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Longo Dafnis y Cloe

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D A F N I S Y C L O E

# AQUÍLES TACIO

L E U C I P A Y C L I T O F O N T E

JÁMBLICO

B A B I L O N Í A C AS

(RESUM EN DE FO C IO Y FR A G M EN TO S) IN T R O D U C C IO N E S, TR A D U C C IO N ES Y N OTAS DE

MÁXIMO BRIOSO SANCHEZ

Y

EMILIO CRESPO GÜEMES

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Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por F r a n c i s c o R o m e r o .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1997.

Las traducciones, introducciones y notas han sido llevadas a cabo por:

M á x im o B r i o s o S á n c h e z (Dafnis y Cloe y Leucipa y Clitofonte) y E m i l i o C r e s p o G ü e m e s (Babiloníacas [Resumen de Focio y Frag­

mentos]).

P r im e r a e d i c i ó n , 1982.

1 REI MPRESI ÓN.

Depósito Legal: M. 5058-1997.

ISBN 84-249-0858-9.

Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A.

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INTRODUCCIÓN

1. E l autor

De la persona y de la vida de Longo, como de los demás novelistas, no sabem os prácticam ente nada. En su caso, ni siquiera contam os con noticias -—de tan dudosa validez p o r cierto— como las que poseemos sobre Aquiles Tacio o Heliodoro. H asta el nom bre mismo ofrece dudas, aunque, si es auténtico, es con seguridad rom ano. Su p a tria pudo ser la isla de Les- bos, donde tiene lugar la acción de la novela, pero tam poco en este punto cabe certidum bre alguna, ya que Longo no dem uestra un conocimiento muy preciso de los lugares que menciona, y la elección de tal esce­ nario p ara su obra pudo ten er razones, tal vez, pura­ m ente literarias

Para su fecha no tenemos, realm ente, otros indicios que los proporcionados por la novela. D urante algún tiem po se le situó al final de la antigüedad, entre los siglos iv y v (o, a lo sumo, en el m ), pero, tras los des­ cubrim ientos que trastocaron la cronología de Aquiles

1 Es lo que cree u n autor com o Scarcella. Longo, por ejem ­ plo da una distancia entre las ciudades de M etimna y M itilene bastante mayor que la real, atestiguada por Estrabón. Por otra parte, en Lesbos, precisam ente, sabem os que por esas fechas hubo una fam ilia con el cognom en Longus.

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Tacio, presunto im itador de L ongo2, toda fecha poste­ rio r a los comienzos del siglo n i de nuestra era debe hoy descartarse. En el texto se encuentran datos m uy significativos a este respecto: así, la cantidad ofrecida p o r Dafnis (III 27, 4 ss.) p a ra su boda, que, con la inflación de la segunda m itad del siglo m , hubiese sido irrisoria; o el evidente reflejo, en la novela, de la p in tu ra rom ana de una época m uy concreta. Este se­ gundo punto tiene u n interés excepcional3, dado que no sólo Longo ha de ser agrupado con autores que, como Dión Crisóstomo, Luciano, Alcifrón, Eliano o Fi- lóstrato, revelan la directa contem plación de la p in tu ra contem poránea de tem as pastoriles y paisajísticos, sino que, además, en Dafnis y Cloe hay unos indiscutibles paralelism os entre la propia estru ctu ra de la o bra y sus descripciones y el llam ado «período pompeyano» de la pintu ra m ural del siglo n .

De este modo, Longo, al igual que Aquiles Tacio y por diversas razones, corroboradas p o r el estilo m ism o de sus novelas, debe ser incluido en el grupo de no­ velistas influidos por la Segunda Sofística y, por tanto, en el centro de la m adurez del género.

2 C f. nuestra Introducción a Aq u il e s Tacio 1 ) y n. 323

de su traducción. En cam bio, la s relaciones con Alcifrón, que levantaron en tiem pos una encarnizada polém ica (véase un am plio resum en en el preám bulo de la edición^ de Dalmeyda, págs. X V III sigs.), siguen sin perm itir una decisión clara. Si Alcifrón fue el im itador de Longo (tesis de Reich y Dal- meyda), se confirmaría aún m ás la fecha de este últim o dentro del siglo ii.

3 Cf. O . We in r e ic h, en su apéndice a la traducción de Helio- doro por R . Reym er (Zurich, 1950); B. E. Perr y, The A ncient Romances, a L iterary-historicat A ccount o f th eir Origins, Ber-

keley, 1967, págs. 350 y sig., n. 17, y, sobre todo, M . C. Mit te l- stadt, L atom us 26 (1967), 752-761.

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INTRODUCCIÓN 11

2. «Dafnis y Cloe»

Uno de los prim eros aspectos que llaman la atención en esta obra es su desvinculación del tipo de novela de m arco histórico definido (Garitón, Jenofonte de Éfeso) po r el tono francam ente intem poral del relato, que en todo caso, m erced a la guerra p articular entre M etimna y Mitilene, parece situam os vagamente du­ ran te la época de las póleis autónom as. E sta intempo- ralidad debe asociarse con el idealismo corriente del género, de tono especialm ente alto en Longo.

Sus innovaciones, muy resum idas, son varias e im ­ portantes: el argum ento es de extrem a sencillez, sin la acumulación de peripecias com ún al género; se ex­ cluyen los largos viajes, y las aventuras y peligros corridos por los protagonistas quedan reducidos a m íni­ mos y esporádicos episodios; la situación es esencial­ m ente estática, con la m ayor relevancia concedida a elem entos como el am or, la naturaleza, la religión y la música.

E n las breves líneas con que Longo introduce su novela, ésta nos es presentada, en cierto modo, como una obra de tesis: su tem a de fondo será la exposición del m isterio y del poder universal del amor. El otro gran tem a de las novelas griegas, las aventuras, queda relegado en su program a a un plano secundario.

Se ha podido decir que esta restricción tem ática es, a la vez, el punto flaco y la fuerza de esta o b r a 4, afir­ mación, a nuestro juicio, m ás veraz en lo segundo que en lo prim ero. El erotism o es el centro de la novela sin la m enor duda, y su núcleo, la pasión inocente y natu­ ral de dos adolescentes. Podrá criticarse, desde una perspectiva realista, la escasa verosim ilitud de esta

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total inocencia5, po r ru ra l y aislado que sea el medio en que los protagonistas vivan: de ahí que Longo haya subrayado ambos aspectos e, igualmente, el modo muy gradual en que se van produciendo sus contactos con otras gentes y la am pliación de su pequeño mundo. Por otra p arte, la trabajosa conquista de la experiencia erótica, en el plano teórico y en el plano práctico, no conducirá, por lo que a los dos adolescentes se refiere, a la unión sexual sino tras el legítimo m atrim onio con que la novela term ina, con lo que se cumple tanto con u na imposición social como con las norm as del géne­ ro. Así es como, a pesar de la aparente sensualidad de la novela, se preserva el principio novelesco de la cas­ tidad, aunque, como en Aquiles Tacio, el protagonista masculino responda a esta exigencia sólo hasta cierto punto. Pero, en Longo, incluso este desliz de D afnis6 tiene (lo que no ocurre en Aquiles Tacio) una plena funcionalidad, al ser un paso obligado en la búsqueda del saber amoroso.

Por lo demás, el erotism o y lo que suele calificarse de sensualidad no están (y no es una paradoja) reñidos en absoluto con la m oral. Lascivia, indecencia y otros térm inos, con que se ha creído poder describir esta obra, no son más que m anifestaciones de trasnochados prejuicios y de franca m iopía m ental, pero que han tenido una negativa influencia en la com prensión de este relato p o r los modernos. El énfasis puesto en el am or, así como en el largo proceso iniciático en este

5 Cf. I 27, 2, donde Dafnis alude al m ito erótico de Pan y Pitis en un m om ento en que él y Cloe ignoran aún el sentido de sus sentim ientos am orosos. E sta inocencia parte, evidente­ m ente, de un programa, de una parábola, cf. B. P. Reardon,

Courants littéraires grecs des IIe et ///« siéctes aprés J.-C,, Pa­

rís, 1971, págs. 380 y sig.

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INTRODUCCIÓN 13 m isterio n a tu ra l7, incluso si se descarta una interpre­ tación simbólica, corresponde a una perspectiva idea­ lista de la existencia.

2.1. El erotism o es, en Longo, aparte de las obli­ gadas resonancias literarias, una dimensión de la na­ turaleza. Y la naturaleza es un m arco utópico e ideali­ zado y, a la vez, un m odesto rincón del mundo que casi podría localizarse en un m apa. La acción tiene una clara unidad de lugar, con una renuncia sin paliativos a las ambiciones geográficas del género. Longo nos si­ túa en una comarca próxim a a Mitilene y apenas si nos perm ite alguna breve incursión fuera de ella. Pero este paraje aparece transform ado en un fondo casi pa­ radisíaco, en que los mismos peligros naturales (una loba, un reptil) h an sido relegados a simple decoración poética o a dóciles instrum entos del plan del artista; las irrupciones de la violencia (piratas, secuestros) son controladas sin m ayor esfuerzo, aun a costa de alguna m uerte o de un milagro, y hasta una guerra sin cuartel term ina rápida y generosamente, como en una edad de o r o 0.

Longo ha dotado a este lugar y a sus habitantes de los atributos de la bucólica teocritea, que ha penetra­ do, así, por única vez que sepamos, en la novela grie­ g a 9. La flora y la fauna están reducidas a la mínima expresión, a los elementos más familiares. Cabras y ovejas aparecen integradas en la vida de los protago­ nistas y poseen cualidades casi hum anas. Asistimos a comidas y fiestas cam pestres, a sesiones musicales;

en-7 Cf. P. Turner, «Daphnis and Chloe: An Interpretation», Gr. and Rom. 7 (1960), 117-123.

8 Cf. E. H. H A rG H T, E ssa ys on th e G reek Romances, Nueva

York, pág. 129.

9 Cf. E. V a c c a k e i x o , «L’ereditá della poesía bucólica nel romanzo di Longo», II M ondo Class. 5 (1935), 307-325. Véase, luego,

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tram os en los consabidos loci amoeni, de fácil propen­ sión al sim bolism o10, y tropezam os a cada paso con nom bres (Cloe, Dorcón, Driante, Ágele, Filopemen, etc.) asociados a la naturaleza.

Longo, se ha dicho, ha reem plazado a la Fortuna, tan im portante p a ra el género, p o r la naturaleza, que se manifiesta de una m anera dinám ica con el sucederse de las estaciones. El viaje típico de las demás novelas ha sido sustituido p o r un viaje en el tiempo, siguiendo el curso de los ciclos naturales u, en que se enraiza el proceso de la vivencia erótica; en cierto modo, por un viaje hacia el reino del ideal, com parable al que nos n a rra Heliodoro.

Ante esta perspectiva pierde gran p a rte de su apa­ rente relevancia la oposición campo-ciudad, tan resal­ tad a po r muchos críticos 12. Es cierto que Longo sitúa en el campo el corazón de su naturaleza y de sus for­ mas preferidas de religiosidad. Pero sin que p o r ello deba entenderse exageradam ente la ciudad como un foco negativo ni m ucho menos, tal como se refleja en la tesis de Dión en el Euboico u. En Longo, tal antago­ nismo, debe adm itirse, cumple, como tantos otros ele­ m entos en el relato, una función im portante, pero tra n ­ sitoria, Los campesinos, por m ucho que haya querido insistirse en lo contrario, no se diferencian especial­

10 Cf. W. E. Forehand, «Sym bolic Gardens in Longus'

Z)a-phnis and Chloe», Eranos 74 (1976), 103-112, que estudia su

aspecto idealista e, incluso, platonizante.

51 C f., sobre todo, el análisis de H . H . O. C h a lk , en «Eros and the Lesbian Pastorals of Longos», Journ. Hell. Stud. 80 (1960), 32-51, y R e a r d o n , C ourants..., pág. 377. El lector no podrá

m enos de pensar e n . algunas novelas m odernas y, en especial, creemos, en el esquem a muy sem ejante de B ajo las ruedas de

H . H e s s e .

12 Por ejem plo, Ha ig ü t, E ssays on the Gr. R om ., pág. 132.

13 Cf. F . Jo u a n, «Les thém es rom anesques dans Y E uboicos de Dion Chrysostome», Rev. Ét. Gr. 90 (1977), 38-46.

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INTRODUCCIÓN 15 m ente de los habitantes de las ciudades. Las diferen­ cias visibles tienen una m otivación social. En Longo cabría afirm arse que el m al (si puede usarse este tér­ mino tan im propio) es siem pre un accidente pasajero, y las manifestaciones negativas term inan por ser ab­ sorbidas por las positivas y depuradas.

2.2. Pero Longo no se lim itó a adoptar el idealis­ mo bucólico, aunque ya esta sola innovación era im ­ portante. En este aspecto, su innovación más destaca­ da consistió, además, en im pregnar de religiosidad un género que, como el bucólico, estaba, en principio, re­ lativam ente libre de ella I4. Dafnis y Cloe es, en cierto modo, u n hom enaje a la pastoral helenística, princi­ palm ente a Filitas de Cos 15 y a Teócrito. Los nom bres de los personajes (Títiro, Amarilis, etc.), en una buena proporción, proceden de la poesía bucólica; se nom­ bra, aunque de paso, Sicilia (II 33, 3), cuna del género; el texto ofrece resonancias de sus versos con una fre­ cuencia llamativa 16 y el protagonista masculino recibe el nom bre de Dafnis, todo un símbolo del m undo bu­ cólico 17. Longo ha recreado su propia Sicilia (o su pro­ pia Arcadia, si se prefiere), precisam ente en un lugar cuya sola m ención llevaba a rem em orar un pasado de

14 D e «arte secular» lo califica Th. G . Ro senmeyer, en The

Green Cabinet. Theocritus and the European Pastoral Lyric,

Berkeley-Los Angeles, 1969, pág. 148. 15 Cf. n, 70 de la traducción.

Sin que esto quiera decir que estem os, en absoluto, ante «un m osaico de frases de lo s bucólicos alejandrinos», com o sen­ tenció hiperbólicam ente Me n é n d e z Pelayo, en sus Orígenes de

la novela (II, Ed. Nac., Santander, 1943, pág. 189).

17 Cf. sobre todo, Teócrito, I 66 sigs. N ótese, además, que, según el m ito, D afnis era h ijo de una Ninfa, la cual lo expuso en el campo, y que, m ás tarde, fue m úsico y pastor; su amada Talía es secuestrada y, luego, liberada por Dafnis con la ayuda de Heracles. No es difícil adm itir que Longo (aunque en otros

m ito s y en la tradición literaria abunden ios niños abandona­

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herm osa poesía erótica (Safo), pero saturándolo de mi­ tos y de dioses.

Uno de los rasgos del género bucólico más intensa­ m ente enfatizado p o r Longo es el de la música. Pero la m úsica no se reduce aquí, en absoluto, a la de los instrum entos hum anos: abarca todos los sones de la propia naturaleza, como una m anifestación de la arm o­ nía universal. E n este punto reside, sin duda, uno de los logros m ás im perecederos de la novela y, segura­ m ente, Longo ha ido en él más allá que la poesía bu­ cólica p rec e d e n te 18.

2.3. La cuestión m ás debatida, en los últim os tiem ­ pos, acerca de la novela antigua es el de la religiosi­ dad 19. Y Longo, como Apuleyo en el ám bito latino, se encuentra en el centro m ism o de esta nueva querella que ha enfrentado a los filólogos. No podem os' tocar aquí el tem a en sus líneas generales, pero baste recor­ d ar que, en el extremo de la tesis de una in terpreta­ ción obligadamente religiosa de la m ayoría de las no­ velas, están, con los debidos m atices diferenciadores, las publicaciones de K. Kerenyi, R. M erkelbach y, con especial incidencia en el caso de Longo, las de H. H. O. Chalk, P. Turner, M. C. M ittelstadt o W. E. McCuIloh; que existen posturas m ás m oderadas, como las de B. P. Reardon o A. Geyer, y actitudes de rotunda negación, como las expresadas p o r E. Cizek o M. Berti. La base metodológica de la p rim era corriente es la lectura sim­ bólica del texto, el desentrañam iento de sus presuntas alegorías, m ientras que del lado opuesto, además de rechazarse esencialm ente la realidad de tales alegorías

w Cf., sin embargo, M. Despo rt, L 'incantation virgilienne: V irgile et Orphée, Burdeos, 1952, y la discusión sobre el tema

por Rosenm eyer, The G reen C abin et..., en su capítulo séptim o. 19 C f., p a r a u n b r e v e r e s u m e n d e l t e m a , Reardon, C ourants...,

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INTRODUCCIÓN 17 y símbolos, se realza el fin em inentem ente estético de la novela.

De hecho, ciñéndonos a Longo, es imposible saber dónde term inan el a rte y las intenciones m eram ente literarias y dónde comienza la religiosidad. En Dafnis

y Cloe se dan u n a viva devoción y una continua pre­

sencia divina (incluidos los sueños, que se anticipan a la acción); el camino hacia el descubrim iento del am or tom a la form a de una iniciación bajo la tutela del pro­ pio Eros, y puede decirse, sin hipérbole, que una de las claves de la novela es la teología de este dios. Los lugares interpretables como alusiones religiosas son nu m erosos20, aunque no todos los casos perm itan una interpretación igualmente convincente. Longo ha reem ­ plazado la m ención de la estereotipada F o rtu n a 21 de otras novelas p o r la de entidades divinas muy con­ cretas, como las Ninfas, Pan y el m ism o Eros; ha des­ crito diversos milagros y ep ifan ías22; ha salpicado su obra de nom bres propios de significado religioso, y ha m ostrado, paso a paso, cómo los poderes divinos diri­ gen benévolamente los actos hum anos, descargando su ju sta cólera sólo sobre una eventual im pied ad 23. Eros es un dios om nipresente, cosmogónico y todopoderoso, una auténtica providencia. De su elte que no se pue­

20 Véase un largo catálogo en el artículo ya mencionado («Eros and the Lesbian Pastorals...») de Chalk.

21 Citada sólo en dos ocasiones (III 34, 1 y IV 2 4 , 2 ) y sin relación con el argumento principal en ambos casos. Como bien dice Chalk (a r t. cit., págs. 33 sig.), la acción en Longo reviste la form a de un plan con una secuencia rigurosa de causa a efecto, con Eros com o m otor providencial,

22 Sobre todo, en el libro segundo. Respecto a la de Pan, en II 25 sigs., véase C . Me il l ie r, «L’épiphanie du dieü Pan au I iv r e

II d e Daphnis e t Chloé», Rev. É t. Gr. 88 (1 9 7 5 ), 121-132.

23 Los dioses m ism os aparecen purificados en Longo: nó­ tese, por ejem plo, qué lejos está, en él, Pan de ser «taladro de pastores», com o lo denom inó obscenam ente Calímaco (fr. 689

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den negar las m últiples concomitancias entre el texto de Longo y las form as religiosas contem poráneas, ha­ bida cuenta, sobre todo, de que estam os en una época no sólo de profunda religiosidad, sino de fuerte ten­ dencia al sincretism o y al m onoteísmo, lo que justifica, hasta cierto punto, que se intente in terp retar el fondo piadoso de Longo como una m anifestación de los m is­ terios dionisíacos. Pero es ésta, a nuestro juicio, la cuestión más polémica del tem a, ya que, si se sigue p o r esta vía exegética, han de aceptarse todas sus con­ secuencias y, entre ellas, la de ver, no sólo en Dafnis y en Cloe, sino en los demás personajes y en cada ob­ jeto y en cada palabra, no elem entos de una novela con una m ayor o m enor dimensión religiosa, sino autén­ ticos símbolos de una doctrina trascendente. E sta arriesgada conclusión, sum ada a las indem ostrables hi­

pótesis a que algunos se e n tre g an 24 y a la mucho m enor validez de estas teorías para otros novelistas, princi­ palm ente Aquiles Tacio, hace que la tesis de la inter­ pretación m istérica de Longo deba ser aceptada sólo en sus sugerencias más prudentes y medidas.

2.4. El que Longo, p o r otra parte, haya dotado a su novela de una cierta intem poralidad idealizadora hace difícil enjuiciar otro de sus aspectos, el de la so­ ciedad en ella descrita. Una lectura superficial podría inducir a la tesis de que en esta novela, tal como pa­ recen oponerse campo y ciudad, tam bién se opone la clase de los humildes, de los siervos rurales, a la cual po r adopción pertenecen los protagonistas y que re­

24 Cf., por ejem plo, las afirmaciones sobre la afiliación cul­ tual de Longo en Mittelstadt, «Longus, D aphnis and Chloe and the Pastoral Tradition», Class. et Med. 27 (1966), 162-177. N os gustará preguntar a estos autores si creen también que con relatos, com o A contio y C idipa o Frigio y Pieria, Calimaco ha pretendido, igualm ente, redactar propaganda religiosa. Y, sin embargo, están ya en ellos todos los elem entos básicos que reaparecerán en Longo.

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INTRODUCCIÓN 19 cibe un trato favorable en el relato, a la de los ricos señores de la ciudad, descritos en ocasiones con rasgos negativos. Pero un estudio más atento lleva a resulta­ dos muy distintos. La condición m oral de los siervos, de los propios padres adoptivos de Dafnis y de Cloe, deja m ucho que desear, y en la p in tu ra de su conduc­ ta, como en la del parásito Gnatón y otros seres hu­ mildes, se concentran las notas de m ayor realismo so­ cial de la obra. En tanto que sus patronos, del círculo acomodado de Mitilene (y la figura de Dionisófanes es un modelo), pueden aparecer con una aureola noble y patriarcal, tal como, én un nivel más principesco, ocu­ rre con los grandes señores de las novelas de preten­ siones históricas. No debe confundirse, pues, el relieve que adquieren los personajes socialmente modestos, de acuerdo con una tradición literaria que se rem onta p o r lo menos h asta Eurípides y tiene un gran arraigo en los textos helenísticos, con una conciencia social, ajena radicalm ente a Longo. Tampoco nos parece muy correcto hablar, como hace S chonberger25, de una doble aristocracia, la relativa a la perfección m oral y la que lo es de la alcurnia social: en Dafnis y Cloe hay una sola clase digna de respeto, y el retorno de los prota­ gonistas a la vida pastoril al final de la novela, des­ pués de ser reconocidos y encum brados, no es una vuelta, en absoluto, a la pobreza y a la condición hu­ m ild e 26. Uno de los pocos m omentos, por lo demás, en que parece plantearse un conflicto social, con la preocupación de Dafnis por su insolvencia económica para preten d er la mano de Cloe (III 25 ss.), es la divi­ nidad m ism a la que con su solicitud se encarga de re­ solverlo.

25 En su edición, pág. 20.

26 Aunque en algunos puntos sea discutible, es im portante, a este respecto, la contribución de O. Longo, en «Paessaggio di Longo Sofista», Quad. d i S to ria 4 (1978), 99-120.

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Descendiendo a los detalles, se ha de hacer notar, po r ejemplo, que en Longo aparecen reflejados, in­ cluso con datos muy significativos, un régim en de gran propiedad agraria en m anos de la burguesía urbana, tal como sabemos que era lo corriente en la época del autor, y una economía basada, esencialmente, en la agricultura y la g an ad ería27, así como la presencia es­ porádica, pero muy real (tam bién en el relativam ente pacífico siglo i i ), del bandidaje y la piratería, que tanto relieve tienen, igualmente, en las otras novelas. Pero, a la vez, junto a aspectos sugeridos por la realidad de su tiempo, se acum ulan otros achacables al peso de la tradición literaria y a las necesidades de la ficción, como ocurre, en especial, con los regalos que los pre­ tendientes y el propio Dafnis ofrecen al supuesto padre de Cloe (I 19, III 25 ss., IV 7) y el silencio, en cambio, respecto a la obligada dote de la n o v ia 28.

3. Fuentes literarias. Técnica y estilo

En el capítulo de las fuentes que han inspirado a Longo está, por supuesto, muy en prim er plano, el gé­ nero bucólico, que, combinado con el modelo que le proporcionaba la novela m ism a precedente, explica m u­ chos de los rasgos particulares de esta obra. Pero otros géneros líricos se revelan tam bién como muy im portantes (en buena medida, la elegía helenística y

27 Es posible, por supuesto, que, com o efecto literario, haya sido exagerada la opulencia de estos grandes propietarios de Lesbos; véase, sobre esto, A. M. Scarcella, «Realtá e letteratura nel paesaggio sociale ed econom ico del romanzo di Longo So­ fista», Maia, N. S., 2 (1970), 103-131. Señalem os tam bién que este marco socioeconóm ico es m uy sem ejante al descrito por Aqui­ les Tacio.

23 Cf. Scarcella, «La donna nel romanzo di Longo Sofista»,

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INTRODUCCIÓN 21 una figura como la de Safo), siendo en general las re­ sonancias líricas más nutridas que las h om éricas29, frente a lo que ocurre en otros novelistas. Los pasajes rem em orados aparecen como m ateria reelaborada, se­ gún los usos helenísticos, y no como citas (al modo, por ejemplo, de un Garitón). Longo conoce, por otra parte, la poesía latina, y pueden hallarse en él huellas de la lectura de Virgilio y, seguram ente, de Ovidio, Muestra, asimismo, en perfecta arm onía con sus preferencias poéticas, una concienzuda preparación retórica.

Sin embargo, no se agotan aquí sus fuentes y sus gustos. Longo, como Aquiles Tacio, admite una pre­ sencia muy viva de la comedia, especialm ente de la lla­ m ada Nueva, de la que tom a muchos de sus personajes (el parásito, Licenion, los jóvenes ricos de Metimna), nom bres propios (Gnatón, Megacles, Sofrone, Rodé), algunos ágiles diálogos y soliloquios de un tipo poco frecuente en la n o v ela30, un indiscutible sentido del hum or y, naturalm ente, aunque el tem a tenga raíces en el mito, la base argum ental, con los niños expuestos y luego reconocidos p o r sus verdaderos padres.

3.1. Respecto a la técnica con que Longo ha cons­ truido su novela, una p arte de sus ingredientes pro­ cede de la tradición del propio género: la pareja de amantes, los viajes, los peligros que ambos corren (con los consabidos secuestros), los momentos de separa­ ción, el episodio del proceso, la perseverancia en la castidad, el feliz desenlace, etc. Pero no cabe duda de que en todos ellos ha introducido un punto de vista novedoso. Y la principal novedad, que transform a a casi todos en algo diferente, es su reducción a un plano m uy secundario, su tratam iento en tono menor. Aven­

29 Cf. Scarcella «La técnica d ell’im itazione in Longo S o f i s ­

ta», Giorn. It. Filol. 23 (1971), 34-59.

30 Cf. M. B erti, «Sulla interpretazione m ística del romanzo di Longo», S tu d i Ctass. O rient. 16 (1967), 343-358.

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tu ras y viajes quedan reducidos a la m ínim a expre­ sión; los raptos se resuelven, ya sea por la interven­ ción hum ana, ya por la divina, con inusitada rapidez; las separaciones de los am antas apenas duran horas; el proceso se convierte en un □reve pleito improvisado con el boyero Filetas como juez; la virginidad de Cloe es preservada, en realidad, por el m ilagro de una inau­ dita ignorancia sexual y, ocasionalm ente, por los rece­ los del tem eroso Dafnis, etc. Longo ha respetado, pues, las reglas del género, pero adaptándolas radicalm ente a sus personales finalidades.

El desarrollo de la novela está dividido en seccio­ nes (doce en total), a su vez subdivididas en pequeñas escenas con una distribución que no puede menos de recordar, tan to el rep arto del relato en cuadros unidos tem áticam ente de la p in tu ra narrativa contem poránea, como la ordenación de los tem as en los panegíricos retó ric o s31. Dentro de este peculiar esquema, en diver­ sos momentos (especialmente, en los tres prim eros li­ bros) la acción de los dos protagonistas se mueve .si­ guiendo líneas paralelas, lo que es, en parte, un recuerdo de las prolongadas separaciones de los am antes en otras novelas y, en p arte tam bién, el resultado del in­ tenso aprecio que Longo siente por la sim etría. Y lo m ismo cabe decir de las dos más amplias cadenas de acontecimientos del libro cuarto, que corresponden, la prim era, a Dafnis y, la segunda, a Cloe.

Desde el punto de vista argum ental la obra aparece dividida en dos grandes etapas: la exploración del mis­ terio erótico por los adolescentes hasta la revelación

Cf., sobre todo, S c h i s s e l v o n F l e s c h e n b e r g , E ntw icklungs- geschichte des griechischen R om ans, Halle, 1913; «Die Technik

des Bildeinsalzes», Philologus 72 (1913), 83-114, y el artículo «Longos» en P a u ly -W is s o w a , Realencyclopadie, X III 2 (1927),

cois. 1425-1427; así com o Mi t t e l s t a d t, Latom us 26 (1967), 752-

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INTRODUCCIÓN 23

de Licenion y, en segundo lugar, las aspiraciones m a­ trim oniales de la pareja.

El preám bulo, como en Aquiles Tacio, tiene como centro la descripción de un cuadro que sintetiza la m a­ teria que será tratada, y, además, según hemos dicho ya, establece una posición program ática. En el resto de la novela, con la narración principal, tam bién de acuerdo con las norm as del género, se entrelazan las digresiones (ecfráseis, m itos). .

La brevedad de la novela y su aparente carencia de ambiciones tienen una clara correspondencia con el ritm o á g il32 y la extrem a concentración y concisión con que está redactada. Los discursos, soliloquios y diálogos, así como los relatos secundarios citados, al igual que la narración principal, tienen en común una econom ía33 no reñida con el preciosism o y el esmero estilístico. El rápido paso de muchos de los personajes p or las páginas de la obra no es obstáculo p ara el acierto e, incluso, el realism o con que están presen­ tados. Con referencia a los protagonistas se ha podido decir que en su despertar al am or está, probablem ente, el m ejor hallazgo psicológico de ia novela g riega34.

En el plano puram ente estilístico, Longo sabe con­ jugar, como ningún otro novelista, el aparato retórico, con su desfile de figuras, con una gracia, naturalidad y sencillez muy poco corrientes en la prosa griega ta r­ día. Sin embargo, no ha de olvidarse que estas mismas cualidades responden, a su vez, a unos moldes retóri­ cos concretos, que preconizan un estilo tal para m a­

32 Que contrasta con el estatism o bucólico de la novela. Véase, por ejem plo, IV 29, 2 ss., en que las acciones de Gnatón son descritas con una notable celeridad.

33 En II 15, 1 hay, incluso, una velada alusión a este aspecto del estilo del propio autor.

34 Cf. S. Gaselee, en su Apéndice (pág. 413) a la edición de Longo y Partenio en «The Loeb Classical Library».

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terias como la pastoral, la narración m ítica y los te­ mas eróticos 35.

4. Valoración posterior e influencia. Traducciones Del texto de Longo no se ha hallado ni un solo pa­ piro hasta la. fecha, lo que (con las debidas reservas) puede interp retarse como síntom a de falta de popula­ ridad en los siglos inm ediatam ente siguientes. Sin em ­ bargo, aunque hemos de esperar al siglo x n p ara encontrar esporádicos ecos de Dafnis y Cloe en los no­ velistas cultos bizantinos (N icetas Eugeniano, Teodoro Prodrom o y Eustacio M acrem bolita), que, en cambio, serán fieles im itadores de Heliodoro y de Aquiles Tacio, se le ha de suponer al texto de Longo una cierta divul­ gación en fecháis anteriores, confirmada tanto por la tradición m anuscrita como por su mención a m edia­ dos del siglo precedente po r Miguel Pselo, el cual, pre­ cisamente, recom endaba que no se iniciasen los estu­ dios con novelas como las de Longo y Aquiles Tacio, sino con autores antiguos más g rav e s36.

En Occidente, si bien la expansión de la novela pas­ toril fue relativam ente tem prana, no hay duda de que este género se inspira, en principio, en la poesía bu­ cólica antigua, y no puede hablarse de una influencia de Longo al menos hasta pasada la prim era m itad del siglo xvi, aunque no falten quienes crean detectarla previam ente en la Arcadia de Sannazaro. En realidad,

35 Para un análisis m ás pormenorizado del estilo de Longo, cf., por ejem plo, la Introducción de la edición de Sc hünberger,

págs. 22 y sigs., y L. Ca s t i g l i o n i, «Stile e testo del romanzo pastorale di Longo», R en dicon ti Ist. Lom b., S . 2, 61 (1928), 203-223.

36 C it a d o en C h r is t - S c h m id - S t a h li n , Geschichte der griechi- schen Literatur, II, 2, pág. 824 (n. 6).

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INTRODUCCIÓN 25

a Longo empezó a conocérsele sólo cuando se le pudo leer en las traducciones de Amyot, Caro o Day, aunque un helenista como H. Estienne (Stephanus) pudo imi­

tarlo en sus Églogas latinas un poco antes.

Dentro de las evidentes concom itancias entre la p rosa narrativa del Barroco y la novela griega, que se han señalado con pleno a c ie rto 37, Heliodoro, Aquiles Tacio y Longo son los modelos persistentes. Longo representó, durante m ucho tiempo, el papel de guía de la pastoral de esm erada estética y sentim entalism o ga­ lante, y así es como comienza a divulgarse, por ejem ­ plo, en Inglaterra, a través de la (m ás que traducción) adaptación de A, Day (1587), que h abría de influir en

Pandosto y Menaphon de R. Greene; indirectam ente,

en algunos motivos de The W inter's Tale de Shakes­ p e a re 38, y, tra s un largo camino, hasta en la pastoral dieciochesca de Ramsay. En cambio, el posible influjo sobre obras de otro carácter, como Joseph Andrews y

Tom J o n e s39, es mucho m ás discutible y remoto.

E n Francia, las p rim eras huellas de Longo pueden señalarse en D'Urfé y, seguram ente, la tan celebrada traducción de Amyot h a influido más de lo que cabe sospechar en la litera tu ra francesa del xvi y xvii, tal como ocurrirá, después, en la poesía bucólica del x v m y en obras concretas, como el relato erótico Annette

et Lubin (1761) de M arm ontel. La presencia de Longo

37 C f., p o r e j e m p l o , G . Mo l i n ié, F orm ation e t survie des m ythes. Colloque de N anterre, París, 1977, págs. 75-80.

38 Sigue siendo básico para el tem a el libro de S . L. Wolff, The Greek Rom ances in E lizabethan P rose Fiction, Nueva York,

1912. Cf., también, F. A. Todd, S om e Ancient N ovéis, Londres,

1940. Es im portante señalar (con Wolff, pág. 335) que en la Ar­

cadia de Sid n e y, contra lo que se ha afirmado a veces, no parece haber indicios de la influencia de Longo.

39 Cf. G. Highet, The C lassical Tradition, Greek and Rom án Influences on W estern L iterature, Oxford (reimpr.), 1951, pági­

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(aunque cristianizada) es indiscutible, po r o tra parte, en la prerrom ántica y patética historia de B. de Saint- Pierre, Paul et Virginie (1787). Y, todavía en el siglo pasado, Longo m antiene su atractivo p a ra cierta clase de autores: así, p ara F. Fabre (Le chevrier es de 1866), para P. Louy y, de un modo tan paten te casi como para Saint-Pierre, p ara M istral en su Miréio.

En lengua alemana, como Schonberger reconoce40, es m uy difícil encontrar rastro s seguros de la influen­ cia de Longo durante el siglo xvn, incluso después de aparecer la traducción de W olstand (1615) y a pesar del desarrollo del género pastoril. Debemos esp erar al siglo siguiente p ara hallarlos, y de m odo notable, en los idilios de Gessner (1754), que tanto éxito alcanza­ ron en toda la E uropa o c c id e n ta l41. Por lo demás, es bien conocido el entusiasm o de Goethe po r la obra de Longo, que no sólo se m anifiesta en sus explícitas de­ claraciones, sino, aunque, por contraste, de m anera bien sutil, en la muy p articu lar atm ósfera de su Her-

mann y D orothea42.

En España la suerte de Longo ha sido un tanto oscura y no es un azar que, h asta fines del siglo pa­ sado, no haya existido u na traducción en castellano. Es muy posible que la razón profunda de esta reserva ante una novela como ésta haya sido de orden m oral. Todavía Valera en el prólogo de su versión, a la que luego nos referirem os, juzga necesario salir al paso

40 En su edición, pág. 30.

41 Por supuesto y a pesar de la exclusión de los elem entos eróticos, a nadie se le oculta que Longo (a través, probable­ m ente, de su s im itadores) está en la base de la sentim ental his­ toria de H eidi de J. Spiri.

42 G . Rohde, «Longus und die Bukolik», Rhein. Mus., N. S., 86 (1937), 35, señala Fausto II, 9558 ss., com o un posible eco de Longo, sugerencia que es recogida por Schonberger en su edi­

ción, pág. 3 1 . Sin embargo, el texto de Goethe no creem os que

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INTRODUCCIÓN 27 de una probable censura, y tam bién es curioso que la palabra «indecencias», p ara referirse a Longo, se des­ lice aún, en fecha reciente, en un estudio de aséptica filología publicado en nuestra len g u a 43. De hecho, no se puede m o strar de un m odo relativam ente aceptable la influencia de Longo en la novela barroca española, a pesar de que se hayan hecho referencias concretas a la poco airosa continuación de La Diana enamorada, obra de Alonso Pérez, o a la Arcadia de Lope de V ega44. Aunque carezcamos de u n estudio serio sobre la cues­ tión, parece prudente sum arse a la opinión expresada p o r F. López E s tra d a 45, con clara desconfianza hacia tal influencia en el género pastoril, precisam ente el que h abría debido ser el m ás propicio p ara recibirla.

Es a fines del siglo x tx cuando, en torno a la fecha de la citada versión de Valera, parece despertarse un cierto interés por Longo. El m ism o Valera reconoce haberse inspirado en él p ara su Pepita Jim énez, y no hace falta ser muy observador p a ra ra stre a r un eco, aunque vago, en los capítulos iniciales de La madre

naturaleza de la Pardo Bazán, publicada poco después

(1887). De un m odo aún m ás explícito se reconocerá esta influencia, p o r p a rte de su autor, en una novela de tesis como Los trabajos de Urbano y Sim ona (1923) de R. Pérez de Ay ala. Y de fecha aún m ás reciente es el poem a que, con el título de Dafnis y Cloe, escribió M. Bacarisse.

En las últim as décadas puede hablarse de una in­ dudable profundización en nuestro conocim iento de Longo, m erced sobre todo a la oleada de estudios con fines de exégesis religiosa y a la polém ica levantada en

43 M . R . Lida de Malkiel, La tradición clásica en España, Bar­

celona, 1975, pág. 349.

44 Por ejem plo, en Schonberger, op. cit., págs. 28 y sig. 45 L os libros de p a sto res en la litera tu ra española, Madrid, 1974, pág. 70.

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su torno, aunque este hecho apenas ha tenido rep er­ cusión fuera del ám bito de la especialización filológica. En la literatu ra contem poránea es una tarea que so­ brepasa nuestras fuerzas in ten tar hallar posibles reso­ nancias de su lectura, y, sin embargo, nos atreveríam os a señalar algunas muy verosímiles en determ inadas obras del no hace mucho fallecido V. N abokov46 y a recordar al lector la presencia de Dafnis y Cloe en la biblioteca del verdulero Greff en El tam bor de hojalata de G. Grass.

La p in tu r a 47, incluidas las abundantes (y algunas muy fam osas) ilustraciones de la novela (B arthe, Scott, Rossi, Bonnard, Maillol, etc.), ha m ostrado con pro ­ fusión su aprecio por la o bra de Longo: baste citar el notable caso de Corot. Y la m úsica no ha desdeñado, en absoluto, un tem a tan conocido: señalemos sólo el

Dafni e Cloe de Morselli y las célebres suites de Ravel.

4.1. Aun antes de que saliera a la luz la prim era edición del texto griego, ya habían aparecido traduc­ ciones en diversas lenguas: la italiana de A. Caro (ini­ ciada hacia 1537, pero publicada m ás de un siglo des­ pués), la tan alabada de J. Amyot al francés (1559), que habría de quedar como modelo durante siglos y sirvió de base p ara la latina, en hexám etros, de L. Gam bara (1569), y la (muy libre) inglesa de A. Day (1587).

En latín, adem ás de la traducción de Gam bara, pue­ den leerse otras versiones, como la de G. Jungerm ann (1605), tenida especialm ente en cuenta p ara la inglesa de Thornley, y la de E. E. Seiler (1843).

En alemán la prim era traducción fue la de D. Wol- stand (1615), posterior a la editio princeps, siguiéndola

46 Cf. nuestra n. 151 de la traducción. El lector podrá juzgar si en los capítulos iniciales de Ada hay o no rem iniscencias de

Dafnis y Cloe.

47 Véase una prolija relación de artistas en Schonberger, op. cit., págs. 32 y sig.

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INTRODUCCIÓN 29

otras como las de F. Grillo (1765), J. G. K rabinger (1809), F. Passow (1811), Fr. Jacobs (1832), reim presa innum e­ rables veces y, de fechas más recientes, las de L. Wol- de (1910) y E. R. Lehm ann (1959); la que acompaña al texto griego en la edición de O. Schónberger (1960), a nuestro juicio muy m eritoria y precisa, y la de A. M auersberger (1976), últim a de que tenemos no­ ticia.

En lengua inglesa, a la adaptación de Day siguió la versión de G. Thornley (1657), la prim era, en reali­ dad, en esta lengua y que, como la de Amyot en Fran­ cia o la de Jacobs en los países de habla alemana, había de quedar como modélica, lo que se debe, sin duda, a su prosa preciosista aunque excesivamente lib re A9. Otras traducciones en inglés dignas de mención por diversas razones son las de C. v. Le Grice (1803), W. D. Lowe (1908), de carácter escolar y con censura de pa­ sajes juzgados inconvenientes; G. Moore (1924), J. Lind- say (1948), M. Hadas (1953), P. T urner (1956), especial­ m ente destacable por su calidad, y, la últim a en llegar a nuestro conocimiento, la de P. S h errard (1965), con ilustraciones de S. Papassavas.

En francés, después de la de A m yot50, no han fal­ tado otras versiones: así, la de Ch. Zevort (1856) y, en fecha más próxima, las de G. Dalmeyda (en su edición, 1934) y de P. Grimal (1958), de gran m érito ambas.

En italiano hubo, adem ás de la de Caro, otras tra ­ ducciones de fecha antigua, como las de G. B. Manzini (1643) o G. Gozzi (1766), m ientras que de época re­ ciente cabe m encionar la de G. Balboni (1958)51.

43 A los datos que proporciona Schónberger (pág. 35) puede

añadirse la reedición con algunos retoques a cargo de J. Garbe

(19624).

49 Hoy puede leerse, en form a revisada, en la edición de

Edm onds.

30 Que fue revisada y com pletada por Co u r ie r en 1810.

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En España, ya hemos adelantado que antes de la traducción de don Juan Valera (1880) no parece haber existido ninguna o tra traducción c astellan a52. E n cam ­ bio, sí ha habido al menos cuatro en fecha posterior, sin que ninguna de ellas haya supuesto (es n u estra opinión) una aportación excepcional y algunas, m ás bien, lo contrario: se tra ta de las de J. M. Espinas Masip (1951), J. F arrán y Mayoral (1960), J. B. Bergua (1965) y la de J. N. de Prado y A. Blánquez (1965) 53.

Digamos, p ara term inar, que en lengua catalana se cuenta hoy con la versión de J. Berenguer (1964).

5. Transmisión del texto. Ediciones

El texto de L ongo54 nos ha llegado a través de diver­ sos m anuscritos, de los cuales el único casi completo

lenguas (cf. algunas referencias en Schonberger, a las que puede añadirse la reciente traducción al griego m oderno por R . Roufos

[1970]).

52 Después de tantas alabanzas y críticas com o esta traduc­ ción ha recibido (en m uchos casos suponem os que sin el debido cotejo con el original griego), sería deseable una opinión m ás ponderada. A nuestro m odo de ver deberían distinguirse tres aspectos muy distintos: la lengua de Valera, a la que no cabe poner objeciones desde luego; su versión, que, desde un punto de vista estrictam ente filológico, deja m ucho que desear, pero que responde a una vieja tradición de traducciones muy litera­ rias y libres; y su principal m érito, que fue perm itir la lectura de Longo en castellano por primera vez. Una cuarta cuestión, la de que, por razones m orales, haya varias páginas en que texto y traducción sigan cam inos diferentes, no merece a estas alturas un comentario.

53 Desde hace algún tiem po prepara una edición crítica de Longo con una nueva traducción el profesor de la Universidad de Salamanca F. Romero Cr u z.

54 Para un estudio de detalle, rem itim os a las introducciones

d e las ediciones de Ka i r i s, Dalmeyda y Schonberger, así com o a H. Dorrie, De Longi, Achillis Tatii, H eliodori m em oria, Go-

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INTRODUCCIÓN 31

es, precisam ente, el más antiguo, el llam ado Laurentia­

nus conv. soppr, 627, del siglo x m . Los demás tienen

fechas recientes, entre los siglos xvi y x v m , y, en últi­ m a instancia, se rem ontan todos a un arquetipo que puede fecharse en los siglos ix o x. La pérdida gradual de cinco hojas del arquetipo, deducible del estado del texto transm itido, explica que todos nuestros m anus­ critos, excepto el Laurentianus citado, ofrezcan una laguna, aunque de diversa extensión, en el libro pri­ m e ro 55, cuyo contenido no estuvo al alcance de los editores hasta el descubrim iento del Laurentianus por el francés P. L. Courier en los prim eros años del siglo p a sa d o 56, el cual estuvo así en condiciones de publicar p o r prim era vez el texto íntegro de la novela.

5.1. É sta es la razón p o r la que el conjunto de las ediciones de Longo pueda dividirse en dos etapas, en cuanto al volumen del texto im preso. La prim era se inicia, por supuesto, con la tardía editio princeps, obra de R. Colombani (Florencia, 1598), y en ella han de citarse las posteriores ediciones de G. Jungerm ann (1605), B. G. L. Boden (1777) y J. B. C. d ’Ansse de Villoi- son (1778), esta últim a dotada de un im portante co­ m entario. En Ja segunda etapa, que arranca de la de Courier (1810), se han de d estacar las ediciones de E. E. Seiler (1843), seguram ente la m ejor h asta fe­ cha reciente, y las, todavía muy utilizadas, de las co­ lecciones de Erotici Scriptores de G. A. Hirschig (1856) y R. H ercher (1858). De fechas más recientes son las de J. M. Edm onds (1916), que incluye la ya citada versión

55 Laguna que afecta a los capítulos 12-17. El Laurentianus, a su vez, tiene otra laguna im portante (adem ás de otras meno­ res) al final del libro tercero y com ienzo del cuarto.

56 E ste descubrim iento, com o es sabido, fue acompañado de un escándalo provocado por una mancha de tinta con que el propio Courier dañó el m anuscrito. Véase una detallada historia de e s t a cuestión en un apéndice de la edición de Dalmeyda.

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inglesa (naturalm ente, retocada y am pliada) de Thorn- ley, pero que como edición no m erece el m enor elogio, y la de A. Kairis (1932) 57, de gran calidad como verda­ dera edición crítica y a la que, en buena parte, sigue la de G. Dalmeyda (1934). La de O. SchÓnberger (1960), cuyo texto aceptam os p ara esta traducción, nos parece tam bién excelente, aunque sü aparato crítico sea dem a­ siado limitado: su m arcado conservadurism o en el es­ tablecim iento del texto, lejos de la tendencia correc­ tora de Edmonds, Kairis y Dalmeyda, nos ha parecido, en este caso al menos, una garantía y un m é rito 58.

57 Autor también de un estudio (inédito) sobre la lengua de Longo.

58 A punto de salir de la im prenta este libro, nos llega la noticia de dos nuevas traducciones de Longo al castellano: L. Rojas Alvarez, Longo. P astorales de Dafnis y Cloe, México,

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PREÁMBULO

De caza en Lesbos, en u n soto de las Ninfas con- 1 tem plé el m ás bello espectáculo que he visto: una pin­ tura, una historia de a m o r í. Lindo tam bién era el soto, arbolado, florido, con corrientes de agua. Un m anantial todo lo nu tría, flores y arboleda. Pero más deliciosa era la pintura, por su arte acabada, por su am orosa peripecia. Tanto que muchos, forasteros incluso, acu­ dían á su ,fama, p o r devoción a las Ninfas y por el es­ pectáculo del cuadro: había en él m ujeres de parto, 2 otras ataviando con pañales, criatu ras expuestas, ga­ nado am am antándolas, pastores que las toman a su cargo, jóvenes prom etiéndose, correrías de bandoleros, incursión de enemigos. Otros m uchos episodios y todos de am or vi y adm iré y tuve el deseo de darles con la letra una ré p lic a 2.

Luego de procurarm e un intérprete del cuadro, mi 3 empeño produjo cuatro libros, ofrenda a Eros, a las Ninfas y a Pan, y un b ie n 3 p a ra el gozo de todas las

1 Un estudio detallado del tipo de introducción a que res­ ponde ésta, con una écfrasis, puede leerse en el artículo de O.

Sc h isse l von Fleschenberg, «Die Technik des Bildeinsatzes», Phi-

lologus 72 (1913), 83-114.

2 Tópico del parangón entre pintura y poesía, de antiquí­ sim o arraigo en la literatura griega, y resum ido en el célebre «ut pictura poesis» horaciano.

3 Es difícil im aginar que no tenga Longo en la m em oria un pasaje com o Tu c íd id e s, I 22, 4.

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gentes, que salud dé al enferm o y al que pena consuele, del que am ó los recuerdos avive, y sea m entor del no enamorado. Que en absoluto nadie escapó o escapará del Amor m ientras exista herm osura y ojos p ara verla. Pero a nosotros el dios nos perm ita, con el alm a sana, poner po r escrito las pasiones a je n a s 4.

Para la interpretación, cf. nuestras «Notas sobre Longo»,

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LIBRO PRIMERO

Mitilene es u n a ciudad de Lesbos, grande y bella, 1 pues está dividida por canales, circulando en su inte­ rior el m ar, y la engalanan, puentes de pulida y blanca piedra* Cabría pensar que se ve jio una ciudad, sino una is la 5.

A unos doscientos estadios 6 de esta ciudad de Miti- 2 lene había u n a finca de u n hom bre adinerado, la más bonita propiedad: m ontes criaderos de caza, llanadas de trigales, colinas de viñedos, pastos p ara el ganado. Y a lo largo de una playa dilatada, de muelle arena, batía el m ar.

Cuando en esta finca apacentaba el rebaño un ca- 2 brero, por nom bre Lamón, encontró u n niño al que una de las (cabras daba de m am ar. Había un encinar y maleza poblada de zarzales con hiedra erran te por encim a y blando césped, en el cual el crío yacía. Allá la cabra corriendo de continuo iba a desaparecer una y o tra vez y, dejando a su chivo abandonado, se demo­ raba ju n to a la criatura.

5 La antítesis es artificiosa y de ahí que m uchos traducto­ res recurran a una m ención m ás plural, com o «un archipiélago», «un grupo de islas», etc. E ste contraste entre ciudad e isla se repetirá en Aq u il b s Tacio (II 1 4 ). Por otra parte, de esta Con­ form ación de M itilene nos hablan Pa u s a n ia s (V III 30, 2) y Es- trabón (X III, 2, 2), y de la belleza de la ciudad es aún un eco

el «Mytilene pulchra» de Horacio, E píst. I 11, 17.

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2 Atento está Lamón a estas idas y venidas, compa­ decido del chivo descuidado. Y en el apogeo del medio­ día, yendo en pos del rastro , ve a la cabra que caute­ losam ente lo tiene con sus patas rodeado, para, al pisar, no ocasionarle con las pezuñas ningún daño, y al niño que, como del seno m ism o de su m adre, el hilo 3 de leche succionaba. Con el asom bro que era natural,

se les acerca y descubre a un varoncito, robusto y lindo, entre pañales m ejores que la suerte de un niño aban­ donado. Pues había una m antilla de p úrpura, un broche de oro y una espadita con em puñadura de m arfil7 3 A lo prim ero se le ocurrió, llevándose tan sólo las

prendas de identificación, no atender a la criatura. Luego, avergonzado de no im itar en hum anidad ni aun a una cabra, y esperando la llegada de la noche, lleva todo, las prendas y el niño y h asta la propia cabra, 2 ante Mírtale, su m ujer. Y a ella, estupefacta ante la idea

de que las cabras paran niños, todo se lo explica: cómo lo encontrara abandonado, cómo lo viera alim entarse, cómo se avergonzó de dejarlo p ara que m uriese allí. Siendo ella de igual parecer, esconden los objetos qué acom pañaban al expósito, aceptan la criatu ra como suya y confían a la cabra su crianza. Y a fin de que tam bién el nom bre del niño pareciese el de un pastor, acordaron ponerle Dafnis.

i Típicos gnorísm aia o prendas que perm itían un eventual

reconocim iento futuro por parte de los auténticos padres de la criatura expuesta. Tres objetos hay tam bién en el Ion euripideo (vv. 1412 ss.), rem oto m odelo de este recurso tan utilizado por la Comedia Nueva, etc. En cuanto a estas prendas concretas, el término que traducim os por «mantilla» es variable en lo s m a­ nuscritos y vuelve a ser problem ático en IV 21, 2, y, de todos modos, otro sem ejante aparece en Menandro, Tonsurado. 822

(392). La púrpura era el color noble por excelencia y corrobo­ raba la buena cuna del niño. Y una espada se da con idéntica función en la leyenda de Teseo, tal com o vem os en el fr. 236 Pk, de Calimaco.

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LIBRO I 41

Pasados que fueron ya dos años, u n pastor, de nom- 4 bre Driante, que apacentaba ganado en campos aleda­ ños, tropieza tam bién él con hallazgo y espectáculo parejos. Había una g ruta dedicada a las Ninfas, un gran peñasco hueco en su interior, por fuera redon­ d ead o 8, Las imágenes de las propias Ninfas habían 2 sido labradas en piedra: los pies descalzos, brazos des­ nudos hasta la altu ra de los hom bros, las cabelleras sueltas hasta las gargantas, un cinto en torno al talle, despejado el ceño por u na sonrisa. El aire del grupo era el de un corro de danzantes.

La cueva arrancaba desde el centro exacto de la 3 gran peña. Y el agua que del m anantial borboteaba se vertía en form a de arroyuelo, de suerte que delante de la gruta tam bién se extendía un prado delicioso, al n u trir la hum edad abundante y tiern a hierba. Y esta­ ban allí consagrados, como exvotos de viejos pastores, colodras, flautas, zampoñas y caram illo s9.

A este santuario de las Ninfas una oveja recién pa- 5 rida acudía con tal asiduidad que en m uchas ocasiones se la creyó perdida. Con la intención de corregirla y hacerla reto rn ar a las buenas costum bres anteriores, Driante, combando una atad u ra de verde varilla de m im bre a m anera de lazo, se allegó a la peña p ara atrap arla allí. Mas de cerca no alcanzó a ver nada de 2 lo que había esperado, sino a aquélla, que le daba a una criatura la ubre del modo m ás hum ano p ara que sin escatim ar m am ara de su leche, y a ésta que, sin llorar, ansiosam ente pasaba de la una a la o tra ubre su boca lim pia y reluciente, pues la oveja con su len­ gua le lam ía la cara en cuanto se saciaba de alimento.

8 C f. d e s c r i p c i o n e s d e g r u t a s e n O disea X III 102-112, T e ó c r i- t o , VII 136 s s . , y s o b r e t o d o , A j lc if r ó n , IV 13, 4 s .

9 Para detalles sobre las flautas antiguas, cf. A. A. Howard,

«The AuXóq or Tibia», Harv. S tu d. Ctass. Philol. 4 (1893), 1-60, e infra, n. 16.

Referencias

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