b
Belleza
y
experiencia
OSVALDO
LIRA,
SS. CC.
OSVALDO LIRA
SS. CC.
Profesor
de
Metafísica en el Institutode
Filosofía de la
Pontificia Universidad Católica de Chile.Ha publicado, entre otras obras, "Nostalgia
de
VásquezMella";
"Lavida en torno"; "Visión políticade Quevedo";
"Poesíay
mística en Juan RamónJiménez";
"El
misteriode
la
poesía"; "Ortega en suespíritu"
(dos vol.)
, ademásde
otros artículos en"aisthesis"
que configuran su profunda visión del
fenómeno
estético.A
pesarde
que entodas
las épocas
seha
venido
hablando de la Belleza, y
en todoslos
tonos,
no es posible aceptarlas
opiniones expresadas,
sinbeneficio
de
inventario.
Ciñén-donos
—en graciade
la
brevedad y de la
precisión— a
los
tiemposde
la
Civilización
cristiana,
nosencontramos,
a pocode
investigar,
que en este asunto sehan
adoptado todaslas
actitudes posibles e
imaginables.
Se la
ha
tra tadodesde
unángulo
positivo,
o,
másbien,
positivista,
sin mayores preocupaciones por adentrarse en su esencia.Se la ha
contemplado
también con pretensionesde
mayor profundidad,
sin acertar aformular
conclusionesdignas de
perdurar.Lo
peordel
caso es quela
perspectivadesde la
cual seha
analizadoen más escasas ocasiones
ha
sidola
perspectiva ontológica, no obstante ser
ésta la
que proporciona
las
razones máshondas
y
más aquietantes
para nuestrainteligencia:
la
definiti
va.
Todas
esas reflexiones quehallamos
sembradas
en esos pintorescostratados
de
retórica, tan
decimonónicos,
no sólo porla
cronología
sino también por el espíritu superficialy
deliciosamente
frivolo
einsustancial
quelos
anima,
no contribuyen sino ahacernos
creer que sabemos algo acerca3e
la
Belleza,
cuando
si sólofuera
en virtudde
ellos,
seguiríamos sin saberla ni conocerla en
lo
que verdaderamente
es.La
esenciade la
Belleza
nodebe
equipararse,
en su condición entitativa, ala
quequeda expresada en
los
conceptosuniversales,
sino a
la de los
conceptos
trascendentales.
Es
decir,
a esos conceptos —con su realidad co rrespondiente— que noposeen,
propiamentehablando,
unaesencia,
sino quedesbordan
los
límites
genéricos,
inclusive los de los
génerossupremos,
porque se venrealizados,
corporiza-dos
exhaustivamente entodos
los individuos
que pueblan el
Universo
de
la
sensibilidad.Santo Tomás
se muestra en este puntoabsolutamente categórico.
En
sudoctrina,
la
Belleza
queda emparentada con elBien
trascendental.
Nos dice
que elBien
y la
Belleza
difieren
entre sí con una simpledistinción
de
razón
que,
en el pensamientotradicional,
sedenomina distinción de
razón raciocinada.Es
una
distinción
conla
cualla
inteligencia
no se encuentra —al contrariode
lo
que ocurre conla
distinción
real en sus variadas especies—;
sino que es ella misma quela
establece,fundándose
enla
trascendencia que ofrecela
realidad por ella estudiada respecto
de
susfuerzas
perceptivas connaturales1.A
semejanzade los
restantes trascendentales
—pero singularmente ala
pardel
sextode
entre ellos que es el
Bien—,
la Belleza
seiden
tifica
realmente con elser,
del
cual expresa un aspectodeterminado
que noha
sido, niha
tenido por qué serdestacado
porlos
restantes
conceptosde
este orden.Todo concep
to
trascendental
destaca
un aspectodel
ser, y,
en estesentido,
el aspectodestacado
porla
Belleza
constituye algo que es propioy
privativo suyo.
Sin embargo,
el aspectodestaca
do
porla Belleza
no está meramente en potencia
en elser,
sino en acto propiamentedi
cho,
aunqueimplícito.
Y ésta
esla
diferencia
existente entrelos
conceptos genéricos respecto
de
susdiferencias
específicas en que,llegada la
ocasión,
vienen a resolverse.Las
^sta trascendencia
sefundamenta
en el carácter abstractivode
nuestrainteligencia,
que necesita desindividualizar
a una realidad para poder recogerla en susconceptos.especies
estánpotencialmente,
no actualmente, incluidas
enlos
géneros,
mientras quelos
trascendentales
estánpropiamente
enacto,
aunque
implícitos,
en el primerode
todos
ellos,
que es elser.*
La Belleza
destaca
por su parte ciertascualidades manifestadas por un ente no en cuanto existe en sí
mismo,
conexistencia
en-titativa,
sino en cuanto sehalla
en el sujetocognoscente con
existencia
intencional;
aun cuandola
intencionalidad
de
este modode
existir esté sujeto a ciertas precisiones ulteriores.
Ya
en algunode
nuestrostrabajos
he
mos
hablado de
estoscaracteres,
al acentuarla
trascendentalidad
de
la
Belleza,
carácterque,
porlo
demás,
dista
muchode
ser unáni memente reconocido2.Lo
que puededecirse
acercade
estoes,
enresumen,
quela
Belleza
es ala
Verdad
lo
que elBien
es alSer.
Por
elmomento, lo
que nosinteresa
sub rayar es elhecho
de
que el tratamiento quela
Belleza
recibede
partede los
críticos artísticos
y literarios
esmuy diverso del
que recibe
de ios
escasos pensadores que sehan
de
dicado
adesentrañar
susmisterios;
pero estono quiere
decir
que sean unoy
otro contradictorios
entresí,
sino complementarios.O,
más
bien,
estánllamados de
suyo a ser complementarios,
lo
cual quieredecir
que el tra tamiento quele
procuranlos
críticos a que anteriormente noshemos
referido,
deberá
fundamentarse
sobre unadoctrina
ontológica acertada.Desde
esteángulo
podemosdecir
que toda crítica artística oliteraria
sólo puede
quedarfortalecida
alfundarse
sobre unarecta
doctrina
ontológicade la
Belleza;
mientras
que,
por elcontrario,
cuando contempla mos una realidad cualquierafuera
del
contexto
ontológico que primordialmente nosofrece,
corremos el peligrode
sobrevalorar al gunode
sus aspectos accidentales o adjetivos condesmedro
de
aquéllos que sonlos
quela
"Para
sostenerla, noshemos
apoyado en un clarísi mo pasajede Santo Tomás:
Pulchrum etbonum
in
subiecto quidem sunt ídem, quia super eandem remfundantur,
scilicet super formam: et propterhoc,
bonum laudatur ut pulchrum. Sed ratione
differunt.
summ. th.,i q. v,4,
ad1.
configuran
y
determinan;
los
quela
hacen
serlo
que es.Y
no se crea que esla afirmaciónes válida sólo cuando tratamos
de
esencias onaturalezas propiamente
dichas,
sino también enla
esferade
los
valores adjetivos.Porque
en el ordende la
Belleza
—que es el ordendel
ser intencional— ciertos aspectosontoló-gicamente cualitativos
de
por sí vienen a convertirse,
cuandode
Belleza
setrata,
en auténticamente
esenciales.Por
eso es urgente analizarla
esenciade
la
üelleza
con elfin
de
poderformular
conclusiones acertadas acerca
del
modode
cono cerla.No decimos
quela
tarea
seafácil,
ni mucho menos.Sin
embargo,
debemos
afrontarla.
De
otro modo no podremosdiscernir
jamás
el modo rectode
abordarlade
aquellos
otros que sólo pueden conducirnos a unespejismo pernicioso.
El
objetivode
este trabajo es elde
llegar
a
la
necesidadde
un conocimientode
la Be
lleza
que no sea meramenteconceptual,
sino que alcancedimensiones
de
experiencia en el másintenso
sentidodel
vocablo.Dicho
de
otromodo,
la Belleza
no puede ser meramente
conocida,
sino que es preciso experimentarla.
Esta
aserción requiere serfundamentada.
La
Verdad,
podemosy debemos
conocerla.La
plena expansiónde
la
Verdad,
que esla
Belleza,
necesitamosexperimentarla,
porquede lo
contrariopodremos,
sí,
sentar cátedraacerca
de
ella,
perode
ninguna maneracap
tarla en sus rasgos privativos.
Y
esde
esto,
precisamente,
de lo
que setrata:
de
captarla,
de
dejarnos invadir
por susefluvios,
de
de
jarnos
seducir por su atractivo.Es
evidenteque semejante
invasión y
seducciónha de
ser,para que no resulte
perniciosa,
el resultadode
una convicciónintelectual
concorde connuestra condición
de imágenes
de
Dios,
porcreación,
y de hijos
Suyos,
por adopcióncua-sicreadora.
Es
éste
el motivo que nosha
llevado
aconsiderar
brevemente lo
que seala
Belleza,
para pasar a analizar el modo adecuadode
conocerla,
o,
másbien,
de
experimentarla.Es
14
OsvaldoLira
59
propiay
entrañada.No
olvidemos quecual-S
quiertipo
de
conocimiento ode
contactoin-¡2
telectivo resultairremisiblemente
posterior alo
que sea en síla
realidad captada o conocida.
No
se puede captar o conocerasí,
en seco,sin objeto captado o conocido.
Las
actitudes prácticas olíneas
de
conducta sólo valen enla
medida en que se nos aparezcany
sean efectivamentela
puesta en prácticade
unadoctrina
organizada.Sin
rectituddoctrinal
—que
la doctrina
esté explícita oimplícita
po coimporta
para el caso— no es posible alcan zar una auténtica rectitud en ninguna vidapráctica.
Y
ésta
es una afirmación quedebe
mos recordarlasiempre,
porque esla
expre sióndé la
realidad mismade las
cosas-Ya
noslo
recuerdaPaul Bourget
al terminar su no vela"Le Demon
deMidi":
quien no vive co mopiensa termina
por
pensar
comoha
vivi-La Belleza
no puede ser meramenteconocida,
sino que es precisoexperi
mentarla.
do. Y
esesto,
pordesgracia,
lo
que nos acon tece condemasiada frecuencia:
quelas
actividades humanas
se vandesarrollando
y
ejerciendo en conformidad con ciertos modos
de
pensar con
los
cuales aquellos mismos quelas
ejercen si repararan en susconsecuencias,
nocomulgarían,
de
seguro,
ni siquiera un minuto
...La
ilación
entrelos
principiosque,
porventura,
se profesany
las
secuelas que resul tande
ellos constituye una exigenciaineludi
ble
quedimana de
las leyes
mismasdel
fun
cionamiento
de
nuestrainteligencia,
y
que,
sinembargo,
pasademasiadas
vecesinadverti
da.
Con
los
frutos
que erade
esperar. . .Una
reflexión aparentementedesconecta
da de la
índole
de
estetrabajo,
y
que sin embargo,
ofrece respectode él
ciertos vínculosreales
extremadamente
sólidos,
esla de
quenuestra existencia en
este mundoestádestinada
de
por sí a una solacosa,
que es elconocer,
amary
servir aDios
para,
así,
alcanzarla
Vida
Eterna.
La
conexión real a que nos referimosnace
de la índole
mismade
todo movimiento,
de
todofluir,
que esla
de
espe cificarse por sutérmino.
Como
lo
evidencia el pensamientotradicional,
el movimientoviene a ser una
forma
o principio configu ranteentrance
mismode
realizarse.El
proce so en virtuddel
cual va adquiriendo progre sivamenteconsistencia,
se va asemejando cada vez más ala
meta ya conseguida.Pues
bien,
tal
esla función
de
nuestra vida presente.Nos
hallamos en este mundo parair la
brando
nuestro porvenireterno,
y
nada es más urgente entonces queir
recortando,
perfilando
nuestra rutaterrenal
en conformidad con esetérmino
inefable
que es
la
Bienaven
turanzaEterna.
Por
esola
teología católica nos vahablando
de
esta vida comode
un camino,
y de la
Bienaventuranza
comode
1&
Patria. Por
consiguiente,
todos
los
momentosde
nuestro existir en este mundodeberán
constituir otrastantas
prefiguraciones —todolo
pálidas que sequiera, pero,
alfin de
cuentas,
efectivas—de
lo
quedeberemos
ser en el senode
Dios.
La
mejor manerade
adquirir unaidea
lo
másexacta—olo
menosinexacta— posible acercade lo
quedebemos
ser,
y
realizar
en este mundo consistirá en averiguarlo
queserá,
aquello en que consistirá esaVi
da
perdurable cuya creenciala
expresamos enel
Símbolo de los Apóstoles.
Parecería,
al ex presarnosde
estemodo,
que estamos racioci nando a contrapeloy
que tratamosde
anali zarlo
conocido en virtudde
lo
desconocido.
No
hay
nadade
esto,
sin embargo. Porqueacerca
de
la
otra vida poseemosdatos
sufi cientes que noshan
sido proporcionados por el propioCristo Señor
nuestro-Narrándonos
sublimemente
esos coloquios que ya
de
suyo sonsublimes,
que mantiene
Cristo
con susdiscípulos
enla
Ultima
Cena,
San Juan
nos comunicalas
palabrasdel Hijo de Dios:
La
Vida
Eterna
es quete
que
Tú enviaste,
Jesucristo^.
Por
suparte,
San
Pablo,
alterminar
su maravillosoHimno
ala
Caridad,
al quedestina
un capítulo ente lo ue su mmeraEpístola
aios
Corintios*,
no» u*oe que ahora venios mediante unespejo,
cuiijusumente;
entonces veremos cara a cara*. ai tiiiaiiZítiiios estos pasajesinspirados,
cuyo auloiprincipal,
según noslo
enseñaLa
Igle sia, es el propioespíritu
Santo,
podremos comprender tas conclusionesde Santo
i'omás
acercade
nuestra existenciafutura
en el seno deUios,
que,
porlo
demás,
no son sinola
sistematización científicade
estosdatos
revelados.
Pensemos
en que elhecho
mismode
conocer aDios,
hasta
elextremo
de
consistiren ese preciso conocimiento nuestra
Vida
Eterna,
y de
verlo cara acara,
exige que este conocimiento no seade
índole
meramente conceptual sino quellegue
a adquirirlas
pro porcionesde
una experiencia propiamentetal.
Para
comprender nuestra posición tenemos que considerar
que,
aDios,
visto cara acara,
nolo
podemos captar en ningunode
esosprincipiosdeterminantes
de
nuestra acti vidad cognoscitiva que el pensamiento tradi cional conoce conla denominación de
speciesinteliigibiles,
y
que no vienen a ser sinola
misma esenciadel
objeto conocido existente en nuestrainteligencia
de
modointencional.
La
razón esmuy
clara:Las
speciesinteliigibiles
mencionadas operan sólo en el casode las
realidades en quela
esencia o naturaleza sedistingue
realmentede la
existencia quele
es correlativa.Y
estadistinción
realy
no sola mentede
razón que media entrelos
dos
prin cipios entitativos eintegrantes
de
todo ente contingente constituye elfundamento indis
pensable, la
conditio sine quanon,
para que nosotros podamos conocerlas
realidades que nos circundan.Ahora
bien,
este modode
conocer median te speciesinteliigibiles
notiene
ni podrá te nerla
menor cabida en el conocimientoque,
de
nuestroCreador,
poseeremos enla
Vida
Eterna.
Sabemos,
enefecto,
con certezay
porlas
solasfuerzas
naturalesde
nuestrainteli
genciaque,
enDios,
ambos principiosinte
grantesdel
individuo
existente seidentifican
entre síde
modoinfinito. Así
comola
esencia
nuestra,
verbigracia, consiste en que so mos animales racionales —o, másbrevemente,
consiste enla
animalidadracional—,
la
de
Dios
consiste en su propio existir.Esta
esla
razón por
la
cual,
hablándole
aMoisés desde
la
zarza ardiente en eldesierto
de
Madián,
Yaveh
se presenta conlas
conocidasy
misteriosas palabras
de
Yo
soy
El
quesoy6,
las
cuales
ratifica algunos momentosdespués
cuando,
alinterrogarle Moisés
acercadel
título con quedebería
presentarse a sus compatrio tas que gemían por aquel entoncesbajo
el yugodel
Faraón,
le
insiste:
El
queEs
me en vía a vosotros7.De
estasuerte,
si alguien ad mitiera como posibleque,
aDios,
lo
podría-En
la
otra vida experimentaremos aDios
con unaintensidad incompara
blemente
mayor quela de
nuestraautoexperiencia.
mos conocer mediante species
inteliigibiles,
tendría
que admitir, enlógica
eirremisible
consecuencia,
quedichas
species recogeríanla
esenciade
Dios;
esdecir,
suExistir
subsistente
einfinito.
Y
esta suposición constituye unpuro
y
simple absurdo,Al
existir en el senode
nuestrainteligen
cia,
la
mencionada ehipotética
species —esdecir,
la
realidad misma porconocer—,
infi
nita comosería,
estaríadeterminando y
configurando
gnoseológicamente a una realidadfinita
como nuestra subjetividadinteligente.
aJoann.,
xvn,3.
*I
Cor.,
xni.«Ibíd.,
12.
"Exod.,
m,14.
'Ibid.
16
Osvaldo Lira
2
Ysi
estahipótesis
no esabsurda,
francamente
a no sabemos cuál otra podría ser calificadaco-53
mo absurda. . . <Jísta
esla grande,
la
profunda razón polla
cual elDoctor
Angélico
sostiene reiterada mente queDios
no puede ser conocido mediante
ninguna clasede
species inteliigibiles.Las
species existentes en nuestrainteligencia,
cuando una realidad por conocerla ha
deter
minadognoseológicamente,
soncreadas,
son contingentes.No
pueden constituirla
expresión
del
Existir
necesarioy
subsistente8.No
es,
pues,
una actitud caprichosala
del
granMaestro
acercade
estepunto,
sinola
verificación estricta
de la
naturalezade
las
cosas.Así,
el conocimiento quetendremos
de Dios
enla
Vida
perdurable,
al no verificarse mediante
species,
cobrarálas
proporcionesde
una experiencia contodas
las
de
la ley.
Más
aún,llegará
alímites
experimentalesimposi
bles
de
conseguir ni siquiera respectode
nuestro autoconocimientohumano.
Incluso
diríamos
quela
experiencia que poseamosde
Dios
enla
otra vida será el analogado prin cipaldel
concepto mismode
experiencia.
Ex
perimentaremos
aDios
con unaintensidad
incomparablemente
mayor que aquella con que nos experimentamos a nosotros mismos.Nuestra
autoexperiencia —aquello que elAquinate
denomina
conocimientodel
almapor
si mismay
de lo
cualhabla
enla
Suma
Teológica y
en su quaestio disputata de ve-ritate9— no alcanzadimensiones
propiamen
te
actuales,
manteniéndose,
alcontrario,
en el orden puroy
simplede
la
habitualidad.
En cambio, la
experiencia
quede Dios
alcancemos en
la
Bienaventuranza,
no será pura mentehabitual
sinoplenamente
actual,o,
en otraspalabras,
será objetivante tal como el conocimiento propiamentedicho que, de
las
cosascontingentes,
alcanzamos en estemundo.
A
nuestrojuicio,
lo
queconstituye enpro-"Essentia
Deiestipsum
esse eius,ut supra ostensum est(q.
3,
a.4),
quod nulliformae
cread competeré potest. Non potestigilur
aliqua forma créate esse similitudo repraesentans videntiDei
essentiam. summ. theol. i, q. xn,2,
c."summ.
theol., i, q. lxxxvii. deveritate,
x,8.
piedad
unaexperiencia
consiste en un con
tacto
inmediato
no sólo gnoseólogico
sino
también ontológico
del
sujeto experimentante
conla
realidad experimentada.
Por
este motivoy manteniéndonos
dentro
del
orden
exclusivo
de
las
realidades naturales,
sólo po
demos
adquirirexperiencia
propiamente
tal
de
nosotros
mismosy de
ninguna
otra enti
dad. Lo
demás,
lo
conocemos
sensitivamente
o
conceptualmente,
pero nolo
experimenta
mos,
hasta
el puntode
que nisiquiera
las
sensaciones
queadquirimos
acercade las
realidades
sensibles
podríamos
calificarlas
pro
piamente
de
experiencias.
En
cambio,
a nos otros mismos sí que nosexperimentamos
ade másde
conocernos.
Con
unadiferencia,
sinembargo.
Porque
nosconocemos
como especiehumana,
mientras
que nosexperimentamos
en nuestraindividualidad,
en cuanto somosindividuos.
De
estasuerte,
si es cierto que elNos
experimentamos
anosotros
mismos,
ennuestra
individualidad,
además
de
conocernos.
conocimiento
que yo adquiero acercade
mí mismocoincide,
por su objetomaterial,
conla
experiencia
quetambién tengo
de
mí mismo, dichos
conocimiento
y
experiencia sedi
ferencian
entre sí enlo
relativo a su ratio for-malis sub qua.Me
conozco a mímismo,
pero comoespecie.
En
cambio,
me experimentotambién
a mímismo,
pero comoindividuo
enlo
queposeo
de
individual.
Y
en este ordende
valores,
si es cierto que el conocimiento quetengo
de
mímismo
resulta más claroquela
experiencia
de
mímismo,
también
lo
es quela
experiencia
quetengo
de
mí mismo,además
de
serincomparablemente
más conti
nua,
meproporciona
una seguridad
de
que elcorrespondiente
carecerá
de
modoirremediable.
Y
esta expe rienciahabrá de fructificar
en una seriede
conceptos ulteriores quela
irán ilustrando y
queirán
animando —aunque parezca raro a primera vista—los
conocimientos
que vaya mos adquiriendo acerca
de la
multitudde
realidades que noscircundan-Por esto,
el conocimientoque,
ala
vez,
seaexperimentaly
objetivamenteseráy
tendrá
que aparecérsenos como eltipo
más plenoy
perfectode
actividad cognoscitiva que sea po sible concebir. . .Como
experiencia,
signifi cará una unión máxima entre el sujeto cog-noscentey la
realidad conocida.A
este pro pósito nos es preciso recordar quela
unión a que podemosllegar,
en el conocimiento no cional uobjetivante,
entre el sujetoy la
realidad,
sólo se realiza en un ordende
valoresadjetivos,
en cuantolas
speciesinteliigibiles
y
los
conceptos que constituyen sufruto
ade-El
conocimiento que ala
vezsea experimental
y
objetivante será el máspleno.
cuado
y
connaturalla
procurandentro
de los
soloslímites
de los habitus
cualitativos;
y
es sabido que el modus essendide
los
habitus
pertenece al ordende la
adjetivídad.En
cambio,
la
uniónimplicada
y
supuesta porla
experienciaintelectiva
pertenece al ordende
los
valoressustantivos,
en cuanto todo sujeto,todo
individuo
existente —inclusolos
infra-cognoscentes—, mantiene una
identidad
con sigo mismo que rebasalos
valores adjetivosen
la
medida en que toda realidad subsistenteo sustancial
desborda
y
rebasa sobreabundan-temente el modode
serde los
accidentes.Por
otra parte —y aquí vienela
contrapartidain
evitable—,
la
experiencia quelogramos
de
nosotros mismos carecede la
limpidez
gno-seológica
del
conocimientoobjetivante,
respecto
del
cual se compara comolo
implícito
alo
explícito,
como un simple acto primeroo
habitual
al acto segundo o plenamente ritual.
Por
aquí podemos comprobar entoncesque el conocimiento que
de
nuestroCreador
tendremos
enla
Vida
perdurableimpiíca,
llevadas hasta
una tonalidadde
la
cual no podemostener
unaidea
siquiera remota en estavida, todas
las
perfeccionesque,
aquí enla tierra,
sedan
porseparado;
esdecir,
las
perfeccionesdel
conocimiento nocional u objetivante y las
de
la
experiencia propiamentey
plenamentedicha.
Según
lohemos desarrollado
en algunode
nuestrostrabajos10,
podemos considerarla
Belleza
desde dos
ángulos
perfectamentedife
renciados entre sí: el
de la
subjetividady
elde la
objetividad.Existe la Belleza
subjetiva, perotambién
ofrece una realidad perfectamente clara
la
Belleza
objetiva.La
Belleza
subjetiva consiste enel
placer o complacenciaque nos procura una realidad en cuanto es por nosotros
conocida;
mientras quela Belle
za objetiva consiste en aquellosfactores inte
grantesde
la
realidaden
cuestión que pro vocan en nosotrosla
complacencia a que nos estamosrefiriendo.No
vamos a repetirlo
quedejamos
dicho
allí,
sino quelo
recordamoscon
el
fin
de
recurrir a un puntode
apoyoapto para
desarrollar
nuestras presentes reflexiones.
Pues bien,
es cierto quetodos
los concep
tos
trascendentales,
segúnlo hemos
recordadopoco
ha,
tienen porfunción
connaturaldes
tacar un aspecto perfectamente nítidode
cada individuo
existente.Pero
nolo
es menos ouedichos
aspectos —segúnlo hemos
recono cido— se encuentran enlos
individuos
exis tentes node
modo potencial sinode
modo actual,
sibien
implícito. El
aspecto quedestaca
la
Belleza
esla
perfeccióndel
ente conocido en cuanto conocido.Y ésta
esla
grandiferen
cia quelo distingue del
Bien
trascendental.Lo
que estimamos comobueno lo
deseamos
por
lo
que es en símismo,
por su entidaden-™LA
BELLEZA, NOCIÓN TRASCENDENTAL.Incluido
en elvolumen titulado la vida en torno,
Ed. Revista de
Occidente, Madrid,
1949.
1S
Osvaldo
Lira
«3
titativa, disculpando la
redundancia,
más neis
cesaríade lo
que,
aprimeravista,
podría apaga recer.
En cambio,
lo
que estimamos comobe
llo
lo
deseamos
porlo
queresulta para nuestro modo
de
considerarloy
conocerlo.Así lo
expresa
la definición
tomista
de
la
Belleza
subjetiva11.
Ajustándonos
ala
celebérrimadefinición
del
Doctor
Angélico,
tenemos
quededucir
que
la
complacencia provocada porla
aprehensión
de
una realidadha de
diferir
de
la
complacencia provocada por
la
posesión de
la
realidad,
enla
misma medida en quela
entidad
física y
entitativadifiere
de
la
correspondiente
entidadintencional. De
esta suerteel grado o
intensidad
quellegue
a revestirla
complacencia en que consiste el
bien
deleita
ble
—osea,
eldeleite
provocado porla
posesión
de
una realidad ala
cual estimamos como
buena—,
habrá de depender del
gradode
El
aspecto quedestaca
la
belleza
esla
perfección
del
enteconocido
encuanto
conocido.
perfección
que nos ofrezcadicha
realidad.En
cambio,
el grado ointensidad
quellegue
arevestir
la
complacencia en que consistela
Belleza
subjetiva —o sea eldeleite
provocadopor el conocimiento
de
una realidad ala
cualestimamos como
bella—,
habrá
de
depender
del
gradode
perfección
que nos ofrezca el cornocimiento
de dicha
realidad.No
queremosdecir,
afirmandolo
anterior,
que el
bien
y
la
belleza
subjetivoshayan
de
seguirse necesariamentede la
posesión odel
conocimientode
la
realidad mencionada.Estamos
hablando
de
un requisitoy
node
una causalidad propiamente
tal.
Podría
dar-aPulchra
dicuntur
quae visaplacent.summ.theol.,
i,
q. v,4,
adlm.
se
perfectamente
-en el ordenapuntado- un
conocimiento
o una posesióndesprovista de
mayores
consecuencias.
Lo
que no podrádar.
se
jamás
seránlas
consecuenciasmencionadas
sin
las
correspondientes
situaciones requeridas. En
este sentido podemosdecir
que,
sinconocimiento o posesión
referidos,
no podráfructificar
eldeleite
provocado por elBien
trascendental
nitampoco
el que se vea provocado por
la
Belleza. Por
lo
demás,
de
serposible
la hipótesis
contraria,
las
consecuencias referidas
dejarían
ipso
facto
de
aparecer-senos en su precisa condición
de
consecuen-cias.De
lodicho
sedesprende
una secuelade
importancia
excepcional.El
hechode
que,
para nosotroslos
católi
cos,
elUniverso
constituya elfruto de
unActo
propiamente creador —esdecir la
resultante
de
unInflujo
que está manteniendo enla
existencia a todo cuantoexiste,
ala
vezque
lo
estájustificando
y
dando
razónde
suentidad— nos
lo
presenta o puede presentár noslode
un modoincomparablemente
másprofundo que
la luz
bajo la
cuallo
contem plabanlos
paganos.Contamos
nosotros conlas luces
proporcionadas porla Revelación,
las
cuales,
lejos
de
ocultarnoslos
esplendoresde
la Belleza
de las
cosas,
nosla
permitecap
tar
de
modo muchísimo más profundo.En
estesentido,
los
cristianos podemosdescubrir
en
las
cosaslas
manifestacionesde
un misterio que permaneció rodeadode hermetismo irre
mediable para
los
paganos.Por
ellohemos
sostenido enrepetidas ocasiones,
en escritosy
oralmente, que,
a condiciones poéticas
análogas,
un creador o poeta cristiano podrádescubrir
enlas
creaturas as pectosincomparablemente
más profundosque un pagano...Y
a nuestrojuicio,
en camposy
modalidades
muy
diversos,
ejemplo elocuente
de lo
quedecimos
lo
encontramos en elDante y
enSan Juan de la Cruz. A la
luz
de la
Revelación,
los individuos
existentes cobran
nuevasdimensiones,
entrelas
cualesdes
taca,
sobretodas, la
condición universalde
creaturas.
No
solamentelos
seres se nos presentan
como
limitados
y
mutaibles,
sino que,precario que sólo es capaz
de
subsanarsey
seestá
de hecho
subsanando por eseInflujo
creador
que,
al penetrarlos eimpregnarlos
hasta
los últimos
entresijosde
suser,
les
infunde
esa consistencia queles
permitedesempeñar
antenuestras
miradas su condiciónde heral
dos y
pregoneros
del Creador infinito
. . .Para
nosotros,
cristianosy
católicos,
la
Belleza
consisteevidentemente,
como no podía
menosde
serlo,
en untrascendental. Pero
es que estetrascendental
constituyela
proyec ción en nuestrainteligencia de
unaBelleza
subsistente einfinita
que,
ademásde
ser elfundamento
necesariode
todo
proceso abstractivo,
constituyetambién
elHontanar
de don
de
emanatoda
la
fuerza
cognoscitivade
nuestra
inteligencia.
Y
esta realidadexistente,
que,
inclusive,
es elExistir
mismosubsistente,
in
funde
unasolidez,
iinareciedumbre,
un vigorinsuperables
atodos
nuestros conceptos universales
y trascendentales,
en especial ala
Be
lleza.
Para nosotros,
como noslo
advierte elDoctor
Angélico,
la
Belleza
es unode
los
nombres
divinos,
de
manera que nos merece o nosdebe
merecer un respeto profundoy
a toda prueba. . .Volviendo
a nuestrotema,
la Belleza
quepodamos
descubrir
enlas
creaturas revestirá para nosotros el aspectode
un misterio queno es sino
la
proyección sobre todas ellasde
la
sombrade Dios. Resulta
incomparablemen
te
másincitante y
sugerente contemplarlos
seres que nos
rodean,
no sólo en su contornoentitativo sino
también
como manifestacionesque son
del Poder
creadorinfinito.
Sólo
asíes como podremos percibir en ellas
y
por ellas elLatido
inefable
quelas
está manteniendoen
la
existencia.Por
estodecíamos
quedes
de
este puntode
vista,
esindudable
quelas
miradas
de
un pensador o un artista cristianopodrán
descubrir
enlas
creaturas toda unaserie
de
valores que alas
de
un pensador o un artista pagano tuvieron que mantenérselesen el más profundo
hermetismo.
Es
aquídon
de
residela
causadel
refuerzo,
de la
sobreele-vación que adquiere el
Universo
para todo aquel que se resuelva a captarlo en su más entrañadarealidad,
que es su condiciónde
fruto
—no adecuado, porcierto,
pero síindu
bitable—
del
Creador
divino.
Como
siempre,la
Sohrenaturaleza,
lejos
de
obstaculizar enlo
más mínimo eldesarrollo
norma!de
losvalores
naturales,
les
ofrece,
alcontrario,
para ese
desarrollo,
las
mejorescondiciones,
iascondiciones
insuperables,
las
únicas
—a pesardel
carácter gratuito que reviste para nosotros— que
les
permiten
llegar
ala
plenitudde
sus posibilidades.El
misteriode lo
sobrenatural consiste precisamente en eso: en que, a pesar
de
serinaccesible
a nuestrasfuerzas
naturales —por eso sellama
Sobrenaturaleza—representa,
para nuestra condiciónhumana,
la única
manerade
ser verdaderamentehu
mana.
De
aquíproviene,
porconsiguiente,
que nuestra condiciónde
hijos
adoptivosde
Dios
y hermanos
menoresde
nuestrohermano
primogénito
Jesucristo,
sea parala
experiencia estética —o, alo
menos,
pueda serlo— unfe-La
belleza
es unode los
nombresdi
vinos,
porlo
quedebe
merecernosunrespeto profundo.
nómeno
de
calidadinmensamente
superior alo
que pudo ser paralos
espíritus privadosde
las luces
de
la
Revelación.
Es
indudable
—yla
Historia
noslo demuestra
conla fuerza
incontrastable de
los
hechos— que unDante
o un
San
Juan
de la
Cruz,
por no mencionar a unLope de Vega
o unCalderón
de
la Bar
ca
junto
con otrostantos,
supierondescubrir
enlas
creaturasde
Dios
y
através
de
su pre cisa condiciónde
creaturas un valorsimbólicoy
significante que unVirgilio
o unOvidio
no pudierondescubrir
jamás.
No
queremosdecir
de
ninguna maneraque
los
grandes pensadoresdel Paganismo
notuvieran
idea
algunade
unSer Supremo
queesté presidiendo el curso
y desarrollo de los
acontecimientos.Sólo
decimos
quede
todos20
OsvaldoLira
55
los
acontecimientos,
así comode
todoslos
in-g
dividuos
existentes por ellos contemplados, notg
supierony
no pudierondescubrir
en toda suprofundidad
la
raízde
semejantesacontece-res,
y,
muchomenos,
la
raízde la
existenciasustantiva
de
ningunode
ellos.No
basta conocer aDios. Es
preciso,
además,
conocerlobien.
Y
el
conocimiento más omenos exacto
de Dios
—en cuanto en estosproblemas se puede
hablar
de
exactitud— nose puede adquirir sino por
la
Revelación12,
Incluso
el conocimiento naturalde
Dios,
encuanto constituye
la
causalidad universalde
todo
lo
queexiste,
se veimpresionantemente
robustecido
cuando,
alos
argumentosde
razón natural —pensamos, por supuesto, en
las
cinco
inmortales
pruebastomistas—,
vienen asumarse
las
noticias que nosha
comunicadoDios
porlos órganos
de la Revelación.
Es
estaBelleza
subjetivala
queSanto To
más
ha definido
como aquello capazde
agradamos
en cuantolo
estamos conociendo15.Sin
embargo,
a propósitodel
calificativo empleado
ahora por nosotrosdaremos
una explicación.
No
es unabelleza
quepodamos calificar, sinmás,
de
subjetiva.Más
exacto esdefinirla
como el
fundamento de
esta clasede
belleza.
Lo
que ocurre en este caso es algomuy
semejante a
lo
que acontece en elde las
dis
ciplinas especulativas o científicas.
Cuando los
escolásticos
hablan del
objetoformal
de las
ciencias,
descubren dentro de los límites de
este objeto una
doble
objetividad:la
que posee como realidad
y la
que posee en su precisa condición
de
objeto.La
primera es calificada
por ellos como obiectumfórmale
quod,
y
la
segunda,
como obiectumfórmale
quo.El
primero consiste en el principio constitutivo
y
especificativode
la
realidad comorealidad;
el
segundo,
encambio,
en el principio constitutivo
de
la
realidad comoobjeto,
esdecir,
como ofrecida alas
consideracionesde
unsujeto cognoscente cualquiera.
Aduciendo
unejemplo prácticamente
familiar,
el obiectumjormdle
quodde
cualquier consideración acerca
de la
personahumana
esla
animalidad ru.cwnal,
puesLo que esla
animalidad racionallo
que constituye esencialmente ala
personahumana.
Ahora,
porlo
que se refiere alo
quese
denomina
obiectum fórmalequo,
la
soiay
misma personahumana
es susceptiblede
que,
en su seno
ontológico,
sedescubran
varias objetividades
de
este tipo.Por
ejemplo,
a unontólogo se
le
mostrará como animalidad racional
existente;
a un moralistacientífico,
como animalidad racional
dotadla de
libertad;
aun geógrafo
humano,
como animalidad racional
distribuida
de
cierta manera enla
superficie
terrestre.
Et
sicde
caeteris.Aplicando
estadistinción
al casode la
Belleza,
podemosdecir
quelas
cualidadesin
tegrantes
de
la
Belleza
pueden considerarse como obiectumfórmale
quody
como obiectum
fórmale
quo.En
el primer casocontem-La
belleza de
las
criaturas esla
proyección sobre
ellas,
de la
sombrade
Dios.
aPer
gratiam perfectior cognitiode Deo habetur
a nobis quam per rationem naturalem. somm. theol., i,q. xii,
13,
c."Cfr.
nota11.
piaremos
la Belleza
como existente en sí misma, o,
másbien,
contemplaremos alas
realidades bellas
como existentes en sí mismas.En
el
segundo,
empero,
como referidas a un sujeto
cognoscente o contemplante.Insistiendo
todavía
unosinstantes
en estepunto,
podríamos
denominar
al primertipo
de
Belleza,
Belleza objetiva,
y
ala
segunda,
Belleza
oh-je tivosuboh-jetiva.
Para
aclarar más esteasunto,
volveremossobre algo que
dejamos
dicho
en páginas precedentes.
Las
semejanzas existentes entre elBien
y
la Belleza
trascendentales
no pasande
serlo
que
las
palabras estánindicando:
una simpleuna
igualdad,
ni muchomenos unaidentidad.
Lo
quehemos
denominado
ahoraBelleza
objetivo-subjetiva
no resulta precisamenteidén
tico
alo
que se conoce con el nombrede
Bien
deleitable. La
razón esmuy
sencilla,
y
consiste en que —según
lo hemos
dicho— elBien
es
la
perfecciónde
un ente en cuanto existeen si
mismo,
mientras quela Belleza
esla
perfección de
un ente en cuanto es conocido.Por
tanto,
es claroque,
enla
medida en quedi
fieren
entre sí el ente entitativoy
elentegno-seológico —llamémoslos así en gracia
de
la
brevedad—,
en esa estricta medidadiferirán
también
entre sí elbien deleitable y la
Belle
za objetivo-subjetiva.
La
objetividad no seidentifica
conla
realidad.Una
realidad noes,
de
suyo,
un objeto.Puede
constituirse en objeto
si seda
un sujeto que estédispuesto
aconocerla o a apetecerla.
Más
aún, quela
conozca o
la
apetezcade hecho.
La
experienciade la
belleza
constituye
una auténtica necesidad paranuestra
inteligencia.
Resulta
entoncesque,
por elhecho
mismo
de
constituirla
perfecciónde
un ente encuanto
conocido,
la
Belleza
objetiva careceráde
esa realidad extramental que posee elBien
trascendental,
de la
misma manera que el enteconocido no puede
disponer de la
perfecciónúltima
de
todas,
que esla
existencia,de
modotan perfecto como
dispone
de
ella el enteexistente sobre
bases
entitativas propias.No
es
lo
.mismo existir en sí que existir en un sujeto
cognoscente o apetente.De
aquí podemosdeducir
que,
cuando nos referimos ala
realidad de
la Belleza
—o, másbien,
ala
de
unente en cuanto bello— no podemos ni
debe
mos concederle el mismo grado real que a
una realidad en cuanto es
buena.
Porque
enel caso
del
Bien
trascendental,
notiene
porqué
hallarse
presente ningún sujeto cognoscente ni
apetente,
aun cuando elBien
sea,
de
suyo,
apetecible.En
cambio,
en el casode
la
Belleza,
las
cosas cambian singularmentede
aspecto.
Aquí habrá de hallarse
siempre presente un
sujeto,
de
tal
suerte quelas
mismascualidades
de la
Belleza
quehemos denomi
nado objetiva ofrecerán cierto grado
de
relatividad
imposible de desconocer.
Tal
esla
razónde
que,
habiéndola
calificado entonces
de
objetiva,
hayamos
de
restringir ahora semejante objetividad
hasta
límites
puramente
intramentales,
sinque,
no obstante,
llegue
aidentificarse
conla
quehemos de
nominado objetivo-subjetiva.
Santo Tomás
ha
asimilado claramentela
Belleza
albien
trascendental1*.
Semejante
asimilación no
ha
sidofruto de la
casualidad.Si
el granMaestro
sólohubiera
queridodes
tacar en esta ocasión
la indudable
identidad
real que reina entre
todos
los
conceptos trascendentales,
no sehabría limitado
ahablar
solamente
del
Bien
y de la Belleza. A
nuestrojuicio,
sudeclaración
encerraba un evidentesentido
de
constituir conla
Belleza
ciertain
dudable
especiede
Bien.
Recordando
las nocionesfundamentales
de Ontología
tradicional,
vemos cómotodos
los
trascendentalesdestacan,
cada cual por suparte,
algún aspectodejado
enla
sombra porlos
restantes respectode
unindividuo
existente15.
En
estesentido,
el serdestaca
su condición
existenctal;
la
realidad,
suesencia;
la
ali-quidad,
su contraposición conlos
demás indi
viduos
existentes;
la
unidad,
suindivisión;
la
verdad,
suinteligibilidad;
elbien,
suapeteci-bilidad;
la
Belleza,
enfin,
su apetecibilidaden cuanto conocido.
Esta diversidad de
aspectos
subrayados por cada unode
estosconcep
tos
nodebe hacer
olvidarnos que siemprelo
subrayan
in
oblicuo;
porquede
mododirecto,
adonde apuntan es al
ente,
alindividúo
existente.
De
lo
contrario,
sólo podrían apuntar ala
Nada,
y
esto no pasaríade
ser un puroy
simple
contrasentido,
un puroy
simpleabsur-"Cfr.
nota2.
22
Osvaldo
Lira
S2
do. Lo
que elSanto Doctor ha
establecido esg
ese parentesco singularmente estrecho entrela
►3
Belleza y
elBien,
y
esaquí,
a nuestrojuicio,
donde
encontraremos una cantera verdaderamente
inagotable
de
sugerencias referentes alo
quehemos denominado
Belleza
objetivo-subjetiva.
La
susceptibilidadde
verseapetecido,
quees
la
característicadistintiva del bien
en cuanto
bien,
le
hace
cobrar a este concepto el carácter
trascendental
que sele
reconoce unánimemente en el pensamiento tradicional16.
Y
al referirnos a esta condición que
le
esinhe
rente a
la
vez quedistintiva,
nohacemos dis
tinción
entre el apetito propiamente tal —queSanto
Tomás denomina
apetito elícito—y
elapetitonatural.
En realidad,
la
nociónde
apetito
es analógica: mutatismutandis,
podemosreconocer su existencia aún en
los
entesin-frarracionales;
incluso
enlos inertes
oinani-La inteligencia de la
personahuma
nase
halla
ordenada
a captarla
verdad
eintéligilibidad de las
cosas.mados.
En
este grandey
amplísimosentido,
no sólo es el ente
humano
quien puede apetecer;
sontambién
los
animalesinfrarraciona-les,
los
vegetalesy los
minerales,
naturalmente que,
segúnlo
acabamosde
destacar,
en unsentido
exclusivamente
analógico.Pues
bien,
aplicando esta
doctrina
alproblema
de la Be
lleza,
observaremos
cómola
potencia en cuanto
tal
no puede menosde
apetecer su actualización17.
Pero debemos
tomar
en cuentaquecuando nos referimos a
la potencia,
no pen samostan
sólo enlas potencias
subjetivas
ofacultades
sinotambién
enla
copiosísima
serie
de
potencialidades
objetivas1*.De
esta suerte
es comola
voluntad apetece elBien,
indu
dablemente;
perotambién
comola
inteligen
cia apetece
la
Verdad.
Asimismo
la
forma
sustancial apetece
la
materia ala
cualha de
especificar
y la
materia prima o segunda apetece
la
forma
sustancial o cualitativa respectivamente,
porla
cualha de
verseespecificada.
Y
es por esta apetenciahacia la
Verdad,
quealimenta en su seno
toda
facultad
intelectiva,
por
donde
concluiremos quela
experienciade
la Belleza
constituye una auténticanecesi
dad
para nuestrainteligencia.
O,
si se prefiere,
para nuestra entidad propiamentehuma
na.
Y
comola
tesis expresada podría resultarun
tanto
insólita
ante muchosoídos,
inclu
sive
de los
que estánhabituados
a analizareste
tipo
de
problemas,
entraremos enlas
explicaciones convenientes.
Cuando
decimos quela
Verdad
es el alimento
de la
inteligencia,
no nos estamos refiriendo en realidad
tanto
ala facultad intelec
tiva
cuanto al sujetointeligente. Es
un axioma archísabido que
las
accionesy
pasionesson
de
las
hipóstasis.
Es
que sonlas
hipósta-sis
lo único
que existe en el sentido estrictoy
absolutode la
palabra: cuandohablamos
de la
existenciade los
valores adjetivosde
unsujeto —que en
la terminología
tradicional
sedenominan
accidentes—hacemos
referencia acierto imodo
de
existir que no es una existencia pura
y
simple,
sino solamentebajo
ciertoaspecto;
bajo
el
aspectoindicado
por el accidente
en cuestión.Cuando decimos de
cadauno
de
nosotros
que es unindividuo
existente,
todo
el mundo comprende sindificultad
nuestra
afirmación.
Pero
sidecimos
que existe
elcolor, verbigracia,
de
unsujeto,
o sují-lueta,
o algunade
las
cualidadesque,
porventura, lo
adornan, todo
elmundo comprenderátambién
que el calificativode
existente nole
correspondede la
mismamanera,
en elmismo sentido.