• No se han encontrado resultados

Fantasmas de Valdelomar: narración, verdad y democracia

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2017

Share "Fantasmas de Valdelomar: narración, verdad y democracia"

Copied!
105
0
0

Texto completo

(1)

Fantasmas de Valdelomar

— Narración, verdad y democracia —

Presentado por:

Jonathan Ballesteros Salazar

Camilo Vallejo Giraldo

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Ciencias Jurídicas

(2)

Fantasmas de Valdelomar

— Narración, verdad y democracia —

Trabajo de grado para optar al título de abogado

Presentado por:

Jonathan Ballesteros Salazar

Camilo Vallejo Giraldo

Director de la investigación:

Juan Felipe García Arboleda

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Ciencias Jurídicas

(3)

NOTA DE ADVERTENCIA

Artículo 23 de la Resolución N. 13 de 1946

(4)
(5)
[image:5.612.97.530.117.726.2]

Tabla de Contenido

I. PRIMERA CARTA . . . 6

II. LA NARRACIÓN . . . 10

1. Las lomas baldías . . . 13

2. La matanza . . . 16

3. La guerra de los espejos . . . 22

4. Ecos de la tragedia . . . 24

5. El derecho desmemoriado . . . 26

6. El derecho antes de la matanza . . . 27

6.1. Decretos y medidas de seguridad . . . 27

6.1.1. Los carabineros . . . 27

6.1.2. La inspección de policía en La Isla . . . 28

6.2. La inspección de policía con poderes judiciales . . . 29

6.3. Denuncias por hurto . . . 29

7. El derecho durante la matanza . . . . 30

7.1. El miedo a la acción . . . 30

7.2. La ley de fuga . . . 31

8. El derecho después de la matanza . . . 32

8.1. El pasado trunco de los archivos judiciales . . . 32

8.2. La imposibilidad de narrar la sistematicidad . . . 32

9. Sobrevivientes de la violencia . . . 33

9.1. Los infiernos de otra parte . . . 34

9.2. La trivialización del demonio . . . 35

9.2.1. Los números y los métodos . . . 35

9.2.2. La excepción política y jurídica . . . 36

9.3. El silencio como bien común . . . 36

9.4. La acción por fuera del derecho . . . 36

9.4.1. La religión . . . 36

9.4.2. El jolgorio . . . 37

9.4.3. El museo . . . 37

9.4.4. La literatura . . . 38

9.4.5. La tradición oral . . . 39

10. Los fantasmas de Valdelomar . . . 40

III. LA TERTULIA . . . . 41

1. El inicio . . . 42

2. La cárcel racional . . . 44

3. La verdad . . . 51

4. El derecho que abre la puerta . . . 54

4.1. La historia: el arribo del contexto . . . 55

4.2. La literatura: la otra realidad . . . 60

4.3. El periodismo narrativo: el narrador activo . . . 70

5. La verdad comunitaria y el Estado centralizador en entredicho . . . . 76

IV. ÚLTIMA CARTA . . . 91

(6)

I. Primera Carta

Bogotá D.C., enero de 2011.

Apreciado Julián:

Le enviamos este escrito. Es el primero de varios que esperamos enviarle periódicamente, ha medida que vayamos avanzando. Calculamos que el total estarán en sus manos en menos de seis meses. Es un relato que aspira narrar parte del terror que ha vivido su pueblo, Belén de Umbría, pero que a la vez pretende llevar a una nueva visión sobre las formas de relatar la verdad del conflicto y la violencia de este país. Irá viendo que el inicio es un cuento, con protagonistas y escenarios conocidos por usted, pero cuando éste termine, esperamos irle enviando por partes el final, un diálogo entre nosotros que parecerá siendo el verdadero principio: un final que será punto de partida, que será la razón de ser, que será la exposición de los intereses, los deseos y las pasiones que hemos querido imprimir en el relato inicial. En últimas, cuando tenga todos los fragmentos en su poder, podrá armarlo como un rompecabezas; si quiere puede poner el final al principio y el principio al final, verá la misma figura… Pero para qué le decimos esto. sospechamos que usted terminará por decirnos que la única figura que pudo armar, fue una que se muerde la cola.

Con esta carta queremos que usted termine de conocer aquello que nos motivó a emprender este camino. Por ahora, empiece por recordar que aspiramos a graduarnos de abogados, y por tal motivo, en últimas, todo esto no busca otra cosa que reinventar el derecho, revivirlo dentro del marco de la justicia transicional, como oportunidad para la reconciliación y la paz, como instrumento de narración de los sucesos, como defensa del derecho a la verdad de las víctimas y la sociedad en general, como posibilidad para resolver la violencia, y como puerta abierta, jamás como obstáculo, para la expresión constituyente y refundadora de las comunidades.

(7)

La práctica frente a la verdad de lo sucedido en la violencia, ha sido su velación antes que su narración –muchos menos ha sido posible una narración de la verdad colectiva y pública–, y así, aún siendo elemento esencial para la paz y para la democracia, no ha sido tomada en serio por el Estado, que se quedó predicándola en los procesos y las sentencias judiciales, y no ha podido ser apropiada por las comunidades que no encuentran escenarios ni métodos con los que puedan sentarse a narrar juntos lo que viven o vivieron. La velacíon de la verdad, y su imposibilidad de narración, es una realidad que alimenta la violencia y no permite su resignificación dentro de un marco de transición y de paz.

Debe saber que la violencia no la tomamos como esa época que se reconoce fatídica y cruel dentro de la historia colombiana, esa que se escribe con “V” mayúscula, esa que, a diferencia de nosotros, usted alcanzó a oler y que seguro aún hoy logra dibujar en tenues recuerdos. Más bien hablamos de un fenómeno que fluye de manera constante en la vida del país, el cual termina por ser elemento estructural de su devenir, un medio facilitador de intereses anteriores, en cuyas raíces aguardan causas que aparentemente sólo tienen en común la indiferencia y la velación discrecional del pueblo.

Entonces, así como se considera equivocado tomar la violencia como simples hechos aislados y coyunturales, también resulta errado buscar bases para la transición en un derecho que tan sólo ofrece normas que pretenden la armonía del momento bajo el nombre de “solución final”, representando apenas un acuerdo entre los actores para reacomodar la dinámica del conflicto, un motivo para confundir la amnistía con la paz1

, subordinando al derrotado, y una excusa perfecta para que la misma violencia encuentre la forma de abrirse paso una vez más. Por consiguiente, cuando se parte de la violencia como un fenómeno constante y esencial de la dinámica social colombiana, se puede efectuar el estudio real de la capacidad con que cuenta el ordenamiento jurídico para ofrecer herramientas oportunas de compilación de verdad y de construcción de la misma. La justicia transicional en Colombia trae profundas demandas frente al derecho a la verdad, y éstas deben ser atendidas por un método jurídico de producción y narración adecuado en términos de justicia y ética.

Como le dijimos, usted podrá ir viendo que la parte inicial de este trabajo será realmente el final, será la propuesta, la construcción a la que el resto del texto apunta: la narración de la verdad que proponemos. Allí se relatará, con todos los elementos que se describirán días más adelante, la matanza de la vereda Valdelomar, de Belén de Umbría (Risaralda), ocurrida en 1958. Allí se deja en evidencia que al estar inmersos en contextos de terror, tanto la narración de la verdad de la violencia como el derecho ven deformado su desarrollo y su aplicación; esto seguro lo sabe usted mejor que nosotros. La primera queda condenada al silencio o, en el mejor de los casos, a una práctica estratégica y calculada con el fin de que pueda sobrevivir quien conoce la verdad. El segundo, por su parte, termina reduciéndose a un instrumento de conservación de lugares de privilegio y de consecución de los mismos.

Tiene que saber que le hemos apostado a un relato local y periférico, ajeno a las abstracciones centralizadoras, creyentes de una historia nacional que debe empezar a leerse desde el epicentro de su cotidianidad, ese que sólo reside en el espíritu mismo de las regiones colombianas. Creemos pertinente indagar por los relatos que éstas ofrecen mientras aguardan por ser narrados sin compromiso distinto con la verdad. Considerando que la región, lo local, ofrece una realidad poco advertida y poco examinada

(8)

dentro del espectro jurídico, se espera hallar en la matanza de Valdelomar, hitos que permitan vislumbrar la capacidad del derecho y las herramientas que éste ha ofrecido frente a la narración de verdad, pero también las narraciones extrañas a la institucionalidad que perviven en la cultura de su población. Verá que entre estas últimas narraciones, ajenas al relato oficial, nos topamos con viejos conocidos de la literatura: Bernardo Arias Trujillo y Gilberto Jaramillo Montoya. Usted nos guió para conocerlos, pero sobre todo nos enseñó que la literatura, entre otras narraciones por fuera del derecho, ha servido tanto para encubrir como para contar.

Más adelante, el segundo segmento, lo que muchos dirán que debería ir al principio, terminará siendo un recorrido de dicho relato que busca exponer la propuesta que encarna. Primero, demostrará que el derecho moderno y liberal se ha quedado atrapado en sus propias formas al momento de narrar la verdad del conflicto; segundo, y entendiendo que Colombia es un país en busca de justicia transicional, de reconciliación y de reivindicación para las víctimas, denunciará la necesidad de un derecho que transgreda los límites y que se abra a otros lenguajes y métodos: en este caso ofreceremos la historia, la literatura y el periodismo como nuevos caminos que son posibles de recorrer; finalmente se pondrá en evidencia que la narración de la verdad, anudada en un derecho que para la autonomía de las comunidad sea impulso y no límite, terminará por convertirse en la semilla democrática para su reinvención ética y constitucional.

En conclusión, todo este texto que queremos regalarle en moderadas dosis, encuentra su justificación en su pretensión de: 1) desentrañar algunas causas desconocidas e ignoradas que a través del último siglo han hecho posible la subsistencia del terror en nuestra región; 2) señalar si el Estado, con sus manifestaciones jurídicas, ha enfrentado el conflicto y ha narrado su terror acudiendo a medidas coherentes y suficientes frente a la naturaleza del contexto violento en el que se desarrollan; e 3) indagar por propuestas que puedan servir para el enriquecimiento del derecho al momento de reconstruir y relatar lo sucedido.

La pertinencia del presente trabajo de grado radica en la vocación con la que pretendió realizarse, puesto que las respuestas y los hallazgos que de aquí surgirán esperan ser objeto de estudio de futuras investigaciones, pero sobre todo buscan convertirse en un indicdor que pueda confrontarse con el proceso que está llevando a cabo el derecho como elemento influyente y mediador en el proceso de violencia y de reconciliación que vive Colombia. De la misma forma la actual investigación surge como respuesta al llamado que se emite desde la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, en particular su área de Memoria Histórica, el cual exhorta a todos los sectores, públicos y privados, entre ellos la academia, a construir memoria histórica del conflicto armado de Colombia, entendiendo que hacerlo reafirma “la

convicción de que es posible establecer un vínculo indisoluble entre la construcción de memorias y la construcción democrática”2

. Así pues, esta investigación en tanto se constituya como construcción de una memoria escasamente narrada, aun cuando se centre en su percepción jurídica, pasará a cumplir funciones como el esclarecimiento de los hechos, la visibilización de impunidades, la exposición de complicidades y secretos, la reparación en el plano simbólico, el reconocimiento al sufrimiento social, la resignificación de la democracia y la afirmación a los límites éticos y morales que la sociedad debe imponerle a la violencia3

2 “Trujillo una Tragedia que no Cesa”. Primer Gran Informe de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación.

2ª Edición. Editorial Planeta Colombiana. Bogotá DC. 2008. Pag 27.

.

(9)

Si el derecho lograra construir la verdad y concebirla en palabras abiertas al pueblo, surgirá un mejor reflejo de ese conflicto que queremos solucionar, será posible un mejor análisis de las condiciones de realidad y en el horizonte se vislumbrará otra sociedad más prometedora, jurídica y políticamente, que seguro podrá desarraigar esta violencia al punto de hacerle perder el sentido que hasta hoy ha tenido.

Disfrútelo. Muchas de sus palabras están mezcladas con las nuestras.

Siempre suyos,

(10)
(11)

MIRÁ LO QUE QUEDÓ

Cuando ese viejo sobreviviente me miró a los ojos, supe que estaba a punto de ponerle nombre a la violencia; quería sacar de lo más hondo lo que pasó en ese 1958, cuando terminó la vida de once hombres en Valdelomar y cuando la suya cambió para siempre. Desde ese día el terror, además de retenerle en su garganta la verdad de lo sucedido, lo obligó a callar lo que había aprendido de todo: la violencia no es asunto de partidos, como dicen, es el patrimonio de algunos para gozar y mantener el poder.

Ambos respirábamos ya las nocturnas exhalaciones del no tan lejano Pacífico chocoano, las mismas que a esa hora comenzaban a agitar los guayacanes de la plaza. Algunos minutos atrás habíamos encontrado un lugar en una de las mesas que en El Chuy se disponen

a la vera de la calle, justo en el lugar donde se disfruta de la fiesta permanente de la plaza sin perder la cadencia de los tangos, justo en el lugar donde se confunden los rugidos de los

Carpati con la ruidosa celebración de una carambola esquiva. No cabía duda de que Belén de

Umbría se preparaba ya para su infaltable jolgorio de la noche del sábado.

Al principio pareció como si el viejo Genaro sintiera menos compañía conmigo que con el aguardiente Cristal dispuesto en la mesa; pareció como si no confiara en nuestra

conversación, como si confiara más en la copa en la que bebía, sabiendo que esa sí lo traicionaba encubriéndole un trago sencillo bajo la apariencia de uno doble. No obstante, como dije, apenas supo las razones de mi paso fugaz por su pueblo, ahí sí su memoria, pérfida compañera, quería explotar y desparramarse por su boca, por su voz.

Genaro dijo que reconocía que había empezado a esperar tal y como su abuelo y su padre habían esperado la muerte, y era cierto, uno lo percibía con sólo verlo: esperando, sentado en algún lugar de la plaza, con los pensamientos al acecho, con la memoria arrogante, con sus amores envejecidos en los labios, con la compañía eventual y casi silenciosa de otro compañero de vigilia, con el desasosiego propio del campesino a quien los años jamás le permitirán volver a recoger una cosecha de café; en fin, esperando. Para mí que él sabía que en su espera había algo distinto, en su espera el silencio no era ese rito que antecede las palabras sabias de los viejos, era más bien una condena impotente que el miedo había vuelto costumbre.

Sentí que en ese momento el viejo no quería que la muerte lo encontrara con tantas frases atrapadas en la garganta, con tantos recuerdos aún inmóviles a pesar del paso de los años. Su ansiedad repentina no era más que la explosión del profundo deseo de dejar ese rincón del silencio en donde bien se había sabido guarecer por todo ese tiempo. Me dijo que antes de que la muerte lo llevara al encuentro con los otros once, quería sentirse en paz con Dios y con el Señor; creo que entendió que la única forma de hacerlo era dejar de cargar con sus muertos, empezar a recordarlos, pero esta vez recordarlos mientras los gritaba, mientras decía sus nombres, mientras relataba eso que sus ojos habían visto, mientras contaba la verdad que el olvido había sabido empolvar.

(12)

¡Aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta de mi noche interminable, ¡Dios! busco tu nombre...

No quiero que tu rayo me enceguezca entre el horror, porque preciso luz

para seguir...

dijo que éste le hacía temblar las piernas y sabía muy bien por qué. Viéndolo así, vulnerable, reflejaba ser un anciano de esos que todos los días visten con poncho sus tristezas y aprovechan su carriel para guardar allí hasta su orgullo. Percibí entonces que yo era un alivio para su soledad, así pues que esa noche hubiera sido perverso no acompañar a ese viejo que había perdido su esposa hacía casi treinta años, que había perdido a sus dos hijos varones cuando un día partieron hacia Pereira, que había perdido a su hija cuando la echó de la casa por haber quedado embarazada sin haberse casado; y que se había perdido a sí mismo en aquel 58 cuando el miedo le quitó la voz.

El viejo bebió el aguardiente que no hacía mucho que había servido, enseguida midió con juicio el volumen de su voz y miró fijamente el único asiento vacío que nos acompañaba en la mesa. — Quiero que me oigan. — exclamó — Quiero contarles la historia que nadie les contará. La historia de la violencia, pero de la violencia de los que han muerto como diría mi amigo Danilo, el dueño de este lugar. No les hablaré de mi muerte, esa seguro yo soy el único al que le importa, sino la de muchos que ha dejado la violencia de esta región, incluso desde los tiempos de Andica y Humbruzá, de Robledo y de Badillo —.

Me llamó la atención que hablara como si hubieran más personas conmigo oyéndolo; sólo estaba yo y él le hablaba a varios. El viejo sirvió una copa más pero no se la tomó, se acomodó en su silla sin dejar de observarme y dio unas pocas palabras más de introducción. Insistiendo en la voz baja, y mientras el tango continuaba, comenzó a relatar aquel febrero de 1958; simplemente comenzó a hablar. Y el tango seguía acompañando sus palabras.

Si la vida es el infierno

y el honrao vive entre lágrimas, ¿cuál es el bien...

del que lucha en nombre tuyo, limpio, puro?... ¿para qué?...

(13)

1. LAS LOMAS BALDÍAS

Comenzó Genaro diciendo que en ese entonces él vivía en Valdelomar, una vereda de Belén de Umbría. Vivía en una casa de bahareque descubierto junto a su esposa y su primer hijo, justo detrás de la casa amarilla de Gonzalo Correa. A pesar de que era Valdelomar una vereda liberal, así como El Abejero, El Progreso, Guayabal, La Planta, Patio Bonito y La Florida, él era conservador, pues su padre así lo había criado: digno y respetuoso de la Iglesia Católica y de la moral ‘marianista’, decía. Aunque por esa razón hubiera preferido vivir en el propio Belén, que junto a otras veredas era un reconocido fortín conservador del occidente de Caldas, ese pedazo de tierra era lo único que había podido conseguir para sustentar de manera honrada su matrimonio.

Valdelomar, según él, como casi todas las veredas de Belén, había sido conformado por la reunión de hogares que no sólo estaban ligadas en virtud de su parentesco sino también de su filiación política. Las veredas belumbrenses habían sido creadas a partir del color particular de las familias que allí, en cada lugar, se unían para protegerse y ayudar entre sí. Era claro entonces que Genaro no pertenecía a la “familia” de Valdelomar, pero de algún modo aprendió, como otros conservadores que allí vivían, a convivir con prudencia entre los rojos, esos mismos que su padre tanto había detestado dizque por querer vender un “comunismo ateo”.

Pregunté por qué esa afirmación, ¿acaso esos “comunistas ateos” no iban también a misa a agradecer y a pedir a Dios como cualquier otro cristiano? Él me respondió que era cierto, que siempre vio esos señalamientos como una justificación para el odio y para los intereses, pues nunca vio diferencias que permitieran pensar en una disputa y que tal vez la pelea era por otra cosa. Pensé yo entonces que no eran más que esas etiquetas que se usan para establecer un diferente, un contradictor, un otro que se necesita para poder definir lo que uno es y lo que uno no es, y, sobre todo, para justificar lo que se desea y se busca: el poder.

El viejo aseguró, en un paréntesis, según él, que cuando no llevaba mucho tiempo de estar viviendo allí, supo que el nombre de Valdelomar tenía sus raíces en tres circunstancias: que lo de “balde” surgió porque en esa zona eran muy comunes las tierras baldías; que lo de “loma” o “lomar” salió porque la vereda completa descansaba en la ladera de una montaña; y que, finalmente, un líder de allí, seguro analfabeto como era lo común, la había hecho registrar en la alcaldía prescindiendo de la inicial del burro.

(14)

A mí, por mi parte, lo de “balde”, lo de baldíos, no me pareció un paréntesis fácil de olvidar, menos cuando se habla de violencia política. Sospeché, también por conversaciones que había tenido antes de esta, que a lo mejor aquello de lomas “baldías”, aquello de tierras de nadie, fue lo que en realidad determinó la homogenización política en esa y en las demás veredas. Me parece que desde entonces fue más la pretensión de tierra y la defensa territorial lo que favoreció la segmentación bipartidista; más que la ideología, más que el discurso, fue el deseo de mantener el control económico y electoral sobre un territorio lo que hizo posible la delimitación entre conservadores y liberales. Así, cada liberal entrometido en territorio conservador no era un “comunista ateo” sino un posible usurpador, y cada conservador sumergido en tierras liberales no era un “laureanista camandulero” sino una amenaza para la posesión.

Genaro dijo que Valdelomar, en esos años 50, era una vereda de descendientes antioqueños, católicos y pequeños propietarios; cada quien era dueño de su pedazo y en él se cultivaba café hasta en las cañadas más inaccesibles, casi que hasta en la cocina de la casa; algo quedaba de bonanza y cada metro sin sembrar era una pérdida. Así, los pobladores de Valdelomar en general eran humildes, seguro no eran los más pobres, pero vivían, como se dice, “con lo justo”. No obstante, según lo que contó, no se podía ocultar que dentro de la vereda había una jerarquía determinada por la cantidad de tierra que cada quien tuviera; no era difícil saber por qué, se trataba de un predominio económico y quien tenía mayor tierra para sembrar café, más café vendía, y con ello llegaba más dinero y más poder; incluso quienes más recursos acumulaban hasta empleaban otros que ni tierra tenían.

Así se conocieron Genaro y Ramón Granada, éste último, era uno de esos que mayor influencia tenía en la vereda, era dueño de una de las parcelas más grandes y además, o quizás por eso, había conseguido ser el líder liberal de Valdelomar, a pesar de su juventud; y no era cualquier líder, era uno con línea directa con los dirigentes liberales del pueblo y del departamento. En épocas difíciles, Genaro tuvo que tocar a su puerta para que le ayudara a vender su cosecha, pero sobre todo para pedirle un trabajo con el que pudiera solventar sus deudas durante los periodos del año en que el grano rojo no se daba. Granada le ayudó y con el tiempo, a pesar de que pronto se dio cuenta que Genaro no compartía sus mismos intereses partidistas, construyeron entre sí una afectuosa amistad; compartían la complicidad de dos vidas coetáneas.

A Ramón Granada al principio le gustaba el juicio y la diligencia con que Genaro emprendía cada una de sus tareas, no sólo en su finca, sino en la suya junto a su familia. Quizás su manera de trabajar fue lo que no permitió que Granada, el día en que se dio cuenta del ímpetu azul que corría por el pecho de Genaro, perdiera la confianza y el respeto por ese amigo que más tarde se convertiría hasta en su socio.

(15)

en el monte para esconderse allí hasta que pudieran salir a disfrutar de su botín y planear el siguiente asalto.

No se sabía muy bien quiénes eran, seguro eran algunos que habían visto más rentable el robo que la política. No había nombres, sólo aquellos que la policía conocía y los tantos que aparecían en los libros radicadores de la inspección como capturados o como buscados. Pero para Genaro todo siempre funcionó igual, todas las desgracias de los liberales era culpa de los conservadores y todas las de éstos eran culpa de aquéllos. Nada más y nadie más tenían que ver, ni la pobreza, ni la desigualdad, ni la avaricia, ni el destierro tenían que ver con los robos; eran los conservadores, decían los liberales, y eran los liberales, decían los conservadores.

Genaro contó que en ese entonces fueron enviados a Belén carabineros y unidades militares del Batallón San Mateo de Pereira, tanto por el gobierno de Rojas Pinilla como por la Junta posterior; insistió que en vez de salvaguardar el orden público en las veredas y proteger la mercancía en su recorrido por los caminos, la presencia de estos militares empeoró las cosas. No solo recrudecieron más el ambiente de violencia que ya se respiraba y se vivía, sino que además, según le había contado un amigo del partido muy cercano al alcalde, que en esa época era Gilberto Giraldo, también profundizaron la deficiencia presupuestal del municipio para responder a otras necesidades, puesto que se obligó a que fuera Belén quien tuviera que poner los recursos para el sostenimiento de esa fuerza pública.

Los entonces llamados “casos de sangre”, quizás por el arraigado sentimiento partidista, llegaron a un punto tan increíble que incluso, muchos años después, se seguía diciendo que en Belén se mataba a todos los liberales. El viejo parece no exagerar, primero porque hay un chiste en el pueblo en el que al preguntar por los liberales se responde señalando el cementerio, y segundo, porque coincide con la escritora risaraldense Albalucía Ángel, quien en su novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, escribió: “(…) Y entonces le rezó también un Padrenuestro a las ánimas para que si ganaban los conservadores fuera verdad lo que decía la abuela y no los fueran a matar a todos [los

liberales], como en Belén de Umbría (…)”.

Entre los muchos asesinatos que cometían los conservadores armados a lo largo de las veredas, se destacaban personajes como Fumanchú, El Celoso, Los Perdices y Domingo García.

Genaro expresó que en esas “barridas” por las veredas liberales se asesinaban muchas personas con sevicia infinita. Me contó que una vez los “chulavitas”, conservadores armados, encontraron en una casa a un bebé en una caja de cartón, tapado con ropa, y que no habiendo hallado a nadie más allí le dispararon con escopeta como para no perder la ida.

Lo que Genaro sí sabía que había sido más realidad que leyenda, era lo que le había pasado a la familia González, los de Valdelomar, liberales: los chulavitas los sacaron de la casa, al papá y a su hijo los amarraron a un palo de mango mientras a la señora la violaban a pesar de su mal estado de salud. Genaro estuvo siempre de acuerdo con Orlando Valencia, quien dijo que si bien los conservadores no habían asesinado a ninguno de la familia, la noticia de su presencia en la vereda ya se había dado, el mensaje de intimidación había quedado claro y así se despertaba la ira del casi último bastión del liberalismo de Belén, Valdelomar; y había que tener en cuenta que los liberales no eran cualquier cosa, también en la zona ellos contaban con toda una historia de violencia creada por los “bandoleros” y su

(16)

2. LA MATANZA

Genaro hizo una pausa, se recostó en el espaldar de su silla y miró hacia lo más arriba de esa noche de viento. Sabía que de la mesa del lado lo observaban con inquietud a pesar de que lo disimulaban. Quienes allí estaban, sin duda veían con simpatía que el viejo hablara cada vez más alto.

Tomó su copa y con la torpeza de los años tiró contra el asfalto el cuncho que en ella quedaba; se sirvió un nuevo trago y puso con fuerza la botella; levantó la copa y brindó como si nuestra mesa estuviera repleta, pero a quién engañaba, solo estábamos él y yo. Sentía al tango que sonaba como una premonición; yo me pregunté si él alguna vez habría pensado que el tango, era también una narración de marginados, de aquellos que en otras tierras habían perdido la voz.

Con este tango que es burlón y compadrito se ató dos alas la ambición de mi suburbio; con este tango nació el tango, y como un grito salió del sórdido barrial buscando el cielo; conjuro extraño de un amor hecho cadencia que abrió caminos sin más ley que la esperanza, mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia, llorando en la inocencia de un ritmo juguetón.

Puso otra vez sus codos sobre la mesa, sus manos las entrelazó como si quisiera orar, pero después las usó para soportar su frente. Alzó los ojos, y de nuevo empezó a hablar con voz muy baja. Dijo que los matones llegaron de Quinchía; para él todos ahora lo dicen, pero en esos días de febrero del año 58, todos hacían como si nada pasara a pesar de que ya muchos los habían visto recorriendo las fincas de la zona. Genaro tuvo miedo, pues sabía que eran bandoleros liberales que habían venido a venga todo lo que estaba ocurriendo en Belén, sobretodo en Valdelomar. Pensaba que los liberales con los que había aprendido a vivir, no le harían daño, pues mal o bien se había ganado su respeto, pero éstos, que venían de otro lugar, que según él eran memes genuinos que no respetaban exculpación alguna, veían a

cualquier conservador como un asesino de su pueblo y de sus familias, y lo llenaban también de señalamientos como “oligarca”, “arrodillado a la Iglesia” y “cómplice de los militares”.

(17)

todo lo que había ocurrido, que si no sentía miedo de que todos en la vereda supieran que ambos eran conservadores, que si no le habían contado que el “Mocho” Duque, también conservador, hace días que estaba desaparecido, que si no podían matarlos así no hubieran tenido nada que ver en lo de los González, que si no era mejor escapar antes de morir degollados y con la lengua en el pecho.

Pero su vecino parecía tranquilo; dijo estar seguro que alguien de Valdelomar los había mandado a traer y que, siendo así, si venían a matar a alguien sabían perfectamente quiénes eran los que debían morir; además le respondió que a él, de su tierra, no lo sacarían corriendo como una rata, que ese miedo que infundían era solo para quedarse con las fincas y con el café, como ya lo habían hecho en muchos otros pueblos de las riberas del río Risaralda. Y esto último también lo describió más tarde la misma Albalucía Ángel, quien en su novela relata cómo uno de los personajes, junto a su familia, pierde su tierra en Risaralda debido a las amenazas de los liberales armados.

Genaro estaba sorprendido, no sabía si lo había aterrado tanta valentía de Correa o tanta estupidez. Seguía intranquilo y por ello acudió a quien los sucesos lo habían obligado evitar: Ramón Granada. Llegó a su casa, éste estaba tomando una taza de un tinto negro y espeso, hacía mucho no se veían y lo saludó con hipócrita efusión, pues el miedo se le salía por las palabras. Cuando encontró donde sentarse le comunicó todos y cada uno de sus temores; de alguna forma esperaba protección pues confiaba en que su amistad y su poder le garantizarían un pasaje a la salvación. Pero se encontró con todo lo contrario, un tipo frío de sonrisa socarrona que después de todo sólo le dijo que no se preocupara, que esos eran chismes de gente que quería acabar con la tranquilidad, que si yéndose se sentía tranquilo, lo hiciera, él le cuidaría la casa y la siembra, pero que de todas formas no le pusiera cuidado a tanto alboroto; le aseguró que nada le iba a pasar.

El sábado iba muy bien. Su conversación con Granada, el día anterior, en parte había aliviado la ansiedad de su miedo. Ese día se levantó con más entusiasmo, el vacío había dejado su pecho. En la mañana trabajó en la siembra revisando cada una de sus matas de café, almorzó en compañía de su esposa y esperaba por la tarde partir hacia el pueblo para encontrarse con algunos amigos en el ya desaparecido Café Azul, el sitio de encuentro de

muchos conservadores, que quedaba en plena plaza del pueblo y que era manejado por Valentín Ballesteros.

Pero apenas caía la tarde, justo cuando Genaro se había terminado de cambiar la ropa para partir, lo sorprendió la noticia de que a Atilano Marín, otro conservador de la vereda, le habían disparado desde un lado del camino cuando venía de trabajar en el pueblo. Marín era joven, trabajaba para Ignacio Gómez, uno de los líderes conservadores de Belén. Todos los días salía a pie de la vereda, subía hasta Taparcal y allí conseguía algún jeep que lo llevara hasta el pueblo. Para el regreso hacía lo mismo: un jeep hasta Taparcal y a pie hasta Valdelomar.

(18)

poblador que lo ayudó, pero nunca supo qué ocurrió, pues ni siquiera él mismo recuerda cómo esa noche llegó hasta el hospital de Belén.

Ese día, a Genaro la noticia no sólo lo dejó frío, sino que lo tumbó por algunos minutos en su cama. Pensó, pensó. Huir era un riesgo para el que no se había preparado, pues lo obligaba a abandonar su casa y, fuera de eso, pasar por el mismo lugar donde se sospechaba que estaban los bandoleros. Las palabras de Granada que tanto lo habían tranquilizado seguían en su memoria y algo le decía que confiara en ellas. Don Genaro dice ahora que ni siquiera ya viejo sabe muy bien por qué confió tanto.

De alguna forma este atentado contra Atilano confirmaba su sospecha: alguien había ido a acabar con los conservadores de Valdelomar. Se paró, fue hasta el lavadero donde se encontraba su esposa, la abrazó por la espalda, le dijo que ya no iría al pueblo y cuando ella le preguntó las razones de su decisión, él le dijo que no debían salir, que el camino había dejado de ser lo de antes, que ya más que conducir hacia Belén conducía a la muerte, era ahora un nido de la chusma que seguro le harían cualquier cosa a quien se atreviera a pasar, más aún si era algún conservador.

Ella suspendió su tarea, dio media vuelta y cuando se encontró con el rostro pálido y asustado de Genaro, entre sollozos le pidió que le dijera la verdad de lo que estaba pasando. Él, cuidando que las paredes no fueran a oír, le contó lo que había ocurrido con Atilano, tal y como se lo habían relatado; después le expuso sus sospechas de que habían venido a matarlos. Se quedaron en silencio por lo menos un minuto y al final ella, mientras se desvanecía en un butaco, preguntó sobre lo que harían. Genaro sólo le quedó proponer que no salieran de la casa, que cerraran todo muy bien, que dejaran alguna tula con ropa lista por si algo pasaba, que esa noche el niño debía dormir con ellos en el cuarto y que la estampita del santo de Loyola debía ponerse detrás de la puerta.

La noche llegó con su pesada penumbra, aún más cuando Genaro apagó la última de las velas. El niño ya dormía y ellos se quedaron suspendidos en una espera siniestra. Ambos estaban convencidos de que algo grande venía y rogaron a la Divina Providencia para que esa noche la sospecha de Genaro sólo fuera fantasía. El silencio de la noche era enorme, los grillos lejanos no cantaban y las ranas habían dejado de quejarse. Cuando el viejo me describía ese momento, yo imaginaba que todo efectivamente había sido ese mutismo que antecede las explosiones, las catástrofes, las revoluciones.

A pesar de la espera, los párpados comenzaron a pesar, pero justo en ese instante, los golpes y los gritos estallaron. No se oían cerca, pero era claro que se violentaban con fuerza las puertas de madera y unos gritos de espanto hacían estremecer hasta el último de los rincones del alma. El terror de Genaro fue incrementándose a medida que sentía subir los gritos y los golpes desde la parte baja de la vereda. Su esposa ya dormía y por eso su confusión fue mayor. No supo si despertarla, no supo si salir a correr, no supo si tomar el machete que había dejado debajo de la cama, no supo si rezar, si rendirse.

(19)

cerrados, tal y como se protegía de las brujas cuando era niño, supo que sólo le quedaba esperar el amanecer o esperar la muerte.

Pero amaneció. No lo sorprendió saber que se había quedado dormido, lo sorprendió fue haber despertado vivo. La mañana era soleada. Sospechó que el infierno lo engañaba, pero al recordar lo de la noche, al instante supo que no había mayor infierno que el que afuera lo esperaba. Miró a su familia, vio a su esposa que yacía dormida como la mujer hermosa que siempre había sido; vio a su hijo y dormía como un ángel. Dudó si debía pararse y salir a mirar lo que había quedado de su tierra, pero en ese momento tocaron a la puerta. Tomó el machete sin dejar la cama, su esposa despertó, pero Genaro con el dedo sobre los labios le dijo que guardara silencio. Levantó las cobijas, puso sus pies descalzos en la tierra aplanada del suelo, caminó hacia la puerta como quien espera a que alguien entre intempestivamente. — Don Genaro, soy yo, Piedad, su vecina. — Se oyó una voz que Genaro reconoció.

Abrió la puerta, y vio que allí se hallaba una mujer cuyo rostro parecía haber sido abandonado por la vida. Imagino que en ese instante sus pómulos enjuagados en lágrimas fueron un símbolo de todo el sufrimiento de las mujeres del valle del Risaralda.

Genaro relató que la hija de Gonzalo Correa lo obligó a acompañarla para que viera lo que había sucedido, y de paso le pidió que ayudara a llevar los cadáveres hasta el pueblo. ¿Cadáveres? Esa era la palabra precisa que se resistía a entender. Lo triste fue que rogó que fueran pocos, a eso los había acostumbrado la violencia: habiendo ocasiones en que morían hasta más de veinte personas, como en El Águila, Valle del Cauca, dos o tres muertos no era grave.

Siguiendo a Piedad, esa alma que en vida ya andaba en pena, Genaro bajó por el camino unos cuantos metros y allí se encontró con mucha gente y con algunas unidades del ejército que tarde habían llegado. Cuando logró pasar entre el tumulto, cuando pudo hacer a un lado a tantos metiches y agobiados, halló lo que jamás podría contar, al menos hasta ese día al frente mío y de esa silla fea y vacía. Eran nueve cuerpos que habían sido dispuestos allí con sevicia, uno junto al otro a la orilla del camino, con los pies mirando hacia la cuneta, con postura muy recta y cada uno con su cabeza al lado. ¡Sí! Los habían decapitado y a cada uno le habían dejado su cabeza próxima a su cuerpo para que no se confundieran.

Por culpa de los cortes y de las magulladuras no podía reconocerlos muy bien; intentó hacerlo por la ropa, pero las prendas sólo eran un rojo profundo difuminado entre telas. No le quedó más que preguntar a una señora que no lloraba pero que guardaba un rostro de pánico y ella comenzó a señalar el cuerpo de cada uno de los que iba nombrando: Salvador Idárraga y su hijo Carlos; un Joaquín, cuyo apellido Genaro ya olvidó, y también su hijo; Pedro Rivera, Luis Jiménez, dos hijos de Luis Tabares, cuyos nombres también su memoria borró, y su vecino, Gonzalo Correa.

Él dijo que cada nombre fue como un puñal en su pecho, yo creo que más bien fue un punzón en su consciencia. A todos los conocía, conservadores todos. Eran trabajadores, cafeteros, humildes, buenos cristianos. Pero, ¿por qué él no estaba allí tirado con sus ojos mirando su propia muerte? El viejo me aceptó que ese fue el interrogante que desde entonces se acomodó en su mente y que nunca le fue infiel.

(20)

decenaria que habían generado sus padres? Genaro pensó que a lo mejor lo habían hecho para no tener que volver por ellos cuando ya pudieran votar. ¿Será por ese profundo temor que le guarda la maldad a la inocencia de los niños? Pensé yo.

Afirmó que el peso que allí parado invadió su consciencia, partía del hecho de no haber podido evitarlo cuando él ya sospechaba lo que se avecinaba, pero también era consecuencia de sentirse vivo mientras presenciaba la muerte de los únicos conservadores de Valdelomar. ¿Pero no faltaba uno? ¿Dónde estaba Luis Tabares? Allí yacían sus hijos, muertos ¿Pero él? Indagó con todos los que allí estaban hasta que le dijeron que lo habían sacado con sus hijos de la casa, pero nadie sabía por qué no se encontraba allí. Así entendió que los matones habían ido irrumpiendo en cada una de las casas, sacaban de allí a quienes buscaban, con nombre y apellido, y en seguida los hacían dirigirse hacia la oscura intemperie. Gonzalo Correa no se había equivocado del todo, esos sabían perfectamente quiénes debían morir, sólo que no pudo prever que entre ellos estaría él. Era una lástima, era un buen tipo, un poco huraño, pero buen tipo.

Genaro me contó, según se rumoró ese día, que una vez sacaron las víctimas de la casa, los hicieron andar por el camino; mientras algunos de los asesinos custodiaban los que se hallaban afuera, los otros iban irrumpiendo en las viviendas de quienes faltaban por sacar. Cuando estuvieron todos, los hicieron acostarse en fila, boca abajo, y allí, uno por uno, y de un sólo golpe, les fueron arrancando la cabeza a machetazos. Nadie oyó un sólo disparo, nadie supo cuáles fueron las últimas palabras, ni siquiera se sabe si lloraron, si gritaron su impotencia.

Ayudó a montar los cuerpos en las bestias que habían conseguido, las llevarían así hasta Taparcal y allá una volqueta los recibiría para bajarlos hasta el pueblo. Las cabezas las metieron todas en un mismo costal. Los soldados que estaban en Valdelomar aseguraron que otro grupo había logrado capturar a algunos de los bandoleros, no estaban seguros de cuántos, pero pronto los llevarían a los calabozos de La Isla, la inspección más cercana a Belén. A Genaro eso no lo alivió en nada, ya la injusticia se había cometido, ya esta violencia centenaria había devorado otras víctimas.

Con un sentimiento indecible que se confundía entre la tristeza y la venganza, fue a buscar a Ramón Granada, pero en el momento en que iba llegando a su casa, uno de los cuidanderos le aseguró que él se había ido hacia el pueblo, que iba a hablar con Don José Bernal, líder del directorio liberal, para darle solución a lo que estaba pasando. ¡Que tarde se había dado cuenta que algo pasaba! Pero en la boca de Genaro quedó el sabor de la complicidad, no sólo porque ningún liberal podía mover un dedo en la vereda sin su consentimiento, sino porque también, después de todo, los conservadores habían muerto a excepción de él, tal y como Granada se lo había prometido.

(21)

El viejo contó que Luis Tabares apareció un día después de esos hechos, arrastraba sus pies al andar, pero era como si arrastrara una vida que ya no era digna de vivir. Aunque un milagro lo había salvado, pues debió haber muerto esa noche, el hecho de no haber logrado arrebatarle sus hijos a la violencia lo había dejado postrado en la tristeza. Genaro dijo que Tabares alguna vez le había dicho a sus hijos que con uno ya era suficiente para representar la familia en el partido, ellos no hicieron caso y a su corta edad entraron en una guerra que heredaron y por supuesto de ella recibieron su único legado, la muerte.

Como andábamos oyendo tango, Genaro recordó un estribillo de uno que, según él, salía mucho con lo que me estaba contando.

¡Por no hacerme caso, m´hijo.! ¡Se lo dije tantas veces! ¡No haga caso a los discursos del dotor ni del patrón.! Hace frío ¿Verdad m´hijo? Ya se está poniendo oscuro, tapesé con este poncho y pa´ siempre llévelo.

Es el mismo poncho pampa que en su cuna, cuando chico, muchas veces, hijo mío, muchas veces lo tapó.

A la gente sólo le interesaba conocer la hazaña de Tabares, el modo como había burlado a la muerte. Él dijo que había alcanzado a contar siete bandoleros con uniforme militar, que apenas lo sacaron de su casa en compañía de sus dos hijos los quiso proteger, pero sin poner mucha resistencia; quizás por la cobardía esperó hasta el último momento que no fuera más que una advertencia, pero claro que lo era, lo era para los que habrían de quedar vivos. Cuando los acostaron para cegarlos con un golpe de machete en la nuca, él era el último en turno; por eso, mientras los matones estaban concentrados con la muerte de los que le antecedían, decidió pararse con rapidez y sin pensarlo, sin mirar atrás, saltó por el barranco.

Durante la noche del sábado se quedó tan escondido entre la maleza que tuvo que ocultar hasta sus lágrimas, al otro día deambuló entre los bosques y los cafetales porque estaba convencido de que aún lo perseguían, y esa noche del domingo llegó a la finca de un conocido que le dio posada, sólo allí pudo desahogar la ida de sus hijos. Al otro día, ya sabiendo todo el alboroto que habían provocado los muertos en el pueblo, volvió a su casa, le habían dicho que ya era seguro.

Acosado por el afán de que la tristeza no enturbiara su voz y no delatara su consciencia, Genaro quiso terminar esta parte de la historia contando que dos días después de la matanza, es decir el martes, debido a las investigaciones que desarrollaban las autoridades,

desenterraron a dos personas en el patio de la casa de Miguel Londoño, las cuales al parecer habían sido sepultadas vivas días antes de la masacre. Uno de ellos era el “Mocho” Duque, que desde hacía días andaba desaparecido. A nadie le quedó duda de que esta atrocidad había sido cometida por los mismos bandoleros.

(22)

El tango que sonaba ya dejaba sus últimos versos.

Al evocarte, tango querido,

siento que tiemblan las baldosas de un bailongo y oigo el rezongo de mi pasado.

Hoy, que no tengo más a mi madre,

siento que llega en punta 'e pie para besarme cuando tu canto nace al son de un bandoneón.

(23)

3. LA GUERRA DE LOS ESPEJOS

En los días posteriores a la matanza, Genaro se molestó porque cada quien narraba los hechos como le daba la gana. Para mí era la carrera desenfrenada de las partes por situarse en el lugar privilegiado de la palabra, sólo con el fin de narrar desde allí, y a su discreción, lo que había sucedido. Puede que nunca más la violencia hubiera tenido mayor expresión en Valdelomar, pero el enfrentamiento se trasladó hacia la arena del discurso con el fin de legitimar, cada bando, la retórica de su “verdad”. Años más tarde, lo que le terminaría molestando a Genaro sería la carrera desenfrenada por olvidar, aunque fue algo tarde, porque la imagen de los cadáveres en la plaza y en la morgue, al menos se quedaría en la memoria de muchos que para entonces eran apenas unos niños.

Se suponía que los liberales, encabezados por Mario Barreneche, José Bernal y Ramón Granada, eran los primeros llamados a responder. Afirmaron que ellos no tuvieron nada que ver, que los bandoleros provenían de Quinchía, y que eran unos indios ahí, unos memes,

como esos que entre semana se veían en el pueblo emborrachándose con Bay Run; dijeron

que desconocían las razones por las que habían llegado hasta Valdelomar. Adujeron que antes ellos habían ayudado a expulsar esos matones de allí. José Bernal incluso aseguró que él había sobornado al armamentista de la banda para que huyera de Belén con todas las armas, hecho que, sumado a que el ejército había capturado al líder, hizo que lo que quedaba de la banda se dispersara entre las montañas.

Igual aseguraron que los conservadores tampoco podían ignorar la historia, que con Valdelomar no debían intentar olvidar la cantidad de ofensas a las que se había sometido a los liberales durante la historia de Belén. No sólo no podían dejarse de lado los años de persecución y exterminio que había sufrido el liberalismo, sobre todo en las veredas a manos de la policía chulavita, tampoco podía ignorarse, por ejemplo, que el primer muerto de la violencia en Belén había sido un liberal, el cual fue asesinado en un enfrentamiento en la plaza aquel día en que Silvio Villegas, con su furor “grecolatino”, había llegado desde Manizales a exacerbar los ánimos de los conservadores. Advirtieron que no podía olvidarse que hubo momentos donde curas conservadores, unidos con el partido azul, no permitían que se diera santa sepultura a un liberal, tanto que se llegó a tener un “cementerio liberal”, en el cual se enterraban a todos aquellos discriminados por el poder conservador de Belén.

También sacaron en cara el hecho de que no se hubiera permitido la entrada al templo de una Virgen del Carmen que querían donar los liberales, obligándolos a adorarla en la agencia de Ángel Ríos. Además los conservadores no podían, con la disculpa de Valdelomar, pretender tapar lo que había ocurrido durante tantos años de atropellos que habían provocado esa ideas reaccionarias y totalitarias que habían llegado desde el otro lado del Atlántico; era un secreto a voces que muchos de los dirigentes conservadores del departamento de Caldas, como Gilberto Alzate Avendaño, Silvio Villegas y Fernando Londoño Londoño, simpatizaban con algunas de las tesis de la derecha más extrema de la Europa de entonces.

(24)

José Bernal salió en su defensa diciendo que si bien Granada era un tipo “guapetón” no era un matón como lo querían hacer pensar. Finalmente los liberales aseguraron que lo ocurrido días después en El Tigre no podía pasarse por alto, pues había sido una flagrante venganza contra los liberales, en donde fueron asesinados José Marín, Gabriel Zapata y Carlos Guerra.

Por su parte los conservadores no se quedaban atrás y Genaro sabía que pretendían aprovechar su condición de víctimas, en el caso de Valdelomar, para borrar todas sus culpas en esta marea de sangre. Dicen desde entonces los conservadores que los muertos habían sido once, ni uno menos, y que no había duda de que los asesinos habían llegado a Valdelomar gracias a la petición de los liberales que allí vivían. Aseguraron sin recato alguno que Ramón Granada era responsable de que esos bandoleros hubieran llegado hasta allí. Todo el mundo sabía que ese tipo de bandas criminales iban a asesinar a los lugares en donde la misma población los protegía, además generaba muchas dudas que se hubiera terminado con la vida de precisamente los únicos conservadores del lugar; para que eso ocurriera así, alguien les tuvo que indicar quiénes eran y dónde vivían.

Decían que todo eso del exterminio y la persecución en contra de los liberales, no eran más que patrañas. Por ejemplo, aseguraron que aquello de la virgen no sucedió por el hecho de ser liberales quienes querían donarla, fue porque en realidad no era la imagen del madre de Cristo sino una reproducción de Santa Bárbara que habían vestido con los atuendos de la Virgen del Carmen. Eso molestó mucho al párroco y en consecuencia no permitió la entrada de la imagen al templo. Aducían que aquella vez que Silvio Villegas visitó el pueblo habían sido los conservadores a quienes se atacó, incluso con la colaboración de la policía puesto que siendo ésta dependiente de la administración, tenían que prestar ayuda al gobierno liberal de turno. Fue don Manuel Caro, y algunos de sus amigos conservadores, quienes habían sido atacados por la policía cuando preparaban todo para el dirigente departamental.

Genaro volvió a recitar otro estribillo del mismo tango que minutos atrás me había compartido,

El pueblito estaba lleno de personas forasteras. Los caudillos desplegaban lo más rudo de su acción arengando a los paisanos a ganar las elecciones por la plata, por la tumba, por el voto o el facón. Y al instante que cruzaban desfilando los contrarios un paisano gritó "¡Viva...!", y al caudillo mencionó, y los otros respondieron sepultando sus puñales en el cuerpo valeroso del paisano que gritó.

(25)

4. ECOS DE LA TRAGEDIA

Estrelló su puño contra la mesa haciendo que la copa vacía saltara sin llegar a voltearse. Me sorprendió tanta fuerza a pesar de sus muchos años. Reflexionando sobre las causas, en un principio imaginó que todo había ocurrido a raíz de una disputa por circunscripciones electorales; una agenda compartida en la cual se buscaba disminuir a bala los votos del contrario, justo cuando la junta militar parecía llegar a su final y de nuevo las elecciones se avecinaban.

A decir verdad, después de haber tenido esta conversación se me ocurre que la tierra, ese bien que tantos conflictos ha generado, en esta ocasión no se sitúa como centro del conflicto. A pesar de que sí hubo usurpaciones y amenazas que propiciaron el despojo, la tierra no fue un interés comercial o económico por sí solo, fue más bien un medio para satisfacer ese deseo de permanecer en el poder, esa posibilidad de gozar de la hegemonía de la cual se desprendían tantos otros beneficios: financiar el acceso al poder político y territorial, mantenerlo por todos los medios, y generar en el entorno una muerte dominante, un miedo enorme y un silencio cómplice.

Genaro fue insistente al resaltar que no se podían desconocer otras causas, “un alud de tierra que venía creciendo desde arriba”, dijo. La persecución contra los liberales en las veredas había sido un hecho, al igual que la discriminación hacia ellos por parte de la Iglesia. La muerte había generado más muerte, y así ésta rondó en Belén hasta llegar a asediar el templo, como cuando en ese mismo 58 a don Canuto Londoño lo intentaron asesinar con cinco disparos en plena homilía. Sin duda la violencia, como hoy, era un gran tejido que se tejía a sí mismo y que condenaba a los pueblos al descanso eterno y al veneno de la venganza y del poder.

Afirmó que Granada tenía responsabilidad en todo lo sucedido. Correa, su vecino, antes de morir le había dicho que alguien los había llevado a Valdelomar, y ese alguien no podía ser nadie distinto que quien controlaba todos los movimientos liberales en la vereda. Igual recuerda Genaro que significaba mucho que hubieran muerto todos los conservadores, menos él, que se había salvado justo cuando el día anterior había ido aterrorizado a pedirle protección a Granada. El viejo dijo que a veces creía que todo ese poder que éste tenía, por esos días, no podía conseguirse gratis, había que poner muchas cosas de por medio.

De todas formas el viejo terminó confesando dos cosas. La primera, fue que siempre creyó que el hecho de que el concejo administrativo del pueblo, un año antes de la matanza, hubiera apoyado de manera unánime la reelección del General Rojas Pinilla, representaba esa complicidad tácita que siempre existió entre los dirigentes de ambos partidos que hasta departían con formalidad en el Club Social. Se refería a esa complicidad bipartidista que se forja a partir de las ansias de poder y del deseo perpetuo de no sucumbir. Por su actuar, como en algunos otros pasajes de la historia nacional, entre los dos partidos nunca hubo proyectos disímiles de verdad, buscaban lo mismo y bajo los mismos presupuestos.

(26)
(27)

5. EL DERECHO DESMEMORIADO

Sonaba ese tango de los desdichados que han perdido su fortuna,

Por una cabeza, si ella me olvida qué importa perderme mil veces la vida, para qué vivir.

y Genaro miraba cómo las nubes estallaban de manera siniestra detrás de la cordillera. Se puso de pie y trastabilló un poco hasta que apoyándose en la mesa logró estabilizarse; esos aguardientes no habían sido en vano. Tomó la botella y la puso debajo del otro brazo. — Vamos a la vereda. Usted no se puede ir sin conocerla. Además quiero mostrarle algunas cosas de las que le hablé — Me dijo. Era como una orden imposible de incumplir.

No era muy tarde y no le vi problema, además ya sabía que Valdelomar no estaba muy lejos del casco urbano de Belén, y que hoy, a diferencia de los días contados por don Genaro, se llegaba por una buena carretera, en gran medida pavimentada. Cuando me acerqué a la caja a pagar, no me dejaron, me contaron que a don Genaro no se le cobraba por estricta orden de don Danilo. Digamos que fui beneficiado por la gratitud de dos copartidarios que sólo se construye después de muchas elecciones.

Cuando volví a la mesa encontré a Genaro sentado. Le pregunté con sorpresa que qué pasaba, que por qué no nos poníamos en camino de Valdelomar. Él me miró con una sobriedad deslucida, disimulando los tragos que se había tomado. — No mijo, siéntese. — dijo —

Quedémonos por acá mejor que por allá no hay nada para ver. Aquí es donde está la musiquita. Usted por allá se me aburre. — Le hice caso, pero supuse yo que no quería dejar en evidencia que el aguardiente le empezaba a dormir las piernas. Sin duda los años le enseñaron a respetar las fronteras de la borrachera.

Retomamos la conversación y empezó a recordar esas palabras que hoy son tan famosas como “proceso de paz” o “reparación”. En su rostro se dibujó una sonrisa extraña. Sonrió con dolor porque parecía que por sus muertos ya no había nada que hacer, sólo debía permitírseles descansar, no en el olvido, en el recuerdo. ¿Qué más queda cuando el tiempo y el olvido han borrado todo? ¿Qué más queda cuando esa historia de la vieja violencia parece no contar para la paz de hoy?

(28)

Genaro contó que un hijo de una sus comadres, había venido hace poco a Belén diciendo que andaba trabajando con víctimas del conflicto en una fundación de Pereira; le contó de una cantidad de cosas que dizque el gobierno estaba haciendo, le habló de posibilidades, le recitó una cantidad innombrable de decretos, artículos, y cosas de esas que tanto le gustan a los abogados y a las fundaciones: “soluciones mágicas que salen de la plaza de Bolívar de Bogotá”, dijo él. Lo que Genaro nunca olvidó de esa conversación fue esa idea que

propone dejar a las víctimas dizque en la situación que estaban hasta antes del crimen, pensó que era algo tonta, pues no hace otra cosa que devolver las víctimas a la realidad que precisamente desencadena la violencia, y eso como se dice es “tirarlos a la boca del lobo” otra vez.

Supongo que el viejo también creyó que era insuficiente porque, en casos como los de Valdelomar que se quedaron atrás en el tiempo, inermes, lo necesario sería devolverle la vida misma a quienes, como él, vivieron cargando con sus muertos. En fin, Genaro creía que ni siquiera la inteligencia de Alzate Avendaño había alcanzado para descifrarlo, porque para que un abogado pudiera vivir, los campesinos, más que sudar plusvalía, como el caudillo lo afirmaba, también tenían que enfrentar a la muerte misma.

Así, entendiendo que venía algo largo por contar, Genaro tomó aliento de la única forma que su tierra le enseñó: tomar la copa, servir en ella aguardiente, beberlo de un solo trago y tomar aire como si fuera a hablar hasta que el amanecer viniera a acostarlo.

(29)

6. EL DERECHO ANTES DE LA MATANZA

6.1. Decretos y medidas de seguridad

6.1.1. Los carabineros

Hasta antes de lo ocurrido en Valdelomar ya había prácticas que incluso, según el viejo, llegaron a constituirse como causas de lo que vendría después. Así, teniendo en cuenta los problemas de orden público que vivían las veredas de Belén de Umbría, entre ellas Valdelomar, la administración pública comenzó a tomar decisiones.

Al principio se ordenó el envío de algunos carabineros a las distintas zonas, pero esta decisión partió de dos supuestos insuficientes para lo que allí se vivía. Primero, para Genaro esta fuerza pública fue enviada más para centrarse en los hurtos que en los denominados “casos de sangre”. Era de público conocimiento que dichas unidades se centraba en prestar la seguridad necesaria para que los productos, pudieran salir sin problemas hasta el pueblo. Los carabineros poco se preocuparon por establecer estrategias que dieran fin a los crímenes que atentaban contra la vida de los pobladores, poco interés tenían en proponer soluciones en este sentido, en general lo central era que el café saliera. Algunas ocasiones, tal y como se lo contó José Bernal, custodiaban a los liberales en las veredas de estirpe conservador, pero Genaro sabía que se trataban de típicos pobladores consentidos por la alta dirigencia departamental.

El viejo, aunque lo intuía, no cayó en cuenta de lo molesto que era eso de “casos de sangre”. ¿Acaso todo lo que ocurría fuera de los hurtos podía ser restringido a dicha denominación del derecho? La administración manejaba de la misma manera la muerte de un poblador que había sido linchado por ladrón o por violador, que la muerte de once personas que pertenecían a un mismo partido; para ambos casos era la misma solución, enviar fuerza pública para que protegiera, requisara y capturara. ¿Para qué indagar las causas cuando toda muerte se cree igual? ¿Para qué indagar las causas cuando se cree que la solución es universal?

Para Genaro, otra de las consecuencias fatales que dejaron estas decisiones de seguridad, fue que esta medida de enviar carabineros a las veredas, debió ser mantenida por el presupuesto municipal, es decir que se sostuvo a partir de la carga económica que debieron soportar los belumbrenses. Tanto la nación como el departamento de Caldas señalaron que los gastos en los que se incurriera por el servicio prestado por los carabineros, su alimentación, su dotación, su hospedaje, debían ser cubiertos por el municipio de Belén. Para este viejo no había habido nunca mayor demostración de abandono, ni mayor negligencia por parte del gobierno central y departamental para superar lo que en las regiones se vivía.

En ocasiones Genaro sintió que esto era consecuencia de que las atrocidades que ocurrían en Belén habían llegado a beneficiar a los dirigentes políticos de Bogotá y de Manizales. Todo parecía ayudar a constituir las estructuras electorales que habrían de permitir el mantenimiento de su privilegiada situación. Ninguno se salvaba, ni siquiera por más conservador que fueran. Que triste era ver como los rojos y azules salían abrazados y sonrientes en las fotos sociales de La Patria y de El Tiempo, cuando días antes, y por separado,

(30)

La alcaldía ordenó que todo aquel que colaborara en el sostenimiento de los carabineros podía acercarse al despacho para reembolsarle su gasto. Así Genaro recordó esa vez en que acompañó a María López a cobrarle a la alcaldía los trescientos treinta y tres pesos que había gastado en alimentarlos; supo allí que cada reembolso se reconocía por medio de un decreto que se hacía efectivo con el respectivo traslado del tesorero municipal. Así Belén estuvo un tiempo considerable sosteniendo su propia defensa, y eso, más que desencadenar mayores gastos para el municipio, lo que obligaba era a recortar los recursos destinados para otros menesteres; hasta el proyecto que tenían previsto por esos días, de conseguir una nueva planta eléctrica, tuvo que suspenderse por algún tiempo. Si algo dice Genaro que tiene claro en su vida, es que en un pueblo con necesidades difícilmente habrá paz.

6.1.2. La inspección de policía en La Isla

En el mes de marzo de 1957, la alcaldía expidió el decreto 20, el cual ordenaba la creación de una inspección de policía en la fonda del paraje La Isla, en la zona aledaña a Remolinos, entre Anserma y Belén de Umbría, justo donde después se le haría un atentado a Otto Morales Benítez, el líder liberal del departamento. Según dicen, esta decisión se tomó porque entre estos dos municipios se habían venido presentando numerosos delitos. Genaro dijo que ese día fue inolvidable porque la conmoción del pueblo fue inocultable cuando se enteró que para eso el alcalde, Gilberto Giraldo en ese entonces, había destinado más dos mil pesos del presupuesto municipal. De las palabras del viejo logré descubrir que esto sólo era parte de la misma lógica que pretendía seguridad para los que se beneficiaban de la guerra y no para quienes la sufrían; una política de seguridad que encubría la guerra retributiva bajo el discurso del orden público.

6.2. La inspección de policía con poderes judiciales

Dijo Genaro que en ese sentido no se puede olvidar que para entonces las inspecciones de policía contaban con poderes judiciales, en especial para los delitos. En consecuencia, teniendo en cuenta que la inspección de policía era una dependencia propia de la alcaldía, se mantenía cierto control de la justicia por parte de la administración municipal, y por ende del partido de turno. Esto llevaba a muchas irregularidades, puesto que encontrándose la región sometida a una supuesta guerra entre partidos políticos, y siendo el alcalde y la policía miembros de alguno de ellos, se entiende que no había posibilidades de un buen desarrollo de la justicia, puesto que en este caso el juez, sin discusión alguna, era parte al tiempo, y de lo poquito que dijo Genaro que sabía de derecho, es que eso no estaba bien.

(31)

6.3. Denuncias por hurto

El viejo contó que si uno en esa época se acercaba a los juzgados, o a la inspección de policía, podía darse cuenta, en los libros radicadores, que la mayoría de denuncias criminales se hacían por delitos que atentaban contra los bienes de las personas, como el hurto. Genaro recordó que en esos días anteriores a la matanza, en las veredas se presentaban muchos robos en los cuales buscaban apoderarse de los productos que se sacaban por los caminos, especialmente el café. ¿Pero existiendo tantos delitos atroces cómo era posible que el hurto fuera casi el único delito que era denunciado? Pregunté yo.

(32)

7. EL DERECHO DURANTE LA MATANZA

Genaro intentó caminar un poco alrededor de la mesa, pero no pudo. Decía que hacía días el dolor de la artritis en una de sus rodillas había aminorado el paso de su andar, y a veces, cuando llevaba mucho tiempo quieto, la dolencia se extendía por toda la pierna, obligándolo a levantarse, a caminar. Después de andar tantas montañas, después de cargar innumerables bultos de café, cómo iba imaginar que iba a terminar así. La vejez le estaba pasando su cuenta de cobro.

Detuvo su mirada hacia la inclinada plaza del pueblo y por un momento sentí que pudo ver el tiempo en un mismo instante y en un mismo vistazo, pudo ver allí el esplendor indígena de la vieja Umbría, la incertidumbre de la mestiza Tachiguí, la pujanza de la naciente Arenales y el júbilo permanente de la fructífera Belén de Umbría. Cuando Genaro volvió hacia mí, en su rostro estaba la melancolía, un deseo inmenso de permanecer en el tiempo.

7.1. El miedo a la acción

Pidió otra botella de aguardiente Cristal para continuar con su relato, y aunque sabía

que la mayoría de los jóvenes del pueblo preferían el Antioqueño, él nunca pudo aprender a

tomarlo. El mismo hijo de su amigo Danilo, se la trajo con una nueva copa, intentó servirle un trago, pero el viejo se rehusó; podía dejar que los años le arrebataran la vitalidad, pero no permitiría jamás que le quitaran el orgullo de sentir suyo su aguardiente. El viejo dijo que el trago servido por meseros es típico de señoritos de salón, mientras que el trago servido por la mano propia era el honor de los arrieros.

Genaro tomó la botella y, para abrirla, empezó a girar la tapa; me dijo que por esos días en los que nadie se atrevía a abrir la boca para denunciar un muerto, la tapa no era de plástico sino de lata. Continuó diciendo que a diferencia de lo que ocurría con los robos, un homicidio la mayoría de las veces, por no decir que todas, acarreaba la responsabilidad algún dirigente. Por eso quien llegara a denunciar lo que había pasado podía correr peor suerte de ese que ya había muerto. En una ocasión le preguntó a Atilano Marín, el joven de Valdelomar que había sido emboscado en el camino y que se había salvado de milagro, que si había denunciado a los bandoleros por las heridas que le habían dejado de por vida, y él le respondió que era una bobada, era ganarse una machetazo en el cuello a cambio de que las autoridades no hicieran nada; era preferible quedarse con su pata remendada.

(33)

¿Pero por qué personas como José Bernal que pudiendo no ser responsables de los hechos de Valdelomar, y siendo parte del mismo agente agresor, prefirió acudir al soborno para que los bandoleros se fueran, en vez de denunciarlos? Pues porque el miedo, dijo Genaro, era un monstruo que obligaba incluso a quienes pertenecían al grupo responsable, a permanecer en silencio ante la justicia, pues no sólo podían ser tildados de traidores, sino que podían ver amenazada la propia estabilidad social y económica que les brindaba el silencio. No obstante, argumentando que la violencia había llegado a un punto en el que era difícil identificar quiénes eran la víctimas y quiénes los victimarios, Genaro dijo que muchas veces pensó que el mismo partido que se consideraba víctima, podía evitar las denuncias por el temor a que todo pudiera voltearse en su contra, haciendo que así salieran a la luz todas las atrocidades también cometidas por el partido que aseguraba en un principio haber sido atropellado. Este era un típico caso en donde la impunidad no era más que una prolongación del poder.

7.2. La ley de fuga

Genaro continuó contándome que, también en esa época, era muy común lo que se reconocía como la “ley de fuga”. Yo le conté que era un método que no era autóctono sino que fue importado de otros conflictos como la revolución mexicana o la guerra civil española. Por virtud de esta “ley”, se dejaba en libertad al reo o al capturado, se le quitaban las ataduras y las vendas, y se le daba la oportunidad de huir, eso sí, siempre que las balas del pelotón del ejército o de la policía no lo alcanzaran durante su huida. Sin duda, vivir después de semejante balacera era la más alta hazaña de los bandidos.

Siendo muy común en la zona del valle del río Risaralda, y siendo practicada en muchas otras regiones del país durante esos años, sería insensato negar que en Belén se diera. Bajo el imperio de dicha práctica, que parece nunca haber sido prevista por norma alguna, pero tampoco condenada, fue ejecutado el popular y sangriento Boyeyo, un matón siniestro de esta zona, un campesino que dedicó su vida a asesinar no sólo conservadores, como se creía, sino también a todo aquél que apenas lo mirara.

El caso de Valdelomar no fue ajeno a la sombra que emanaba de esta práctica. Si se recuerda, ese domingo en que Genaro salió de su casa para ayudar con los cuerpos, uno de los soldados que ya habían llegado al lugar le comentó que otras unidades habían capturado a algunos de los bandoleros. El rumor más tarde fue que los capturados eran dos, entre ellos estaba el líder de la banda; los habían visto mientras el ejército los bajaba hacia Remolinos, lugar donde estaba ubicada la inspección de policía, esa misma que fue creada por el famoso decreto 20 de 1957. El ejército llegó a la inspección sin los bandoleros. Los soldados adujeron que durante el camino habían sido objeto de una emboscada en donde había muerto uno de ellos y el otro, en medio del enfrentamiento, se había volado. Dijeron que la emboscada la habían hecho los mismos bandoleros para matar los capturados y así evitar que los fueran a aventar.

(34)

por falta de pruebas, o muchas otras por falta de interés de las autoridades, quedaban libres, listos para volver a las andanzas de robo y de muerte.

Figure

Tabla de Contenido

Referencias

Documento similar

Debido al riesgo de producir malformaciones congénitas graves, en la Unión Europea se han establecido una serie de requisitos para su prescripción y dispensación con un Plan

Como medida de precaución, puesto que talidomida se encuentra en el semen, todos los pacientes varones deben usar preservativos durante el tratamiento, durante la interrupción

Abstract: This paper reviews the dialogue and controversies between the paratexts of a corpus of collections of short novels –and romances– publi- shed from 1624 to 1637:

Y tendiendo ellos la vista vieron cuanto en el mundo había y dieron las gracias al Criador diciendo: Repetidas gracias os damos porque nos habéis criado hombres, nos

E Clamades andaua sienpre sobre el caua- 11o de madera, y en poco tienpo fue tan lexos, que el no sabia en donde estaña; pero el tomo muy gran esfuergo en si, y pensó yendo assi

diabetes, chronic respiratory disease and cancer) targeted in the Global Action Plan on NCDs as well as other noncommunicable conditions of particular concern in the European

La campaña ha consistido en la revisión del etiquetado e instrucciones de uso de todos los ter- mómetros digitales comunicados, así como de la documentación técnica adicional de

Fuente de emisión secundaria que afecta a la estación: Combustión en sector residencial y comercial Distancia a la primera vía de tráfico: 3 metros (15 m de ancho)..