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PANCORBO

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Academic year: 2020

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Pancorbo, protegido tras el impresionante desfiladero labrado en las estribaciones calizas de los Montes Obarenes por el río Oroncillo, se erigió históricamente como auténtica puerta oriental de la primitiva Castilla, y aún hoy ese carácter de obligado pasillo entre la muralla natural de la sierra convierte al lugar en importante nudo de las modernas comunicaciones desde La Bureba hacia Vizcaya, Guipúzcoa y La Rioja.

Tras la conquista musulmana de la Península Ibérica, el estratégico paso de Pancorbo no volvió a control cristiano sino más de una centuria después, siendo escenario durante el siglo

VIIIy parte del IXde las razzias de los invasores –tanto desde el norte como desde el sur– en

767, 790, 792, 794, 803, 816, 823, 838, 863, 865, etc. La consolidación cristiana de la zona debe haberse producido a finales del siglo IX, como parecen probar los fallidos intentos

ára-bes de apoderarse de la plaza en 882 y 883, repelidos ambos por los condes castellanos. A par-tir de este momento –con el intervalo de incertidumbre que significarán las campañas de Almanzor–, la reorganización del espacio combinará los esfuerzos condales y el importante papel de los monasterios como centros de articulación del territorio. Hay constancia de la existencia de al menos cuatro pequeños monasterios en el entorno de Pancorbo que dependía del de San Millán de la Cogolla –Santa María de Arce, San Sebastián de Altable (que en 1109 pasó a Oña), San Mamés de Obarenes y San Martín de Cuevagallegos–, siendo así el riojano el primer gran poder en posicionarse sobre el terreno, pues consta su presencia como propie-tario en 949 (ecclesias Sancti Iohannes et Sancta Maria, S. Torquati […] sunt isti in loco qui dicitur Pante-curbo), bienes que acrecentó en la villa durante los siglos X,XIyXII. En 1058 doña Sancha cedió

al monasterio de San Millán las casas de Santa María de Arce, San Mamés y San Martín de Cuevagallegos in termino de Ponticurvo, que ella había adquirido del rey Sancho y cuyo usufruc-to se reservaba durante su vida, pasando después al patrimonio de San Millán. En 1134 debió recibir el monasterio riojano de Alfonso VII laecclesia Sancti Micaelis de Foiolos, que había sin embargo formado parte del patrimonio de la restaurada diócesis de Oca en 1068 y que, de hecho, figura entre las confirmadas al obispo de Burgos por bula de Alejandro III en 1163. Cuando decreció la vinculación hacia la cercana Rioja de esta área castellana y el monasterio emilianense vio frenada su expansión, parte del testigo patrimonial fue recogido por Santa María de Obarenes, cenobio heredero del antiguamente dedicado a San Mamés.

El otro gran poder monástico del norte de Castilla, el también benedictino de San Salva-dor de Oña, no tardó en ocupar un lugar preeminente. En su propia acta fundacional del 12 de febrero de 1011 los condes Sancho y Urraca incorporan a su patrimonio in Pontecurbo, cella sancte Marie cum integritate, añadiendo luego mediante donaciones de 1036, 1040, 1047, 1050, 1176, etc., diversas viñas y heredades en la villa. El 10 de abril de 1046 el rey García de Nava-rra, junto con su esposa doña Estefanía, donó al abad oniense San Íñigo un monasterio en la localidad, dedicado a San Juan Bautista, que Argáiz dice fue de patronato real de Castilla y se situaba “fuera de los muros de la villa, a la mano derecha de el camino que viene para la Rioja”. En el documento se cita la donación de illud monasterium quod est in Pontecurbo, cuius monasterii uoca-tur baselica sancti Iohannis Babtiste, cum cimiterio more canonum I ex quatuor partibus per circuitum ecclesie sep-tuaginta duorum pasuum cum integritate, además de licencia para poblar este terreno, otros bienes como la serna inmediata al monasterio, una viña y más tierras. El arrabal de San Juan fue efec-tivamente poblado, pues en un documento de 1153 se cita a los vasallos de Oña in uico Sancti Iohannis de Ponticurbo. Ya con la zona bajo efectivo control castellano, Alfonso VIII concedió en 1177 al abad oniense Juan IV el diezmo del portazgo del importante mercado de la villa, pri-vilegio confirmado por el propio monarca diez años más tarde. Al ir ganando importancia el

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papel del concejo fueron inevitables los roces con la propiedad monástica, siendo resueltas estas diferencias –sobre pechos y martiniegas de los vasallos de Oña en el “varrio de Sant Johan”– con la anuencia entre convento y concejo de 28 de febrero de 1277, en la que se aboga, además, por que “los del varrio Sant Johan que ayan con los de Pancoruo por sienpre vnidat et uezindat en los montes, et en cortar, et en las fuentes…”. Pese a este acuerdo, las dis-putas sobre el patrimonio de San Juan de Pancorbo continuaron a finales del siglo XIII, con

pleito incluido entre el monasterio de Oña y García Martínez, zanjado en 1301. Las propie-dades de Oña no se reducían sólo al Barrio de San Juan, pues en 1281 el monasterio había adquirido una tierra en el de Santa María.

Más marginal parece haber sido la presencia de San Pedro de Cardeña, en cuyo Cartula-rio se recoge la venta a doña Oneca, el 1 de mayo de 981, de un molino en Pancorbo, in loco qui dicitur Foio, iusta alio molino de palatio. Entre las donaciones realizadas por el conde Garci Fer-nández en el acta de fundación del infantado de Covarrubias –de 978– se cita igualmente de Pontecurbo: Amiugo cum suas kasas et illa tertia de illo merkato. También poseía heredades el monaste-rio premonstratense de Bujedo de Candepajares desde su fundación en 1168, que acrecentó luego por donación en 1236 (hæreditatem quam habeo in Panticorbo et in Mercadiello et un solar en Pan-corvo en la plaza).

Tras el distanciamiento del peligro musulmán la comarca de Miranda de Ebro y la propia Bureba pasaron a convertirse en zona de fricción de intereses entre los reinos de Navarra y Castilla, alternándose ambas coronas en su dominio desde la división del reino por Sancho III el Mayor hasta su definitiva incorporación al castellano bajo el reinado de Alfonso VI, aun-que fue reclamado su dominio por Navarra en 1177. Es ya en el siglo XIIcuando se consolida

el protagonismo de las villas y sus alfoces, con las consiguientes concesiones de fueros, como el de Belorado, otorgado en 1116 por Alfonso I de Aragón, el de Cerezo de Ríotirón, de 1151, Miranda, de 1177, etc. Pancorbo los recibió de Alfonso VII el 8 de marzo de 1147, siendo ampliados en 1176 y confirmados en 1180 por el mismo monarca, y nuevamente ratificados en 1195. La estructura del alfoz consta ya anteriormente, pues in alfoce de Pantecuruositúa la localidad de Valluércanes el documento de donación de una parte de dicha villa expedido en 1114 por la reina Urraca.

Del 8 de marzo de 1147 data el privilegio real que deslinda los términos de Pancorbo y, como antes señalamos, en 1177 San Salvador de Oña recibió el diezmo del portazgo del mer-cado de la localidad, uno de los tres autorizados en 1203 por Alfonso VIII en La Bureba, junto a los de Frías y Oña. Estos diezmos, o parte de ellos, acabaron revirtiendo al cabildo de la catedral de Burgos ya en el siglo XIV. La villa recibió en 1198 un privilegio eximiéndola de la

provisión a la Corona de los almacenes agrícolas de su término, y en 1219 Fernando III con-cedió a su concejo la facultad de disponer libremente de los ejidos y prados y elegir anual-mente a sus alcaldes.

De las cuatro iglesias con las que en 1515 contaba esta villa, paso obligado de la vía secundaria del Camino de Santiago que unía Bayona y Burgos, subsisten hoy las de San Nico-lás y Santiago, habiéndose unificado hoy el culto en la primera, aunque sus fábricas corres-ponden al período gótico y renacentista; el monasterio de Santa María de Arce, que depen-dió de San Millán de la Cogolla y posteriormente su iglesia funcionó como parroquia, fue destruido durante la francesada.

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E

N EL CENTRO DEL DESFILADERO, a unos 1.200 m al

nor-este de Pancorbo en dirección a Miranda de Ebro, se emplazan dos ermitas, una diminuta a la vera misma de la carretera, pegada a la roca y dedicada a Nues-tra Señora del Camino, y frente a ésta la que nos ocupará, hoy dedicada al Santo Cristo de Barrio, al otro lado del curso fluvial y según Abásolo asentada sobre una antigua

villaromana. Aunque en opinión de Julián Albaina y Ángel Ruiz el templo se correspondería con la ecclesia Sancti Michaelis de Foiolo de Pontcurbo, donada en 1068 a la restau-rada diócesis de Oca y dada el 10 de noviembre de 1134 por Alfonso VII a San Millán de la Cogolla –con las sal-vedades que anteriormente referimos respecto a tal conce-sión–, parece más acertada la opinión de Fernando de Juana, quien ve en nuestro templo el heredero de aquella iglesia de Santa María donada al patrimonio de San Salva-dor de Oña en su documento fundacional de 1011. El lugar de Barrio debió despoblarse en la primera mitad del

siglo XV, pasando a convertirse el templo de Santa María

en ermita, cedida por los monjes de Oña al concejo pan-corbino. El cambio de advocación a la actual del Santo Cristo debió producirse a principios del siglo XIX.

Las importantes reformas modernas sufridas por el actual edificio –restaurado en 1971– complican el análisis de su primitiva fábrica románica, de la cual sólo se man-tienen fragmentarios vestigios. Hoy día el templo presen-ta nave única cubierpresen-ta con tres tramos de modernas bóve-das de arista, crucero destacado en alzado y cerrado con cúpula sobre pechinas y cabecera cuadrada, más ancha que la nave y cubierta igualmente por bóveda de arista. Al norte y sur del crucero se abrieron a través de irregulares arcos formeros de medio punto dos desiguales capillas, también cubiertas con bóvedas de arista, que dotan así a la planta de su aspecto de cruz latina. El acceso se realiza actualmente a través de la moderna portada abierta en el hastial occidental.

Ermita del Santo Cristo de Barrio

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Planta

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Vista general

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Pese a la radical transformación del espacio, se mantie-ne del primitivo edificio románico parte del cuerpo de la nave, dispuesto sobre un banco de fábrica sobresaliente exterior e interiormente, aquí con un bocel en la arista. A la fase románica corresponde, en alzado, el aparejo de buena sillería labrada a hacha con abundantes signos lapi-darios, en el que se integraron ya en origen numerosos vestigios y enormes sillares romanos. A dos tercios de altu-ra los muros de la nave sustituyen el noble aparejo por la mediocre mampostería en la que se levanta además la cabecera, el cimborrio y las dos capillas laterales. Interior-mente resta aún en el muro norte un tambor y la roza del resto de una semicolumna entrega que debía marcar la pri-mitiva división de los tramos de la nave románica, signo quizá de su abovedamiento. Parte del primitivo basamen-to románico aflora en el ángulo de la capilla meridional, donde el notorio adelgazamiento del muro nos indica ade-más que tanto el crucero como la cabecera responden a la obra moderna.

Aproximadamente en el centro del muro meridional se abría una portada románica, hoy cegada, similar a la de Bardauri y compuesta de baquetonado arco de medio punto, arquivolta moldurada con nacela ornada por rasu-radas bolas y chambrana decorada con listel y tres hileras de gruesos billetes, decoración que se repite en las impos-tas que coronan las jambas. En la jamba izquierda del acceso se reutilizó un fragmento de estela romana decora-da con hojitas en el borde, un árbol de tronco sogueado rematado por acorazonadas hojas de hiedra de cuyas estrechas ramas penden rosetas y una inscripción dentro de un hexágono alusiva a Lucio Valerio Capitonis. Otro fragmento de estela romana –rasurada utilizando el trin-chante– se dispuso a cierta altura en el mismo muro meri-dional, en el que también observamos otro epígrafe medieval, donde, en rudimentarios caracteres góticos, lee-mos AVE MA/RIA GRAC/IA PLEN/A.

En el muro septentrional se abría otra sencilla porta-da, más estrecha y no alineada con la sur, igualmente

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cegada y compuesta de simple arco de medio punto liso. El paramento externo de este muro norte resume en su combinación de aparejos la compleja historia constructi-va del templo. Las irregulares hiladas inferiores, alzadas sobre el banco de fábrica, reutilizan sillares romanos hasta aproximadamente un tercio de altura. A partir de aquí, el alzado combina el pequeño aparejo de sillería –de aire casi prerrománico– con las hiladas de sillares y, por último, remata el muro la moderna mampostería con-temporánea de las bóvedas. Una similar secuencia de aparejos se constata en el muro meridional, evidencian-do la fase románica una reutilización de material cons-tructivo romano.

Durante la restauración de 1971 se descubrió una curio-sa pila bautismal románica, hoy conservada junto al muro meridional, en el fondo de la nave. Labrada a hacha, su copa es rectangular, con los ángulos redondeados, siendo sus medidas 87 cm de longitud, 71 cm de anchura y 41 cm de altura. El frente se decora en tres de sus cuatro lados

con una sucesión de siete arcos de medio punto, en tres de los cuales se cobijan dos máscaras humanas –una barbada y la otra imberbe– y una figura representada en busto en la que se advierten los brazos y los torpes pliegues parale-los de su ropaje. Su tosquísima talla, en reserva y en dos planos, parece no obstante signo más de impericia que de notable antigüedad.

En la capilla meridional se conserva un curioso sarcó-fago –de aspecto prerrománico– de 194 cm de longitud, 38 cm de anchura en los pies y cuya caja mide 46 cm de alto, con tapa curva de 21 cm de altura. Sobre la lauda, en sentido longitudinal, se grabó una hoy muy borrosa ins-cripción de la que sólo acertamos a transcribir …N(o P)IVA XV… En la zona de los pies, y en sentido transversal, se

grabó otro texto inscrito en un recuadro, absolutamente ilegible.

Texto y fotos: JMRM - Planos: AAP

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