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CAPÍTULO 7. JUAN, INTÉRPRETE NO-LITERAL

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© HarperColling, 2013

© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [40]

C

APÍTULO

7.

J

UAN

,

INTÉRPRETE NO-LITERAL

No podemos ser místicos cuando nos aproximamos a Dios, y ser a la vez literales con los símbolos que usamos a propósito de Dios. De hecho, la idea misma de lo místico significa que las palabras no pueden capturarlo. El misticismo expande las palabras más allá de sus límites normales, y llama al místico hacia la experiencia definitiva de la falta de palabras. Lo mejor que las palabras pueden hacer es señalar, más allá de ellas mismas, a una nueva realidad que las palabras nunca podrán contener ni siquiera describir. La interpretación literal sugiere que las palabras, que son sólo indicadores, pueden hacerse concretas y establecer de este modo suposiciones que nunca se pueden demostrar. La interpretación literal nos constriñe a la presunción de que cualquier forma religiosa puede no sólo captar la verdad sino también explicarla completamente.

Las distorsiones que el literalismo crea inevitablemente son, precisamente, las que generan la mayor violencia religiosa. El literalismo religioso requiere líderes y escrituras infalibles; por eso siempre es enemigo de la fe, que es básicamente lo opuesto a la seguridad y a la certeza. El Evangelio de Juan, quizá más que cualquier otro texto bíblico, se burla del literalismo, ridiculiza constantemente la interpretación literal. Si intentamos leer el Cuarto Evangelio con cualquier tipo de literalidad, perderemos su significado profundo. La mirada mística nunca es una mirada literal, y este Evangelio es el producto de una mirada mística y, más específicamente, de una mirada mística judía.

Los occidentales tenemos tan profundamente arraigada la visión literal o cuasi literal de la historia bíblica que no podemos superarla fácilmente en nuestras lecturas. El reconocimiento de los aspectos no literales de la tradición evangélica en general, y del Evangelio de Juan en particular, viene acompañado, normalmente, por un sentimiento de culpa y, a veces, incluso de desesperación, y esto caracteriza a los creyentes tradicionales. Algunas personas profundamente religiosas responden a las ideas contrarias a una interpretación literal del cristianismo incluso con ira, y eso es un claro indicio de que se ha perturbado su seguridad religiosa, no la verdad religiosa en sí. Así pues, dejadme comenzar este capítulo sobre la lectura no literal del Evangelio de Juan con algunas declaraciones destinadas a ser provocativas, y estoy seguro de que lo serán.

La mayoría de los estudios bíblicos actuales indica que Juan Bautista no fue consciente de ser el precursor de Jesús; que, en Caná de Galilea, no hubo agua que se transformase en vino; que Jesús nunca reprendió a su madre porque su “hora aún no había llegado”; que Jesús nunca expulsó, literalmente, a los mercaderes del templo, ni al comienzo de su ministerio, tal como asegura Juan (Jn 2: 13-22), ni tras su entrada en Jerusalén, tal como cuentan los otros evangelios (Mc 11: 1-19; Mt 21: 1-13; Lc 19: 28-46); que Jesús nunca identificó su cuerpo con el templo; que Jesús no tuvo nunca una conversación con alguien llamado Nicodemo ni con una mujer samaritana, junto a un pozo; que Jesús nunca dio de comer a una multitud multiplicando unos pocos panes y peces, ni

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© HarperColling, 2013

© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [41]

comparó su carne con el pan, ni su sangre con el vino; que nunca entabló, con los habitantes de Jerusalén, una discusión sobre sus orígenes, ni nunca dijo ninguno de los “Yo soy” que se le atribuyen; que nunca devolvió la vista a un ciego de nacimiento, ni nunca resucitó a un hombre llamado Lázaro; que no hubo una entrada triunfal en Jerusalén; que no tenemos ni idea de lo que Jesús dijo, ni si dijo algo, en la cruz, y, por último, que no hubo una tumba para él, proporcionada por un hombre rico, llamado José de Arimatea.

Lo que hemos estado haciendo al tratar como reales los hechos narrativos que acabo de inventariar ha sido confundir relatos y parábolas con textos de historia. Hemos fallado al reconocer la influencia de la liturgia y de la predicación en el retrato que las Escrituras nos hacían de Jesús. Nos hemos equivocado al interpretar la necesidad de la gente del siglo I de crear imágenes inolvidables de Jesús y de los que se decía que habían estado con él. No hemos comprendido que estas imágenes se habían formado gracias a las Escrituras judías, transformadas después por los miembros de la comunidad joánica según las expectativas mesiánicas que encontraban su cumplimiento en la figura de Jesús.

Cuando la gente escucha la enumeración que acabo de hacer –y que se puede ampliar todavía más–, a menudo responden con una mirada sorprendida y unas preguntas obvias: ¿qué es mentira?, ¿qué es verdad?, ¿qué es real?, ¿podemos confiar en algo? Estas preguntas revelan que la mayoría de nosotros leemos la Biblia con una serie de hipótesis literales. Cuando los expertos bíblicos nos muestran nuevas posibilidades, los literalistas experimentan como si les removieran los cimientos hasta dejarles sin ellos, y el creyente siente que la tierra tiembla bajo sus pies. Esta sensación, si no se afronta, convertirá en fundamentalistas a todos los que quieran seguir siendo creyentes.

La mayor parte de los cristianos, según mi experiencia, es fundamentalista aunque en diferentes niveles. Para algunos, cada palabra debe interpretarse literalmente y no cabe ninguna desviación de esta norma. Para otros, la demarcación no es tan rígida; reconocen que algunas frases bíblicas son “formas de expresión”; por ejemplo, cuando Pablo dice “orad sin descanso”, no significa que tengamos que estar las veinticuatro horas de los siete días de la semana rezando. Otros, que saben que, hasta que el recuerdo de Jesús se puso por escrito, pasaron entre cuarenta y setenta años, o que saben que los primeros textos de los evangelios están en griego, un idioma que ni Jesús ni sus discípulos hablaron, tienen un tipo de fundamentalismo más relajado. Por eso, no tienen problema en ver, en los milagros, por ejemplo, unas creaciones literarias ilustrativas más que unos acontecimientos sobrenaturales sucedidos al pie de la letra. Otros trazan un límite para defender la historicidad del nacimiento virginal o la resurrección física.

Estoy actualmente convencido de que el Evangelio de Juan cuestiona la interpretación literal e invita al lector a un encuentro radical y estrictamente no literal con Jesús de Nazaret. Este Evangelio ve en Jesús una invitación y un paso para entrar en una nueva dimensión de lo que significa ser humanos. Esta invitación a ir más allá de la interpretación literal es un tema joánico constante.

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© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [42]

Dejadme desmenuzar algunos pasajes que aclaran este punto en vuestra conciencia.

En la conversación entre Jesús y Nicodemo (Jn 3), se le retrata a éste como alguien que aún no está dispuesto a convertirse en un discípulo. Sin embargo, va a visitar a Jesús “por la noche” para presentarle sus respetos y hacerle una pregunta. A lo que parece, Jesús le responde: Nicodemo, no tienes los ojos que pueden ver o la conciencia capaz de captar la respuesta, “debes volver a nacer”; debes cambiar tu modo de mirar. Pero, como Nicodemo es un literalista, Juan le hace responder: ¡Nacer otra vez! ¡Es absurdo! Yo soy un hombre viejo. “¿Puedo acaso entrar otra vez en el vientre de mi madre y nacer por segunda vez?” El literalismo nunca puede asumir este tipo de transición. Nicodemo elige permanecer en la oscuridad.

El mismo concepto se desarrolla, de forma diferente, en la historia de la samaritana en el pozo (Jn 4). Al parecer, la samaritana, que también es literalista, es quien también inicia una conversación con Jesús. Jesús le pide agua para saciar su sed. Ella le recuerda que los judíos no se tratan con los gentiles, y Jesús le responde: “Si conocieras el don de Dios y quién te dice ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva”. La samaritana, de pensamiento literal, lo mira, escucha sus palabras, pero no entiende su significado porque su mente está encerrada en su prisión, y por eso responde (libremente traducido): “¡Quién habla! ¡Si ni siquiera tienes un cubo!” Una vez más, el redactor evangélico ridiculiza la interpretación literal de lo que Jesús dice.

La perspectiva no literal encuentra una nueva expresión en la misma narración cuando los discípulos de Jesús lo encuentran hablando con la samaritana y se quedan estupefactos al ver cómo viola los protocolos culturales. En este caso, la transgresión se debe más a que es una mujer que a que es samaritana (o gentil). Los discípulos están preocupados porque Jesús no tiene comida y le exhortan a comer. Él procura elevarlos por encima del crudo nivel del literalismo y responde a su preocupación diciendo: “¡Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis!”. Pero los discípulos se dicen unos a otros: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Así queda desenmascarada de nuevo la interpretación literal.

Una y otra vez Juan insiste en el tema. Jesús les dice a los judíos de Jerusalén que asisten a una fiesta judía sin nombre: “Vosotros investigáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna” (Jn 5: 39). Ése es el comportamiento del literalismo bíblico: citar la Escritura, mostrar lo familiarizado que se está con “la palabra de Dios”. Justificar los prejuicios con el perfume de la Biblia; eso es lo que hace el literalismo. La verdad definitiva, sin embargo, no se puede captar con palabras humanas finitas. Las Escrituras apuntan a la verdad, pero no pueden captarla. La verdad siempre quebrará la interpretación literal de la Biblia. El Cuarto Evangelio afirma que las Escrituras señalan lo que Jesús ha venido a revelar, pero sus oyentes nunca lo verán hasta que sus ojos se abran a una realidad que la interpretación literal nunca puede ver.

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© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [43]

Jesús identifica más tarde el significado de su mensaje con su carne y su sangre, al decir a sus discípulos que deben comer su carne y beber su sangre. Ésta es, dice, “la puerta de la vida eterna” (Jn 6: 54). Los discípulos escuchan esto como si fuera una especie de canibalismo, algunos por eso se van y otros lo juzgan “un lenguaje duro”. Pero, lo que es, es interpretación literal.

Jesús en el Cuarto Evangelio desenmascara la interpretación literal, mientras que la religión, entonces y ahora, se esconde en ella. Juan no está a favor de la interpretación literal. Su comprensión de Jesús no trata de lo que Jesús dijo o hizo literalmente. Juan es un escritor judío, que escribe un libro judío que transciende en cada punto la interpretación literal, y que dibuja sus imágenes más importantes basándose en el misticismo judío, buscando contar la vida de Jesús como la de quien trasciende limites, rompe barreras y nos invita a un nuevo espacio que él representa. Este Evangelio no trata de Dios que se hace humano, de Dios que se hace carne y se disfraza de ser humano. Trata de la presencia divina en el hombre, que lo llama a una nueva comprensión de lo que significa la divinidad. Trata de la necesidad de sacar a Dios del cielo y redefinirlo como la última dimensión del ser humano. Trata del espíritu que trasciende los límites de la carne, no en un sentido piadoso o religioso, sino porque la abre a todo lo que significa ser humano. Quiere presentar a Jesús como la puerta de una nueva conciencia, que es también una puerta de acceso Dios, al que podemos percibir como una conciencia universal.

Así pues, para leer este evangelio, debemos dejar de lado, con un acto radical de lealtad, el literalismo, la interpretación literal. Probablemente no haya una sola palabra en el Cuarto Evangelio que Jesús haya dicho alguna vez. Los compañeros del “Jesus Seminar” dejaron esto claro cuando publicaron su monumental trabajo Los Cinco Evangelios9. Usando su sistema de codificar con colores10, marcaron en rosa (el color para un texto que puede estar cerca de ser

algo dicho por el Jesús histórico) sólo una frase de Jesús en todo el evangelio de Juan, y era una frase autorreferencial y que no formaba parte del núcleo del mensaje de Juan (Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su tierra, Jn 4: 44). Todas las demás frases de Jesús en el Cuarto Evangelio están coloreadas en gris o negro, lo cual indica que pueden reflejar lo que Jesús quiso decir, pero que él nunca las dijo. Aceptar este evangelio como completamente no literal cambiará completamente nuestra visión del mismo, pero nos introducirá en el núcleo de esta obra mística judía. Veremos el viaje de Jesús hacia la realidad de Dios no sólo como un viaje más allá de la interpretación literal, sino también como un viaje más allá de la Biblia, más allá de los credos, más allá de la doctrina y más allá de la religión. Será un viaje hacia la vida, hacia una conciencia mayor, hacia una realidad que nos impregna y para la cual hemos empleado tradicionalmente la palabra “Dios” a manera de símbolo.

9 Funk, Robert y Hoover, Roy. The Five Gospels: What did Jesus really say? New York: MacMillan, 1993.

10 El rojo significaba que el texto parecía ser una palabra auténtica del Jesús histórico. Rosa significaba que estaba cerca de las palabras de Jesús, pero la historia las ha moderado. Gris significaba que no había indicios de que esta palabra fuera auténtica de Jesús. Y negro significaba que no había forma de que el Jesús histórico hubiera podido decir aquello.

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© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [44]

Pero, antes de terminar este capítulo sobre la interpretación literal, necesitamos considerar otra dimensión del Cuarto Evangelio y afrontar una segunda pregunta. Si, en la historia real, Jesús nunca pronunció ninguna de las palabras y frases registradas en el evangelio de Juan, como estoy seguro de que sucedió, entonces, ¿qué tenemos que hacer con los personajes que salpican el paisaje joánico y a través de los cuales el autor nos cuenta su historia? Algunos de estos personajes no aparecen en ninguna otra fuente cristiana de la que tengamos constancia; y otros, que aparecen en otros escritos cristianos previos, sin embargo, el Evangelio de Juan los ha redefinido con imágenes que antes no se les había aplicado. ¿Qué tenemos que hacer con unos y con otros? En el caso de los primeros, ¿cuántos de esos personajes –debemos preguntarnos– son simplemente símbolos o creaciones literarias, pintadas por el autor y su espléndido talento, pero no más reales que Hamlet, Lady Macbeth, Jane Eyre, Nicholas Nickleby, Sherlock Holmes o Harry Potter? En el caso de los personajes de la segunda categoría, debemos preguntarnos cuántos de ellos, ya introducidos en la tradición pero que Juan menciona, contienen una redefinición que procede de la historia. Un libro que se esfuerza en alertarnos contra la lectura literal de sus páginas, seguro que también querrá invitarnos a no literalizar a los diversos personajes que aparecen brevemente en él.

A lo largo de mi libro analizaré estos personajes con más detalle. Yo creo que son claves para la parte del evangelio de Juan llamada el Libro de los Signos, y que va del capítulo 2 al 11. Juan abre la posibilidad de que ninguno de estos personajes sea una figura histórica, al presentar a su primer personaje misterioso en el capítulo 1 y al introducir su último personaje misterioso en el Discurso de Despedida.

A ninguno de estos dos joánicos “cierra-libros”, que el Cuarto Evangelio usa para enmarcar su narración, lo había mencionado anteriormente una fuente bíblica. El introducido en el capítulo 1 se llama Natanael, nombre que significa “regalo de Dios”. El introducido en el Discurso de Despedida no tiene nombre, es “el discípulo amado” o “el discípulo al que Jesús amaba”. Como “discípulo amado” es crucial para el clímax de este Evangelio, pero dejaré la discusión sobre él para cuando salga al final del relato de Juan.

Natanael, sin embargo, aparece en el primer capítulo, a mi modo de ver, para darnos una clave que nos permita comprender todos los personajes que aparecen en el Libro de los Signos y que desafían nuestra lectura literal de los mismos. Natanael no es un personaje histórico, sino un símbolo que une el cristianismo primitivo con la comunidad joánica.

En primer lugar, observad lo que el autor dice sobre Natanael. Así como dijo que Andrés trajo a Pedro a Jesús, el texto dice que Felipe trajo a Natanael a Jesús. La invitación de Felipe a Natanael va acompañada de estas palabras: “Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado” (Jn 1: 45). Natanael pone reparos. No se convertirá rápidamente. Al escuchar a Felipe que Jesús es de Nazaret, Natanael expone sus prejuicios anti-galileos: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” (Jn 1: 46). No obstante, acompaña a Felipe a ver a Jesús.

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© Traducción: Asociación M. Légaut J. S. Spong, El 4º evangelio (Distribución : https://johnshelbyspong.esextractos del libro) - pág. [45]

Cuando llegan, Jesús dice de Natanael, sin ninguna introducción: “Ahí tenéis a un israelita en quien no hay engaño” (Jn 1: 47). Sorprendido por esta atribución por parte de alguien a quien nunca había visto antes, Natanael pregunta: “¿De qué me conoces?” (Jn 1: 48), a lo que Jesús responde: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Debemos saber que “debajo de la higuera” es sinónimo del lugar donde los rabinos estudiaban la Torá. Seguro que esto no se dijo para que se leyera de forma literal.

Natanael, inmediatamente, estalla en una extravagante confesión de fe: “Rabbí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel” (Jn 1: 49). A estas palabras, Jesús responde: “¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Mayores cosas has de ver” (Jn 1: 50). Entonces, para no mantener en suspense a los lectores, Juan hace decir a Jesús cuáles serán esas grandes cosas: “Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre” (Jn 1: 51). Es una referencia a la conocida visión de Jacob en el libro del Génesis, una referencia popular en el misticismo judío, que aparecerá una y otra vez en el evangelio de Juan.

Una presentación tan extraña, nos lleva a preguntarnos quién era Natanael para el autor del Cuarto Evangelio. ¿Acaso una persona real? Juan lo incluye sin dudar entre los doce. Está entre los primeros llamados a ser discípulos. Sin embargo, su nombre no se menciona en la lista de los doce de los otros evangelios, ni en ningún otro sitio fuera de esta narración. Según Juan, Jesús mismo es quien lo llama, personalmente, al discipulado. Al comienzo es alguien que se opone y que se muestra desdeñoso con cualquier hombre de Nazaret, pero al final se va convencido, no por los discípulos, sino por el mismo Jesús. Su retrato lo muestra como predestinado para ser cristiano, incluso mientras está involucrado a fondo en el estudio de la Torá bajo la higuera –en otras palabras, escondido entre las sombras de la ley–. Descrito como un “israelita en el que no hay engaño”, Jesús le predice que verá el cielo abierto. ¿Podría ser Natanael un símbolo de otro, de alguien que hubiera jugado un papel importante en la historia cristiana y al que Juan busca honrar como un antepasado escriturístico suyo? Creo que al menos es una posibilidad, en la que me introdujo E. F. Scott, un estudioso canadiense de comienzos del siglo XX11.

En toda la historia bíblica, sólo se describe a una sola persona en términos tan extravagantes y su nombre es Pablo (cuya auto-descripción es notable). “Un hebreo hijo de hebreos”, Pablo dice de sí estar poseído por el celo de la ley, y superar “en judaísmo a muchos compatriotas de mi misma edad” (Ga 1: 14). Pablo confiesa “en cuanto a su relación con la ley”, ser intachable (Flp 3: 6). ¿Quién sino él podría ser, entonces, el “israelita en el que no hay engaño” (Jn 1: 47)? Pablo, según los Hechos de los Apóstoles, tuvo además una visión que consistió en ver que “el cielo se abrió” y que Jesús se le apareció. Juan, por tanto, quizá quiso honrar a Pablo en su primer capítulo, aunque no lo nombrase por su nombre porque, al fin y al cabo, no estaba de acuerdo con el sentido que éste daba a la salvación y porque, además, no hay datos de que Pablo hubiese

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conocido a Jesús en vida. Con todo, pese a estas dos razones, es posible que Juan quisiera, por un lado, dejar constancia de su gratitud hacia Pablo y, al mismo tiempo, indicar a sus lectores que su evangelio no podía leerse literalmente. Tal es mi suposición, sólo suposición. Sin embargo, creo que, a medida que avance este libro y presentemos y examinemos otros personajes joánicos, se verá que esta suposición es digna de tenerse en cuenta.

Para llevar esta suposición un paso más allá, el último Pablo –el autor de la Epístola a los filipenses– comenzó a virar en una dirección mística que lo conecta más profundamente con la comunidad joánica. Habla de Jesús como despojándose de Dios (Flp 2: 5-11) y de que Jesús, de alguna manera, comparte la naturaleza divina de Dios. No parece que Pablo sea el autor de la Epístola a los efesios12, pero este texto se encuentra a mitad de camino entre Pablo y Juan.

Habla del Dios que nos eligió antes de la creación del mundo, y el Prólogo de Juan parece un eco suyo. El tema de esta Epístola es que Dios nos ha “hecho conocer, en toda sabiduría y percepción, el misterio de su voluntad de acuerdo con el propósito que él describió en Cristo, como un plan para la plenitud de los tiempos, para unir todas las cosas en él” (Ef 1: 10). Esta Epístola es, pues, un gran paso hacia la cristología mística de Juan en el Cuarto Evangelio.

Hay una importante tradición que localiza la comunidad joánica, y por tanto al escritor del Cuarto Evangelio, en Éfeso. No quiero adelantar conclusiones, sino simplemente aludir a la posibilidad de que el último Pablo se moviera en una dirección mística y de que el autor del Cuarto Evangelio quisiera reconocer su dependencia, en este aspecto, de la enseñanza de Pablo. Por eso introdujo un personaje, hasta entonces desconocido y sin precedentes, al que llamó Natanael, “un regalo de Dios”, y luego contó la historia de su llamada a seguir a Jesús, que sería entendida (por los iniciados) como un homenaje a Pablo. Al menos, estamos listos para aceptar que Juan llenó su obra de personajes literarios y no históricos, que utilizó para construir su interpretación de Jesús. Con esto, ya hemos introducido el evangelio de Juan, sus métodos y sus técnicas. Entramos a continuación en el Libro de los Signos, en el que comienza a tomar forma las ideas de Juan.

12 No estamos seguros de que esta Epístola estuviera originalmente destinada a la iglesia de Éfeso y muchos estudiosos creen, además, que no la escribió Pablo sino uno de sus discípulos. El documento, sin embargo, se terminó en Éfeso.

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