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Ser la Malinche fue su destino

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Academic year: 2020

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Escena del Lienzo de Tlaxcala de (segunda mitad siglo XIV). Copia realizada en 1773 por Manuel de Yáñez sobre el original que poseía todavía

en el siglo XVIII el cabildo de Tlaxcala

Ser La Malinche

Fue Su Destino.

Manuel Pontigo Alvarado.

M. Pontigo 2009.

Ficha de catalogación: CR863

P816s Pontigo Alvarado, Manuel

Ser la Malinche fue su destino / Ismael Manuel Pontigo Alvarado. −−1ª. ed. −− Cartago: Pontigo A., 2009.

420 p.

ISBN 978-9968-9634-6-6

1. LITERATURA 2. COSTA RICA 3. NOVELA

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicado a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© I. Manuel Pontigo Alvarado.

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La Despedida

Para:

Mi amada y paciente esposa Delfina.

Nuestros hijos: Manuel Esteban; Julio Alberto; Carlos Arturo; Marcelo.

Para nuestras nietas y nietos con la ilusión de que en cualquier lugar y momento tengan siempre presentes sus raíces.

En especial para las mujeres que han sido utilizadas como moneda de cambio.

Prefacio.

El humano es la única especie que aprende desde el lenguaje escrito. Esta particularidad, en ocasiones divinizada, ha sido aprovechada para ventajosamente para influir negativamente sobre individuos menos instruidos.

Por las consecuencias, parece ser más simple adoptar lo que otros opinan, aceptar ser adoctrinados, que mirarnos al interior y analizarnos en el ámbito esencialmente humano desmitificado. Los infortunios, en todo tipo de ámbitos que a grandes rasgos suelen resumirse en el fatalismo de la frase: “Si algo puede salir mal, saldrá mal.” Se aceptan sin meditarlas, por imposibles o poco probables que parezcan justificados por postulados científicos como La Ley de Murphy (Edward Aloysius Murphy, 11 de enero de 1918 - 17 de julio de 1990).

Sin restar méritos a la capacidad negociadora de Hernán Cortés, es poco probable que con 11 naves, 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 110 marineros y unos 200 indios y negros como auxiliares de tropa, con 32 caballos, 10 cañones de bronce y 4 falconetes, derrotaran a un potencial ejército de medio millón de avezados guerreros dispuestos a morir. Las crónicas minimizan la consecuencia de la alianza de los españoles con grupos contrarios a los aztecas. Los primeros enfrentamientos de los extranjeros y disidentes de la triple alianza debilitaron a los aztecas, poco tiempo después, las enfermedades trasmitidas por los extranjeros diezmaron a los originarios americanos sin distinción de filiación.

A la llegada de los españoles Mesoamérica abarcaba desde los ríos Pánuco al noreste, Sinaloa al poniente y la península de Nicoya en Costa Rica al sur, con una población estimada en veinte millones de personas.

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La Despedida

mayas. Reforzada por la leyenda propia referente a la maldición de Malinalxoch o Malinalxochitl, una diosa hermana de Huitzilopochtli, ambiciosa sacerdotisa y hechicera con poderes para controlar a los animales. La leyenda dice que durante el periplo de los aztecas desde Aztlán al valle del Anáhuac, Malinalxoch junto con un grupo de devotos se opuso a Huitzilopochtli. Por esta traición, Malinalxoch fue abandonada durante la noche junto con sus seguidores que siguieron un camino distinto estableciéndose finalmente en Malinalco en el actual Estado de México. La sacerdotisa, para vengarse mandó a su hijo Copil a atacar a los aztecas que continuaban su periplo. Los aztecas lo mataron y aventaron su corazón muy lejos cayendo en el lugar que después se convertiría en Tenochtitlan. Al enterarse Malinalxoch los maldijo diciendo que extranjeros venidos del oriente a rescatar el corazón de su hijo Copil matando a los aztecas para recuperar Tenochtitlan. El pueblo azteca en su sincretismo unió ambas leyenda atribuyendo nombre y función al Héroe Tolteca mitificado como Quetzalcóatl.

Entonces se había entronizado una clase social conocida como los pipiltin o pilli, grupo integrado por elementos de los

Calpolli, o grupos familiares con relaciones comunitarias sujetas a divisiones territoriales, una unidad administrativa que funcionaba como una corporación que controlaba distintos ámbitos de la vida económica, social y religiosa del pueblo mexica. El otro grupo importante lo formaban los macehualtin

considerados de categoría inferior, aunque mantenían relaciones comunitarias estaban sujetos a poder bélico de los

pipiltin. Las guerras entre los Calpolli eran frecuentes y cruentas hasta llegar a una estabilidad relativa cuando se estableció una triple alianza integrada por México Tenochtitlan de formación azteca, Texcoco de formación tolteca-chichimeca y Tlacopan de formación residual chichimeca. Las dos primeras naciones detentaban cada uno dos quintos del poder, y el quinto restante lo tenía Tlacopan cuyo Huei-Tlatoani se inclinaba según se moviera en poder. La fracción México

Tenochtitlan estaba gobernada por el Huei-Tlatoani

Moctezuma; en Texcoco el poder lo compartían dos hermanos leales a Moctezuma: Cacamatzin o Cacama y Coanacoch, hijos de Netzahualpilli. El medio hermano Ixtlixóchitl, apoyado por los macehualtin de Texcoco y Tlaxcala acérrimos enemigos de los aztecas conspiraba contra sus medios hermanos y los aztecas.

Es en esta coyuntura política, social, religiosa y sincrética es donde se desarrolla la trama de ésta novela.

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La Despedida.

—Abuelita ¿me regala de lo que está cocinando? —un joven de unos veinte años entraba sigilosamente a una casa y pedía, en tono cariñoso a una mujer mayor que se afanaba cocinando unas tortillas sobre el comal de barro.

—¡Muchacho, me vas a matar de un susto! ¡Igualito que tú abuelo! —le respondía al joven que le plantaba un beso muy cariñosos en la mejilla tomándole la cara con las calurosas manos. Después tomó una tortilla recién cocinada, le esparció sal la enrolló haciendo un taco apretado que alargó al nieto.

—Vengo a despedirme abuelita, mañana, parto a mi primera misión. ¿El abuelo Iz?

—En la otra habitación —indicó la señora al tiempo que presurosa recogía las tortillas que quedaban en el comal —ve a verlo, acabo con estas tortillas y los alcanzo.

En el recinto, cerca de una ventana que daba al poniente, un hombre de baja estatura, moreno, de pelo hirsuto, de musculoso torso pulía con un trozo de piel de venado y cera de campeche un arco que había elaborado con la madera fibrosa de una palmera de los altos de la Sierra Nevada.

—Abuelito ¿cómo has estado? —saludó el joven. —Aquí, haciendo lo que se necesita.

—Usted no para, si no tiene que hacer se lo busca —el cariñoso joven alababa una de las actitudes característica del abuelo —habrá escuchado que mañana parto a mi primer misión —en ese momento entraba la abuela secándose las manos en un lienzo que traía atado a la cintura buscando asiento junto a su esposo, pasando su brazo por el antebrazo

I. La Despedida

del esposo, manera que tenían el matrimonio para juntos poner atención.

—A donde te envían —pregunto el abuelo.

—A la costa de oriente, con el objetivo es expandir el Imperio hacia el sur cubriéndola hasta la frontera con el imperio Maya.

—Es una misión difícil y de mucha responsabilidad. Con toda seguridad te pidieron sigilo como si fuera secreto de estado —afirmaba el señor con la intención de que su esposa tomara en cuenta que lo que iba ha escuchar tenía que quedar entre estas paredes.

—Así es, tata Iz, por eso vine a verlos ya me despedí de mí mamá. Necesito recibir los concejos del Gran General Amincatlaloc, el gran cazador Iz —la comunidad lo conocía con el nombre que él mismo se adjudicó cuando de niño se salvo milagrosamente de un rayo, con el segundo lo llamaba la familia pues cuando nació su mamá Papalotzin lo comparó con una lágrima de obsidiana. El muchacho se refría con el primer nombre a la época en que comandó, a la orden de su hermano Netzahualcóyotl los ejércitos acolhuacanos que recuperaron Texcoco de los usurpadores azcapotzalcas y con el segundo a sus dotes de hombre de familia.

—Los dejo para que conversen de cosas de hombres —se excusaba la señora para darles libertad sabedora de que a su esposo no le agradaba referirse a aquella época de violencia, el recuerdo de muchas vidas que se vio obligado a cercenar le daban nostalgia que lo amorriñaba, en ocasiones por varios días.

—¡Acompáñanos mujer! toma en cuenta que puede ser la última vez que hablemos con Cuauhtliuil —el esposo puso frente a frente a su mujer Chipicatonali con la realidad que se negaba a aceptar cada vez que alguno de sus nietos llegaba con encomienda parecida, ahora le resultaba más doloroso pues se trataba del más cariñoso de todos.

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I: La Despedida

al nieto y al mismo tiempo alejarse para que no la vieran llorar el dolor de la partida.

—Abuelito, en el calmécac, hay cursos completos dedicados a sus hazañas, empezando por la retirada cargando a tú hermano Netzahualcóyotl por la cañada, cuando mataron a Ixtlixóchitl el papá de Tío Coyote, todos los albazos que infringieron muchas bajas a los azcapotzalcas y sus aliados ¡el orgullo no cabía en mí pecho!

—¡Ha Muchacho! Si ya te lo contaron, para qué te lo repito. Uno tiene que hacer lo que debe hacer aunque no le guste. La gran Tlatoani Papalotzin, nos encargo a tú Tío Coyote aunque en ello nos fuera la vida, ahora viejo entiendo a mamá Papalotzin que anteponía la vida de su hijo mayor incluso a la nuestra, ahora tú emprendes una aventura para cumplir una de sus claras visiones. Tú tía abuela Coatlali y yo le cumplimos. Por cierto, ya te despediste de ella.

—De allá vengo. —Ya te habrá contado.

—¡Que va! Para eso es más reservada que usted. Lo que me recomendó fue: “amar a la vida. Es la única recomendación que puedo hacerte. Para la Señora Chicomecoatl, nuestra madre tierra, cada cosa, mineral, vegetal o animal, tiene un lugar en el universo. El único que parece no saberlo es el hombre que destruye sin razón y sin sentimientos. Eres como un aguilucho parado a la orilla del nido dispuesto a titarse al vació a enfrentar su destino. En cuanto hace su primer vuelo ya no podrá regresará al nido, sus mismos padres se lo van a impedir. Estará solo pero vigilado y cuando llegue el momento buscará a su pareja con la que fabricará y compartirá un nuevo nido para vivir juntos para siempre”.

—Usted y mi abuelita, mi tía y el tío Huitzilihuitzin son como esas águilas imperiales que han hecho pareja para vivir siempre juntos. Tío Abuelo Coyote, tuvo muchas esposas. ¿Qué es lo correcto?

—Varias razas han llegado a esta tierras en tres invasiones: la que llegó por el sur cuando explotó el Xitle, la

I. La Despedida

tolteca-chichimeca, ahora la mexica y esperamos una más que vendrá del mar oriente encabezada por los descendientes de Ce Acatl-Topilítzin-Quetzalcoalt. Cada una de estas razas aporta su sangre y su cultura. Los chichimecas y mexicas aceptan que un hombre tenga varias mujeres, así era su cultura y así la trasmiten a sus hijos en pactos de sangre. La ley de los antiguos maceguales, sólo permite una esposa; yo seguí la ley de mis primeros abuelos. En el calmécac habrás conocido a todos los hijos de tú tío Netzahualpilli.

—No abuelito. Es imposible, son muchísimos. —Y a los parientes de Tlaminca y Tequexquinahuac. —¿De lo hijos suyos y de Coatlali? a todos.

—Esa es una diferencia de peso cuando quieres crear un imperio en donde necesitas que el calpixque de turno pertenezca a un calpolli que sea leal definitivamente es más seguro si los une la sangre.

—¿Quién te manda? ¿Cacamatzin o Coanacoc?

—En una ceremonia muy secreta me entregaron este bastón de mando que tiene el del anciano Netzahualpilli con este códice que me proclama señor de los poblados que adicione el Imperio Cuando me nombraron dijeron que fuera ha hablar con tío Ixtlixóchitl para que me orientara.

—¿Qué te dijo Ixtlixóchitl?

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I: La Despedida

los convencí. No me siento bien con una escolta de jóvenes de mi edad.

—Ya estás sintiendo lo que es tener poder, de primero que te quita es libertad —sentenciaba el abuelo —así que aun estás a tiempo de renunciar o pedir otra misión.

—No tata, creo que puedo manejar el poder sin sacrificarme ni sacrificar a los míos —respondió firmemente el joven.

—¡Tatas, Tatas! ¿Por donde andan? —se escucharon voces desde la puerta.

—¡Aquí en la estancia —respondió el abuelo, también a voces —Es Huitzilitzin el hijo menor de Cotlalope, parece apurado…¿Qué querrá?

—¡Aquí estás! Te anduve buscando —exclamó el recién llegado enfrentando a Cuauhtliuil —¡Yo me voy contigo! — afirmó determinado.

—¿Qué te vas conmigo…? ¿Vas a vender o a comprar? Pregunto Cuauhtliuil.

—Si me aceptas en tú misión ¡me voy contigo! De consejero.

—¡Válgame Monoyocoyani! Ahora son dos hijos los que se nos van —exclamó con voz angustiada desde la cocina Chipicatonali.

—¡Claro que acepto! Quién mejor que tú tío… ¿no tendrás problemas?

—Cuando fuiste a ver a tío Ixtlixóchitl yo no estabas, te acababan de asignar la guardia. Hable con él y me costó convencerlo, me recalcaba “a mí quién me va a ayudar” pero al fin accedió diciéndome: “sigue los pasos de tú padre y oye el corazón de tu madre y me dio un bastón de comando” me insistió mucho en que tú —refiriéndose al sobrino —llevas el mando del grupo, de eso estoy bien claro.

—¿Ya le dijiste a tú mamá? —inquirió el abuelo. —¡Eres su pequeño!

—Sí Tatas, pareció que lo sabía, me dio un abrazo y un beso diciéndome al oído “las historias se repiten”. Me preguntó

I. La Despedida

que iba a pasar con mí familia, le respondí: en cuanto me coloque vengo por ellos, mientras se los encargo, si no es molestia.

—Tú mamá ya es mayor, no deberías cargarle trabajo — sentenció el Tata.

—Esta bien hijo, si esa es tú decisión y tú mamá no puede, nosotros le ayudamos con Yoyolin y los chamacos —tercio la Nana.

—Ven como Coatlali no está sola, ustedes le ayudarán. —Tengo una duda —dijo el Tata —Huitzilitzin, eres seis soles mayor que Cuauhtliuil y además su tío, respóndeme con el corazón: ¿Estás dispuesto a obedecerlo? Y no me refiero porque lleva mayor jerarquía, sino por que estás convencido que es el indicado para esta comisión.

—Estoy convencido, he aprendido a profundizar en los sentimientos de los hombres, él tiene el juicio y don para mandar. No huyo o escapo, si eso le preocupa tío. Voy en busca de un destino.

—Mis años de experiencia me permiten dárles un consejo —habló con mesura el abuelo. —Cuauhtliuil ¿cuánto tiempo pasaste para atrapar a un gorrión con la mano?

—Como dos años y medio —respondió el joven.

—Entonces ¡la historia que cuenta mamá es cierta! — intervino incrédulo Huitzilitzin.

—Son ciertas, pero temperamentos como el tuyo Huitzilitzin no están hechos a esperar dos años y medio para atrapar un gorrión con las manos. A ¿quién crees que le regalaba los pajarillos que atrapaba?

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I: La Despedida

—Hijo déjame seguir para que el consejo les sirva. ¿Y cuando agarraste a tú primer gorrión, que sentiste? —preguntó a Cuauhtliuil.

—Abuelito, el primer pájaro que atrapé fue un verdugo, ya me estaba desesperando pues los gorriones no llegaban hasta la mano. Al verdugo lo engañé usando un par de escarabajos vivos que até a mis dedos. El pájaro se descuidó jalando a los escarabajos que no podía llevarse y que ¡cierro la mano! El fregado casi se me escapa, son forzudos y aguerridos. Me le quedé viendo, lo revisé todito, todito, desde el pico bigotón hasta las patitas garrudas, le arranqué una pluma remera y lo solté.

—Este es mi consejo: sean pacientes esperando el momento y no sacrifiquen vidas cuando haya otra salida. — Con parsimonia, el abuelo se levantó y dirigió a la pared en donde colgaba sus enseres de caza, descolgó un hermoso arco, su carcaj, y una bolsita de cuero. Entró a su habitación regresando con otra similar. Dirigiéndose a Huitzilitzin le dijo: —Para esta decisión tan de improviso no estaba preparado. Toma hijo, este es mí arco y carcaj, ha muchos años que ha estado conmigo. Es el arma del cazador, deberás dispáralo cuando no haya otra forma de resolver las cosas. Toma estas piedras de espíritus que usó mi padre hasta el día que murió, se que Papalotzin tú gran abuela lo aprobaría, que la sabiduría que acumularon de aquel hombre bueno e inteligente te guíen en las decisiones que habrás de tomar, nunca las he abierto y te ruego que no lo hagas para que conserven su poder. Para ti Cuauhtliuil Mí Águila del Amanecer, prepare este arco y carcaj, más pequeño, tira corto pero es más apropiado para las selvas en que van a andar, requiere de más fuerza y habilidad. Toma las piedras mágicas que escogí en mi iniciación — Amincatlaloc, vació el contenido en su mano tomando piedra a piedra que entregaba a Cuauhtliuiln explicando las razones de su elección: —una lágrima de obsidiana por Papalotzin quién me bautizó como Iz, un pedazo de pedernal que significan control del fuego y las emociones, y un ópalo por aquél rayo

I. La Despedida

que se compadeció de mí. —Regresó las gemas a la bolsita de cuero que pasó por el cuello del joven Águila del Amanecer.

Cuauhtliuil se sacó del cuello una bolsita similar de color más claro, tomando la mano del Abuelo, vació el contenido diciéndole:

—Una lágrima de obsidiana por el hombre que me enseño a cazar; un pedazo de pedernal porque con él aprendí a atemperar mi carácter y un ópalo porque mi destino es el mar. Así Tata no queda desamparado, me llevo su espíritu y le dejo el mío que son uno. —Chipicatonali, lloraba haciendo un esfuerzo por hacerlo silenciosamente, a Colibrí Veloz se le atravesó un tarugo en la garganta, el abuelo y el nieto se abrazaban fuertemente.

Iz tenía que pensar en otra cosa para que a él y a su nieto no les ganara el en agua en los ojos, cambiando radicalmente de tema preguntó a su nieto: —¿Y que va a pasar con Iztayahui?

—Saliendo de aquí voy a verla. Le ofreceré compromiso y vendré por ella cuando me haya ubicado.

—La quieres para esposa o para concubina.

—¡Para esposa abuelo! Así me han enseñado y seguiré la costumbre de nuestros mayores.

—Por lo que dices ella no lo sabe.

—No abuelito, ahora es que le hablaré, hemos conversado pero no hay compromiso. Ya se nos hace tarde —dijo incluyendo al nuevo compañero —Huitzilitzin los acompaña mientras hablo con Iztayahui.

—Chipicatonali, ve a llamar a Iztayahui y te fijas quién anda rondando, el viento me ha traído voces desconocidas. No deben tener malas intenciones pero hace rato que vigilan la casa —pidió Iz a su esposa.

—Coltzin Amincatlaloc ¿cómo es que el viento té habla? —preguntó admirado Huitzilitzin.

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I: La Despedida

vivir muy cerca de Cuauhtliuil en situaciones en que sus vidas dependen de la habilidad para apreciar lo que la naturaleza comunica, ya pronto lo aprenderás.

—¡Eso no es nada! ¡Puede predecir la lluvia por el rumor de las ranas o sapos en sus madrigueras. ¿Por qué crees que se autonombró Cazador del Rayo? Después te cuento, o que te lo explique el abuelo mientras hablo con Iztayahui.

Una grácil joven de escasos quince años entraba a la habitación precedida de la abuela. Respetuosamente saludo a todos empezando por el del jefe de la casa quién le dijo: — Iztayahui aquí Cuauhtliuil —señalando con la mirada al nieto —quiere hablarte. Ya te enterarás y no te aflijas, nosotros hablamos con tus papás. —Iz le daba importancia a su esposa cuando el asunto en cuestión era familiar, contrario a la costumbre generalizada de ignorar a la mujer. —Pasen a la recámara de Chipicatonali y siéntanse con la confianza que la situación requiere.

La joven pasó recelosa a la otra habitación seguida de Cuauhtliuil quién le dijo para calmarla: —Mí abuelito está un poco sentimental porque mañana salimos, mi tío y yo en nuestra primera misión y porque piensa en usted.

—¡En mí! ¿Por qué? —habló extrañada la muchacha —a caso yo me voy a ir con usted.

—De eso quería hablarle —anticipo el joven —desde pequeños, cuando la veía jugar con sus amigas llamó mi atención y creo que no le soy indiferente. Todo el tiempo que pase en el calmécac me moría de rabia al pensar en que pudiera corresponder a otro. Cuando venía al pueblo, preguntaba a mis hermanas por usted y me llenaba el alma viéndola hasta mi próxima salida franca. Últimamente hemos conversado siempre acompañados, o por sus hermanas, o por sus amigas, o por sus papás y no he encontrado la ocasión de decirle que me gustaría que aceptara ser mi esposa.

—¡Dios santo! —exclamó la joven —no va a querer que me valla con usted.

I. La Despedida

—¡No por dios! Eso sería lo último que le pediría. ¡Como la voy a enfrentar a lo desconocido! Le suplicaría que considere un compromiso formal y sin fecha definida para que sea mi esposa. No se cuanto tiempo me lleve, si vivo y considero que ya no correrá peligros vendré a pedirle a sus padres que me la entreguen por esposa en un pacto de por vida en donde todo lo que tenga será suyo, si usted así lo decide. Como escucho al abuelito, el respalda mi compromiso y concertará con sus papas lo necesario. ¿Usted que decide?

—¿Siempre es así de intempestivo?

—¡Me considera intempestivo! cuando mi cariño la viene pastoreando desde que mudó los dientes.

—¿A caso yo lo sabía? Además de intempestivo es timorato.

—¡Válgame, mal empezamos! Pues sí, la inseguridad que no me acepte me hace ser imprudente, pero ya no tengo tiempo. Debe decidirlo ahora, iré lejos a zonas peligrosas y no me haría nada de bien estar pensando a quién le dará su cariño, además me empujaría a cumplir prontamente las metas para venir por usted y me acompañe hasta donde el destino nos abra la puerta. Probablemente viviremos lejos de esta tierra. Es seguro que el Huei-Tlatoani me hará su calpixque. Esto significa que debo quedarme en la ciudad en que me nombre. Ese es mí probable destino y es lo que le ofrezco.

—Siendo ya calpixque tendrá que aceptar otras esposas, como todos lo hacen —sentenció Iztayahui.

—No soy como todos, el único pacto de vida que haré será con nuestra familia. Nunca la rebajaré a pelear por un lugar en la casa o en la cama, usted será la única.

—Vea a su tío Netzahualcóyotl y a nuestro Huei-Tlatoani

Netzahualpilli, cuantas esposas he hijos han tenido.

—Sólo vea a los hijos de Amincatlaloc y Cuautlalope, todos se han unido bajo la ley antigua.

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I: La Despedida

—Tiempo es lo que me hace falta, mañana al medio día salimos, así que quisiera que en esta habitación me de una respuesta.

—¡Me está presionando! —Le digo la verdad.

—Y por qué no se queda y vivimos en este país.

—No sería el compañero que usted merece. Debo cumplir mí destino a la orilla del mar, y se lo ofrezco con todo mi amor.

—Tata Amincatlaloc qué le dijo.

—Muy poco, pero me hizo guardián de sus espíritus. —El coltzin le dio sus piedras de espíritus.

—Sí, y le di las mías. Si lo quiere ver así, los espíritus que han guiado a Amincatlaloc nos guiarán a nosotros.

—¿Cómo que nos guiarán? ¡Se los entregó a usted! —Si me acepta, serán de los dos.

—Verá Cuauhtliuil, yo también me enamoré de usted desde que fue a su iniciación a la que nuestras familias fueron juntas. Cuando salió del templo traía un resplandor alrededor de su cuerpo que lo hacía ver mayor, desde entonces lo he amado, trataba de ocultar mis sentimiento para que no se fuera a burlar de una mocosa macegual pretendiendo al sobrino de un jefe de un poderoso calpolli. Claro que lo esperaré cuanto sea necesario. Me duele dejar Tlamica y a mis familiares pero acepto unir mi destino al “Águila de la Mañana” si me promete que seré su única zohuatl.

—¡Le prometo que será mi única mujer y compañera! Que el espíritu de Papalotzin, la gran Tlatoani, madre de Iz me reclame si miento.

—No meta a su mayor abuelita, con que usted me lo prometa es suficiente. “¿Cómo si no lo conociera?” —terminó la frase con un murmullo hablando para sí.

—¿Qué dijo?

—Nada. Y abreviemos que se le hace tarde.

El joven se sacó la bincha e iba a desprender la pluma de águila que le dieron al graduarse en el calmécac e identificaba

I. La Despedida

como oficial primero, para entregársela a Iztayahui en señal de compromiso. La joven lo interrumpió.

—¡No me dé ningún símbolo! Su palabra es casi suficiente.

—¿Y que falta para que sea suficiente?

—¡Esto! —la mujer tomó la cara del joven entre sus recias manitas de campesina inmovilizándolo y plantándole un apasionado y torpe beso en la boca. El joven la abrazó impulsivamente y respondió con la misma pasión pero con besos más torpes. De improviso la joven se retiró, tomándolo de la mano lo llevó afuera de la habitación diciéndole a Iz:

—Tatas Amincatlaloc y Chipicatonali, pueden hablar con mis papás para que me dejen vivir en esta casa hasta que me vaya con mi esposo Cuauhtliuil, si no les estorbo.

Chipicatonali se levantó de la estera con la agilidad de una quinceañera, abrazando a la pareja y plantándole un sonoro beso a la muchacha le dijo: —¡Claro que sí hija mía! Si lo prefieres así. Aunque Cuauhtliuil no te obligaría.

—¡Me obligo yo! No importa que todo el mundo sepa que me comprometí con su nieto, ya me deberán considerar como su esposa —mucha determinación para una adolescente.

—Hijos, deben partir —anunció el abuelo, los van a abordar un par de jóvenes que están rondando la casa hace un buen rato, vayan preparados, no se los dejen acercar ni ustedes los vayan a emboscar, no son de aquí cerca, yo diría que vienen del rumbo de Tepetlaoxtoc. No les digo más y váyanse.

Los jóvenes recogieron sus arcos y carcaj, dieron besos a los abuelos, Hutzilitzin se adelantó para dar espacio a que su compañero se despida de su prometida quién lo acompañó hasta unas retamas en donde se despidieron con un apasionado beso.

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I: La Despedida

llevarlos a su presencia en la residencia de Amanalco. Esperamos que no opongan resistencia.

Huitzilitzin se mantuvo en tensión y dispuesto a defenderse hasta que Cuauhtliuil le dijo: —Nos están apresando los oficiales de la escolta que nos acompañarán en nuestra comisión.

—¡Porque diablos no se presentan! —regaño Huitzilitzin. —Seguro así se los ordenaron. Alguno de ustedes díganle a mí tío cuál fue la orden del Tlatoani —solicitó Cuauhtliuil al la pareja que los detenía.

—¡Que buscáramos a nuestro capitán y lo lleváramos a su presencia…¡ ¡Por las buenas o por las malas!

—¿Hubieran sido capaces de someternos? —preguntó Huitzilitzin.

—No se si hubiéramos podido someterlos, por como toman el arco se ve que no son legos en la batalla. Si les aseguro que estamos dispuestos a perder la vida por cumplir la orden.

—¿No es cierto que hace dos días el Tlatoani los comisionó como patrulla a la orden de este capitán? —les dijo Hutzilitzin refiriéndose a Coauhtlihuil.

—Es cosa de jerarquías y la comisión empieza mañana. Si la orden nos la diera pasado mañana, ya como miembros de su patrulla no sería acatada. Pues estaríamos bajo órdenes directas del capitán —señalando con un movimiento de cabeza a Cuauhtliuil.

—¡Qué complicada es la milicia! —exclamó Huitzilitzin —vamos a ver al primo Tlatoani —acentuando, lo de primo.

A la salida de Tlaminca se les unieron los otros tres oficiales de la patrulla saludando a quién comandaba la misión. Hasta Amanalco pasando por Tlaixpan no les llevó más de media hora a un paso en que se retaban los acompañadores y los acompañados.

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La Misión.

Un par de guardas apostados en la entrada del palacio de Amanalco reconocen a la gente de la patrulla franqueándoles la entrada conduciéndolos hasta los aposentos de Ixtlixóchitl. El

Tlatoani había ordenado una cena muy bien presentada.

—Los esperaba más temprano, la comida se ha puesto tiesa de tanto calentar —reclamaba el Señor a los jóvenes de la patrulla. — ¿En donde los encontraron?

—En casa de Amincatlaloc —Cuauhtliuil respondió por su equipo haciendo ver Ixtlixóchitl que los oficiales de la patrulla no eran responsables —nos entretuvimos oyendo sus sabios concejos y…—meditaba sí lo que iba a decir era conveniente —formalizando mi compromiso con una señorita vecina.

—Eso quiere decir que no podrás establecer pactos de sangre con algún principal de las tierras que agreguen a la cofradía obligándote a efectuarlo por otros medios.

—Si señor, es correcto.

—Que bueno que llevas a Huitzilitzin, te servirá enormidades para estos casos. A mí me van ha hacer mucha falta sus apreciaciones y acertados concejos. En política ningún consejo está de más y los comentarios deben ser apropiados y juiciosos, hay que andar adelante de los contendientes.

Estas advertencias las expresaba un mozalbete no mayor que Cuauhtliuil que por ser hijo de Netzahualpilli y una dama chichimeca, no era muy aceptado por la jerarquía azteca quienes mostraban una marcada preferencia por sus medios hermanos Cacamatzin y Coanacoc cuya madre era azteca. A estos, el Huei-Tlatoani los envió a vivir con los suegros a

II. La Misión.

Tenochtitlan, manteniendo, de esta manera, tranquilos a sus aliados aztecas quienes influirían para que llegado el momento alguno de ellos fuera elegido Huei-Tlatoani de Acolhuacan con el beneplácito de los Calpolli aztecas. Ha estas alturas, Netzahualpilli estaba muy preocupado por el poder que los aztecas querían recuperar después que su padre Netzahualcóyotl se hiciera señor de los atzcapotzalcas inclinándolos un quinto más hacia Texcoco, mediante el terror constante que causaba su poderío militar e impuestos en personas para ser esclavizados por señores pipiltin aztecas en la producción y construcción de Tenochtitlan que se erguía a pasos agigantados con el trabajo de esta económica fuerza laboral. En espera de una oportunidad para quitarse la cada vez más incómoda alianza con los aztecas, Netzahualpilli se guardaba un as bajo la manga manteniendo a Ixtlixóchitl como su calpixque al norte del país en Tepetlaoxtoc, poblado estratégico por la importancia económica de ser estación obligada para conecars con los poblados del importante país que cimentación tolteca-chichimeca de Tlaxcala, cuya posición geográfica entre las costas del mar oriente y el Valle de México lo convertían en un punto estratégico, sí los presagios de los oráculos se cumplían.

Dando tiempo para degustar los primeros platillos Ixtlixóchitl preguntó — ¿Qué les dijo el coltzin Amincatlaloc?

—Referente a nuestro encargo, muy poco. Se concretó a preguntarle sobre la cacería de pajarillos que le enseñó a realizar utilizando como única arma o trampa las manos y algo de comida —respondió Huitzilitzin adelantándose a su sobrino. —Mí abuelo, Netzahualcóyotl —abundo Ixtlixóchitl —nos relataba que su gran capitán Amincatlaloc, cuando era un niño cazaba pajarillos con las manos haciéndose el muerto por mucho rato, también me dijo que él nunca tuvo la paciencia. La anécdota siempre me ha parecido una exageración.

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anciano chichimeca de vivió en Tlaixpan —replicaba Huitzilitzin.

— ¡Yo he cazado pajarillos con esa técnica! —Confirmaba Cuauhtliuil —Coyote Furioso no le dijo mentiras.

— ¿Por qué ustedes dos llaman a mi abuelo “Coyote Furioso”? Su verdadero nombre era “Coyote Hambriento” — preguntó Ixtlixóchitl.

—Por escucharlo de a mi mamá y a mi tío —respondió secamente Hitzililitzin cortando de esta manera más preguntas sobre el tema que podrían resultar embarazosas. La verdad sobre la relación de sangre materna entre Netzahualcóyotl, Amincatlaloc y Coatlalope, muy pocos la conocían.

—En otra ocasión que tengamos más tiempo me lo explicas —replico Ixtlixóchitl, al notar que su consejero evadía el tema.

— ¿Van a llevar arcos en lugar de lanzas? —interrogó Ixtlixóchitl al ver las armas de los jóvenes.

—Las dos cosas —respondió Cuauhtliuil —el arco terciado a la espalda no estorba y la lanza se puede usar de ayuda al caminar y en defensa cuerpo a cuerpo, aunque, como sabe, un arco chichimeca bien utilizado es mucho más efectivo para ganar batallas que lanzas y macanas. Su uso se ha visto menospreciado porque los aztecas lo consideran un arma despreciable pues deja más muertos reduciendo por esto sus esclavos. Por cierto Tlatoani, por favor ordene que a mis hombres se les entregue un buen arco tlamincano.

Los cinco jóvenes asignados como guardia de corps de Cuauhtliuil estaban sentados en el piso sobre unas esteras colocadas en el otro extremo de la habitación terminaban sus alimentos disponiéndose a solicitar permiso para retirarse.

—¡ Cozamatl! —voceó Inxtlixóchitl hacia el grupo. Uno de los jóvenes se separó tomando su lanza, caminó unos pasos y se cuadró ante el Tlatoani. —¡Ordene que les entreguen arcos tlamincanos, carcaj y flechas! Y pueden retirarse.

Los jóvenes se cuadraron ante la mesa principal prestos a retirase. El Tlatoani confirmó con una seña de la mano. Los

II. La Misión.

jóvenes marcialmente voltearon a la derecha caminando hacia la salida cuando una voz los detuvo:

—Un momento —dijo Hitzilihitzin con autoridad —se sus nombres pero el capitán no —refiriéndose a Cuauhtliuil. —Me permito renombrarlos señalando en primer lugar a Totocahuan diciéndole: —mientras no hagan méritos para el capitán y para todos serán simplemente: Cente, Ome, Yei, Nahui y Macuilli; cuando realicen méritos para ser recordados, el mismo capitán les dará sus nombres definitivos, y estará prohibido usar otros.

Los jóvenes como estatuas movían discretamente los ojos buscando alguna expresión de protesta en sus compañeros, pues se les había despojado de sus nombres para identificarlos por simples números. De ahora en adelante deberían llamarse como; uno, dos, tres, cuatro y cinco, aun entre ellos. Cuauhtliuil extrañado miraba alternativamente a Hitziliuitzin y a Ixtlixóchitl que permanecían inmutables. Los recién bautizados volvieron a solicitar autorización para retirarse dirigiéndose ahora, a su capitán quién los autorizó con una señal de la mano.

—¡Les digo que este hombre me va ha hacer falta! — reconoció Ixtlixóchitl a su antiguo consejero después que los oficiales de retiraron —con cinco palabras has hecho que el comando del grupo pase de la autoridad superior, o sea yo, a la de su capitán y actual comandante.

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pero la gente del pueblo lo asocia con el dios. Considero que la llegada de ese héroe tolteca pone preocupación en los aztecas y esperanza en los chichimecas. Los primeros se preparan para que el imperio, en realidad dos quintos del imperio les sea arrebatado; nosotros, y hablo de los que estamos en esta habitación, debemos prepararnos para que cuando Ce-Acatl-Topilítzin-Quetzalcoatl, sus descendientes o quienes sean aparezcan siguiendo al Sol, nos los ganemos para la causa del imperio tolteca-chichimeca y terminar de una vez por todas con los abusos de los aztecas. Su misión concreta es establecer una alianza indisoluble con esos supuestos descendientes de Quetzalcóatl. Esta alianza debe efectuarse de manera tal que los señores aztecas no sospechen y además confíen en que el convenio los incluye bajo el tratado de la triple alianza. De los Tlacopanos, cuyo origen, también es chichimeca pero opuesto a la causa acolhuacana, esto es a Texcoco, yo me encargaré cuando llegue el momento

Tres jóvenes, confabulaban para borrar del imperio gobernado por la triple alianza Tenochtitlan, Acolhuacan y Tlacopan, a los aztecas y azcapotzalcas, usando sus mismas armas, la psicológica mediante un oráculo que auguraba el fin de una era azteca y los medios inhumanos que utilizaban para entronizarse.

—Entenderán que por mí mismo soy incapaz de llevar a fin este plan —aclaraba Ixtlixóchitl —soy la voz y manos de alguien más poderoso. Si nuestro objetivo es descubierto, este mismo poderoso los apresará y liquidará para cubrirse las espaldas.

—Cuauhtliuil, en el calmécac fuimos muy buenos amigos, después notaste, indiferencia y hasta rechazo de mi parte. Así lo planeo una poderosa maquinaria política que desde hace mucho tiempo fue orientada para que fueras elegido para esta misión. La decisión de Huitzilihuil en acompañarte nos hizo dudar por un momento, sin embargo, los poderosos, consideraron que los hados estaban de nuestra parte, pues sabe de las capacidades políticas e intelectuales heredadas del

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antiguo consejero de Netzahualcóyotl, Huitzilihuitl, tú padre Huitzilitzin. —Ixtlixóchitl le llamó Cuauhtliuil, sin relajar la jerarquía, los jóvenes se trataban como compañeros cadetes en el calmécac, eso fue cuando tenía como doce años.

—No miento si te digo que fuiste elegido desde tú nacimiento y no por tus méritos que no son pocos. No lo digo para que te envanezcas, sino para que aceptes con humildad el designo de los dioses. Para bien o para mal, los augures predicen que una descendiente tuya, unirá su sangre con un descendiente de Ce-Acatl-Topilítzin-Quetzalcoatl para forjar una nueva y poderosa nación. Sería preferible que fuera varón, pero sobre el designo de los dioses, los humanos no tenemos ingerencia. En el Teocali así se han determinado. Como lo escuchan —Ixtlixóchitl continuó sus revelaciones —lo que es un augurio de muerte para los aztecas, es una ilusión de vida para nosotros, los toltecas-chichimecas. Cuauhtliui y Huitzilitzin no está por demás que les exija que esta revelación deberán mantenerla en secreto, ni sus familiares más íntimos deberán conocerla.

—La misión se facilitará consolidando el Imperio Tolteca-Chichimeca a lo largo de la costa del mar oriente, desde el río Pánuco por el norte hasta unirse con nuestros aliados los mayas en el río Mezcalapa al sur. La misión no es fácil y deberán cumplirse en poco más o menos treinta años tiempo en que se predice el arribo de Quetzalcóatl o sus descendientes a las costas del país Maya.

—Me estás diciendo —replicó Cuauhtliuil —¿qué en treinta años debo tener una heredera casadera?

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de terceros y les insisto ¡nadie deben saber de nuestro proyecto¡ Deberán convencer a los pobladores que ser aliados del Acolhuacan los protegerá de la barbarie de los aztecas o de pueblos vecinos sojuzgados por estos para cumplir, y esto tienen que recalcarlo, sus exigencias esclavistas, que será siempre un argumento de mucho peso a nuestro favor. Entre más pueblos se adhieran a la causa, más y mejores argumentos para que nuestro Huei-Tlatoani negocie con Tenochtitlan y Tlacopan cuotas de poder. No tendrán que lidiar con calpixques aztecas o tlacopanos, la zona es tolteca-chichimeca, pero siempre habrá incondicionales a los mexicas, en esta situación deberá evitar una confrontación bélica que eventualmente nos enfrentaría a nuestros cogobernadores. En estas condiciones, o cuando se suponga una ligera preferencia por aztecas o tlacopanos la negociación deberá ser política. Y en el último de los casos, aislarlos mediante un proceso de leal acercamiento con los poblados vecinos. Sigan las rutas de los comerciantes, siempre serán las más seguras, cuando un pueblo se integre como un calpixcato, deberá mantenerlo bien comunicado, esto significará establecer días específicos de mercado para que las caravanas de comerciantes se muevan desde un pueblo al otro custodiadas por nuestros soldados, idealmente un día determinado periódicamente. Los comerciantes, por este servicio deberán entregar en pago el

ome-macuilpoalli (dos tantos de cien) de la mercancía, y correr con la preparación y alimentos de la patrulla. Rutas seguras significa para los comerciantes, caminos protegidos de las gavillas de bandidos y patrullas encubiertas de soldados contrarios. Presten atento oído a las conversaciones de los comerciantes; que los calpixques intervengan y decidan equitativamente en las discusiones de estos que en su mayoría tratarán de bienes, por tanto, de fácil decisión. Entérense en cuál pueblo los comerciantes son objeto de abusos por los calpixques y autoridades, en estos casos, apresen al calpixque, confisquen sus bienes, degrádenlo a tlaimaite y envíenlo de tributo directo a Netzahualpilli con la acusación de abuso

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deshonesto, que como saben, es un delito muy penado. Castiguen a los comerciantes que eleven el valor de los bienes, si es vecino del pueblo, adviértanle una sola vez, si reincide confisquen sus bienes; si es extranjero, confisquen la mitad de su mercancía y que las patrullas avisen de su actuación en todos los pueblos para desterrarlo, no nos interesan los comerciantes abusivos. Me parece que Huitzilitzin puede encargarse del trato comercial y Cuauhtliuil de impartir justicia. Sean estrictos pero justos con los oficiales y soldados; que mantengan sus armas en perfecto estado; que nunca estén ociosos, ejercítenlos para las batallas; a los más indisciplinados pónganlos a realizar trabajos de ingeniería militar, especialmente construir caminos y cuarteles. Los militares no deberán abusar de los civiles so pena de perder sus beneficios; si reinciden degrádenlos a mayeques obligándolos a cumplir el

cente-tlacatl (trabajo comunal por dos años). Si desertan o huyen durante una batalla, degrádenlos a tlaimaites y envíenlos al Tlatoani sin importar si son acolhuacanos o locales. No ejecuten a ningún militar o civil por mayúsculo que sea el delito, la justicia la hará el Huei-Tlatoani de Acolhuacán. Un militar nunca deberá embriagarse aunque la festividad lo permita, la primera vez se le amonesta, la segunda se aplica el

cente-tlacatl y la tercera se degrada a tlaimaite enviándolo al

Tlatoani. Los capitanes podrán gozar de un viaje a su país con escolta cada cinco años, siempre que sea posible, se les proporcionarán los tlaimaites para trasportar los bienes que haya acumulado; también, si así lo desean, podrán llevar a sus familias y pertenencias, en todos los casos los gastos correrán por cuenta del calpixcato.

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siempre como macegual. Si cae en batalla, su familia recibirá una parcela de tierra de la comunidad para que la explote sujeta al cente-cempoalli que son los impuestos usuales para los maceguales. Estos soldados estarán sujetos a un capitán acolhua que les iré proporcionando según vayan requiriendo. Los naturales pueden llegar a capitanes por méritos y gozar de los beneficios que tienen los acolhuas, esto quiere decir que pueden llegar a ser pilli con todos los beneficios que esto significa. En fin, necesitamos un ejército bien alimentado, ordenado, eficiente y contento. Esa será tú labor Cuauhtliuil. Van a adentrarse en terrenos desconocidos, según dicen, de clima muy húmedo, donde abundan enfermedades y fieras que no conocemos. Por esto, es muy importante que elijan muy bien a sus guías y chamanes. Patrullas extraviadas y hombres enfermos no sirven a la causa. Debo advertirles sobre las leyes y la religión. En el Acolhuacán ha funcionado mantener dos leyes, la desarrollada por los naturales y aplicada por un concejo del pueblo y supeditada a la otra para los tolteca-chichimecas, que aplica el Huei-Tlatoani. Algo similar debe aplicarse en los calpixcatos, mientras no quebranten una ley tolteca-chichimeca, permitan que los pueblos apliquen las propias. Lo mismo será para la religión, no interfieran ni pretendan cambiar sus creencias. Cuando el desarrollo de un calpixcato lo amerite o el concejo del pueblo lo solicite, se enviará a su solicitud maestros o sacerdotes con sus familias. Los niños maceguales desde los ocho años, podrán asistir sin distinción de sexo, al Tlamantlicali un logro del abuelo Netzahualcóyotl como obsequio a la mamá de su capitán general, ¿cómo es que se llamaba? —dirigía la pregunta a los jóvenes quienes respondieron al unísono:

—Papalotli.

—Los impuestos son necesarios para mantener al imperio operando. He conseguido de Netzahualpilli, que por cinco años los calpixcatos de reciente ingreso al Acolhuacán apliquen todo el cente-cempoalli al desarrollo del mismo, esto incluye las construcciones de defensa bélica, vías de comunicación y los

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Tlamantlicali, después se tomará el ome-cempoalli usual. Deben aplicar el impuesto del cente-tlacatl a cada familia con al menos un hijo varón trabajando para que la comunidad de esta manera se fortalezca, así mismo para evitar la vagancia, estos recibirán trato de mayeques con trabajo remunerado. Los borrachos y revoltosos sin distinción de sexo, deberán cubrirlo como castigo con trato de tlaimaites. No tengo más que agregar —terminó con alivio Ixtlixóchitl diciendo: —Los lineamientos son muy parecidos a los que se aplican aquí, en Acolhuacán. No creo que tengan problema para recordarlos.

—Las diferencias son claras —replicó Huitzilitzin sin contradecir a Ixtlixóchitl.

—Terminemos la comida con tranquilidad, bebamos un poco. Si ya se despidieron de sus familias les aconsejo que duerman aquí y mañana temprano se van a Tepetlaoxtoc, junto con su patrulla, ya está todo dispuesto para su partida. La advertencia final: de hoy en adelante no saldrán a ningún lado sin escolta aunque no les agrade, nuestra causa se soporta en ustedes y a ella le pertenecen. El capitán Cente como le nombraste —dijo Ixtlixóchitl dirigiéndose a Huizilihuin — conoce todos los movimientos para preparar una caravana de comerciantes y caminantes. Yo llegaré alrededor del medio día para darles la salida y entregar públicamente los bastones de presentación.

Ixtlixóchitl despachó a toda la servidumbre, solos y sin pendientes, los tres amigos departieron alegremente hasta bien entrada la noche en que se retiraron a sus dormitorios.

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II. La Misión.

— Hutzilitzin, ya va a amanecer, es hora de que te levante y alistes, el agua está deliciosa.

El joven se levantó soñoliento, sin entusiasmo se dirigió al temascal para bañarse con abluciones en la pileta que servía como escurridero tomando agua de unas tinajas destinadas a guardar el agua fría para las abluciones posteriores al baño ceremonial. En cuanto metió la jícara a la tinaja se dio cuenta de lo helado del agua, que por los comentarios de Cuauhtliuil supuso atemperada, con toda la de fuerza de voluntad que era capaz se sometió las abluciones de agua helada que cumpliendo su oficio lo despertó completamente.

Ya dispuestos a marchar salieron del aposento, una niña que ya pintaba para ser una hermosa mujer les avisó: —el

Tlatoani nos advirtió que les tuviéramos listo el desayuno previniéndonos de que su sobrino el más joven era muy madrugador. ¿Si es su deseo, acompañarme?

Los jóvenes regresaron a dejar sus escasas pertenencias al aposento siguiendo a la joven hasta la estancia en donde una mesa de patas cortas estaba repleta de alimentos. Los jóvenes con el apetito de su edad dieron parte de las viandas. Poco antes de finalizar, Cente se presentó a dar parte diciendo: — Estamos listos —dos de los oficiales ya portaban las pertenencias de los capitanes. Dando las gracias a los espíritus de los alimentos y a las personas que los prepararon los jóvenes iniciaron la ruta a su incierta aventura.

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La Partida.

A paso montuno marcado por Cuauhtliuil entró la patrulla a la vacía plaza de Tepetlaoxtoc.

—¿Qué pasa Cente? Llegamos muy temprano —pregunto Huitzilitzin con la respiración un poco agitada por la competida caminata.

—Si señor, es aun muy temprano. Vayamos a la casa de la guardia —aconsejó el joven oficial.

Llegaron a la entrada de un austero y amplio edificio que hacía las veces de cuartel. —¡Aquí la patrulla del capitán Cuauhtliuil pidiendo entrada franca! —Informó con voz de mando Totocahuan, el ahora teniente Cente.

—No los esperábamos tan temprano. El oficial les acompañará ante el jefe —respondió el interpelado señalando a su compañero.

—¡Síganme! —Respondió el guardián con el tono seco del militar que cumple una orden. Se adentraron en el edificio hasta un aposento austeramente amueblado diciendo a los capitanes —esperen un momento mientras localizo al jefe — abriendo la puerta y mostrando un poyo a los jóvenes. Los oficiales de la patrulla esperaron firmes en el patio. Al momento entró con paso marcial un hombre de edad madura presentándose y diciendo a los jóvenes capitanes: —Llegaron muy temprano, apenas estamos preparando a los acompañantes. El jefe de ellos estará aquí en unos instantes.

III. La Partida.

No tuvieron que esperar, un hombre de mediana edad con atuendo de mayeque acomodado se paraba en la puerta pidiendo permiso para entrar.

—¡Pasa! —ordenó el jefe. Dirigiéndose a los capitanes — le presentó Initlacua conocido por su habilidad para preparar banquetes con un poco de cualquier tipo de comida, será su jefe de asistentes nombrado ex profeso por el Tlatoani. Es muy trabajador y servicial, hasta hora el encargado del abastecimiento del palacio de Ixtlixóchitl.

El recién llegado miró de reojo a Hutzilitzin quien habló con mordiente incredulidad: —¡Con que usted va a ser NUESTRO ABASTECEDOR! —dijo Huitzilitzin, seguro que Ixtlixóchitl desconocía algunas otras habilidades del proveedor.

El jefe sorprendido miró con fiereza a Initlacua quien también era conocido como Tlacuache, por su habilidad de echar para su saco cualquier cosa, según él, mal acomodada preguntándole con tono sentencioso: —¿Qué le hiciste al

Tlatoani Hiutziltizin?— El Tlacuache turbado empezaba a balbucear una justificación, pero se adelantó Huitzilitzin, dirigiéndose al jefe:

—No importa jefe, si Ixtlixóchitl lo eligió como proveedor de nuestra patrulla habrá descubierto en este tunante más HABILIDADES de las que yo he sufrido de su parte. De una vez queda advertido: en cuanto lo descubra en una tlacuachada va a sufrir las consecuencias de la justicia y te darás de santos si quedas rebajado a tlaimaite juzgado.

Initlacua quiso justificarse pero fue interrumpido por el jefe diciéndole sentenciosamente:

—Grave ha de ser lo que le hiciste al capitán. Así que mejor no digas nada y atente a la advertencia del señor. Le encargaré a Totocahuan que te respire en la nuca e informe a los Tlatoani cualquier tlacuachada que hagas. Ve por tú gente para que salgan de una vez.

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III. La Partida.

—Tres juegos de arcos, carcaj y suficientes flechas para mis oficiales —pidió El Cuauhtliuil —y que sean de Tlaminca o chichimecas.

—Señor, sus oficiales llevan el mejor escudo, cuchillos de obsidiana, las mejores lanzas y buenas macanas, creo que los arcos serán un estorbo.

—Aunque lo sea, lo han de llevar —concluyo el capitán. El jefe salió a dar las órdenes pertinentes.

Ya solos, Cuauhtliuil preguntó a Huitzilitzin: —¿De donde conoces al Tlacuache? ¿Y qué te hizo?

Huitzilitzin le contó: —Recién llegado a este calpixcato mataba el tiempo un día de plaza caminando entre los puestos. El taimado Tlacuache se me acercó haciéndome conversación. Es muy ameno, conversador, simpático y descarado, al grado de atreverse a hablarte sin solicitar autorización. El tunante se me acercó muy zalamero, “señorcito, disculpe el atrevimiento, no le interesaría una capa lindamente bordada para atajar el frío de este invierno”. No le hice caso para quitármelo de encima, pero insistió “jefecito, cómpreme la tilmita, es muy fina, seguro le queda como mandada ha hacer”. Pues si, la tilmita, era una capa de muy buena calidad, bien terminada y me sentaba como mandada ha hacer.

—¿Se la compraste?

—Se la cambié por la que traía y un tejo de plata. El taimado me pedía además, la cadenilla con la que aseguraba la prenda y casi me convence. Muy satisfecho de la compra me puse la capa carmesí ajustándola con la cadenilla; parecía un príncipe. Terminé mi paseo y regresé al palacio a continuar una reunión interrumpida con Ixtlixóchitl, muy orondo con mi capa nueva. Apenas entre me dijo “¡qué bonita capa, en donde la compraste”. En el mercado, le respondí inocentemente. “Y ¿te salió muy cara?” nuevamente me pregunto. ¡No, mi capa vieja y un tlaco de plata! Le respondí. No me preguntó más, pero me veía con una cara de incredulidad burlona.

—Cuando está de vena, Ixtlixóchitl es muy insidioso— apuntó Cuauhtliuil.

III. La Partida.

—¡Y que me lo digas! Ya me tenía escamado y de mal humor. Entonces llamó a un guarda diciéndole algo en tono tan reservado que no alcancé a escuchar. Pasados unos momentos entro el guarda casi arrastrando por el brazo y propinándole enérgicas sacudidas a Initlacua. Nuestro aprovisionador, al verme cambió de rojo colérico a blanco cera. Ixtlixóchitl en tono burlón le preguntó “Tlacuache: ¿conoces al Tlatoani? Es mi nuevo consejero”. Debe haber sentido que se le caía el

maxtle, estuvo por negarse, pero Ixtlixóchitl me vio tan indignado y encolerizado que de una buena vez le dijo. “Regrésale lo que le sacaste por la capa”. “¿Pero señor? A usted le entregue el monto por lo que me encargó venderla ¡uno le hace la lucha” le respondió. Una mirada severa lo obligó a desenrollar un atado, regresándome la capa. ¡Hijo de su abuela! Me hizo ver como tonto; si no hubiera estado en presencia de Ixtlixóchitl, lo apaleo. El jodido había sacado suficiente de otras cosas que le mandaron vender para quedarse con la capa, que al final decidió venderme. Ixtlixóchitl lo castigó severamente, creo que lo mandó a azotar, no porque lo deseara, sino porque tenía que aplicar la ley al abuso de confianza calificado que dicta esa pena. Nuestro amigo le tiene mucha confianza, sabe que en el trasiego de las mercancías algo se le queda, pero dice: “lo que consigue para el palacio cubre con creces lo que se queda en su saco”. El Tlatoani me aconsejo diciéndome “Hitzilitzi, el Tlacuache es muy leal, te puede ser de utilidad en el futuro. Por la capa no te preocupes te asienta muy bien, es bonita y su precio ha sido cubierto”. Después de esta recomendación le regresé la capa vieja, el tejo de plata ya estaba en la bolsa de Ixtlixóchitl.

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III. La Partida.

para entregarnos a su aprovisionador, espía y comunicador: el macegual Initlacua.

Regresó el jefe del cuartel anunciando: —Capitanes, sus órdenes se han cumplido, se han entregado los tres juegos de arcos para sus oficiales y el personal de ayuda, dos tlaimaites

para cada integrante de la guardia un mayeque para cada uno de los capitanes e Initlacua como jefe de estos. Todo el grupo estará comandado por Totocahuan al que llaman ustedes Cente. Los jóvenes capitanes se despidieron marcialmente del jefe. A la salida del recinto, se encontraron con un ordenado grupo de personas. Los oficiales en cuanto lo vieron tomaron su lugar en una fila, atrás de ellos los tlaimaites con compactos atados de poco más o menos veinticinco kilogramos con ropa, dos juegos de armas y un escudo, los mayeques a un lado de los oficiales con un atado del mismo peso, armas de mejor calidad y los arcos que les regalo el abuelo Iz.

—Señores, asistentes —hablo con voz de suficiencia Cuauhtliuil dirigiéndose a mayeques y tlaimaites que de momento no comprendieron que se referían a ellos — entreguen los escudos y las macanas, —la orden se ejecutó prontamente. —Señores oficiales, entreguen a sus asistentes las lanzas y tomen un arco y un carcaj con una carga completa de flechas, un trozo de piel de venado y una porción de cera de Campeche. De hoy en adelante, esa será su principal herramienta de trabajo, cuídenla, quiéranla y aprendan a manejarla con eficiencia.

—Con su permiso señor capitán —habló uno de los

mayeques dirigiéndose a Cuauhtliuil —no encontramos flechas para este arco —mostrando el que el abuelo Iz regaló a Huitzilitzin.

—Con su permiso señor Cuauhtliuil —interrumpió Tlacuache, —ya mandé un propio para conseguirlas por tierras chichimecas. Y me atreví a sugerir que fueran a casa de su abuelito Amincatlaloc para que ayudada a localizarlas pues no son muy comunes. También me permití cambiar a un asistente de los capitanes por otro de Tlaminca de una familia que se

III. La Partida.

dedica a fabricar arcos, para que enseñe a los compañeros a fabricar flechas y el mantenimiento de los arcos.

—Bien hecho Initlacua, espero que siga previendo necesidades —validó la iniciativa el capitán Cuauhtliuil.

El Tlacuache mostró una cara de satisfacción, mientras Huitzilitzin miraba a su compañero haciéndole una discreta señal con las cejas, como recordándole el reciente comentario acerca del jefe de asistentes.

El grupo apresurado pero con movimientos precisos reacomodaron las cargas, los asistentes llevaron los sobrantes a las bodegas. En pocos momentos la formación estuvo lista para la revisión que realizo Cente. Al terminar informó: —Señores, todo está listo.

—De la orden de partir —con esta acción, Cuauhtliuil definía la cabeza de jerarquía como jefe de oficiales.

Al entrar en la plaza causaron un rumor de inquietud pues usualmente las patrullas de protección eran más numerosas. Cente desplegó a sus hombres, quienes sin necesidad de instrucciones tomaron diferentes rumbos acercándose a los grupos preguntando a los comerciantes su nombre, el tipo de mercancías y el destino final. Los tlaimaites permanecieron de pie al cuidado de los bultos colocados a un lado. El Tlacuache, como abeja entre flores se perdió entre la multitud acercándose a uno, conversando con otro, intercambiando saludos y artículos. Hacia el medio día, el grupo se rehizo a la vera de sus capitanes quienes se habían acomodado bajo un fresno observando la diligencia de sus oficiales y lo abigarrado de la caravana.

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III. La Partida.

similar a la que había vendido el Tlacuache a Hutzilitzin. Precedía a un anda con un trono para el Tlatoani, ricamente adornado pero vacío que Ixtlixóchitl no usaba aunque tenía que llevar para cumplir con lo que el protocolo exigía para su calidad. Un rumor de respeto, admiración y hasta un poco de veneración corrió entre los comerciantes acompañada de una ceremoniosa genuflexión. El cortejo se sitúo en la cabecera de la plaza en donde un personaje de la corte anuncio: —El Huei-Tlatoani de Tepetlaoxtoc —al que siguió una aclamación de la multitud.

—Señores comerciantes —inició su perorata Ixtlixóchitl —con seguridad han notado que la escolta es pequeña con respecto a la que usualmente los acompaña. Sin embargo, está formada por lo más granado de nuestro ejército quien los protegerán de los ataques de las gavillas y patrullas disfrazadas de bandidos de los enemigos del país. Partan con la confianza que yo mismo he depositado en estos hombres.

Después, un sacerdote ante el silencio de la multitud que respetuosamente inclinaba la cabeza, invocó a los dioses la protección para los viajeros sahumeriando y pidiendo protección a cada uno de los puntos cardinales.

Al terminar, Ixtlixóchitl bajo a donde permanecían firmes los oficiales de la patrulla. Dirigiéndose a Cuauhtliuil le saludó tocándole el hombro entregándole ceremoniosamente un bastoncillo ricamente detallada con el símbolo de Huei-Tlatoani de Acolhuacán, Netzahualpilli que le había solicitado la noche anterior y otro, menos ostentosa con su símbolo del

Tlatoani Ixtlixóchitl a Hutzilitzin que los acreditaban como sus embajadores plenipotenciarios. Hutzilitzin se quedó viendo con admiración su bastoncillo de mando, no le cabía duda que el poder hace milagros, la obra de arte que significaba el labrado e incrustaciones de oro, plata y piedras preciosas se había elaborado en muy corto tiempo.

Ambos agradecieron la joya, el símbolo que les otorgaba poder absoluto de calpixques y embajadores de importantes gobernantes. Los jóvenes lo guardaron en el maztle. Dos

III. La Partida.

atléticos individuos que portaban una maletilla atada a la espalda se separaron del grupo parándose atrás de los capitanes.

—Estos son los correos —anunció Ixtlixóchitl —llevan códices para el señor Cacamaxtli Huei-Tlatoani de Tlaxcala. —Acercándose a los jóvenes hablándole con voz muy baja le dijo: —Y para tú padre Cuahutliuil quién los espera en ese país preparando la primera misión para el grupo. —Después hizo una seña a Initlacua para que se acercara. Con una deferencia que no se usaba con los maceguales, Ixtlixóchitl formalizaba la encomienda del proveedor, tal vez para que prevaleciera su interés por sobre las diferencias que pudieran quedar entre Huitzilitzin e Initlacua. Ixtlixóchitl bajó del podio dirigiéndose majestosamente hacia su palacio seguido de la regia cohorte de acompañantes. Cuando se perdieron al dar vuelta en una esquina la caravana con todo se puso en movimiento:

Los comerciantes comprobando bultitos entre sus maztles, los mayeques girando instrucciones a sus séquitos de porteadores, quienes asistían a sus compañeros para aupar pesados bultos a la espalda hasta que el cargador de ixtle quedaba apoyado firmemente en la frente. Lentamente, el grupo se fue haciendo una fila flanqueado, de trecho en trecho, por alguno de los oficiales al que seguían sus asistentes. Al frente Cente, a media columna Cuauhtliuil con un mayeque y en la retaguardia Huitzilitzin. El que no apareció fue Initlacua quién se había adelantado con dos de los tlaimaites asignados a los capitanes para preparar la llegada en la próxima estación.

Entrada la tarde entró la caravana de comerciantes a las afueras de Apipilhuasco, generalmente la primera estación cuando las caravanas tenían la importancia de ser encaminadas por el calpixque de Tepetlaoxtoc quién solía dar la salida hacia el medio día. Empezaron a formarse grupos de conocidos que se acomodaban alrededor de una fogata en la que se cocinaba o calentaba los fiambres para la cena que, generalmente, hacían en grupo sentado alrededor del hogar. En otras lo hacían los

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III. La Partida.

por parejas, dos oficiales cenaban y descansaban mientras los otros dos hacían guardia acompañados de sus asistentes. Los capitanes hicieron un recorrido por la caravana, conversando con los comerciantes y atendiendo a sus solicitudes, se escuchaban insistentes preguntas sobre el destino final de la caravana, pues únicamente les habían cobrado la protección hasta Tlaxcala. Estos daban excusas, asegurando que se les daría protección hasta el lugar que hubiesen contratado siempre que estuviera dentro de la federación acolhuacana. Ya entrada la noche, se dirigieron al sitio en donde les informaron acostumbraban pernoctar las patrullas, bien conocido por los asistentes mayeques quienes como sombras de sus capitanes, no se despegaban, siempre atentos a cualquier solicitud. ¡OH Sorpresa! Initlacua estaba terminando de acomodar los utensilios para la cena de los señores. Más sorpresa fue el banquete de suculenta codorniz preparada en salsa de jitomate, pulque y chile chipotle con tortillas de maíz azul. Del opíparo banquete, los capitanes comieron frugalmente, según lo recomendado cuando se está en campaña.

—Initlacua reparte el sobrante entre los oficiales y ustedes. Y te felicito por la deliciosa codorniz. Has hecho honor a tu nombre In-tlacualli —felicitaba Cuauhtliuil a su recién conocido proveedor. —Más tarde nos buscas para concretar las obligaciones de tú trabajo.

Los capitanes conversaron sobre los sucesos de día, y sobre todo, en el inesperado banquete, por cierto, muy abundantes en los pastizales de la zona que daban el nombre al pueblo. Ya adelantada la noche se presentó Initlacua anunciándose: —Ya terminé el trabajo del día. ¿De qué querían hablarme?

—Deseamos, o mejor dicho quiero saber cuales serían tus obligaciones con la patrulla —interrogó el capitán Cuauhtliuil.

—Le he servido a Ixtlixóchitl el calpixque de nuestro

Huei-Tlatoani Netzahualpilli como proveedor desde que llegó a Tepetlaoxtoc. He estado al servicio de palacios casi desde niño donde me acomodó mi padre que se dedicaba al comercio.

III. La Partida.

Como a los dos días Ixtlixóchitl preguntó al mayordomo de la casa sobre alguna persona que le hiciera algunas compras personales. Estaba cerca y sin querer… —Initlacua tomo un respiro para pensar muy bien su discurso, dando un giro completo s sus pensamientos, continúo de la siguiente manera: —¡Capitanes, vamos a pasar mucho tiempo juntos y es preferible que no me ande por las ramas! Cuando un servidor del palacio se transforma en invisible, es decir: aunque le miren no le ven, aunque le oigan no escuchen y aunque los toquen no lo sientan, quiere decir que es un excelente y confiable empleado pero no pasará de eso. Mi vida en palacios me ha enseñado a ver, escuchar y sentir todo lo que pasa a mí alrededor, para esperar el momento apropiado y utilizar en beneficio propio todo lo visto, escuchado y sentido. En cuanto llegó Ixtlixóchitl al calpixcato procuré mantenerme cerca de él para aprovechar la ocasión y subir algunos peldaños en la categoría de servidumbre. Un día ordenó al mayordomo de la casa “búsqueme alguna persona para que vaya a Texcoco a conseguirme unas cosas” ahí estaba la oportunidad, me acerqué y pidiéndole disculpas al mayordomo le dije “señor, si a usted le parece y el mayordomo da su autorización, yo puedo hacerle la diligencia”. Como pensé, preguntó al mayordomo “¿te parece qué este descarado servirá?” Mi señor, le dije adelantándome al mayordomo, no desconfíe de su servidor, me siento capacitado para ir a donde me mande y hacer lo que usted pida. “¡Lo que yo quiera!” exclamo como para probarme. Le respondí: “lo que usted quiera siempre que no sea ofender a los dioses o la memoria de mis antepasados”. Seguramente le caí bien pues ya no preguntó más y me hizo el primer encargo. Me fui ganando su confianza haciendo las cosas, al parecer del señor Ixtlixóchitl más qué bien. Y así hubiera seguido si no se me atraviesa en la plaza el señor Huitzilitzin.

—¡Tú fuiste quién se atravesó en mi camino! —intervino retador el capitán.

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