https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v22/caidal_25.html Síndrome de resignación
Te avisan los carniceros:
sin mirarte
sin tan siquiera tocarte un hombro sin querer saber nada de tu pasado.
No revisan tu hoja clínica.
Tú currículo aquí no importa ni los libros publicados
ni tus lecturas
ni tus anaqueles con la evidencia expuesta.
Aquí solo cuenta que tipo de
seguro tienes.
Te preguntan:
¿Cómo está tu situación económica?
Guarda tus credenciales.
Ni te atrevas a mencionar de dónde vienes
invéntate otra nacionalidad
cambia el acento
visualízate sin ese pesar que han creado “just for you”. Cierra los ojos
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ponte en coma tú mismo.
Deja de comer y tragar
aunque te pongan delante
un vino verde.
Transpórtate a un lugar menos hostil.
No dejes ni una señal de tu paradero:
apaga el celular
cancela la suscripción de Netflix antes de embarcar en ese letargo.
Letargo fabricado por los manipuladores
los que se la saben todo los que hoy
son poetas por encargo
mañana editores
y si eso no le da
vuelven a la peluquería.
Serán shampoo girls
clavando sus uñas en el cuero cabelludo
de clientas que solo leen
revistas del corazón.
Tus libros nadie ni tan siquiera los ojeará mientras sigas despierto.
Con cada publicación tuya
en el solar cibernético vas eliminando seguidores.
Una daga en sus pupilas.
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Apúntate al plan:
una siesta infinita
duerme
hasta que pase el apocalipsis y el amiguismo se evapore
y llegue la sequía
de culpar a los gringos de su prepotencia
y de todos nuestros males
sin observarnos
sin ubicarnos debajo de la lupa sin aceptar la maldad
que se escapa de las muelas cariadas
de los nuestros.
Has sido contaminado con la epidemia
te lo repiten los encargados.
No tienes edad
para el síndrome de resignación.
Eres un caso entre mil.
A tus cincuenta lo que te toca son otros malestares.
Esto debe ser deficiencia de la niñez
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y vitaminas.
Todas controladas por el bestiario insular. Revolucionarios que en sus palacios
visten de Adidas
y comen langostas de Maine.
Acaso no fue un mártir nuestro el que dijo: “Los niños son la esperanza del mundo.” Nadie recuerda tales palabras.
Los amos han manipulado la cita celebre
y la memoria del poeta
a su antojo.
Si logras escapar a la pandemia
despertarás en una cama desconocida
sin almohadas con plumas de ganso y a la par de niños ucranianos.
Bostezarás estirándote después de tu prolongado caos y no recordarás absolutamente nada.
https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v22/caidal_25.html Niños apáticos
No éramos niños refugiados de la antigua Rusia. Esto no sucedió en Suecia.
Nuestro mal era caribeño.
Sufríamos una enfermedad tropical
y lo único que recordábamos de los rusos era su peste a grajo
y la carne enlatada que apareció
una temporada en la isla.
Éramos niños apáticos
hijos de padres gusanos.
Nos alimentábamos por las manos de la abuela. Por las sondas corrían frijoles negros
a veces duro frio de mango
mermelada de guayaba y dulce de leche.
No escuchábamos los discursos de seis o más horas.
no lo necesitábamos inculcaban nuestros padres.
Éramos niños apáticos.
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de un pulpo verde olivo
y en cualquier momento podía llegar la hora señalada.
Vestidos de miedo
esperábamos pensando:
¿y si nos regresan?
Quisiera haber olvidado la travesía el amargo del vomito
ese fuerte olor a orina
que luego me dejó queriendo sentirlo en todo mi cuerpo
la primera vez que me bañe con otro hombre.
Y hemos seguido siendo niños apáticos aparentemente despiertos
sin realmente pertenecer
de un lado o del otro.
https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v22/caidal_25.html Resignarme
¿Cuántas veces debo resignarme? O acaso esto es un perenne estado
una vida entera de rodillas
un síndrome incurable. No creo haberme recuperado
del salto en el estómago.
Mariposas acuchilladas sucumbiendo
en mi interior.
Nunca superé la ansiedad
de sentir un informante
a mis espaldas.
No he logrado olvidar
a la anciana sin nombre
suspendida por extraños sobre las olas furiosas.
La ubico repetidamente
en todo lo que escribo.
Me resigno a no pertenecer. Nadie nos salvó
de los hambrientos tiburones
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aparentando ser héroes
mientras enriquecían a la par de burgueses
a los que deben criticar
para seguir empañándole la vista
a los que nos prohíben
manjares.
Las vacas son nuestras hermanas
corren por la sabana
temblando de miedo
con las mismas mariposas nuestras
acuchilladas en estómagos anémicos. Resignarnos. Pudrirnos en espera a sabiendas que no superaremos el pánico: ¡Queremos costillas!
https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v22/caidal_25.html Aprender a contar la comida y otros menesteres
Aprendo a contar las rebanadas de pan tocan a dos por día.
Mastica lento la ensalada mustia.
Macarronis disfrazados un día con perejil y ajo
otro
revueltos con gandules
y siempre con un velo de mozzarella.
Nada de quemar la comida en estos tiempos.
No te atrevas a botar ni un frijol.
Escurre la última gota de tomate de la batidora.
La corteza del pan ponla a un lado
tuéstala
acompáñala con la sopa.
¡Ah la sopa!
No cuentes a nadie que has derramado
la crema de apio y zanahoria hirviente
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¡Serás castigado!
Un hombre ante un tribunal
Confieso estar inundado por ácido.
Un ácido que fluye envilecido
por mis caries
con residuos del verde
eneldo
y el coral quemado del salmón.
Por la yema desgastada
de pinchazos diarios
para saber que tan alto o bajo anda mi dulzor.
En los hombros y su peso
desproporcionado
resguardando la memoria
la mía
y la de otros ya idos.
No soy Robin Hood ni tan siquiera Errol Flynn.
No llego a sus talones
ni a su belleza ni a su masculinidad.
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Lucho conmigo
contra mis deficiencias
con ese apabullante deseo
de ser acariciado por hombres. Hombres sin rostros
ni apellidos.
Hombres negros o blancos delgados y obesos.
No discrimino a la hora de
aceptarlos.
Ese minuto breve del roce es lo único que logro recordar.
Batallo con el pie derecho
y su protuberancia huesuda afilada espada
que corta zapatos
y dibuja arcos sangrientos
que no logro sentir.
Soy un cementerio de cicatrices
una tumba por cada herida
un mausoleo estrictamente para el motor.
Un motor impaciente
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y ser mejor.
Confieso que he dedicado mi obra a señalar lo que me disgusta
lo que me da asco
lo que no cabe en mis pupilas. Pupilas que lento se apagan
intermitentes
una chispa restante en la fogata.
Denuncio los excesos
la vileza de mujeres y hombres
que dicen ser mejor.
La ceguera de activistas que no consideran a mi pueblo
cautivo
por un traidor y su familia
herederos de la Bacardí dueños absolutos del caimán.
Me confieso.
Confieso que errado a veces estuve.
Calciné con palabras
o miradas
a varios y varias sanguijuelas.
También corrí lejos
de oportunistas
de hombres que buscaban
un salvavidas
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o volvieron
los que debían seguir caminando
a mi lado.
Los que nos daremos la mano sudorosa y gélida
en la recta final.
He sido implacable.
He sido fiel e infiel.
He sido tonto a la ligera.
Se me ha hecho más fácil dar
que recibir
y de ahí parte esta frialdad esta ventisca aplacada
esta conformidad aparente
este apagado pesar
en mi interior agrio.
Aquí estoy ante ustedes
jueces implacables dispuesto
a que me descuarticen
https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v22/caidal_25.html La otra pandemia lo agarró desprevenido
Esa reina viril y trasnochada
dando pasitos lentos aplastantes
como los que la fabrican
no se dejó ver.
Estaba enfrascado
con el síndrome de la resignación.
Había llegado a un puerto abandonado. Un puerto que le avisaba
era hora de ocuparse
del niño que había sido. Las grúas portuarias
oxidadas
hacía años que no querían manejar
cargas pesadas.
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cuando pensó haberla extraviado.
Retenerla consigo.
Agradecer que no se la llevaran aquel febrero.
La arrolladora con corona sorprendió a todos.
Tuvo que salir a buscar provisiones:
Alcohol para las heridas. Laticas para la gata.
Agua oxigenada para las heridas.
Comida seca para la gata.
Pan de varios tipos para las heridas. Papel higiénico para la gata.
El aire se sentía con una densidad extraña. Lo único que recordó
fue aquel huracán de los 90
y el silencio antes de azotar.
En pocos días la reina se apoderó del mundo.
Él quiso ser como los demás:
Repetitivos miedosos
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Se apartó.
Desde entonces la espera.
Espera a esa reina que no es monarca de nadie
y dueña de todos.
Me han preguntado por los desamparados de la ciudad
No he leído noticias sobre el paradero de los desamparados. No puedo contestar.
Así de egocentrista somos.
No sé dónde los han ubicado. ¿Será al este o al oeste
de la metrópolis agonizante?
No tienen la luz que tengo en este palomar
ni las nubes que prohíben exigir respuestas.
Tienen más:
La brisa absoluta les pertenece.
No tienen la ansiedad que viaja conmigo.
Son dueños de amaneceres con y sin vistas
diseñadas a su antojo.
El sol y la luna los resguardan en sus bolsillos
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Arrepentido estoy de creerme el ombligo del mundo.
¡No tengo idea de lo que han hecho con los desamparados de mi ciudad!
La parejita blanca maquiavélica
Infectemos a las computadoras para luego venderle el antivirus.
Infectemos a la población
para luego venderle la vacuna.
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De salvadores y farsantes
Andará sobre los mares el Mesías contando los verdes
cruzando el puente de Brooklyn.
En los 80’s la hizo grande con el SIDA embobeciendo hasta Larry Kramer.
El simpático negro-blanco Hussein
le otorgó millones para Wuhan en el 2015. El mismo Wuhan del supuesto murciélago.
El 10 de enero del 2017 en Georgetown University
dio conferencia (pagada por supuesto) sobre la próxima pandemia.
Meryl le susurró al oído una canción de CATS.
El ex jefe de la CIA le otorgó una mención.
Dios Fauci que estas en la ciénega
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Los finales en tiempo de pandemia
Una prima me dijo de la muerte del esposo de una amiga del vecino suyo y la escuché con atención
además de los “wow’s” y los “aja’s” requeridos. Me asombré del mismo modo
cuando tuve un pene gigante y rubio en mis manos infantiles y primerizas
obligándome a acariciarlo
debajo de la escalera
en ese edificio que hace esquina
de la ciudad del fango.
El muerto tuvo que enfermarse y morirse solo en la habitación de un hospital sin nombre
sin que los suyos lo apapacharan
una última vez.
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el cortejo fúnebre desfiló por frente de la casa
sonando el claxon escandalosamente
para que la viuda con saludo tipo Evita Perón
y escondida detrás de las persianas
se despidiera de su amor.
Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido
publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The
Art of Losing (Eriginal Books, 2017), El hombre incompleto (Dos Orillas, 2017), Los días de Ellwood (Nueva York Poetry Press, 2018/2020), y Un juego que nadie ve (Ediciones Deslinde,
2019).
Su poesía aparece en las antologías: La luna en verso (Ediciones El Torno Gráfico, 2013), Todo
Parecía. Poesía cubana contemporánea de temas Gay y lésbicos (Ediciones La Mirada, 2015), Voces de América Latina Volumen II (Media Isla Ediciones, 2016), NO RESIGNACIÓN. Poetas del mundo por la no violencia contra la mujer (Ayuntamiento de Salamanca, 2016), Antología Paralelo Cero 2017 (El Ángel Editor) y Escritores Salvajes (Hypermedia, 2019).
Ha participado en varios eventos literarios: Miami Book Fair International, XXXV Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería en Ciudad México, IV Festival Atlántico de Poesía de Canarias al Mundo en Gran Canaria, España, V Festival de Poesía de Lima en Perú, Poesía en Paralelo Cero 2017 en Ecuador, en la lectura bilingüe, Poetry of the Americas, en New York Public Library, Americas Poetry Festival New York 2017, X Festival Internacional de Poesía en Puerto
Rico, y Semana Internacional de la Poesía de Santo Domingo 2020.
Todos los poemas pertenecen al libro inédito que busca casa, Síndrome de resignación