablo camino de no sé dónde. Entre 1939 y 1945 España vivió unos años deshojando la margarita y cuando, en 1945, se vio ya clarísimamen-te que lo importanclarísimamen-te para un hombre de orden no era ser ario puro, sino rentista en dólares, la mixtura española de Sigfrido y Miguel Ligero se puso a cantar aquello de:

Como en España ni hablá, y eso dígalo en la China y en Madagascá

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ajunto”. Después de la guerra mundial, las visitas de Eva Duarte de Perón o del Rey de Jordania... Lo de Evita aún se entiende, porque de Argentina llegaba uno de los mitos de la época: el trigo. Pero lo de Abdullah sólo se explica si releemos los textos de Formación del Espíritu Nacional. Allí donde habla de las fidelidades tradicionales de la política exterior española.

De una u otra manera, los hombres y mujeres de los años cuarenta en edad de haber vivido plenamente la guerra, de haberla hecho, se entregaban al esfuerzo de reconstruir la razón de una convivencia. Eran razones trucadas, porque unos las tenían todas y otros sólo las que les restaban. En fin, había poca luz eléctrica, aún había hogares iluminados con carburo y candil, aún había historias de la guerra no liquidadas que se convertían en heroicos paquetes de comida y ropa limpia. Pero se estaba vivo. Y no todos podían decir lo mismo. Se pasaba hambre. En las esquinas urbanas, las estraperlistas daban la cara, más o menos limpia, por otros que la escondían en la noctur-nidad de las lanchas y de los pasos fronterizos organizados. Cuando los trenes llegaban a las ciudades, en las cercanías, los traficantes del hambre lanzaban la mercancía por la ventana para eludir el con-trol aduanero en cada estación. En lugares convenidos para el lan-zamiento ya estaban los cómplices dispuestos a llevar la mercancía a seguros almacenes del extrarradio. Pero se estaba vivo. Y no todos podían decir lo mismo.

Había tanta tuberculosis que los niños se reían de la tuberculosis y cantaban una canción que decía:

Somos los tuberculosos

los que más, los que más nos divertimos, y en todas nuestras reuniones arrojamos, arrojamos y escupimos.

Es el bacilo de Koch el que más el que más nos interesa,

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decían los niños más tímidos.

Reconstrucción. Pantanos. Electrificación. Quizá se electrificaba tanto para que luego, en los años cincuenta, Bobby Deglané pudiera iniciar la publicidad radiofónica en serio. Porque, de momento, la radio no estaba al alcance de todos los españoles y la publicidad, contagiada por esa timidez de la expansión, adoptaba formas tan cultas como la de:

Okal, Okal, Okal, el lenitivo del dolor. Okal, Okal, Okal es un producto superior.

¡Qué respeto competitivo y académico! ¡Parece un anuncio apto para el The Spectator, de Addison!

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de la España de aquellos años, lo que sorprendía cada amanecer, era estar vivo. Porque no todos podían decir lo mismo.

A comienzos de los años cuarenta, bajo Dionisio Ridruejo, florecían las artes y las letras. D'Ors era incluso popular en Madrid. Manuel Machado justificaba los dislates políticos de su hermano. Lain En-tralgo tenía un entrecejo numantino. Al pueblo todo esto le impor-taba un comino. Por importarle, no le imporimpor-taban ni los recuerdos. Sobrevivir.

CANCIONES Y SÍMBOLOS

Todo ser humano tiene derecho a la expresión estética y a la expre-sión épica. Una minoría consigue hacer de ello su medio de relación con la realidad: artistas, escritores, deportistas, guerreros, matones, etc. Pero la inmensa mayoría trata siempre de conseguir esa pe-queña ración de estética y épica indispensable para seguir viviendo con la cabeza sobre los hombros. Las canciones son esa ración de estética que más se presta a ser recreada a medias entre el que la emite y el que la recibe. Esta bipolaridad del sujeto creador que Go-ethe había visto en la existencia misma del hecho artístico comuni-cado y reactualizado en cada lectura, contemplación o audición, tiene en la canción la interesante faceta de que puede convertirse en un test sobre psicología colectiva y sobre el temple sentimental popular de toda una época.

¿Qué canciones cantaban aquellos duros ciudadanos de los años cuarenta? Del extranjero Ies llegaban, hasta 1945, canciones italia-nas y alemaitalia-nas, era inevitable la infiltración del trombón de Glenn Miller, canciones sudamericanas:De la marimba al son te conocí, fui prisionero de tu dulce amor. Canciones tópicas, con temática amo-rosa, más o menos evasivas. Pero, de pronto, entre los ecos se dis-tinguen las voces. Son extrañas voces para una extraña sentimenta-lidad. ¿Cómo es posible que fuera un “hit”, para hablar en términos actuales, una canción surrealista comoNo te mires en el rio?

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sen-timientos puros de angustia, soledad, lejanía, misterio, que puede suscitar una determinada relación de imágenes y situaciones poéti-cas.No te mires en el rioera una cancion directamente inspirada en el “Romance Anónimo” de García Lorca.

En Sevilla hay una casa y en la casa una ventana, y en la ventana una niña que las flores envidiaban.

Junto a la ventana corre un río y el novio prohíbe a la niña que se mire en el río. El novio va a la Feria de Sevilla y de la feria trae para la muchacha manojillos de corales, zarcillos de plata, una alianza. Pero no la ve asomada a la ventana.

Y la vio muerta en el río, cómo el agua la llevaba,

¡ay, corazón, parecia una rosa!, ¡ay, corazón, una rosa mu blanca!

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expresar su derecho a no comprender del todo las cosas y hacer de esa profesión del absurdo una extrema declaración de lucidez. Co-mo la arrabalera vecina de Que no me quiero enterar, otra canción de la Piquer, que utiliza el estribillo:

Que no me quiero enterar, no me lo cuentes, vecina, prefiero vivir soñando que conocer la verdad.

Este estribillo era parte, parte sustancial de una filosofía de la vida popular, como lo eran aquellos versos de una de las mejores can-ciones de Antonio Machin:

Se vive solamente una vez,

hay que aprender a querer y a vivir.

Algo muy parecido estaba escribiendo entonces en Italia un intelec-tual de cejas altas llamado Cesare Pavese y el no aprender ni a que-rer ni a vivir le costó un suicidio real en 1950. Pero un pueblo no puede suicidarse. ¿Para qué? Ya lo expresaba también otra canción de la época:

Rascayú, Rascayú, cuando mueras, ¿qué harás tú? Tú serás, tú serás un cadáver nada más.

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roe-dores de pan negro, con la muchacha que estaba apoyada en el qui-cio de la mancebía, en la canción de Conchita Piquer? ¿Y con la otra que no tenía un anillo con una fecha por dentro?

No tengo ley que me ampare ni puerta donde llamar y el alimento escondido con tus besos y mi pan.

0 con la guapa, que al preguntarle los jueces por qué en el banquillo estaba, les respondió cien veces que por guapa y nada más.

Por guapa, por guapa, por guapa . . . Le cogí por las solapas, bajo de los soportales, y de mi puerta cerrada más de cien tienen la llave.

¿Y qué tenía que ver con esa moral superestructural esa extraordi-naria canción llamadaTatuaje? La cantaban con toda el alma aque-llas mujeres de los años cuarenta. Aqueaque-llas pluriempleadas del hogar y de los turnos en trabajos fabriles afeminados. La cantaban para quien quisiera oírlas a través de sus ventanas de par en par. Era una canción de protesta no comercializada, su protesta contra la condición humana, contra su propia condición de Cármenes de Es-paña a la espera de maridos demasiado condenados por la Historia, contra una vida ordenada como una cola ante el colmado, cartilla de Abastos en mano y así uno y otro día, sin poder esperar al marino que llegó en un barco, al que muy bien hubieran podido encontrar en el puerto al anochecer.

Era alto y rubio como la cerveza.

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hispáni-cus era el 1,58 y la brillantina abastecía el pequeño derecho a ser Clark Gable todos los domingos. Y fascinada por el mítico, rubio, alto marino extranjero, la mujer de la canción, con voz emborrachada, va preguntando por él a todo navegante que llega al puerto... era más dulce que la miel... era gallardo y altanero.

Gallardo y altanero, dos adjetivos muy idóneos para la mitologia femenina de la España masculina delsí señory elcomo usted man-de,don Liberto.

AUTARQUIA Y PEDAGOGIA

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la América Hispánica y en el mundo árabe. España nada debe a Eu-ropa, pese a que cuenta con naciones amigas en el Viejo Mundo: Alemania e Italia.” Esta visión de las afinidades electivas cambió sustancialmente a partir de 1945. Pero durante todos los vagos años cuarenta,- la afirmación de una España diferente, reivindicativa, en las rutas nuevas del Imperio, estaba presente en la educación de los escolares. Los niños jugaban a anexiones territoriales. Hijos de ven-cedores o vencidos, todos estaban vacunados de peculiaridad histó-rica. Era todavía una España artesanal y agraria, lejos de los présta-mos norteamericanos y de las fábricas automatizadas de corchetes y chorizo pamplonica. La pugna entre los elementos doctrinales constitutivos del nuevo orden ideológico ya se dejaba sentir en la didáctica nacional. Así algunos maestros ponían especial énfasis en la majeza épica del pueblo. Era una historia escrita por Rodrigo Díaz de Vivar, Vasco Núñez de Balboa, Agustina de Aragón, María Pita y el hijo del general Moscardó. En cambio, otros maestros, ancien régíme, seguían perdiendo la chaveta por los Borbones y hablaban del amor creador que había unido a Fernando VI y a doña Bárbara de Braganza, de lo popular que era Isabel II, de lo señora que era María Cristina de Habsburgo, de lo bien que montaba a caballo Al-fonso XIII. Luego no faltaban los maestros con visión del futuro, precursores del espiritu neocapitalista, que recomendaban la lectu-ra delJuanito, de Pallavicino: ejemplar historia de la ejemplar edu-cación sentimental de un niño pequeñoburgués, regenerado tras el artero robo de una manzana y que, gracias al ejemplo de sus padres, llega a ser un próspero comerciante, querido y respetado, que tiene coche de caballos propio, hijos propios, mujer propia, propias chi-nelas de piel de cabritillo. Algunos curas, progresistas para la época, organizaban extrañas procesiones medievales que tenían un ritmo paralelístico establecido por una pregunta lanzada a la chiquilleria que secundaba la manifestación sacro-popular:

“¿Qué haremos con los protestantes?”, preguntaban los encelados sacerdotes. “¡Cogerlos a todos y echarlos al mar!”, contestaba la xenófoba chiquilleria. No había duda. Qué diferente intentaba ser España en los lejanos años cuarenta.

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minoritaria era una afirmación voluntarista del Spain is different. Unamuno había dicho: “Que inventen ellos”. El bloqueo factual de la Segunda Guerra Mundial y el bloqueo teóricofactual de la postgue-rra mundial, contribuyó a levantar un pedestal alQue lo hagan ellos. Pero en cuanto un galgo criado en España ganaba una carrera en el extranjero, faltaban columnas en las páginas de los diarios para re-coger la magnificencia del titular. El submarino protagonizaba buena parte de la Segunda Guerra Mundial: los diarios sacaban de su tumba histórico-científica a Isaac Peral, uno de los tres mil pioneros que ha tenido el submarino en todo el mundo. El submarino era español. De Monturiol se hablaba menos, porque, partidario del falansterio, de una u otra manera, Narciso Monturiol había perdido la guerra civil. ¿Y el helicóptero? ¿Acaso no era también un invento español? ¿No había sido un invento del inefable don Juan de la Cierva?

Autarquía en todo. La verdad de España, venían a decir los Diarios Hablados de Radio Nacional, acabará por imponerse en todo el mundo, pese a Eleonora Roosevelt. Todo era cuestión de tiempo. En realidad, nunca los señores de la tierra se habían sentido tan tran-quilos con respecto a España como a partir de 1945. Desde 1814 había sido el país más peligroso de Europa. Aquel oro que nacía honrado en las Indias y terminaba sepultado en Génova, según el poema de Quevedo, había servido para mantener el “bluff” históri-co imperial, pero no para sentar las bases de una burguesía nacional embrionaria de un capitalismo industrial español y del liberalismo. Y así en España los liberales eran peligrosamente revolucionarios. En 1945 no había en España ni siquiera liberales de palabra; de pensa-miento y omisión, sí. Pero ya decían los directores generales de Se-guridad que “el pensamiento no delinque”.

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esco-lapio, jesuita, o el hermano de la doctrina cristiana, o el afanado maestro de academia de barrio lanzaba el estímulo: Pío Baroja, el joven lebrel de la España diferente recitaba de corrido:

El impío Don PIO ha sido uno de los escritores más sobresalientes, pero también más diabólicos, de la literatura española...

VIDA Y MUSICA

Pobretes pero alegretes es, sin duda, el mejor slogan celtibérico que define esa situación en la que el niño reprendido, frustrado, incluso aterrado, empieza a reír con riesgo de recibir un castigo más duro, aunque no sabe cómo. La música de fondo de la vida, ahí es nada. Las gentes empezaban a tener educada la imaginación por más de diez años de acción del cine sonoro. Las canciones eran su paisaje melódico, pero ellos eran conscientes de que se trataba de un pai-saje melódico devaluado. Y así como el pueblo hablaba de la Litera-tura con mayúscula como una lejana galaxia que no les pertenecía, en cambio tradicionalmente sabía la existencia de una música con enjundia, que daba más dignidad al paisaje de una vida. Esa música con enjundia era la zarzuela.

Una lectura de cualquier pieza de zarzuela revela de inmediato esa enjundia, ese prestigio de auditor que el pueblo adquiría en con-tacto con la zarzuela. Los sublimes preludios de música descriptiva o impresionista, en los que ya estaban insertos los temas, después desarrollados musicalmente en los distintos lances de la trama. Y luego las romanzas, los coros, la pareja de los cómicos, el humor, el patetismo, el happy end. Todavía en los años cuarenta el pueblo no había hecho revisión subconsciente de su propio gusto y la zarzuela renació después de la guerra, aunque casi con un repertorio inamo-vible, al que apenas se incorporaron nuevas obras, con la excepción de las del maestro Sorozábal.

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Contentos con la cosecha cantamos al caminar tonadas para las mozas más guapas de mi lugar. ¡Ay, mocita segoviana! cuando seas mi mujer, verás qué envidia nos tienen, morena de mi querer.

GERNIÁN

Los cantos alegres de los zagales aumentan siempre la pena mía y mi amargura vive llorando con la ilusión perdida.

¡Ay, mis horas felices! ¡Mi grato vivir!

Y sonreían ante la malicia dialéctica del coro de las mozas y del tío Sabino en La del Soto del Parral.

TÍO SABINO

Os debo a todas reconocer y vuestros males desterraré.*

TODAS

Míreme usted, qué malita que estoy, todo el cuerpo me da temblo-res. Púlseme usted, que si tarda me voy por si acaso es mi mal de amor.

TÍO SABINO

El examen hecho no me ha satisfecho pues os noto el pecho

con gran hinchazón.

Las muchachas de la época no sentían ya como la Rosaura de Los

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Gavilanes, pero sus madres las precipitaban hacia los anfiteatros zarzueleros para que escucharan...

Dulce tormento de amores siento mas no me importa sufrir de amor, que mi lamento lo lleva el viento hasta el oído de mi amador. Cómo me adora, suspira y llora con mis tristezas y mi dolor, y me enamora cuando me implora que nunca cese mi amante ardor.

Y tal vez, no es de desdeñar, aun aquellas muchachas que habían crecido en plena guerra civil, escucharían con un cierto encanta-miento la romanza del tenor lírico:

Soy joven y enamorado, nadie hay más rico que yo, no se compra con dinero la juventud y el amor...

De la zarzuela se alimentaba casi todo. Había allí hasta canciones de protesta.

¡Amistad, amistad, clamen todos los hombres de la tierra! ¡Siempre amigos, gritad, y acaben ya los odios y la guerra!

(Poseídos del mayor entusiasmo, avanzan hacia la batería y cantan, mientras suenan los tambores y las cornetas, con bizarría.)

¡Amistad, amistad, qué dulce sentimiento el alma goza!

GUSTAVO

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De su amor soy el dueño, lo conquisté y al que arrebatarlo quiera, le mataré.

La zarzuela alimentaba, no cabe duda. Aún circulaban por los cines zarzuelas filmadas antes de la guerra o durante la guerra, interpre-tadas por Pedro Terol, el único baritono con sex appeal que ha pa-rido esta tierra. Y todavia años después, María de los Angeles Mo-rales y Jorge Negrete interpretarían una película zarzuelera titulada Teatro Apolo, que ha sido el penúltimo gran éxito de taquilla del cine español de todos los tiempos. Era alli donde María de los An-geles, ojos almendrados y boquita corazón entonaba aquello de:

De España vengo ¡soy española! En mis ojos me traigo luz de su cielo y en mi cuerpo la gracia de la manola. De España vengo, de España soy y mi cara serrana va pregonando

que he nacido en España por donde voy. A mí lo madrileño me vuelve loca, y cuando yo me arranco con una copla, al acento gitano de mi canción

toman vida las flores de mi mantón.

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quin-tos españoles.

¡Arsa y olé!

Soy el rayo de luna más triste que ha visto usté.

¡Olé y olá!

Cuando alumbro las fosas y nichos qué gusto da.

Soy un rayito de luna que da luz a un sementerio donde reposa mi padre, y mi tío Desiderio, y mi pobrecita mare, y un primo la mar de serio, y una hermanita bastante mona

que se murió

porque al cogerla la comadrona la espachurró.

Sementerio, sementerio, siempre solo, siempre serio,

si no fuera por el rayo de lunita que te alumbra, ¡qué sería de tus fosas, qué sería de tus tumbas!

MITOS Y TUMBAS

La época era parca en mitos materiales, pero los tenía. Ya hemos hablado de los mitos precarios de la alimentación. Había otros: las medias de cristal, los topolinos, la vivienda. Por aquellos años se pusieron de moda sucesivamente dos canciones que se desdecían, y en su relación comparativa podía deducirse un terapéutico recurso al cinismo. Una de las canciones de más éxito fueLa casita de papel.

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el día en que tú seas mi mujer y así podrás saber cómo es el cielo viviendo en mi casita de papel. Qué felices seremos los dos y qué dulces los besos serán, pasaremos la noche en la luna viviendo en mi casita de papel, de papel, de papel.

Esta idealista e idílica solución del problema de la vivienda, no pa-rece ser compartida por el autor de la canciónBusco piso.

Les pido caridad con mi persona, procúrenme algún piso, por favor, no importa que le falte el “No funciona” lo cual quiere decir el ascensor’

pues ya ha surgido en mi alma torturada tras tanto cavilar, la duda cruel

de si estará actualmente ya alquilada incluso la casita de papel.

La burguesía también tenía sus mitos: el coche topolino, por ejem-plo, y los teléfonos blancos, ambos extraídos de la cinematografía italiana mussoliniana. Trudi Bora, una de las vedettes de moda, cantaba la canción del topolino, precedente histórico del seiscientos como elemento confortador de las desazones del amor. Miente la canción popular que dice:Ni se compra ni se vende el cariño verda-dero.

El gusto popular, y la propia conciencia popular, es contradictorio, porque ya Trudi Bora, en los años cuarenta, sabía que un topolino puede comprar un amor, sobre todo si el topolino va cargado de gasolina, producto no menos mítico en los años cuarenta.

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El que quiera vivir feliz con su mujer yo le voy a decir lo que tiene que hacer. Si eres un hombre muy fino

su deseo adivina, cómprale un topolino y, además, gasolina. Si eres un caballero con el alma y con la vida, debes darla dinero antes de que te lo pida. Debes mandarla a París. Sí, Sí.

Mandarla a Fernando Po. No, no.

Besarla con frenesí. Sí Sí.

Que fume de cuarterón. No, no.

Dejarla el pelo teñir. Sí, Sí.

Que baile sola un fox-tró. No, no.

Comprarle algún pendentif. Sí, Sí.

Jugar con ella al futbol. No, no.

Era muy consciente la gente de que la cotidiancidad se fundamen-taba en pequeñas prostituciones. Por una parte se podía cantar:

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Pero se sabía que era mentira y que la dualidad verdad-mentira de-bla asumirse para sobrevivir. Las canciones no mienten. Los letristas son los más afortunados fotógrafos de la sentimentalidad. Saben que una buena canción-fotografía precisa reducir al máximo el número de las palabras, precisar al máximo su significado. A veces un simple letrista y musicador al servicio de una de aquellas or-questas que recorrían los veranos de la España eternamente devas-tada y reconstruida, acertaban, mágicamente, como si su mano hubiera sido movida por la magia de una sabiduría intangible. Acer-taban en dar la clave de un temple. Se llamaba Ramón Evaristo el director de orquesta que acuñó esta canción en los años cuarenta. Que nadie busque aquí habilidad sintáctica, ni elaboración imagine-ra, aquí hay que buscar sabiduría convencional perteneciente a esa sentimentalidad compartida de la que habla Machado: “El senti-miento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del yo con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del tá, es decir, de otros sujetos. No se puede lle-gar a esta simple fórmula: Mi corazón enfrente del paisaje produce el sentimiento. Mi corazón enfrente del paisaje, apenas si sería ca-paz de sentir el terror cósmico, porque aun este sentimiento ele-mental necesita, para producirse, la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida”.

Es imposible entender el carácter representativo de la canción más trivial, sin comprender esta formulación machadiana de la senti-mentalidad. Y en cuanto la comprendemos cobra especial sociología la ya demasiado aplazada canción de Ramón Evaristo:

Se acabó la valentía, el trabajo y la bravura, para darse la gran vida es cuestión de cara dura. No hace falta ser muy listo ni tener mucha cordura, para ser siempre el primero es cuestión de cara dura. En negocios cara dura, en amores cara dura,

es la vida la que enseña a navegar. El que quiera destacarse,

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Si quieres en poco tiempo tener una gran fortuna, búscate una vieja rica, es cuestión de cara dura. En el cine las parejas adoptan cada postura

que cuando encienden las luces es cuestión de cara dura.

Vivir es despedirse. Vivir es cruzar mil fronteras y para cada una es preciso un salvoconducto. Para seguir viviendo, uno, otro día, es preciso tener uno o dos, o mil salvoconductos. Ser español era en los años cuarenta una de las pocas cosas trágicas que se podía ser en este mundo, una de las pocas cosas trágico-paródicas. Porque pese a la sobrecarga de lo fatal, pese a las tumbas, los sabios y los dioses, todo el mundo esperaba el Gordo de Navidad.

Soy feliz sin trabajar,

me ha tocado el gordo de Navidad. Comer bien, vestir mejor

es la vida que he soñado yo.

Te voy a regalar más joyas que un sultán y mi mansion será como un edén.

Cásate, no pienses más, aprovecha la ocasión, mi bien.

Se esperaba el Gordo de Navidad con un canturreo de swing en los labios, ¿por qué no?

Todo el mundo ahora sabe bailar, todo el mundo ahora sabe cantar, dada,dada,dada,

sin perder el ritmo, con mucho optimismo, danzan locos, se mueven sin cesar.

Vamos, pues, los que están ahora aquí, pronto, que ya llegamos al fin,

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Todavía no muy extendida la “semana inglesa”, la mayoría de em-presas concedían sólo el domingo como día festivo. El español “po-brete y alegrete” tenía su octavo dia de la semana. Era posible en-tonces ver como entre cuatro o cinco muchachos trabajadores se alquilaba un taxi con gasógeno, un taxi que gracias al gasógeno podía llevar al paraíso de un baile en las afueras, donde las mucha-chas tardaban en recuperar la normal estrechería erótica de la pre-guerra.

Oh... el gasógeno.

¡El mundo está funesto! ¡Las cosas jorobás! ¡Por eso nos han puesto el gasógeno detrás!

En los paraisos del domingo nacía la agresividad danzante del bu-gui-bugui que convertía en gimnastas a gentes precariamente ali-mentadas. Se cantaba un bugui con un título precioso: Un bugui más... qué importa. Una serie de movimientos hacia el éxito del ritmo, una obra bien hecha, bien interpretada por uno mismo, in-cluso es posible que merecedora de un coro de palmeantes. Un bu-gui más ¿qué importa? ¿Qué importancia tenían una serie de movi-mientos más en el camino del happy end que todas las películas prometían para cada uno de los danzarines?

Bugui, bugui, bugui bugui, bugui, bugui.

Es el bugui, es el swing del baile que me alegra, que me enloquece, que me hace vivir feliz.

Con el bugui siento yo bailando la ilusión, la emoción. Ba ba ba.

De regreso estoy, viajando voy para bailar (bis).

De regreso estoy, viajando voy dat, dira, dará, durá, yes.

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ESPAÑOLÍSIMOS

El culto a lo español era una filosofía que se prodigaba sobre las fachadas, en los libros de primeras letras e incluso en las piezas de cante hondo.

Napoleón subió al cielo a pedirle a Dios España. Contestóle el Creador:

¿Quieres que te rompa el alma?

Otras veces la apologia de lo español es mucho más directa y preci-sa menos del concurso celestial, aunque por lineas de transmisión jerárquica todo el mundo era consciente de que el Rey es el repre-sentante de uno de los poderes de la Providencia. La caña Arsa y viva España, lo dice con claridad.

A mi me pueden mandar a servir a Dios y al rey, pero dejar tu persona no me lo manda la ley. Pero dejar tu persona, arsa y viva España, cuna de valientes, no me lo manda la ley. Maravillas tiene el mundo de belleza singular

y cada país se empeña en el suyo resaltar.

Yo he corrido el mundo entero y les puedo asegurar

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en la China y en Madagascar.

No crea que lo digo por decir, lo digo porque de niño aprendí exactamente estas mismas palabras en una de las canciones de moda.

Tiene un tesoro mi España que nadie puede igualar, tiene un tesoro mi España con su sol y sus mujeres, con su vino y su cantar.

Insisto: pobretes pero aIegretes. En otra canción, que merece los honores de la reproducción total, se admitía la participación volun-taria de los propios cantantes. Algunos la interpretaban correcta-mente, otros, llevados por su celo supraespañol, introducían una brizna de realismo mágico. Así llegaban a cantar la odisea del ex-tranjero que entró en España sombrero en mano y al verla se des-cubrió, en una imposible lógica de gestos o de imposibles adema-nes. Pero la letra real de la canción decía:

Sombrero en mano entró en España, y al verla se descubrió,

un hombre que de tierra extraña a nuestra España llegó.

Dijo: “Nunca yo creí

que esto en el mundo existiera, que Dios, con su poderío, a esta tierra tan divina tanta hermosura le diera”.

No hay más que una.

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¡ay! que se venga aquí a vivir. España no hay más que una.

Vivió una noche sevillana y el extranjero afirmó:

¡Mujeres como las de España jamás las he visto yo!

Cuando me vaya diré, si alguien me lo preguntara, que en sol, en vino y mujeres es la esencia de la esencia y como España no hay nada”.

¿Qué era España realmente para aquellos constructores de la Espa-ña nueva? Caballerosos liberales oposicionistas de la EspaEspa-ña de hoy, soñaban por entonces con anexiones territoriales, y esta ideología impregnaba incluso a los letristas de las canciones, que se inventa-ban una ideología devaluada, de consumo, pero directamente ins-pirada en Don Ramiro de Maeztu y en Giménez Caballero y en todos los exégetas del pasodoble filosófico. Asi no es de extrañar que Glo-ria Romero cantara por entoncesRecordando a España:

Solera de valentía,

cuna de Santos Guerreros que desangraos por el suelo gritaban por ti, mi vía, broche de soberanía

y orgullo del mundo entero.

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Y dale, dale con las cosas que tiene España. Esta vez más que un pasodoble, un pasodoble con verdiales, cantado por Pepe Baldó:

Las cosas que tiene España no las tiene el mundo entero porque aquí mientras te engañan te van diciendo: ¡Te quiero! Y en la Feria de Sevilla o en la que tiene Jerez dos cañas de manzanilla

te hacen brotar un ¡olé, olé, olé, y olé!

POETAS PARA EL PUEBLO

Los rapsodas radiofónicos y teatrales tendrán algún día su sitio en la historia de la verdadera poesía española. Ellos han educado el gusto del público, en especial en los años cuarenta y cincuenta, con sus poesías graduadas, adecuadas a una postguerra larguísima. Cojo al azar, como los magos de verbena, un libreto de repertorio de rap-soda de aquellos años: ¡Un duro al año! (Ensebio Blasco), Los dine-ros de Judas (Melchor de Palau), Canción de amor y de guerra (Eduardo Marquina),La reía (Juan Antonio Cavestany),Los motivos del lobo(Rubén Darío),Cansera(Vicente Medina),Canto a Granada (Villaespesa),Tengo en el pecho una herida (Joaquín Dicenta, hijo), Feria de abril en Jerez(José María Pemán),Velada de espera(Hoyos y Vinent), Tu mata de pelo(Manuel de Góngora),Amores y amoríos (Hermanos Quintero).

Es un repertorio como otros en los que firmarían Rafael de León, el Antonio Machado modernista, Manuel Machado, etc., pero siem-pre, siemsiem-pre, Marquina, Pemán y quinientos poetas historicistas épico-imperiales.

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señor capitán,

de la retorcida espada, de la capa colorada y el buen caballo alazán.

0 bien:

A menos negocio, mayor fantasía, más sal que sustancia...

¡Feria de Jerez! ¡Rumbo y elegancia

de esta raza vieja que gasta diez duros en vino y almejas

vendiendo una cosa que no vale tres!

¡Vivapaña!, dan ganas de gritar ante tanta majeza, ante toda la ma-jeza de “nuestras cosas”. Como esa asquerosa mata de pelo de Francisca Sánchez Romero que el poeta pide...

A París llevó una rosa el viento de Andalucía y la rosa prisionera de Versalles se quedó. Y al mirarla tan hermosa han dicho por Tullerías que por ella suspirando no vive el Emperador. Y su hermana recordando entre majos y manolas a Madrid le va contando la ausencia de la Española.

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las alturas del mito de Ias cosas de España”: mujeres, vino y música. Aunque el gran mérito de Doña Eugenia había sido su palmito, todo hace presumir que su familia no la dejaría ir a la boda con las manos vacías. Si bien ninguna historia lo señala, es muy posible que Euge-nia de Montijo llegara a Paris con su belleza, un tonel de vino jere-zano y una guitarra española.

Pero quizá prefieran ustedes historias de reyes malos. ¿Qué les pa-rece Pedro el Cruel? No. Sorpresa. No se le llama en la canción “El Cruel”, sino “El justiciero”.

Sevilla se ha dormido entre naranjos y el rey Don Pedro ronda celosías, oscuras callejas dan el alto

al hombre que atropella valentías. España lo ha llamado “El Justiciero” y al pie de la Giralda ve su sombra, comadres en la Calle “El Candilejo” maldicen su justicia si lo nombras.

¡Tu mata de pelo ... ! ¡Ay, quién la tuviera ahora para enroscármela al cuello!

No era extraño ver entonces, en las puertas de las casas populares, bajo cualquier círculo del sol, a pacientes mujeres con peines dobles en situación de despiojar a las criaturas o a la abuela. No estaba entonces el champú de huevo al alcance de todos los españoles, ni el agua corriente, ni la luz eléctrica. Pero sí el desplante y la Historia, eso en mayor cantidad y mejor que nunca. Y el cantante más histó-rico de todos, el entonces jovencísimo Antonio Amaya. Los Gadita-nos cantarían una canción dedicada a Doña María Pacheco derivada de la películaLa leona de Castilla, interpretada por Amparo Rivelles.

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y siguiendo los ejemplos de Padilla a Toledo juró siempre defender.

El viento lanza un romance con la cruz de una condena, mientras que Doña María viste de negro su pena. Rezando de noche y día llora pensando en su pueblo por quien la honra perdía.

Pero junto a esta composición brillan más que el sol las innumera-bles que Antonio Amaya dedicó al temple histórico hispánico, desde los mejores tablaos del agonizante Paralelo barcelonés. Pidan lo que quieran en este supermercado histórico-calloro. ¿Emperadores?

Y una dama hermosa que huyéndole iba dentro de un convento, ¡ay madre del alma, quedáse cautiva!

Isabel de Castilla, la Infanta Torera, Romance a María Cristina, Ro-mance de la Reina Juana... los servicios prestados por Antonio Amaya a la Historia de España no han tenido el justo premio. Maes-tro del taconazo justo y del despliegue de capa, cejifino y boquiar-diente, Antonio Molina es, además, un implícito y explícito colabo-rador de la gran causa de la Hispanidad.

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Y atravesando la mar serena van cruzando el horizonte aquellas tres carabelas.

¡Paso a Cristóbal Colón! Y Rodrigo dice: ¡Tierra! Las cadenas de Aragón en un abrazo se cierran, se está escribiendo la Historia del mundo entero en España, mientras la Santa María se acerca al rayar el alba al mar que América baña. ¡Paso a Cristóbal Colón! Tierra de las maravillas, y una rosa floreció para Isabel de Castilla.

Y es ésta una corriente Guadiana que permanece oculta algunos años, pero rebrota como un suspiro geológico contenido. La épica imperial se sumerge y emerge, una y otra vez, a lo largo de estos treinta años, e incluso en la era de Augusto Algueró la volveremos a encontrar formalizada en aquella canción a lo Frankie Lane que se llamó Don Quijote. Un Don Quijote importante, sacralizado, caba-llero español, más emparentado con el Cid que con Alonso de Qui-jano.

En un lugar de la Mancha hubo un hidalgo señor, el de la triste figura,

que era un gran hombre de honor. Los libros cuentan la historia del caballero español

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LA EDUCACION DE LOS CURAS

Hasta las personas más inteligentes tienen un nivel de memez que sorprende precisamente por sus restantes niveles contrastantes. Así hasta al inteligente Azaña se le escapó alguna memez, como aquella que ha hecho historia, y vaya si la ha hecho. “España ha dejado de ser católica”, dijo el fino especialista en Valera, “el fino estilista” como le calificaban, para no comprometerse, los tratadistas de los años cincuenta, cuando ya fue posible hablar de Don Manuel como crítico y literato. Pues bien, al desaire religioso del “fino estilista” se le oponía en la España de los cuarenta los actos de reafirmación religiosa correspondientes. Los Diarios Hablados eran un inventario de iglesias reconstruidas, vírgenes entronizadas y procesiones pa-liadas. Finos estilistas de la canción proclamaban el entusiasmo cris-tiano-melódico del país.

Quiero que mi escapulario nunca se aparte de ti, guárdalo como un sudario que yo te dejo al morir. Reza por mí tos los días a la Virgen del Rosario, sólo te quiso en la vía

quien te dio este escapulario.

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“Me da mucho que pensar el hermano Rafael,

desde que llegó al convento a buscar refugio en él, adivino el sufrimiento de ese pobre pecador ...

El pobre pecador se sorprende por el recelo del prior ante sus teor-ías tenóricas sobre la Madre de Dios:

¿Qué quiso decirme el Padre Prior? Vibrante y humano es siempre el dolor. Una Dolorosa precisa tener

carnación de lirio y alma de mujer. Carne de martirio quemada y transida, el dolor que mata sin verse la herida. Así te concibo: ceniza y hoguera. Y así de mi gloria serás pregonera.

Y cuando estaban en estos dimes y diretes el prior y el neófito, llega al convento el viejo amor del novicio, Dolores, madre soltera de un precioso rorró. El hermano Rafael siente aumentar su desazón, pero aconseja a su ex-amor que perdone al padre de la criatura. No ha dicho nada. La que se arma:

¡Jamás! ¡jamás! ¡Maldito el cobarde que manchó mi frente y niega y miente

si le recuerdan su delito! ¡Maldito sea! ¡Maldito sea!

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de tal ralea.

¡Maldito el canalla que cruel y avaro,

le niega amparo, cariño y pan a ese angelito!

El padre prior cabecea más que de costumbre y opina sobre el amor con la misma sentenciosidad con que el Padre Venancio Marcos dirigía su consultorio religioso desde Radio Nacional de España en Madrid:

El amor, el amor

es un veneno de un poder fatal, un licor, un licor

con el perfume de la flor del mal. Su poder, su poder

hace, a quien bebe el vino turbador, maldecir y temer al amor.

Hay que pensar que la zarzuela tenía ya entonces su antigüedad y que el lento camino que va del Padre Nieremberg al Padre Nicolás González Ruiz tuvo esa lentisima lentitud doble que tienen las cosas de la Iglesia, que casi, casi, van más despacio que las de Palacio.

Decididamente empezaba ya entonces a apreciarse que algunos curas tenían una educación desfasada con respecto al siglo. Y para comprobarlo basta acudir a los textos de espiritualidad que estaban en sus cabeceras: Compendio de Teología Moral, del P. Arregui, Lo temporal y lo eterno, del P. Nieremberg,Ejercicio de perfección, del p. Rodriguez, losSermones Varios, del P. Gonzalo Coloma,El abuelo católico (mayéutica católica del s. xix), las Meditaciones, del P. La Puente.

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Historia han puesto a prueba la contingencia de la bondad humana. Cita allí a Eusebio, al Libro de los Reyes, al historiador Josefo, para pintar espantosos cuadros de canibalismo, como si los jesuitas de los años cuarenta no tuviesen realidades a su alcance para tener una idea más cabal del canibalismo físico y moral del siglo xx. No. Se recurría a Josefo, y a la historia de la matrona romana acorralada por los soldados que día a día se van comiendo sus reservas alimen-ticias y termina por cocinar a su propio hijo y ofrecérselo en un histérico banquete. ¿Con qué temple podían contemplar la realidad aquellos novicios sometidos a este sadismo literario? ¿Qué signifi-cado tenía para ellos el hambre real, si el hambre es una demostra-ción más de la falacia de las cosas de este mundo?

Pero todo lo sabían. Esta es la impresión que nos daba su casuística desde los púlpitos. Entonces no sabíamos que lo sabían todo porque tenían libros construidos a base de respuestas para todo, con índice alfabético incluido. ¿La guerra como tema? Bastaba recurrir a la Teología Moralde Arregui.

Guerra, página 190, apartado 245: “La guerra se define: la lucha de una multitud contra otra, entablada con intervención de la autori-dad pública por el bien común.División: Se la llama guerra Ofensiva, si se la hace para vengar una injuria o para recuperar una posesión. Defensiva, si para rechazar por la fuerza una agresión.”

Otros temas. Veamos qué se debía entender por corrección frater-na: “Hágase primero la corrección fraterna en secreto y después de intentar en vano los demás medios, procédase a la judicial: de esta forma se concilia el precepto de caridad con la ley de no faltar a la fama del prójimo.”

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enton-ces su religiosidad de guerra fría. Aquí nunca han gustado las gue-rras frías, ni las cenas frías. Guerra caliente y potaje o pinchitos mo-runos.

Mientras la Iglesia en technicolor intentaba disimular y mixtificar la angustia de miles y miles de sacerdotes que se veían desinstrumen-talizados para entender y operar sobre el mundo en curso, en Es-paña se recurría al tremendismo goyesco de derechas y a legislar la longitud de las mangas de las mujeres o la transparencia de sus me-dias. Las historias de rojos feroces hacían estremecer a los niños sometidos a la educación eclesiástica. Un rojo o por más señas un militante del Partido Comunista, había guisado con sanfaina al hijo de un católico prisionero. Le dio carne del hijo durante las tres co-midas del dia, y, finalmente, por la noche, entre brutales carcajadas, le dijo: “Te has comido a tu hijo”.

Otro rojo queria besar a una monja (el pudor les impedía revelar las exactas intenciones del rojo) y ella no quería. Entonces el rojo des-clavó la escultura de un Cristo y des-clavó a la monja en el mismo ma-dero. No había piedad dialéctica para el vencido, y había un recelo lleno de resentimiento para el superviviente.

EL DESTINO SE DISCULPA

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de Rafael Durán y en los ojos de jefe de centuria de Armando Calvo sus signos exteriores más remarcables. Nuevas caras femeninas, o casi nuevas: Lina Yegros. Las mujeres decían que no era guapa, pero que era muy simpática. Amparo Rivelles, Ana Mariscal, Conchita Montes, Mercedes Vecino... Y Alfredo Mayo. ¡Qué bien le sentaba la camisa arremangada a Alfredo Mayo! ¡Qué bíceps más poéti-co-imperiales los suyos! ¡Qué bigote tan legionario! Era una época en la que el cine todavía experimentaba lo del subrayado musical. Hay que admitir que a los subrayistas españoles se les iba la mano y consiguieron que hasta las comedias parecieran cine de terror, del pánico que comunicaban al espectador los hundimientos musicales que jalonaban la acción. No mucho crédito merecería el cine espa-ñol cuando el pueblo arrugaba la nariz y decía “ésa es espaespa-ñola” o bien “es una españolada”. Las más de las veces era un cine hecho con calderilla; por eso, la primera vez que salieron películas de cier-to presupuescier-to, la propaganda las jaleaba y el público acudía a ver las películas de Juan de Orduña, un galán de los años treinta que, con Locura de amor y Agustina de Aragón, tendrá, al final de los años cuarenta, el acierto de incorporar los gritos de Aurora Bautista a la epopeya española iniciada por Indibil y Mandonio.

Las estrellas del cine del Eje no cuajaron. Las estrellas del cine alia-do, sí. No se programaron películas de propaganda bélica aliada hasta después de 1945, y aún entonces eran películas referidas al frente del Pacifico. Los españoles aún tardamos años en ver a un alemán con los brazos en alto y gritando en correcto alemán: “Me rindo”. Y la primera vez que una película de este tipo se programó, costó más de un coscorrón a más de un espectador, porque había jóvenes que habían interpretado al pie de la letra que lo del Carlos I de España y V de Alemania no era más que el comienzo de un des-tino histórico privilegiado, es decir, providencial.

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mohín e insinuación. Cabellos ondulantes, manga raglán, vestidos entallados, zapatos topolino. Después del 45 se impusieron galanes más sexualizados: Tyrone Power, Robert Taylor, Jorge Negrete. Ga-lanas más sexualizadas: Gilda, la gran Rita Hayworth; Jane Russell, la matrona de las ubres firmes. Pero España, la diferente España, una vez terminada la proyección de las dos películas, asistía entusias-mada al espectáculo de las variedades en cines abarrotados. Los payasos basaban sus chistes en el tema del hambre: «A ver –decía el payaso-, ¿vosotros sabéis cómo se guisa un pollo con judías?” “¡No!”, contestaba el pueblo, puesto a régimen de pan negro, gela-tina rosa, en vez de aceite, y un extraño arroz que parecía del Atlé-tico de Bilbao porque llevaba una lista roja en cada grañito. “Pues se guisa el pollo -contestaba el payaso- con sus cebollitas, su ajito, su tomatito, un chorrito de coñac. Cuando ya está bien dorado, se le echan las indias cocidas. Una vuelta. Otra vuelta -el perro de Paulov ya estaba extenuado, con los brazos adheridos a aquellas butacas de rigurosa madera. Y cuando ya estén doraditas las judías tiran las judias, que es lo que comemos todos los días, y comemos el pollo, que no hemos comido pollo desde la Exposición del año 1929”. Aunque parezca increíble, el público se reía.

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Frente a aquel escaparate un mendigo se paró,

aquel mendigo era el obrero que con cariño y esmero lo talló.

Canción de crítica de costumbres... en él ¿Por qué no te casas, ni-ña?, de Juanita Reina.

Marío, suegra y cuna, un niño y otro de cría, que la chacha, que la gripe, que tu madre, que la mía. Con tantas complicaciones soltera pa toa mi vía.

0 aquella deliciosa canciónA la lima y al limón, de la soltera de pro-vincias que consigue enlazar el brazo de un señor de cincuenta “que dicen que es magistrado”.

Toda esta mediocre alegría iba in crescendo. Cuando se comprobó que las condiciones subjetivas del pueblo tenían pulsación de ave aterrada por todas las lluvias de este mundo... entonces el ritmo de la alegría se aceleró. Brotaron por todas partes permisos para ver-benas callejeras, las radios programaron torrentes de canciones alocadas, alegres en sí mismas. Era el espíritu del bugui-bugui apli-cado a aquel viejo cuplé:

Venga alegría,

señores, venga alegría. Reír, quiero reír...

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Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, ay, qué vaca tan soñada, tolón, tolón…

Era la promesa de la abundancia, a punto ya de suprimirse el racio-namiento. En las verbenas las gentes se ponían en fila india, con las manos en las caderas del de delante...

La conga del canuto va y viene caminando.

Todo pasaba. La burra sandunguera que sabía latin, escribir inglés, etc. La muchacha que patinando, patinando se cayó, y en el suelo se le vio... ¿qué se le vio? Que no sabía patinar. Todo tenía el esqueleto de la carcajada. ¿Sabía usted que

Santa Marta, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía?

Si no fuera por las olas, caramba, Santa Marta moriría, caramba...

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aquellos extraños cuerpos con mucho hueso o mucha grasa, par-lanchines y silenciosos, quijotescos y sanchopancescos, en camiseta en los veranos de barrio, vestidos a mil rayas o con trajes de percal y piqué... La canción decia:

Qué tiempo tan feliz que nunca ha de volver y la canción alegre del ayer. Por nuestra juventud

en que llenos de inquietud tuvimos fe y deseos de vencer.

FÚTBOL Y TECNICOLOR

Fútbol, fútbol, fútbol.

Es el deporte que apasiona a la nación. Fútbol, fútbol, fútbol,

en los estadios ruge enardecida la afición. Fútbol, fútbol, fútbol,

hoy todo el mundo está pendiente del balón.

(Canción de consumo en la transición de los años cuarenta a los cincuenta.)

-¿Me quieres? -preguntó Mercedes con los ojos velados por las lágrimas de la emoción.

-¡Ahora y siempre, siempre, siempre! -contestó vehemente Juan Carlos, mientras la estrechaba entre sus brazos.

FIN

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para acercarse al pueblo a través del folletín. Baroja lo intentó con la trilogía “La lucha por la vida”. En la entrevista que prologa una edición posterior de La Busca, comenta que le gustaría tener la fórmula secreta de Blasco Ibáñez para ser un “escritor popular”. En la prehistoria de la electrónica aplicada a la producción de máquinas de afeitar y de la tecnología aplicada a la producción de caldo con-centrado, la cultura popular española de los años cuarenta y cin-cuenta seguía atenta a ciertas formas de literatura popular: el co-rreoso Coyote, nacido bajo el signo de Géminis; el sospechoso Doc Savage, con sus continuas referencias al “habeas corpus” como procedimiento judicial de la democrática Anglosajonia; Bill Barnes, el justiciero del espacio, constituido por un treinta por ciento del Pylon de Faulkiler, otro treinta por ciento del Arcángel San Miguel y el cuarenta por ciento restante de John Wayne; Pete Rice, el silen-cioso sheriff, precursor de la entrada del chicle en España. Hay que añadir todos los héroes de tebeos o comics, pero, sobre todo, los que tenían el mismo atractivo para grandes y chicos.

Por tierras californianas en buen potro va montado galopando en plena noche un jinete enmascarado. Le conocen por “coyote” labradores y soldados, los peones y rancheros al jinete enmascarado. Su rostro nadie conoce, siempre lo lleva tapado, con un antifaz de seda el jinete enmascarado. Le buscan sus enemigos por el monte y por el llano, mas de todos él se burla el jinete enmascarado.

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pero nadie traiciona al jinete enmascarado. ¡Viva el Coyote! le aclaman de Sonora a Colorado galopando en plena noche el jinete enmascarado.

El justicierismo de “El Coyote” hizo millonario a su autor, J. Mallor-quí, uno de los buenos escritores dedicados a la literatura aplicada. Distintos héroes de consumo, distintas dialécticas.

La dialéctica de Roberto Alcázar y Pedrín era una dialéctica de puños y pistolas, pero no químicamente pura. Difícil sustraerse al clima colectivo de una época, y los grandes bocadillos de jamón aparecen con frecuencia en las historias de Roberto AIcázar y Pedrín. El boca-dillo de jamón serrano ha sido, desde 1554, una de las grandes as-piraciones del ciudadano español. En cambio, el Guerrero del Anti-faz estaba más desligado de los bienes de la tierra, más atento a su cruzada personal contra el moro Motamid y su siniestro hijo Olián. No es que esta historieta beneficiara gran cosa la política panara-bista del gobierno, pero no hay política, ni casi nada, sin contradic-ciones internas. Y la exaltación de una de las negacontradic-ciones que más había repercutido en la Historia de España, el Islam, no podía dejar de ser contrarrestada por la exaltación del espíritu de cruzada que, según algunos historiadores prudentes, iniciaba Don PeIayo en Co-vadonga, y, según otros historiadores, evidentemente menos pru-dentes, iniciaba Viriato desde Lusitania, como clarividente precursor del Pacto Ibérico contra todos los enemigos llegados del Este: desde los romanos hasta el contrabando de cigarros helvéticos.

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José Antonio aún infundía un cierto respeto táctico en la oligarquía financiera.

El amor, que nada entiende ni de razas ni colores, pasó a ocupar un lugar relevante en la temática de la cultura popular. La cosa venia de antiguo, porque uno de los temas más apurados por la literatura popular ha sido el amoroso, desde los tiempos del Erec y Eníde, de Chrétien de Troyes. El romanticismo había llevado a peligrosas des-viaciones del tema; desdes-viaciones que iban hacia la frustración, la tragedia final, la carrera de obstáculos corrida por amantes que se queman las alas en el fuego de imposibilidades fatales, individuales o sociales. Pero como el lema del NO-DO era EL MUNDO ENTERO AL ALCANCE DE TODOS LOS ESPAÑOLES, el amor recibió un nuevo

trata-miento con final feliz. Antes de la guerra, la colección de novela rosa de la Pueyo, y, sobre todo, las novelas de María Teresa Sesé, habían evidenciado cuál era el correcto camino. Y así, en los años cuarenta, dos docenas de novelistas de uno y otro sexo construyen deliciosos mundos de cristal de importación, poblados por Juan Carlos, Mer-cedes, José Luis, Santi, Clara, José Mari, Elena, Vicky, Pilar y Lupita. Estos nombres, estos mundos, equivalían al frigorífico inacabable que años después nos pasarían por las narices las películas ameri-canas de apología indirecta del sistema.

CASI TODO, EN TECHNICOLOR

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Granada, se puso las botas en Debla, la virgen gitana, al lado de Al-fredo Mayo, hubo una conmoción propagandística casi tan impor-tante como la que siguió al descubrimiento de la gasolina artificial, unos años antes. Paquita llegaba al cine con derecho al taconeo; inauguraba el periodo de cine a la española con guapa folklórica en agfacolor. Por la puerta que ella abrió pasaron Carmen Sevilla (por entonces se sabía que bailaba bastante bien y que era novia de Arruza), Lola Flores y paren ustedes de contar, porque, pese a algu-nos intentos posteriores, la definitiva apertura de España hacia Oc-cidente de la mano del pacto hispano-norteamericano y del Rock around the Clock, de Elvis Presley, o del You are my Destiny, de Paul Anka, frustró el progreso del andalucismo en agfacolor. Es algo equivalente al arrinconamiento progresivo que padeció el andalu-cismo canoro tras la dictadura de la Piquer, la Reina o el Principe Gitano. Todo lo que surgió derivado de este andalucismo espontá-neo era vivir de la renta sentimental de las gentes que entonces -¡ay, ecuador de los años cincuenta!- ya habían cumplido los cua-renta. Sin programadores de ocio que les orientaran, los españoles de aquellos años descubrieron lo agradable que era pasar tres horas junto a Yvolíne de Carlo o Maria Montez. Eran estrellas colorísticas, con mucha intención en los ojos y en la pechera. Las revistas desti-nadas a la creación de mitología popular hicieron su pequeño agos-to a base de las estrellas colorísticas nacionales y extranjeras: Triunfo, en su primera época, deleitaba al público con las crónicas de la sociedad cinematográfica en agfacolor. Fotogramas y ¡Hola! constituían otros pilares de la mitología technicolórica, auxiliadas a distancia por Primer PlanoySemana.¡Hola! merece un tratamiento especial en el recuerdo, porque en el presente sigue fiel a sus ca-racterísticas del pasado. Apenas si ha cambiado el tratamiento de la portada, que ahora se realiza en papel satinado; pero el material noticiero sigue siendo el mismo. Gracias a ¡Hola!, la princesa de Torlonia, pongamos por caso, es una íntima amiga de las amas de casa españolas.

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torero-actor que había interpretado la versión del Don Juan Tenorio, de Zorrilla, con decorados de Dalí. Mario era un español que super-aba en casi quince centímetros la altura del español medio de su tiempo. Además, tenía facciones regulares y una dentadura publici-taria. Iba bien peinado y escribía poemas correctos. Era un torero correcto y un actor teatral correcto. Era un guapo correcto, con una guapeza exportable. Mario triunfó en Cannes tanto o más que Pa-quita Rico. Las revistas especializadas le atribuyeron flirts con Yvonne de Carlo y con Irene Papas, una joven actriz griega que aún no era la impresionante viuda de la versión cinematográfica de Alexis el Griego. Mario había dado que hablar por su fugaz romance con Ava Gardner. Español internacional, había utilizado el avión pa-ra ir a Londres y enseñar a la estrella un libro de poemas. Pero en su camino se cruzó Frank Sinatra, el delgaducho bailarin-cantante de Levando anclas. El technicolor de Frank, estábamos seguros, no podía competir con el technicolor de Mario Cabré. Ganó Frank, y desde entonces Frank Sinatra permanece entre la ceja y ceja de los españoles de rompe y rasga.

Los triunfos de Mario Cabré eran los triunfos de todos los españoles. Era el lema: las mujeres de todo el mundo al alcance de todos los españoles, a través de Mario Cabré. Años después, españoles ilus-tres, como Luis Miguel Dominguin y Ricardo Bofill, han contraído matrimonio con guapas del cine extranjero. Pero lo hicieron a des-tiempo, cuando ya estas cosas no impresionaban tanto, porque el universo caldeo del pueblo español había ensanchado un tanto sus horizontes. Ya no era una caja con el cielo por tapadera, una pelícu-la en technicolor en el horizonte del futuro, pelícu-la noche oscura digna de mil millones de olvidos en el horizonte del pasado. Extraños sig-nos en el cielo anunciarían nuevos tiempos. Eran los regueros de humo de los cazas a reacción norteamericanos.

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los americanos es lo tranquilamente que airean sus trapos sucios. Un uno por ciento de trapo sucio, frente al noventa y nueve por ciento de technicolor, no es mala proporción propagandística. El

AMERICAN WAY OF LIFEaún no estaba al alcance de los españoles. Pero

la mitología, si.

El tema del americano ya había aparecido en nuestro cancionero de consumo con anterioridad a la guerra civil. Concretamente, el tema de la mitología cinematográfica estaba tratado admirablemente en aquel chotis de la “planchadora”:

Yo por Charlot me dejo seducir ¡pues me hace de reír!

0 bien:

Douglas Farbáns, vaya gachó questá jamón pa un tropezón.

Después, el personaje del americano quedó a medio camino entre Tom Mix y Randolph Scott o el Gary Cooper del Oeste. El americano es un feliz vaquero, ingenuo, que no conoce otra cosa que un hori-zonte sin límite y el trote de su caballo.

Del rancho soy el feliz vaquero enamorado de una linda flor,

como no hay otra en el mundo entero de la que soy yo su dueño y señor. Para el rancho me voy.

Para el rancho me voy con mi traje mejor, para el rancho me voy a buscar a mi amor.

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atormentado por las circunstancias y que halla la libertad en la apertura de los horizontes sin límites.

Llegaron a caballo del monte por el valle a Río Caliente, quemaron todo el rancho, tu amor que amabas tanto fue atormentado, cow-boy. Da¡, da¡, da¡, cow-boy, tú así vengarás,

disparando con tus pistolas hasta la saciedad

el temido de Arizona serás.

Y tampoco falta esa visión del americano como un cretino tentador de la fortuna, al que siempre le salen las cosas bien.

Yo fui feliz Yo fui feliz y enriquecí en Wichitta. ¡Ay, ay, ay, ay, sí, sí, sí, sí, me diverti en Wichitta! Ha sido mucho el dinerito que allí me pude guardar y yo me siento tan solito que quiero algo más.

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La fórmula costó ensayos, fracasos de taquilla. Tardaría algo en conseguirse el color adecuado. Los primeros logros casi no perte-necen al período que nos ocupa. Era una fórmula de transición, mi-tad zarzuela, mimi-tad melodías de Broadway, todo interpremi-tado por Carmen Sevilla y Luis Mariano. De momento, en blanco y negro, no se renunciaba a las fórmulas originales. En la imposibilidad de com-petir con otras razas superiores en número y en armamento con-vencional, volvimos a tender el puente hacia América: Alba de Amé-rica, película épica sobre el descubrimiento. Antonio Vilar, su intér-prete. Un galán portugués que llegaba con una nueva remesa de galanes, a cuya cabeza iban los hermanos Rojo. Vilar moriría de una paliza en El Judas, película religiosa que competía con los audaces planteamientos de Graham Greene, aunque también con ciertos resabios de Imperio Argentina. Era un galán que gustaba porque era rubio y no llevaba bigote. Pero es curioso. Tras la remesa de galanes que nos representan plenamente los años cuarenta: Armando Cal-vo, Alfredo Mayo, Rafael Durán..., ¿podemos decir lo mismo de los años cincuenta, con la excepción de Pablito Calvo?

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can-ción de consumo o por los guiones radiofónicos. José Carioca, el loro-Getulio Vargas, codo con codo con el Pato DonaldRoosevelt y con el gallo-Pancho-Mateo Alemán: Brasil, Estados Unidos y México dentro del paraíso de un hemisferio liberado de la huella colonial europea y avizor ante cualquier intentona del peligro rojo, amarillo y naranja. José Carioca, el loro de la paz, el loro de la Alianza para el Progreso, el loro juguetón del gran balcón americano.

En el Brasil hay pájaros mil

pululando por la selva, el arará, el kakapó, con gritos que te enervan. Mas hay un lorito cortés que charla por los codos, caballero juncal

por su trato jovial de lo más original.

José Carioca, José Carioca, el más simpático lorito del Brasil, José Carioca, José Carioca, un personaje nuevo y muy gentil.

En la misma película, una magnífica película por cierto, debutaba Agustin Lara como compositor universal. A él se debía la letra y música de la canciónSolamente una vez, que en la película aparecía con la voz de Bing Crosby.

Solamente una vez amé la vida, solamente una vez y nada más,

una vez nada más en mí pecho brilló la esperanza, la esperanza que alumbra el camino de mi soledad. Solamente una vez se entrega el alma,

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