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Trabajo de Grado Comunicación Social para la Paz, Énfasis en Periodismo CRÓNICAS DE AULAS EN MEDIO DE LA GUERRA Escrito por: César Augusto Melo Romero Angélica Paola Rodríguez Rodríguez

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Academic year: 2018

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1 Trabajo de Grado

Comunicación Social para la Paz, Énfasis en Periodismo

CRÓNICAS DE AULAS EN MEDIO DE LA GUERRA

Escrito por:

César Augusto Melo Romero Angélica Paola Rodríguez Rodríguez

Escrito bajo la dirección de Álvaro Lizarralde Díaz

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2 ÍNDICE

EL PANORAMA EN LAS AULAS……… 3

LIGIA…………...………..……… 14

CLARA………...……… 35

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3 INTRODUCCIÓN

EL PANORAMA EN LAS AULAS

El país se enfrenta a uno de los momentos más importantes de la historia. De concretarse el proceso de paz con las Farc, se daría un paso gigantesco para darle fin al conflicto armado interno más largo de los últimos tiempos. Un conflicto que ha sometido a más de la mitad del pueblo colombiano a la miseria, el fracaso, el desplazamiento y la desilusión. Que se ha llevado consigo la vida de miles de personas inocentes. Este es un conflicto que no hace discernimientos de raza, estrato, oficio o condición social. Se mata al que habla y da información de más, se tortura al que no paga vacunas y se amenaza al que trata de ayudar a la población.

Según la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas, y el más reciente informe de la entidad, hasta el momento se encuentran registradas 7.758.935 personas como víctimas directas del conflicto, de las cuales cerca de seis millones son desplazados, constituyéndose este factor como el más común en las estadísticas.

Han sido muchas las víctimas, así como los victimarios, pero es de resaltar que en medio de la guerra son muchos los que, desde sus diversos oficios, ayudan a mitigar el dolor y la miseria. No es fácil ser médico, periodista y, en especial profesor en un panorama tan oscuro como el que a diario pinta el conflicto armado.

Y es que, de acuerdo con un reporte elaborado por la Unidad de Víctimas, los docentes y maestros también han sido víctimas directas e indirectas del conflicto armado colombiano.

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4 Para 2014, cerca de mil docentes fueron asesinados; alrededor de cuatro mil fueron amenazados y desplazados; y aproximadamente 70 permanecen en el exilio a causa del conflicto.

La Unidad de víctimas indica que los departamentos que reportan mayores cifras de maestros afectados son Antioquia, Cauca, Córdoba, Valle del Cauca y Nariño.

En el reporte, la entidad señala que uno de los grandes problemas que enfrenta el gremio de docentes radica en la agresión e intimidación por parte de los grupos ilegales, que se materializa particularmente en los sindicatos de maestros y docentes.

Por esto, la Unidad de Víctimas inició desde 2012 un plan de atención, para este gremio en específico, el cual busca prevenir futuros casos de docentes víctimas del conflicto. La entidad estatal señala puntualmente: “Con el proceso se pretende reparar los daños ocurridos con ocasión de graves y manifiestas violaciones a derechos humanos y de infracciones en el marco del conflicto armado. Estas afectaciones han causado daños individuales, familiares y daños colectivos a las libertades sindicales que involucran el derecho de asociación, la negociación colectiva y el derecho de huelga, así como la libertad de expresión, el ejercicio de defensa de los derechos humanos económicos y sociales de los maestros y docentes“, explica la Unidad.

En Colombia, mucho se ha escrito sobre las víctimas del conflicto. Desplazados, falsos positivos, soldados mutilados, campesinos a quienes no solo les arrebataron sus tierras, sino también la vida de sus seres queridos, pero poco se habla de quienes tienen la misión específica de formar y deben someterse a mil vicisitudes para cumplirla. La misión del médico es salvar una vida; la del periodista, llevar la noticia, y la del docente se puede interpretar como una labor vital en la sociedad, sin demeritar las anteriores, pues involucra fomentar, construir capital humano, gente que le apueste a una sociedad en verdad democrática.

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5 zona en la que enseña? ¿De qué forma cambia la vida de un docente que, en medio de la guerra busca seguir apostándole desde la educación a la paz? ¿Quién protege al docente que trabaja en zonas de conflicto?

En el curso de esta investigación, se tuvo en cuenta que, al tratar de contestar estas preguntas, de una manera clara e ilustrativa, se buscaba de alguna forma acercar al lector a una comprensión más amplia de cómo puede llegar a afectar el conflicto en distintos escenarios hasta ahora no explorados, como el de la enseñanza.

Los profesores son personas que conviven mucho tiempo con los jóvenes y son los indicados para dar fe de si, la sociedad, a partir de sus niños, puede cambiar trascendentalmente cuando hay una exposición diaria a la guerra. El miedo y la violencia se convierten en unos de los factores que deben tener en cuenta los profesores al momento de enseñar.

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6 Tan solo por amenazas a maestros, la Defensoría del Pueblo tiene registradas 1117 denuncias de todo el país. Según la entidad, la mayoría de este tipo de casos se presenta en las zonas rurales. “Las amenazas vienen de las guerrillas, y de los grupos armados ilegales post desmovilización de las AUC”, señala la Defensoría.

Así las cosas, de los casos evaluados por la Defensoría, y remitidos a la Unidad Nacional de Protección (UNP), las regiones donde más se presenta este flagelo son Antioquia, Bogotá, y Valle del Cauca, Córdoba y Chocó, especialmente en las zonas rurales.

A partir de estas estadísticas se planteó la recopilación de historias, la reconstrucción de lugares y la selección de datos históricos, con el fin de dar a conocer la importancia que tiene esta profesión en la superación del conflicto armado. De cara al actual proceso de paz, se hace de vital importancia establecer un análisis riguroso y en profundidad sobre los alcances, repercusiones y secuelas sociales que se producen en la sociedad, en población que no es tratada directamente como víctima inmediata del conflicto. Sin embargo, es población que, igualmente, es permeada día a día con situaciones que a largo y mediano plazo afectan su forma de ver la realidad.

LA NECESIDAD DE ENTENDER LA PERSPECTIVA DE LOS DOCENTES

Es preponderante conocer de qué manera se comportan en el escenario del conflicto los profesores, quienes conocen cómo se desenvuelve el conflicto y su mecánica en el territorio nacional, puesto que desde esta profesión se entiende cómo actúa la sociedad desde la visión de la docencia y, al recopilar este tipo de vivencias, se puede entender la sociedad desde sus diferentes facetas cuando se enfrenta a este tipo de realidades. En ese sentido, un profesor que diariamente tiene que observar a los niños y jóvenes de poblaciones en medio del conflicto puede testimoniar los cambios, las adaptaciones y las formas de interpretar la realidad que asumen sus estudiantes.

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7 Paralelamente, la recopilación de este tipo de historias amplia el conocimiento del contexto de ciertas zonas del país y de cómo se ha vivido en ellas el conflicto. Este conocimiento, así lo esperamos, va a enriquecer el debate en torno al tema del postconflicto, en la medida en que va a visibilizar al educador como un nuevo personaje que tiene una forma diferente de pensar e interpretar el conflicto, aparte de las víctimas, Gobierno y victimarios. Aunque muchos de los docentes -justo es decirlo- también han sido víctimas.

Por tal motivo, conocer las historias de vida de los docentes y su adaptación a los cambios que implica la realidad violenta del país no permite no únicamente mostrar su parte profesional como docentes, sino su lado humano, que en este oficio es un factor determinante para la creación de vínculos con los estudiantes. Las profesoras que decidieron contar sus experiencias se caracterizan por su calidez humana, su perseverancia y sus ansias por tratar de que sus estudiantes tengan un mejor futuro.

LIGIA, UNA MAESTRA PARA QUIÉN LA EDUCACIÓN ES UNA VOCACIÓN Y NO UNA OBLIGACIÓN

Ligia es maestra en una escuela rural de Tibú, en el Norte de Santander. Un municipio históricamente asfixiado por la presencia constante de actores armados y bandas criminales. Nació allí y forjó veinte años de experiencia al servicio de la educación. Por sus salones de clase pasaron raspachines de coca, guerrilleros e hijos no deseados por mujeres, que a la fuerza fueron obligadas a sostener relaciones con paramilitares.

Sus ojos vieron la guerra de cerca, asesinatos a sangre fría y sin compasión. Aunque han sido varios los ofrecimientos, nunca ha aceptado beneficiarse del dinero proveniente de la ilegalidad. Siempre ha preferido luchar por los recursos que por obligación el Estado debe garantizarle a sus estudiantes. Y es que para ella ser maestra es una vocación, no una obligación.

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8 que ocurrió la masacre de La Gabarra, en donde murieron más de cien personas y cerca de ochenta fueron desplazadas.

Muchos hechos la marcaron: estando en embarazo, fue víctima de una violación a manos de paramilitares, su madre murió meses después de que tuviese que abandonar su casa por amenazas y vio morir a muchos de sus colegas en medio de la guerra, y a varios de sus estudiantes uniéndose a grupos ilegales. Pese a todo ello, Ligia nunca pensó en la posibilidad de abandonar su municipio. Afrontó todas y cada una de estas adversidades con la valentía de una guerrera.

Esta historia es un homenaje a su admirable labor como maestra en medio del conflicto armado. Decidió acceder a contarla porque cree firmemente en que la construcción de memoria histórica garantiza la no repetición. Cree también en el proceso de paz y en el perdón y no tiene reparos en mostrar su desacuerdo con las diferentes estrategias que usa el Ministerio de Educación para la escogencia de nuevos maestros, la distribución de los recursos y la alimentación de sus estudiantes.

DIANA Y EL RECUERDO DE SU GRAN AMIGO

El municipio de Bituima se encuentra ubicado en Cundinamarca, y su época más crítica en cuestión de seguridad y orden público fue la comprendida entre los años 1980 y 2005. Según las autoridades de la región el periodo de tensión se vivió debido a la incursión de grupos paramilitares en el municipio.

Los constantes conflictos entre la Fuerza Pública, la guerrilla y los grupos paramilitares, afectaban regularmente a la población civil del municipio.

En medio de los conflictos, los profesores de la zona se vieron implicados directa e indirectamente en las disputas, que en un principio no debían participar en la guerra. Sin embargo, contra su voluntad, se vieron involucrados.

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9 La profesora ha vivido la mayoría del tiempo en el pueblo, pero, por su profesión, tenía que desplazarse a las veredas cercanas y por tal motivo, constantemente tenía que ver como se “movían” los grupos delincuenciales en la zona. En las carreteras que recorría durante casi dos horas diariamente tenía que saludar a los integrantes de la guerrilla, quienes contaban con un censo del pueblo y sabían quienes eran habitantes del pueblo y quienes no.

Los paramilitares y la guerrilla tenían informantes y colaboradores infiltrados en la población civil, y decir una palabra de más podía ser un error fatal. Además, los grupos al margen de la ley amedrentaban a los población de la zona, infundiendo el recelo para no ser delatados ante las autoridades. El miedo era el factor común en el pueblo.

Diana conocía quiénes eran guerrilleros y quiénes paramilitares. Los tuvo que ver armados, vestidos de civil y camuflados por las carreteras destapadas de Bituima. Aunque los saludaba cada vez que podía, ella sabía que en cualquier momento un paso en falso podía desatar la ira de los subversivos.

La historia de Diana refleja las dificultades a las que se tenían que enfrentar los docentes en medio del conflicto, y la manera en que los estudiantes eran influenciados por el mismo conflicto.

Aunque en la actualidad el municipio se encuentra en una relativa calma, la historia de la profesora sentencia que las heridas generadas por el conflicto no sanan fácilmente.

CLARA, LA DOCENTE DE TUMACO A LA QUE SOLO VENCIERON CON AMENAZAS

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10 Con once años de experiencia al servicio de la educación, Clara conoce al pie de la letra las reglas que la guerrilla, los paramilitares y las Bacrim les han impuesto a los habitantes del municipio. No puede evitar exaltarse al rememorar una y otra vez qué tan jodida era la vaina en aquel lugar. No cualquiera puede entrar al pueblo y para hablar hay que tener cuidado, porque, quien habla de más, es hombre muerto.

Hasta el 2014, luchó desde las aulas de clase contra las infames tácticas de reclutadores de menores que convertían a sus estudiantes en informantes o fichas del microtráfico de drogas. Manejaba varios proyectos de ecología y dictaba clases en las noches para jóvenes que ya se habían convertido en padres de familia y necesitaban trabajar para mantener a su hogar, o para adultos con la necesidad y las ganas de aprender y superarse.

Era una maestra excepcional, conocida y admirada por la comunidad en Tumaco, aquel municipio que no es precisamente el favorito del Estado o de los medios de comunicación. El mismo que cuenta con un 84% de la población sumida en la pobreza y otro tanto en la pobreza extrema. Ese que lleva a cuestas la carga de tener un 18% de sus habitantes analfabetas. Un pueblo al que le roban hasta los votos en época de elecciones y cuyo dominio es un banquete disputado por la guerrilla de las FARC y otros grupos al margen de la ley.

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11 LIGIA

Ligia siempre ha creído que los paramilitares la violaron como parte de un castigo. No le quedan dudas, Todo ocurrió justo después de aquel día en el que logró salvar a dos pequeños de un destino forzado: El reclutamiento.

No podía irse y dejarlos ahí a merced de la guerra. A finales de los años noventa, ser hombre, cumplir 13 años y vivir en el corregimiento de La Gabarra; en Norte de Santander, parecía convertirse en un pasaporte obligatorio para el ingreso a las filas del paramilitarismo que, por esa época, hacía presencia constante en la zona intimidando y asesinando por doquier a quienes sindicaban de pertenecer a la guerrilla o de ser sus colaboradores.

Quisiera decirles que ya nada de eso hay acá, pero les mentiría, aún se escuchan en el cielo helicópteros y se duerme con plomo, como en la película, relata Ligia, la única docente de una escuelita que alberga 12 estudiantes en la vereda Las delicias en el municipio de Tibú, mientras ve con ellos la cinta “Voces Inocentes”.

En la escuelita no hay agua, ni restaurante escolar. Tampoco parque o materiales didácticos. No obstante, Ligia idea a diario la forma de mantener vivo el interés de sus estudiantes. Hoy lo logró con la historia de chava, el protagonista de “Voces Inocentes”, un niño que vive con la continua preocupación de ser reclutado para la guerra civil salvadoreña de 1980 por lo que cranea todo tipo de estrategias para escapar.

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12 de Ligia. Brindarles a los niños el apoyo necesario para que tomen vuelo y salgan a aprender.

Ella tiene todas las de ganar. Pese a las dificultades, los niños la siguen. Llegan sin zapatos a la escuela. Parece no importarles el hecho de caminar una hora diaria bajo un sol incesante, para estar ahí viendo la tele, emocionándose con la película.

Es que Chava era un niño muy astuto y se las ingeniaba para engañar al ejército del país escondiendo una multitud de niños próximos a ser reclutados en los techos de las casas, para que no se los llevaran. Los alertaba a todos en pequeños volantes con la advertencia de que pronto vendrían a llevarlos y rápidamente preparaban un plan para escapar.

Ojalá así nos hubiese pasado a nosotros, interviene Ligia. No puede evitarlo. Cada vez encuentra más parecida la película a su pasado.

Ella y los niños no contaron con la suerte de Chava; cuando los paramilitares entraron a La Gabarra no hubo tiempo ni de comprar comida.

Mucha gente se fue de las veredas por eso, para que no les reclutaran los hijos. Había familias que ya tenían los hijos en la guerrilla. Entonces los paras ya llegaban era a matar al resto de la familia para que al hijo le doliera porque estaba en la guerrilla, relata.

Para ese entonces, Ligia trabajaba como docente en La Gabarra y tenía cuatro meses de embarazo. Su hijo era planeado. Vivía con su esposo y el amor los unía. Aquel día en el que ayudó a escapar a los niños, le avisaron que iban a reclutarlos en algunas veredas. Ella se quedó en La Gabarra para prevenir cualquier daño.

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13 En la mañana Ligia emprendió su camino para llegar a la vereda donde vivía, pero, antes de que pudiese hacer cualquier movimiento, don Luis, un viejo tendero y amigo de Ligia, gritó: “¡Entraron los paracos!”

Ligia decidió devolverse a la escuelita. Estaba nerviosa, y lo estuvo aún más en cuanto vio a los dos niños y a una pequeña solos en un salón. Junto a ellos, sus padres habían dejado una nota:

Tenemos que huir. Por favor, sálvelos…

Como nadie más llegó, Ligia agarró tres “trapitos”, los guardó en el bolso y con ellos salió corriendo hacia la montaña para salir al río Catatumbo y escabullirse.

Como los niños ya tenían edad para ser reclutados, debía actuar rápido y escapar, pero Ligia no conocía el camino.

Yo me fui derecho por el camino que veía, pero no conocía. Menos mal los “pelados” sí... entonces, agarramos camino. Solo llevaba una bolsa de pan que le había comprado a don Luis en la tienda. Les dije, vámonos porque yo qué hago con ustedes acá. A la guerra no se van.

Entrada la noche, el cansancio recorría sus cuerpos y el hambre se incrementaba vorazmente. En algún punto del camino se perdieron y ni Ligia ni los niños hallaban terreno conocido.

Yo no encontraba cómo llegar porque nos perdimos. Estábamos perdidos y con hambre. El camino estaba cubierto de maleza y unas cuantas ramas. Recuerdo que los niños se detuvieron, arrancaron una rama y me dijeron: ¨Profesora, coma de esta mata” (era una rama larga, ácida). Nunca supe su nombre. Solo les pregunté: “¿Eso es bueno pa´comer?” Y me respondieron: “Sí, coma, coma, profe, tenemos hambre y acuérdese que el pan nos lo comimos de primeras, con agua de caño.

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14 había tenido que soportar sin objeción ver a sus estudiantes convertirse en raspachines de coca y guerrilleros por un plato de comida; no estaba dispuesta a proporcionarles un soldado para la guerra a los Paras.

Entonces nos agarró la noche y nos metimos entre el monte. Pasaban helicópteros; se escuchaban tiros. El bebé siempre se movía. No me estaba alimentando de la forma en la que debía hacerlo y eso me dolía más que mis pies, atrapados en botas de caucho.

Y no solo le dolían los pies. Los mosquitos encontraron en ella y en sus niños comida nueva. Decidió que era hora de dormir. No sabía cómo, ni en qué, pero tenía que cerrar los ojos.

Sobre una toalla que llevaba conmigo, acosté a los niños y lloré. Lloramos, pero yo les decía pasito. Lloren pasito, porque no se puede llorar duro, no sabemos quién podría escucharnos.

Al día siguiente, tomaron agua de caño y continuaron el camino. Ligia cree que fue un milagro lo que sucedió después.

Caminamos demasiado. Créame, muchísimo. Nos dolían los pies. Todo era dolor hasta que vimos la canoa. Nos arriesgamos, corrimos hacia ella y, como un milagro de mi Dios, quien la manejaba resultó ser amigo mío. No nos preguntó mucho. Nos llevó río abajo hasta llegar a la vereda La Cuatro y de ahí agarramos derecho para campo dos, a la casa de mi mamá. Mire que todos sentíamos un fresquito. ¡Nos salvamos!

Ya en casa, Ligia se sentía más tranquila. Le contó todo a su mamá mientras comían. Su alegría era inmensa, pero su miedo también.

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15 Cuando finalmente Ligia resolvió volver a la Gabarra, aún quedaba pendiente la suerte de los niños. Días antes de su partida le llamó el papá de uno de ellos. Su precaria situación económica era tal, que solo pudo llevarse consigo a uno de los niños, el menor.

Me agradeció mucho. A uno de los niños se lo llevó para Bogotá. El más grandecito creció solo. A veces, cuando lo veo, me pide la bendición. Pero ella, la niña, a ella sí la mataron. La muerte la alcanzó. Era muy bella. El papá le llamaba ‘Choco’. Al parecer, fueron los paras. Es que, ¿sí ve?, es como en la película. En esa época, pasaban carros y se llevaban a las mujeres para dañarlas.

La película, Ligia, los niños, su historia, nosotros, el medio día. Ligia había bautizado este viernes como “viernes de conflicto”, lo que explica la razón por la cual sus estudiantes están viendo a un niño escapar de la guerra. Antes de nuestra llegada, habían planeado hacer un mural sobre la historia. Pronto se terminará la película y, mientras pintan, Ligia continúa su relato.

Ligia es una docente con más de 20 años al servicio de la educación. Se graduó como maestra normalista y luego licenciada en educación básica. Supo desde niña que su vocación era la docencia y toda la vida la ha ejercido en su tierra, con su gente.

Antes, durante y después de la expansión del paramilitarismo en la región, aprendió a las patadas que, para subsistir, debía acoplarse a las reglas que se imponían.

Antes de la llegada de los paras a La Gabarra no era un secreto para nadie que el dinero estaba en el negocio de la coca y que esa zona se dividía en dos bandos: El de las FARC y el de los ‘elenos’.

Las zonas tenían divisiones estratégicas. Del Río Catatumbo hacia arriba se rendían cuentas a las FARC y hacia abajo a los ‘elenos’. Dependiendo del lugar, cada quien debía presentarse ante ellos.

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16 intentaban comprar con uniformes de fútbol para los niños y dinero, pero a mí me enseñaron que nada de armas. Nunca acepte.

Antes de la llegada del paramilitarismo, el reinado de los cultivos ilícitos en la región era innegable. Con el patrocinio de las FARC, sembrar y raspar coca se convirtieron en empleos de tiempo completo, una oportunidad única para generar ingresos y salir de la pobreza, o al menos así lo veían muchos de los niños que fueron alumnos de Ligia y que, cuando salían de la escuela, se iban directo a raspar.

A nosotros en el tiempo de la “raspa” nos tocaba colaborarles porque nuestros niños trabajaban raspando. Ya los niños de once, doce años raspaban y ganaban mucho dinero, y hasta le ofrecían a uno para el pasaje.

Ligia Pronto comprendió que lo que en principio parecía una alternativa a la pobreza, poco a poco se convirtió en una fuente de desgracias. Raspar coca estaba acabando con la vida de los niños en el pueblo cocalero.

Esos muchachos, por trabajar en eso, se enfermaban. La hoja de la coca produce un hongo y ese hongo produce una piquiña y después la muerte. A veces a los raspachines les daban drogas, pero esas drogas esterilizaban al hombre o a la mujer, porque era muy fuerte, o la piel se les pelaba.

El dolor e impotencia que la invadían al ver el sufrimiento de los niños se mezclaba con ese sentimiento de ira y asco que le producía el reclutamiento de menores.

En mayo del 1999 entraron los Paramilitares a La Gabarra, pero antes de eso, la guerrilla reclutó niños, les dio uniforme y los puso a cuidar barrios. Entonces yo veía a mis alumnos, vestidos como guerrilleros, con armas viejas. Eran mis estudiantes. Uno los veía de lejos y parecían soldados, pero nada de eso. Eran niños. Ellos me reconocían, pero yo los saludaba de lejos, porque en verdad me daba tristeza. Como maestra perdí muchos de esos niños. Verlos ahí, en una guerra en la que no sabían ni por qué estaban, me daba asco.

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17 aprendiendo. Su lucha no tenía fin: Aunque le arrancaban varios estudiantes con promesas falsas, ella seguía adelante. Pero, si la guerrilla le robó niños de sus aulas, el paramilitarismo llegaría para quitárselos a todos.

En cuanto les dijeron que a la región llegaría más “presencia del Estado”, nadie en La Gabarra comprendía.

A todo el problema que la guerrilla y la coca generaba en estas tierras se le sumó un buen día lo que aquí nos hicieron creer que sería “más presencia del estado.” Y era solo el paramilitarismo. Mis preguntas para ese entonces denotaban la inocencia de quien ni se imaginaba lo que vendría, Recuerdo que me preguntaba: Si ya estaba la policía y el ejército, ¿qué otra presencia habría?

La otra presencia sería la del paramilitarismo, que ya preparaba su primera incursión en el corregimiento. Los hombres de Salvatore Mancuso, conocido también con el alias de “el Mono Mancuso”, el capo de capos paramilitar, el hombre con el que Ligia tendría un encuentro más adelante, eran aproximadamente 200. La orden era clara, planeaban hacerse dueños y señores del corregimiento, del negocio de la coca, las tierras de sus habitantes y también sus mujeres.

Como no entendíamos la situación, empezamos a reunirnos los maestros y se habló de la elaboración de un carnet que solo portaríamos nosotros los que estuviéramos trabajando en La Gabarra. De esa forma, pensábamos, íbamos a estar seguros. Una de mis compañeras, la única que sabía manejar el computador, fue la encargada de hacer los carnets y su esposo, otro profesor, de tomar las fotos.

“Esa fue una mala idea, profe,” le reprocha Yoiner, uno de los estudiantes de Ligia que ha estado escuchando atento la historia. Cambió la película por el relato de la profesora en cuanto la vio llorar. Entre tanto, los demás se alistan para pintar su parte favorita de “Voces Inocentes”.

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18 Los paras asesinaron a todo aquel que lo portaba. Vi morir muchos de mis colegas por él.

Cuando los paramilitares entraron a La Gabarra, tanto la policía como el ejército se habían ido. El pueblo estaba solo. Servido en bandeja de plata para ellos.

Llegaron a matar y amenazar. Habían estado rondando mucho tiempo por nuestras tierras hasta que decidieron entrar. Con lista en mano empezaron a buscar a las primeras víctimas. Yo ese día estaba en una capacitación con otros profesores. Los gritos de las personas lo interrumpieron todo. La gente corría por todas partes, asustados, gritando, llorando. Todo era muy confuso hasta que los vimos a ellos, a los hombres de Mancuso. Lo primero que hicieron fue instalarse en uno de los batallones.

En La Gabarra, por esos días, no había piedad para nadie.

Cada vez los encontraba más parecidos a una plaga. No les importaba el dolor de las personas. Mataron a sangre fría, sin compasión. Y lo peor, solo teníamos dos opciones: O estábamos de su lado, o estábamos en su contra.

Y ese era solo el principio. De allí en adelante, en masacres como la del sábado 21 de agosto de 1999 murieron más de 100 personas y fueron desplazadas alrededor de unas 80 familias. Desterradas, sin nada.

Ese día nunca se me va a olvidar. Los paras llegaron, se instalaron en viviendas y empezaron a matar. Algunos, lo más ávidos, lograron escapar por Venezuela, incluyendo la pareja de maestros que habían hecho los carnets. Los buscaban por todos lados como una aguja en un pajar. Esa era una muerte segura. Como no los encontraron, nos golpearon y ultrajaron. Tomaban los documentos de cada profesor y, como ya lo mencioné, moría quien portaba aquel carnet. Poco después se fueron.

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19 incluso cómo los perros se comían los cadáveres de las personas. Ella no pudo más y vomitó.

Seguí, seguí caminando. No sé cuántos muertos vimos. Esa noche llovió. La gente no podía llorar. Apenas gritaban. Fuimos con mi esposo a ver al padre. Al frente de la iglesia había una residencia muy concurrida por todos en el pueblo y de ella salía sangre. Vi Niños sin vida tirados en la calle, tomados de las manos de su madre. El olor era nauseabundo. Rompí en llanto al reconocer los cuerpos de mis compañeros. Estaban boca abajo; se los estaban comiendo los perros. Podría decirle que más o menos quinientas personas murieron esa noche a manos de paramilitares. De los cuerpos se encargaban los raspachines. Ellos transportaban los cadáveres y los tiraban al río, razón por la que Venezuela demandó al país: Ya había muchos muertos en ese río. Las Autodefensas cada vez tenían más poder.

Cuando la situación se salió de control, a Ligia y a todos sus colegas les ofrecieron la posibilidad de pedir el traslado, huir, irse para Cúcuta u otra ciudad. Muchos aceptaron, pero ella prefirió quedarse. A pesar de lo que le pasó, no se arrepiente de la decisión que tomó.

Renunciaron varios maestros, pero nosotros pensábamos que, si nos íbamos, sería peor. ¿Y los niños que quedaban qué? Yo creía que, si nos íbamos, íbamos a dejar ir más niños para la guerra. A uno le entra el amor de maestro y lo piensa tres veces antes de irse.

Ligia accedió hablarnos de su pasado porque cree en un futuro mejor. Uno en el que nadie tendrá que esconderse a las 5:00 de la tarde en su casa para evitar la muerte, uno en el que las personas no lloren y, si lo hacen, sea producto de la emoción. Ella cree en un futuro en el que los niños aprendan lo que quieran aprender para salir adelante por el buen camino.

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20 materiales, porque Ligia los compró camino a la escuela. A veces se cansa de esperar que desde las escuelas de Tibú lleguen los materiales para los niños.

Esto se mantiene abierto porque a los niños no les importa caminar. Lo hacen hasta una hora para llegar aquí. Yo estoy acá como docente provisional. La profesora que estaba había llegado por concurso. Reportó muy pocos niños y a los seis meses se fue. Ese el problema de las profesoras que llegan aquí de esa forma: apenas ven a los niños y que no tienen todo a la mano, se van. Muchas son docentes de 6:00 am a 12:00 am. Después de esa hora dejan de ser maestras y se olvidan de ellos.

Ligia siempre ha visto la escuela rural como esa oportunidad que tienen los niños de aprender a su ritmo para luego ser promovidos a las escuelas del pueblo. No pueden ir tan rápido como los demás porque presentan problemas de concentración y aprendizaje. Pertenecen a la población desplazada y vulnerable de Tibú. Su objetivo de siempre es darles la posibilidad a los niños de poder nivelarse en el campo, al lado de las quebradas, la palma y el calor. Pero no es tan fácil. No si sus estudiantes son vistos como mercancía.

En los colegios públicos le dicen a uno: “Entre más estudiantes tenga, más plata le enviamos”; o sea, más recursos para comprar el material, hasta donde alcance el dinero. Por cada niño el gobierno le paga a uno, como si fueran animalitos. El año pasado reuní treinta niños acá, para que nos pudieran traer la motobomba para el agua. Cuando son pocos los niños que reciben clase, no les importa si hay agua o no. Como esa vez reporté treinta, la ayuda llegó. A medias, pero llegó.

Esto no sucede únicamente con los materiales didácticos, dice Ligia, lo mismo pasa con la comida. Hace poco tuvo que cerrar el restaurante donde comían los niños antes de irse a sus casas.

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21 esas condiciones? Las pobres mujeres terminan por cansarse y deciden renunciar. En uno de mis intentos por retener a una de ellas, decidí pedirle a cada niño una cuota de 500 pesos diarios para el almuerzo, entregárselos a la cocinera e intentar ayudar con su salario. Así no deberían ser las cosas, yo arriesgo mi puesto al cobrar por los almuerzos ya que no está permitido, pero esas mujeres también necesitan vivir y su labor es muy importante para nosotros. Ellas alimentan a nuestros niños y no es justo su pago por ello, a veces me toca recurrir a otras opciones.

Por eso miren, nos dijo Ligia, señalando hacia el sitio donde está el fogón, y les preguntó a los niños: ¿Qué hicimos nosotros ayer, qué hubo acá en la escuela?” Los niños responden: “Onces compartidas.

Entonces todos traemos algo. Ayer fue carne asada con yuquita y ensalada. Unos llevaron la yuca para lavarla al caño porque el agua acá se acabó. Se acabó, al igual que el parque de los niños y la comunidad. Nadie viene. Poco a poco se van acabando las cosas, y los niños están ahí pasándola. Aquí estamos trabajando sobre las cenizas de lo que algún día fue una guerra.

Todo se está secando en la escuelita de Ligia, que de lejos parece una casa. Tiene solo un salón grande con pupitres improvisados, paredes sucias, un espacio vacío que simulaba ser el restaurante y pasto, mucho pasto alrededor. Los niños más grandes lo han despejado un poco para poder jugar con las bolas de piquis que Ligia también les compra.

La relación de Ligia con los niños es casi familiar. Ella les cocina, les enseña a escribir, les quiere como a sus hijos. Les enseña a compartir y a cuidarse los unos a los otros. Sabe un poco de todos, incluso de quién necesita más ayuda a la hora de aprender.

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22 dueños de finca y tierras a ser obreros de la palma. Hay niños que nacieron con problemas de lenguaje. En la familia de Lluvia todos son delgados, pero lo más bonito de ellos es que se cuidan mucho. El mayor de los hermanos cuida a los más pequeños. En realidad, lo que más ha matado a esas familias es el desplazamiento. A esas personas los paramilitares les quitaron sus tierras. El papá de Lluvia, por ejemplo, tenía comodidades, tenía una finca.

Ahora vive en una invasión con toda la familia. Ese hecho lo ha llevado a tener problemas con el alcoholismo. Cosas similares suceden con las demás familias de los niños. Algunos necesitan más atención que otros. Les hace falta motivación. Tienen rostros muy tristes. Se distraen fácilmente y en sus casas no les ayudan. Aquí estamos para eso y yo les digo que todos nos tenemos que ayudar. A quien más le ayudamos es a Franklin. Tiene serias dificultades para el aprendizaje. Yo lo valoro mucho. Pese a su situación, siempre ha demostrado interés en aprender Es un niño muy alegre y valiente. Estuvo conmigo en otra escuela ubicada mucho más lejos de aquí y era el único que resistía caminar toda la semana para llegar allí. Ya el viernes no. Estábamos muy cansados y se nos dormían los pies.

Como docente en zonas de conflicto, Ligia ha tenido que ver todo tipo de cosas. Muerte, masacres, ruina, dinero, coca; siempre tragar entero y seguir. Pero ver a una niña intentando quitarse el color negro de su piel que, lastimosamente, heredó del hombre que violó a su madre le causó un dolor terrible. Ella no pudo simplemente tragar entero. La madre de Ana fue una de las muchas mujeres violadas por paramilitares en La Gabarra.

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23 no debía hacer eso. Ustedes no saben qué tan difícil fue para mí ver esos ojitos llorando porque su color de piel no podía cambiar. ¿Saben yo qué hice? La abracé y lloré con ella, porque ella es una niña inocente y no tiene la culpa. Mire hasta donde nos trajo la guerra.

Quizá lo que más llama la atención de Ligia después de conocer su historia es que para ella ser maestra es una vocación, nunca una obligación. No importa si tiene que compartir sus pertenencias para que los niños aprendan, lo que importa es que lo hagan y se diviertan. Lo mismo le ha enseñado a su hijo, el mismo que la acompañó en su vientre cuando se perdió en la selva y por el que ella luchó después de los vejámenes a los que fue sometida aquel día en el que fue violada.

EL 13 de septiembre de ese año fue el peor día en la vida de Ligia. Como todos los días, cerca de las 6:00 am. tomó el bus para llegar a la escuela. Hasta cierto punto, el recorrido era el normal. De repente, cayeron en el retén.

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24 dejaron sucia. Yo le pedí a Dios que me diera valor de no sentir nada. En mi mente puse otra imagen, no la que estaba viviendo. Me dio asco, me sentí sucia. Como pude llegué a mi casa y me bañé. No sé cuánto tiempo estuve en el baño. Parecía que no me quitaba el mugre. Después todo fue silencio e ira.

Ligia permaneció años en silencio. No habló con nadie sobre lo que pasó. Ni con su esposo, ni con sus colegas, ni con su mamá. Nadie. Se llenó de ira en contra de los paramilitares y, aunque sabía que mandaban en su territorio, juró no volver a doblegarse y menos después de que su hijo nació enfermo.

Días después me dio muchísimo dolor en el vientre. Fui al médico y me dijo que tenía una infección. Tuve síntomas de aborto, pero no podía decir nada. Tuve mi hijo por cesárea. No pudo ser normal. Yo sabía que no podía ser normal. Psicológicamente no estaba bien. Mi médico no entendía, porque yo, obviamente nunca había hablado.

El hijo de Ligia hoy tiene 15 años. A su nacimiento, los médicos le diagnosticaron una enfermedad genética: Neurofibromatosis. Un trastorno genético del sistema nervioso que afecta el desarrollo y crecimiento de los tejidos de las células.

Mi hijo nació con el lóbulo temporal del cerebro (detrás de la sien) más grande. Él tiene pérdida de vista. Le crecieron más los sesos de un lado, por decirlo así. Los doctores pueden decir lo que quieran, pero yo creo que, por la violación, mi hijo nació con ese problema.

Ligia está segura de que, con la violación los paras quisieron castigarla. Los paras se enteraron de lo que pasó con los niños que serían reclutados y llegaron hasta ella. La atraparon.

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25 vida. Nunca pensé que eso me pasara. Se me destruyó totalmente la vida. Demasiado. No he sido capaz de superarme del todo. Me maltrataron mucho. El daño más que todo es psicológico.

Después de lo ocurrido, Ligia regresó a La Gabarra, “en los tiempos en los que empezaron a matar y a quitar cabezas con motosierra”.

Nadie quería escuchar que estábamos viviendo una situación muy difícil allá… todo mundo en silencio. Ni el Estado, ni los medios de comunicación. Aquí todo el mundo estaba con ellos. Es ilógico, nos iban a defender de la guerrilla y mire todo el daño que nos hicieron.

Ligia se llenó de rencor. No quería más injusticias en su vida. No soportaba la presencia de los paramilitares en la zona. Entraba a cuanto sindicato existiera y se armó de conocimiento para empezar a guiar a las familias que empezaban a convertirse en víctimas del desplazamiento. Su esposo nunca supo nada, pero para ella ya era imposible sostener cualquier tipo de relación con un hombre.

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26 Desde 1999 hasta el año 2007, año en el que uno de los investigadores de Justicia y Paz la encontró, Ligia no había relatado lo sucedido. Él buscaba a una mujer con las características de Ligia para que declarara, porque uno de los hombres que había abusado de ella confesó el hecho y era necesario el testimonio de la víctima, una víctima que hasta el momento no existía porque nadie sabía sobre la historia de Ligia.

Yo no me contacté de inmediato con el investigador. Hablé primero con la psicóloga del programa social en el que me encontraba inscrita. Ella me convenció de hablar, pero yo no quería. Aunque pensé que lo me sucedió no era lo más doloroso que le puede suceder a alguien después de escuchar tantas historias tristes en mi grupo psicosocial, de saber que no fui la única que sufrí, que era más doloroso escuchar a las mamás a las que les mataron a sus hijos ahí enfrente de ellas, pues yo digo que no hay comparación, pero eso duele. Entonces me animé a hablar. El pasado era necesario hablarlo; yo tenía algo guardado. Cuando lo hice, me derrumbé. Era la primera vez que contaba esa historia. Lloraba como una niña chiquita; nunca había llorado tanto. El señor de los paramilitares que confesó mi violación estaba el día de mi declaración. Me escuchó y me reconoció, pero yo a él no porque ese día ellos llevaban pasamontañas…. Solo recuerdo que todos tenían las manos negras y los labios rojos. Muy diabólico. Pero nunca les vi el rostro, porque la gente que es mala como que siempre trata de ocultar su rostro, de ocultar su identidad.

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27 Asistimos a varias audiencias de Mancuso a través de teleconferencias. Todas las mujeres con historias similares a la mía declararon, una a una. Cuando tuve mi turno y conté mi historia, supe que ya era hora de perdonar. Me di cuenta de que la violencia genera más violencia y que tenía que perdonar. Le dije a Mancuso: ‘Mire, abrace usted allá y yo hago lo mismo acá. Nos vamos a perdonar’. Tuve tiempo hasta para explicarle quiénes somos nosotras las mujeres. Inteligentes, echadas pa delante, valientes. Ese hombre lloró bastante. Lastimosamente, no todas las víctimas lo perdonaron en esa audiencia. Muchos lo gritaban, le lanzaban insultos. Allá cada quien con su dolor, pero yo creo que hay que perdonar. Perdonar incluso lo imperdonable. Esa audiencia fue el año pasado en el mes de las madres y aproveché para decirle: “¡este domingo es el día de las madres en Colombia! Usted está allá, pero yo sé que su mamá lo quiere, lo ama”. Hablamos como si fuéramos amigos y ya y nos perdonamos y eso me ayudó muchísimo. Haber hablado con él fue el final de la historia. Esa historia trágica ya terminó gracias a la oportunidad que nos dio el Estado, pero no para decir cosas malas. Hay que verlo por la parte positiva, la oportunidad que nos dio de comunicarnos. A mí me dio mucha tranquilidad perdonar. Hasta la policía se puso a reír en las audiencias. Si algún día Mancuso vuelve aquí a Colombia, quisiera ir a verlo y abrazarlo y decirle, yo también puedo ser su mamá. Todos nos equivocamos, pero tenemos derecho a levantarnos.

Ahora que se siente liberada, Ligia cree en el proceso de paz. Lo ve como algo positivo. Cree firmemente en que hay que darle la posibilidad a las personas para que cambien. Espera algún día poder vivir en paz o al menos que su hijo viva en paz.

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28 parte del gobierno de Uribe y de algo tuvo que darse cuenta ese hombre para no seguir los pasos de su jefe.

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29 Querido hijo:

Lamento que tú hayas pasado desde mi vientre estos momentos. Sólo tenías tres meses y apenas te estabas formando. Para mami también fue difícil saber que al pasar por encima de aquellos cadáveres, tú también te sentías mal. Nunca olvidaré esos momento tan difíciles, pero lo que más me duele es verte sufrir con tu enfermedad a causa de la maldita violencia de este país.

Créeme que fue muy difícil y yo nunca pensé que nos tocaría esta situación. Mamita esperó con mucha alegría la dicha de ser mamá. Fue el día más feliz de mi vida. Te amo, te amo, eres el hijo más lindo que Dios me ha regalado temporalmente.

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30 Aunque son gigantes las esperanzas que tiene Ligia sobre el proceso de paz, aún hay aspectos que le generan cierto recelo. Como la idea de tener que pagar con dinero una vida o no pensar en la familia como fuente principal de amor.

Aunque, ¿sabe?, yo tampoco estoy de acuerdo con que a la gente la acostumbren a que le maten un familiar y lo paguen, como si volviera a la vida con ese dinero. ¡Es una vida! Se ha perdido como ese sentido de la misma. Como lo perdí, entonces ¡págueme! No. La familia no está para eso. Yo siempre hablo mucho de la familia, de lo fundamental que es. Si es unida y hay amor, los muchachos llegan a la universidad. La descomposición está es en la familia, no está en los gobernantes. Nosotros, si no estudiamos, somos títeres de ellos.

La nueva Ligia se autodefine como una mujer que volvió a vivir. Aunque reconoce que en las noches tiene pesadillas y hay días en los que la tristeza la acompaña, tiene claro que su futuro será el mejor.

Creo que volví a vivir, que todo lo que miro me huele a rico, a bonito. Que un niño sea feliz, para mí es espectacular. Creo que en cada niño y en cada escuela hay un mundo y las escuelas están destruidas, y la droga está destruyendo al hombre. En las escuelas de Tibú y la zona rural estamos matando mucho a los estudiantes con leyes como la 715 o la 1278 que plantea que los maestros deben llegar a estas zonas por concurso. Es que ese tipo de maestros llegan y, apenas llegan, quieren irse, están alistando las maletas. No va a ver en este país paz ni oportunidades para la educación. Necesitamos médicos por amor y no por plata. Necesitamos maestros de amor. Como el maestro de antes. Esos maestros tenían algo, como ese cariño por lo que hacían. Maestros de amor, de corazón. Y no solo eso, necesitamos mamás entregadas, mamás que amen a los niños desde las casas. Yo a los niños siempre les hablo del amor para hacerle contrapeso al conflicto. Ellos han vivido la guerra muy de cerca, y yo creo que en los colegios debería cambiarse el modelo educativo; hay que hablar de paz, respirar paz.

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32 CLARA

Un poco después de las once de la noche de aquel jueves 14 de agosto de 2014, Clara Ordóñez vivió, antes de irse, el último ataque con cilindros bombas en su casa, ubicada junto a las instalaciones del Batallón de Infantería de Marina de Tumaco, un blanco de ataques constantes orquestados por las FARC. Días después, fue obligada a abandonar su trabajo como docente y huir de la zona.

Aquella noche, varios cilindros bomba, dirigidos hacia el batallón, cayeron erróneamente sobre el barrio San Felipe. Según las autoridades, miembros de las FARC fallaron en un intento por atentar en contra de la Fuerza Pública y afectaron severamente ocho viviendas de la población e infundieron el terror entre sus habitantes.

Cayó uno solito en el batallón. Los cilindros destruyeron varias casas a mi alrededor y me atrevería a decir que estoy viva de milagro. Siempre he sido muy devota y en mi casa teníamos la figura de Jesús de Nazaret. Yo creo que él nos protegió esa noche. Ya todos estábamos dormidos. Yo había llegado de la escuela con mis hijitos y un fuerte estallido nos despertó. Boom, boom, boom. Se sentían cada vez más cerca las explosiones. Mi casa empezó a temblar. La luz se fue y yo me metí con mis niños debajo de la cama. Nos tapamos los oídos, recuerda Clara, mientras intenta contener las lágrimas tras recordar aquella noche. Hoy se desempeña como profesora en una escuela de Soacha a las afueras de Bogotá.

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33 Por fortuna hoy, en nuestro segundo encuentro, Clara ya ha encontrado su primer empleo en la ciudad. Es docente de español en un colegio de Soacha y aprovechó que su jornada laboral había terminado para encontrarse con nosotros. Sonríe sin reparos. Continúa atiborrada de sacos y chaquetas, porque aún no se acostumbra al frio, pero no puede ocultar su satisfacción por haber encontrado su primer empleo.

Cuando los estallidos cesaron, Clara destrancó la puerta de su casa y salió aturdida, como todos sus vecinos. La gente gritaba. Personas heridas caminaban entre la nube de humo que cubría la zona y las casas destruidas por la fuerte explosión se consumían entre las llamas.

Yo escuchaba muy poco. Me dolía mucho el oído izquierdo. Con el fuerte ruido de la explosión lo perdí y ahora no puedo escuchar nada a través de él. Los del batallón empezaron a correr. Nos obligaron a evacuar. Nosotros nos dimos cuenta de que, atrás de nuestras casas, donde se habían ubicado los de las FARC, seguían las detonaciones. No les importábamos nosotros. Éramos su presa. Esto ya había sucedido en varias ocasiones. Siempre estuvimos en el centro de una pelea entre la Fuerza Pública y la guerrilla, y a nadie parecía importarle lo que sucediera con nuestras vidas.

Mientras algunos miembros del batallón buscaban la forma de desactivar varios cilindros que fueron lanzados, pero no detonados en San Felipe, el coronel Sergio Serrano, comandante de la Cuarta Brigada de Infantería de Marina de Tumaco, les daba el parte a los medios de comunicación:

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34 “Hasta ahí llegan las declaraciones a los medios de comunicación”, dice Clara, “porque en Tumaco, son muy pocos los autorizados para hablar, y menos a la prensa.”

Cuando Clara habla de Tumaco, no puede evitar exaltarse al rememorar una y otra vez qué tan “jodida” era la vaina en aquel lugar. No cualquiera podía entrar al pueblo y para hablar había que tener cuidado, porque, quien lo hacía de más era hombre muerto.

Aunque sus estudiantes nunca le hicieron daño, sí le aconsejaban que lo mejor era no saber ni indagar mucho sobre lo que le parecía sospechoso. Siempre hizo caso, hasta que el año pasado dos hombres en una moto la amenazaron, y ella salió corriendo con las manos vacías para Bogotá.

“No sé con exactitud a qué grupo al margen de la ley pertenecían esos hombres. En Tumaco había de todo. Después de esa amenaza, sabía que debía huir. Era mejor salir viva y por mi cuenta de ese lugar, que esperar con los brazos cruzados la muerte.”

Lo que sembró, se quedó allí. Su proyecto de ecología y reciclaje, sus clases nocturnas, su casa y sus estudiantes. Le duele hablar de ello y recordar, porque no piensa volver. “Bogotá es muy fría”, dice, “pero eso se puede arreglar. Aquí me siento tranquila,” afirma.

El municipio del que Clara huyó no es precisamente el favorito del Estado o de los medios de comunicación. Con un 84% de la población sumida en la pobreza y otro tanto en la pobreza extrema, la Perla del Pacífico, como es conocido Tumaco, uno de los más importantes puertos del país, lleva a cuestas la desgracia de ser un pueblo sin Dios ni ley...ni educación. Su dominio es un banquete disputado por la guerrilla de las FARC y otros grupos al margen de la ley. Pero las cosas no siempre fueron así.

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35 fuera de su municipio los pasó en el municipio de Mosquera, en Nariño. Allí se inició en la docencia, aunque en realidad no pasó mucho tiempo para que, con la ayuda de algunos colegas, lograra encontrar empleo en su pueblo y cerca de su familia.

Lo mío eran los muchachos de sexto, séptimo y octavo. Vivían en los barrios más vulnerables de Tumaco y, si teníamos que ir hasta sus casas y hablar sobre el mal rendimiento de alguno de los alumnos con sus padres, lo hacíamos. Así lo hicimos por mucho tiempo, hasta que un día, cinco años después de mi llegada al pueblo, más o menos hacia el año 2007, pasaron frente a mí las primeras señales de lo que sería la llegada del conflicto a nuestras vidas.

En ese año, Clara tuvo que suspender sus visitas a los padres de familia. El rector de su institución y la Secretaría de Educación les prohibieron a ella y a sus colegas realizarlas. No cayó muy bien entre los profesores esta decisión. Todos coincidían en que en ese momento urgía hacerlas. Algo había cambiado radicalmente en la vida de sus alumnos y su primer indicio eran las bajas notas, los rostros decaídos y su poco esmero en el aseo personal.

Primero fue la ropa. Antes de que comenzara la violencia, los niños llegaban limpios al colegio, el promedio de notas en general se mantenía y había, como en todos los colegios, estudiantes destacables. Pero, de un momento a otro, los niños empezaron a llegar sucios y tristes. Su rendimiento empezó a bajar, faltaban a clase y tenían sueño todo el tiempo. No esperé mucho para preguntarles qué pasaba. En los descansos llevaba mi comida para no salir del colegio y hablar con ellos. Los llenaba de preguntas.

Papitos, ¿qué tienen? ¿Por qué vienen suciecitos?, ¿qué me les pasó?

No querían hablar. Yo era insistente y, cuando por fin cedieron, me contaron que llevaban noches sin dormir.

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36 muertas en los puentes, en los alrededores. Algunos de nosotros hemos dormido en tanques de agua. Tenemos miedo. No queremos morir.

El drama contado por los niños no era otra cosa que el lento, pero progresivo avance de la guerrilla, y la continuación del fenómeno del paramilitarismo en varios municipios de Nariño, entre ellos Tumaco. Pese a que el proceso de desmovilización de paramilitares en esa zona estaba siendo adelantado por el gobierno de Álvaro Uribe, para nadie era un secreto en el municipio que aquel grupo se estaba rearmando, pero esta vez bajo el nombre de 'Bacrim'.

De dejar las armas, nada. En el pueblo se hablaba de cadáveres en bolsas, flotando en el río, atados a piedras. Las cosas comenzaron a ponerse difíciles cuando esos grupos armados empezaron a reclutar a los niños, asegura Clara.

Para aquel entonces, Clara enseñaba ética y valores. No le resultaba difícil saber cuáles de sus estudiantes estaban siendo tentados por los reclutadores. Algunos ya ni asistían al colegio; otros anunciaban constantemente su partida, y los más violentos incluso amenazaban de muerte a sus maestros.

Recuerdo mucho a unos cuatro muchachos. No tenían más de catorce o quince años. Los aconsejaba constantemente. Les hablaba de la vida y lo valioso que era respetarla, pero se hacían los de oídos sordos. Eran jóvenes que ya lo habían perdido todo. Era como si para ellos la vida no tuviera sentido. En alguna ocasión, cuando quise saber más acerca de lo que estaban haciendo, me frenaron, y viéndome a los ojos de forma retadora, me dijeron:

- Profe, usted no nos dé consejos. Usted es una profesora muy buena gente y por eso nosotros no la vamos a tocar, pero a los docentes que nosotros veamos mal parados, los matamos. A usted no. Pero no se meta.

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37 venganza y supervivencia. A muchos de ellos ya les habían matado a sus seres queridos.

-¡Piensen es sus mamás!, les decía. Pero ellos respondían:

- ¿Qué mamá?

Uno de ellos me contaba que a él le habían matado al papá, y después le mataron el tío, y después se quedó sin casa. Estaba lleno de rencor y, entre lágrimas, se preguntaba:

-¿Para qué sirve ser bueno en la vida? Mire, profe, si a mí me tiran a dar, yo no me puedo quedar quieto, yo tengo que matarlos. Es supervivencia.

No volvieron. Me habían dicho que no iban a terminar el año y lo cumplieron. Esos niños desaparecieron y hasta el sol de hoy desconozco su paradero. No sé si están vivos o muertos. Me sentí impotente. Fueron niños que no pude recuperar como docente. No pude. Lo intenté y lo intenté, pero fallé.

La escena se repitió con varios de sus muchachos. La respuesta por parte de ellos siempre fue la misma: Profe, usted no se meta mucho. Déjenos tranquilos.

La última vez que a Clara le permitieron ir a las casas de sus estudiantes para informarles a sus padres sobre la vida académica de sus hijos notó cierta desesperanza. Algunos padres desconocían en qué pasos andaban sus hijos. Otros, aunque sabían, preferían, por seguridad, no hablar. Todo lo que ella sabía sobre sus estudiantes lo escuchaba en los corredores del colegio o de los estudiantes mismos que con cautela, se lo hacían saber.

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38 “En Tumaco, para nuestra desgracia, existían todo tipo de grupos al margen de la ley. Todos con sus leyes, ambiciones, sapos y muertos. El trabajo de los niños era contar quiénes hablaban mal de los otros, quiénes sabían más sobre los negocios de los otros. Pero, sobre todo, quiénes eran de otros bandos. Para matarlos. Bacrim, guerrilleros, todos tenían a sus informantes.

Como lo ha pedido al darme su testimonio, todas las declaraciones que Clara ha hecho ante la Fiscalía desde que llegó a Bogotá, hacia finales de agosto del año pasado, han sido anónimas. Cuando se fue, no le avisó a nadie. Once años como docente en el lugar en el que nació desaparecieron el mismo día en el que cogió su ropa, cerró su casa y se fue. Ya se habían ido su esposo y uno de sus hijos unos meses atrás.

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39 A partir de aquel episodio, Clara empezó a trabajar a empujones en el colegio. Temía por su vida y por ello decidió salir de la casa que estaba construyendo con tanto esfuerzo junto a su esposo. Había hecho un préstamo para su construcción. Ya estaban listos el baño, la cocina y todos los cuartos. Solo quedaba una parte en pie hecha de madera, que tristemente siempre se llevaba la peor parte cuando caían los cilindros bomba.

Vivía escondida. Se estremecía con tan solo pensar que la encontrarían aquellos hombres que amenazaron a su esposo y querían llevarse a su hijo. Su vida se convirtió en un continuo escape.

Como a las 6 de la mañana, los profesores ya debíamos estar en el colegio. Yo madrugaba. Madrugaba mucho. Me montaba en la moto de un conocido, que por algo de dinero se ofreció a llevarme y a traerme de vuelta. Hacía lo mismo con mis hijos. Ellos estudiaban en otro colegio. Siempre me ponía nerviosa; tenía delirio de persecución. Me tapaba el rostro con las capotas de mis chaquetas.

El 2014 no parecía ser el año de Clara. Su situación empezó a complicarse de tal forma que pensó, incluso, en el suicidio.

Me fui a vivir a otro barrio, cerca del colegio. No tenía un solo día de paz. Mi cabeza iba a estallar. Estaba pagando arriendo pese a que tenía una casa propia a la que no podía volver por miedo a que me mataran. Eso no cabe en la cabeza de nadie. Estaba lejos de mi esposo y la plata apenas si me alcanzaba para comer y mantener a mis hijos. Estuve a punto de suicidarme.

Estar arriba como una palma y luego derrumbarse como un coco. Así describe Clara lo que sintió cuando pensó en la muerte como única salida. No se siente orgullosa de haber tenido esa intención, pero sí de haber derrotado aquellos pensamientos que rondaban en su cabeza.

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40 destino. Todo estaba preparado, menos yo. Cuando quise beberlo, no pude. No podía llevar el vaso a la boca. Me miré al espejo y no me reconocí. Me vi demacrada y pálida. Solo tenía que llevar el vaso a mi boca y beber pero algo, una fuerza divina, no me dejaba hacerlo. Era Dios y la virgencita. De un momento a otro, uno de mis hijos me llamó. Necesitaba algo. No recuerdo bien qué porque había entrado en shock. Solo sé que, cuando él me llamó, la idea de acabar con mi vida aquella noche había desaparecido. Lloré como nunca. Hasta hace poco le conté a mi esposo lo que había sucedido. Me agradeció por no haberlo hecho. Le agradezco a Dios por no haber dejado que lo hiciera.

Hoy, un poco más reposada y reflexiva, Clara admite que pensar en el suicidio fue un error. No solo ha sido una madre ejemplar. También ha puesto todo de sí, especialmente en aquel municipio que continua siendo devorado por la ambición del hombre, nadie va a poder olvidarlo. Seguramente a muchos de sus discípulos les habrá quedado algo de todo cuanto ella les transmitió, a pesar de que no siempre consiguió sacarlos a todos de la espiral de violencia.

Justo en el momento en el que la amenazaron, Clara lideraba dos de sus mejores proyectos como docente y como líder. Una jornada de clases nocturna para personas analfabetas y jóvenes padres de familia que debían trabajar en la mañana para sostener a sus familia, y un exitoso programa de reciclaje y cuidado del medio ambiente con el que se ganó el reconocimiento y la admiración de sus estudiantes y, en general, de los tumaqueños.

Contamos con un vergonzoso 18 % de la población total del municipio con analfabetismo. Algo teníamos que hacer. A veces llegaban a mi estudiantes jóvenes que ya se habían convertido en padres de familia y debían responder por sus hijos. Desanimados, me decían:

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41 Le comenté un par de veces esta situación al rector del colegio en el que trabajé durante once años, hasta que un día tuvo la idea de implementar una jornada nocturna para enseñarles a adultos mayores y jóvenes padres de familia. Sin pensarlo dos veces, me apunté. Me siento orgullosa de decir que yo fui una de las fundadoras de aquella jornada que, por lo que me han dicho, sigue siendo un éxito en el municipio. Conmigo se apuntaron diez docentes más.

Aunque la idea resultaba ser atractiva para la gente del pueblo, pasaría un año para que la Secretaría de Educación avalara la propuesta y Clara y los demás profesores recibieran un pago extra en su salario por dicha colaboración.

Un día el director nos reunió a todos los profesores y nos preguntó con quienes podía contar para su aventura. Yo me monté en el bus y le di mi palabra. Diez docentes dieron la suya también. Así fue como empezamos a enseñarles a los adultos mayores.

Un año de trabajo gratis porque, según la Secretaría, faltaban detalles en la documentación para avalar el proyecto. Pienso que las cosas no deberían ser medidas por documentos, sino, más bien, por hechos, y estos sí que hablaron por si solos. Los jóvenes padres y los adultos mayores trabajaban durante el día por sus familias y en la noche se dedicaban a estudiar. Debo decir que eran los mejores y más respetuosos alumnos que jamás había tenido en una clase.

Desde aquel momento, cualquier alumno que se acercaba a Clara con la idea de renunciar a sus estudios por cuestiones de tiempo era remitido a la jornada nocturna. Atrás quedaron los días en los que ella debía dejar escapar a sus estudiantes sin más remedio que admitir que comer era en Tumaco más importante que estudiar.

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42 obtuve remuneración económica por ello, el sentimiento de satisfacción y la gratitud que me expresaban compensaban cualquier inconveniente.

Clara dice que cuando se es docente en una zona vulnerable, toca serlo 24/7. Y no solo se enseña español o ciencias naturales. Para ella, también hay que enseñar a ser persona.

Yo siempre les dije a mis muchachos, lo primero es ser persona. A mí no me sirve de nada llenar a una persona de conocimientos si este no tiene valores éticos y morales. Si no sabe reconocer y respetar los derechos de las personas. Uno no puede andar por ahí por la vida sin saber tratar a los demás. Sin saber las normas básicas de respeto y educación. Un profesional carente de humanidad pierde su brillo.

Llenar su vida de trabajo le hacía olvidar su situación. Ya los días no eran tan tensos como antes. Despertar temprano y llegar a su casa de noche no era un martirio, porque el miedo se había ido y la capucha dejó de cubrir su rostro e incluso volvió a su casa en San Felipe. Trabajaba tanto, que hasta se había ganado el recelo de sus compañeros en el colegio.

Hay cosas que usted hace porque le toca. Pero hay otras que usted hace por pasión y aprende a hacerlas con sólo mirarlas. De forma empírica. Así me pasaba a mí con las ciencias naturales y el medio ambiente. Aunque mi licenciatura lleva el nombre de español y lenguas castellanas, para nadie era un secreto en mi pueblo que yo era una apasionada de las ciencias naturales. Lo que no entendía lo preguntaba, lo investigaba.

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43 Poco a poco fui avanzando en el campo de las ciencias naturales y me inspiré en el cuidado del medio ambiente para plantear mi próximo proyecto: Reciclaje en la escuela.

Aunque tenía el apoyo del rector del colegio, varios docentes comenzaron a ver con malos ojos mi proyecto. Lo criticaban todo el tiempo, pero a mí no me importaba. Yo seguía adelante con mis ideas de salvar el planeta. Tuve muchos problemas de convivencia en ese colegio. Conocí profesores que querían verme destruida. No soportaban la idea de que yo fuera tan apasionada y entregada a mi trabajo. Pero de la envidia no se gana nada. Mientras ellos me hacían el feo, el rector y una amiga me animaban para continuar, me recordaban los logros que había tenido.

A donde quiera que Clara iba, siempre recibía elogios de la academia. En la escuela normalista en la que había estudiado para convertirse en profesora siempre le inculcaron ese interés por destacarse en todo lo que hacía.

Aunque ya pasaron varios años, siempre voy a recordar lo que las monjas de la normalista nos enseñaron: 'Nunca deben pasar desapercibidas en ningún lugar. Cada cosa que hagan debe ser la mejor. Un profesor siempre debe ser el mejor.'

Su proyecto ecológico tenía como base el reciclaje para un mundo mejor. Tuvo tanto éxito entre la comunidad estudiantil, que al poco tiempo de ser implementado en la institución se aliaron con una entidad del gobierno de Tumaco encargada de la recolección de residuos. Instrumentos musicales comenzaron a ser elaborados por los estudiantes a base de materiales reciclables. El proyecto fue tomado por otros colegios y el de Clara se convirtió en el colegio piloto.

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44 por qué caerse. Todo estaba armado y con o sin mi presencia los muchachos podían seguir.”

El colegio en el que Clara trabajaba era tan grande que tenía cuatro sextos, dos octavos y tres noveno. Sin contar los más pequeños. Todo el alumnado quería hacer parte del grupo ecológico de Clara. Su grupo ecológico no sólo se había convertido en una ayuda para el medio ambiente; resultó ser el gancho que atraparía a jóvenes que pudieron ser presa fácil de los reclutadores del momento.

No me importaba trabajar los sábados, en la tarde, en las noches. Con el proyecto de reciclaje los alumnos aprendían hasta a contar. Algunos de los estudiantes más indisciplinados encontraron en el reciclaje algo que les apasionaba, porque había días en los que solo iban a la escuela para comer. No estudiaban. Salían del salón de clases y se iban a jugar o simplemente a caminar. Cuando yo empecé con el proyecto, ¡mire qué cosa tan bonita!, los estudiantes cambiaron.

“Profe, profe, yo quiero entrar en el proyecto y le juro que ahora sí voy a entrar a clases.” Era una de las promesas que le hacían los niños emocionados a Clara.

Durante cinco años consecutivos Clara ganó el premio como mejor profesora del colegio. La envidia de sus compañeros se hacía cada vez más notable. Tanto, que un día pensó en renunciar.

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45 rendimiento en todas las áreas. Nadie podía salirse de sus salones ni capar clase.

Lo que siempre pareció un reto imposible en la institución, tener a todos los estudiantes en los salones del colegio, dedicados a sus actividades y en perfecto orden, se hizo realidad con el proyecto de Clara. Desde aquella advertencia, pocos o ningún estudiante se veía deambular en los corredores, aburrido. El colegio siempre permanecía limpio. Clara espera que después de su partida, todo siga igual.

Me dolió dejarlo todo. Antes de irme, nos iban a traer aquí a Bogotá para hacer una presentación de nuestro proyecto. Varios de mis alumnos ganaron premios al exponer sobre el cuidado del medio ambiente y el reciclaje. Hoy no sé cómo haya salido todo. Ya no sé nada de mi amado colegio.

Me amenazaron el año pasado. Ya no sufro porque de todas formas, todo lo que sembré se quedó allá. Ellos no se dieron cuenta. Todo pasó de la noche a la mañana. Fue un día jueves de agosto, el mismo mes en el que ocurrió el atentado. Dos hombres en una moto me intimidaron con un arma y me dieron el mensaje: Usted tiene que irse, me dijeron.

Al día siguiente, asustada, Clara fue a la personería a interponer una denuncia. El martes siguiente ya estaba en Bogotá. Ni sus estudiantes ni el rector se dieron cuenta de nada. Nunca volvió a tener contacto con ellos y cree que es mejor así.

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